ESPIRITUALIDAD COTIDIANA
Un espacio para descubrir la presencia de Dios en el desierto de la vida cotidiana...
lunes, 8 de diciembre de 2025
Fiesta de la Inmaculada: Somos Invitados a entrar también «en el Gozo de nuestra Señora»...
sábado, 6 de diciembre de 2025
Adviento: "Lo Importante es estar Dispuestos a Recibir la Pequeñez de un Dios que se Abaja para Rescatarnos"
El tiempo de Adviento tiene un carácter penitencial... Es un
tiempo de preparación para la venida del Señor. Los cristianos y cristianas
estamos invitados a renovar nuestra propia vida para acoger a Dios que quiere
volver a poner su tienda entre nosotros. La misión de Juan el Bautista fue
precisamente llamar a sus contemporáneos a preparar los caminos del Señor: “En
su predicación decía: ‘¡Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está
cerca!”. Eso mismo nos dice hoy a cada uno de nosotros. Este tiempo, entonces,
es una oportunidad para revisar nuestra vida y reconocer aquellas actitudes que
tenemos que cambiar. Es un tiempo de reforma, de conversión, de cambio.
Es posible que haya dimensiones de nuestra vida que tengamos
que revisar y corregir para que Dios pueda encarnarse de nuevo en nuestra
historia. Dios no nace en el pesebre bien adornado y bonito que organizamos en
nuestras casas. No nace en los pesebres con muchas luces y figuritas que se
elaboran en las parroquias. Mucho menos va a nacer debajo de los arbolitos de
navidad que nada tienen que ver con nuestra tradición cristiana. Dios sólo
puede nacer en un corazón que se prepara para acoger su propuesta y se dispone
a dejarse transformar por el amor. Nuestro corazón es el único pesebre en el
que Dios puede volver nacer de nuevo entre nosotros. Los otros pesebres son
apenas el símbolo de lo que queremos vivir nosotros mismos.
Es posible que nuestro corazón, como el pesebre de Belén, no
sea el lugar más elegante, ni tenga todas las comodidades de un gran palacio.
Es posible que nuestro corazón necesite una limpieza y algunos ajustes para
acoger al Hijo de Dios. Lo importante es que esté dispuesto a recibir la
pequeñez de un Dios que se abaja para rescatarnos. Muy seguramente esto
significará un cambio de rumbo en nuestro camino, una reforma de vida, una
transformación interior. Y, por otra parte, esto tendrá que hacerse visible y
expresarse en comportamientos nuevos de cercanía a los más frágiles, de acogida
a los más débiles, de amor a los más pequeños. No olvidemos tampoco que lo más
importante no son los títulos o las certificaciones. En el cielo nos evaluarán
por los resultados.
jueves, 4 de diciembre de 2025
El Tiempo de Adviento invita a la Lentitud y a la Receptividad...
Escrito por Alícia Guidonet -Fuente Cristianisme i Justícia-
El tiempo de Adviento tiene una duración que invita a la lentitud y a la receptividad. De hecho, lo que se celebra durante este periodo es una espera que, por su naturaleza, está impregnada de la experiencia de ser personas fecundas, capaces de abrirse, de acoger y gestar la vida de Jesús. Cuatro semanas, por tanto, que invitan, año tras año, a hacer este delicado proceso, a meditar, a lo largo de cada día, la magnitud y profundidad de esta Presencia, que llega, de nuevo, con la propuesta de ser (más) percibida. Esta presencia quiere llenarnos de gracia, haciéndose Señor de nuestro ser, e impulsándonos a recorrer, un año más, el camino, con más hondura y orientación hacia la plenitud.
No es de extrañar que el símbolo por excelencia del Adviento sea la luz. La luz que irá llenando, progresivamente, si así lo consentimos, cada una de nuestras íntimas estancias, hasta llegar al anhelado encuentro con un pequeño que nos pide inclinarnos para poderlo acariciar…
Los textos configuran el paso de este tiempo y se nos muestran, ante nosotros, como una alfombra que dulcifica el camino, que lo dispone para ser recorrido, practicado con un sentido que —intuimos— no encontraremos en ningún otro lugar. Y la Palabra nos acerca las imágenes de encuentro, justicia, vela, guía, luz o gozo… Esa Palabra que capta la globalidad de nuestro ser y que también pide algo: cuatro semanas de atención plena y permeabilidad en un espacio creado para la ocasión, porque solo así podrá ocuparnos, abriendo un lugar en nuestro interior, disponiéndonos a los demás y al mundo.
Cuando somos capaces de entrar en este ritmo vital, cuando hacemos experiencia de dejarnos alcanzar por el buen Jesús, percibimos que, de hecho, cuatro semanas es el tiempo. Sentimos que este periodo constituye un verdadero espacio de Dios, para Dios, con Él. Irremediablemente, comprendemos que la realidad de Dios es esta: la que se cuece en el silencio, en la lentitud, en la oscuridad sacudida por insinuantes chispas de luz; la que pide, por lo tanto, vigilia para religarse a estas insinuaciones, dejando que crezcan y adquieran forma, permitiendo que encuentren amables grietas desde donde proyectarse.
Son momentos que detienen la cotidianeidad, tiempos que dan sentido y comunican, de una manera u otra, presencia, esperanza, vida renovada. Son, en definitiva, tiempos que nos humanizan, que nos recuerdan que nuestra condición humana necesita reubicarse, sobre todo cuando nos toca vivir una crisis: no podemos sostenernos por mucho tiempo en medio de la fragmentación o el caos imperantes, porque estas realidades nos rompen, nos dividen, nos alejan de lo más esencial nuestro.
Acaba, un año más, el Adviento. Deja paso a otro tiempo, de Navidad, y con él, se abre una nueva posibilidad para dejarnos alcanzar por la ternura de un Dios que sigue esperándonos. Su mano tendida y su rostro de paz nos anuncian, de nuevo, que hay tiempos para construir.
domingo, 30 de noviembre de 2025
Hacernos Adviento...
sábado, 22 de noviembre de 2025
Reina Jesús “atrayendo”...
En general, cuando decimos rey, nos vienen imágenes de coronas, de bodas reales, de bastones de mando y de majestad política… Pero también uno usa expresiones como “reina la paz”, en la casa, cuando todos duermen o, luego de una tragedia: “reinaba un silencio profundo”.
La expresión que utiliza el buen ladrón “cuando estés en tu reino” él la refería al futuro, pero de alguna manera intuyó, al retar a su compañero de cruz que se burlaba, que Jesús ya estaba en su reino.
Jesús reina sobre los que están en la cruz.
Jesús reina sobre los que llevan la cruz, sobre los que la cargan y lo siguen.
Jesús reina sobre los que le piden alivio a su cruz y sobre los que cargan las cruces de los demás. Es el rey de los que abrazan la cruz y no la sueltan. Y también reina sobre los cirineos que son obligados a llevarla y sobre los que son clavados allí contra su voluntad…
Reina Jesús “atrayendo”.
Reina saliendo a buscar su propia cruz y cargando con ella.
Reina padeciendo en su cruz compadeciendo a todos.
Reina perdonando incluso a los que lo crucifican.
Reina creando en torno a sí ese ámbito de respeto del que hablaba en el que cada uno es remitido a sí mismo, confrontado consigo mismo frente al otro, que con nobleza sufre lo suyo e interpela a hacer otro tanto.
Ignacio nos hace preguntarnos, ante el Señor puesto en Cruz: “que he hecho yo por Cristo, que hago, que debo hacer por Él”.
Dejarlo reinar, en eso consiste nuestro “hacer”.
Creer en él, confiar: esa es la obra de la fe.
Adorar al Padre cuando estoy ante el Señor puesto en Cruz: eso puedo “hacer”.
Adorar al Padre cada vez que estoy en presencia del sufrimiento de mis hermanos y siento ese respeto junto con un no saber qué hacer.
Adorar al Padre. Esa es la respuesta “negativamente vivida” por todos a través de tanto sentir que nada de lo que uno haga sirve ni es adecuado frente al dolor, especialmente cuando viene montado sobre la injusticia y afecta a los inocentes.
El que nada haya servido es una invitación callada y persistente a probar refiriendo lo que sucede al Padre en vez de pensar qué puedo hacer yo. Eso es adorar. Decirle “me pongo en tus manos” en esta situación en la que no sé qué hacer. Dejar que se ensanche el silencio y el respeto, eso es adorar. Inclinar la cabeza, no expresarme, no preguntar ni controlar: ser creatura, eso es adorar.
Dejar de referirme a mí mismo y referirme a Él, eso es ad-orar.
sábado, 30 de agosto de 2025
Esa Gratuidad que es Característica Esencial del Amor de Dios por Nosotros
El evangelio de este domingo es una enseñanza de Jesús a partir de un hecho de vida. Le invitan a un banquete y nota “que los invitados escogían los primeros puestos”. A partir de ese hecho, Jesús, que no pierde detalle de lo que sucede a su alrededor, formula una doble enseñanza. La primera va dirigida a los invitados en su pelea por los puestos más destacados; la segunda es para el anfitrión y tiene que ver con los invitados a ese banquete. Voy a centrarme en la segunda.
Llama la atención, en esta escena y en otras del evangelio, la libertad de Jesús hacia las personas que le invitan: si les tiene que decir algo se lo dice sin miramientos ni remilgos. En este caso llama la atención al anfitrión sobre las personas a las que ha invitado. Le viene a decir: has invitado a los que te pueden pagar la invitación, de una u otra manera, y en el fondo esperas que lo hagan, e incluso algún día les pasarás la factura; en otra ocasión, es mejor que invites a los que no te pueden pagar. El pago te lo hará Dios “en la resurrección de los justos”.
Una vez más, la invitación que el evangelio nos hace es una invitación a la gratuidad. Esa gratuidad que es característica esencial del amor de Dios por nosotros y que está llamada a ser también una característica fundamental de nuestro amor a los demás. Dios nos ama a nosotros que, en tantos aspectos, somos “pobres, lisiados, cojos y ciegos” porque nos ama no por lo que espera recibir de nosotros, no porque espere que le “paguemos” su amor, sino porque necesitamos de su amor para amar. Sin su amor no saldríamos de nuestras limitaciones para amar, ni a Él ni a nuestros hermanos.
¿Es posible amar sin esperar pago o compensación? ¿es posible la gratuidad en una sociedad donde todo, parece que absolutamente todo, hasta lo más sagrado, tiene un precio? A veces, quizá las menos en esto del amor, esperamos que nos paguen en “efectivo”; esperamos, con más frecuencia, que nos paguen en “afectivo”. Que nos paguen en reconocimientos, agradecimientos, e incluso dependencias o sometimientos: “yo he hecho esto por ti, espero que tú hagas esto por mí”; o la contraria en formulación, pero idéntica en el fondo: “con lo que yo he hecho por ti, tú no me puedes hacer esto a mí”.
Sólo cuando nuestro amor se funda en el Amor, en la conciencia viva del amor que recibimos y que nos sostiene día a día, es posible abrir nuestra casa y nuestro corazón a “los pobres, lisiados, cojos y ciegos”, a los que no pueden pagar. Con la plena confianza de que amando a quienes no pueden pagar estamos amando al Amor mismo, al Dios de la vida.






