sábado, 28 de mayo de 2016

Esa otra Carne Creyente que es la Comunidad...

Este texto fue escrito por Miguel Tombilla Martínez

Este domingo celebramos el día de la Eucaristía, la herencia palpable de la carne de Jesús actualizada por el Espíritu en esa otra carne creyente que es la comunidad

Eucaristía-caridad que desde el principio se entiende como servicio y como autodonación total. Pero una perspectiva que suele pasar desapercibida es la generosidad con la que Dios se nos da. En una medida rebosante, llena, sin límites… Es la “sin medida” de unas sobras que se recogen después de haber saciado y curado a un gentío anhelante del Reino. Es la plenificación de la esperanza que solo puede ser colmada en el amor desparramado de una semilla que se lanza sin importar zarzas o pájaros, con eso ya se cuenta…

Eucaristía-caridad que va más allá de la mera solidaridad porque se regala de parte del exceso de la pérdida colmada de las Bienaventuranzas. “Felices” que ponen patas arriba la sociedad porque el criterio no es el cálculo eficiente sino el derroche generoso, que no busca el interés personal sino la pérdida en comunidad donde no nos afirmamos en contra de los demás sino en el amor del fundamento primero: “No fueron ustedes los que amaron primero a Dios, sino que Dios los amó primero”...

domingo, 22 de mayo de 2016

Fiesta de la Trinidad

Escrito por Pedro Arrupe SJ

¡Oh Trinidad Santísima!, origen de todo.
Misterio tan profundo, que me hace exclamar
del fondo de mi corazón ‘Santo, Santo, Santo’.

Te encuentro en el fondo mismo de mi ser
amándome, creándome,
trabajando por mí, para mí, conmigo
en una comunión misteriosa de amor.

Dame, Señor, que yo comience a ver
con otros ojos todas las cosas…

(Pedro Arrupe)

lunes, 16 de mayo de 2016

Homilía del Papa Francisco en Pentecostés


Homilía del Papa Francisco en Pentecostés 

La misión de Jesús, culminada con el don del Espíritu Santo, tenía esta finalidad esencial: restablecer nuestra relación con el Padre, destruida por el pecado; apartarnos de la condición de huérfanos y restituirnos a la de hijos. 

El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Roma, dice: «Todos los que son conducidos por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para volver a caer en el temor, sino el espíritu de hijos adoptivos, que os hace llamar a Dios ¡Abba!, es decir, ¡Padre!» (Rm 8,14-15). He aquí la relación reestablecida: la paternidad de Dios se reaviva en nosotros a través de la obra redentora de Cristo y del don del Espíritu Santo. 

El Espíritu es dado por el Padre y nos conduce al Padre. Toda la obra de la salvación es una obra que regenera, en la cual la paternidad de Dios, mediante el don del Hijo y del Espíritu, nos libra de la orfandad en la que hemos caído. También en nuestro tiempo se constatan diferentes signos de nuestra condición de huérfanos: Esa soledad interior que percibimos incluso en medio de la muchedumbre, y que a veces puede llegar a ser tristeza existencial; esa supuesta independencia de Dios, que se ve acompañada por una cierta nostalgia de su cercanía; ese difuso analfabetismo espiritual por el que nos sentimos incapaces de rezar; esa dificultad para experimentar verdadera y realmente la vida eterna, como plenitud de comunión que germina aquí y que florece después de la muerte; esa dificultad para reconocer al otro como hermano, en cuanto hijo del mismo Padre; y así otros signos semejantes. 

A todo esto se opone la condición de hijos, que es nuestra vocación originaria, aquello para lo que estamos hechos, nuestro ADN más profundo que, sin embargo, fue destruido y se necesitó el sacrificio del Hijo Unigénito para que fuese restablecido. Del inmenso don de amor, como la muerte de Jesús en la cruz, ha brotado para toda la humanidad la efusión del Espíritu Santo, como una inmensa cascada de gracia. Quien se sumerge con fe en este misterio de regeneración renace a la plenitud de la vida filial. 

«No los dejaré huérfanos». Hoy, fiesta de Pentecostés, estas palabras de Jesús nos hacen pensar también en la presencia maternal de María en el cenáculo. La Madre de Jesús está en medio de la comunidad de los discípulos, reunida en oración: es memoria viva del Hijo e invocación viva del Espíritu Santo. Es la Madre de la Iglesia. A su intercesión confiamos de manera particular a todos los cristianos, a las familias y las comunidades, que en este momento tienen más necesidad de la fuerza del Espíritu Paráclito, defensor y consolador, Espíritu de verdad, de libertad y de paz. 

Como afirma también san Pablo, el Espíritu hace que nosotros pertenezcamos a Cristo: «El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo» (Rm 8,9). Y para consolidar nuestra relación de pertenencia al Señor Jesús, el Espíritu nos hace entrar en una nueva dinámica de fraternidad. Por medio del Hermano universal, Jesús, podemos relacionarnos con los demás de un modo nuevo, no como huérfanos, sino como hijos del mismo Padre bueno y misericordioso. Y esto hace que todo cambie. 

Podemos mirarnos como hermanos, y nuestras diferencias harán que se multiplique la alegría y la admiración de pertenecer a esta única paternidad y fraternidad.+

sábado, 7 de mayo de 2016

Fiesta de la Ascensión del Señor: Ha llegado nuestra “hora”...

Texto escrito por Alessandro Pronzato:

“A los  Apóstoles se les echó en cara que se habían quedado plantados, mirando el cielo.
“Como permanecían con la mirada puesta en el cielo mientras Jesús subía, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco,  que les dijeron: «Hombres de Galilea, ¿por qué siguen mirando al cielo?

Hoy es necesario mirar la tierra.
Ha llegado nuestra “hora”.

Nos toca a nosotros.

Cristo ha desaparecido. Toca a los “suyos” asegurarle su presencia visible.

Nace la Iglesia itinerante.

“Ellos fueron y proclamaron el evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba la palabra con los signos que los acompañaban” –Mc.16, 20-.

Y nace nuestro compromiso. El compromiso con la tierra. El compromiso con los demás.

Con la Encarnación, lo humano se convierte en “el espacio de la irrupción de Dios”…

Después de la Ascensión, lo humano es el espacio que continúa la Encarnación.

Dios ha tomado la palabra a través del rostro de su Hijo…

Ahora Dios continúa manifestándose, hablando, haciéndose visible a través de nuestro rostro…