lunes, 27 de marzo de 2017

20° Día de los EJERCICIOS ESPIRITUALES: "CONTEMPLACIÓN PARA ALCANZAR AMOR"

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Hoy nos encontramos en el último encuentro de nuestros ejercicios en los cuáles hemos recibido muchas gracias para nuestra vida y la de los nuestros. San Ignacio, para coronar los ejercicios nos invita a entrar en lo que él llamó la contemplación para alcanzar amor. Todos los ejercicios fueron para alcanzar amor, para que el amor del Señor nos alcance, nos llegue y también para que nosotros a ese amor lo entreguemos, lo hagamos servicio, lo donemos y seamos testigos de la vida nueva que el Señor fue haciendo germinar en nuestro corazón. A través de esta contemplación tenemos la posibilidad de permanecer una vez concluida esta experiencia de los ejercicios, en la presencia de Dios y encontrarlo en todas las cosas.

En cuanto a la estructura de esta contemplación el Padre Fiorito dice que la contemplación para alcanzar amor es una recapitulación de la experiencia de los ejercicios. Los ejercicios han sido un encuentro personal con Cristo Nuestro Señor en el que se nos ha manifestado su voluntad y nos ha llamado a un servicio y a un seguimiento más de cerca.

San Ignacio comienza la metodología con una nota que dice: “Ante todo conviene advertir dos cosas: la primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras. La segunda es que el amor consiste en comunicación de las dos partes, en el compartir y comunicar el amante con el amado lo que tiene o de lo que tiene y puede, y así por el contrario el amado a la amante”. En esta nota San Ignacio quiere remarcar que este amor no requiere del esfuerzo para ser alcanzado sino que es un amor que ya nos dio alcance.

Nosotros ya hemos sido alcanzados por el amor y por eso mismo la respuesta es el amor que se debe poner más en las obras que en las palabras. Y aquí podemos recordar los hermosos textos del Buen samaritano como también del lavatorio de los pies. “Ve y haz tú lo mismo”; “Ustedes serán felices si sabiendo estas cosas las practican”. Es un modo de poner en acción la gracia que pedíamos.

En la segunda semana cuando contemplábamos la vida del Señor, su nacimiento, su pesebre, su vida pública, pedíamos interno conocimiento del Señor para más amar y servir. Éste amor es recíproco, sólo es de a dos, y comunica lo mejor que tiene uno y se lo da al otro. Es decir, Dios me ha dado todo su amor y yo le respondo con todo mi amor. Es un intercambio de dones. “Amor con amor se paga”, dice Santa Teresita.

En cuanto a la metodología de nuestra oración no debemos olvidar como Dios nuestro Señor nos mira. Como lo veníamos haciendo, en la oración preparatoria decimos: “Señor, que este rato en el cuál me voy a dedicar a rezar y encontrarme con Vos, todo mi ser esté abierto a tu amor, a tu voluntad, a tu gracia”. Después la composición viendo el lugar. Aquí será verme delante de Dios nuestro Señor, de los ángeles, y santos que interceden por mí. Después será pedir “interno conocimiento de tanto amor recibido para que yo reconociéndolo completamente pueda en todo amar y servir a su Divina Majestad”.

 Es un momento importante en donde le vamos a pedir a los ángeles y santos del cielo que intercedan por mí, para que me ayuden a reconocer todo lo que he recibido del Señor a lo largo de mi vida. Ésto consiste en hacernos conscientes de los dones recibidos, de entender nuestra vida como don y reconocerla como parte de la gratuidad amorosa de Dios, por lo que buscaremos responder al Señor con un gran agradecimiento. De ahí nacerá el descubrimiento de lo importante y el sentido que tiene en nuestra vida el amar y servir. Es un amor expresado en el servicio y es el fruto definitivo de los ejercicios espirituales.

Uno se va a ir dando cuenta que fue haciendo bien los ejercicios cuando brote de lo más profundo de nuestro corazón el agradecimiento, que se va a traducir en un servicio desinteresado al Señor y a mis hermanos. Esto nos llevará también a encontrar a Dios en todas las cosas.

La contemplación para alcanzar amor, es la síntesis de los ejercicios que nos lleva a descubrir que la vida de Dios es regalo, y pasar de creer que depende de los méritos acumulados a sentir el gozo inmenso del agradecimiento por la gratuidad recibida. Para ello nada más útil que recordar los beneficios recibidos en la vida entera y agradecer cuánto el Señor se ha dado en mi vida. El Señor se quiere dar, se ha venido dando a lo largo de toda mi vida, y lo va a seguir haciendo en todo el tiempo y el camino que me queda por recorrer. Es lo que nos ayuda a captar como la propia vida ha sido, está siendo, la historia de la fidelidad de Dios para con cada uno de nosotros.

Quiero dar las gracias a Dios por este regalo que me ha hecho de ayudar a otros a que Jesucristo sea más conocido y amado. En estos días hemos entrado en diálogo, nos hemos ayudado mutuamente a descubrir a Dios presente en nuestra vida. ¡Qué bueno! Hoy que terminamos nuestros ejercicios quiero dejarles a todos mi agradecimiento y la alegría por haber compartido esta experiencia tan linda de Ejercicios por la Radio.

Y para concluir y despedirme quería dejarles un texto del padre Arrupe que me parece lindo para que les quede como recuerdo de lo que es importante de ahora en más.

Enamórate, nada puede importar más que encontrar a Dios,
es decir, enamorarse de él de una manera definitiva y absoluta.
Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación
y acaba por ir dejando su huella en todo.
Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana,
qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana,
Lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón,
y lo que te sobrecoge de alegría y gratitud.
¡Enamórate! Permanece en el amor.
Todo será de otra manera.
P. Arrupe s.j.

Memoria agradecida y abandono a Dios 
 P. Ángel Rossi: 

 Hoy que terminamos con este mes de Ejercicios Ignacianos con mucha alegría y agradecimiento vamos a centrarnos en “La contemplación para alcanzar amor”, con la que Ignacio quiere que terminemos porque nos prepara para seguir el camino.

Es una contemplación para alcanzar amor, que también podría ser para crecer en amor y sobre todo para que el amor después se manifieste. El amor se manifiesta más en obras que en palabras dice San Ignacio. Dentro del mes de ejercicios, Ignacio en el texto es la primera vez que usa la palabra amor. Es como si Ignacio la reservara y la guardara para el final, aclarando que estamos hablando de amor que implica reciprocidad, un amar y ser amado. Además, éste amor se manifiesta en obras más que en palabras. Ignacio pretende que éste “buscar y hallar la voluntad de Dios para poder seguirla” que es la finalidad de los ejercicios, se de en la medida que crezcamos en el amor a Dios, a su voluntad y a lo que Él nos ha dado como misión. Deberíamos terminar los ejercicios amando más o deseando amar, o intentando amar más, pero no solo afectivamente o con lindas palabras (que por supuesto son importantes) sino sobretodo a través de los gestos. Se debería notar a través de nuestros gestos que hemos hecho ejercicios durante este tiempo.

 Recordar con Agradecimiento

Así como al comienzo los ejercicios nos hicieron recorrer la vida para ver nuestro pecado, ahora la recorremos para descubrir cuánto cuidado y cariño de Dios, todo lo positivo y lindo. Dice Ignacio “Traigan a la memoria, los beneficios recibidos, los beneficios de creación, beneficios de redención y dones particulares”. Los beneficios de creación tiene que ver con la vida, el hecho de haber sido creados, y esta vida que me toca vivir hoy; dar gracias por haber sido creados amorosamente por Dios con infinito amor. Los beneficios de redención, es sobre todo la gracia de la fe, este regalo inmenso que no viene pegado al hecho de nacer, sino que es un regalo de Dios.

Piet Van der Meer, en su libro “Nostalgia de Dios” se preguntaba después de su conversión “¿a quién le deberé yo el milagro de creer? ¿quién habrá rezado por mí sin yo saberlo? ¿cuál será el grado de sufrimiento ofrecido que hace que hoy día pueda yo creer? (…) Creo que parte del gozo del cielo va a ser cuando el Señor nos presente a las personas a quienes nosotros les debemos el milagro de creer y el milagro de llegar al cielo”.

Seguramente nos llevaremos una gran sorpresa. Quizás en el cielo, entre la gran alegría de encontrarnos con el Señor, también va a ser lindo cuando el señor nos ponga frente a frente con aquellos a quienes les vamos a tener que agradecer el milagro de la fe y el milagro posiblemente de nuestra redención. A veces Dios quizás se ha valido de tantas mediaciones y de tantas personas que han intercedido por nosotros. Ésto también incluye este pedido de agradecimiento en memoria de los beneficios de redención, la gracia de la fe.”

También traemos a la memoria los dones particulares que son mi familia, mi vocación, mi misión, las personas que Dios puso al lado de mi vida, las circunstancias y los hitos fuertes que han marcado mi vida.

En todo amar y servir

Ignacio nos hace recordar, y a continuación agrega “Ponderando con mucho afecto”. Recordamos con la cabeza, pero Ignacio nos propone hacer una memoria desde el corazón, “ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí”. Ignacio quiere que nos admiremos, que gocemos haciendo memoria de todo el cariño que el Señor me ha brindado de tantos modos tan misteriosos a lo largo de la vida.

San Ignacio como composición de lugar, quiere que nos pongamos junto al Señor, la virgen, San José, los apóstoles y aquellos santos a los que les tenemos devoción. Y pedimos “conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo enteramente reconociendo pueda en todo amar y servir a su Divina Majestad”. Al hacer memoria, en este conocimiento interno de tanto bien recibido para que lo pueda reconocer y pueda crecer en amor, aparece este lema muy ignaciano ”En todo amar y servir”. Esto es lo que Ignacio pretende del ejercitante que termina los ejercicios. Significa buscar y hallar a Dios en todas las cosas, en todo amar y servir, es decir cuando estoy rezando, en la vida de mi trabajo, de mi familia, cuidando un enfermo, en todo y a todos. “Amar y servir a Dios en todas las cosas” quiere decir que la santidad es la fidelidad a lo que Dios me pide en el momento en que estoy viviendo. En todo amar y servir... cuando estoy de rodillas frente al Santísimo, en la misa, cuando estoy cocinando, descansando, jugando, trabajando o lo que sea.

Ignacio nos hace recordar, y el fruto de esta memoria es el ofrecimiento, es decir, viendo todo lo que Dios ha hecho por mí, la reacción natural del corazón es la ofrenda, brindarse enteramente al Señor. No es un ejercicio afectivo puramente sino que viendo tanto bien recibido la reacción natural es la oración con que Ignacio termina los ejercicios, que es una oración de total disponibilidad. Hemos empezado los ejercicios pidiendo la gracia de la disponibilidad y los terminamos con una oración de Ignacio de total disponibilidad:
Toma Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento, y toda mi voluntad. Todo mi haber y poseer vos me lo diste, a vos Señor lo torno. Todo es tuyo, disponelo a Tu voluntad, dame tu amor y tu gracia que esta me basta.

Esta oración de disponibilidad es el fruto de todo un camino que hemos venido haciendo en los ejercicios. Hacia el final hacemos memoria agradecida y al darnos cuenta de todo lo que el Señor hizo por nosotros surge del corazón decir “Señor no puedo menos que ofrecer toda mi vida y ponerla en tus manos”.

Hacer memoria

Cabodevilla dice que la memoria es recordar el camino y calentar el corazón. Es un llegar a la conclusión de que el Señor estuvo y está en mi vida, por lo que no hay lugar a pensar que pueda dejar de seguir estando y cuidando de mí. La memoria es aquello que me constituye, es aquello por lo cuál yo soy yo, es la trama que unifica mi vida. La memoria para nosotros no es un archivo viejo guardado en un sótano, sino que es la médula espinal de mi alma. Decía Cabodevilla: Yo soy mi memoria.

Por otro lado es importante porque de la memoria nace la esperanza. Esto que canta tan lindo Julián Zini: Qué lindo mi pueblo que tiene memoria, seguro que tiene esperanza también. La esperanza se sostiene y se apoya sobre la memoria. Y el mismo Cabodevilla dice que si uno al hacer memoria se encuentra con que el pasado ha sido decepcionante y pareciera que no hay nada firme, aún en ese caso, todo náufrago puede rescatar de las aguas algunas tablitas de su barca deshecha y con esas tablitas armar una frágil y digna cabaña. Aún si al mirar al pasado lo encontramos repleto de cosas tristes, siempre hay materia suficiente para levantar una digna cabaña donde uno pueda encontrar cobijo. Quizás hay muchas páginas oscuras que si uno las tuviera que vivir de nuevo trataría de evitarlas, pero puestas en el tiempo tienen sentido.

La memoria del corazón es una lectura que hacemos desde los ojos de Dios. Fray Luís de Granada decía una frase muy parecida a la de San Ignacio: “La memoria sirve para hacer a los hombres agradecidos a Dios”. Toda oración debe ser acción de gracias. Tomar conciencia que hemos recibido mucho más de lo que podemos pedir. Es casi una obligación ejercitar la memoria, recuperar y detallar los recuerdos delante de Dios.

Ayer en la reflexión de los discípulos de Emaús ¿qué hace el Señor para calentarles el corazón y para consolarlos? Les hace recordar, los lleva allá al primer amor, los hace recordar porque la tentación de la tristeza y el escándalo de la cruz les ha traído el olvido. Se olvidaron de las gracias recibidas, de que el Señor les dijo que esto iba a suceder, y también de que después iba a resucitar. La memoria del corazón implica recuperar y detallar los recuerdos delante de Dios, incluidos los del evangelio y los de mi propia vida.

Un ejemplo aparece en el comienzo del evangelio de San Lucas, en donde María canta el Magníficat. Seguramente Ignacio es inspiró en el Magníficat de la Virgen porque en esas líneas aparece la memoria del corazón de la Virgen y del pueblo de Israel como un canto de alabanza, agradecido y jubiloso de tantos favores concedidos por Dios. “Mi alma canta la grandeza del Señor, mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador porque…”. Todos podemos cantar nuestro propio Magníficat. Ignacio quiere que hagamos memoria de cuáles son las razones y los favores concedidos por Dios a lo largo de mi vida.

En la contemplación para alcanzar amor hay materia para una semana entera para rezar. En estos días estaría bueno animarse a “perder tiempo” en traer a la memoria personas, situaciones y dar gracias. A la vez entrelazar ese agradecimiento con el ofrecimiento de nuestra vida y de todo nuestro ser. Santo Tomás decia que “de las cosas pasadas conviene sacar argumentos para los sucesos futuros” por eso, la memoria del pasado es necesaria para aconsejar bien en el futuro.

En la mitología griega aparece Teseo como símbolo de la memoria. El personaje es aquel que mata al minotauro en el laberinto de Creta. Para salir del laberinto, comienza a recoger el hilo que su amada le había dado antes de entrar y que fue desenrollando mientras caminaba. Encontró la salida simplemente recorriendo el hilo. La memoria muchas veces tiene fuerza para sacarnos de esos momentos de la vida donde nos sentimos en un laberinto, sin salida y sin saber para donde rumbear y sin poder recordar cosas lindas. Son esos momentos en donde el corazón y el alma se ofuscan, y perdemos los puntos de referencia. Las memorias de las gracias recibidas muchas veces nos da esa pequeña luz que necesitamos para salir de los laberintos de la vida.

Hay una sabiduría escondida en la memoria y ella también es un lugar de meditación. En el Salmo 43, 5 dice “Recuerdo los tiempos pasados, considero todas tus acciones”. Recordar es hacer presente. San Agustín decía: “En qué santuario te encuentro Señor”, y se respondía: “Tú le has concedido a mi memoria este honor de residir en ella”. Agustín decía que la memoria es como un sagrario, un lugar donde yo lo encuentro al Señor, no sacramentalmente, pero sí encuentro las marcas de su paso a lo largo de mi vida.

Les prepongo recuperar la memoria de nuestro camino personal, hacer memoria de cómo nos buscó el Señor, de mi familia, de mi pueblo... Dicho así: pierdan tiempo. Y por eso les digo ojala puedan quedarse algunos días más con este texto. Quédense recordando a su abuela si les hacen bien, momentos de la infancia que te marcaron para siempre, consejos de tus padres, experiencias con tus hermanos, con tus amigos... el recuerdo de tu primera comunión, la partida de los que hemos querido y nos marcaron en la vida. Será un “perder tiempo” recordando, un ejercicio que lo tenemos muy descuidado quizás por el mismo ritmo de vida pero que es fundamental para el ser humano.

Textos de la Palabra

Hacer memoria con la propia vida ya nos debería dar materia suficiente para la oración de varios días. De igual modo les propongo algunos textos por si les ayuda a rezar.

Carta a los Hebreos 10, 32 – ss. “Traigan a la memoria los días pasados, en que después de ser iluminados hubieron de soportar un duro y doloroso combate (...) No pierdan ahora la confianza”. Es la memoria de las luchas que hemos tenido y Dios nos ha rescatado. Podemos traer a la memoria aquellos duros y dolorosos combates que soportamos, dejarnos decir por el apóstol: “No pierdas ahora la confianza”, como diciendo “oiga, no me afloje ahora, acuérdese que hemos tenido unas batallas interesantes en la vida... acuérdese que en aquellas también pensábamos que estábamos perdido y Dios nos rescató”.

Hebreos 13, 7: “Acuérdense de sus dirigentes”. Nos referimos a los papás, tus abuelos, tu maestro bueno de primaria, tu catequista, tu hermano mayor. “Acuérdense de sus dirigentes, de aquellos que les anunciaron la Palabra de Dios y considerando el final de su vida imiten su fe” dice el texto. Traemos a la memoria esas personas que fueron significativas y marcaron nuestras vidas. Qué picardía que se nos haga más fácil recordar los que nos hace sufrir, y se nos dificulta acordarnos con más frecuencia aquellos que nos han hecho tanto bien.

Deuteronomio 8, 2-6 dice: “Acuérdate del camino recorrido y date cuenta”. Si la gracia es la memoria la tentación es el olvido. Dice allí entonces bellísimamente: “Acordate del camino recorrido y date cuenta, no vayas a olvidarte estas cosas que tus ojos han visto ni dejes nunca que se aparten de tu corazón”. No nos olvidemos de lo que los ojos del corazón vieron ni dejes nunca que se aparte de tu corazón.

Deuteronomio 8, 11-20: “Guárdate de olvidar jamás a Yahvé, no sea que cuando comas y quedes satisfecho, cuando construyas casas cómodas, cuando se multipliquen tus ganados y tengas oro en abundancia, tu corazón se ponga orgulloso y entonces olvides a Yahvé que te sacó de Egipto, de la casa de esclavitud”. El texto habla al pueblo de Israel, que así como la desesperanza es la tentación en el desierto, cuando llegan a Canaán la tentación es el olvido de quién te condujo en el camino. A veces la comodidad, cuánto más la sobreabundancia, la opulencia trae el olvido de a quienes le debemos la gracia y nos atribuimos a nosotros mismos cosas que no son nuestras, son puro regalo de Dios. Esa es la gran tentación del poder.

Deuteronomio 15, 15 que dice: “Acuérdate que tu también fuiste esclavo en tierra de Egipto”. La memoria nos hace misericordiosos.

La Virgen Santísima, es el icono de la memoria. Ella es quien “guardaba todas estas cosas en su corazón” dice el evangelio.

Esta es la gracia con la que Ignacio termina los ejercicios. Así como la primera gracia de la resurrección fue la alegría y la hemos trabajado, la segunda gracia que está muy unida es la memoria agradecida para “agradeciendo ofrecerme mucho”.

Además de la oración de disposición que ya compartimos de San Ignacio, aparece otra muy linda de Charles de Foucauld: “Padre, me pongo en tus manos, haz de mí lo que quieras, sea lo que sea. Te doy gracias”.

O quizás aquella que decía San Agustín al final de su vida: “Señor lo que quieras, cuando quieras, y del modo que tu quieras”. ¡Qué trilogía más hermosa y a la vez exigente!.

Les propongo este ejercicio y ojala se animen a prolongarlo y tengan la “valentía” de tomarse varios días recordando y ofreciéndose mucho, como dice San Ignacio.

Mi agradecimiento grande a la Hermana Marta y a cada uno de ustedes queridos oyentes de Radio y usuarios de Oleada Joven desde distintos puntos del país.

19° DÍA EJERCICIOS ESPIRITUALES: "LOS DISCÍPULOS DE EMAÚS"

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En este día seguiremos contemplando al Señor que ha resucitado. Decíamos en el día de ayer que San Ignacio nos hace pedir gracia para “alegrarme y gozarme de tanta gloria y gozo de Cristo Nuestro Señor”. Esta alegría y este gozo es don y hay que pedirlo, nos dice la Hermana Marta Irigoy. Se trata de una alegría y un gozo espiritual que se orientan hacia Cristo para participar de su alegría. Esta petición la vamos a renovar a lo largo de toda la jornada, más allá del tiempo que le dediquemos a la oración, vamos a ir pensando y pidiendo esta gracia de la alegría. La pedimos insistentemente porque tenemos que ir descubriendo cómo llevar después esta experiencia de los ejercicios, la gracia de la vida de Dios, a nuestra vida cotidiana. Así poder vivir una espiritualidad que se alimenta de la vida de Dios, para compartir su amor en una vida de servicio y descubrir al Señor que camina de nuestro lado y se hace compañero de camino.

Nos detendremos hoy a considerar cómo la resurrección hace que la vida divina se manifieste con todo su esplendor. Decíamos ayer que en la Resurrección estalla la vida divina manifestando toda la gloria de Dios. Jesús resucitado no oculta su divinidad, sino que manifiesta sus cualidades divinas para que los discípulos las experimenten y puedan así ser testigo de la resurrección. Como dice San Juan en su carta: “Lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y lo que hemos tocado con nuestras manos acerca de la palabra de vida, es lo que les anunciamos”. Y a la misma experiencia estamos invitados cada uno de nosotros, a ser testigos de esta vida.

Vamos a mirar hoy este oficio de consolar que ejerce Cristo nuestro Señor. Él durante toda su vida lo ha hecho. Para eso vino al mundo, para anunciar la buena noticia a los pobres, consolar a todos los que están de duelo... Sus amigos estaban de duelo y se acercó a cada uno según su necesidad.

Lo que quiere hacer San Ignacio a través de las contemplaciones de las apariciones del Señor resucitado, es que el ejercitante, cada uno de los que hacemos estos ejercicios, descubra por sí mismo cada uno de los gestos o palabras de consuelo del Señor a sus amigos y cómo los envía a consolar a otros. También cómo ellos se consuelan entre sí y comienzan su misión. “Consuela a mi pueblo” dice el profeta. Todos y cada uno de los discípulos hace una experiencia personal de la resurrección, y la comunidad reunida también, cada uno conforme a su necesidad.

A través de estas experiencias de la resurrección, cada uno de nosotros, va a ir encontrando el impulso para consumar la reforma de vida, esto de ordenar la propia vida para después acompañar al Señor en su camino pascual. Recibir esta gracia de la resurrección hace que nosotros podamos decir un sí profundo a la voluntad de Dios sobre la propia vida que lo capacita para servir en la iglesia, descubriendo el lugar que está reservado para cada uno. Jesús resucitado muestra que todavía la tarea está sin terminar y una parte del trabajo les corresponde a cada hombre y a cada mujer de la historia. Cada uno de nosotros tiene un puesto y un lugar para seguir anunciando al Señor resucitado. Cada uno de nosotros somos invitados a ser testigos de la vida nueva que hemos recibido del resucitado. De esta experiencia nace la misión de la Iglesia, en donde somos enviados.

 El camino de Emaús
Padre Angel Rossi sj

En estos últimos encuentros que vamos a tener, hoy y mañana, Ignacio nos hace pedir insistentemente la gracia de la alegría y el gozo de Jesús. Esto es una alegría que está en el Señor, Él es la fuente de esa alegría, por lo tanto se la pedimos a Él.

Hoy vamos a meditar en torno a los discípulos de Emaús (Lucas 24, 13- ss). En la escena vemos a estos dos discípulos que se van yendo a Emaús; el Señor los ha citado en Galilea y ellos en cambio se van con aire entristecido a Emaús, a contramano. Emaús significa encuentro, el encuentro con el Señor desde la Palabra y después el pan como símbolo de la eucaristía y el encuentro con Él, pero también a Emaús, yo le llamo “la capital del raje”. En un primer momento es la huida de Jerusalén como lugar de la cruz y a la vez también es el raje del gozo. Jesús los ha citado en Galilea para encontrarse, y ellos van para el otro lado. A veces en nuestro corazón también se dan estas huidas. Huimos de la cruz; también del gozo.

Les propongo para la meditación de hoy dos momentos: el camino de ida hacia Emaús y la transformación que se da en ellos tras reconocerlo en el partir el pan.

Estas dos personas que caminan juntas es evidente que no van felices, van con la cabeza gacha, el paso cansino, no se miran el uno al otro, no parecen tener metas... más que ir a Emaús, están escapando de Jerusalén y de Galilea. Emaús es algo así como un pretexto. Los biblistas y los arqueólogos dicen que es difícil probar hoy dónde fue realmente Emaús, de hecho aparece en el mapa antiguo. Sabemos la distancia pero no sabemos bien en dónde es, lo cual visto desde lo espiritual, viene bien porque Emaús puede ser en cualquier lado. Es el lugar donde nos escapamos de la cruz, y también cuando no aceptamos el gozo de la resurrección.

Hay muchas formas de Emaús, y de hecho cada uno tiene su propio Emaús. Sería interesante poder reflexionar sobre uno mismo, ponerle nombre a mi Emaús. Para unos Emaús es la dispersión, para otros el ensimismamiento, para otros es el enfrascarse en el estudio, o Emaús puede ser la tristeza... ¿cuál es mi Emaús? ¿Adónde me escapo cuando se me hace pesada la cruz o cuando me resisto al gozo?. No solemos ser muy originales, no tenemos muchos Emaús, solemos ser muy repetitivos en los modos de escaparse por lo que sería importante descubrirlo y ponerle nombre al a donde me escapo.

Y a la vez es hermosa la imagen de estos hombres que van caminando y el Señor que los sale a buscar y camina con ellos. Ellos hace poco tiempo habían conocido a alguien que había cambiado su vida y que ahora, aquel que prometió tanto había muerto. En realidad está resucitado, pero en el corazón de ellos está muerto, no le creen a las mujeres que dicen haberlo visto, lo han perdido. Al perderlo a Jesús se han perdido a sí mismos, no tienen hogar, su corazón esta rumeando una tristeza, están sufriendo una pérdida. Nuestros dolores generalmente están unidos a las pérdidas. Pero hay muchas formas de pérdidas. A veces son pérdidas de personas, pero también hay otras cosas que podemos perder: a veces la intimidad, la seguridad, la inocencia, el amor, el hogar, los hijos... a veces también hemos perdido nuestros sueños y preocupados, angustiados somos incapaces de hablar de cosas lindas.

Entre resentimientos y lamentaciones

Nowen dice que frente a las pérdidas tenemos dos opciones. Por un lado el resentimiento, que es la imagen de estos hombres, un ir caminando, e ir a la eucaristía con el corazón roto por las pérdidas, las nuestras y las del mundo. “Nosotros esperábamos...” dicen los discípulos. Es una expresión muy humana y nosotros también la podemos hacer propia. ¿Nosotros que esperábamos? esperábamos a esta altura ser mas buenos, una tranquilidad económica y por lo que sea la hemos perdido... nosotros esperábamos mas gratitud de nuestros hijos, un matrimonio más lindo, un ministerio sacerdotal más fecundo. “Nosotros esperábamos”… cada uno póngale nombre a esta frase que está indicando un desencanto, la experiencia del fracaso, de algo que se esperó y se nos prometió y finalmente no se dio. El resentimiento es una fuerza destructiva, y el Cardeal Martini la define como una ira fría que se instala en el centro mismo de nuestro ser, endurece nuestros corazones y hasta puede convertirse en una forma de vida. En la medida que lo dejamos anidar en el corazón se vuelve un modo de ser, de juzgar, de tratar a la gente y ese resentimiento empieza a impregnar mis palabras, mis comentarios, mis juicios y mi obrar.

Hay gente que vive de los resentimientos, y algunos están tan acostumbrados a hablar de las personas que no les gustan o recordar que le han hecho daño que dicen por allí “yo no sé cómo sería mi vida si no hubiera nada de qué quejarme ni nadie a quien culpar”. Londbleau decía hablando de la tristeza, que no es lo mismo que el resentimiento, que el primer paso para dejar la tristeza era dejar de amarla. Acá podríamos decir lo mismo, a veces uno se enamora de su resentimiento, porque convive con ello y se va como metiendo en el corazón.

La segunda posibilidad de reaccionar frente a las pérdidas es la eucaristía, es optar no por el resentimiento sino por el agradecimiento. Eucaristía significa acción de gracias, pero para llegar a ese agradecimiento no hay que ser ingenuo. Quien sufre una pérdida no puedo pasar al agradecimiento de golpe, entonces hay un camino que es lo que se llama la lamentación. En la Biblia está el libro las Lamentaciones y el evangelio también está lleno de lamentaciones. Por ejemplo: Marta, “Si tu hubieras estado aquí mi hermano no hubiera muerto” o los discípulos frente a la tempestad, “Señor no te importa que nos hundamos”.

Los santos y las personas que han estado muy cerca de Jesús no han tenido ningún reparo en lamentarse de sus pérdidas al Señor. Por lo tanto para poder pasar del resentimiento al agradecimiento y no quedar estancados, un camino es pasar por las lamentaciones. La lamentación es en vez de asfixiar la queja en mi corazón, abrirle un espacio. Hablar con Dios de aquello que me tiene mal, y animarse es es el primer paso, porque a veces algunos pudorosamente no se animan a lamentarse y el resentimiento adentro termina haciendo mucho más daño. No tener miedo que surjan las lágrimas, que le lloremos al Señor aquellas cosas que sentimos que humanamente nos cuestan, y en algún aspecto nos parece que ha sido injusto. Se dice que las lágrimas ablandan el corazón y nos abren al agradecimiento, y éste es el desafío.

Después de este paso de la lamentación vamos yendo a la eucaristía, hacia la acción de gracias. Vivir una vida eucarística no es solo ir a comulgar todos los días, es vivir la vida como un don y en clave de agradecimiento. Mientras sigamos empeñados en quejarnos de los tiempos difíciles, de las terribles situaciones, del insoportable destino, va a ser difícil que lleguemos al agradecimiento. Cuando entramos de verdad en lo más hondo de nuestro corazón, uno constata que por debajo de nuestros escepticismo, hay una ansia de amor, de unión que no desaparece a pesar de todo. En lo hondo tenemos una reminiscencia de nuestra infancia, y dice Nowen que hay una zona nuestra que se conserva buenita e inocente, una zona no herida de nuestro corazón. Es importante saber re- descubrir estos espacios nuestros.

 Quédate con nosotros

“Jesús camina con ellos”, esta imagen hermosa de un Señor que no irrumpe, que no se tira del árbol, ni interviene con un rayo, sino que camina con ellos con una paciencia inmensa. Pero ellos no lo reconocen. A veces la misma tristeza y el desencanto hace que no nos demos cuenta que el Señor camina junto a nosotros. “El Señor les fue calentando el corazón”, una expresión hermosa. Les contó la Palabra de Dios y a la vez les fue haciendo recordar; la memoria agradecida nos calienta el corazón. Jesús camina con ellos, les va calentando el corazón y aquellos hombres ya no miran el suelo sino que miran a los ojos de este extraño que les pregunta de qué venían conversando por el camino. Quizás una pregunta que cada uno de nosotros la puede hacer propia, sentir que este Señor que camina con nosotros nos pregunta personalmente: “¿Qué venís conversando por el camino?, ¿Cuáles son los temas en el camino de tu vida en este momento? Háblame de tus ausencias, de tus pérdidas, de las cosas que te entristecen, las cosas que te alegran”.

El Señor les está como tirando la lengua para que ellos puedan sacar afuera aquello que los tiene cabizbajos y encerrado en sí mismos. Y a medida que escuchan al desconocido, algo va cambiando de a poco en aquello dos tristes viajeros. Cuando llegan a la casa, el Señor amaga con pasar de largo y ellos le dicen “Quédate con nosotros”. Todavía no lo reconocieron pero les brota este sentido de hospitalidad, y quieren recibir a este peregrino que ha caminado con ellos y que les ha hecho tanto bien. Es interesante la escena porque uno a veces está más acostumbrado a pensar que el Señor nos invita a nosotros que nos quedemos con Él, pero también Jesús quiere que nosotros lo invitemos a nuestra casa y a sentarse a nuestra mesa. Él nunca nos impone su presencia.

No dejemos que aparezca simplemente como un desconocido inteligente con el que hemos mantenido una interesante conversación. Incluso después de haber hecho desaparecer gran parte de nuestra tristeza y de habernos mostrado que nuestras vidas no son tan insignificantes ni tan miserables, Jesús puede seguir siendo para nosotros una persona extraordinaria que se cruzó en nuestro camino, un personaje poco común del que podemos hablar a nuestros familiares y amigos, muy estimulante, muy atractivo, pero que en definitiva pasa, lo dejo seguir de largo, lo conocí y dijo cosas lindas, pero nada más. Lo nuestro es mucho más que eso. A veces en el trato con el Señor puede pasar que una relación periférica, similar a lo que nos pasa en nuestra sociedad en donde los encuentros son muy ocasionales y las relaciones normalmente no son profundas.

Solo invitando al otro a venir y quedarse se puede dar un encuentro interesante y una relación transformadora, no solo con Jesús, sino también con la gente. Una posibilidad es agradecerle lo lindo, el caminito que nos acompañó, las ideas lindas que nos dijo... Él nos dio animo y bueno ahora sigo mi camino. La otra posibilidad es decirle “te he escuchado y siento que mi corazón está cambiando, por favor no solo no pases de largo, vení a mi casa y mirá como vivo”.

Jesús es una persona muy interesante, sus palabras están llenas de sabiduría, su presencia reconforta el ánimo, su amabilidad es conmovedora... pero acá viene la gran pregunta: ¿lo invitamos a nuestra casa? ¿Queremos que venga a conocernos, allí entre las paredes de nuestra vida más íntima, lo hondo del corazón? ¿Deseamos presentárselo a todas las personas con las que vivimos? ¿Permitimos que este peregrino nos vea tal como somos en nuestra vida diaria? ¿Estamos dispuestos a dejarle tocar nuestros puntos más vulnerables? ¿Le permitimos entrar a aquel lugar del corazón que a veces nos esforzamos por mantener cerrado? ¿Queremos que realmente se quede con nosotros cuando anochece y el día toca su fin?

Ésta es la pregunta que se hace Nowen y también nos hacemos nosotros. “Quédate con nosotros, siéntate a la mesa”, la eucaristía requiere esta invitación. Una vez que hemos escuchado su Palabra, sería bueno que surja de nuestro corazón un “confío en Vos, me entrego en cuerpo y alma, no quiero tener secretos para Vos, podes ver todo lo que hago y lo que digo, no quiero que sigas siendo un desconocido, sino mi más íntimo amigo. Quiero que me conozcas no solo mientras camino y hablo con mis compañeros de viaje, también cuando me encuentro a solas con mi sentimiento y mis pensamientos más íntimos”. El desafío es poder decirle a Jesús “quédate con nosotros, sentate en la mesa” como símbolo de intimidad.

En un documento del episcopado argentino “Jesucristo, Señor de la historia”, los obispos dicen:

“Él está allí para encontrarse con nosotros, para ofrecernos un abrazo de amistad que calme nuestras angustias y alivie nuestros cansancios. Él está allí para escuchar aquello que con nadie podemos conversar. Está allí para decirnos lo que más necesitamos escuchar. Está para alimentarnos en el camino y derramar su Espíritu de vida en nuestros corazones, porque Él quiere sanar nuestra debilidad, impulsarnos a la lucha por la verdad y la justicia, y preservarnos de las atracciones del mal que nos seduce y enferma”.

Es fuerte el símbolo de la mesa. Los discípulos de Emaús no sólo lo hacen pasar sino que lo invitan a compartir la mesa. La mesa es símbolo de intimidad, es el lugar donde rezamos, donde en familia nos preguntamos “qué tal día has tenido”, donde no nos hablamos, donde nos damos ánimo entre nosotros... es el lugar donde se cuentan historias nuevas y viejas, espacio de las sonrisas y las lágrimas, es el lugar donde la distancia (cuando existe) se hace más dolorosa y evidente, es el lugar donde los hijos perciben las tensiones de sus padres, donde los hermanos expresan sus enfados y envidias, donde se hacen acusaciones e incluso donde los platos pueden convertirse en instrumento de violencia. Todo eso es la mesa.

Sentarlo al Señor a la mesa es dejar al desnudo lo que somos. En la mesa no se puede disimular, sobre todo cuando no hay lugar para embellecerla. En torno a la mesa sabemos si hay amistad, unidad, si hay odio, división en la familia, en nuestra comunidad, y es el lugar donde la falta de intimidad se revela más dolorosamente. En la mesa se hacen reales la familia, la comunidad, la amistad, la hospitalidad, la generosidad.


Estalla la misión

En la segunda parte del relato que estamos meditando, los discípulos vuelven de Emaús y ya todo ha cambiado. Las pérdidas ya no es algo que los debilita, ni la casa es un lugar vacío, sino que los caminantes que antes estaban abatidos vuelven con alegría, con paz, con esperanza, se les ha dado un nuevo corazón y un nuevo espíritu. Ya no son dos que se consuelan mientras lloran lo perdido, ahora tienen una nueva misión y algo que decir en común. Rápido se pusieron en camino para volver a Jerusalén. Los demás necesitan saber que no ha terminado todo, que Él está vivo y que ellos lo han reconocido al partir el pan.

“Apresurémonos”, se dicen el uno al otro. Se calzan las sandalias, se cubren con el manto, se ponen en camino, y dice el texto “Levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén”. Qué diferencia entre el modo en que iban y el modo en el que vuelven. La duda se convierte en fe, la desesperación en esperanza, el miedo se ha convertido en amor.

Volver a Jerusalén no es fácil, la Eucaristía no termina con la comunión, termina con la misión. “Vayan y cuéntenlo”. Vuelven al lugar donde salieron, Jesús no los manda a tierras lejanas. Nos manda a los nuestros que muchas veces son los más difíciles. A veces uno puede estar tentado y quiere ir a llevar el mensaje a otro lado dejando de ser testigo de la resurrección en nuestra propia casa.

Todos los encuentros con Cristo resucitado se vuelven misión, se vuelven anuncio, para volver a la comunidad y no quedarse en sí mismo. Siempre necesita el espacio del anuncio. La misión referida a la familia, los amigos, quienes son importante en nuestra vida. Qué gran desafío, la autenticidad de nuestra experiencia es puesta en prueba por quienes nos conocen. Lo más difícil es hacer de manifiesta la resurrección con los que conocen nuestra impaciencia, nuestros resentimientos, nuestras relaciones desechas, nuestras promesas incumplidas y nuestros compromisos rotos.

¿Podemos realmente decir que lo hemos encontrado a Cristo en el camino, que hemos recibido su cuerpo y su sangre y que nos hemos convertido en Cristo viviente? Escuchamos esto y ya nos parece como muy fuerte.

La vida vivida eucarísticamente es vida de misión. Vivimos en un mundo que llora constantemente sus pérdidas. Cánceres, guerras, sida, enfermedades duras, terremotos, inundaciones, accidentes... Son muchos los seres que caminan abatidos por la superficie de éste planeta, y que de una o de otra manera nos dicen “Nosotros esperábamos, pero hemos perdido las esperanzas”. La vida eucarística es la que nos da la fuerza para caminar con ellos y no porque seamos mejores. Nos permite animarnos a escuchar historias de soledad, de rechazos, de miedos, de abandono, de tristezas.

La invitación también es a desafiar a los compañeros de camino. Elegir el agradecimiento en lugar del resentimiento, la esperanza en lugar de la desesperación. Pero es importante que lo vean en nosotros. No vamos a resolver todos los problemas pero si animarnos a despertar en los demás la pregunta, ¿Hay personas que en memoria de Él se reúnen en torno a la mesa y hacen lo que Él hizo? ¿Hay personas que siguen contándose unas a otras sus historias de esperanza y salen juntos a ayudar a sus semejantes?.

Les propongo entonces, pedir la gracia de la alegría y del gozo de Cristo resucitado, porque de verdad la necesitamos. San Ignacio dice que Jesús viene con el oficio de consolar. Y como dice San Pablo, “Somos consolados para poder consolar”. Al lado nuestro hay muchos que caminan abatidos y necesitan no genios ni grandes hombres, sino personas frágiles, quizás más frágiles que ellos mismos, pero que ponemos la confianza en este Señor que entra dentro de nosotros, que se sienta en la mesa del corazón y parte para nosotros el pan.

18° Día de los Ejercicios Espirituales: "La Alegría de la Resurrección"


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 Ayer contemplamos al Señor en el camino de la cruz y su entrega de amor hasta el extremo por cada uno de nosotros. Hoy entraremos en la última etapa de los ejercicios a la que San Ignacio llama la cuarta semana y en ella contemplaremos los misterios de la Resurrección del Señor. Nos dice la Hermana Marta Irigoy que a esta altura quizás tengamos la tentación de empezar a aflojar. Ya hacen tres semanas y unos días que nos venimos encontrando y quizás uno piense que el Señor me dijo todo, ya hice mi reforma de vida, ya el Señor me consoló, me aclaró cosas y puedo decir “bueno, hasta acá es suficiente” y sin embargo tenemos que pensar que todavía tenemos mucho por recibir y lo mejor está por venir.

Esta etapa tiene por objeto coronar todos los frutos de las otras semanas anteriores por medio de una participación íntima en la gracia de la resurrección vivificante de Cristo, porque así como fuimos parte en sus sufrimientos, también participamos en su consolación. Como dice Pablo: “Bendito sea Dios el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de la Misericordia y Dios de todo consuelo que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones para nosotros poder dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios”.

Para el ejercitante que ha hecho estos días la oración y fue purificando el corazón se ha entregado más al Señor, San Ignacio tiene en vista una gracia especial, un nuevo florecimiento de la vida del hombre interior en Cristo, la gracia de un nuevo resurgir en la vida espiritual que dilata el alma en el gozo del Señor. Podemos decir que es como si se imprimiera un impulso íntimo hacia Cristo, que nos hace gustar todo lo que proviene de El.

Nos regala la consolación espiritual, por lo tanto lo que se pide es gozar de una vida nueva, “que no viva yo sino que Cristo viva en mí”, como dice San Pablo. La alegría de Cristo resucitado no es solamente que Él ya pasó por la cruz sino que es el que “todo se ha cumplido”. Es la alegría de haber sido fiel al Padre y así haber llevado a todos los hombres al corazón de Dios. No es una alegría porque ya pasó el sufrimiento sino es la alegría de la misión cumplida. El sueño de Dios para la humanidad se ha cumplido y todos podemos participar de la vida divina. Es el canto de la pascua del sábado santo. El pecado y la muerte han sido vencidos. La alegría y el gozo del Señor resucitado es lo que expresa el sentido de todo lo que ha sido la vida de Jesús en este mundo.

Quería detenerme en esta petición a la que San Ignacio nos invita, pedir lo que deseo y aquí será: “Pedir gracia para alegrarme y gozarme de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”. El gozo del Señor resucitado es un don recibido, es gratuito. Hay que pedirlo porque Jesús comunica este gozo y lo hace desinteresadamente. Este gozo es una consolación que lleva a compartir la vida con los demás, se hace apostólica y es de envío. Es una alegría tan honda que cala el núcleo más íntimo de nuestra persona y por lo tanto nos transforma y armoniza desde lo más profundo de nuestro corazón.

 Contagiarnos de la Alegría de la Resurrección
 Padre Ángel Rossi

 Hoy los ejercicios toman un giro particular, y entrando a lo que Ignacio llama la cuarta Semana, y entramos en la Resurrección del Señor. San Ignacio nos pone de frente a este Señor que viene con el oficio de consolar. Si estos días lo hemos venido siguiendo, acompañándolo en la pena, acá Ignacio abre todas las ventanas a la alegría y nos invita a disfrutar, a pedir la gracia de la alegría que brota de Cristo resucitado. Todos los relatos de la resurrección nos muestran al Señor que viene con el oficio de consolar, que marca también en nosotros la vocación. Todo cristiano según su carisma, según el lugar donde Dios nos ha puesto, tenemos el oficio de consolar a quienes el Señor puso a nuestro lado.

Ignacio en la cuarta semana nos hace pedir dos gracias: la primera es la gracia de la alegría y gozo que trae la resurrección; es la más importante. Y hay una segunda gracia que la vamos a rezar al final de este ejercicio, que es la gracia de la memoria. Están unidas porque es la memoria agradecida que también nos llena de gozo.

El gozo es el amor de un bien presente, así como la tristeza es el amor de un bien que está ausente. El desafío nuestro es la dicha, la alegría y de hecho estamos llamados a ser felices. Cuando a San Agustín le preguntaban cuál era la clave de la sabiduría, él decía que sabio es el que encuentra la clave para ser feliz. Y cuando le preguntaban qué significaba ser feliz, agustín decía: “Ser feliz es amar y saberse amado”. Ésta es la primera gran vocación, la de las bienaventuranzas...

La felicidad y la alegría, es lo que Ignacio nos presenta como experiencia y como exigencia de la resurrección del Señor. Si bien la alegría invade el Antiguo Testamento estalla en el Nuevo Testamento. La alegría aparece cincuenta y nueve veces en el texto del Nuevo testamento.

Les doy dos citas para que ustedes, si quieren, después recen en torno a esta gracia:

Son textos de las despedidas de Jesús que rezamos días anteriores en clave de pasión, pero Jesús en un ámbito de mucho dolor habla de la alegría. Jesús dice: “Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea colmada” (Jn 15, 11). O también “ustedes están ahora tristes pero volveré a verlos y se alegrará su corazón y su alegría nadie se las podrá quitar. Ese día no me van a preguntar nada. Pidan y recibirán para que su alegría sea colmada” (Jn 16, 22-24). Está hablando en un contexto de dolor porque se viene la cruz y sin embargo el Señor obstinadamente repite el tema de la alegría.

Y el otro texto clásico es de San Pablo y dice: “Estén siempre alegres en el Señor” (Filip 4,4-7). Nos conoce, sabe y se da cuenta que hay resistencia en nosotros y dice: “Se los repito, estén alegres. Que la bondad de ustedes sea conocida por todos los hombres”. Y después da la razón de esa alegría: “el Señor está cerca”.

Fíjense que linda expresión. Uno puede imaginar el sentido del final de los tiempos, pero también uno puede entenderlo en el sentido que el Señor está cerca, junto a nosotros, en lo hondo de nuestro corazón y esto para nosotros es motivo de alegría por eso agrega Pablo: “No se inquieten por cosa alguna”.

Es curioso que a veces haya una resistencia en nosotros a la alegría. A veces tenemos la sensación de que uno es más fiel sufriendo que gozando, lo que es una gran mentira, algo que quizás los curas y catequistas hemos enseñado mal. Así da la impresión que sufriendo uno es más fiel al Señor que gozando, lo cuál es grave como afirmación, porque el gozo, la alegría, es lo más propio del cristiano. En los tiempos de alegría nuestra fidelidad se manifiesta en disfrutar, así como en los tiempos de dolor nuestra fidelidad se manifiesta en la paciencia. Santa Teresa lo resolvía diciendo aquello: “Cuando perdices, perdices, cuando penitencia, penitencia”. Perdices aludiendo a un plato rico, entonces cuando son tiempos lindos disfrútelo, soy fiel disfrutándolo. Cuando vienen los tiempos de dolor, aguante.

Éste es el desafío, el saber que el gozo es tan importante y más que el dolor. Para un cristiano el gozo, la alegría y la resurrección debería ser el estado habitual. Por otro lado no somos ingenuos, sabemos que hay momentos de mucha tristeza, hay dolores grandes, pérdidas muy dolorosas, pero entonces con mucha sabiduría, los monjes decían que en los tiempos de mucho dolor la alegría toma la forma de la paciencia. Es decir la alegría se queda como esperando y no la arranca del corazón. A la tristeza la podemos ofrecer momentáneamente mientras sufrimos pero no puede ser un estado de vida si es que queremos ser cristianos, aún cuando nos lleve mucho sacrificio el salir de la tristeza. Esto es lo que el Señor resucitado nos trae como primera gran gracia de la resurrección y diría yo que es la gracia más importante que tenemos. Alegría que a veces cuesta definirla, y es más fácil experimentarla y uno lo descubre en las personas que son alegres y es como si te hicieran la vida más fácil.

A veces uno tiene lo suficiente para ser feliz y estar contento y sin embargo se siente incómodo. Hay una tesis doctoral de un Jesuita norteamericano que lleva un título interesante, “El malestar de sentirse bien”. A veces cuando estamos bien empezamos a sentirnos incómodos, y sospechamos que hay algo que anda mal o que estamos haciendo mal y no nos estamos dando cuenta... O algunos dicen: “andamos bien” y agregan una frase terrorífica: “qué se vendrá”. O a veces peor todavía se la colgamos a Dios y decimos: “andamos bien, qué me estará preparando el Señor”. Como si el Señor estuviera metido en una especie de laboratorio y al vernos bien piensa inmediatamente algo para mandaros. Es una imagen muy triste de Dios y nada tiene que ver con la realidad. Decimos: “¿Qué se vendrá?” Y capaz que se viene más gozo todavía y si yo no me dispongo desaprovecho la oportunidad, o peor aún la aborto antes de que florezca. Yo le robo una frase a Borges que el toma de la mitología griega y dice: “De hambre y de sed muere un hombre al lado de la fuente”. A veces en lo espiritual pasa esto, tenemos lo suficiente para estar contentos -no la plenitud porque la plenitud sólo se va a dar en el cielo- y no termina de creerle y le tiene desconfianza. Y salimos a buscar alguna contradicción por ahi, y por supuesto que rápido encontramos alguna y nos sentimos más seguros cuando estamos sufriendo. Esto es una especie de límite o enfermedad espiritual que sería muy bueno que nos animemos a vencerlo.

“Alégrense”

La gracia que Ignacio pide en este momento nos lleva a las contemplaciones de la resurrección y en ellas, el primer gran mensaje de la resurrección es: “alégrense, ánimo”, o dicho negativamente: “por qué dudan, no tengan miedo”. El gran mensaje del Señor en la resurrección es la alegría. El gran mensaje de Jesús, el imperativo cada vez que se encuentra con los discípulos es sacarlos de la tristeza, es la alegría.

Por otro lado el gozo para nosotros es esencial porque es testimonial, no es un privilegio ya que el gozo para el cristiano es necesidad, es obligación y es parte esencial del anuncio. Decía Pablo VI, “un evangelizador triste traiciona el mensaje” decía en la carta apostólica “El anuncio del evangelio”. El anuncio del evangelio debe ser dado en alegría porque el gozo del anunciador será el elemento que seduce, interpela y le da credibilidad al mensaje y provoca en el que escucha la convicción de que este anuncio, por lo que se ve en su rostro y en sus gestos, vale la pena y es realmente buena noticia. No hace falta ser muy geniales para darnos cuenta que una de las tentaciones más fuertes y sutiles de este mundo y también de muchos cristianos y en muchos casos de nuestra Iglesia es la tristeza. A mí siempre me pareció muy sugestivo el planteo de muchos padres de la Iglesia que no consideraban a la pereza la madre de todos los vicios, como solemos decir, sino a la tristeza.

Cuando leemos los textos de la resurrección notamos cuánto le costó al Señor consolarlos, sacarlos de su tristeza, animarlos al anuncio gozoso de la resurrección. Se dice que Cristo fue tan paciente en su vía crucis como después de su resurrección cuando durante cincuenta días los buscó personalmente a cada uno de ellos para consolarlos. El Cardenal Martini dice que Jesús tuvo una pedagogía particular de acuerdo con la circunstancia y el modo de ser de cada uno.

Por ejemplo, a Magdalena, la afectiva, nombrándola con ternura; a Juan, el intuitivo, por medio de la piedra corrida y la sobreabundancia de la pesca; a Pedro en su lentitud le dejó los lienzos y el sudario doblado, lo hizo participar de la pesca milagrosa y le envió a Juan para que le dijera en la pesca “Pedro, es el Señor” y Jesús le preparó aquél delicado desayuno y después lo llamó aparte para conversar. Tenía que hacer que aquél hombre todavía herido por la triple negación de su traición se curase con un triple sí, “Señor tú lo sabes todo, tú sabes que te amo”, va a decir Pedro. Y a los discípulos encerrados, muertos de miedo se les manifiesta vulnerando sus puertas cerradas y pacificándolos. Con los discípulos de Emaús va a tener que caminarse unos cuántos kilómetros para ir calentándoles el corazón y finalmente lo puedan reconocer al partir el pan. Con Tomás, el escéptico, tiene que redoblar los gestos, y cuando aquél vuelve a la comunidad, lo llama y le concede su capricho: “Toca, mete la mano en mi costado”.

El gozo para nosotros se constituye en una exigencia personal. La posesión y perseverancia de algo muy nuestro que es don pero que se cuida, que se defiende, que no se negocia a cambio del gozo eufórico falaz y pasajero que ofrece seductoramente el mundo. Y se constituye en una exigencia apostólica. El gozo es para ser dado, es el puente tendido de un corazón a otro por el que cruza la Buena Nueva y la hace creíble.

Pronzato hace hablar a un hombre no cristiano reclamándole a quién dice ser cristiano, lo que le es más propio y que más necesita de él para poder creer, que es la alegría.

El no cristiano dice: “Tengo necesidad de tu alegría hermano, el servicio más grande que espero de vos es la alegría. La alegría de los superficiales, de los oportunistas, de los mediocres, de los ricos, de los condenados a placeres forzados, de los esclavos de la apariencia, de los vanidosos... ya la conozco, ya sé lo que es. Yo tengo necesidad de la alegría de una persona que se ha jugado su vida por el Señor, me interesa, tengo que descubrirla y necesito conocerla, mirarla a la cara, aprenderla. No la escondas por favor, no la enmascares. Cometerías un robo, nos privarías de algo a lo que tenemos derecho. Muéstrame a Dios con tu alegría, no me interesa saber lo que es Dios en sí mismo, cualquier libro me puede dar esas nociones yo tengo ganas de saber lo que es Dios en vos, qué provoca en vos, como te transforma. Me urge descubrir lo que sucede cuando Dios llena completamente una vida. Pido a tu alegría, los signos de la presencia de Dios en tu existencia. No dudo de tu muerte en Cristo, pero me hacen falta las señales de tu vida en Él”.

Estas palabras fuertes de Pronzato de alguna manera nos ponen de frente a la exigencia que el mundo nos pide a nosotros como testimonio. Y por eso Ignacio en este momento pide “gracia para alegrarme y gozar intensamente de tanta gloria y gozo de Cristo nuestro Señor”.

 La Piedra fue corrida

Otro texto que les propongo es en Marcos 16, 18 que podemos unirlo a Juan 20, 11-18, la escena donde las mujeres van al sepulcro. Posiblemente fue una sola escena dividida en dos momentos, uno puede imaginar como le dé más devoción.

“Pasado el sábado, María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé compraron perfume para ungir el cuerpo de Jesús. A la madrugada del primer día de la semana cuando salía el sol fueron al sepulcro y se decían entre ellas: ¿quién nos va a correr la piedra de la entrada del sepulcro? Pero al mirar vieron que la piedra ya había sido corrida, y era una piedra muy grande. Al entrar al sepulcro vieron a un joven sentado a la derecha vestido con una túnica blanca. Ellas quedaron sorprendidas, pero él les dijo: “No teman, ustedes buscan a Jesús de Nazareth el crucificado, ha resucitado, no está aquí. Miren el lugar donde lo habían puesto, vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que él irá antes que ustedes a Galilea, que allí lo verán como el se los había dicho. Ellas salieron corriendo del sepulcro porque estaban temblando y fuera de sí, y no dijeron nada a nadie porque tenían miedo”.

Esta escena tan hermosa expresa todo el amor de ellas por el Señor. Uno podría ver el camino de estas mujeres en la mañana del domingo, puede imaginarlas, queriendo ungir el cuerpo de Jesús y a la vez conscientes de la piedra que podría impedirles hacerlo. Es interesante que mientras van de camino se tientan, se acuerdan de la piedra, se dan cuenta que era inútil seguir yendo porque a esa piedra no la iban a poder correr... y sin embargo es muy lindo porque no se vuelven sino que siguen caminando y Dios las bendice cuando ya estando cerca, descubren que la piedra, que era muy grande, ya estaba corrida.

Hay piedras nuestras que sí las podemos correr, siempre con la ayuda del Señor. Por ejemplo en la tumba de Lázaro Jesús les dice a la gente allí: “Corran la piedra”. Hay piedras que uno puede solito, con la ayuda del Señor, correrlas, y hay otras piedras que si Él no las corre es imposible. Hay cosas que uno las pone muy en manos de Dios porque uno solo no puede, uno toca el límite y el texto nos presente uno de estos casos. Luego lo imprevisto, la preocupación de la piedra se desvanece al ver que había sido corrida. El Cardenal Bergoglio comenta en una homilía del 2006 de la Vigilia Pascual, “la dificultad se vuelve puerta de entrada, la duda aflora en horizonte prometedor, la sorpresa engendra esperanza, lo que era muro e impedimento se transforma en nuevo acceso a otra certeza y a otra esperanza que las pone nuevamente en camino. “Vayan ahora a decir a sus discípulos y a Pedro que Él irá antes que ustedes a Galilea y allí lo verán como Él se los había dicho”.

Y ahí comienza un nuevo camino, en continuidad con el anterior pero nuevo: “Vayan, allí lo verán”. Estas mujeres que distaban bastante de estar tranquilas, salieron corriendo temblando y fuera de sí, “tenían miedo”, dice el evangelista. Sienten en sí el estupor que produce todo encuentro con el Señor quién de esta manera se va acercando a ellas para manifestárseles plenamente.

Este camino que hacen estas mujeres, que hace María Magdalena, María la madre de Santiago y Salomé, puede confrontarse con nuestro camino en los ejercicios. Uno puede imaginarse el camino que hemos hecho hasta aquí en los ejercicios y entonces podemos preguntarnos: ¿qué tal mi camino? ¿Va en dirección de la promesa del encuentro con Jesús resucitado? ¿Se detiene y vuelve atrás ante la dificultad de las tantas piedras de la vida? ¿O como los de Emaús disparan hacia el lado contrario para no tener dificultades? ¿O como los otros discípulos, prefiero la parálisis, el encerrarme, y la defensa ante cualquier horizonte de esperanza. Mi camino, el personal, ¿apuesta a la esperanza?, ¿busca el encuentro? ¿Se dejó tocar por la noticia y sale corriendo de todo lo que es sepulcro y muerto? ¿sale corriendo temblando y fuera de sí con miedo porque sintió el escalofrío del anuncio y el estupor de la presencia?

Javier Albisu siempre comenta en sus meditaciones: “El sepulcro encierra una esperanza guardada, una esperanza contenida, que ninguna piedra por grande que sea podrá tapar”. No se puede frenar la vida, no se puede tapar la vida, y allí todo huele a plenitud del vivir, todo allí huele también a niño, a una especie de nuevo Belén, en esa tumba con la piedra corrida. La muerte cede el lugar a la vida. La vida va desatando aquellos nudos de muerte que la tenían atada y aquellas vendas arrojadas en el suelo son como una bandera rendida, la bandera de la muerte. La piedra ha sido corrida y da mido entrar. Estas mujeres, al ver la piedra corrida se alegran, igual cuando llegan Pedro y Juan, pero les da miedo imaginar lo que se pueden encontrar. Da miedo pensar como será un vivir nuevo.

El Señor viene con la fuerza y el consuelo propio del resucitado para ayudarme a pasar a la vida, a mi vida diaria de resucitado y normalmente la primera reacción es el miedo, es lo que más le cuesta a Jesús sacarles a ellos y sacarnos a nosotros. Al Señor le es más fácil aliviarnos en el dolor que fortalecernos en la alegría. Dice allí: “Estaban llenos de temor”. En la otra escena dice: “No se atrevían a levantar la vista del suelo”. Tenemos miedo que en el gozo se avecine algo malo tal como hemos dicho al comienzo, por lo tanto nos hará bien quedarnos junto a la piedra removida.

Puede ser un modo de rezar, contemplar esa escena y quedarnos junto a la piedra corrida hasta que esa certeza de lo que Dios ya hizo por mí sea algo incuestionable. Ayudará pasar por la memoria del corazón las piedras que el Señor ya corrió, esquemas que el Señor removió, obstáculos o impedimentos que quitó en nuestra vida, proyectos que renovó, la luz que nos dejó quizás en momentos de mucha oscuridad, la confianza que nos puso de pié en momentos de tristeza o de prueba. Muchas veces nos ocurre como a aquellas mujeres que seguimos buscando entre los muertos al que está vivo, lo buscamos en las cosas oscuras, lo buscamos en las parálisis. Dios pasó por todas aquellas situaciones que nosotros creíamos clausuradas y de las cuáles parecía que no saldríamos más.

Por lo tanto, pedir dejar consolarme por el resucitado a las puertas de mi sepulcro, junto a la piedra que Él ya removió. Aquello tan lindo si quieren en 1 Corintios 15, 54 -55 “La muerte ha sido vencida, ¿dónde está muerte tu victoria, dónde está tu aguijón?”
Y si quieren centrarse en la mirada de Magdalena que también fue entre aquellas mujeres, pero San Juan la toma aparte. Puede ser que Magdalena o regresó con las mujeres y después se volvió solita o quizás se quedó en la duda y entonces tiene el encuentro con aquel jardinero a quién no reconoce que es el Señor. Dice por allí algún autor que a veces las lágrimas no nos dejan ver y el dolor nos enceguece, y es un poco este caso, Magdalena lo tenía al Señor al lado y no lo podía reconocer, y muchas veces a nosotros nos pasa lo mismo. A ella no la frena ni la piedra ni su historia, que la historia de Magdalena era una piedra pesadísima ciertamente, corre, pero a la vez cree y no cree, no se anima a la luz, la vislumbra pero prefiere todavía hablar de muerte. Cuando vuelve a los discípulos dice: “Se han llevado el cadáver”. Ella sigue dolorosa y el Señor viene glorioso. Es como si nosotros le dijéramos: “Yo doloroso, y vos venís glorioso; yo rumiando tristeza y vos venís diciéndome “alégrense”; yo coleccionando tinieblas y vos diciéndome “llénense de luz”; yo tirado y vos diciéndome “tengan ánimo”; yo lápida y vos piedra corrida”.

Es hermosa la secuencia de resurrección que vamos a rezar también el día de Pascua “Dinos María Magdalena ¿qué viste en el camino para tener esta alegría tan grande?” Nosotros podríamos seguir “¿Qué viste en el camino de este tiempo?, ¿cuál ha sido esa piedra corrida que hace que tu actitud sea tan distinta?”.

 El P. Ernesto Giobando, habla de esta piedra del sepulcro abierto como signo de la vida futura:

“Quién nos correrá la piedra? se preguntan las mujeres que acuden al sepulcro, ¿quién nos correrá la piedra de la falta de fe?, ¿quién nos correrá la piedra del egoísmo?, ¿quién nos correrá la piedra que aprisiona la esperanza?, ¿quién nos correrá la piedra que impide tantas muestras de ternura?, ¿quién nos correrá la piedra de la falta de diálogo en nuestras familias?, ¿quién nos correrá la piedra del apuro para dar lugar al sosiego?, ¿quién nos correrá la piedra de la injusticia que deja a tanta gente al borde del camino?, ¿quién nos correrá la piedra de la impunidad que nos hace sentir exiliados en nuestra propia tierra?, ¿quién nos correrá la piedra de la inseguridad que nos lleva a vivir enfrentados y temerosos entre hermanos?”

Y entonces dejar que el Señor nos diga: “No teman, ¿ustedes buscan a Jesús de Nazareth, el crucificado? Ha resucitado, no está aquí, miren el lugar donde lo habían puesto”. Que este sea el paso en este caminito de resurrección donde Ignacio nos pide que dejemos los pensamientos tristes y que traigamos a la memoria todas las cosas lindas. Ignacio sugiere que en esos días de ejercicios comamos bien, abramos las ventanas, contemplemos la flores. Busca que los gestos externos acompañen la contemplación de este Señor lleno de alegría y que nos anda buscando. Si nos buscó en la pasión con tanta paciencia, nos busca ahora para sacarnos de los desencantos y de las tristezas... Nos busca porque nos quiere y porque nos necesita. Somos nosotros sus anunciadores y no son tiempos para andar con anunciadores enfermos de tristeza que por la misma tristeza hacen que el mensaje no sea creíble. A animarse y a dejarse mirar hondamente por el Señor y dejarnos decir, con ese rostro transfigurado, hermoso, de Cristo resucitado, “Ánimo, alégrense, no tengan miedo”.

Con estas contemplaciones comenzamos esta última etapa de los Ejercicios Espirituales, hermosa, de la contemplación de Cristo resucitado.

17° Día Ejercicios Espirituales : EL CAMINO DE LA PASIÓN

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En los días anteriores estuvimos rezando entorno a la última cena en dónde nos dejamos lavar los pies por Jesús y escuchamos sus palabras de despedida, dejándonos asombrar por este Señor que en la pasión, hace suyo los dolores y los sufrimientos de todos los hombres y mujeres del mundo y de todas las épocas.

Nos dice la hna Marta Irigoy, que es una linda gracia para pedir, que experimente como en la cruz del Señor, está mi cruz. Este "por mí" que siempre es bueno recordar. El Señor que por mis pecados va a la cruz, pero no por culpa mía sino porque me amó y se entregó por mí y porque no quiere que nadie se pierda... Jesús en la cruz es el buen pastor, se carga con mis heridas y a través de sus heridas me sana y nos sana.

San Ignacio no busca que estas contemplaciones de la cruz sean causa de dolorismos estériles, sino de consolaciones profundas, consolaciones fecundas, para consolar a otros.

Por eso al presentar esta etapa de los ejercicios lo hace teniendo en el horizonte la Pascua, contemplamos en estos días el misterio pascual, centro y sentido de nuestra fe. Estamos invitados a entrar en el misterio pascual que es un misterio de amor que tiene como fundamento el anonadamiento del hijo. Jesús no entra en la pasión como un super hombre, sino que atraviesa este paso tomando la fragilidad como compañera, y en ella descubrimos la desconcertante fortaleza de Dios.

Contemplar ignacianamente la pasión es sumergirnos en el eterno presente del hoy, por eso en este hoy estamos invitados a descubrir en cada dolor propio y de mi prójimo, el acontecer de algo sagrado. 

La Pasión sucede hoy y en este hoy el Señor me invita a caminar silenciosamente para descubrir de un modo nuevo, cómo el anonadamiento te revela la gloria de Dios.

Recorrer con Jesús la Pasión
Padre Ángel Rossi

 Dentro del seguimiento del Señor decimos que la espiritualidad ignaciana es una espiritualidad de seguimiento del discípulo, de aquel que escucha el llamado y lo sigue sirviendo, encontrando el lugar donde el Señor nos pone para el servicio. Por eso buscamos la voluntad de Dios para seguirla.

En esta etapa de los ejercicios el seguimiento se hace más difícil porque ya no seguimos a un Señor fascinante sino a un Señor desconcertante, silencioso, que ya prácticamente no habla. A medida que nos vamos acercando hacia la Cruz, el Señor se va silenciando, y el que es la Palabra se hace silencio.

Ayer como composición de lugar rezamos en torno al lavatorio de los pies, y en lo que se llama las despedidas y la oración sacerdotal; nos hemos sentado a la mesa con los discípulos, nos hemos dejado invitar por el Señor a lavarnos los pies y el Señor nos dejó en el símbolo de la palangana, la jarra y la toalla - explicándonos a través de un gesto plástico - lo que espera de nosotros. Él espera que podamos tomar estos instrumentos como símbolo de servicio.

Hoy les propongo que sigamos leyendo la pasión: Evangelio según San Juan 18 y 19; o si quieren tomar los otros evangelistas, Mateo a partir de capítulo 26 y 27, Marcos 14 y 15, Lucas 22 al 23. Buscando el evangelista que nos da más devoción, la propuesta es acompañarlo al Señor. Nos ponemos al lado de Él en actitud de servicio. Uno puede imaginar que tratamos de suavizar las penurias del Señor y la composición de lugar puede ser cualquiera de las escenas de la pasión.

Al ir recorriendo y haciendo una lectura serena, nos quedamos "allí donde encuentro gusto", donde siento que me hace bien y que me podría quedar dándole vuelta al tema y conversar con el Señor, para reflexionar sobre mi vida.

Romano Guardini decía que en el Vía Crucis, en el camino de la cruz, el desafío es encontrar dónde el Señor me está esperando. Es como si en Jerusalén hubiera un rinconcito donde el Señor me espera a mí. Para unos será sentado en la mesa en la Última cena, para otros será en el camino de la cruz, otros al pie de la cruz junto a la Virgen; para otros será con Nicodemo y José de Arimatea en el sepulcro cuando van a pedir el cuerpo del Señor; para otros puede ser cuando está en los patios de Pilatos y de Caifás donde el Señor pasó horas sentadito en soledad... son escenas que a veces se nos pasan de largo y son donde el Señor está a la intemperie esperando un juicio injusto y lo acompañamos en su soledad y paciencia.

 Por lo tanto la composición de lugar es seguirlo al Señor en cualquiera de las escenas de la Pasión, que pueda servirnos para la contemplación. Incluso diría, no apurarse a ir a la cruz. En cada gesto de la pasión el Señor está en plenitud. Y lo que pedimos en este momento, será aquí “dolor con Cristo doloroso, quebranto con Cristo quebrantado, lágrima y pena interna de tanta pena que Cristo paso por mí”. Pedimos el compartir con Jesús, desde el agradecimiento del "por mí". Cada gesto de la pasión fue por todos los hombres de todos los tiempos y también cada gesto fue por mí. Por supuesto que esto es una utopía pero si el mundo hubiera sido yo solo, el Señor no se hubiera borrado en ninguno de los gestos de la pasión, hubiera tenido los mismos gestos que tuvo y lo hubiera hecho solo “por mí”. Este "por mí" es muy fuerte porque nos mueve al agradecimiento pero también nos mueve a la admiración y al compromiso.

Normalmente frente al gozo uno tiende a retenerlo, a prolongarlo entonces cuando uno tiene momentos lindos uno quisiera eternizarlos... es la tentación de Pedro en la transfiguración, “hagamos tres tiendas” como diciendo “no bajemos del monte, no vayamos a Jerusalén, nos quedemos acá”. Y el Señor le dice que hay que seguir el camino.

Pero ante el sufrimiento la reacción natural es huir, desentendernos... por eso se dice que frente a la pasión y la cruz, normalmente hay dos posturas, no hay muchos puntos medios. Frente a la pasión o huimos o permanecemos, son dos actitudes del corazón y justamente la gracia que pedimos es la permanencia, “que yo pueda estar”.

 Textos  Iconos de Huida:

Los discípulos resistiéndose a que Jesús vaya a sufrir y que suba a Jerusalén,
  • Marcos 9 - 32: Segundo anuncio de la Pasión: “ellos no entendían lo que les decía y tenían miedo de preguntarle”
  • Marcos 14, 37: Los discípulos durmiéndose en Getsemaní, como un modo inconsciente de evadirse justo cuando el Señor los necesitaba junto a Él, acompañándolo. En el momento más terrible, los tres se duermen como quien no entiende o no soporta.
  • Marcos 14 -50: "y abandonándole huyeron todos"

Textos Iconos de Permanencia
  • Lucas 22 – 28: "Ustedes son los que han permanecido conmigo en las pruebas"
  • Mateo 26, 38: "Permanezcan aquí y velen conmigo" lo que Jesús les pide a los discípulos en Getsemaní,
  • Juan 19, 25-26: "junto a la cruz de Jesús estaban su madre, María de Cleofás, María Magdalena" "Jesús viendo a su madre y a su lado al discípulo amado”... es quizá el icono por excelencia de la permanencia. El texto nos dice que simplemente “estaba”. El desafío para nosotros es “estar” en silencio al pie de la cruz y pedir la gracia de no huir.

Habría que analizar cuáles son las formas con las que nos fugamos de nuestra cruz. Cada uno tiene su modo de huir, pero a la cruz no se la puede “gambetear”. Se dice que el un hombre que huye no soporta el silencio, no sabe de espera, no aguanta ni abraza nada y se saca de encima todo. En cambio el hombre que sabe estar al pie de la cruz, espera, aguanta, abraza, sostiene. En esta imagen del “saber estar”, está simbolizada en María.

“Estar junto a Él”

Otras forma de meditar es estar frente al Señor, junto a Él. Uno puede imaginar una escena, un Jesús sentado en un patio solito en el momento que va hacia la cruz o en el momento que es crucificado... quedarnos junto a Él, mirarlo, permanecer a su lado y hasta les diría que suelten los textos. Uno los lee y después los deja y se queda frente al Señor en cruz y permanece a su lado pobre y silenciosamente, y dejar que fluya lo que salga. Para unos fluirá el agradecimiento, para otros surgirá la petición, para otros el pedido de perdón, para otros el deseo de servirlo. El desafío es ir allí y ponerse frente a Él.

Van der Meer, poeta holandés, cuando habla de su conversión en "Nostalgias de Dios" la define de esta manera: “el viernes santo entre las doce y las tres de la tarde, encontré todas las respuestas a las grandes preguntas de mi vida”. A ésta conclusión el poeta la obtuvo sentado frente a la cruz de Jesús en Notedrame, la Catedral de París.

Algún autor dice que Cristo en cruz es como un libro abierto que tiene una palabra para mí, y se pregunta el autor por qué no vamos más seguido a leerlo, a buscar la palabra que el Señor desde la cruz tiene reservada para mí. Ésta es otra forma, quedarnos frente a la cruz y dejar que el Señor nos consuele, nos de fuerzas, nos anime, que nos llame, que nos sostenga... lo que a cada uno le brote del corazón. Dejar que fluya el sentimiento y poder decírselo al Señor con nuestras palabras.

En Hebreros 12,2 San Pablo dice “levantemos la mirada hacia Jesús”, esto es lo que buscamos... fijar la mirada en Jesús en la cruz, ya que Él es el guía, el conductor, el que va delante de ti, el que te precede en el camino, el que te conduce en medio de la oscuridad y de las dudas, el que te enseña a ir más allá de todas las las noches.

Otro modo de rezar que nos puede ayudar en la pasión es poder trasladarme mentalmente a algún lugar de dolor dentro de los lugares donde se desarrolla nuestra vida (trabajo, estudio, familia, etc). En cada uno de los ámbitos en que nos movemos uno podría - si nos animásemos - ver cuál es el lugar de más dolor. A veces dentro de mi familia, cuál es el que de un modo especial necesita que estemos cerca, que animemos, que consolemos, que acompañemos... y entonces trasladándome a ese lugar con la imaginación poder recorrer la pasión pero dándole un sentido de encarnación, no está en el aire sino que es una experiencia encarnada en nuestra vida.

 El grito de Jesús

Hay un comentario de Martín Descalzo en el que dice que le llama la atención que en Mateo 27,50 dice allí que “Jesús lanzando un fuerte grito expiró”. La tradición de la Iglesia nos hace rezar lo que llamamos las últimas siete palabras de Cristo pero muchos Santos Padres se han fijado en esta octava palabra que no está explicitada. El texto no habla de un murmullo o susurro. ¿Qué sería este fuerte grito? ¿Un grito de fracaso, un grito de triunfo o una mezcla de las dos cosas?

Sin querer forzar el texto uno podría imaginar que en ese grito me nombra a mí, me hace pasar por su corazón y me nombra. En su devoción uno puede imaginar que el Señor al morir nos nombró con todo el amor del mundo, con ese amor infinito con el que va a la cruz.

Por otra parte, ese grito del Señor en la cruz antes de expirar tiene un eco, queda tácito, no sabemos lo que dijo pero es un eco que queda en toda la historia, en cada hermano que sufre y que necesita un oído atento. A veces puede ser un gemido muy suave y a veces un grito tan estridente que huimos para no escuchar... es el grito de la noche oscura de los santos, es el grito de los hospitales, es el grito de los solitarios, es el grito de los que están sin trabajo, son los gritos de los niños de la calle y tantas formas de grito. A veces sonoros y a veces gemidos muy suaves pero tremendamente profundos, y si nosotros no permanecemos no los vamos a poder escuchar. Tomará la forma de soledad, de enfermedad, de angustia conforme a aquellos que conocemos y están cerca nuestro.

Martín Descalzo decía:
“A veces me pregunto si Dios no debería concedernos a todos los humanos un don, un don terrible. Concedérnoslo una sola vez en la vida y sólo durante cinco minutos: que una noche se hiciera en todo el mundo un gran silencio y que, como por un milagro, pudiéramos escuchar durante esos cinco minutos todos los llantos que, a esa misma hora, se lloran en el mundo; que escucháramos todos los “ayes” de todos los hospitales; todos los gritos de las viudas y los huérfanos; experimentar el terror de los agonizantes y su angustiada respiración; conocer -durante sólo cinco minutos- la soledad y el miedo de todos los desocupados del mundo; experimentar el hambre de los millones de millones de hambrientos por cinco minutos, sólo por cinco minutos. ¿Quién lo soportarla? ¿Quién podría cargar sobre sus espaldas todas las lágrimas que se lloran en el mundo esta sola noche?

Ésto no es para darle vuelta al dolor sino para pensar en el gesto inmenso del Señor por nosotros. Al ponernos frente a la cruz del Señor nos animemos a pedirle la gracia de tener el oído atento para poder ver en nuestra propia vida, en el hoy que nos toca vivir, qué forma tiene este grito del Señor al expirar y de qué manera el Señor me llama a mí a través de él. Uno puede animarse a saber en dónde está encarnado este fuerte grito cuando el Señor expira, que es un grito del que también hay que hacerse cargo.

Jesús nos regala a su Madre

El Señor con mucha delicadeza nos ha hecho el más precioso regalo para poder vivir la cruz. Cuando parecía que el crucificad ya no tenía nada más para dar, cuando el despojo era total, tiene esta delicadeza de regalarnos lo más hermoso, lo mas grande, lo que normalmente uno no regala que es a su madre.

En los momentos de abatimiento y de debilidad es cuando tenemos más cerca a la Virgen para exponerle todos nuestros pesares frente a las fragilidades, nuestros despojos y nuestros pecados. Creo que nos hace bien ir a cobijarnos cariñosamente a los brazos de la Virgen porque es un lugar del que difícilmente podemos huir.

Julian Green, el escritor francés, posiblemente imaginaba en el momento de la piedad a la Virgen con Jesús en brazos, y en ella se vuelve a repetir el gesto del nacimiento en donde la Virgen lo recibió recién nacido. Misteriosamente el escritor halla la fragilidad del hijo recién nacido en el despojo del hijo bajado de la cruz, entregado y ya vencido. Algunos autores dicen que en este bellísimo signo de la Piedad tenemos el símbolo más hermoso y perfecto de la esperanza.

En los brazos de la Virgen se gesta la más hermosa de las dulzuras. Allí comienza la esperanza cristiana, porque la esperanza cristiana nace cuando ya humanamente no hay nada que esperar. En el cuerpo liquidado del Señor que ya no tiene nada más para dar porque lo dio todo, curiosamente comienza a gestarse la resurrección. Nosotros a veces también nos sentimos un poco así, como muertos en los brazos de la Virgen o querríamos poner en sus manos aquellas cosas que humanamente ya no nos prometen absolutamente nada. Posiblemente de allí comience a surgir misteriosamente la parte más hermosa de nuestra fe, lo más dulce de Cristo, ahí comienza la resurrección, cuando lo humano de Cristo no ofrece nada.

Posiblemente Julian Green imaginaba esta escena de la Virgen y entonces se toma la atribución como hijo de acurrucarse junto a ella... así como los niños que ponen la cabeza sobre la falda de la mamá, y dice:
“A María la saludo porque es hermosa y porque estoy completamente solo y tengo la necesidad de hablar a alguien que me escuche bondadosamente. Entonces yo le expongo todas mis alegrías y todos mis pesares, me lamento ante María de mi soledad y estoy menos solo, le digo que tengo un corazón humano y que este corazón tiene frío y ella lo comprende porque es la madre de toda la humanidad. Cuando cierro los ojos es como si me acurrucara contra ella con la frente entre sus rodillas y como si ella me acariciara el cabello con la punta de sus dedos. Tales son las fantasías de un alma embriagada de tristeza”.

Una imagen bellísima de un hombre sumamente pecador pero también sumamente piadoso, que se siente muy hijo y que necesita ese lugar de cobijo en este caso junto a la Virgen dolorosa. Es un modo de contemplar la pasión que nos puede hacer bien, pegarnos a la Virgen, porque de otro modo no nos daría la vida para transitar la pasión.

María, quédate en casa

Y quizá tomando esta misma escena de Juan en donde Jesús nos entrega a su madre, puede servirnos también aquella escena donde Jesús le entrega a Juan como mamá.

“Jesús desde la cruz le dijo a María “la casa de Juan es tu casa, María”. A partir de ese momento María sería la madre de Juan y Juan sería su hijo. Ella que había vivido en la casa de Dios ahora tendría que vivir en la casa de los hombres, pero aceptó muy gustosa ir a vivir a la casa de Juan, y seguramente estaría muy gustosa de venir a vivir en cualquiera de nuestras casas.

Es muy probable que además de vivir en la casa de Juan pasara temporadas en las casas de los otros apóstoles. Todos querían tener a María en su casa y seguramente María recorrería la casa de todos. Por lo tanto, nos puede surgir como oración a nosotros, poder decirle: “Vení a nuestra casa María”.

Es probable que Juan tuviera su casa desordenada y que hubiera polvo por todos los rincones y platos sin lavar, y María se pondría a ordenar todo aquello. Ella sabía hacerlo muy bien porque había sido ama en la casa de Dios. Todo quedaría pronto más limpio, mas ordenado, más agradable.

“Verás María, ese pequeño desorden que encontraste en la casa de Juan lo vas a encontrar en todas nuestras casas, y probablemente más lío que en la casa de Juan. En nuestra casa también suele haber muchas cosas que no están en su lugar... probablemente en la casa de Juan encontraste redes desordenadas y te pusiste con tu paciencia a desenredarlas. En nuestras casas también vas a encontrar varias cosas enredadas, varios lazos familiares que se han roto y otros se han retorcido... María, vos sabés cómo desenredar y soltar todo esto, te agradeceríamos que te des una vuelta por nuestras casas para desenredar más de un lío.

 En la casa de Juan encontrarías cosas que no estaban en su sitio, también en nuestros hogares puede que encuentres un poco de esto, personas que no están en su sitio, madres de familia que están poco en casa, hijos que no son controlados como deberían estarlo, esposos que no están en el sitio de esposos y ancianos que quizá estén demasiado arrinconados.

En la casa de Juan seguramente has encontrado cosas que estorbaban, que no servían para nada más que para ocupar lugar y juntar polvo... también en nuestras casas vas a encontrar cosas que sobran. A veces sobra el egoísmo, a veces los malos modos, a veces el mal humor, a veces la violencia.

Tu en la casa de Juan irías poniendo cada cosa en su lugar hasta que no faltara nada de lo que debe haber en una casa. Ven a nuestras casas María, porque a nosotros también nos faltan cosas importantes para la casa. En algunas casas falta la paciencia, en otras falta el sacrificio, en otras falta el amor, en otras la alegría.

María te pedimos que te des una vuelta por nuestras casas, solo vos puedes ayudarnos a organizar bien nuestros hogares... Vos que pusiste la casa de Nazaret con tanto gusto que vino a vivir el mismo Dios con vos.

Te invitamos a nuestra casa porque sabés muy bien que desde que murió tu hijo Jesús tu casa es la casa de Juan, tus casas son las casas de tus hijos, los hombres. Ven a vivir con nosotros que estás en tu casa, María”.

Quizá nos pueda ayudar después de contemplar la Pasión o durante la Pasión, ponernos codo a codo con la Virgen y pedirle que ella nos acompañe y nosotros acompañarla a ella.

En la composición de lugar podríamos decir “¿quién soy yo para acompañarla a ella? Pero acá estoy, si en algo te puedo ayudar, aunque sea para que me sientas cerca...” Y a la vez que ella nos de fuerza para también nosotros hacernos cargo de nuestra propia cruz y de hacer nuestro propio caminito de pasión que va hacia la resurrección.

Lo dijimos el otro día no lo contemplamos desde el fracaso, no lo seguimos al Señor desde lo deprimente sino que pasamos por el dolor como un puente que va hacia la resurrección y esto es importante también para nosotros.

Que sea esa la gracia, que podamos meditar serenamente la pasión durante estos días. Frente a la cruz, en silencio, dejen que el Señor nos diga la palabra que mas necesitamos escuchar. Y a la vez, trasladarnos con el corazón a algún lugar de dolor y cruz en donde como los discípulos, nosotros también le esquivamos y huimos.

Que el Señor nos de la gracia y la fuerza junto a la Virgen de la permanencia de no aflojar y estar humildemente junto a él.