sábado, 25 de junio de 2016

Tener una Misión, dedicarse por entero a algo, es una Metáfora de la Vida.

Escrito por Diego Fares , sj.

Tener una misión en la vida lo es todo. Y si esa misión nos la encomienda Jesús, qué mejor.

Y ser cristiano es gozar esa libertad que da seguir ahora a Jesús sin poseer otra cosa que su misión

El evangelio de hoy nos presenta así a Jesús, polarizado por su misión, encaminado decididamente a Jerusalén.

Y sus diálogos con los que le salen al encuentro apuntan todos a lo mismo: a quitar impedimentos que retrasan o le quitan fuerza a la misión principal.

Cómo nos salva el Señor? Nos salva encargándonos una misión.

Una misión en la que, mientras la vamos realizando, se nos aclara el sentido de nuestra vida, encontramos muchas oportunidades para reparar lo que hicimos mal, nos encontramos en el camino con muchos amigos y le damos una mano a tantos que no tienen sitio en este mundo…

Jesús nos señala el camino de la salvación recorriendo Él el suyo. Haciendo su parte.

No le tuvo miedo a dejarse determinar por una sola misión.

El vivió para el Padre, se dejó guiar, se fue dando en cada gesto y estuvo atento a su hora. Cuando le llegó el momento, se dio todo.

Tener una misión, dedicarse por entero a algo, es una metáfora de la vida. La energía y el dinamismo que ponemos en una tarea concreta nos pone en sintonía con el dinamismo del que nos está creando y salvando, apasionadamente, a nosotros.

sábado, 18 de junio de 2016

Los Aprendizajes Vitales que Jesús compartió con sus DiscípulosGerminaron en horas de Silencio y Soledad...

Este texto fue escrito por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

Muchos textos evangélicos hablan de la oración de Jesús. Otros nos presentan a Jesús orando o nos cuentan lo que decía sobre esta práctica. El Evangelio según san Lucas, que estamos siguiendo este año, insiste particularmente en esta dimensión orante de la vida de Jesús. Podríamos hacerle muchas preguntas a Jesús sobre su oración: ¿Cómo oraba? ¿Cuándo? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con quiénes lo hacía, o si lo hacía solo? ¿Cuánto tiempo dedicaba a ello? ¿Qué relación existía entre su oración y su vida? No es difícil llegar a responder estas preguntas si estuviéramos dispuestos a repasar los cuatro evangelios buscando los pasajes que hablan de la oración de Jesús. Uno de ellos es el que nos presenta hoy la liturgia de la Palabra: “Un día en que Jesús estaba orando solo (...)”.

Jesús, el hijo de María, el carpintero de Nazaret, fue un hombre de su tiempo. Es verdad también que confesamos a este hombre como la transparencia plena de Dios, en quien Dios se hizo carne y habitó entre nosotros. Pero, como muy bien lo afirma el Concilio Vaticano II, Jesús "trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre" (Gaudium et Spes 22). Por tanto, podemos también afirmar que su oración fue una oración de hombre. Su encuentro frecuente con Dios en la oración respondió a una necesidad vital de comunicación y de comunión con su Padre. No se trató simplemente de un ejemplo para estimular nuestra oración. No fue una enseñanza más o una recomendación hecha desde fuera. Digo esto, porque no es difícil encontrar estudios en los que la práctica de la oración de Jesús se presenta como algo añadido: "Jesús no tenía las mismas razones que nosotros para orar. El, en cierto sentido, no tenía necesidad de orar, pese a lo cual quiso que su oración nos sirviera de ejemplo" (Bro, Enséñanos a orar, 1969: 113).

De la oración de Jesús surgieron preguntas: “–¿Quién dice la gente que soy yo? (...) –Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” 

La respuesta de Pedro parece completa: “–Eres el Mesías de Dios”. 

Sin embargo, el mesianismo que soñaba Simón Pedro no contemplaba lo que Jesús les anuncia: “–El Hijo del hombre tendrá que sufrir mucho, y será rechazado por los ancianos, por los jefes de los sacerdotes y por los maestros de la ley. Lo van a matar, pero al tercer día resucitará”. De esta misma experiencia de oración nace también la frase con la que termina el pasaje de hoy: “Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz cada día y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero que pierda la vida por causa mía, la salvará”.

 Los aprendizajes vitales que Jesús compartió con sus discípulos germinaron en horas de silencio y soledad. Momentos de apertura dócil a la acción de Dios. Jesús vivió largos momentos de contemplación para llegar a entender esta paradoja de un Mesías que muere en cruz. Dimensiones aparentemente contrapuestas de una misma manifestación histórica de la divinidad. Sólo desde la oración sencilla y cotidiana, es posible vivir el misterio de nuestro camino de fe. Cuán lejos estamos de alcanzar una vida de oración como la de Jesús. 

Tal vez convenga preguntarnos hoy lo que le preguntamos a Jesús:
  • ¿Cómo oramos? 
  • ¿Cuándo? 
  • ¿Por qué? 
  • ¿Para qué?
  • ¿Con quiénes? 
  • ¿Cuánto tiempo dedicamos a ello? 
  • ¿Qué relación existe entre nuestra oración y nuestra vida?

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El autor, es sacerdote jesuita
Profesor Asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá

sábado, 11 de junio de 2016

Aprender a Mirar en cámara lenta el Derroche de Ternura y de Belleza

Este texto ha sido escrito por hna Mariola López Villanueva, rscj

Liberar el amor (Lc 7, 36-8,3)
 Jesús nos invita a percibir, a mirar más adentro, a poner los ojos sobre una mujer y sus gestos. 

A su lado, la voz y la mirada de alguien que se irrita y se escandaliza. Impresiona experimentar cómo la misericordia provoca juicio. Contrasta la seguridad moral de Simón el fariseo y la vulnerabilidad de la mujer. Por eso Jesús necesita contar una historia de deudas y de perdón, de gratuidad, de no merecimiento. 

Después quiere que miremos a cámara lenta el derroche de ternura y de belleza que esta mujer lastimada ha tenido con él: sus lágrimas, su cabello, sus manos, su perfume, su beso… 

Ella lo acaricia suavemente a través de su herida, en silencio. 

Los pies de Jesús, y su vida toda, se saben bendecidos por estos gestos que él valora y hace sagrados: “ha mostrado mucho amor”.

Sólo el amor puede besarnos en nuestras sombras y pecados. 

La puerta que abrimos al sentirnos perdonadas es la misma puerta que permite que el caudal de este amor nos recorra. 

Aprendamos de esta mujer, necesitados como ella de misericordia, y no tengamos miedo de liberar el amor en nosotros: de mostrar gestos concretos donde los otros se sientan apreciados, realmente queridos, por mi.

Mariola López Villanueva, rscj

sábado, 4 de junio de 2016

La Misericordia entrañable de Jesús reacciona ante la Vulnerabilidad...


Este texto ha sido escrito por la hna. Dolores Aleixandre rscj

En la escena del evangelio vemos dos comitivas en dirección opuesta: el cortejo fúnebre y el grupo de los que acompañan a Jesús. 

Llevan direcciones opuestas pero Jesús convierte esa oposición en encuentro, crea relación y proximidad allí donde hay ruptura y distancia, compasión donde hay sufrimiento, vida donde hay muerte. 

El verbo tener lástima, conmoverse, aporta una novedad radical a la experiencia de la compasión. No se trata de una simple emoción pasajera de pena o de piedad por quien sufre, sino que afecta en las entrañas a la persona que la experimenta y se convierte en eficacia liberadora hacia quien vive una experiencia de debilidad y de impotencia. 

La misericordia entrañable de Jesús reacciona ante una situación de vulnerabilidad extrema y sus sentidos (la vista y después el tacto) entran en comunicación con ella. Sus palabras al muchacho, lo mismo que las de Elías al hijo de la otra viuda, son palabras “sentidas” y “totales” que dicen y actúan. Como dice Pablo a los Gálatas, Dios está revelando a su Hijo como Señor de la vida.

Dolores Aleixandre rscj

viernes, 3 de junio de 2016

FIESTA del SAGRADO CORAZÓN...


-Homilía del Papa Francisco, en el Jubileo de los Sacerdotes-

El Corazón del Buen Pastor no es sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma. 

Ahí resplandece el Amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado.

Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5,5).

El corazón del Buen Pastor nos dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. 

En él vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama «hasta el extremo» (Jn 13,1), sin imponerse nunca...