lunes, 6 de enero de 2025

Buscar Caminos que Conduzcan a la Vida...


Fuente:  Equipo CEP- Venezuela- www.cepvenezuela.com

Estamos en la Semana de la Epifanía de Señor, es decir, la manifestación de un Dios que se revela a todas las culturas en las personas los Magos-Sabios.

El evangelista Mateo (2, 1-12) presenta la visita de los Magos como un acontecimiento donde convergen intereses diversos y motivaciones contrapuestas: 1) Los Magos-Sabios que buscan a Dios guiados por una estrella que alumbra caminos nuevos. 2) Herodes, quien perturbado por el nacimiento de un Rey, acude a todo tipo de ciencia y adivinación para conjurar el destino. 3) La Estrella, que sirve de guía a quienes buscan realmente la esperanza. Y 4) Jesús junto a su madre María, que se convierten en el punto decisivo de la vida.

Los Magos-Sabios son símbolo de un itinerario (camino) hacia Dios que implica salir del propio amor, querer e interés. Implica que nuestras propias posiciones o posturas y nuestros propios ritmos de vida se abran a una nueva perspectiva más sencilla y más nuclear, capaz de hacer diáfana la existencia humana.
Podemos centrarnos en la figura de los Magos para que nos ayuden a captar los signos y las señales que nos ponen en camino hacia la vida y hacia Dios. Puede que tú y yo nos encontremos representados en alguno de los Magos-Sabios.

El primer Sabio al concluir la ruta de Belén, discurrió: Yo soy quien busca cosmovisiones que expliquen el enigma del mundo, pues represento el saber humano, las ciencias y las teorías. Creí poseer con la ciencia la totalidad del conocimiento. Pero las formulaciones más agudas del saber humano me han conducido a una aldea llamada Belén. Y allí, una luz pequeña como en forma de estrella se ha incrustado en mi sistema de pensamiento. Esa luz ha logrado abrir ventanas que ni siquiera sabía de su existencia. Ahora, después de Belén, puedo ver lo concreto de la vida a través de esa estrella: veo a mis compañeros de ruta, veo al vecino enfermo, veo al anciano que espera un poco de atención, veo al niño de la calle indefenso, veo a mis seres queridos. He comenzado a ver que todo lo que me rodea (la realidad) no está al margen de mis ideas. Son su verdadera esencia.

El segundo Sabio al salir de Belén, exclamó: Yo sólo sé que nada sé. A mí me encanta el silencio, lo sublime. Soy de poco hablar. Me gusta la introspección. Callo y observo con tolerancia lo que pasa a mí alrededor. Creí poseer en el silencio la mayor de las estrellas. Pero he sido conducido a Belén y ando inquieto. No sé explicar esta alegría que llena todo mi ser y hace  que mi mutismo se desborde en palabra grata, palabra amable. Al ver al Niño Jesús, he descubierto el brillo y la profundidad de cada persona. Perdónenme, pero ahora sólo sé que tal gozo no surge de lo grandioso, sino de la simplicidad y calidez que irradia una criatura nacida en tanta pobreza y estrechez. Tanto esplendor ha provocado en mí un gran respeto a las personas, a quienes nunca había dedicado ni un instante de mi silencio. He comprendido que el amor al prójimo es más grande y más significativo que andarse por las alturas espirituales. Es quizás, la verdadera sabiduría y la verdadera aventura del espíritu.

El tercer Sabio al concluir su visita en Belén manifestó: Yo, siendo el tercero de los Magos, no soy tan sistemático, ni tan agudo como mis dos compañeros, porque lo mío es captar la estrella de la vida en el colorido, en la expresión, y en sus despliegues. A mí me abruma la quietud y los silencios exagerados. Me confundo cuando empiezo a escudriñar los misterios del mundo. Yo prefiero vivir el arrebato de la vida y sentirme movido por un ritmo de danza sobrehumano. Pero al llegar a Belén y encontrarme con el recién nacido lleno de tanta frescura y gozo, he sentido mi cuerpo envuelto en una paz que transforma mi frenesí en serenidad y quietud. He aprendido que humana es mi medida y humana mi fiesta. He aprendido que mi alegría y entusiasmo pueden tener mayor consistencia. He descubierto que la mejor danza de la vida, el mejor ritmo, me lo da aquel Niño que con su Luz plenifica toda mi existencia.

Los tres sabios (Reyes-Magos) han entrado en Belén. Todo ha cambiado ante la ternura, calidez y sencillez de Dios hecho hombre. Han contemplado que la humanidad de aquel Niño es la auténtica sabiduría hecha inteligencia benéfica, hecha gesto cercano, hecha ritmo de entrega total.    
Una ayuda para la oración:

Momento contemplativo:

1) Reflexiono el Itinerario del Mago-Sabio 

Como el primer Sabio , reflexiono si mi sabiduría y mis teorías buscan solamente explicar el enigma del mundo o si intentan hacer el mundo más grato y más humano. Que la ciencia que poseamos no sea otra que la coherente y grandiosa forma de crear puentes y abrir ventanas por donde se pueda acceder a la convivencia, a la fraternidad y a la paz. Que todos mis saberes me ayuden a captar la realidad y comprometerme en su transformación. 

2) Medito el Itinerario del Mago-Sabio 

 Como el segundo Sabio, medito si mi observación, silencio e introspección, buscan endiosar lo humano o si hacen que la vida sea más fecunda, más tolerante, más hermana y, por tanto, más divina. Que la capacidad de silencio e introspección nos ayude a ser humildes. Y que nos atrevamos a comunicar en todo momento, incluso en los más complejos, aquella palabra amable que despierta respeto y dignidad. 

3) Contemplo el Itinerario del Mago-Sabio 

Como el tercer Sabio, contemplo si el ritmo y sazón de mi vida se derrocha en beneficio mezquino o si ayudan a disipar las tinieblas y miedos que padecen las personas. Que el propio frenesí se transforme en aquella poderosa fuerza del amor. Y que el fuego que llevamos dentro, encienda muchas lámparas que alumbren nuevos caminos a recorrer para contagiar a todos la alegría y la esperanza. 

(les pido disculpas, si resulto muy largo, pero me pareció que valía la pena compartir todo el texto)


sábado, 4 de enero de 2025

El Misterio de un Dios que sale a Compartir...

-De una Homilía del P, Gerardo Soding

La historia, el prólogo del Evangelio de Juan, nos narra en el principio, no el principio del mundo, sino, el principio eterno de todas las cosas, de todo amor , el misterio de un Dios que sale a compartir esta comunión y que por Amor todo lo crea y por Amor viene a lo creado para establecer Alianza y encuentra una y otra vez el rechazo ‘vino a los suyos y los suyos no la recibieron’ todo ha sido hecho por Dios en su Palabra pero el mundo en la Palabra no lo conoció y entonces Dios decide ante el desconocimiento, ante el rechazo, ante la negación, darse sin reservas, abrirse para socorrer la miseria, dándose a sí mismo en Aquel, su Hijo que ahora se hace carne.

La Palabra hecha carne, para qué? Para que aquellos que se atrevan a tocar su propia carne, la carne débil y frágil de la humanidad que cada uno es, el otro humano que habita en este mismo planeta y comparte el mismo destino, que tiene quizás los mismos sueños y las mismas esperanzas, que ha sufrido las mismas frustraciones y desengaños, las mismas soledades y desencuentros, esto que nos hace ser simplemente y maravillosamente humanos. Esto es lo que Dios ha querido y quiere ser desde la noche Santa de la Navidad hasta el fin en la eterna comunión de la Trinidad.

El pesebre nos dice quien es Dios y quienes somos nosotros, hay un nosotros eterno que ha querido salir de sí hasta el despojo total de la carne y la muerte, para crear un nosotros en esta humanidad, la comunidad en el prólogo de Juan.

Dios ha hecho todo, la Palabra se hizo carne y nosotros hemos visto su Gloria y nosotros hemos conocido y nosotros hemos sabido el Amor que Dios nos tiene y anunciamos este Amor para que la humanidad no sea unos contra otros, unos a pesar de otros, unos lejos de otros, unos esperando que otros los inviten, sino que desde Dios pueda abrirse un nosotros tan grande, tan inmenso como a nosotros nos invita nuestra Santa Trinidad. Este misterio comenzó a brillar en la oscuridad de la gruta de Belén, la luz brilló, algunos no la recibieron sigue en el signo humilde de la carne humana resplandeciendo como Palabra Eterna de Dios…

No tenemos otro mensaje, no tenemos otra alegría, no tenemos otro camino más que un nosotros para crear en nosotros, a partir de todo los que se cierra...

Hoy Dios se abre para no cerrarse nunca, él nos invita en esta Navidad a que anunciemos la mejor noticia, abriéndonos y recibiendo a todos los demás...”

martes, 31 de diciembre de 2024

Final de año: Buscando la forma de una felicidad posible...

Escrito por el  P. Eduardo Casas

Los años pasan vertiginosos y acelerados. Vivimos cotidianamente agitados. El ritmo transcurre veloz e intenso. A menudo, desgastante.

La cadencia cronológica del tiempo siempre es la misma. Los procesos personales y sociales  se han disparado rápida y violentamente como una espiral de vorágine en la cual todo se mueve agitadamente.

            El fin de año nos encuentra entre corridas y apresuramientos. Lo que hemos hecho de la vida es lo que nos queda de ella: retazos y fragmentos, despojos y migajas, una dispersión de fuerzas que no encuentran conexión. Algunos resisten y otros sobreviven. 

            Nos sentimos, muchas veces, desarmados y descuartizados, tironeados y fracturados, exigidos y deshilachados. No sabemos cómo volver a recomponernos y restituirnos para sintonizar con nuestro centro unificador.

            Los contextos sociales no ayudan a lograr esto; al contrario, ultrajan la esperanza y nos llenan de preguntas, temores e incertidumbres. Es poco consuelo saber que son contextos globales y que, en todas partes, más o menos, se siente el mismo efecto. No alcanza con eso.

            Además, cada uno carga su propia mochila de viaje: las circunstancias personales, familiares, laborales, de salud, etc. Hasta la esperanza a veces nos resulta un esfuerzo y pareciera que también se cansa y se sienta a un costado del camino para ver si llegamos a tiempo.

            Intentamos seguir esperando –incluso un poco de esperanza- sin saber que es la esperanza la que nos está esperando a nosotros. Para esperar hay que sentirse pobre porque sólo espera el que carece de algo, el que anhela, el que desea, el que se siente insatisfecho. El que lo tiene todo, no espera nada. Esperar es una forma de reconocerse pobre y libre.

La mayoría de las veces arribamos al final del año sin ningún tiempo interior de pausa, preparación y disposición. No nos ha quedado tiempo para nada. Ni siquiera para lo más importante: vivir humanamente.

 Al final del año, cada uno intenta un balance. En el brindis se cierra el año y se abre otro. Mientras estemos en la rueda continua de los ciclos de la vida y en el curso del tiempo, lo que cierra se abre; lo que termina, vuelve a empezar, como un sueño nunca cumplido, ni totalmente alcanzado; pronto para soñarse nuevamente.

            Cada año es único en el tiempo y en la historia. Pasa y nunca más se repite. Nos deja marcas. No malogres tu Año Nuevo, ni el Año Nuevo de los otros. Ellos esperan lo mejor de vos: tu novedad para que el año sea Nuevo.

            Hay que celebrar intensamente, como si fuera la última vez porque, en verdad, nadie tiene un seguro perpetuo hasta el próximo año. Ninguno de nosotros, ni tampoco nuestros seres más queridos. No hay que estar enojados o distanciados. La vida sólo ocurre en el presente. Sólo acontece en el hoy. Mañana no sabemos.

            En estos festejos es preciso estrenar un alma de año nuevo. Ser más esencialmente uno mismo. Que en el nuevo año todo sea vivido bajo la forma de una felicidad posible.

Para reflexionar:

¿Por dónde pasó tu  conexión con la vida este año? 

Si tuvieras que elegir una imagen de cómo te sentís al finalizar este año: 
¿qué imagen elegirías? 

Si optaras por algunos acontecimientos que hayan sido significativos: 
¿cuál elegirías?

domingo, 29 de diciembre de 2024

Volver a Nazaret a aprender la belleza de la sencillez


Fuente: Familia Espiritual Carlos de Foucauld 

Hablar de Nazaret es hablar de sencillez, de la grandeza de lo pequeño, de lo pobre y de lo humilde. Pues ,para ser sencillo hay que tener alma de pobre como María: "Porque ha mirado con bondad la pequeñez de su servidora me llamarán bienaventurada". También Jesús llamó felices a los que tienen alma de pobre.

Según esto no es posible Nazaret, ni podemos hablar de la sencillez sin tener alma de pobre, ni decir que la pobreza del alma es 'consecuencia de la sencillez o raíz del abandono, pero si casi decir que la sencillez como la pobreza, es el primer fruto del abandono en las Manos del Padre, actitud esencial en el camino de búsqueda de la Voluntad de Dios.

Jesús en el Sermón del Monte, síntesis y programa de su Buena Noticia, encabeza sus palabras con un elogio de la sencillez, fruto de cuanto ha vivido y experimentado en su exilio silencioso de Nazaret. El llama "Dichosos, felices, bienaventurados... a los que . tienen alma de pobre, a los sencillos...". María tuvo alma de pobre esclava, el Señor miró su sencillez, su pequeñez y fue escogida para realizar en ella y por medio de ella cosas grandes. Hace falta mucha fe para creer y vivir esto. Por eso muchos creyentes desmienten con sus obras lo que pregonan sus labios. De aquí la necesidad urgente de volver a Nazaret para empapamos de su espíritu e impregnar a la Iglesia con el aire nuevo del Espíritu, precisamente ahora que tanto se habla de nueva evangelización y que muchos entienden por "hacer más cosas", olvidando que la sencillez, como la pobreza, no es cuestión de cosas, de tener más o menos, sino de actitudes interiores, consecuencia del abandono en las manos del Padre. "Y volvió con ellos a Nazaret, y siguió siendo obediente con ellos" . (Lc. 2,51). Esto es muy importante, porque puedo no tener nada y no ser pobre, ni sencillo, porque no acabo de aceptar la ausencia del tener, ni el riesgo que conlleva la fidelidad a lo pequeño, y en definitiva, no terminar de abandonarme en las manos del Padre.

Pero aún hemos de seguir profundizando en este misterio de Nazaret si queremos vivir el momento presente como un regalo de Dios, con confianza y con paz del alma, convencidos de que el futuro es cuestión de confianza, porque está en las manos de Dios. Esto fue lo que hizo exclamar a María: "Hágase en mi según tu Palabra". 

Según esto, mirando a Jesús:

Nazaret es una vida normal de trabajo, encarnada, sencilla que significa aceptación de la realidad humana de su pueblo y su completa adaptación a la misma.

Es una vida con José y María: Vida familiar y comunitaria. Vida de amor compartida con ellos y con los demás. Comunidad de amor.

Vida de oración. como todos los habitantes de aquella pequeña aldea, y algo más, porque Él es el Hijo de Dios, aunque sólo ellos lo saben. Allí vive Jesús "su vida escondida en Dios".

Una vida redentora. Cuando va a Jerusalén dice: "He venido a hacer la voluntad de mi Padre". Aquí se condensa lo que pudiéramos llamar el misterio de Nazaret, tan poco conocido.- .

Y es que después de mas de dos mil años, todavía seguimos desconfiando y siguen pesando en nuestra conciencia las palabras del Evangelio: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?. 

¡Qué miopía la nuestra y que dureza, para comprender que la persona sencilla es generosa al dar y al recibir! la paz de la pobreza de alma, la de un corazón simple y sencillo como el de un niño... un corazón grande y generoso corno el de una madre... un corazón fuerte y bondadoso corno el de un padre que todo lo acoge y lo afronta con fortaleza.

La consecuencia espiritual para todo aquel que vive en búsqueda de Dios, es que poco a poco de más valor a las cosas pequeñas, a los pequeños gestos... a todo lo que en realidad constituye la trama oculta de la vida y que tiene sabor a Evangelio: una sonrisa, una mirada amable, una palabra sincera y oportuna... Esta sensibilidad nos lleva a descubrir y reconocer con gratitud todos los gestos de generosidad de Dios y de los hermanos. La persona sencilla no olvida fácilmente el bien que recibe. De aquí la búsqueda de abnegación en el seguimiento de Cristo. "El que quiera venir en pos de mis, que se niegue a sí mismo..." Es el camino de la humildad, de la sencillez, de la Cruz y de la fe en la Eucaristía para hacer el camino junto a Jesús.

  • Nazaret es un camino que se descubre bajando. "Bajó con ellos y vino a Nazaret".(Lc.2,51). Toda la vida de Jesús fue sólo bajar. Bajar encarnándose, bajar haciéndose niñito, bajar haciéndose obediente, bajar haciéndose pobre, abandonado, desterrado, perseguido, ajusticiado, poniéndose siempre en el último lugar".
  • Nazaret es para Jesús el arraigamiento en una forma de vida, en una manera de pensar distinta de lo que se estilaba. (Mc.6,1 ss). Es conocido con sus antepasados, sus contactos hogareños.
  • Nazaret es el Misterio de la Encarnación. Jesús se ha anonadado tornando la forma de siervo. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte (Flp 2,7-8). Encarnación en su pueblo, en una historia que los evangelios evocan en unas genealogías: Mt.,1-17 y Lc.6,23-38. Encarnación en un pueblo.
  • Nazaret es la vida sencilla de cada día, el trabajo, las relaciones de la gente. Es compartir la vida, los gozos, las penas... y así ser evangelio. Buena Noticia vivida e irradiada. 'Esta sencillez de vida no sabe de perjuicio, ni de respetos humanos, porque enraizada en la pobreza no tiene nada que perder. Los que optan por esta vida sencilla no tienen más riqueza que Cristo, convencidos de que nadie podrá arrebatarles su amor. De aquí nace la necesidad ineludible de orar, de suplicar a Dios, porque en Él está toda la razón de su actuar, convencido de que la eficacia de todo lo que hace no viene de sus méritos sino de la bondad de Dios. 
  • Nazaret es un misterio de crecimiento. Crecer es aceptar cambiar, vivir rupturas. Nada es definitivo. Jesús en el templo: Lc. 2,40-52. Crecer es aceptar morir a sí mismo, a su propia vida. Lanzarse hacia el porvenir. Siempre se renace del agua y del Espíritu. Crecer es también aceptar la reciprocidad: recibir y dar, aprender y enseñar, hablar y escuchar. Hacerse experto en humanidad al contacto con los otros. Es aprender la lenta germinación de las semillas, y de este modo, la paciencia de Dios. Aprender los gozos de la cosecha, aprender a empezar siempre de nuevo.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Fiesta de la Sagrada Familia = "Cuando se percibe que es más importante lo que es que lo que hace..."


Bajó con ellos y vino a Nazaret y les estaba sujeto. 
Y crecía en sabiduría, en edad y en gracia 
ante Dios y ante los hombres (Lc 2, 51- 52).

Escrito por Jose Luis Martin Descalzo, (de su libro: Vida y Misterio de Jesús de Nazareth)

Difícilmente se puede encerrar mayor número de misterios en menor número de palabras. Lucas, el evangelista, que ha sido minucioso y detallista al contarnos la anécdota ocurrida a los doce años, se refugia ahora en la más general de las fórmulas, como desconcertado —o asustado quizá— de lo que está contando. Escribe Robert Aron:

Aquí el historiador vacila y el misterio aparece. Aquí se anuda, en la intimidad de una conciencia convertida en adulta y consagrada a Dios, uno de los dramas más asombrosos y de más graves consecuencias que haya conocido la historia del mundo. Aquí se prepara una de las principales mutaciones que haya sufrido el pensamiento humano y la historia de Dios sobre la tierra.

¡Es comprensible que el misterio se resista a dejarse analizar y que prefiera esa discreta sombra a la luz de la frivolidad humana! 

 ¿Por qué volvió con sus padres a Nazaret y por qué estuvo allí tanto tiempo? 

Este misterios no es el más profundo, pero sí el más desconcertante. ¿No acaba de proclamar en Jerusalén que él tiene que ocuparse de las cosas de su Padre, que ha sido encargado de una misión que forzosamente le alejará de sus padres y de su diaria rutina?

Hasta ahora era un niño, pero, de pronto, le hemos visto crecer, tomar entre sus dos manos el timón de su destino y señalar hacia un misterioso norte. Pero, apenas dichas estas palabras, todo regresa a la sombra. El muchacho parece olvidarse de «las cosas de su Padre», pospone de nuevo su misión —que ha brillado en sus ojos con la intensidad, pero también con la celeridad de un relámpago— y vuelve ¡durante dieciocho años! a la vulgaridad de la carpintería. ¿No estará traicionando con ello su misión? ¿No estará «desaprovechando» su vida? ¿No dirá él mismo más tarde que nadie enciende una lámpara y la pone bajo el celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a cuantos hay en la casa? (Mt 5, 15). ¿No es un error dedicar más de nueve décimas partes de su vida a la oscuridad? ¿No hace con ello un daño irreparable a cuantos en el mundo podrían salvarse conociéndole?

Es éste uno de los puntos en que más claramente se muestra la diferencia entre Jesús y cualquier otro de los genios del espíritu que ha conocido el mundo. Todos los grandes hombres han vivido «a presión», con la sensación de no poder perder un momento de sus años, con la obligación de «vivirse» de punta a punta. Nada de este vértigo hay en Jesús, al contrario: una soberana calma, una —como ha señalado Cabodevilla— señorial indiferencia ante el paso del tiempo.

Jesús, evidentemente, ni en su vida privada ni tampoco en la pública, tiene jamás prisa, nunca se ve dominado por la angustia de que la muerte pueda llegar sin haber concluido su tarea. Sabe cuándo
vendrá; sabe que acabará joven; que tendrá pocos meses para predicar su mensaje; que no le quedará tiempo para salir de los límites de Palestina; que, incluso, dejará muchas cosas sin decir y tendrá que venir «otro» —el Espíritu— a completar su obra. Pero nada de esto le convierte en ansioso, nada le hace vivir angustiado y ni siquiera tenso.


Jesús es el único humano en quien, en todo momento, se percibe que es más importante lo que es que lo que hace. Por eso no vive «a la carrera». Sabe que su simple existir como hombre, su humanidad son ya la gran revelación del amor de Dios hacia los hombres. Viviendo redime, viviendo predica, sin necesidad de palabras ni milagros. Estos serán simples añadidos a la gran realidad de su existencia sobre la tierra. En este caso el mensaje no es lo que trae el mensajero, sino el mensajero mismo; el mensaje es el hecho de que el mensajero haya venido. En él, respirar, cortar maderas son un testimonio tan alto como resucitar muertos. En sus años «perdidos» en Nazaret está ya enseñando y redimiendo, dando tanta gloria al Padre como con su muerte y su resurrección.

martes, 24 de diciembre de 2024

Nuestro Dios es un Dios que está enamorado de nuestra pequeñez...

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
 y hemos contemplado su gloria: 
gloria propia del Hijo único del Padre, 
lleno de gracia y de verdad.
Escrito por el P. Diego Fares -sj-

Para contemplar con el Prologo de Juan, una metáfora, un poco de neurociencia y un poema...

A algunos, Navidad, les parece un sueño de niños. Y es verdad. Eso sí, los sueños de niño son los más verdaderos de la vida, los que intuyen lo esencial.

Está el que soñó ser santo, la que soñó ser maestra y el que soñó ser bombero…

Los sueños que soñamos de niño nos llevan de la mano en la vida, nos indican misteriosamente a qué debemos ser fieles y a qué no y cuando somos fieles a lo que soñamos ser de niños la alegría se enciende en nuestro interior.

Estas imágenes de los sueños de niño surgen de la contemplación del evangelio de hoy, que nos viene a decir que creemos en “un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez”. Esta frase la venimos saboreando desde hace tiempo. Fue en el Adviento del 2004. Me gustó cuando la leí en una reflexión navideña de la Hna. Marta y la pusimos en la tarjeta de Navidad de ese año en el Hogar. Salió también en la contemplación del primer domingo de Adviento de aquel año:

“Dejar allí, en mi corazón pesebre, un lugarcito para sentir que Él se sentirá a gusto, que le gustará estar de nuevo en mi casa, en mi corazón, porque El no le hace asco a mi ser poca cosa, todo lo contrario, se siente bien conmigo y con nosotros.
Porque Él es un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez …
Esta es una hermosa imagen de la Eucaristía.
Un Dios que se hace pan, un Dios que se queda escondido en un sagrario, un Dios así pequeñito no puede ser sino un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez”.

Y al Cardenal Bergoglio le gustó la frase de la tarjeta que le mandamos y usó la imagen en su prédica de aquella Nochebuena:

En el relato del nacimiento de Jesús, que acabamos de escuchar, cuando los ángeles les anuncian a los pastores que ha nacido el Redentor les dicen: “...y esto les servirá de señal encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre...” Esta es la señal: el abajamiento total de Dios. La señal es que, esta noche, Dios se enamoró de nuestra pequeñez y se hizo ternura; ternura para toda fragilidad, para todo sufrimiento, para toda angustia, para toda búsqueda, para todo límite; la señal es la ternura de Dios y el mensaje que buscaban todos aquellos que le pedían señales a Jesús, el mensaje que buscaban todos aquellos desorientados, aquéllos que incluso eran enemigos a Jesús y lo buscaban desde el fondo del alma era éste: buscaban la ternura de Dios, Dios hecho ternura, Dios acariciando nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez” (Desgrabación de la homilía del 24 de diciembre de 2004).

Estanislao Bachrach, en su Bestseller “AgilMente”, dice que las metáforas descansan el cerebro: “El cerebro no sabe leer: ve pequeñas imágenes y las reconoce y dice “esto es una A, esto es una R”. El cerebro lo que conoce son imágenes, y éstas consumen mucho menos energía que las palabras. Las metáforas o historias son formas habladas o contadas de poner imágenes: contar un proyecto con una historia o una metáfora lo resume muy bien y es muy eficiente para ahorrar energía (…) Cuando se estudia a los ejecutivos más eficientes, se puede ver que tienen la capacidad natural o aprendida de simplificar las cosas complejas: un proyecto de 200 conceptos y variables, resumirlo en 6 palabras. Un ejemplo de lo que sería simplificar: cuando los escritores de la película ALIEN, fueron a buscar dinero a Hollywood, entraron al estudio y dijeron: ‘La película Tiburón, pero en el espacio’.”

Bueno, esto para usar el lenguaje de la Neurociencia (que descubre la pólvora que ya había descubierto Aristóteles con eso de que “pensamos resolviendo los conceptos en imágenes” y que “crear metáforas es signo de la mayor inteligencia”).

La imagen de un “Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez” le permite al Niño descansar en nuestra mente como en su pesebrito y nos simplifica el trabajo de leer el prólogo de Juan, que no deja de ser fatigoso en conceptos si no sabemos leerlo contemplativamente, mirando las imágenes que utiliza. Conceptualmente, Juan nos viene a decir que Jesús es Dios, es la Palabra que está escondida en el origen de toda la creación y de toda creatura, y ese origen todopoderoso, capaz de crear el universo entero no tiene problemas en hacerse carne y habitar entre nosotros. No solo no le queda chica la creación sino que se siente cómodo creciendo en el vientre purísimo de María, siendo recostado en un pesebrito, viviendo en Nazareth y hasta en la incomodidad cruenta de la Cruz: nada de lo creado hace mella en su grandeza.

La metáfora del Dios enamorado de nuestra pequeñez contiene muchas imágenes que descansan y hacen bien porque nos liberan de otras imágenes que, con sus contradicciones, nos inquietan y atormentan. La imagen de la pequeñez de Dios expulsa con su lucecita las tinieblas de sentirnos habitando un planeta microscópico perdido en la oscuridad del espacio en vertiginosa y muda expansión hacia la nada. Nuestra mente, en vez de dispersarse hacia el vacío se concentra en la vida que late en el interior del universo, vida que resume toda la historia del cosmos y la sintetiza en la fragilidad de la carne humana. No buscamos a Dios en el vacío del cielo sino en los ojos de un niño que nos sonríe, en cuyas pupilas se abre la puerta para que “El que está encima de los cielos” irrumpa en nuestra historia.

La pequeñez no se ve avasallada por la grandeza sino que, por el contrario, la contiene. Lo verdaderamente grande es lo cualitativo, lo que unifica y simplifica grandezas espaciales y las vuelve vida, al no dejar que se dispersen.

La imagen de un Dios enamorado de nuestra pequeñez espanta esas imágenes de dioses todopoderosos, castigadores, obsesionados por imponer su autoridad y controlar a los humanos. Estas imágenes se pegaron a lo largo de la historia al cristianismo pero siguen chocando contra la roca de las tres imágenes centrales del evangelio de Jesús: la del niño en el Pesebre, la de Jesús crucificado y la del Señor resucitado saliendo al encuentro de nuestra cotidianeidad.

Ahora bien, la clave de la metáfora no está en la pequeñez en sí misma sino en la palabra “enamorado” con su aporte de dulzuras, de sueños y ternuras.

Estar enamorado son dos palabras pequeñitas que contienen un universo de imágenes y nos abren la puerta para que entre el mismo Dios. No hay como releer a Francisco Luis Bernárdez para descubrir en esta metáfora la fuente de agua viva de todas las metáforas. Puede ayudarnos contemplar al Niño y sentir y gustar lo que vale esta metáfora “estar enamorado” para que se nos revelen los sentimientos de Dios para con nuestra pequeñez:
  • Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo a la vida.
  • Es dar al fin con las palabras que para hacer frente a la muerte se precisa.
  • Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
  • Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
  • Es respirar el ancho viento que por encima de la carne respira.
  • Es contemplar, desde la cumbre de la persona, la razón de las heridas.
  • Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
  • Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
  • Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
  • Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
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  • Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
  • Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
  • Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
  • Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas amarguras.
  • Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
  • Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche obscura.
  • Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
  • Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
  • Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca.
  • Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
Me quedo hoy con la imagen de “Es encontrar el nombre justo a la vida”. Nombrar a Dios con el Nombre santo de “Enamorado de nuestra pequeñez” nos permite descansar en la imagen primordial del Niño recostado en el Pesebre, arropado por María, protegido por José… 

Esa imagen de creaturas amadas y cuidadas es la más real de nuestra vida. Eso somos, así nacimos, gracias a esos cuidados amorosos crecimos y siempre estamos necesitados de ellos. Somos pequeños y deseamos ser “amados en nuestra pequeñez”. Enamorada es aquella persona a la que le encanta conocer y compartir los detalles más insignificantes de nuestra vida. 

Que Jesús sienta ese amor por nosotros nos revitaliza y nos llena de alegría el corazón...

Asómate, Dios Chiquito,


 Asómate, Dios chiquito, 
haz un boquete en el cielo
y cuélate en nuestra historia.

Ven a prisa, Niño lindo,
con tu ración de ternura,
rasga la noche, rompe el silencio,
despierta con balbuceos alegres,
nuestra humanidad herida.

Contémplanos, Dios chiquito
con tus ojitos de cielo
y nosotros extasiados,
intentaremos mirarte,
seducidos por tu Reino.

Abre tus brazos, pequeño
y acoge nuestras pobrezas,
los harapos que traemos;
abriga nuestra indigencia
con un derroche de gracia,
un abrazo compasivo,
y un único sacramento.

Susurramos la Palabra,
la que anule las sorderas,
las parálisis, los miedos;
dinos lo definitivo:
el canto, balada liberadora,
el grito, esperanza conquistada,
el trino, quena que aproxima el infinito.

Asómate, Dios chiquito,
con tu celestial grandeza,
desconcierta a los soberbios.
Ven inmensidad sin morada fija
y levanta a los humildes,
alegra a los tristes,
abraza a los desprovistos de amor,
abre caminos a los peregrinos.

Y quédate, Dios chiquito,
acunado en nuestros brazos,
y encarnado en nuestro pueblo.