martes, 31 de diciembre de 2024

Final de año: Buscando la forma de una felicidad posible...

Escrito por el  P. Eduardo Casas

Los años pasan vertiginosos y acelerados. Vivimos cotidianamente agitados. El ritmo transcurre veloz e intenso. A menudo, desgastante.

La cadencia cronológica del tiempo siempre es la misma. Los procesos personales y sociales  se han disparado rápida y violentamente como una espiral de vorágine en la cual todo se mueve agitadamente.

            El fin de año nos encuentra entre corridas y apresuramientos. Lo que hemos hecho de la vida es lo que nos queda de ella: retazos y fragmentos, despojos y migajas, una dispersión de fuerzas que no encuentran conexión. Algunos resisten y otros sobreviven. 

            Nos sentimos, muchas veces, desarmados y descuartizados, tironeados y fracturados, exigidos y deshilachados. No sabemos cómo volver a recomponernos y restituirnos para sintonizar con nuestro centro unificador.

            Los contextos sociales no ayudan a lograr esto; al contrario, ultrajan la esperanza y nos llenan de preguntas, temores e incertidumbres. Es poco consuelo saber que son contextos globales y que, en todas partes, más o menos, se siente el mismo efecto. No alcanza con eso.

            Además, cada uno carga su propia mochila de viaje: las circunstancias personales, familiares, laborales, de salud, etc. Hasta la esperanza a veces nos resulta un esfuerzo y pareciera que también se cansa y se sienta a un costado del camino para ver si llegamos a tiempo.

            Intentamos seguir esperando –incluso un poco de esperanza- sin saber que es la esperanza la que nos está esperando a nosotros. Para esperar hay que sentirse pobre porque sólo espera el que carece de algo, el que anhela, el que desea, el que se siente insatisfecho. El que lo tiene todo, no espera nada. Esperar es una forma de reconocerse pobre y libre.

La mayoría de las veces arribamos al final del año sin ningún tiempo interior de pausa, preparación y disposición. No nos ha quedado tiempo para nada. Ni siquiera para lo más importante: vivir humanamente.

 Al final del año, cada uno intenta un balance. En el brindis se cierra el año y se abre otro. Mientras estemos en la rueda continua de los ciclos de la vida y en el curso del tiempo, lo que cierra se abre; lo que termina, vuelve a empezar, como un sueño nunca cumplido, ni totalmente alcanzado; pronto para soñarse nuevamente.

            Cada año es único en el tiempo y en la historia. Pasa y nunca más se repite. Nos deja marcas. No malogres tu Año Nuevo, ni el Año Nuevo de los otros. Ellos esperan lo mejor de vos: tu novedad para que el año sea Nuevo.

            Hay que celebrar intensamente, como si fuera la última vez porque, en verdad, nadie tiene un seguro perpetuo hasta el próximo año. Ninguno de nosotros, ni tampoco nuestros seres más queridos. No hay que estar enojados o distanciados. La vida sólo ocurre en el presente. Sólo acontece en el hoy. Mañana no sabemos.

            En estos festejos es preciso estrenar un alma de año nuevo. Ser más esencialmente uno mismo. Que en el nuevo año todo sea vivido bajo la forma de una felicidad posible.

Para reflexionar:

¿Por dónde pasó tu  conexión con la vida este año? 

Si tuvieras que elegir una imagen de cómo te sentís al finalizar este año: 
¿qué imagen elegirías? 

Si optaras por algunos acontecimientos que hayan sido significativos: 
¿cuál elegirías?

domingo, 29 de diciembre de 2024

Volver a Nazaret a aprender la belleza de la sencillez


Fuente: Familia Espiritual Carlos de Foucauld 

Hablar de Nazaret es hablar de sencillez, de la grandeza de lo pequeño, de lo pobre y de lo humilde. Pues ,para ser sencillo hay que tener alma de pobre como María: "Porque ha mirado con bondad la pequeñez de su servidora me llamarán bienaventurada". También Jesús llamó felices a los que tienen alma de pobre.

Según esto no es posible Nazaret, ni podemos hablar de la sencillez sin tener alma de pobre, ni decir que la pobreza del alma es 'consecuencia de la sencillez o raíz del abandono, pero si casi decir que la sencillez como la pobreza, es el primer fruto del abandono en las Manos del Padre, actitud esencial en el camino de búsqueda de la Voluntad de Dios.

Jesús en el Sermón del Monte, síntesis y programa de su Buena Noticia, encabeza sus palabras con un elogio de la sencillez, fruto de cuanto ha vivido y experimentado en su exilio silencioso de Nazaret. El llama "Dichosos, felices, bienaventurados... a los que . tienen alma de pobre, a los sencillos...". María tuvo alma de pobre esclava, el Señor miró su sencillez, su pequeñez y fue escogida para realizar en ella y por medio de ella cosas grandes. Hace falta mucha fe para creer y vivir esto. Por eso muchos creyentes desmienten con sus obras lo que pregonan sus labios. De aquí la necesidad urgente de volver a Nazaret para empapamos de su espíritu e impregnar a la Iglesia con el aire nuevo del Espíritu, precisamente ahora que tanto se habla de nueva evangelización y que muchos entienden por "hacer más cosas", olvidando que la sencillez, como la pobreza, no es cuestión de cosas, de tener más o menos, sino de actitudes interiores, consecuencia del abandono en las manos del Padre. "Y volvió con ellos a Nazaret, y siguió siendo obediente con ellos" . (Lc. 2,51). Esto es muy importante, porque puedo no tener nada y no ser pobre, ni sencillo, porque no acabo de aceptar la ausencia del tener, ni el riesgo que conlleva la fidelidad a lo pequeño, y en definitiva, no terminar de abandonarme en las manos del Padre.

Pero aún hemos de seguir profundizando en este misterio de Nazaret si queremos vivir el momento presente como un regalo de Dios, con confianza y con paz del alma, convencidos de que el futuro es cuestión de confianza, porque está en las manos de Dios. Esto fue lo que hizo exclamar a María: "Hágase en mi según tu Palabra". 

Según esto, mirando a Jesús:

Nazaret es una vida normal de trabajo, encarnada, sencilla que significa aceptación de la realidad humana de su pueblo y su completa adaptación a la misma.

Es una vida con José y María: Vida familiar y comunitaria. Vida de amor compartida con ellos y con los demás. Comunidad de amor.

Vida de oración. como todos los habitantes de aquella pequeña aldea, y algo más, porque Él es el Hijo de Dios, aunque sólo ellos lo saben. Allí vive Jesús "su vida escondida en Dios".

Una vida redentora. Cuando va a Jerusalén dice: "He venido a hacer la voluntad de mi Padre". Aquí se condensa lo que pudiéramos llamar el misterio de Nazaret, tan poco conocido.- .

Y es que después de mas de dos mil años, todavía seguimos desconfiando y siguen pesando en nuestra conciencia las palabras del Evangelio: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?. 

¡Qué miopía la nuestra y que dureza, para comprender que la persona sencilla es generosa al dar y al recibir! la paz de la pobreza de alma, la de un corazón simple y sencillo como el de un niño... un corazón grande y generoso corno el de una madre... un corazón fuerte y bondadoso corno el de un padre que todo lo acoge y lo afronta con fortaleza.

La consecuencia espiritual para todo aquel que vive en búsqueda de Dios, es que poco a poco de más valor a las cosas pequeñas, a los pequeños gestos... a todo lo que en realidad constituye la trama oculta de la vida y que tiene sabor a Evangelio: una sonrisa, una mirada amable, una palabra sincera y oportuna... Esta sensibilidad nos lleva a descubrir y reconocer con gratitud todos los gestos de generosidad de Dios y de los hermanos. La persona sencilla no olvida fácilmente el bien que recibe. De aquí la búsqueda de abnegación en el seguimiento de Cristo. "El que quiera venir en pos de mis, que se niegue a sí mismo..." Es el camino de la humildad, de la sencillez, de la Cruz y de la fe en la Eucaristía para hacer el camino junto a Jesús.

  • Nazaret es un camino que se descubre bajando. "Bajó con ellos y vino a Nazaret".(Lc.2,51). Toda la vida de Jesús fue sólo bajar. Bajar encarnándose, bajar haciéndose niñito, bajar haciéndose obediente, bajar haciéndose pobre, abandonado, desterrado, perseguido, ajusticiado, poniéndose siempre en el último lugar".
  • Nazaret es para Jesús el arraigamiento en una forma de vida, en una manera de pensar distinta de lo que se estilaba. (Mc.6,1 ss). Es conocido con sus antepasados, sus contactos hogareños.
  • Nazaret es el Misterio de la Encarnación. Jesús se ha anonadado tornando la forma de siervo. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte (Flp 2,7-8). Encarnación en su pueblo, en una historia que los evangelios evocan en unas genealogías: Mt.,1-17 y Lc.6,23-38. Encarnación en un pueblo.
  • Nazaret es la vida sencilla de cada día, el trabajo, las relaciones de la gente. Es compartir la vida, los gozos, las penas... y así ser evangelio. Buena Noticia vivida e irradiada. 'Esta sencillez de vida no sabe de perjuicio, ni de respetos humanos, porque enraizada en la pobreza no tiene nada que perder. Los que optan por esta vida sencilla no tienen más riqueza que Cristo, convencidos de que nadie podrá arrebatarles su amor. De aquí nace la necesidad ineludible de orar, de suplicar a Dios, porque en Él está toda la razón de su actuar, convencido de que la eficacia de todo lo que hace no viene de sus méritos sino de la bondad de Dios. 
  • Nazaret es un misterio de crecimiento. Crecer es aceptar cambiar, vivir rupturas. Nada es definitivo. Jesús en el templo: Lc. 2,40-52. Crecer es aceptar morir a sí mismo, a su propia vida. Lanzarse hacia el porvenir. Siempre se renace del agua y del Espíritu. Crecer es también aceptar la reciprocidad: recibir y dar, aprender y enseñar, hablar y escuchar. Hacerse experto en humanidad al contacto con los otros. Es aprender la lenta germinación de las semillas, y de este modo, la paciencia de Dios. Aprender los gozos de la cosecha, aprender a empezar siempre de nuevo.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Fiesta de la Sagrada Familia = "Cuando se percibe que es más importante lo que es que lo que hace..."


Bajó con ellos y vino a Nazaret y les estaba sujeto. 
Y crecía en sabiduría, en edad y en gracia 
ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 51- 52).

Escrito por Jose Luis Martin Descalzo, (de su libro: Vida y Misterio de Jesús de Nazareth)

Difícilmente se puede encerrar mayor número de misterios en menor número de palabras. Lucas, el evangelista, que ha sido minucioso y detallista al contarnos la anécdota ocurrida a los doce años, se refugia ahora en la más general de las fórmulas, como desconcertado —o asustado quizá— de lo que está contando. Escribe Robert Aron:

Aquí el historiador vacila y el misterio aparece. Aquí se anuda, en la intimidad de una conciencia convertida en adulta y consagrada a Dios, uno de los dramas más asombrosos y de más graves consecuencias que haya conocido la historia del mundo. Aquí se prepara una de las principales mutaciones que haya sufrido el pensamiento humano y la historia de Dios sobre la tierra.

¡Es comprensible que el misterio se resista a dejarse analizar y que prefiera esa discreta sombra a la luz de la frivolidad humana! 

 ¿Por qué volvió con sus padres a Nazaret y por qué estuvo allí tanto tiempo? 

Este misterios no es el más profundo, pero sí el más desconcertante. ¿No acaba de proclamar en Jerusalén que él tiene que ocuparse de las cosas de su Padre, que ha sido encargado de una misión que forzosamente le alejará de sus padres y de su diaria rutina?

Hasta ahora era un niño, pero, de pronto, le hemos visto crecer, tomar entre sus dos manos el timón de su destino y señalar hacia un misterioso norte. Pero, apenas dichas estas palabras, todo regresa a la sombra. El muchacho parece olvidarse de «las cosas de su Padre», pospone de nuevo su misión —que ha brillado en sus ojos con la intensidad, pero también con la celeridad de un relámpago— y vuelve ¡durante dieciocho años! a la vulgaridad de la carpintería. ¿No estará traicionando con ello su misión? ¿No estará «desaprovechando» su vida? ¿No dirá él mismo más tarde que nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a cuantos hay en la casa? (Mt 5, 15). ¿No es un error dedicar más de nueve décimas partes de su vida a la oscuridad? ¿No hace con ello un daño irreparable a cuantos en el mundo podrían salvarse conociéndole?

Es éste uno de los puntos en que más claramente se muestra la diferencia entre Jesús y cualquier otro de los genios del espíritu que ha conocido el mundo. Todos los grandes hombres han vivido «a presión», con la sensación de no poder perder un momento de sus años, con la obligación de «vivirse» de punta a punta. Nada de este vértigo hay en Jesús, al contrario: una soberana calma, una —como ha señalado Cabodevilla— señorial indiferencia ante el paso del tiempo.

Jesús, evidentemente, ni en su vida privada ni tampoco en la pública, tiene jamás prisa, nunca se ve dominado por la angustia de que la muerte pueda llegar sin haber concluido su tarea. Sabe cuándo
vendrá; sabe que acabará joven; que tendrá pocos meses para predicar su mensaje; que no le quedará tiempo para salir de los límites de Palestina; que, incluso, dejará muchas cosas sin decir y tendrá que venir «otro» —el Espíritu— a completar su obra. Pero nada de esto le convierte en ansioso, nada le hace vivir angustiado y ni siquiera tenso.


Jesús es el único humano en quien, en todo momento, se percibe que es más importante lo que es que lo que hace. Por eso no vive «a la carrera». Sabe que su simple existir como hombre, su humanidad son ya la gran revelación del amor de Dios hacia los hombres. Viviendo redime, viviendo predica, sin necesidad de palabras ni milagros. Estos serán simples añadidos a la gran realidad de su existencia sobre la tierra. En este caso el mensaje no es lo que trae el mensajero, sino el mensajero mismo; el mensaje es el hecho de que el mensajero haya venido. En él, respirar, cortar maderas son un testimonio tan alto como resucitar muertos. En sus años «perdidos» en Nazaret está ya enseñando y redimiendo, dando tanta gloria al Padre como con su muerte y su resurrección.

martes, 24 de diciembre de 2024

Nuestro Dios es un Dios que está enamorado de nuestra pequeñez...

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
 y hemos contemplado su gloria: 
gloria propia del Hijo único del Padre, 
lleno de gracia y de verdad.
Escrito por el P. Diego Fares -sj-

Para contemplar con el Prologo de Juan, una metáfora, un poco de neurociencia y un poema...

A algunos, Navidad, les parece un sueño de niños. Y es verdad. Eso sí, los sueños de niño son los más verdaderos de la vida, los que intuyen lo esencial.

Está el que soñó ser santo, la que soñó ser maestra y el que soñó ser bombero…

Los sueños que soñamos de niño nos llevan de la mano en la vida, nos indican misteriosamente a qué debemos ser fieles y a qué no y cuando somos fieles a lo que soñamos ser de niños la alegría se enciende en nuestro interior.

Estas imágenes de los sueños de niño surgen de la contemplación del evangelio de hoy, que nos viene a decir que creemos en “un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez”. Esta frase la venimos saboreando desde hace tiempo. Fue en el Adviento del 2004. Me gustó cuando la leí en una reflexión navideña de la Hna. Marta y la pusimos en la tarjeta de Navidad de ese año en el Hogar. Salió también en la contemplación del primer domingo de Adviento de aquel año:

“Dejar allí, en mi corazón pesebre, un lugarcito para sentir que Él se sentirá a gusto, que le gustará estar de nuevo en mi casa, en mi corazón, porque El no le hace asco a mi ser poca cosa, todo lo contrario, se siente bien conmigo y con nosotros.
Porque Él es un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez …
Esta es una hermosa imagen de la Eucaristía.
Un Dios que se hace pan, un Dios que se queda escondido en un sagrario, un Dios así pequeñito no puede ser sino un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez”.

Y al Cardenal Bergoglio le gustó la frase de la tarjeta que le mandamos y usó la imagen en su prédica de aquella Nochebuena:

En el relato del nacimiento de Jesús, que acabamos de escuchar, cuando los ángeles les anuncian a los pastores que ha nacido el Redentor les dicen: “...y esto les servirá de señal encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre...” Esta es la señal: el abajamiento total de Dios. La señal es que, esta noche, Dios se enamoró de nuestra pequeñez y se hizo ternura; ternura para toda fragilidad, para todo sufrimiento, para toda angustia, para toda búsqueda, para todo límite; la señal es la ternura de Dios y el mensaje que buscaban todos aquellos que le pedían señales a Jesús, el mensaje que buscaban todos aquellos desorientados, aquéllos que incluso eran enemigos a Jesús y lo buscaban desde el fondo del alma era éste: buscaban la ternura de Dios, Dios hecho ternura, Dios acariciando nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez” (Desgrabación de la homilía del 24 de diciembre de 2004).

Estanislao Bachrach, en su Bestseller “AgilMente”, dice que las metáforas descansan el cerebro: “El cerebro no sabe leer: ve pequeñas imágenes y las reconoce y dice “esto es una A, esto es una R”. El cerebro lo que conoce son imágenes, y éstas consumen mucho menos energía que las palabras. Las metáforas o historias son formas habladas o contadas de poner imágenes: contar un proyecto con una historia o una metáfora lo resume muy bien y es muy eficiente para ahorrar energía (…) Cuando se estudia a los ejecutivos más eficientes, se puede ver que tienen la capacidad natural o aprendida de simplificar las cosas complejas: un proyecto de 200 conceptos y variables, resumirlo en 6 palabras. Un ejemplo de lo que sería simplificar: cuando los escritores de la película ALIEN, fueron a buscar dinero a Hollywood, entraron al estudio y dijeron: ‘La película Tiburón, pero en el espacio’.”

Bueno, esto para usar el lenguaje de la Neurociencia (que descubre la pólvora que ya había descubierto Aristóteles con eso de que “pensamos resolviendo los conceptos en imágenes” y que “crear metáforas es signo de la mayor inteligencia”).

La imagen de un “Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez” le permite al Niño descansar en nuestra mente como en su pesebrito y nos simplifica el trabajo de leer el prólogo de Juan, que no deja de ser fatigoso en conceptos si no sabemos leerlo contemplativamente, mirando las imágenes que utiliza. Conceptualmente, Juan nos viene a decir que Jesús es Dios, es la Palabra que está escondida en el origen de toda la creación y de toda creatura, y ese origen todopoderoso, capaz de crear el universo entero no tiene problemas en hacerse carne y habitar entre nosotros. No solo no le queda chica la creación sino que se siente cómodo creciendo en el vientre purísimo de María, siendo recostado en un pesebrito, viviendo en Nazareth y hasta en la incomodidad cruenta de la Cruz: nada de lo creado hace mella en su grandeza.

La metáfora del Dios enamorado de nuestra pequeñez contiene muchas imágenes que descansan y hacen bien porque nos liberan de otras imágenes que, con sus contradicciones, nos inquietan y atormentan. La imagen de la pequeñez de Dios expulsa con su lucecita las tinieblas de sentirnos habitando un planeta microscópico perdido en la oscuridad del espacio en vertiginosa y muda expansión hacia la nada. Nuestra mente, en vez de dispersarse hacia el vacío se concentra en la vida que late en el interior del universo, vida que resume toda la historia del cosmos y la sintetiza en la fragilidad de la carne humana. No buscamos a Dios en el vacío del cielo sino en los ojos de un niño que nos sonríe, en cuyas pupilas se abre la puerta para que “El que está encima de los cielos” irrumpa en nuestra historia.

La pequeñez no se ve avasallada por la grandeza sino que, por el contrario, la contiene. Lo verdaderamente grande es lo cualitativo, lo que unifica y simplifica grandezas espaciales y las vuelve vida, al no dejar que se dispersen.

La imagen de un Dios enamorado de nuestra pequeñez espanta esas imágenes de dioses todopoderosos, castigadores, obsesionados por imponer su autoridad y controlar a los humanos. Estas imágenes se pegaron a lo largo de la historia al cristianismo pero siguen chocando contra la roca de las tres imágenes centrales del evangelio de Jesús: la del niño en el Pesebre, la de Jesús crucificado y la del Señor resucitado saliendo al encuentro de nuestra cotidianeidad.

Ahora bien, la clave de la metáfora no está en la pequeñez en sí misma sino en la palabra “enamorado” con su aporte de dulzuras, de sueños y ternuras.

Estar enamorado son dos palabras pequeñitas que contienen un universo de imágenes y nos abren la puerta para que entre el mismo Dios. No hay como releer a Francisco Luis Bernárdez para descubrir en esta metáfora la fuente de agua viva de todas las metáforas. Puede ayudarnos contemplar al Niño y sentir y gustar lo que vale esta metáfora “estar enamorado” para que se nos revelen los sentimientos de Dios para con nuestra pequeñez:
  • Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo a la vida.
  • Es dar al fin con las palabras que para hacer frente a la muerte se precisa.
  • Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
  • Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
  • Es respirar el ancho viento que por encima de la carne respira.
  • Es contemplar, desde la cumbre de la persona, la razón de las heridas.
  • Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
  • Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
  • Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
  • Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
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  • Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
  • Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
  • Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
  • Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas amarguras.
  • Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
  • Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche obscura.
  • Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
  • Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
  • Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca.
  • Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
Me quedo hoy con la imagen de “Es encontrar el nombre justo a la vida”. Nombrar a Dios con el Nombre santo de “Enamorado de nuestra pequeñez” nos permite descansar en la imagen primordial del Niño recostado en el Pesebre, arropado por María, protegido por José… 

Esa imagen de creaturas amadas y cuidadas es la más real de nuestra vida. Eso somos, así nacimos, gracias a esos cuidados amorosos crecimos y siempre estamos necesitados de ellos. Somos pequeños y deseamos ser “amados en nuestra pequeñez”. Enamorada es aquella persona a la que le encanta conocer y compartir los detalles más insignificantes de nuestra vida. 

Que Jesús sienta ese amor por nosotros nos revitaliza y nos llena de alegría el corazón...

Asómate, Dios Chiquito,


 Asómate, Dios chiquito, 
haz un boquete en el cielo
y cuélate en nuestra historia.

Ven a prisa, Niño lindo,
con tu ración de ternura,
rasga la noche, rompe el silencio,
despierta con balbuceos alegres,
nuestra humanidad herida.

Contémplanos, Dios chiquito
con tus ojitos de cielo
y nosotros extasiados,
intentaremos mirarte,
seducidos por tu Reino.

Abre tus brazos, pequeño
y acoge nuestras pobrezas,
los harapos que traemos;
abriga nuestra indigencia
con un derroche de gracia,
un abrazo compasivo,
y un único sacramento.

Susurramos la Palabra,
la que anule las sorderas,
las parálisis, los miedos;
dinos lo definitivo:
el canto, balada liberadora,
el grito, esperanza conquistada,
el trino, quena que aproxima el infinito.

Asómate, Dios chiquito,
con tu celestial grandeza,
desconcierta a los soberbios.
Ven inmensidad sin morada fija
y levanta a los humildes,
alegra a los tristes,
abraza a los desprovistos de amor,
abre caminos a los peregrinos.

Y quédate, Dios chiquito,
acunado en nuestros brazos,
y encarnado en nuestro pueblo. 


Triduo, Preparando el Corazón para esta Navidad...

TERCER DÍA: En el Pesebre

“…le llegó a María el tiempo del parto, 
y dio a luz a su hijo primogénito,
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre…”
 (Lc.2, 6-7)

Habitar en el pesebre es habitar el lugar de la dureza y la ternura. Dureza de una realidad que se acepta, se sufre y se padece, a la que sólo la fuerza del amor podrá transformar tiernamente.

Habitar el pesebre es habitar la delicadeza de unas manos que son capaces de disponer lo necesario para hacer que nazca en una situación inhumana, la dignidad de toda vida, y así poder celebrar la liturgia del amor de Dios, cargada de gestos de humanidad. 

El pesebre es el lugar de la pobreza vivida verdaderamente. No de quien juega a ser pobre, sino de quien lo es y lo agradece.

El pesebre es el lugar donde todas las miradas están vueltas hacia el niño, hacia aquél que en su fragilidad está necesitado del cuidado de todos.

Habitar en el pesebre es habitar en la pequeñez del niño que nos permite entrar en el Reino; que nos hace entrar en las entrañas maternales de Dios; que nos hace entrar en el seno mismo de su amor Trinitario.

Habitar el pesebre, es habitar el sitio donde el corazón se arrodilla y adora, en la carne del Dios hecho hombre, el lugar para siempre de encuentro con su gracia y amor; y en el beso sacramental dado al niño, gusta en sus labios sabor de Eternidad y Salvación. -de Javier Albisu-

(Pido la gracia que necesito)

AL PEQUEÑO JESÚS

Déjame ser quien te cuide ahora
porque siempre serás quien cuide de mí.
Déjame ser quien te mire ahora
porque nunca dejarás de mirarme a mí.

Déjame ser quien te arrulle ahora
porque siempre cantarás por alegrarme.
Déjame ser quien te hable ahora
porque mi corazón intentará siempre escucharte.

DÉJAME SER QUIEN VELE TUS SUEÑOS                    
MUCHOS DE ELLOS SERÁN PARA QUIENES AMO.
DÉJAME SER QUIEN TE SOSTENGA AHORA
MUCHAS VECES MÁS ME SOSTENDRÁS A MÍ.

Déjame ser quien te alimente ahora
srá tu cuerpo quien alimente mi alma.
Déjame ser tus ojos ahora
toda mi vida rezaré por tu mirada.

Déjame ser quien te bese ahora
siempre serás quien bese mi debilidad.
Déjame ser quien te enseñe a amar ahora
serás vos quien me ame hasta la vida dar.

DÉJAME SER QUIEN SEQUE TUS LÁGRIMAS
PORQUE TODA MI VIDA LO HARÁS POR MÍ.
DÉJAME DAR LA VIDA POR VOS AHORA.
PORQUE UN DÍA SE BIEN
QUE LO HARÁS POR MÍ.
PORQUE UN DÍA SE BIEN
QUE LO HARÁS POR MÍ.
Y SIEMPRE ME SERÁ DIFÍCIL COMPRENDER.
-Mauro Tesuri-


-Rezar un Padre Nuestro.

lunes, 23 de diciembre de 2024

Triduo, Preparando el Corazón para esta Navidad...

SEGUNDO DÍA: En el sueño de San José

“Cuando José se despertó del sueño,
 hizo lo que el ángel del Señor le había mandado:
 recibió a su esposa.”(Mt. 1,24)

El sueño de San José es el sueño de un corazón que quiere ser fiel. Es el sueño de quien quiere creer contra toda evidencia. El sueño de quien quiere seguir dejando a Dios, la posibilidad de soñar, ya que su sueño, cargado como está de un amor que no se detiene, llega mucho más allá de lo que el hombre se atreve a soñar.

Habitar el sueño de San José, es habitar el lugar donde el corazón renuncia a todas sus defensas, a toda resistencia.

Es saber hacer a un lado toda inquietud, mientras se descansa en los brazos de un Dios que sigue sosteniendo la vida, así como hace crecer la semilla ya sea que el sembrador duerma o se levante.

Habitar el sueño de San José, es habitar el sueño de quien al despertar está dispuesto a realizar aquello que Dios le hizo soñar, porque él, que es fiel a su sueño, no dejará que se vea frustrado.

Es descubrir que Dios, habla aún en el silencio de la noche más oscura.

Es descubrir que la fecundidad que él da, se alcanza poniéndose detrás de sus proyectos, detrás de su amor, a su sombra, a la sombra de su Paternidad.

Y descubrir que para esto, es preciso tomar a María, por Madre de este sueño y pedirle que con su beso nos haga entrar sin miedos a soñarlo. -de Javier Albisu-

(Pido la gracia que necesito)

Enséñanos, José,
cómo se es "no protagonista",
cómo se avanza sin pisotear,
cómo se colabora sin imponerse,
cómo se ama sin reclamar.
cómo se obedece sin rechistar
cómo ser eslabón entre el presente y el futuro
cómo luchar frente a tanta desesperanza
cómo sentirse eternamente joven
  
Dinos, José,
cómo se vive siendo "número dos",
cómo se hacen cosas fenomenales
desde un segundo puesto.
Cómo se sirve sin mirar a quién
cómo se sueña sin más tarde dudar
cómo morir a nosotros mismos
cómo cerrar los ojos, al igual que tú,
en los brazos de la buena Madre.

Explícanos
cómo se es grande sin exhibirse,
cómo se lucha sin aplauso,
cómo se avanza sin publicidad,
cómo se persevera y se muere uno
sin esperanza de un póstumo homenaje
cómo se alcanza la gloria desde el silencio
cómo se es fiel sin enfadarse con el cielo.
Dínoslo, en este tu día, buen padre José.
  
-Rezar un Padre Nuestro.

domingo, 22 de diciembre de 2024

Triduo, Preparando el Corazón para esta Navidad...


PRIMER DÍA: En el seno de la Virgen María

“…su madre María estaba prometida a José y, 
antes de vivir juntos,
resultó que esperaba un hijo
 por la acción del Espíritu Santo.” (Mt. 1,18)

Habitar el seno de la Virgen, es habitar el lugar de las entrañas maternales, en las que Dios engendra a sus hijos. El seno de María es el lugar que Dios se preparó, libre de todo pecado, y por tanto amorosamente obediente, para que el Hijo cumpliera su misión en nuestra carne.

Habitar su seno es estarme en el lugar que Dios prepara para que su Proyecto de amor, pueda cumplirse; para que pueda decirle que sí, a su Voluntad amorosa.

El seno de la Virgen es el lugar del Sí. Del sí del abandono en las manos de un Dios que es Padre. Del sí de la confianza, de que lo que parece oscuro es sombra de un Dios altísimo, que desciende para estarse conmigo, aunque oculta su presencia. Del sí de la humildad de quien se deja mirar por Dios en la propia pequeñez. Del sí de la disponibilidad que le permite obrar y le reconoce su especialidad en cuestiones imposibles.

Habitar el seno de la Virgen, es habitar la tierra buena, fecunda y fértil, cargada de esperanza, que se abre atenta a la escucha de la Palabra y acepta, como el grano de trigo, pasar una experiencia de muerte, para así convertirse en miga del Pan Bendito; tierno Pan de Amor, que Dios Padre reparte en la mesa de los hijos. - de Javier Albisu-

(Pedir la Gracia que necesito)

MARÍA DE LA ESPERANZA
PREPARANOS PARA RECIBIR A DIOS,
QUE TUS DOS MANITOS BUENAS
RECUESTEN AL NIÑO EN NUESTRO CORAZÓN.

Madre de la aurora, tráenos al Señor,
que nuestra pobreza haga de horizonte,
donde salga el sol.
Madre peregrina, Virgencita de Belén
tráenos la Buena Nueva,
Virgen misionera, haznos renacer.

Alegría de los pobres, madrecita del amor.
Amor hecho niño que une en su carne
al hombre con Dios.
Ilumina nuestra espera, que se haga claridad.
Ven a transformar la noche,
nuestra noche oscura en Noche Buena.

-Rezar un Ave María

sábado, 21 de diciembre de 2024

“EL PODEROSO HA HECHO EN MI GRANDES COSAS”:

Escrito por hna Dolores Aleixandre -RSCJ-

"María se pone a nuestro lado para enseñarnos cómo dejar a Dios hacer grandes cosas en nosotros, cómo abrirnos a su presencia, cómo escuchar su Palabra. Junto a ella, la primera creyente, aprendemos qué es la fe y en qué consiste esa actitud de reconocerse pequeño y frágil, pero inmensamente querido y perdonado.

En María vemos el resultado victorioso de lo que acontece cuando alguien consiente que Dios intervenga en la propia vida y hasta dónde puede llegar la acción de ese Dios que siempre está llamando a nuestra puerta para estar con nosotros, como lo estuvo con ella y para llenarnos de gracia, como la llenó a ella.

En el Magnificat encontramos la maqueta de cuál es la actitud correcta (“justa”, diría el AT), para relacionarnos con Dios. Está resonando en él el eco de lo María había dicho al final de la escena de la Anunciación: “hágase en mi según tu palabra”. Ahora la escuchamos decir: “Ha hecho en mí grandes cosas el Poderoso, aquel cuyo nombre es Santo...”

Así de sencillamente nos encontramos con que María ha superado el “culto antiguo”ha entrado en el culto “en espíritu y en verdad” del que habla S.Juan en el encuentro de Jesús con la samaritana. “Estos son los adoradores que el Padre busca”...dijo Jesús a la mujer. Y al terminar de rezar el Magnificat nos damos cuenta de que, por fin, el Padre ha encontrado la adoradora que buscaba. Y ha ido a encontrarla no en el Templo de Jerusalén sino en una aldea perdida de Galilea desconocida por todos.

Hay una serie de actitudes que podemos considerar como típicas del "culto antiguo" y que María deja atrás: intervenir, hacer, merecer, separar, satisfacer. Y frente a ellas, el “hágase” de María en la Anunciación y su “ha hecho en mí grandes cosas” expresan su actitud ante Dios que podría descomponerse, como un arco iris, en verbos como éstos: aguardar, consentir, agradecer, unificar, desear. 

sábado, 14 de diciembre de 2024

Adviento... tiempo de salir para dejarse encontrar


Escrito por Carmen Barba Pérez

Sabemos que la palabra «Adviento» significa literalmente «advenimiento», «venida», «llegada». Son cuatro semanas en las que Dios (el que viene, el que tiene la iniciativa) y nosotros (los que le esperamos) somos los protagonistas. Es decir, son cuatro semanas de “movimiento” porque se va a producir un “encuentro” que va a trastocar nuestra vida.

Dios viene, se hace presente… nosotros esperamos su venida, nos preparamos para ella. Pero nuestra espera no puede ser pasiva.

En realidad, si lo pensamos despacio ¿podemos hablar de la venida del Señor? ¿No es verdad que Dios está ya siempre presente en nosotros, puesto que si existimos es gracias a su presencia en lo más profundo de nuestro ser? ¿No afirmamos con san Pablo que «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28)

Y si esto es así (que lo es) entonces, ¿tiene sentido hablar de que Dios sale a nuestro encuentro, de que Él viene? ¿acaso se ha ido?

Si Él ya ha venido, si ya está con nosotros, entonces ¿a quién esperamos?

Responder a esta pregunta es importante en nuestro camino creyente, porque en el fondo cuestiona cómo vivimos la Navidad: ¿es un recuerdo de algo que se produjo de forma puntual en Belén hace más de 2000 años, o es una realidad que sigue aconteciendo de un modo nuevo y distinto en este 2017 para ti…, para mí…, para todos…?

Afirmamos que Dios viene, que sale a nuestro encuentro. Todos tenemos experiencia de que, cuando nos abrimos con un corazón creyente a lo que nos rodea, somos capaces de percibir la constante venida de Dios que se hace presente y activo en la creación, en la historia, en la sociedad y en la vida de las personas.

Siempre y en todo lugar podemos escuchar los pasos de nuestro Dios. Él viene y está presente en la luz y en las tinieblas, en el gozo y en el dolor, en el trabajo y en el descanso… En cada instante (como dice el profeta) se rasga el cielo y desciende el salvador( Is 45, 7).

Él sale a nuestro encuentro de un modo total y permanente. Viene a nuestro mundo, a nuestra historia, a cada uno de nosotros… Se hace presente y presencia.
  • Aprovecha este Adviento para sacudirte la pereza y SALIR hacia Aquel que viene a tu encuentro; 
  • Propicia espacios en los que puedas ESCUCHAR la voz del Espíritu que en tu interior te recuerda quién eres: ¡hijo/a y hermano/a! 
  • Vive en libertad y liberando a otros; ayuda a quienes te rodean a DESPERTAR, a estar atentos y vigilantes para no caer en la rutina de lo ya conocido que se torna desesperanza; 
  • Abre las puertas de tu vida a la HOSPITALIDAD desde la certeza de que es en ese espacio de gozosa justicia en el que Él se te hace presente.
Sé como María a quien se nos propone como icono del Adviento: ella no domesticó, ni dominó, ni se apropió de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la escuchó, la acogió, la hospedó, la gestó y la entregó.

Texto escrito por Carmen Barba Pérez

sábado, 7 de diciembre de 2024

Fiesta de la Inmaculada: Somos Invitados a entrar también «en el Gozo de nuestra Señora»...



Escrito por Dolores Aleixandre -rscj-

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo», repetimos con las palabras del ángel. Y eso quiere decir que ante nosotros, tantas veces sombríos y agobiados por mil preocupaciones, se abren hoy de par en par las puertas de la alegría. Como cuando en la parábola de los talentos, el dueño dice al servidor fiel: «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25, 23), nos sentimos también nosotros invitados a entrar también «en el gozo de nuestra Señora» y bendecir a Dios junto a ella, porque también ha querido hacer de nosotros hijos «agraciados». Sobre nosotros, como sobre María, descansan la complacencia y la ternura del Padre, no porque lo merezcamos, sino gracias a Jesús a quien estamos asociados e incorporados.

Por eso la Fiesta de la Inmaculada, que coincide con el tiempo de Adviento, nos adentra más profundamente en él, porque María se pone a nuestro lado para enseñarnos cómo acoger al Jesús que llega, cómo abrirnos a su presencia, cómo escuchar su Palabra. Junto a ella, la primera creyente, aprendemos qué es la fe y en qué consiste esa actitud de reconocerse pequeño y frágil, pero inmensamente querido y perdonado.

En María descubrimos ahora como terminada la misma obra que Dios tiene empezada en cada uno de nosotros. En ella vemos hoy el resultado victorioso de lo que acontece cuando alguien consiente que Dios intervenga en la propia vida y hasta dónde puede llegar la acción de ese Dios que siempre está llamando a nuestra puerta para estar con nosotros, como lo estuvo con ella y para llenarnos de gracia, como la llenó a ella.

Hacernos Adviento...

Aprenda tu corazón a amar lo que esperas...Adviento

Escrito por Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger (Marruecos)

El de Adviento es un tiempo litúrgico de preparación para la Navidad, pero para la Iglesia todo en tiempo es Adviento, y en cada día en la vida de los creyentes, pues vivimos esperando a Cristo, deseando a Cristo, amando a Cristo. No me preguntes cuántos fieles hubo hoy en la celebración eucarística. Pregunta cuánto amor, cuánto deseo, cuánta esperanza había en el corazón de cada uno, y sabrás si hubo hoy un verdadero Adviento en la comunidad.

Ya sé que, desde lo hondo de tu intimidad, desde la verdad de tu vida, puedes estar pensando: es que yo no amo a Cristo, yo no deseo su venida, yo no espero ninguna Navidad. No tengas miedo. Has de acercarte a ti mismo, a tu interioridad, antes de puedas ver que tu Salvador se acerca a Ti. Has de acercarte a tu pobreza, a tu oscuridad, a tu necesidad, a tu noche, a tu fragilidad...

Si no busca a Cristo el amor de tu corazón, que lo busque tu indigencia; que es el Señor amigo de indigentes, y pobres, por ellos vino a la pobreza, a la oscuridad, a la necesidad, a la noche, a la fragilidad, pues Dios, "envió a su Hijo, nacido de una mujer, Él actuando como un hombre cualquiera, pasó haciendo el bien”.

Que anhele tu deseo lo que necesitas, que espere todo tu ser lo que deseas, que aprenda tu corazón a amar lo que esperas. Sube desde tu necesidad a Cristo, y Cristo vendrá a ti para ser tuyo. Vendrá y lo reconocerás, lo amarás, lo cuidarás: escucharás su Palabra, recibirás su Espíritu, comulgarás su Cuerpo, lo verás en la comunidad, lo abrazarás en los pobres, y recordarás siempre con gratitud que fue tu pobreza la que te abrió la puerta de la fe para que le deseases, le esperases, le amases.

Feliz tiempo de Adviento....Feliz encuentro con Cristo

lunes, 2 de diciembre de 2024

Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento...



 Escrito por   Xavier Quinzá SJ

     Un Adviento más estremecido, asustado, aturdido y expectante,

percibiendo cómo avivas en mi pobre corazón

las cenizas del deseo, cómo después de un toque de nostalgia,

la memoria que se despereza y abre sus ojos al pasado

deslumbrado por el agradecimiento.


Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

 desempolvando mi esperanza,  

consintiendo en este esperar, 

                                           siempre mismo, siempre nuevo,                                               

consintiendo en este tener que esperar para vivir,

en este esperar como afirmación fundamental de mi vida,

en este esperar que traduce la profunda y secreta necesidad

de tender hacia lo que se me presente como inalcanzable

y, por ello, inesperable con mis propias fuerzas.


Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

una vez más enfrentado a la paradoja de esperar lo inesperable,

de tener que ejercer esta esperanza para existir,

de hacerme consciente de que ser es esperar.


Aquí estoy, Señor, con la mirada del corazón clavada en este Adviento,

con el anhelo encendido, con el deseo ardiendo,

luchando contra mis miedos y esperanzas

para que el fuego de la esperanza se abra e ilumine el primer paso.

Aquí estoy, Señor, intentando limpiar la niebla de mis ojos,

rogándote que enjugues Tú mis lágrimas

y que tu luz alce mi cabeza y oriente mi mirada

hacia el lugar de la promesa.


Aquí estoy, Señor, aguardando lo que no veo,

lo que no siempre quiero, lo que desconozco,

lo que, sin embrago- ¡qué ironía!- es mi mayor certeza.

¿Cómo aguardar amor y desvergüenza?

¿Cómo negar la espera al Dios de mi esperanza?

Aquí estoy, Señor, caminando en este Adviento,

estremecido, asustado, expectante, enamorado

y sintiendo Tu llamado como la cosa más cierta, más real,

como la única verdad de mi espera.


No te canses de llamar, Señor, no te canses de llegar,

no te canses de venir, Señor, que aquí estoy caminando,

Señor, a Tu encuentro en este Adviento.