lunes, 8 de diciembre de 2025

Fiesta de la Inmaculada: Somos Invitados a entrar también «en el Gozo de nuestra Señora»...



Escrito por Dolores Aleixandre -rscj-

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo», repetimos con las palabras del ángel. Y eso quiere decir que ante nosotros, tantas veces sombríos y agobiados por mil preocupaciones, se abren hoy de par en par las puertas de la alegría. Como cuando en la parábola de los talentos, el dueño dice al servidor fiel: «Entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25, 23), nos sentimos también nosotros invitados a entrar también «en el gozo de nuestra Señora» y bendecir a Dios junto a ella, porque también ha querido hacer de nosotros hijos «agraciados». Sobre nosotros, como sobre María, descansan la complacencia y la ternura del Padre, no porque lo merezcamos, sino gracias a Jesús a quien estamos asociados e incorporados.

Por eso la Fiesta de la Inmaculada, que coincide con el tiempo de Adviento, nos adentra más profundamente en él, porque María se pone a nuestro lado para enseñarnos cómo acoger al Jesús que llega, cómo abrirnos a su presencia, cómo escuchar su Palabra. Junto a ella, la primera creyente, aprendemos qué es la fe y en qué consiste esa actitud de reconocerse pequeño y frágil, pero inmensamente querido y perdonado.

En María descubrimos ahora como terminada la misma obra que Dios tiene empezada en cada uno de nosotros. En ella vemos hoy el resultado victorioso de lo que acontece cuando alguien consiente que Dios intervenga en la propia vida y hasta dónde puede llegar la acción de ese Dios que siempre está llamando a nuestra puerta para estar con nosotros, como lo estuvo con ella y para llenarnos de gracia, como la llenó a ella.

sábado, 6 de diciembre de 2025

Adviento: "Lo Importante es estar Dispuestos a Recibir la Pequeñez de un Dios que se Abaja para Rescatarnos"


Escrito por Hermann Rodríguez Osorio, SJ - Sacerdote jesuita

El tiempo de Adviento tiene un carácter penitencial... Es un tiempo de preparación para la venida del Señor. Los cristianos y cristianas estamos invitados a renovar nuestra propia vida para acoger a Dios que quiere volver a poner su tienda entre nosotros. La misión de Juan el Bautista fue precisamente llamar a sus contemporáneos a preparar los caminos del Señor: “En su predicación decía: ‘¡Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está cerca!”. Eso mismo nos dice hoy a cada uno de nosotros. Este tiempo, entonces, es una oportunidad para revisar nuestra vida y reconocer aquellas actitudes que tenemos que cambiar. Es un tiempo de reforma, de conversión, de cambio.

Es posible que haya dimensiones de nuestra vida que tengamos que revisar y corregir para que Dios pueda encarnarse de nuevo en nuestra historia. Dios no nace en el pesebre bien adornado y bonito que organizamos en nuestras casas. No nace en los pesebres con muchas luces y figuritas que se elaboran en las parroquias. Mucho menos va a nacer debajo de los arbolitos de navidad que nada tienen que ver con nuestra tradición cristiana. Dios sólo puede nacer en un corazón que se prepara para acoger su propuesta y se dispone a dejarse transformar por el amor. Nuestro corazón es el único pesebre en el que Dios puede volver nacer de nuevo entre nosotros. Los otros pesebres son apenas el símbolo de lo que queremos vivir nosotros mismos.

Es posible que nuestro corazón, como el pesebre de Belén, no sea el lugar más elegante, ni tenga todas las comodidades de un gran palacio. Es posible que nuestro corazón necesite una limpieza y algunos ajustes para acoger al Hijo de Dios. Lo importante es que esté dispuesto a recibir la pequeñez de un Dios que se abaja para rescatarnos. Muy seguramente esto significará un cambio de rumbo en nuestro camino, una reforma de vida, una transformación interior. Y, por otra parte, esto tendrá que hacerse visible y expresarse en comportamientos nuevos de cercanía a los más frágiles, de acogida a los más débiles, de amor a los más pequeños. No olvidemos tampoco que lo más importante no son los títulos o las certificaciones. En el cielo nos evaluarán por los resultados.


jueves, 4 de diciembre de 2025

El Tiempo de Adviento invita a la Lentitud y a la Receptividad...

 


Escrito por  Alícia Guidonet -Fuente Cristianisme i Justícia-

El tiempo de Adviento tiene una duración que invita a la lentitud y a la receptividad. De hecho, lo que se celebra durante este periodo es una espera que, por su naturaleza, está impregnada de la experiencia de ser personas fecundas, capaces de abrirse, de acoger y gestar la vida de Jesús. Cuatro semanas, por tanto, que invitan, año tras año, a hacer este delicado proceso, a meditar, a lo largo de cada día, la magnitud y profundidad de esta Presencia, que llega, de nuevo, con la propuesta de ser (más) percibida. Esta presencia quiere llenarnos de gracia, haciéndose Señor de nuestro ser, e impulsándonos a recorrer, un año más, el camino, con más hondura y orientación hacia la plenitud. 

No es de extrañar que el símbolo por excelencia del Adviento sea la luz. La luz que irá llenando, progresivamente, si así lo consentimos, cada una de nuestras íntimas estancias, hasta llegar al anhelado encuentro con un pequeño que nos pide inclinarnos para poderlo acariciar…

Los textos configuran el paso de este tiempo y se nos muestran, ante nosotros, como una alfombra que dulcifica el camino, que lo dispone para ser recorrido, practicado con un sentido que —intuimos— no encontraremos en ningún otro lugar. Y la Palabra nos acerca las imágenes de encuentro, justicia, vela, guía, luz o gozo… Esa Palabra que capta la globalidad de nuestro ser y que también pide algo: cuatro semanas de atención plena y permeabilidad en un espacio creado para la ocasión, porque solo así podrá ocuparnos, abriendo un lugar en nuestro interior, disponiéndonos a los demás y al mundo. 

Cuando somos capaces de entrar en este ritmo vital, cuando hacemos experiencia de dejarnos alcanzar por el buen Jesús, percibimos que, de hecho, cuatro semanas es el tiempo. Sentimos que este periodo constituye un verdadero espacio de Dios, para Dios, con Él. Irremediablemente, comprendemos que la realidad de Dios es esta: la que se cuece en el silencio, en la lentitud, en la oscuridad sacudida por insinuantes chispas de luz; la que pide, por lo tanto, vigilia para religarse a estas insinuaciones, dejando que crezcan y adquieran forma, permitiendo que encuentren amables grietas desde donde proyectarse. 

Son momentos que detienen la cotidianeidad, tiempos que dan sentido y comunican, de una manera u otra, presencia, esperanza, vida renovada. Son, en definitiva, tiempos que nos humanizan, que nos recuerdan que nuestra condición humana necesita reubicarse, sobre todo cuando nos toca vivir una crisis: no podemos sostenernos por mucho tiempo en medio de la fragmentación o el caos imperantes, porque estas realidades nos rompen, nos dividen, nos alejan de lo más esencial nuestro. 

Acaba, un año más, el Adviento. Deja paso a otro tiempo, de Navidad, y con él, se abre una nueva posibilidad para dejarnos alcanzar por la ternura de un Dios que sigue esperándonos. Su mano tendida y su rostro de paz nos anuncian, de nuevo, que hay tiempos para construir.


domingo, 30 de noviembre de 2025

Hacernos Adviento...

Aprenda tu corazón a amar lo que esperas...Adviento

Escrito por Santiago Agrelo, arzobispo de Tánger (Marruecos)

El de Adviento es un tiempo litúrgico de preparación para la Navidad, pero para la Iglesia todo en tiempo es Adviento, y en cada día en la vida de los creyentes, pues vivimos esperando a Cristo, deseando a Cristo, amando a Cristo. No me preguntes cuántos fieles hubo hoy en la celebración eucarística. Pregunta cuánto amor, cuánto deseo, cuánta esperanza había en el corazón de cada uno, y sabrás si hubo hoy un verdadero Adviento en la comunidad.

Ya sé que, desde lo hondo de tu intimidad, desde la verdad de tu vida, puedes estar pensando: es que yo no amo a Cristo, yo no deseo su venida, yo no espero ninguna Navidad. No tengas miedo. Has de acercarte a ti mismo, a tu interioridad, antes de puedas ver que tu Salvador se acerca a Ti. Has de acercarte a tu pobreza, a tu oscuridad, a tu necesidad, a tu noche, a tu fragilidad...

Si no busca a Cristo el amor de tu corazón, que lo busque tu indigencia; que es el Señor amigo de indigentes, y pobres, por ellos vino a la pobreza, a la oscuridad, a la necesidad, a la noche, a la fragilidad, pues Dios, "envió a su Hijo, nacido de una mujer, Él actuando como un hombre cualquiera, pasó haciendo el bien”.

Que anhele tu deseo lo que necesitas, que espere todo tu ser lo que deseas, que aprenda tu corazón a amar lo que esperas. Sube desde tu necesidad a Cristo, y Cristo vendrá a ti para ser tuyo. Vendrá y lo reconocerás, lo amarás, lo cuidarás: escucharás su Palabra, recibirás su Espíritu, comulgarás su Cuerpo, lo verás en la comunidad, lo abrazarás en los pobres, y recordarás siempre con gratitud que fue tu pobreza la que te abrió la puerta de la fe para que le deseases, le esperases, le amases.

Feliz tiempo de Adviento....Feliz encuentro con Cristo

sábado, 22 de noviembre de 2025

Reina Jesús “atrayendo”...


Escrito por el P. Diego Fares -sj-

En general, cuando decimos rey, nos vienen imágenes de coronas, de bodas reales, de bastones de mando y de majestad política… Pero también uno usa expresiones como “reina la paz”, en la casa, cuando todos duermen o, luego de una tragedia: “reinaba un silencio profundo”.

La expresión que utiliza el buen ladrón “cuando estés en tu reino” él la refería al futuro, pero de alguna manera intuyó, al retar a su compañero de cruz que se burlaba, que Jesús ya estaba en su reino.

Jesús reina sobre los que están en la cruz.

Jesús reina sobre los que llevan la cruz, sobre los que la cargan y lo siguen.

Jesús reina sobre los que le piden alivio a su cruz y sobre los que cargan las cruces de los demás. Es el rey de los que abrazan la cruz y no la sueltan. Y también reina sobre los cirineos que son obligados a llevarla y sobre los que son clavados allí contra su voluntad…

Reina Jesús “atrayendo”.

Reina saliendo a buscar su propia cruz y cargando con ella.

Reina padeciendo en su cruz compadeciendo a todos.

Reina perdonando incluso a los que lo crucifican.

Reina creando en torno a sí ese ámbito de respeto del que hablaba en el que cada uno es remitido a sí mismo, confrontado consigo mismo frente al otro, que con nobleza sufre lo suyo e interpela a hacer otro tanto.

Ignacio nos hace preguntarnos, ante el Señor puesto en Cruz: “que he hecho yo por Cristo, que hago, que debo hacer por Él”.

Dejarlo reinar, en eso consiste nuestro “hacer”.

Creer en él, confiar: esa es la obra de la fe.


Adorar al Padre cuando estoy ante el Señor puesto en Cruz: eso puedo “hacer”.

Adorar al Padre cada vez que estoy en presencia del sufrimiento de mis hermanos y siento ese respeto junto con un no saber qué hacer.

Adorar al Padre. Esa es la respuesta “negativamente vivida” por todos a través de tanto sentir que nada de lo que uno haga sirve ni es adecuado frente al dolor, especialmente cuando viene montado sobre la injusticia y afecta a los inocentes.

El que nada haya servido es una invitación callada y persistente a probar refiriendo lo que sucede al Padre en vez de pensar qué puedo hacer yo. Eso es adorar. Decirle “me pongo en tus manos” en esta situación en la que no sé qué hacer. Dejar que se ensanche el silencio y el respeto, eso es adorar. Inclinar la cabeza, no expresarme, no preguntar ni controlar: ser creatura, eso es adorar.

Dejar de referirme a mí mismo y referirme a Él, eso es ad-orar.

Allí Jesús reina, en este espacio “está en su reino”. Y el Padre nos abraza como al hijo pródigo que regresa.

sábado, 30 de agosto de 2025

Esa Gratuidad que es Característica Esencial del Amor de Dios por Nosotros

Escrito por DARÍO MOLLÁ, SJ 

El evangelio de este domingo es una enseñanza de Jesús a partir de un hecho de vida. Le invitan a un banquete y nota “que los invitados escogían los primeros puestos”. A partir de ese hecho, Jesús, que no pierde detalle de lo que sucede a su alrededor, formula una doble enseñanza. La primera va dirigida a los invitados en su pelea por los puestos más destacados; la segunda es para el anfitrión y tiene que ver con los invitados a ese banquete. Voy a centrarme en la segunda.

Llama la atención, en esta escena y en otras del evangelio, la libertad de Jesús hacia las personas que le invitan: si les tiene que decir algo se lo dice sin miramientos ni remilgos. En este caso llama la atención al anfitrión sobre las personas a las que ha invitado. Le viene a decir: has invitado a los que te pueden pagar la invitación, de una u otra manera, y en el fondo esperas que lo hagan, e incluso algún día les pasarás la factura; en otra ocasión, es mejor que invites a los que no te pueden pagar. El pago te lo hará Dios “en la resurrección de los justos”.

Una vez más, la invitación que el evangelio nos hace es una invitación a la gratuidad. Esa gratuidad que es característica esencial del amor de Dios por nosotros y que está llamada a ser también una característica fundamental de nuestro amor a los demás. Dios nos ama a nosotros que, en tantos aspectos, somos “pobres, lisiados, cojos y ciegos” porque nos ama no por lo que espera recibir de nosotros, no porque espere que le “paguemos” su amor, sino porque necesitamos de su amor para amar. Sin su amor no saldríamos de nuestras limitaciones para amar, ni a Él ni a nuestros hermanos.

¿Es posible amar sin esperar pago o compensación? ¿es posible la gratuidad en una sociedad donde todo, parece que absolutamente todo, hasta lo más sagrado, tiene un precio? A veces, quizá las menos en esto del amor, esperamos que nos paguen en “efectivo”; esperamos, con más frecuencia, que nos paguen en “afectivo”. Que nos paguen en reconocimientos, agradecimientos, e incluso dependencias o sometimientos: “yo he hecho esto por ti, espero que tú hagas esto por mí”; o la contraria en formulación, pero idéntica en el fondo: “con lo que yo he hecho por ti, tú no me puedes hacer esto a mí”.

Sólo cuando nuestro amor se funda en el Amor, en la conciencia viva del amor que recibimos y que nos sostiene día a día, es posible abrir nuestra casa y nuestro corazón a “los pobres, lisiados, cojos y ciegos”, a los que no pueden pagar. Con la plena confianza de que amando a quienes no pueden pagar estamos amando al Amor mismo, al Dios de la vida.

viernes, 27 de junio de 2025

FIESTA del SAGRADO CORAZÓN...


-Homilía del Papa Francisco, en el Jubileo de los Sacerdotes-

El Corazón del Buen Pastor no es sólo el corazón que tiene misericordia de nosotros, sino la misericordia misma. 

Ahí resplandece el Amor del Padre; ahí me siento seguro de ser acogido y comprendido como soy; ahí, con todas mis limitaciones y mis pecados, saboreo la certeza de ser elegido y amado.

Al mirar a ese corazón, renuevo el primer amor: el recuerdo de cuando el Señor tocó mi alma y me llamó a seguirlo, la alegría de haber echado las redes de la vida confiando en su palabra (cf. Lc 5,5).

El corazón del Buen Pastor nos dice que su amor no tiene límites, no se cansa y nunca se da por vencido. 

En él vemos su continua entrega sin algún confín; en él encontramos la fuente del amor dulce y fiel, que deja libre y nos hace libres; en él volvemos cada vez a descubrir que Jesús nos ama «hasta el extremo» (Jn 13,1), sin imponerse nunca...


domingo, 22 de junio de 2025

Huésped - Fiesta de Corpus Christi

 


Escrito por Diego Fares .sj

Para contemplar el misterio de la Eucaristía, nos detenemos hoy en el lugar donde el Señor quiso celebrar la Ultima Cena. El piso alto de aquella hospedería nos indica algo muy especial acerca de cómo quiere quedarse el Señor entre nosotros: como un huésped!

El diálogo de Jesús y los discípulos comienza con la pregunta de estos por el lugar: “¿Dónde quieres que te preparemos la Pascua?”. Y el Señor les indica entonces un camino un tanto complicado para llegar al lugar de la Cena… que ya estaba preparado!

Esto llama la atención. Uno piensa: “Si Jesús ya lo tenía todo planeado, ¿por qué no los mandó directamente a la casa? ¿Por qué los hizo caminar siguiendo pistas, como si fuera una búsqueda del tesoro?”.

Creo que quería hacerlos experimentar el camino que Él había recorrido antes, siguiendo al hombre del cántaro hasta encontrar la hospedería en la que trabajaba. Una manera de hacerlos sentir huéspedes también a ellos. Lo cual tiene su importancia a la hora de celebrar a Jesús en la Eucaristía, en ese pan y ese vino en los que el Señor “se hospeda” para que lo podamos comer.

Me gusta pensar que Jesús había rezado y preparado largamente la última cena. Iba a ser su gesto definitivo: la manera de darse y de quedarse con nosotros “todos los días hasta el fin del mundo”.

El lugar era, pues, importante. Notamos que no eligió la casa de ninguno de los apóstoles ni la de algún amigo o conocido, sino un lugar distinto, al que los hizo llegar como si fueran forasteros que entran a un pueblo y siguen a uno que lleva un cántaro de agua, suponiendo que los conducirá a algún albergue.

Nos quedamos mirando y contemplando el lugar que el Señor eligió.

Dos palabras que suelen pasar desapercibidas, pueden ayudarnos a contemplar: “katalyma” – “aposento”- y “anagaion” – “piso alto”.

Jesús les encarga que le digan al dueño de casa: “donde está mi aposento”. La palabra que usa es “katalyma” que significa estancia o aposento y que propiamente es una “habitación para huéspedes”. Lucas es el otro que usa esta palabra cuando narra la peregrinación de José y María y dice que “no había lugar para ellos en el aposento u hospedería” (Lc 2, 17). También la usa cuando le critican a Jesús que haya ido a “hospedarse” en la casa de un pecador (en referencia al publicano Mateo) (Lc 19, 17).

Dejamos que resuene en nuestro corazón esta palabra tan querida para nosotros: “hospedería”, “habitación de húespedes”, “hogar de tránsito”.

Jesús no tenía casa propia, no tenía “donde reclinar la cabeza”. Para sus reuniones debía pedir prestada una casa. Por supuesto que tenía amigos, como Lázaro y sus hermanas, que lo hospedaban gustosos. También es cierto que en esta ocasión Jesús hace notar su Señorío: el mensaje que les da a los discípulos es el de un Señor. Habla de “mí” aposento. Pero el lugar que elige y el modo como los hace llegar a él, hablan de un lugar ajeno.

La otra palabra es “gran sala en el piso superior” (ana-gaion), que literalmente sería “sobre piso”.

Jesús celebra la Eucaristía en una sala grande, en el piso alto de una hospedería! Como si dijéramos en El Hogar de San José o en la Hospedería Padre Hurtado: esos lugares son El Hogar de Cristo!

Podemos imaginar que el Señor nos manda decir: “¿Donde está dentro tuyo ese lugar grande donde quiero que me hospedes para que comamos juntos, para que te pueda dar mi Cuerpo y mi Sangre?”.

Ese es nuestro lugar íntimo y secreto donde se complace en habitar la Trinidad Santa: el Padre, Jesús y el Dulce Huésped del alma, el Espíritu Santo.

Imaginamos ahora nuestro interior con una habitación grande para huéspedes.

Así como para nacer el Señor se hubiera conformado con esa hospedería humilde de Belén y ni siquiera en ella encontró lugar, para celebrar la fiesta de la Alianza con los hombres elige y prepara él mismo un lugar de paso. Quiere ser “huesped”.

La imagen del huesped habla de libertad. Tanto el que hospeda como el huésped comparten un espacio íntimo sin que sea definitivo.

Y los permisos que uno pide para disponer de algo o para ir al baño…, los gestos de cortesía que se usan, suponen una valoración muy linda de lo que significa compartir la intimidad sin adueñarse de ella.

Hospedar y hospedarse implica un ritual de ofrecimiento y de agradecimiento. Uno, como huésped, tiene que pedir permiso y es lindo tener que pedirlo y que el otro refuerce explícitamente la gratuidad y la amplitud de su ofrecimiento: “Sentite como en tu casa” decimos. Por eso esta es una imagen llena de profundidad y de misterio para gustar la manera en que Jesús elige estar presente en nuestro interior.

Él, aunque es dueño, quiere ser huésped. En Emaús, el “forastero” (huésped, en latín, es forastero) hace ademán de seguir de largo y espera a que lo inviten: “quédate con nosotros, porque anochece…”

Esta imagen de huésped se aplica también al Espíritu: “Dulce huésped de nuestra alma”.

Al darnos su Cuerpo y su Sangre, el Señor se nos da de manera íntima y total y un don tan grande para darse y para ser recibido requiere esta distancia-cercana tan propia de la relación de hospitalidad.

El Señor no viene ni como dueño de casa que se instala ni como desconocido que alquila o viene a negociar algo. Viene como huésped. Y no es esta una imagen menor para la caridad. Como si dijéramos que sería mejor que viniera como Esposo o como hijo… Por el contrario: al huesped uno lo trata mejor incluso que a los de casa.

En la hospitalidad reina la libertad, condimentando cada gesto de dar y recibir como algo que se hace gratuitamente, sin que nunca se pierda este gusto por la gratuidad.

Es bueno en este punto que cada uno rememore sus experiencias de hospitalidad y las aplique a la Eucaristía y a la Palabra, de modo que cuando comulgamos y cuando leemos la Palabra “hospedemos” al Señor en nuestro interior. Cada vez de modo nuevo, hasta que sea Él a hospedarnos definitivamente en el hogar de la intimidad de Dios, en lo que llamamos Cielo.

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Fuente: 

https://diegojavierfares.com/2021/06/03/huesped-corpus-christi-b-2021/

domingo, 15 de junio de 2025

Fiesta de la Trinidad... Invitados, a ese Círculo de Amor Gratuito...



Escrito por Mariola López Villanueva -RSCJ-

Lo que más emociona de esta fiesta es sentir que estamos invitados, que en ese Círculo de Amor gratuito hay un lugar que requiere ser habitado por cada uno de nosotros. Los padres capadocios, allá por el Siglo IV, fueron los primeros en esbozar qué significaba que nuestro Dios es relación de Personas, una relación creciente, multiplicadora, creativa…cuyo movimiento provoca una atracción salvífica. 

El Amante, el Amado y el Amor, nos invitan a formar parte de ese entramado relacional, a aprender los pasos de su danza, a sorprendernos una y otra vez por esa capacidad terapéutica del amor, que sana y embellece allí donde se posa. 


La Trinidad nos vincula a cada ser que respira, nos enseña que no podemos ser felices solos y nos alienta para que todos nuestros intentos, aún los de mayor torpeza, sean siempre bienvenidos; pues amar es algo que sólo podemos aprender amando...
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Les comparto también este texto escrito por Miguel Tombilla

Lo que celebramos en la Trinidad no es solo un misterio, algo que no se puede comprender por la sola razón. Sino que celebramos el gran amor de un Dios que se hace fecundo porque ama sin medida. Fecundidad amorosa que engendra al Hijo y que por el Espíritu sigue actuando en la historia.


Creación abierta que también espera planificación, que está anhelando también la vida en plenitud.

Dios fecundo en si mismo y de cara a los demás. Hacia dentro y hacia fuera. En un fuera que ya es dentro y viceversa. Todo amor, entregado, extendido, compartido.

Trinidad de amor, de creación, de historia, de esperanza de un presente que ya es futuro y pasado que ya es salvación.

domingo, 8 de junio de 2025

Pentecostés, nos Incendia para Sentir el Mundo como lo Sentía Jesús...

Escrito por Dolores Aleixandre -RSCJ-

Pentecostés nos invita a caer en la cuenta de cómo la acción del Espíritu Santo ha ido creciendo con el tiempo: cuando miramos hacia atrás, nos va siendo más fácil rastrear con agradecimiento sus huellas en nuestra vida y el eco de ese modo suyo de hacernos sentir su presencia que, como sintió Elias en el Horeb, es como "la voz de un silencio tenue" (1Re 19,12).

Pentecostés nos ayuda a entender mejor aquello de San Pablo de que "el Espíritu viene en auxilio de nuestra debilidad" (Rom 8, 26): el más elemental realismo nos va demostrando, no sólo que "no sabemos orar como conviene", sino que ese "no saber" abarca casi todo el resto de los aspectos de nuestra vida. Pero esa constatación que podría apabullarnos, podemos llegar a celebrarla porque nos recuerda que podemos contar con una fuerza que no nos pertenece pero que nos habita y que, a poco que se lo consintamos, se hace cargo de nuestra vida y se encarga de ella bastante mejor de lo que lo haríamos nosotros mismos si nos empeñáramos.

Pentecostés nos sitúa en la órbita del Maestro interior: según va pasando la vida y vamos teniendo experiencias preciosas de amistad, comunicación profunda y acompañamiento espiritual, puede crecernos la convicción de que hay en cada uno de nosotros una zona incomunicable y a la que casi no tenemos acceso ni nosotros mismos, pero que es transparente para el Espíritu que desde ahí enseña, atrae, conduce y mueve. Pero la cosa no va de intimismos porque es una conducción y ya se sabe dónde va a parar: oí contar hace poco que le preguntaron al Abbé Pierre en la TV: ¿Qué es lo más importante para Ud.? y él contestó: Los otros. Esa es la asignatura que enseña siempre el "Maestro interior".

Pentecostés nos incendia para sentir el mundo como lo sentía Jesús, sin permitir que la ausencia prolongada del Señor y el sufrir de tanta gente nos abrumen hasta el punto de apagar nuestra esperanza. Porque en medio de tantas cosas en contra, allí está también el Espíritu a favor nuestro, amigo fiel a nuestro lado para sostener en nosotros ese deseo que nos hace seguir clamando tercamente: "¡Ven Señor Jesús!" (Ap 21,17).

PARA UN MOMENTO CONTEMPLATIVO

Puedes rezar con esta poesía, quedándote sintiendo y gustando aquella imagen que sientas como invitación del Espíritu Santo para tu vida, en este Nuevo Pentecostes...

ESPÍRITU 

Que tu Espíritu sea danza que inspire el caminar. 
Que tu Espíritu sea aliento que convoque a la unidad. 
Que tu Espíritu arrase con la uniformidad. 
Que tu Espíritu se mezcle con nuestra humanidad. 

Que tu Espíritu transforme nuestras manos para dar. 
Que tu Espíritu madure nuestro sueño para amar. 
Que tu Espíritu fecunde con ternura nuestro ser. 
Que sea fuego en la campiña y encienda nuestra fe. 

Que tu Espíritu nos haga resistir la tempestad. 
Nos levante la mirada, nos regale libertad. 
Nos transforme en la palabra que restaure dignidad. 
Cómo ráfaga de vida, la esperanza traiga ya. 

Que tu Espíritu remueva nuestra tierra por sembrar. 
Que tu Espíritu inspire cada intento por sanar. 
Que tu Espíritu nos llene de gozo al mirar. 
Que la vida rompe el muro y la flor se asoma ya. 

Que tu Espíritu sacuda nuestro miedo a la verdad. 
Que tu Espíritu nos mueva siempre a dar un paso más. 
Nos invite a compartir la mesa con todo nuestro pan. 
Nos inunde de sentido y alegría en el andar. 

Que tu Espíritu, Dios Padre y Madre, invite a la equidad. 
Que tu Espíritu nos mueva a desterrar la soledad. 
Que tu Espíritu sea el verso que nos dé la identidad. 
Sea el canto y la razón que movilice nuestro andar. 

Que tu Espíritu, Dios Padre y Madre, invite a la equidad. 
Que tu Espíritu nos mueva con los pobres a luchar. 
Que tu Espíritu con ellos avive la amistad. 
Que propague la justicia y por fin venga la paz. 

 Cecilia Rivero rscj

Hacer clik para ver el Video de esta Canción:


domingo, 18 de mayo de 2025

Homilia del Papa Leon XIV en la Misa de Inicio de su Ministerio Papal


Q
ueridos hermanos cardenales,

hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,

distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático,

¡Saludos a los peregrinos que han venido al Jubileo de las Cofradías!

hermanos y hermanas:

Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1).

En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10).

Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía.

Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.

Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro.

Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.

¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao —que se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin reservas ni cálculos—, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro, que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre nosotros.

Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.

A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.

Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos.  Todos, en efecto, hemos sido constituidos «piedras vivas» (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia» (Sermón 359,9).

Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.

En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.

Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.

Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum novarum, 20)

Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.

Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.



domingo, 11 de mayo de 2025

Domingo del Buen Pastor = ¡La Voz de Jesús es Única!



Texto del Papa Francisco -año 2013-

"El Cuarto Domingo del Tiempo de Pascua está caracterizado por el Evangelio del Buen Pastor – en el capítulo décimo de San Juan –, que se lee cada año. El relato de hoy narra estas palabras de Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy Vida eterna: ellas no perecerán jamás y nadie las arrebatará de mis manos. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos y nadie puede arrebatar nada de las manos de mi Padre. El Padre y yo somos una sola cosa”. En estos cuatro versículos se encuentra todo el mensaje de Jesús, está el núcleo central de su Evangelio: Él nos llama a participar en su relación con el Padre, y ésta es la vida eterna. 

Jesús quiere establecer con sus amigos una relación que sea el reflejo de aquella que Él mismo tiene con el Padre: una relación de pertenencia recíproca en la confianza plena, en la íntima comunión. Para expresar este entendimiento profundo, esta relación de amistad Jesús utiliza la imagen del pastor con sus ovejas: él las llama y ellas reconocen su voz, responden a su llamado y lo siguen. ¡Esta parábola es hermosísima! El misterio de la voz es sugestivo: desde el vientre de nuestra madre aprendemos a reconocer su voz y aquella del papá; por el tono de una voz percibimos el amor o el desprecio, el afecto o la frialdad. ¡La voz de Jesús es única! Si aprendemos a distinguirla, Él nos guía por el camino de la vida, un camino que supera también el abismo de la muerte. 

Pero a un cierto punto Jesús dice, refiriéndose a sus ovejas: “Mi Padre, que me las ha dado…”. Esto es muy importante, es un misterio profundo, no fácil de comprender: si me siento atraído por Jesús, si su voz calienta mi corazón, es gracias a Dios Padre, que ha puesto dentro de mí el deseo del amor, de la verdad, de la vida, de la belleza…¡Y Jesús es todo esto en plenitud!... 

jueves, 1 de mayo de 2025

Bienaventuranzas para el DÍA del TRABAJADOR


BIENAVENTURANZAS PARA EL DÍA DEL TRABAJO
Escritas por el P. Eduardo Casas.


Benditos los que ofrecen y comparten trabajos a sus hermanos.

Benditos los que trabajan digna y honestamente.

Benditos los que trabajan por la paz.

Benditos los que trabajan para que siempre haya trabajo para todos.

Benditos los que trabajan por la justicia y trabajan justamente.

Benditos los que luchan para que se destierre la desocupación
y la manipulación de las personas.

Benditos los que trabajan con las manos, la cabeza y el corazón.

Benditos los que trabajan por amor a los demás.

Benditos los que trabajan por mantener y cuidar a sus familias. 

Benditos los que se sacrifican duramente en sus trabajos.

Benditos los que trabajan y disfrutan.

Bendito seas Jesús que trabajaste por nosotros. 

Amén.

lunes, 28 de abril de 2025

HOMILIA de la MISA EXEQUIAL del PAPA FRANCISCO


HOMILÍA DEL EMMO. CARD. GIOVANNI BATTISTA RE, DECANO DEL COLEGIO CARDENALICIO

En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no conocerá el ocaso.

En nombre del Colegio de Cardenales agradezco cordialmente a todos por su presencia. Con gran intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo agradecimiento a los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima hacia el Papa que nos ha dejado.

La masiva manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y corazones el intenso pontificado del Papa Francisco.

Su última imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.

Con nuestra oración queremos ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para que le conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso amor.

Nos ilumina y guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de Cristo que interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Y la respuesta de Pedro fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Y Jesús le confió la gran misión: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21,16-17). Será esta la tarea constante de Pedro y de sus sucesores, un servicio de amor a imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc10,45).

A pesar de su fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la Iglesia de Dios, recordando la frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hch 20,35)

Cuando el Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para suceder al Papa Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa en la Compañía de Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de 21 años de ministerio pastoral en la Arquidiócesis de Buenos Aires, primero como Auxiliar, luego como Coadjutor y después, especialmente, como Arzobispo.

La decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de estilo con la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de san Francisco de Asís.

Conservó su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un Papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia.

Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio, que él solía calificar como “cambio de época”.

Tenía gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia.

Lleno de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e inmediata.

Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy, tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales.

El primado de la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una clara impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el corazón de todos los que se confían a Dios.

El hilo conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una casa para todos; una casa de puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a la imagen de la Iglesia como “hospital de campaña” después de una batalla con muchos heridos; una Iglesia determinada y deseosa de hacerse cargo de los problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de todo credo o condición, sanando sus heridas.

Innumerables son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres.

Es significativo que el primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea fue también el viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de Atenas, así como la celebración de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos, con ocasión de su viaje a México.

De sus 47 agotadores Viajes Apostólicos quedará especialmente en la historia el de Irak en 2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa difícil Visita Apostólica fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto había sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue también un viaje importante para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral. Con la Visita Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la periferia más periférica del mundo”.

El Papa Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre, cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen camino.

Quiso el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, destacando que la misericordia es “es el corazón del Evangelio”.

Misericordia y alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco.

En contraste con lo que definió como “la cultura del descarte”, habló de la cultura del encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su Pontificado con tonos vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli tutti quiso hacer renacer una aspiración mundial a la fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza recordó a menudo que todos pertenecemos a la misma familia humana.

En 2019, durante su viaje a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un documento sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”, recordando la común paternidad de Dios.

Dirigiéndose a los hombres y mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato si’  llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad respecto a la casa común. “Nadie se salva solo”.

Frente al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables muertos y destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica.

“Construir puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus dimensiones.

En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.

El Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de rezar por mí”.

Querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza.

 


domingo, 20 de abril de 2025

Homilia de Domingo de Pascua , Papa Francisco 202

 



María Magdalena, al ver que la piedra del sepulcro había sido retirada, salió corriendo para avisárselo a Pedro y a Juan. También los dos discípulos, al recibir la desconcertante noticia, salieron y —dice el Evangelio— «corrían los dos juntos» (Jn 20,4). ¡Todos los protagonistas de los relatos pascuales corren! Y este “correr” expresa, por un lado, la preocupación de que se hubieran llevado el cuerpo del Señor; pero, por otro lado, la carrera de la Magdalena, de Pedro y de Juan manifiesta el deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús. Él, de hecho, ha resucitado de entre los muertos y, por eso, ya no está en el sepulcro. Hay que buscarlo en otra parte.

Este es el anuncio de la Pascua: hay que buscarlo en otra parte. ¡Cristo ha resucitado, está vivo! La muerte no lo ha podido retener, ya no está envuelto en el sudario, y por tanto no se le puede encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo. Al contrario, hay que buscarlo, y por eso no podemos quedarnos inmóviles. Debemos ponernos en movimiento, salir a buscarlo: buscarlo en la vida, buscarlo en el rostro de los hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes menos en aquel sepulcro.

Buscarlo siempre. Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros.

Por eso la fe pascual, que nos abre al encuentro con el Señor Resucitado y nos dispone a acogerlo en nuestra vida, está lejos de ser una solución estática o un instalarse tranquilamente en alguna seguridad religiosa. Por el contrario, la Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a correr como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos capaces de “ver más allá”, para descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios que se revela y que también hoy se hace presente, nos habla, nos precede y nos sorprende. Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos perdido al Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad que Él se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección.

Hermanos y hermanas, esta es la esperanza más grande de nuestra vida: podemos vivir esta existencia pobre, frágil y herida, aferrados a Cristo, porque Él ha vencido a la muerte, vence nuestras oscuridades y vencerá las tinieblas del mundo, para hacernos vivir con Él en la alegría, para siempre. Hacia esa meta, como dice el apóstol Pablo, también nosotros corremos, olvidando lo que se queda a nuestras espaldas y proyectándonos hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,12-14). Apresurémonos, pues, a salir al encuentro de Cristo, con el paso ágil de la Magdalena, de Pedro y de Juan.

El Jubileo nos llama a renovar en nosotros el don de esta esperanza, a sumergir en ella nuestros sufrimientos e inquietudes, a contagiar con ella a quienes encontramos en el camino, a confiarle a esta esperanza el futuro de nuestra vida y el destino de la humanidad. Y por eso no podemos aparcar el corazón en las ilusiones de este mundo ni encerrarlo en la tristeza; debemos correr, llenos de alegría. Corramos al encuentro de Jesús, redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino. Como dijo el gran teólogo Henri de Lubac, «debe bastarnos con comprender esto: el cristianismo es Cristo. No es, en verdad, otra cosa. En Jesucristo lo tenemos todo» (Las responsabilidades doctrinales de los católicos en el mundo de hoy, Madrid 2022, 254).

Y este “todo”, que es Cristo resucitado, abre nuestra vida a la esperanza. Él está vivo, Él quiere renovar también hoy nuestra vida. A Él, vencedor del pecado y de la muerte, le queremos decir:

“Señor, en la fiesta que hoy celebramos te pedimos este don: que también nosotros seamos nuevos para vivir esta perenne novedad. Límpianos, oh Dios, del polvo triste de la costumbre, del cansancio y del desencanto; danos la alegría de despertarnos, cada mañana, con ojos asombrados al ver los colores inéditos de ese amanecer, único y distinto a todos los demás. […] Todo es nuevo, Señor, y nada se repite, nada es viejo.” (cf. A. Zarri, Quasi una preghiera).

Hermanas, hermanos, en el asombro de la fe pascual, llevando en el corazón toda esperanza de paz y de liberación, podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo...


sábado, 19 de abril de 2025

Vigilia Pascual 2025, Homilia del Papa Francisco



Es de noche cuando el Cirio Pascual avanza lentamente hasta el altar. Es de noche cuando el canto del himno dispone nuestros corazones al gozo, pues la tierra brilla “inundada de tanta claridad, el fulgor del Rey eterno venció la tiniebla que cubría el orbe entero” (cf. Pregón pascual). Al terminar la noche, suceden los hechos narrados en el Evangelio que acabamos de proclamar (cf. Lc 24,1-12); la luz divina de la Resurrección se enciende y la Pascua del Señor ocurre cuando el sol aún está por salir. Con los primeros destellos del alba, se ve que la gran piedra que cubría el sepulcro de Jesús ha sido retirada y que algunas mujeres llegan a ese lugar llevando el velo del luto. La oscuridad envuelve la confusión y el temor de los discípulos. Todo sucede en la noche.


De este modo, la Vigilia pascual nos recuerda que la luz de la Resurrección ilumina el camino paso a paso, irrumpe en las tinieblas de la historia sin estrépito, resplandece en nuestro corazón de manera discreta. Y a esta luz corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo. La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores. Al contrario, la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad.


Este “estilo” de Dios nos libera de una religiosidad abstracta, ilusa al pensar que la resurrección del Señor lo resuelve todo mágicamente. Todo lo contrario: no podemos celebrar la Pascua sin seguir enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de muerte que con frecuencia se ciernen sobre el mundo. Cristo ha vencido el pecado y ha destruido la muerte, pero en nuestra historia terrena, la potencia de su Resurrección aún se está realizando. Y esa realización, como un pequeño brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y la hagamos crecer.


Hermanos y hermanas, esta es la llamada que, sobre todo en el año jubilar, debemos sentir con fuerza dentro de nosotros: ¡hagamos germinar la esperanza de la Pascua en nuestra vida y en el mundo!


Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón, cuando vemos las sombras del mal seguir su ruidosa marcha sobre el mundo, cuando sentimos arder en nuestra carne y en nuestra sociedad las heridas del egoísmo o de la violencia, no nos desanimemos, volvamos al anuncio de esta noche: la luz resplandece lentamente incluso si nos encontramos en tinieblas; la esperanza de una vida nueva y de un mundo finalmente liberado nos aguarda; un nuevo comienzo puede sorprendernos aunque a veces nos parezca imposible, porque Cristo ha vencido a la muerte.


Este anuncio, que ensancha el corazón, nos llena de esperanza. En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra. Al mismo tiempo, esta esperanza, ya cumplida en Cristo, para nosotros sigue siendo también una meta que alcanzar; se nos ha confiado para que nos convirtamos en testigos creíbles de ella y para que el Reino de Dios se abra paso en el corazón de las mujeres y los hombres de hoy.


Como nos recuerda san Agustín, «la resurrección de nuestro Señor Jesucristo es nueva vida para los que creen en Jesús. Y éste es el misterio de su pasión y resurrección, que ustedes deben conocer bien y vivirlo» (Sermón 231, 2). Reproducir la Pascua en nuestra vida y convertirnos en mensajeros de esperanza, constructores de esperanza mientras tantos vientos de muerte aún soplan sobre nosotros.


Podemos hacerlo con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio. Toda nuestra vida puede ser presencia de esperanza. Queremos serlo para quienes carecen de fe en el Señor, para quienes se han extraviado, para los que se han rendido o caminan encorvados por el peso de la vida; para quienes están solos o encerrados en su propio dolor; para todos los pobres y oprimidos de la tierra; para las mujeres humilladas y asesinadas; para los niños que nunca nacieron y para aquellos que son maltratados; para las víctimas de la guerra. ¡Llevemos, a todos y a cada uno, la esperanza de la Pascua!


Me gusta recordar a una mística del siglo XIII, Hadewijch de Amberes, que, inspirándose en el Cantar de los Cantares y describiendo el sufrimiento por la ausencia del amado, invoca el retorno del amor porque —dice — «volveré a ver […] clarear mi oscuridad» (Hadewijch, El lenguaje del deseo, Madrid 1999, 87).


El Cristo resucitado es el giro definitivo de la historia humana. Él es la esperanza que no declina. Él es el amor que nos acompaña y nos sostiene. Él es el futuro de la historia, el destino final hacia el que caminamos, para ser acogidos en esa vida nueva en la que el mismo Señor enjugará todas nuestras lágrimas «y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor» (Ap 21,4). Y esta esperanza de la Pascua, este “clarear en la oscuridad”, debemos anunciarlo a todos.


Hermanas, hermanos, el tiempo de Pascua es un tiempo de esperanza. «Todavía hay temor, todavía hay una dolorosa conciencia de pecado, pero hay también una luz que se abre paso. […] La Pascua trae la buena noticia de que, aunque las cosas parezcan ir mal en el mundo, el Maligno ha sido ya vencido. La Pascua nos permite afirmar que, aunque Dios parezca muy distante y sigamos estando preocupados por muchos pequeños detalles, nuestro Señor recorre el camino con nosotros […] hay muchos destellos de esperanza que vierten su luz en nuestro caminar en la vida» (H. Nouwen, Meditaciones diarias para la vida espiritual, Madrid 2019, 4 de abril).


¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo.

jueves, 17 de abril de 2025

TRIDUO PASCUAL

 Material elaborado por Dolores Aleixandre , con ayuda de Fernando Rivas

JUEVES SANTO


Y SE PUSO A LAVARLES LOS PIES


Subir a “la habitación de arriba” y mirar a Jesús levantándose de la mesa, cambiando el lugar donde se sientan los señores por aquel en que se mueven los que sirven, situándose en ese otro ángulo de mirada. Desde esa otra perspectiva se ven de cerca el barro, el polvo, el mal olor, la suciedad..., todo eso que los sentados a la mesa ignoran o piensan que no les concierne. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su corporalidad.

Jesús se había quitado el manto y, con él, toda pretensión de poder o dominio. Con la toalla ceñida y de rodillas, como el último de todos, iba lavando los pies de sus discípulos. Era esa su manera de disponerse a recibir “el Nombre sobre todo nombre” (Fil 2,9).

GETSEMANÍ


En la escena del huerto vemos a Jesús experimentando una fuerte resistencia a morir, luchando, suplicando y sudando sangre. Desde entonces él va delante de quienes estén dispuestos a entrar en su mismo proceso: ese que nos va haciendo semejantes al Hijo y que puede durar toda una vida.

“El espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26,41): esa fue la lección más difícil que el Hijo del hombre tuvo que incorporar a su aprendizaje de pertenencia a la condición humana. “Aunque era Hijo, padeciendo, aprendió a obedecer” afirma el autor de la carta a los Hebreos (Hb 5,8).


Y CANTÓ EL GALLO

El canto del gallo “despierta” a Pedro, le hace volver de su desvarío, le “convierte”. Se había situado “de espaldas” a Jesús, eligiendo su propia seguridad, aferrándose a “salvar su vida” y a protegerla ante cualquier amenaza.

Tomo conciencia de qué “cantos de gallo” han tenido poder para despertarme en algunas situaciones de mi vida. Me reconozco formando parte de una humanidad tentada de vivir ensimismada y “de espaldas” a los inmensos desafíos que nos toca afrontar (las desigualdades, la destrucción de la naturaleza, los autoritarismos, las migraciones forzosas...).

Dejo que resuenen en mi conciencia a las voces que promueven unas metas diferentes: acoger al extraño, cuidar lo frágil, hacer las paces con la naturaleza, optar por la solidaridad, los derechos, la inclusión y la participación. Las acojo como “el canto del gallo” que hoy nos despierta.


VIERNES SANTO

En la Pasión Jesús es “El Descartado. El término evoca un largo proceso de conspiraciones, tramas, maniobras, traiciones y pactos entre sus enemigos. En torno a Jesús se fue tejiendo una red siniestra, hábilmente justificada con argumentos y razones políticas: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”, había sentenciado Caifás. Hay que descalificarlo hasta convertirle en sospechoso, en encausado y presunto imputado; no sabrá defenderse de las calumnias y será fácil demostrar su culpabilidad, conseguir sentencia firme y un linchamiento popular hasta quitárnoslo de en medio. “¿No oyes de cuantas cosas te acusan? – le dijo Pilato- .

Pero él permanecía en silencio” (Mt 27,14). Estaba envuelto en el silencio como en un manto real, ese manto en el que siguen envueltos hoy los descartados de nuestro mundo.

“Todo está acabado” (Jn 19,30)

 Dejo que resuene en mí esa palabra de Jesús antes de morir, con todo lo que hay en ella de acabamiento de obra, de término de carrera, de meta alcanzada y recorrido final. De él dijeron que había amado hasta el fin (Jn 13,1) y yo expongo ante él mi propio camino de búsquedas, trabajos, fracasos y logros. Le pido coincidir con él en esa trayectoria vital de amar, que es lo único importante.

Jesús, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19,30). El gesto evoca su actitud de consentimiento absoluto al Padre, el final coherente de su apuesta arriesgada de confiar por encima de todo. El que había hecho de su vida entera una donación, entrega ahora su última espiración con el abandono del niño que se duerme en brazos de su madre.


DESCENDIMIENTO

 


SÁBADO SANTO

 


En una homilía oriental José de Arimatea se atreve a pedir su cadáver al gobernador: “Entrégame, gobernador, para que pueda sepultarlo, el cuerpo de Jesús el Nazareno, el pobre, que vivía a cielo abierto, el huésped desconocido venido de otra tierra.

Entrégame a este peregrino voluntario, que no tenía donde reclinar la cabeza y que, al no tener casa propia, recibió albergue y fue colocado en un pesebre y soportó la vida peregrina. Entrégame al despreciado, vencido y colgado ¿qué utilidad tendrá para ti el cuerpo de este peregrino...? Vino de una región muy lejana, para seguir siendo peregrino, bajó al lugar de las tinieblas.

Es por este muerto por quien te suplico: se encuentra colgado del madero porque no tiene casa. Nadie intercede por él, como haría un padre de esta tierra, un amigo, un discípulo, un pariente, un sepulturero.

Verdaderamente solo él es el unigénito del único Dios. Es el Dios que ha venido a este mundo y no hay otro”.

DOMINGO de PASCUA

 


Junto a la tumba vacía

Aprendemos que hay dolores que son de parto y que el grano de trigo cuando cae en tierra y muere, da mucho fruto. – ‘Sois más que esas heridas que os habitan - escuchamos ahí-. El sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra sobre vosotros’.

Si guardamos esas palabras en la memoria del corazón, podemos transitar la noche con la confianza de quien espera la llegada del Compasivo, del que enjugará las lágrimas de todos los rostros.

“Al anochecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo”, había dicho un salmista (Sal 30, 6). Y un sufí: “Viendo las huellas dejadas por la brisa mido lo que será el Huracán de la alegría”.