sábado, 27 de agosto de 2016

Hablar de la Preferencia Sorprendente de Dios,

Escrito por Dolores Aleixandre -RSCJ-

La llamada a la humildad recorre las lecturas de este domingo. El Evangelio es como un retrato de Jesús: es el verdadero humilde,que, poseyendo la categoría de Dios, se vacío de si mismo, se hizo uno de tantos y asumió la forma de esclavo, compartiendo nuestra condición mortal hasta la muerte de Cruz. Escogió el último lugar y nadie podrá arrebatárselo y a lo largo de su vida, llamo dichosos a los pobres y pequeños, a los débiles y enfermos, a los leprosos y ciegos, que eran los descartados para los demás, los que no tenían derecho a acceder al banquete de la vida.

Jesús se atreve a hablar de la preferencia sorprendente de Dios, que sienta a su mesa a aquellos que nunca pensaron merecerlo; para Él la humildad es estar en el lugar que el Padre asigna a cada uno y ser fiel a la misión que le es confiada.

Jesús no hace mas que seguir la extraña lógica del Padre, que no se ajusta a nuestros criterios de merecimientos o de reciprocidad.

La bienaventuranza y la dicha residen en participar de las inclinaciones de Dios, que ama incondicionalmente no porque lo merezcamos, sino porque Él es amor y "no puede remediar" el amar...

sábado, 20 de agosto de 2016

"EL NIÑO DE TU CORAZÓN"...


Escrito por el P. Eduardo Casas

Hablar de la niñez es pronunciar de lo que alguna vez fuimos. Muchos añoran la infancia como una etapa privilegiada de la historia personal; unos conservan memorias vívidas a pesar de los años transcurridos; otros apenas tienen evocaciones que se pierden entre vagas reminiscencias. Algunos se esfuerzan por no idealizar los primeros años de su vida porque no siempre han gozado de aquello que es deseable esperar para todo niño. Por muchas razones –personales, familiares, o sociales- también la niñez, como cualquier otro ciclo humano, puede ser una etapa dura.

Lo cierto es que, más allá de las condiciones en las que se ha vivido la propia niñez, ésta se caracteriza, más que cualquier otra etapa subsiguiente, por la “ley del crecimiento continuo”. En la niñez nos desarrollamos alrededor del 70% de lo que creceremos en el resto de la vida. Como afirma la psicología, la psiquiatría, la psicopedagogía y otras disciplinas afines, la infancia es como la “matriz extra uterina” que nos contiene y en la que nos desenvolvemos los primeros años de existencia. Es como la cera maleable en donde se imprimen, como sellos, las impresiones que quedarán en la profundidad de nuestra psiquis. Resulta como el rompecabezas donde se van articulando las diversas piezas que irán construyendo nuestra identidad y el perfil de nuestra personalidad.

De todas las etapas humanas, la infancia es la más determinante de todo el proceso posterior de la vida. Crecemos biológica, psicológica y afectivamente, un gran porcentaje de nuestro ulterior desarrollo.

En la niñez nos abocamos a la gran tarea del descubrimiento y la exploración de la realidad y de la vida que nos rodean. Nos autoconocemos permanentemente y comenzamos la socialización con otras personas, insertándonos en una familia y en el circuito de otras relaciones.

Nosotros ya no somos niños. Sin embargo, alguna vez lo hemos sido. Cuando recordamos la niñez y 
evocamos al niño que fuimos podemos sentir diversas emociones: Alegría, nostalgia, agradecimiento o quizás, también, por qué no, otras sensaciones no tan positivas.

Cuando te conectás con el niño que fuiste, el que lleva tu nombre y tu historia, ¿qué imagen es la que viene?; ¿cuál es el retrato en el que te ves y te reconocés a vos mismo?; ¿qué lugares recordás?; ¿qué olores te son familiares?; ¿qué paisajes se dibujan?; ¿qué voces escuchás?; ¿qué anédoctas recordás?...

Pongamos a todos los niños en el corazón del Dios Niño y hagamos una ronda tomados de la mano con la Virgen. Que no nos avergüence volver a ser como niños. Que el ángel de la guarda, dulce compañía, nos cuide y nos acompañe cada día.

Que Dios nos acune en la misericordia de sus brazos y en la compasión de su entrañable amor. Que el Padre del cielo nos cante una nana, una canción de cuna, que nos haga vivir serenos. Que nos arrulle eternamente su cariño para que estemos en paz.

Querido Dios, cántame una canción como las que me cantaba mamá. Cántame como cuando era niño. Cántame para que la oscuridad nunca me toque, para que los miedos no me paralicen, para que los malos sentimientos no lleguen a mi alma.

Querido Dios, cántale a los niños y cántale también a los que ya no somos niños. Todos los necesitamos, aunque a veces no nos animemos a pedírtelo. Nos da vergüenza. Nos sentimos grandes pero, en verdad, seguimos siendo pequeños.

Cántale a los pobres y a los enfermos, a los viejitos y a los olvidados, a los que están encerrados y a los que no tienen pan, casa, trabajo, familia o amigos.

Cántanos a todos. Que escuchemos, muy dentro de nosotros tu dulce e inconfundible voz que nos susurra. Cántame, cánteme una canción para que vuelva ser el niño que aún soy…

Eduardo Casas

domingo, 14 de agosto de 2016

“EL PODEROSO HA HECHO EN MI GRANDES COSAS”:

Escrito por hna Dolores Aleixandre -RSCJ-



"María se pone a nuestro lado para enseñarnos cómo dejar a Dios hacer grandes cosas en nosotros, cómo abrirnos a su presencia, cómo escuchar su Palabra. Junto a ella, la primera creyente, aprendemos qué es la fe y en qué consiste esa actitud de reconocerse pequeño y frágil, pero inmensamente querido y perdonado.


En María vemos el resultado victorioso de lo que acontece cuando alguien consiente que Dios intervenga en la propia vida y hasta dónde puede llegar la acción de ese Dios que siempre está llamando a nuestra puerta para estar con nosotros, como lo estuvo con ella y para llenarnos de gracia, como la llenó a ella.



En el Magnificat encontramos la maqueta de cuál es la actitud correcta (“justa”, diría el AT), para relacionarnos con Dios. Está resonando en él el eco de lo María había dicho al final de la escena de la Anunciación: “hágase en mi según tu palabra”. Ahora la escuchamos decir: “Ha hecho en mí grandes cosas el Poderoso, aquel cuyo nombre es Santo...”



Así de sencillamente nos encontramos con que María ha superado el “culto antiguo”ha entrado en el culto “en espíritu y en verdad” del que habla S.Juan en el encuentro de Jesús con la samaritana. “Estos son los adoradores que el Padre busca”...dijo Jesús a la mujer. Y al terminar de rezar el Magnificat nos damos cuenta de que, por fin, el Padre ha encontrado la adoradora que buscaba. Y ha ido a encontrarla no en el Templo de Jerusalén sino en una aldea perdida de Galilea desconocida por todos.



Hay una serie de actitudes que podemos considerar como típicas del "culto antiguo" y que María deja atrás: intervenir, hacer, merecer, separar, satisfacer. Y frente a ellas, el “hágase” de María en la Anunciación y su “ha hecho en mí grandes cosas” expresan su actitud ante Dios que podría descomponerse, como un arco iris, en verbos como éstos: aguardar, consentir, agradecer, unificar, desear.