sábado, 5 de septiembre de 2015

El gemido de Jesús recrea, cura...

Escrito por Mons. Jesús Sanz Montes, ofm  

Jesús se encaminará desde Tiro a Galilea atravesando la Decápolis. No son datos geográficos sin más, sino que indican que la acción que a continuación vendrá narrada ha ocurrido en un territorio pagano, es decir, en medio de gentes poco predispuestas a acoger el paso bondadoso del Mesías. A Sidón, le llevaron un sordomudo, alguien por lo tanto profundamente bloqueado para acoger un mensaje y para poder compartir el suyo. Aquella gente le pide que le imponga las manos. Jesús apartándolo, le tocó con sus dedos, le ungió con saliva. Pero hizo más: miró al cielo - suspiró - dijo. Son tres acciones que colocan la curación en un nivel diferente, en una perspectiva netamente religiosa.

Jesús mira al cielo en actitud orante, y así hará en tantas otras ocasiones determinantes de su ministerio, como para situar su acción milagrosa, su benéfico paso, en relación con la misión que el Padre le confió. No hay nada de cuanto Jesús dijo e hizo, que no provenga verdaderamente del apasionado deseo de hacer la voluntad de su Padre.

No sólo levanta sus ojos hacia el cielo, sino que suspiró también. Aquí se centra en el dolor concreto de un hombre, en esa incapacidad total de dar y acoger la comunicación. Este suspiro es un modo de hacerse uno con esa indigencia, una manera de participar. Se trata de la misma actitud de Yahvéh cuando escuchó los gemidos de su Pueblo en Egipto. Jesús gimió, suspiró sobre el mal que tenía delante.

Y en tercer lugar habló: ábrete (effetá). No es un gemido que se queda en el simple lamento, en la estéril denuncia. El gemido de Jesús recrea, cura. Y aquella cerrazón que tenía amordazado en el silencio a aquel hombre sordomudo, se disolverá ante la palabra imperativa del Señor, con la misma fuerza con la que mandó callar la tormenta del mar. Según la mentalidad judía, cuando un hombre estaba enfermo de algo, todo él participaba de la enfermedad. Y cuando venía curado también toda su vida es la que recobraba la salud. Al decir Jesús ‘ábrete”, no sólo fue su oído sino toda su persona la que se abrió.

Jesús pasó haciendo el bien. Esta fue la reacción de aquella gente oficialmente pagana, pero abierta al paso de Dios que es capaz de hacer nuevas todas las cosas. Y como en el día primero de la creación, cuando vio Dios lo que había hecho y lo encontró bueno, también aquel sordomudo se convirtió en testigo del paso de Dios que embellece, que beneficia, que hacer saltar las mordazas todas para que el hombre pueda escuchar y contar una Buena noticia, la del Hijo de Dios y Salvador de sus hermanos. 

1 comentario:

  1. El paso de Dios embellece, sana, restaura... maravilloso! gracias por tus entregas!

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