jueves, 14 de agosto de 2014

Una mujer que Enseña a Ensanchar el Horizonte de la Misión...


Escrito por Mariola Lopez -RSCJ-

Contemplamos a Jesús en su encuentro con una mujer no judía, extranjera para él. Es un diálogo entre Jesús y una mujer sin nombre de origen pagano procedente de Tiro y Sidón, un lugar no querido para los judíos. Lo único que sabemos de ella con certeza es que busca desesperadamente a Jesús porque tiene endemoniada a su pequeña. A la mujer la mueve la supervivencia de su hija y le pide a Jesús que la cure…es un cara a cara entre ambos. Marcos señala que Jesús para pasar desapercibido entra en una casa pero no puede permanecer escondido. Esto nos da la señal de que la mujer estaba expectante, vigilante; urgida por la enfermedad de su hija atormentada. Es muy alta su calidad de atención.

La mujer toma la iniciativa de acercarse y postrarse a sus pies; es una actitud de reverencia y de confianza. A pesar de su condición de mujer pagana y extranjera, que le prohibía acercarse a un judío, corre el riesgo de alzar su voz y suplica la curación de su hija.

Vamos a detenernos en el cuerpo de esta mujer, en su postración, en tantos cuerpos curvados y postrados en nuestro mundo. Esta mujer más que con sus palabras, habla a Jesús con la expresión de su cuerpo, postrado, como los cuerpos de muchas mujeres a lo largo de la historia. Esperaríamos que, como ya ha hecho en otras ocasiones, Jesús se ponga en camino y atienda esta petición, que acompañe a la mujer hacia donde se encuentra su hija enferma. La respuesta que Jesús le da nos sorprende: “Deja que primero se sacien los hijos”… en el paralelo de Mateo (15, 21-28) dice más explícitamente: “Dios me ha enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo Israel”...Nos sorprenden estas palabras de Jesús porque estamos acostumbrados a creer que Jesús lo tenía todo claro y resuelto en su corazón, y vemos cómo aplaza lo que le solicita la mujer, entonces , Jesús inicia una conversación en la que la mujer escucha que se pospone su petición porque es pagana, alejada de la cercanía de Dios y del templo. «No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos» (Mc 7, 27). La negativa de Jesús como judío parece clara, sería injusto privar del pan «a los hijos» para dárselo a los extranjeros. Y tendrá que ser esta mujer desconocida quien le enseñe a ensanchar el ámbito de Dios, y a dejar a un lado sus prejuicios judíos. En boca de esta mujer pagana va a poner Marcos el tratamiento de «Señor» (kyrie) dirigido a Jesús. Él todavía no le ha reconocido su dignidad, pero ella se adelanta a hacerlo con él y ve, y espera, más allá del momento presente. Las respuestas desconcertantes de Jesús no la desaniman, no se va a encoger ni a callar, porque quiere lograr a toda costa la curación de su hija, tiene un motivo mayor, no se busca a sí misma. Ella no se deja vencer por su condición de extranjera ni por lo que la situación encierra de desprecio y responde con humildad, audacia y sabiduría: «también los perritos comen de las migajas que caen de la mesa de los amos» (Mc 7, 28).

Esta mujer cananea, convertirá a Jesús, le descubrirá hasta dónde iba a dilatarse la fecundidad de su vida entregada, le ensanchará el horizonte de su misión. Jesús, no sólo ayudó a una mujer necesitada y a su pequeña, sino que experimentó la alegría del don que ellas, en su pobreza, le daban a él. Esta mujer extranjera y pagana- ¡quién lo diría!- había enseñado a Jesús a volverse un poco más hacia la novedad de Dios, y hacia el misterio los otros. Abrió en él esa brecha de la inclusividad que se iría dilatando cada vez más. Le descubrió que los hijos e hijas preferidos de Dios son precisamente los más necesitados, los más pequeños, los que no cuentan, los sin nombre. Jesús ha sido confrontado por la sabiduría humilde de estar mujer.

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