domingo, 26 de febrero de 2012

Te invito a empezar los Ejercicios espirituales escuchando la radio...



Comienza el tiempo de Cuaresma, y queremos invitarte a vivirlo de un modo especial. Que sean cuarenta días donde vayamos preparado el corazón para vivir en plenitud el inmenso misterio del amor de Dios que, hecho hombre, entrega su vida por vos y por mi.

Los Ejercicios Espirituales de San Ignacio invita a quienes los practican a “buscar y hallar la voluntad de Dios”. Esta propuesta te puede ayudar a profundizar en las preguntas que te haces en este tiempo sobre tu proyecto de vida. ¿Qué quiero yo de mi vida? ¿Qué es lo que deseo y anhelo? ¿Y Dios, que querrá de mi?, ¿para qué me pensó?.

¿Cómo se hacen los ejercicios espirituales?

Cada día vamos a ir publicando el ejercicio que consta de 2 partes: Por un lado una explicación de ese ejercicio por parte del P. Angel Rossi, sacerdote jesuita, que se va a emitir cada día entre las 8 y las 9,15, y se repite a las 20hs en la radio. Si no podes escuchar el programa, igual vamos a subir un resumen del audio en el contenido de cada día.

Después viene el momento de la oración personal. Cada día tenes que destinar una media hora (si no te sale tanto puede ser menos, o un poco más). La riqueza del ejercicio está en este espacio de oración. Cada dia el ejercicio tiene su “materia de oración” que también la vamos a ir publicando.

Importante: si tenés algun sacerdote o religiosa/o amigo, o alguien que te acompañe pastoralmente, comentale de la propuesta para que te pueda acompañar. Si te animás, acercate a tu parroquia. Es importante que durante estos días tenga alguien que pueda escucharte.

¿Listo? ¡El lunes 5 de marzo largamos!

viernes, 24 de febrero de 2012

Camino cuaresmal

“Después de esto, el Espíritu llevó a Jesús al desierto”



Escrito por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

"Cuando San Ignacio de Loyola describió la experiencia más profunda de Dios que tuvo en su vida dijo  estas palabras: "Una vez iba por su devoción a una iglesia, que estaba poco más de una milla de Manresa, que creo yo que se llama san Pablo, y el camino va junto al río; y yendo así en sus devociones, se sentó un poco con la cara hacia el río, el cual iba hondo. Y estando allí sentado se le empezaron abrir los ojos del entendimiento; y no que viese alguna visión, sino entendiendo y conociendo muchas cosas, tanto de cosas espirituales, como de cosas de la fe y de letras; y esto con una ilustración tan grande, que le parecían todas las cosas nuevas. Y no se puede declarar los particulares que entendió entonces, aunque fueron muchos, sino que recibió una grande claridad en el entendimiento; de manera que en todo el discurso de su vida, hasta pasados sesenta y dos años, reuniendo todas cuantas ayudas haya tenido de Dios, y todas cuantas cosas ha sabido, aunque las junte todas en una, no le parece haber alcanzado tanto, como de aquella vez sola" (Autobiografía 30).

El antiguo soldado desgarrado y vano, que había buscado en los honores del mundo el sentido de su vida, y que poco a poco había ido rompiendo con los moldes de una cultura que determinaba su destino, se encontró en la soledad de su camino, con una experiencia de Dios imposible de abarcar. Junto al río Cardoner que iba hondo, este incurable caminante se sentó un poco con la cara hacia el río. No es que haya visto nada especial, ni que se le haya aparecido la Virgen , sino que todas las cosas le parecieron nuevas. Ni siquiera él mismo es capaz de entrar en detalles, pero ciertamente este momento cambió radicalmente su rumbo. Al final de sus días, después de sesenta y dos años, podía asegurar que aún juntando todas las experiencias e iluminaciones de su vida, nunca había recibido tanto como aquella sola vez.

Todos nosotros, en algún momento de nuestra vida, después de haber buscado en vano por rincones y recodos el sentido de nuestras existencias, nos hemos sentado un poco con la cara vuelta hacia el río de la historia. Hemos dejado de buscar nuestro propio camino, para dejar que aquel que es el Camino, nos buscara. Hemos dejado de preguntar por nuestras inquietudes, para dejar que aquel que es la Verdad , nos inquietara con sus preguntas. Hemos dejado de vivir para nosotros mismos, para dejar que aquel que es la Vida , comenzara a comunicarnos una vida abundante que teníamos que regalar a los demás.

Esto es, precisamente, lo que vivió Jesús cuando se fue al desierto; detuvo un momento su camino y se dejó tocar por las preguntas que le lanzaba Dios a través de la vida de su pueblo. Fue en este contexto de silencio y soledad, donde fue descubriendo lo que su Padre le pedía. Fue allí donde sintió las pruebas y las tentaciones de volverse atrás. Fue allí donde encontró las fuerzas para salir a predicar por toda Galilea: “Ha llegado el tiempo, y el reino de Dios está cerca. Vuélvanse a Dios y acepten con fe sus buenas noticias”. ¿Estás dispuesto o dispuesta a sentarte un poco junto al camino de tu vida para dejar que las preguntas de Dios te asalten y te exijan respuestas? ¿De verdad quieres entrar un momento en la soledad y el desierto para encontrarte con Dios y con tus propias fragilidades? Eso es la Cuaresma.

miércoles, 22 de febrero de 2012


Una cita con la vida
Escrito por Alessandro Pronzato

 “Tú amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho;
a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amigo de la vida”
–Antífona de entrada del miércoles de ceniza-

“El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo,
sopló en su nariz un aliento de vida y el hombre se convirtió en ser vivo” –Gn 2,7-

El tiempo de cuaresma se abre con un poco de ceniza depositada sobre nuestra frente, mientras se repite: “Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás”; o “Conviértete y cree en el evangelio”.
Es un modo extraño de prepararse a la fiesta de la Pascua.
En lugar de embellecernos, pintarnos, perfumarnos, usamos como cosmético un poco de polvo. ¡Embellecemos nuestro rostro ensuciándolo con tierra!
Se trata de un rito que muchos cristianos de nuestro tiempo rechazan en nombre de la grandeza y de la dignidad del hombre. “Reliquias de gusto dudoso del almacén devocional de la edad media”, me ha dicho un alérgico a la ceniza. Precisando más: “Al hombre de hoy hay que llevarle el anuncio de la vida no de la muerte”.
“Exacto”  dije yo. La ceniza se coloca en una dinámica de vida. La misma liturgia de este día se encarga de desarticular tal operación, al tomar como antífona de entrada una frase del libro de la sabiduría que deshace los equívocos:
“Tú Señor, amas a todos los seres y no odias nada de lo que has hecho”.
Así pues, la liturgia de la ceniza no constituye en absoluto un atentado a la dignidad del hombre. Al contario, en la lógica paradójica de la fe, se convierte en un testimonio de grandeza.
“Acuérdate de que eres polvo…” es sencillamente el recuerdo de su originario “material de construcción”, precisar los límites, la finitud y fragilidad del hombre. Pero es Dios mismo quien no acepta esta precariedad de su creatura y no se resigna a que el hombre sea solamente polvo…
Miremos, pues, la imposición de la ceniza en su verdadero simbolismo: el de la “fragilidad de la vida”.
Me parece, sin embargo, que es  válido, sobre todo, el significado primitivo, que expresa penitencia.
“El hombre-polvo” quiere decir el hombre que se ha alejado de Dios, que ha rehusado el dialogo, que ha sido echado de su casa, que ha rechazado el dinamismo del amor para caminar siguiendo una trayectoria de disolución y de muerte. “El hombre-polvo” es el hombre que se opone a Dios, da la espalda a propio ser y teniendo como seguro horizonte  la infelicidad.
Pero en este dramático itinerario de alejamiento y disipación, existe la posibilidad del retorno. Retorno al origen.
En lugar de precipitarse hacia la tumba, es posible cambiar de dirección y volver a la fuente: “he ahí la conversión”…
“Acuérdate de que eres polvo y como polvo volverás…a DIOS”. Con tal que lo quieras. Ahora, en este momento.
Me vuelvo tierra y me confío al constructor. Para que me rehaga del todo.
Me he equivocado. He perdido el camino de la vida. He perdido el Reino…
Es justo que me ponga en la puerta.
Pero, a la vuelta de la esquina, vuelvo a la condición de…polvo. O sea, de materia prima.
Y él se inclinará aún sobre este polvo para darle el aliento de vida.
Así mi “nada” es tocada por la plenitud divina. De la ceniza salta la chispa de la vida.
Y ahora la sutil capa de polvo ya no puede ocultar el esplendor del rostro de un hijo de Dios.
Todo, pues, comienza de nuevo.
Puedo ser “nuevo” si acepto no el…fin, sino el principio.
No el montoncito de ceniza de la tumba, sino el puñado de tierra en las manos del “artífice”. El poco de tierra dispuesta a recibir el “aliento”. Y convertirse así, de nuevo, en un “viviente”.
La cita, pues, con la ceniza, es fundamentalmente la cita con la vida.

domingo, 19 de febrero de 2012

Me llamaste "hijo"...



Escrito por Dolores Aleixandre -RSCJ- "Las parábolas de Jesús". Ed. CCS

"Esa noche estábamos convidados a cenar en casa de aquel hombre paralítico al que sus amigos habían descolgado por el tejado y al que Jesús  había curado. Estaba tan contento y agradecido que no dejó de insistir hasta que Jesús aceptó compartir su mesa y tres de nosotros le acompañamos.

Durante la sobremesa nuestro anfitrión reconoció que su agradecimiento le venía, más que de su curación, de cómo se había sentido mirado por Jesús y de las palabras que escuchó de él: “Hijo, tus pecados te son perdonados”.  Y dirigiéndose a Jesús dijo:

- “Maestro, a veces he pensado que no hizo falta que pronunciaras aquellas palabras porque tus ojos me lo habían dicho ya antes de que pronunciaras la palabra perdón.

Desde el momento en que mis amigos depositaron la camilla en la que yacía ante ti y nuestros ojos se cruzaron, me sentí envuelto en una ternura parecida a la que encontraba de niño junto a mi madre, cuando ella acariciaba mis piernas retorcidas y frágiles y me susurraba palabras de consuelo.

Con tu manera de mirarme me estabas comunicando que mis muchos errores y pecados no significaban ningún obstáculo entre tú y yo  y que nada podía detener la corriente de afecto que me estabas ofreciendo. Por eso, cuando me llamaste “hijo”, yo ya estaba interiormente puesto en pie, aunque siguiera tumbado en mi camilla y convencido de que, aunque no me curaras, ya habías hecho por mí lo más importante que un ser humano puede hacer por otro. 

Luego se oyó el murmullo de escándalo de los que no toleraban que hubieras pronunciado aquellas palabras de perdón y dijiste como un desafío: “Para que vean que el Hijo del hombre puede perdonar pecados, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”.

Y yo me enderecé como si jamás hubiera padecido parálisis, tomé mi camilla y me vine a esta casa en la que tengo hoy la alegría de recibirte como mi huésped. 

Es verdad que el retorno no me ha sido fácil: los que son enemigos tuyos no me perdonan que sea un testimonio viviente de tu sanación y han levantado la calumnia de que yo fingía estar paralítico y que, por tanto, tú no me curaste realmente; otros dicen que lo hiciste echando mano de poderes demoníacos y otros, que siguen postrados en sus lechos, envidian mi suerte y no quieren saber nada de mí. 
Pero en mi interior no siento rencor hacia ellos y creo que he llegado a perdonarlos de corazón. Todos me dicen que he cambiado y que no han sido sólo mis piernas las que se han afirmado: lo que hoy está más firme en mí es la decisión de tratar con misericordia a todos y perdonarlos, de la misma manera que tú me  perdonaste a mí”.

Fue una sobremesa larga y cálida y todos estábamos emocionados de escuchar a aquel hombre que no sólo podía ahora caminar, sino que nos mostraba cómo el perdón lo había transformado…"



domingo, 12 de febrero de 2012

Jesús, conmovido, extendió la mano y lo tocó...


Escrito por Anselm Grüm: -Jesús camino hacia la libertad- pg.32-ss

En la época de Jesús, los leprosos estaban apartados de la sociedad humana y tenían que vivir en asentamientos propios. Son hombres rechazados, discriminados, abandonados por los demás. No se sienten a gusto ni con los hombres ni consigo mismos... Un hombre así, se acerca ahora a Jesús . Siente que no pude seguir viviendo así, pues nadie puede vivir discriminado, rechazado y sin hogar. Todo el mundo busca la aceptación y el amor. El leproso reconoce su impotencia para romper el circulo vicioso del rechazo. Se acerca a Jesús y cae de rodillas ante él. Le dice : -“Si quieres puedes limpiarme”. Esto suena como si atribuyera a Jesús la responsabilidad de su curación. Él rechaza toda responsabilidad. Él no pude hacer nada para no ser rechazado...

Jesús se acerca al enfermo (...) 

El primer paso es la conmoción que siente Jesús en sus entrañas.  La palabra griega splanchnistheis significa en realidad “fue conmovido en sus entrañas” . Las entrañas eran para los griegos el lugar de los sentimientos vulnerables . Jesús deja que el enfermo entre dentro de él y se siente con él su amargura, sus dudas...

· El segundo paso es tenderle las manos: Jesús ofrece al leproso comunicación. Quiere entrar en contacto con él, quiere que algo fluya entre ellos. Y entonces toca al enfermo. Si alguien no puede aceptarse a sí mismo, se nos hace muy difícil aceptarle. Pues a menudo tenemos miedo de tocar el caos interno de los demás, que nos ensucia las manos, porque lanzan contra nosotros toda su amargura... Jesús no conoce estos miedos al roce. Sabe que su persona no puede ser impura, que su interior es puro y limpio. La caricia significa: te tomo como eres. Caricia viene de ruhren: “mezclarse”. Los sentimientos de Jesús se mezclan con los del enfermo . Jesús deja fluir algo de su luz interior en el enfermo. Y entonces le dice: “Quiero, queda limpio”. Esto significa: “estoy contigo. Te acepto. Pero tu tarea es decirte “si” a ti mismo, aceptarte a ti mismo. Tú tienes que hacer también ahora lo tuyo para tu curación. Tienes que decidirte por ti mismo, por la vida” . En ese mismo momento desaparece la lepra. El enfermo puede ahora aceptarse. Se siente limpio, en consonancia consigo mismo...

Testimonio del leproso Semeí:

Dolores Aleixandre – Esta historia es mi historia, “Una fuerza que sanaba a todos”. (Cap. 4 Pg.72-ss)

Conocí al anciano Semeí en el mercado de Seforís. (...) Alguien me había dicho que de joven había estado leproso y que Jesús le había curado pero me costó trabajo hacerle hablar. Se resistía a recordar la maldición de aquella enfermedad terrible, como si temiera ser arrastrado de nuevo al abismo de infamia en que se hunden los leprosos pero, al fin, conseguí arrancarle sus recuerdos:

“No sé como ni porque se produjo en mí el contagio: era aún muy joven pero preparaba ya mi boda con una de las muchachas más bellas del Pueblo. Yo andaba vendiendo perfumes en los bazares de las aldeas cuando un día, en uno de mis viajes, descubrí en mi mano una mancha blanquecina. Al principio no le di importancia pero, como se iba agrandando, acudí al sacerdote para que la examinara. Antes de que dijera nada, leí en su mirada sombría la más espantosa de las sentencias: ¡estaba leproso!

Del fondo de mis entrañas brotó un aullido de desesperación mientras el mundo se hundía bajo mis pies. Desgarré mis vestidos, me afeité la cabeza y no volví a mi pueblo a despedirme; huí al monte, lejos de la presencia humana, yo, estaba condenado a perder hasta la apariencia de hombre.

Me refugié en una cueva, alejado de todo poblado como ordena la ley (Lev. 13,45), y oculto en la oscuridad, fui asistiendo a la destrucción de mi cuerpo.

Solo salía de la cueva envuelto en mi túnica harapienta cuando oía a lo lejos el rumor de alguna caravana; entonces me quedaba a distancia gritando: “¡impuro!¡impuro!, para avisar de mi presencia, esperando que me arrojaran desde lejos las sobras de sus provisiones mientras ellos apresuraban el paso huyendo del hedor que exhalaba mi cuerpo y del horror que producía mi aspecto.

Una noche, agazapado en la sombra escuché la conversación de unos caminantes: que hablaban de un tal Jesús, un galileo da Nazareth, que recorría las aldeas hablando del Reino de Dios y sanando enfermos. 

Aquella noche estaba en un pueblo cercano, alojado en casa de Tadeo el curtidor. 
Sentí un destello de esperanza: ¿podría curarme también a mí? Miré de nuevo mis manos y mis pies y deseche la idea como una locura.

Pero la locura estuvo persiguiéndome como el zumbido de una abeja durante toda la noche y, antes de que amaneciera, tomé la decisión y , apoyado en dos bastones, recorrí trabajosamente el camino que conducía al pueblo. 

Me quedé en las afueras, sentado bajo un árbol, hasta que, cerca del mediodía, vi un grupo de gente que salía y un griterío en medio del polvo.

Casi arrastrándome, me acerqué al lugar por donde tenían que pasar. Cuando me vieron, todos se detuvieron en seco indignados de verme tan cerca. Sentí sobre mí sus miradas de asco y el murmullo de sus reproches, pero uno de ellos siguió avanzando hacía mí. Me postré con el rostro en tierra, como manda la ley, para ocultar mi rostro deforme mientras suplicaba con una voz ronca: “Si quieres, puedes curarme”. Entonces ocurrió lo insólito: aquel hombre se acercó a mí con las manos extendidas para ayudarme a levantarme.

Nadie me había tocado desde hacía quince años y todo mi cuerpo se estremeció al sentir aquel contacto. 

Cuando estuve de pie, sentí de nuevo sus manos que recorrían mi rostro y levantaban mi cabeza para encontrar mi mirada. Nunca podré explicar lo que sentí al ver sus ojos: fue como si un torrente de agua clara inundara el vacío de mi desolación limpiando hasta las hendiduras de mi alma. Me supe introducido de nuevo en un seno maternal que me abrigaba y me recreaba mientras todo mi ser, el de dentro y el fuera, renacía y se reconstruía en el calor de aquella mirada y el roce de aquellas manos.

“Preséntate al sacerdote, me dijo, pero no se lo cuentes a nadie.” 

Salí corriendo, sacudido por el gozo, no era la salud recobrada lo queme colmaba de alegría, sino el saber que alguien se había acercado a tocarme hasta el abismo de mi desgracia.

domingo, 5 de febrero de 2012

¡ Ay de mí si no predicara el Evangelio!

1° Corintios 9,16-19.22-23.

"Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!
Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión".


Evangelizar es dar ganas de vivir
Escrito por Elena Lasida (Economista uruguaya. Doctora en Teología y Economía)

"A veces la evangelización se piensa como transmisión de un mensaje.
Creo que la evangelización es más bien promesa de vida.
El Evangelio se define a menudo como “Buena Nueva”.
¿Y qué mejor Buena Nueva que la de dar razón y ganas de vivir ?
Un ser humano sin ganas de vivir pierde su humanidad.
Una persona que no encuentra sentido a su vida deja de ser persona.
Y se convierte entonces en un cuerpo donde la sangre corre, 
pero donde la vida no circula.
Vivir es tener ganas de vivir.
Y el Evangelio es una invitación a arrancar vida de la muerte.
Evangelizar es dar ganas de vivir porque es comunicar esa promesa de
vida que es el Evangelio, promesa que pone en camino y que convierte
cada camino individual en historia colectiva.