Un espacio para descubrir la presencia de Dios en el desierto de la vida cotidiana...
lunes, 8 de diciembre de 2025
Fiesta de la Inmaculada: Somos Invitados a entrar también «en el Gozo de nuestra Señora»...
sábado, 6 de diciembre de 2025
Adviento: "Lo Importante es estar Dispuestos a Recibir la Pequeñez de un Dios que se Abaja para Rescatarnos"
El tiempo de Adviento tiene un carácter penitencial... Es un
tiempo de preparación para la venida del Señor. Los cristianos y cristianas
estamos invitados a renovar nuestra propia vida para acoger a Dios que quiere
volver a poner su tienda entre nosotros. La misión de Juan el Bautista fue
precisamente llamar a sus contemporáneos a preparar los caminos del Señor: “En
su predicación decía: ‘¡Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está
cerca!”. Eso mismo nos dice hoy a cada uno de nosotros. Este tiempo, entonces,
es una oportunidad para revisar nuestra vida y reconocer aquellas actitudes que
tenemos que cambiar. Es un tiempo de reforma, de conversión, de cambio.
Es posible que haya dimensiones de nuestra vida que tengamos
que revisar y corregir para que Dios pueda encarnarse de nuevo en nuestra
historia. Dios no nace en el pesebre bien adornado y bonito que organizamos en
nuestras casas. No nace en los pesebres con muchas luces y figuritas que se
elaboran en las parroquias. Mucho menos va a nacer debajo de los arbolitos de
navidad que nada tienen que ver con nuestra tradición cristiana. Dios sólo
puede nacer en un corazón que se prepara para acoger su propuesta y se dispone
a dejarse transformar por el amor. Nuestro corazón es el único pesebre en el
que Dios puede volver nacer de nuevo entre nosotros. Los otros pesebres son
apenas el símbolo de lo que queremos vivir nosotros mismos.
Es posible que nuestro corazón, como el pesebre de Belén, no
sea el lugar más elegante, ni tenga todas las comodidades de un gran palacio.
Es posible que nuestro corazón necesite una limpieza y algunos ajustes para
acoger al Hijo de Dios. Lo importante es que esté dispuesto a recibir la
pequeñez de un Dios que se abaja para rescatarnos. Muy seguramente esto
significará un cambio de rumbo en nuestro camino, una reforma de vida, una
transformación interior. Y, por otra parte, esto tendrá que hacerse visible y
expresarse en comportamientos nuevos de cercanía a los más frágiles, de acogida
a los más débiles, de amor a los más pequeños. No olvidemos tampoco que lo más
importante no son los títulos o las certificaciones. En el cielo nos evaluarán
por los resultados.
jueves, 4 de diciembre de 2025
El Tiempo de Adviento invita a la Lentitud y a la Receptividad...
Escrito por Alícia Guidonet -Fuente Cristianisme i Justícia-
El tiempo de Adviento tiene una duración que invita a la lentitud y a la receptividad. De hecho, lo que se celebra durante este periodo es una espera que, por su naturaleza, está impregnada de la experiencia de ser personas fecundas, capaces de abrirse, de acoger y gestar la vida de Jesús. Cuatro semanas, por tanto, que invitan, año tras año, a hacer este delicado proceso, a meditar, a lo largo de cada día, la magnitud y profundidad de esta Presencia, que llega, de nuevo, con la propuesta de ser (más) percibida. Esta presencia quiere llenarnos de gracia, haciéndose Señor de nuestro ser, e impulsándonos a recorrer, un año más, el camino, con más hondura y orientación hacia la plenitud.
No es de extrañar que el símbolo por excelencia del Adviento sea la luz. La luz que irá llenando, progresivamente, si así lo consentimos, cada una de nuestras íntimas estancias, hasta llegar al anhelado encuentro con un pequeño que nos pide inclinarnos para poderlo acariciar…
Los textos configuran el paso de este tiempo y se nos muestran, ante nosotros, como una alfombra que dulcifica el camino, que lo dispone para ser recorrido, practicado con un sentido que —intuimos— no encontraremos en ningún otro lugar. Y la Palabra nos acerca las imágenes de encuentro, justicia, vela, guía, luz o gozo… Esa Palabra que capta la globalidad de nuestro ser y que también pide algo: cuatro semanas de atención plena y permeabilidad en un espacio creado para la ocasión, porque solo así podrá ocuparnos, abriendo un lugar en nuestro interior, disponiéndonos a los demás y al mundo.
Cuando somos capaces de entrar en este ritmo vital, cuando hacemos experiencia de dejarnos alcanzar por el buen Jesús, percibimos que, de hecho, cuatro semanas es el tiempo. Sentimos que este periodo constituye un verdadero espacio de Dios, para Dios, con Él. Irremediablemente, comprendemos que la realidad de Dios es esta: la que se cuece en el silencio, en la lentitud, en la oscuridad sacudida por insinuantes chispas de luz; la que pide, por lo tanto, vigilia para religarse a estas insinuaciones, dejando que crezcan y adquieran forma, permitiendo que encuentren amables grietas desde donde proyectarse.
Son momentos que detienen la cotidianeidad, tiempos que dan sentido y comunican, de una manera u otra, presencia, esperanza, vida renovada. Son, en definitiva, tiempos que nos humanizan, que nos recuerdan que nuestra condición humana necesita reubicarse, sobre todo cuando nos toca vivir una crisis: no podemos sostenernos por mucho tiempo en medio de la fragmentación o el caos imperantes, porque estas realidades nos rompen, nos dividen, nos alejan de lo más esencial nuestro.
Acaba, un año más, el Adviento. Deja paso a otro tiempo, de Navidad, y con él, se abre una nueva posibilidad para dejarnos alcanzar por la ternura de un Dios que sigue esperándonos. Su mano tendida y su rostro de paz nos anuncian, de nuevo, que hay tiempos para construir.
domingo, 30 de noviembre de 2025
Hacernos Adviento...
sábado, 22 de noviembre de 2025
Reina Jesús “atrayendo”...
En general, cuando decimos rey, nos vienen imágenes de coronas, de bodas reales, de bastones de mando y de majestad política… Pero también uno usa expresiones como “reina la paz”, en la casa, cuando todos duermen o, luego de una tragedia: “reinaba un silencio profundo”.
La expresión que utiliza el buen ladrón “cuando estés en tu reino” él la refería al futuro, pero de alguna manera intuyó, al retar a su compañero de cruz que se burlaba, que Jesús ya estaba en su reino.
Jesús reina sobre los que están en la cruz.
Jesús reina sobre los que llevan la cruz, sobre los que la cargan y lo siguen.
Jesús reina sobre los que le piden alivio a su cruz y sobre los que cargan las cruces de los demás. Es el rey de los que abrazan la cruz y no la sueltan. Y también reina sobre los cirineos que son obligados a llevarla y sobre los que son clavados allí contra su voluntad…
Reina Jesús “atrayendo”.
Reina saliendo a buscar su propia cruz y cargando con ella.
Reina padeciendo en su cruz compadeciendo a todos.
Reina perdonando incluso a los que lo crucifican.
Reina creando en torno a sí ese ámbito de respeto del que hablaba en el que cada uno es remitido a sí mismo, confrontado consigo mismo frente al otro, que con nobleza sufre lo suyo e interpela a hacer otro tanto.
Ignacio nos hace preguntarnos, ante el Señor puesto en Cruz: “que he hecho yo por Cristo, que hago, que debo hacer por Él”.
Dejarlo reinar, en eso consiste nuestro “hacer”.
Creer en él, confiar: esa es la obra de la fe.
Adorar al Padre cuando estoy ante el Señor puesto en Cruz: eso puedo “hacer”.
Adorar al Padre cada vez que estoy en presencia del sufrimiento de mis hermanos y siento ese respeto junto con un no saber qué hacer.
Adorar al Padre. Esa es la respuesta “negativamente vivida” por todos a través de tanto sentir que nada de lo que uno haga sirve ni es adecuado frente al dolor, especialmente cuando viene montado sobre la injusticia y afecta a los inocentes.
El que nada haya servido es una invitación callada y persistente a probar refiriendo lo que sucede al Padre en vez de pensar qué puedo hacer yo. Eso es adorar. Decirle “me pongo en tus manos” en esta situación en la que no sé qué hacer. Dejar que se ensanche el silencio y el respeto, eso es adorar. Inclinar la cabeza, no expresarme, no preguntar ni controlar: ser creatura, eso es adorar.
Dejar de referirme a mí mismo y referirme a Él, eso es ad-orar.
sábado, 30 de agosto de 2025
Esa Gratuidad que es Característica Esencial del Amor de Dios por Nosotros
El evangelio de este domingo es una enseñanza de Jesús a partir de un hecho de vida. Le invitan a un banquete y nota “que los invitados escogían los primeros puestos”. A partir de ese hecho, Jesús, que no pierde detalle de lo que sucede a su alrededor, formula una doble enseñanza. La primera va dirigida a los invitados en su pelea por los puestos más destacados; la segunda es para el anfitrión y tiene que ver con los invitados a ese banquete. Voy a centrarme en la segunda.
Llama la atención, en esta escena y en otras del evangelio, la libertad de Jesús hacia las personas que le invitan: si les tiene que decir algo se lo dice sin miramientos ni remilgos. En este caso llama la atención al anfitrión sobre las personas a las que ha invitado. Le viene a decir: has invitado a los que te pueden pagar la invitación, de una u otra manera, y en el fondo esperas que lo hagan, e incluso algún día les pasarás la factura; en otra ocasión, es mejor que invites a los que no te pueden pagar. El pago te lo hará Dios “en la resurrección de los justos”.
Una vez más, la invitación que el evangelio nos hace es una invitación a la gratuidad. Esa gratuidad que es característica esencial del amor de Dios por nosotros y que está llamada a ser también una característica fundamental de nuestro amor a los demás. Dios nos ama a nosotros que, en tantos aspectos, somos “pobres, lisiados, cojos y ciegos” porque nos ama no por lo que espera recibir de nosotros, no porque espere que le “paguemos” su amor, sino porque necesitamos de su amor para amar. Sin su amor no saldríamos de nuestras limitaciones para amar, ni a Él ni a nuestros hermanos.
¿Es posible amar sin esperar pago o compensación? ¿es posible la gratuidad en una sociedad donde todo, parece que absolutamente todo, hasta lo más sagrado, tiene un precio? A veces, quizá las menos en esto del amor, esperamos que nos paguen en “efectivo”; esperamos, con más frecuencia, que nos paguen en “afectivo”. Que nos paguen en reconocimientos, agradecimientos, e incluso dependencias o sometimientos: “yo he hecho esto por ti, espero que tú hagas esto por mí”; o la contraria en formulación, pero idéntica en el fondo: “con lo que yo he hecho por ti, tú no me puedes hacer esto a mí”.
Sólo cuando nuestro amor se funda en el Amor, en la conciencia viva del amor que recibimos y que nos sostiene día a día, es posible abrir nuestra casa y nuestro corazón a “los pobres, lisiados, cojos y ciegos”, a los que no pueden pagar. Con la plena confianza de que amando a quienes no pueden pagar estamos amando al Amor mismo, al Dios de la vida.
viernes, 27 de junio de 2025
FIESTA del SAGRADO CORAZÓN...
domingo, 22 de junio de 2025
Huésped - Fiesta de Corpus Christi
Para contemplar el misterio de la Eucaristía, nos detenemos hoy en el lugar donde el Señor quiso celebrar la Ultima Cena. El piso alto de aquella hospedería nos indica algo muy especial acerca de cómo quiere quedarse el Señor entre nosotros: como un huésped!
El diálogo de Jesús y los discípulos comienza con la pregunta de estos por el lugar: “¿Dónde quieres que te preparemos la Pascua?”. Y el Señor les indica entonces un camino un tanto complicado para llegar al lugar de la Cena… que ya estaba preparado!
Esto llama la atención. Uno piensa: “Si Jesús ya lo tenía todo planeado, ¿por qué no los mandó directamente a la casa? ¿Por qué los hizo caminar siguiendo pistas, como si fuera una búsqueda del tesoro?”.
Creo que quería hacerlos experimentar el camino que Él había recorrido antes, siguiendo al hombre del cántaro hasta encontrar la hospedería en la que trabajaba. Una manera de hacerlos sentir huéspedes también a ellos. Lo cual tiene su importancia a la hora de celebrar a Jesús en la Eucaristía, en ese pan y ese vino en los que el Señor “se hospeda” para que lo podamos comer.
Me gusta pensar que Jesús había rezado y preparado largamente la última cena. Iba a ser su gesto definitivo: la manera de darse y de quedarse con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo”.
El lugar era, pues, importante. Notamos que no eligió la casa de ninguno de los apóstoles ni la de algún amigo o conocido, sino un lugar distinto, al que los hizo llegar como si fueran forasteros que entran a un pueblo y siguen a uno que lleva un cántaro de agua, suponiendo que los conducirá a algún albergue.
Nos quedamos mirando y contemplando el lugar que el Señor eligió.
Dos palabras que suelen pasar desapercibidas, pueden ayudarnos a contemplar: “katalyma” – “aposento”- y “anagaion” – “piso alto”.
Jesús les encarga que le digan al dueño de casa: “donde está mi aposento”. La palabra que usa es “katalyma” que significa estancia o aposento y que propiamente es una “habitación para huéspedes”. Lucas es el otro que usa esta palabra cuando narra la peregrinación de José y María y dice que “no había lugar para ellos en el aposento u hospedería” (Lc 2, 17). También la usa cuando le critican a Jesús que haya ido a “hospedarse” en la casa de un pecador (en referencia al publicano Mateo) (Lc 19, 17).
Dejamos que resuene en nuestro corazón esta palabra tan querida para nosotros: “hospedería”, “habitación de húespedes”, “hogar de tránsito”.
Jesús no tenía casa propia, no tenía “donde reclinar la cabeza”. Para sus reuniones debía pedir prestada una casa. Por supuesto que tenía amigos, como Lázaro y sus hermanas, que lo hospedaban gustosos. También es cierto que en esta ocasión Jesús hace notar su Señorío: el mensaje que les da a los discípulos es el de un Señor. Habla de “mí” aposento. Pero el lugar que elige y el modo como los hace llegar a él, hablan de un lugar ajeno.
La otra palabra es “gran sala en el piso superior” (ana-gaion), que literalmente sería “sobre piso”.
Jesús celebra la Eucaristía en una sala grande, en el piso alto de una hospedería! Como si dijéramos en El Hogar de San José o en la Hospedería Padre Hurtado: esos lugares son El Hogar de Cristo!
Podemos imaginar que el Señor nos manda decir: “¿Donde está dentro tuyo ese lugar grande donde quiero que me hospedes para que comamos juntos, para que te pueda dar mi Cuerpo y mi Sangre?”.
Ese es nuestro lugar íntimo y secreto donde se complace en habitar la Trinidad Santa: el Padre, Jesús y el Dulce Huésped del alma, el Espíritu Santo.
Imaginamos ahora nuestro interior con una habitación grande para huéspedes.
Así como para nacer el Señor se hubiera conformado con esa hospedería humilde de Belén y ni siquiera en ella encontró lugar, para celebrar la fiesta de la Alianza con los hombres elige y prepara él mismo un lugar de paso. Quiere ser “huesped”.
La imagen del huesped habla de libertad. Tanto el que hospeda como el huésped comparten un espacio íntimo sin que sea definitivo.
Y los permisos que uno pide para disponer de algo o para ir al baño…, los gestos de cortesía que se usan, suponen una valoración muy linda de lo que significa compartir la intimidad sin adueñarse de ella.
Hospedar y hospedarse implica un ritual de ofrecimiento y de agradecimiento. Uno, como huésped, tiene que pedir permiso y es lindo tener que pedirlo y que el otro refuerce explícitamente la gratuidad y la amplitud de su ofrecimiento: “Sentite como en tu casa” decimos. Por eso esta es una imagen llena de profundidad y de misterio para gustar la manera en que Jesús elige estar presente en nuestro interior.
Él, aunque es dueño, quiere ser huésped. En Emaús, el “forastero” (huésped, en latín, es forastero) hace ademán de seguir de largo y espera a que lo inviten: “quédate con nosotros, porque anochece…”
Esta imagen de huésped se aplica también al Espíritu: “Dulce huésped de nuestra alma”.
Al darnos su Cuerpo y su Sangre, el Señor se nos da de manera íntima y total y un don tan grande para darse y para ser recibido requiere esta distancia-cercana tan propia de la relación de hospitalidad.
El Señor no viene ni como dueño de casa que se instala ni como desconocido que alquila o viene a negociar algo. Viene como huésped. Y no es esta una imagen menor para la caridad. Como si dijéramos que sería mejor que viniera como Esposo o como hijo… Por el contrario: al huesped uno lo trata mejor incluso que a los de casa.
En la hospitalidad reina la libertad, condimentando cada gesto de dar y recibir como algo que se hace gratuitamente, sin que nunca se pierda este gusto por la gratuidad.
Es bueno en este punto que cada uno rememore sus experiencias de hospitalidad y las aplique a la Eucaristía y a la Palabra, de modo que cuando comulgamos y cuando leemos la Palabra “hospedemos” al Señor en nuestro interior. Cada vez de modo nuevo, hasta que sea Él a hospedarnos definitivamente en el hogar de la intimidad de Dios, en lo que llamamos Cielo.
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Fuente:
https://diegojavierfares.com/2021/06/03/huesped-corpus-christi-b-2021/
martes, 17 de junio de 2025
domingo, 15 de junio de 2025
Fiesta de la Trinidad... Invitados, a ese Círculo de Amor Gratuito...
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Les comparto también este texto escrito por Miguel Tombilla
Lo que celebramos en la Trinidad no es solo un misterio, algo que no se puede comprender por la sola razón. Sino que celebramos el gran amor de un Dios que se hace fecundo porque ama sin medida. Fecundidad amorosa que engendra al Hijo y que por el Espíritu sigue actuando en la historia.

Creación abierta que también espera planificación, que está anhelando también la vida en plenitud.
Dios fecundo en si mismo y de cara a los demás. Hacia dentro y hacia fuera. En un fuera que ya es dentro y viceversa. Todo amor, entregado, extendido, compartido.
Trinidad de amor, de creación, de historia, de esperanza de un presente que ya es futuro y pasado que ya es salvación.
domingo, 8 de junio de 2025
Pentecostés, nos Incendia para Sentir el Mundo como lo Sentía Jesús...
PARA UN MOMENTO CONTEMPLATIVO
Puedes rezar con esta poesía, quedándote sintiendo y gustando aquella imagen que sientas como invitación del Espíritu Santo para tu vida, en este Nuevo Pentecostes...
domingo, 18 de mayo de 2025
Homilia del Papa Leon XIV en la Misa de Inicio de su Ministerio Papal
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático,
¡Saludos a los peregrinos que han venido al Jubileo de las Cofradías!
hermanos y hermanas:
Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1).
En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10).
Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía.
Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.
Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro.
Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.
¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao —que se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin reservas ni cálculos—, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro, que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre nosotros.
Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.
A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.
Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos. Todos, en efecto, hemos sido constituidos «piedras vivas» (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia» (Sermón 359,9).
Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.
En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.
Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.
Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum novarum, 20)
Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.
Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.
domingo, 11 de mayo de 2025
Domingo del Buen Pastor = ¡La Voz de Jesús es Única!
jueves, 1 de mayo de 2025
Bienaventuranzas para el DÍA del TRABAJADOR
y la manipulación de las personas.
lunes, 28 de abril de 2025
HOMILIA de la MISA EXEQUIAL del PAPA FRANCISCO
HOMILÍA DEL EMMO. CARD. GIOVANNI BATTISTA RE, DECANO DEL COLEGIO CARDENALICIO
En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no conocerá el ocaso.
En nombre del
Colegio de Cardenales agradezco cordialmente a todos por su presencia. Con gran
intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo
agradecimiento a los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones
oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima
hacia el Papa que nos ha dejado.
La masiva
manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después
de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y
corazones el intenso pontificado del Papa Francisco.
Su última
imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado
domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los
graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la
Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil
descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.
Con nuestra
oración queremos ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para que le
conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso
amor.
Nos ilumina y
guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de Cristo que
interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Y la
respuesta de Pedro fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que
te quiero”. Y Jesús le confió la gran misión: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21,16-17).
Será esta la tarea constante de Pedro y de sus sucesores, un servicio de amor a
imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no vino para ser servido, sino para
servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc10,45).
A pesar de su
fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino
de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su
Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida.
Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la Iglesia de Dios,
recordando la frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La felicidad está
más en dar que en recibir» (Hch 20,35)
Cuando el
Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para
suceder al Papa Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa
en la Compañía de Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de
21 años de ministerio pastoral en la Arquidiócesis de Buenos Aires, primero
como Auxiliar, luego como Coadjutor y después, especialmente, como Arzobispo.
La decisión de
tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de
estilo con la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse en el
espíritu de san Francisco de Asís.
Conservó su
temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su
fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto
directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos,
con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin
medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un Papa
en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa
atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo
suscitaba en la Iglesia.
Con el
vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y
metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas
de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a
vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio,
que él solía calificar como “cambio de época”.
Tenía gran
espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las
personas alejadas de la Iglesia.
Lleno de
calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa
Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las
esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con
un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e
inmediata.
Su carisma de
acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy,
tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales.
El primado de
la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una clara
impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera
Exhortación apostólica Evangelii
gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el corazón de
todos los que se confían a Dios.
El hilo
conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una casa
para todos; una casa de puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a la
imagen de la Iglesia como “hospital de campaña” después de una batalla con
muchos heridos; una Iglesia determinada y deseosa de hacerse cargo de los
problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo
contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de
todo credo o condición, sanando sus heridas.
Innumerables
son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También
fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres.
Es
significativo que el
primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama
de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea
fue también el
viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de Atenas,
así como la celebración
de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos, con ocasión
de su viaje
a México.
De sus 47
agotadores Viajes Apostólicos quedará especialmente en la historia el de Irak
en 2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa difícil Visita Apostólica
fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto
había sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue también un viaje importante
para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral.
Con la Visita
Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la
periferia más periférica del mundo”.
El Papa
Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando
constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre,
cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen camino.
Quiso el Jubileo Extraordinario de la
Misericordia, destacando que la misericordia es “es el corazón del
Evangelio”.
Misericordia y
alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco.
En contraste
con lo que definió como “la cultura del descarte”, habló de la cultura del
encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su
Pontificado con tonos vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli
tutti quiso hacer renacer una aspiración mundial a la fraternidad,
porque todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza
recordó a menudo que todos pertenecemos a la misma familia humana.
En 2019,
durante su viaje
a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un documento
sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”,
recordando la común paternidad de Dios.
Dirigiéndose a
los hombres y mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato
si’ llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad
respecto a la casa común. “Nadie se salva solo”.
Frente al
estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e
innumerables muertos y destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su
voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para
encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de
personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja
al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y
trágica.
“Construir
puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a
la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre
en todas sus dimensiones.
En unión
espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el
Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.
El Papa
Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de
rezar por mí”.
Querido Papa
Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo
bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste
el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo
el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad
con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza.
domingo, 20 de abril de 2025
Homilia de Domingo de Pascua , Papa Francisco 202
Este es el anuncio de la Pascua: hay que buscarlo en otra parte. ¡Cristo ha resucitado, está vivo! La muerte no lo ha podido retener, ya no está envuelto en el sudario, y por tanto no se le puede encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo. Al contrario, hay que buscarlo, y por eso no podemos quedarnos inmóviles. Debemos ponernos en movimiento, salir a buscarlo: buscarlo en la vida, buscarlo en el rostro de los hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes menos en aquel sepulcro.
Buscarlo siempre. Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros.
Por eso la fe pascual, que nos abre al encuentro con el Señor Resucitado y nos dispone a acogerlo en nuestra vida, está lejos de ser una solución estática o un instalarse tranquilamente en alguna seguridad religiosa. Por el contrario, la Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a correr como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos capaces de “ver más allá”, para descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios que se revela y que también hoy se hace presente, nos habla, nos precede y nos sorprende. Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos perdido al Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad que Él se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección.
Hermanos y hermanas, esta es la esperanza más grande de nuestra vida: podemos vivir esta existencia pobre, frágil y herida, aferrados a Cristo, porque Él ha vencido a la muerte, vence nuestras oscuridades y vencerá las tinieblas del mundo, para hacernos vivir con Él en la alegría, para siempre. Hacia esa meta, como dice el apóstol Pablo, también nosotros corremos, olvidando lo que se queda a nuestras espaldas y proyectándonos hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,12-14). Apresurémonos, pues, a salir al encuentro de Cristo, con el paso ágil de la Magdalena, de Pedro y de Juan.
El Jubileo nos llama a renovar en nosotros el don de esta esperanza, a sumergir en ella nuestros sufrimientos e inquietudes, a contagiar con ella a quienes encontramos en el camino, a confiarle a esta esperanza el futuro de nuestra vida y el destino de la humanidad. Y por eso no podemos aparcar el corazón en las ilusiones de este mundo ni encerrarlo en la tristeza; debemos correr, llenos de alegría. Corramos al encuentro de Jesús, redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino. Como dijo el gran teólogo Henri de Lubac, «debe bastarnos con comprender esto: el cristianismo es Cristo. No es, en verdad, otra cosa. En Jesucristo lo tenemos todo» (Las responsabilidades doctrinales de los católicos en el mundo de hoy, Madrid 2022, 254).
Y este “todo”, que es Cristo resucitado, abre nuestra vida a la esperanza. Él está vivo, Él quiere renovar también hoy nuestra vida. A Él, vencedor del pecado y de la muerte, le queremos decir:
“Señor, en la fiesta que hoy celebramos te pedimos este don: que también nosotros seamos nuevos para vivir esta perenne novedad. Límpianos, oh Dios, del polvo triste de la costumbre, del cansancio y del desencanto; danos la alegría de despertarnos, cada mañana, con ojos asombrados al ver los colores inéditos de ese amanecer, único y distinto a todos los demás. […] Todo es nuevo, Señor, y nada se repite, nada es viejo.” (cf. A. Zarri, Quasi una preghiera).
Hermanas, hermanos, en el asombro de la fe pascual, llevando en el corazón toda esperanza de paz y de liberación, podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo...
sábado, 19 de abril de 2025
Vigilia Pascual 2025, Homilia del Papa Francisco
De este modo, la Vigilia pascual nos recuerda que la luz de la Resurrección ilumina el camino paso a paso, irrumpe en las tinieblas de la historia sin estrépito, resplandece en nuestro corazón de manera discreta. Y a esta luz corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo. La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores. Al contrario, la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad.
Este “estilo” de Dios nos libera de una religiosidad abstracta, ilusa al pensar que la resurrección del Señor lo resuelve todo mágicamente. Todo lo contrario: no podemos celebrar la Pascua sin seguir enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de muerte que con frecuencia se ciernen sobre el mundo. Cristo ha vencido el pecado y ha destruido la muerte, pero en nuestra historia terrena, la potencia de su Resurrección aún se está realizando. Y esa realización, como un pequeño brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y la hagamos crecer.
Hermanos y hermanas, esta es la llamada que, sobre todo en el año jubilar, debemos sentir con fuerza dentro de nosotros: ¡hagamos germinar la esperanza de la Pascua en nuestra vida y en el mundo!
Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón, cuando vemos las sombras del mal seguir su ruidosa marcha sobre el mundo, cuando sentimos arder en nuestra carne y en nuestra sociedad las heridas del egoísmo o de la violencia, no nos desanimemos, volvamos al anuncio de esta noche: la luz resplandece lentamente incluso si nos encontramos en tinieblas; la esperanza de una vida nueva y de un mundo finalmente liberado nos aguarda; un nuevo comienzo puede sorprendernos aunque a veces nos parezca imposible, porque Cristo ha vencido a la muerte.
Este anuncio, que ensancha el corazón, nos llena de esperanza. En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra. Al mismo tiempo, esta esperanza, ya cumplida en Cristo, para nosotros sigue siendo también una meta que alcanzar; se nos ha confiado para que nos convirtamos en testigos creíbles de ella y para que el Reino de Dios se abra paso en el corazón de las mujeres y los hombres de hoy.
Como nos recuerda san Agustín, «la resurrección de nuestro Señor Jesucristo es nueva vida para los que creen en Jesús. Y éste es el misterio de su pasión y resurrección, que ustedes deben conocer bien y vivirlo» (Sermón 231, 2). Reproducir la Pascua en nuestra vida y convertirnos en mensajeros de esperanza, constructores de esperanza mientras tantos vientos de muerte aún soplan sobre nosotros.
Podemos hacerlo con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio. Toda nuestra vida puede ser presencia de esperanza. Queremos serlo para quienes carecen de fe en el Señor, para quienes se han extraviado, para los que se han rendido o caminan encorvados por el peso de la vida; para quienes están solos o encerrados en su propio dolor; para todos los pobres y oprimidos de la tierra; para las mujeres humilladas y asesinadas; para los niños que nunca nacieron y para aquellos que son maltratados; para las víctimas de la guerra. ¡Llevemos, a todos y a cada uno, la esperanza de la Pascua!
Me gusta recordar a una mística del siglo XIII, Hadewijch de Amberes, que, inspirándose en el Cantar de los Cantares y describiendo el sufrimiento por la ausencia del amado, invoca el retorno del amor porque —dice — «volveré a ver […] clarear mi oscuridad» (Hadewijch, El lenguaje del deseo, Madrid 1999, 87).
El Cristo resucitado es el giro definitivo de la historia humana. Él es la esperanza que no declina. Él es el amor que nos acompaña y nos sostiene. Él es el futuro de la historia, el destino final hacia el que caminamos, para ser acogidos en esa vida nueva en la que el mismo Señor enjugará todas nuestras lágrimas «y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor» (Ap 21,4). Y esta esperanza de la Pascua, este “clarear en la oscuridad”, debemos anunciarlo a todos.
Hermanas, hermanos, el tiempo de Pascua es un tiempo de esperanza. «Todavía hay temor, todavía hay una dolorosa conciencia de pecado, pero hay también una luz que se abre paso. […] La Pascua trae la buena noticia de que, aunque las cosas parezcan ir mal en el mundo, el Maligno ha sido ya vencido. La Pascua nos permite afirmar que, aunque Dios parezca muy distante y sigamos estando preocupados por muchos pequeños detalles, nuestro Señor recorre el camino con nosotros […] hay muchos destellos de esperanza que vierten su luz en nuestro caminar en la vida» (H. Nouwen, Meditaciones diarias para la vida espiritual, Madrid 2019, 4 de abril).
¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo.
jueves, 17 de abril de 2025
TRIDUO PASCUAL
Material elaborado por Dolores Aleixandre , con ayuda de Fernando Rivas
JUEVES SANTO
Y SE PUSO A LAVARLES LOS PIES
Subir a “la habitación de arriba” y mirar a Jesús levantándose de la mesa, cambiando el lugar donde se sientan los señores por aquel en que se mueven los que sirven, situándose en ese otro ángulo de mirada. Desde esa otra perspectiva se ven de cerca el barro, el polvo, el mal olor, la suciedad..., todo eso que los sentados a la mesa ignoran o piensan que no les concierne. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su corporalidad.
Jesús se había quitado el manto y, con él, toda pretensión
de poder o dominio. Con la toalla ceñida y de rodillas, como el último de
todos, iba lavando los pies de sus discípulos. Era esa su manera de disponerse a
recibir “el Nombre sobre todo nombre” (Fil 2,9).
GETSEMANÍ
En la escena del huerto vemos a Jesús experimentando una fuerte resistencia a morir, luchando, suplicando y sudando sangre. Desde entonces él va delante de quienes estén dispuestos a entrar en su mismo proceso: ese que nos va haciendo semejantes al Hijo y que puede durar toda una vida.
“El espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil”
(Mt 26,41): esa fue la lección más difícil que el Hijo del hombre tuvo que
incorporar a su aprendizaje de pertenencia a la condición humana. “Aunque era
Hijo, padeciendo, aprendió a obedecer” afirma el autor de la carta a los
Hebreos (Hb 5,8).
Y CANTÓ EL GALLO
El canto del gallo “despierta” a Pedro, le hace volver de su
desvarío, le “convierte”. Se había situado “de espaldas” a Jesús, eligiendo su
propia seguridad, aferrándose a “salvar su vida” y a protegerla ante cualquier amenaza.
Tomo conciencia de qué “cantos de gallo” han tenido poder
para despertarme en algunas situaciones de mi vida. Me reconozco formando parte
de una humanidad tentada de vivir ensimismada y “de espaldas” a los inmensos
desafíos que nos toca afrontar (las desigualdades, la destrucción de la
naturaleza, los autoritarismos, las migraciones forzosas...).
Dejo que resuenen en mi conciencia a las voces que promueven unas metas diferentes: acoger al extraño, cuidar lo frágil, hacer las paces con la naturaleza, optar por la solidaridad, los derechos, la inclusión y la participación. Las acojo como “el canto del gallo” que hoy nos despierta.
VIERNES SANTO
En la Pasión Jesús es “El Descartado. El término evoca un
largo proceso de conspiraciones, tramas, maniobras, traiciones y pactos entre
sus enemigos. En torno a Jesús se fue tejiendo una red siniestra, hábilmente
justificada con argumentos y razones políticas: “Conviene que muera un solo
hombre por el pueblo”, había sentenciado Caifás. Hay que descalificarlo hasta
convertirle en sospechoso, en encausado y presunto imputado; no sabrá
defenderse de las calumnias y será fácil demostrar su culpabilidad, conseguir
sentencia firme y un linchamiento popular hasta quitárnoslo de en medio. “¿No
oyes de cuantas cosas te acusan? – le dijo Pilato- .
Pero él permanecía en silencio” (Mt 27,14). Estaba envuelto
en el silencio como en un manto real, ese manto en el que siguen envueltos hoy
los descartados de nuestro mundo.
“Todo está acabado” (Jn 19,30)
Jesús, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn
19,30). El gesto evoca su actitud de consentimiento absoluto al Padre, el final
coherente de su apuesta arriesgada de confiar por encima de todo. El que había
hecho de su vida entera una donación, entrega ahora su última espiración con el
abandono del niño que se duerme en brazos de su madre.
DESCENDIMIENTO
SÁBADO SANTO
En una homilía oriental José de Arimatea se atreve a pedir
su cadáver al gobernador: “Entrégame, gobernador, para que pueda sepultarlo, el
cuerpo de Jesús el Nazareno, el pobre, que vivía a cielo abierto, el huésped
desconocido venido de otra tierra.
Entrégame a este peregrino voluntario, que no tenía donde
reclinar la cabeza y que, al no tener casa propia, recibió albergue y fue colocado
en un pesebre y soportó la vida peregrina. Entrégame al despreciado, vencido y
colgado ¿qué utilidad tendrá para ti el cuerpo de este peregrino...? Vino de
una región muy lejana, para seguir siendo peregrino, bajó al lugar de las tinieblas.
Es por este muerto por quien te suplico: se encuentra
colgado del madero porque no tiene casa. Nadie intercede por él, como haría un
padre de esta tierra, un amigo, un discípulo, un pariente, un sepulturero.
Verdaderamente solo él es el unigénito del único Dios. Es el
Dios que ha venido a este mundo y no hay otro”.
DOMINGO de PASCUA
Junto a la tumba vacía
Aprendemos que hay dolores que son de parto y que el grano
de trigo cuando cae en tierra y muere, da mucho fruto. – ‘Sois más que esas
heridas que os habitan - escuchamos ahí-. El sufrimiento y la muerte no tienen
la última palabra sobre vosotros’.
Si guardamos esas palabras en la memoria del corazón,
podemos transitar la noche con la confianza de quien espera la llegada del
Compasivo, del que enjugará las lágrimas de todos los rostros.
“Al anochecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo”,
había dicho un salmista (Sal 30, 6). Y un sufí: “Viendo las huellas dejadas por
la brisa mido lo que será el Huracán de la alegría”.

























