sábado, 25 de agosto de 2018

Señor ¿a quién vamos a ir?...

Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron atrás y ya no andaban con él.
 Entonces Jesús dijo a los doce: - ¿También ustedes quieren marcharse?. 
Le contestó Simón Pedro: - Señor, ¿a quién vamos a ir? 
Tú tienes palabras de vida eterna.” 
(Jn 6,66-68)

Escrito por Dolores Aleixandre, de su libro: "Relatos de la Mesa compartida"

"En un rato tranquilo, haz memoria de momentos o épocas de tu vida en los que has estado a punto de alejarte de Jesús y de su comunidad, o incluso has llegado a abandonar por una crisis de fe, por rebeldía, por situaciones personales difíciles...

Recuerda alguno de esos momentos y la experiencia que viviste de falta de sentido, de ausencia o lejanía de tu verdadero centro. Reconoce en la trayectoria, a aquellos discípulos de Emaús, tu propia trayectoria de búsqueda de vida verdadera: ellos han vivido en su propia carne cómo huir de la cruz para asegurarse, traicionar para salvarse, alejarse decepcionados... Pero eso no les ha dado vida verdadera, sino insatisfacción y vacío.

Recuerda también  fueron los caminos misteriosos por los que volviste (o sientes el deseo de volver...) a Jesús: personas, acontecimientos, palabras... Y cómo el Resucitado se ha hecho tantas veces el encontradizo contigo para devolverte la alegría, la paz, el perdón, el sentido...

Deja que fluyan en tu corazón el agradecimiento y la alabanza por la vivencia, tantas veces renovada, de reencuentro con Jesús y su evangelio, por la alegría de hacer la experiencia de que es posible la relación auténtica con los demás, de que vale la pena luchar por un mundo más humano y fraterno.

Repite una y otra vez: “Señor ¿a quién vamos a ir? Sólo, Tú tienes Palabras de Vida Eterna...”

sábado, 11 de agosto de 2018

Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida...

Escrito por  José Pagola

El evangelista Juan repite una y otra vez expresiones e imágenes de gran fuerza para recordar a todos que han de acercarse a Jesús para descubrir en él una fuente de vida nueva. Un principio vital que no es comparable con nada que hayan podido conocer con anterioridad.

Jesús es «pan bajado del cielo». No ha de ser confundido con cualquier fuente de vida. En Jesucristo podemos alimentarnos de una fuerza, una luz, una esperanza, un aliento vital... que vienen del misterio mismo de Dios, el Creador de la vida. Jesús es «el pan de la vida».

Por eso, precisamente, no es posible encontrarse con él de cualquier manera. Hemos de ir a lo más hondo de nosotros mismos, abrirnos a Dios y «escuchar lo que nos dice el Padre». Nadie puede sentir verdadera atracción por Jesús, «si no lo atrae el Padre que lo ha enviado».

Lo más atractivo de Jesús es su capacidad de dar vida. El que cree en Jesucristo y sabe entrar en contacto con él, conoce una vida diferente, de calidad nueva, una vida que, de alguna manera, pertenece ya al mundo de Dios. Juan se atreve a decir que «el que coma de este pan, vivirá para siempre».

Si, en nuestras comunidades cristianas, no nos alimentamos del contacto con Jesús, seguiremos ignorando lo más esencial y decisivo del cristianismo. Por eso, nada hay pastoralmente más urgente que cuidar bien nuestra relación con Jesús el Cristo.

Si Jesús no nos alimenta con su Espíritu de creatividad, seguiremos atrapados en el pasado, viviendo nuestra religión desde formas, concepciones y sensibilidades nacidas y desarrolladas en otras épocas y para otros tiempos que no son los nuestros. Pero, entonces, Jesús no podrá contar con nuestra cooperación para engendrar y alimentar la fe en el corazón de los hombres y mujeres de hoy.

José Antonio Pagola


sábado, 4 de agosto de 2018

El Secreto de tu Pan es que viene de las Manos del Padre...

Escrito por Mariola Lopez -RSCJ- de su libro: La voz, el amigo y el fuego.

“Yo soy el Pan de la Vida,
el que Venga a Mí, no tendrá hambre
y el que crea en Mí, no tendrá nunca sed”
-Jn 6, 24-35-

A veces nos cuesta tanto saber qué es lo que queremos de veras. Buscamos algo que pueda saciar esta inquietud honda que sentimos cuando de pronto nos paramos y miramos el mundo y nuestra vida. Nos dices que vamos a Ti sin saber realmente porqué te buscamos, sin reconocer aquello que traes, y hablas de un alimento que permanece, que da vida verdadera. Estamos tan acostumbrados a sucedáneos, a consumir tan rápidamente las relaciones y las cosas, a tener experiencias fuertes y a vivir distraídos y en busca de diversiones, que hemos perdido el sentido del gusto para reconocer lo auténtico, estamos empachados y te pedimos señales. “¿Por qué lo tuyo va a ser diferente? ¿Qué nos das tú que no nos pueda dar el mundo?”.

El secreto de tu pan es que viene de las manos del Padre. Un pan que no podemos conseguir por nuestra propia cuenta ni disponer de él, sino recibirlo y esperarlo. Un pan que desvela la indigencia de nuestro corazón y que es , a la vez, el único alimento que puede colmarlo de dicha; un pan para ser repartido y celebrado.

¡Señor, que podamos creérnoslo, que salgamos corriendo hacia Ti!. Danos el hambre, o mejor, danos el poder descubrir que eres Tú aquel a quien buscamos detrás de las cosas; que es tu Cuerpo el puerto definitivo de llegada de todos nuestros deseos.