martes, 31 de diciembre de 2019

Año nuevo...vida nueva...

Para preparar el próximo año desde el corazón... 



MAMERTO MENAPACE monje benedictino y escritor 

Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje.

Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo. “Ser feliz es una decisión”, no nos olvidemos de eso.

Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas:


-a aprender a amar
-a dejar huella
-a ser felices

En esas tres cosas debiéramos trabajar todos los días, el tema es cómo y creo que hay tres factores que ayudan en estos puntos:

-Aprender a amar la responsabilidad como una instancia de crecimiento. El trabajo sea remunerado o no, dignifica el alma y el espíritu y nos hace bien en nuestra salud mental. Ahora el significado del cansancio es visto como algo negativo de lo cual debemos deshacernos y no cómo el privilegio de estar cansados porque eso significa que estamos entregando lo mejor de nosotros. A esta tierra vinimos a cansarnos,....... para dormir tenemos siglos después.

-Valorar la libertad como una forma de vencerme a mi mismo y entender que ser libre no es hacer lo que yo quiero. Quizás deberíamos ejercer nuestra libertad haciendo lo que debemos con placer y decir que estamos felizmente agotados y así poder amar más y mejor.

-El tercer y último punto a cultivar es el desarrollo de la fuerza de voluntad, ese maravilloso talento de poder esperar, de postergar gratificaciones inmediatas en pos de cosas mejores. Hacernos cariño y tratarnos bien como país y como familia, saludarnos en los ascensores, saludar a los guardias, a los choferes de las micros, sonreír por lo menos una o varias veces al día. Querernos.

Crear calidez dentro de nuestras casas, hogares, y para eso tiene que haber olor a comida, cojines aplastados y hasta manchados, cierto desorden que acuse que ahí hay vida. Nuestras casas independientes de los recursos se están volviendo demasiado perfectas que parece que nadie puede vivir adentro. Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tiene que ver con la inteligencia espiritual.

Tratemos de dosificar la tecnología y demos paso a la conversación, a los juegos “antiguos”, a los encuentros familiares, a los encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras familias.

Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino que con la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca.

Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan.
Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican.
Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón.
Y un corazón dilatado esta mejor capacitado para gozar de las alegrías
y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro. 
 

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Homilía del Papa Francisco en Noche Buena

Compartimos la Homilía del Papa Francisco proclamada en la Santa Misa de la noche sobre la solemnidad de la Navidad del Señor:

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de la primera lectura se realizó en el Evangelio. De hecho, mientras los pastores velaban de noche en sus campos, «la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). En la noche de la tierra apareció una luz del cielo. ¿Qué significa esta luz surgida en la oscuridad? Nos lo sugiere el apóstol Pablo, que nos dijo: «Se ha manifestado la gracia de Dios». La gracia de Dios, «que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11), ha envuelto al mundo esta noche.

Pero, ¿qué es esta gracia? Es el amor divino, el amor que transforma la vida, renueva la historia, libera del mal, infunde paz y alegría. En esta noche, el amor de Dios se ha mostrado a nosotros: es Jesús. En Jesús, el Altísimo se hizo pequeño para ser amado por nosotros. En Jesús, Dios se hizo Niño, para dejarse abrazar por nosotros. Pero, podemos todavía preguntarnos, ¿por qué san Pablo llama “gracia” a la venida de Dios al mundo? Para decirnos que es completamente gratuita. Mientras que aquí en la tierra todo parece responder a la lógica de dar para tener, Dios llega gratis. Su amor no es negociable: no hemos hecho nada para merecerlo y nunca podremos recompensarlo.

Se ha manifestado la gracia de Dios. En esta noche nos damos cuenta de que, aunque no estábamos a la altura, Él se hizo pequeñez para nosotros; mientras andábamos ocupados en nuestros asuntos, Él vino entre nosotros. La Navidad nos recuerda que Dios sigue amando a cada hombre, incluso al peor. A mí, a ti, a cada uno de nosotros, Él nos dice hoy: “Te amo y siempre te amaré, eres precioso a mis ojos”. Dios no te ama porque piensas correctamente y te comportas bien; Él te ama y basta. Su amor es incondicional, no depende de ti. Puede que tengas ideas equivocadas, que hayas hecho de las tuyas; sin embargo, el Señor no deja de amarte. ¿Cuántas veces pensamos que Dios es bueno si nosotros somos buenos, y que nos castiga si somos malos? Pero no es así. Aun en nuestros pecados continúa amándonos. Su amor no cambia, no es quisquilloso; es fiel, es paciente. Este es el regalo que encontramos en Navidad: descubrimos con asombro que el Señor es toda la gratuidad posible, toda la ternura posible. Su gloria no nos deslumbra, su presencia no nos asusta. Nació pobre de todo, para conquistarnos con la riqueza de su amor.

Se ha manifestado la gracia de Dios. Gracia es sinónimo de belleza. En esta noche, redescubrimos en la belleza del amor de Dios, también nuestra belleza, porque somos los amados de Dios. En el bien y en el mal, en la salud y en la enfermedad, felices o tristes, a sus ojos nos vemos hermosos: no por lo que hacemos sino por lo que somos. Hay en nosotros una belleza indeleble, intangible; una belleza irreprimible que es el núcleo de nuestro ser. Dios nos lo recuerda hoy, tomando con amor nuestra humanidad y haciéndola suya, “desposándose con ella” para siempre.

De hecho, la «gran alegría» anunciada a los pastores esta noche es «para todo el pueblo». En aquellos pastores, que ciertamente no eran santos, también estamos nosotros, con nuestras flaquezas y debilidades. Así como los llamó a ellos, Dios también nos llama a nosotros, porque nos ama. Y, en las noches de la vida, a nosotros como a ellos nos dice: «No temáis» (Lc 2,10). ¡Ánimo, no hay que perder la confianza, no hay que perder la esperanza, no hay que pensar que amar es tiempo perdido! En esta noche, el amor venció al miedo, apareció una nueva esperanza, la luz amable de Dios venció la oscuridad de la arrogancia humana. ¡Humanidad, Dios te ama, se hizo hombre por ti, ya no estás sola!

Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué hacer ante esta gracia? Una sola cosa: acoger el don. Antes de ir en busca de Dios, dejémonos buscar por Él, porque Él nos busca primero. No partamos de nuestras capacidades, sino de su gracia, porque Él es Jesús, el Salvador. Pongamos nuestra mirada en el Niño y dejémonos envolver por su ternura. Ya no tendremos más excusas para no dejarnos amar por Él: Lo que sale mal en la vida, lo que no funciona en la Iglesia, lo que no va bien en el mundo ya no será una justificación. Pasará a un segundo plano, porque frente al amor excesivo de Jesús, que es todo mansedumbre y cercanía, no hay excusas. La pregunta que surge en Navidad es: “¿Me dejo amar por Dios? ¿Me abandono a su amor que viene a salvarme?”.

Un regalo así, tan grande, merece mucha gratitud. Acoger la gracia es saber agradecer. Pero nuestras vidas a menudo transcurren lejos de la gratitud. Hoy es el día adecuado para acercarse al sagrario, al belén, al pesebre, para agradecer. Acojamos el don que es Jesús, para luego transformarnos en don como Jesús. Convertirse en don es dar sentido a la vida y es la mejor manera de cambiar el mundo: cambiamos nosotros, cambia la Iglesia, cambia la historia cuando comenzamos a no querer cambiar a los otros, sino a nosotros mismos, haciendo de nuestra vida un don.

Jesús nos lo manifiesta esta noche. No cambió la historia constriñendo a alguien o a fuerza de palabras, sino con el don de su vida. No esperó a que fuéramos buenos para amarnos, sino que se dio a nosotros gratuitamente. Tampoco nosotros podemos esperar que el prójimo cambie para hacerle el bien, que la Iglesia sea perfecta para amarla, que los demás nos tengan consideración para servirlos. Empecemos nosotros. Así es como se acoge el don de la gracia. Y la santidad no es sino custodiar esta gratuidad.

Una hermosa leyenda cuenta que, cuando Jesús nació, los pastores corrían hacia la gruta llevando muchos regalos. Cada uno llevaba lo que tenía: unos, el fruto de su trabajo, otros, algo de valor. Pero mientras todos los pastores se esforzaban, con generosidad, en llevar lo mejor, había uno que no tenía nada. Era muy pobre, no tenía nada que ofrecer. Y mientras los demás competían en presentar sus regalos, él se mantenía apartado, con vergüenza. En un determinado momento, san José y la Virgen se vieron en dificultad para recibir todos los regalos, muchos, sobre todo María, que debía tener en brazos al Niño. Entonces, viendo a aquel pastor con las manos vacías, le pidió que se acercara. Y le puso a Jesús en sus manos. El pastor, tomándolo, se dio cuenta de que había recibido lo que no se merecía, que tenía entre sus brazos el regalo más grande de la historia. Se miró las manos, y esas manos que le parecían siempre vacías se habían convertido en la cuna de Dios. Se sintió amado y, superando la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a los otros, porque no podía sólo quedarse para él el regalo de los regalos.

Querido hermano, querida hermana: Si tus manos te parecen vacías, si ves tu corazón pobre en amor, esta noche es para ti. Se ha manifestado la gracia de Dios para resplandecer en tu vida. Acógela y brillará en ti la luz de la Navidad.

Francisco


miércoles, 18 de diciembre de 2019

El camino de San José es el camino del Silencio.

Escrito por Javier Albisu

En él, el silencio se vuelve obediencia; porque la obediencia exige, ante todo, escucha, y San José, hace silencio para poder escuchar el querer de Dios.
Pero, como muchas veces es un querer que no se entiende, también en silencio, cuida de ser fiel; pues, principio es de sabiduría, que de lo que no se entiende, mejor es callar.

Es allí, en su silenciosa fidelidad, como San José se sabe en las manos de Dios y cuidado por ellas. De ahí, que su fidelidad, tome esta forma del cuidar de todo lo que, como él, está puesto en esas manos.

De este modo, San José se convierte en el fiel custodio a quien se le confía la misión de cuidar de Jesús, que como ningún otro estará puesto en las manos del Padre.

El camino de San José, es pues, otro modo de caminar el Adviento. De caminarlo desde el silencio. Desde un silencio obediente a lo que en el propio corazón se escucha.

Desde un silencio cuidado, que se cuida y se busca con el deseo de aprender lo que la Palabra enseña en su camino. Pues cuando la Palabra con mayúscula se hace carne, la carne debe aprender a hacer un Silencio con mayúscula.

El camino de San José es el camino de un silencio que gustando su fidelidad, busca recrearla, oxigenarla, y hacerla nueva.

Es el camino de un silencio que respeta. Que no se apresura a llenarse de juicios y pensamientos en los que el misterio del otro es un dato ya conocido.

Es el camino de un silencio que no es mutismo; que no se niega a la palabra, sino tan sólo se abstiene de ella, a fin de hacerla más fecunda todavía.

Quien viva así su Adviento, verá que hacer silencio, es ceder la palabra a Aquél que viene y se hace “Palabra de Dios entre nosotros”.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Escondido en los pequeños es Dios mismo quien nos trae Alegría y Salvación.


Escrito por Hna Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-

"Juan está desconcertado porque las cosas no salen como él las esperaba.

Qué bien podemos reconocernos en esas expectativas que no se cumplen, proyectos que después de mucho empeño se frustran, realidades que imaginábamos y que no llegan del modo en que habíamos previsto.

Y, tentados por el desánimo, nos preguntamos si tenemos que seguir esperando otros tiempos en que las circunstancias sean más favorables.

El Señor nos saca de estas situaciones abriendo nuestros ojos a la realidad: hay tantos lugares donde despunta callada la Buena Noticia, tanta sanación por alumbrar, tanta bendición anónima que recibir a través de los sencillos…

Jesús ensalza la vida de Juan y la agradece, porque a su manera – sin comprender del todo hasta dónde llegaría la incondicionalidad de su amor- preparó con sus palabras y sus gestos la eclosión del reino desde los frágiles y pequeños de la tierra.

Y Nosotros??

¿Vamos recogiendo y cosechando estas señales?
¿Ponemos en nuestra vida cotidiana los ojos y los oídos en la dirección de los rostros más vulnerables del tiempo que nos toca vivir?

Escondido en ellos, es Dios mismo quien nos trae alegría y salvación" 

domingo, 1 de diciembre de 2019

CARTA APOSTÓLICA Admirabile signum DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL PESEBRE




1. El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él. 

Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. 

Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada. 

2. El origen del pesebre encuentra confirmación ante todo en algunos detalles evangélicos del nacimiento de Jesús en Belén. El evangelista Lucas dice sencillamente que María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7). Jesús fue colocado en un pesebre; palabra que procede del latín: praesepium

El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros» (Serm. 189,4). En realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana. 

Pero volvamos de nuevo al origen del belén tal como nosotros lo entendemos. Nos trasladamos con la mente a Greccio, en el valle Reatino; allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. 

Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén. Y es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre. 

Las Fuentes Franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: «Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno»[1]. Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa. Cuando llegó Francisco, encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado. Después el sacerdote, ante el Nacimiento, celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes[2]. 

Así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en el misterio. 

El primer biógrafo de san Francisco, Tomás de Celano, recuerda que esa noche, se añadió a la escena simple y conmovedora el don de una visión maravillosa: uno de los presentes vio acostado en el pesebre al mismo Niño Jesús. De aquel belén de la Navidad de 1223, «todos regresaron a sus casas colmados de alegría»[3]. 

3. San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo. Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe. Por otro lado, el mismo lugar donde se realizó el primer belén expresa y evoca estos sentimientos. Greccio se ha convertido en un refugio para el alma que se esconde en la roca para dejarse envolver en el silencio. 

¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado. 

La preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales. 

De modo particular, el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46). 

4. Me gustaría ahora repasar los diversos signos del belén para comprender el significado que llevan consigo. En primer lugar, representamos el contexto del cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche. Lo hacemos así, no sólo por fidelidad a los relatos evangélicos, sino también por el significado que tiene. Pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79). 

Merecen también alguna mención los paisajes que forman parte del belén y que a menudo representan las ruinas de casas y palacios antiguos, que en algunos casos sustituyen a la gruta de Belén y se convierten en la estancia de la Sagrada Familia. Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original. 

5. ¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor. 

«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15), así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles. Es una enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre. 

6. Tenemos la costumbre de poner en nuestros belenes muchas figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros. 

Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado. 

Con frecuencia a los niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan..., todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina. 

7. Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta, donde encontramos las figuras de María y de José. María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5). 

Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está san José. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara. San José juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. Cuando Dios le advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mt 2,13-15). Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica. 

8. El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos. 

El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién nacido, entendemos los sentimientos de María y José que, mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en sus vidas. «La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume el misterio de la encarnación. El belén nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo. 

El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas. Así, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida. 

9. Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el Nacimiento las tres figuras de los Reyes Magos. Observando la estrella, aquellos sabios y ricos señores de Oriente se habían puesto en camino hacia Belén para conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro, incienso y mirra. También estos regalos tienen un significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura. 

Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor. 

Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes. 
10. Ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia. No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición. 

Queridos hermanos y hermanas: El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos.

Dado en Greccio, en el Santuario del Pesebre, 1 de diciembre de 2019. 

FRANCISCO 

[1] Tomás de Celano, Vida Primera, 84: Fuentes franciscanas (FF), n. 468. 
[2] Cf. ibíd., 85: FF, n. 469.
[3] Ibíd., 86: FF, n. 470. 


jueves, 28 de noviembre de 2019

Primer Domingo de Adviento: Una Mirada Atenta

Escrito por Hna Mariola Villanueva - RSCJ- 

El comienzo del Adviento nos dispone a darnos cuenta de cómo vivimos y a tomar conciencia del modo en que nos situamos; a preguntarnos cuánto nos importan los pobres y pequeños, a reconocer si vamos con nuestras <<espadas>> escondidas en nuestra mirada – donde miramos, clavamos y murmuramos- o si pedimos una mirada atenta que <<ara y poda>> y posibilita que la realidad pueda dar su mejor fruto.

Me contó una compañera de trabajo que su niño de tres años le había preguntado <<Mamá, ¿por qué miras más el móvil que las cosas?>>. Esta pregunta le había impactado y tomó la decisión de dejar el móvil lejos cuando estaba con él, de estarle mucho más presente.

En la luminosidad del domingo, la memoria de Carlos de Foucald puede quedar ensombrecida, pero nos hace bien recordar la extraordinaria gratuidad de su vida para iluminar nuestra espera. Me impresionó descubrir que su balance final entre los tuaregs fue la conversión de un africano y una anciana. ¡Qué poca cosa a nuestros ojos y qué ofrenda tan tremendamente valiosa para Dios! Su memoria cura nuestras pulsiones de eficacia y rendimiento. Fue un hombre puro de corazón, un hermano tierno de todos. Excelente compañero para <<caminar a la luz del Señor>>.  



sábado, 23 de noviembre de 2019

Prefiero a un Rey del Universo como es el Crucificado, en el que no hay Doblez sino Bondad y sólo Bondad.


Escrito por Toni Catalá SJ
A otros ha salvado; que se salve a sí mismo

Efectivamente Jesús no puede salvarse a sí mismo, ni lo pretende. Al final del año litúrgico, hoy es la solemnidad de Jesucristo Rey del Universo, seguimos acompañando a Jesús en su vida de servicio y sólo servicio hasta el final. Jesús no se ha retirado ante la amenaza, se ha implicado compasivamente y eso para él no tiene vuelta atrás (“hasta el tercer día estaré curando enfermos y expulsando demonios”, hasta el final estará aliviando el sufrimiento de su pueblo).

La cruz es el lugar de la verdad, es el lugar que pone en crisis, que juzga toda imagen idolátrica e interesada de Dios, que pone en crisis todo poder y realeza de este mundo. Ante la cruz aparece el sarcasmo, la ironía cruel y mordaz de los magistrados de Israel, de los soldados asalariados de los “reyes” de este mundo y de los “malhechores” que se han instalado en la enajenación que provoca el resentimiento y del odio. Es el momento más doloroso, triste y desolador del relato evangélico. Se nos muestra hasta dónde puede llegar lo peor de la condición humana, de nosotros mismos. Lo peor es la cerrazón del corazón ante la víctima inocente, la incapacidad para ver la bondad, la compasión y la fidelidad del Crucificado.

Jesús se ha vivido desde una experiencia de Dios que le ha llevado a acompañar el dolor y la soledad de las viudas de Israel, que le ha llevado a enderezar, a poner en pie a tantas criaturas encorvadas y asfixiadas, que ha generado espacios de respiro y dignificación para tantas “hemorroisas” y “leprosos” estigmatizados, que ha generado dinámicas de perdón y reconciliación para tanta gente desnortada, pecadora y perdida, perdonando  a tantos Zaqueos, Levis… Jesús no ha pedido nunca nada para sí, ha sido limpio en su actuación, no ha traficado con dolor de la gente, no ha hecho ningún portento para que la gente crea en él, no le interesaba nada lo suyo, sólo la Gloria de Dios y el alivio de sufrimiento. No se lo perdonan aquellos que hacen, que hacemos, de Dios un negocio o un artilugio aparatoso para enmascarar nuestro interés de prestigio, de pavoneo, de tantas y tantas cosas nada limpias…

La cruz pone el mundo al revés. La realeza y el poder están en el Jesús des-vivido por amor. Los magistrados aparecen como cegados e ignorantes, los soldados como pobres hombres imitadores de sus jefes, sólo el “malhechor” que asume su límite y precariedad encuentra salvación. Se entiende que la Cruz moleste y que, como ya hace años nos avisaron los dos grandes teólogos Moltmann (luterano) y Metz (católico), esté desapareciendo del cristianismo y de la espiritualidad de Europa y de muchos mas países...

Mejor mirar a otro lado y que los reyes del universo sigan siendo los ídolos de la Riqueza Insaciable, el Ego Hinchado, la Voracidad Depredadora sobre la casa común… Prefiero a un Rey del Universo como es el crucificado, en el que no hay doblez sino bondad y sólo bondad.

sábado, 16 de noviembre de 2019

"Necesitamos lucidez y Sinceridad con Nosotros mismos, y una Carga Contemplativa que Ilumine nuestro Corazón...


Escrito por Hna Mariola Lopez Villanueva. RSCJ

<<Cuidado con que nadie los engañe>>. 

San Ignacio advierte con frecuencia que pidamos  gracia para ser prevenidos de las tretas del enemigo y, sobre todo, de los autoengaños, mucho más difíciles de detectar.

Ante las realidades que vivimos, los procesos que acontecen en el mundo y la multiplicidad de informaciones e intercambios, necesitamos lucidez y sinceridad con nosotros mismos, y una carga contemplativa que ilumine nuestro corazón. 

Acoger la realidad y proyectar sobre ella la luz del Evangelio y sus modos desarmados. Pedir gracia para leer sus señales y reconocer en qué medida peleamos por nuestras causas o vivimos para la causa de Jesús. Causa que significa asumir el conflicto y el rechazo por defender a los pobres y pequeños, cargar con nuestra ambigüedad – esa mezcla que nos constituye de bien y de mal- y caminar junto a otros, perdonándonos y animándonos mutuamente.

Porque nadie nos quita la vida: la vamos poniendo con Jesús en el regazo amoroso del que no deja un solo instante de cuidarnos.

sábado, 9 de noviembre de 2019

Estar destinados a la Vida Eterna significa, principalmente, estar muyvivos en el Presente...

Escrito por Alesandro Pronzatto

...Dios es la fuente y el fin de la vida. El creyente que vive con él y por él, después de haber recibido de él el don de la existencia, es arrancado al dominio de la muerte.

Jesús coloca la imagen de un Dios que disputa victoriosamente a la muerte el tesoro que le es más querido: el hombre.

San Pablo,  entra en la misma perspectiva cuando reafirma solemnemente que «el Señor es fiel» y que «Dios, nuestro Padre... nos ha amado tanto y nos ha regalado un consuelo permanente y una gran esperanza».

Pero esta esperanza no puede acunarnos y hacernos dormir en la ilusión y en la pereza.

Estar destinados a la vida eterna significa, principalmente, estar muy vivos en el presente. En efecto, el futuro inmortal de gloria se siembra echando en el terreno fecundo del hoy los gérmenes de «toda clase de palabras y de obras buenas».

Estar encaminados hacia una meta significa ante todo... caminar. Y la brújula que asegura la orientación ha sido puesta por Dios mismo en el corazón de los creyentes y traza dos líneas esenciales: «El amor de Dios» y «la paciencia de Cristo».

El amor de Dios impide que nos perdamos a lo largo del camino. La paciencia de Cristo representa un antídoto contra el cansancio. Esto predicaba Pablo a los cristianos de Tesalónica.


...Esto es, a nosotros.

viernes, 8 de noviembre de 2019

Fiesta de la Inmaculada Concepción:

Escrito por Xavier Quinzá Lleó

El misterio de la Inmaculada Concepción debe llegar a ser nuestro. 

Toda la grandeza de María consiste en esto: la raíz de su ser es Dios, el único contacto que ella mantiene consigo misma es Dios y el único conocimiento que tiene de sí misma es Dios.

María es completamente transparente a Dios, es como una "custodia"  de Dios, no puede hacer otra cosa que conducir a Dios, porque no respira más que Dios.

viernes, 23 de agosto de 2019

Esa Puerta Estrecha a Cruzar es una Vida Compasiva en el día a día...



Escrito por Mariola López Villanueva RSCJ

Las historias en que el Señor se muestra exigente me llevan a presentir la hondura de su amor. Como cuando espoleamos a una persona a quien queremos mucho al sentir que está desperdiciando su vida; la sacudimos para que reaccione y despierte.

Así me parece que hace Jesús cuando nos dice “no sé quiénes son”. ¡Pero si nos lleva tatuados en la palma de su mano, si somos preciosos a sus ojos!

Precisamente por eso, nos quiere despertar, para que no nos alejemos de la puerta que nos abre. Esa puerta estrecha a cruzar es una vida compasiva en el día a día, una manera de estar en ella que vela por los más pequeños, un modo de vivir que no solo invoca a Dios, sino que hace de la existencia una prolongación de su amor al mundo. No solo el celebrar (comer y beber) y el decir (enseñar), sino una praxis compasiva, una manera muy humana de acercarnos a los otros.

¡Hay tanta gente, que sin nombrar a Dios, ni siquiera saber que lo conoce, pasa haciendo el bien y sanando! Para Jesús no cuenta la apariencia sino lo que se juega en el fondo del corazón; sobre todo, cómo nos situamos ante los que consideramos últimos.

sábado, 22 de junio de 2019

Una Escena que Tiene que Tomar Cuerpo en Nosotros...


Escrito por Hna Mariola Lopez Villanueva-RSCJ-

Esta escena tiene que tomar cuerpo en nosotros, injertarse en nuestra manera de mirar y de estar ante las cosas; y configurar los modos en que vivimos la misión. 

Necesitamos pasar de <<despedir>> porque no tememos a <<acoger>> en una precariedad compartida.

De creer que lo que cuenta es sacar adelante lo nuestro, a descubrir que necesitamos el pan de cada uno para que pueda multiplicarse. 

De ofrecerlo por nuestra propia cuenta a experimentar que si podemos repartirlo es porque primero ha sido bendecido y partido por el Señor Jesús. Entonces todos pueden saciarse y aún queda. Con él la vida se vuelve fecunda más allá de nuestras expectativas de cálculo y previsión.

Etty Hillesum confió en la bondad y en la belleza de Dios y la encontró bajo el cielo azul de un campo de exterminio. Allí abrió su rostro, sin ocultarlo, expuesto y ofrecido hasta el final. Estas son algunas de las últimas palabras que nos dejó en su diario antes de morir en las cámaras de gas:

<<He partido mi cuerpo como pan y lo he repartido entre los hombres…, pues venían largas privaciones.

Dios no puede dejar de ser Dios. 

No preguntes cómo definir el amor de Dios; 
pregunta cómo recibirlo. 
No preguntes cómo explicar el amor de Dios; 
pregunta cómo experimentarlo. 
No preguntes cómo entender el amor de Dios; 
pregunta cómo ser transformado por él.

RAYNOR TORKINGTON

sábado, 1 de junio de 2019

"Y yo Estaré Siempre con Ustedes hasta el Fin del Mundo"

Escrito por Hermann Rodríguez Osorio -sj-

Hay personas a las que les cuestan, particularmente, las despedidas. Son momentos muy intensos, en los que se expresan muchos sentimientos que duermen en el fondo del corazón y tienen miedo de salir a la luz y expresarse de una manera directa. Pero, en estos momentos, saltan inesperadamente y sorprenden a unos y a otros... Despedirse es decirse todo y dejar que el otro se diga todo en un abrazo que contiene la promesa de seguir presente a pesar de la ausencia.

Salta a mi memoria, en esta solemnidad de la Ascensión del Señor, la poesía que Gloria Inés Arias de Sánchez escribió para sus hijos, y que lleva por título: «No les dejo mi libertad, sino mis alas». Como ella, el Señor se despide de sus discípulos, ofreciéndoles un abrazo en el que se dice todo y nos regala la promesa de su presencia misteriosa, en medio de la ausencia:

“Les dejo a mis hijos no cien cosechas de trigo 
sino un rincón en la montaña, con tierra negra y fértil, 
 un puñado de semillas y unas manos fuertes
 labradas en el barro y en el viento. 

No les dejo el fuego ya prendido
sino señalado el camino que lleva al bosque
y el atajo a la mina de carbón.
No les dejo el agua servida en los cántaros,
sino un pozo de ladrillo, una laguna cercana, 
y unas nubes que a veces llueven. 

No les dejo el refugio del domingo en la Iglesia,
 sino el vuelo de mil palomas, y el derecho a buscar en el cielo, 
en los montes y en los ríos abiertos.

No les dejo la luz azulosa de una lámpara de metal, 
sino un sol inmenso y una noche llena de mil luciérnagas.

No les dejo un mapa del mundo, ni siquiera un mapa del pueblo,
sino el firmamento habitado por estrellas,
y unas palmas verdes que miran a occidente.

No les dejo un fusil con doce balas, 
sino un corazón, que además del beso sabe gritar.
No les dejo lo que pude encontrar, 
sino la ilusión de lo que siempre quise alcanzar. 

No les dejo escritas las protestas, sino inscritas las heridas.
No les dejo el amor entre las manos, 
sino una luna amarilla, que presencia cómo se hunde 
la piel sobre la piel, sobre un campo, sobre un alma clara. 
No les dejo mi libertad sino mis alas. 

No les dejo mis voces ni mis canciones, 
sino una voz viva y fuerte, que nadie nunca puede callar. 
Y que ellos escriban, ellos sus versos, 
Como los escribe la madrugada cuando se acaba la noche. 
Que escriban ellos sus versos; 
por algo, no les dejo mi libertad sino mis alas...”

 Los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado. Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.  Acercándose, Jesús les dijo: «Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo». (Mt 28, 16-20)

sábado, 25 de mayo de 2019

Reconocer las Huellas de Dios en lo Humano...


Escrito por Mariola López Villanueva RSCJ

El evangelio de Juan nos muestra la vida interior de Jesús, aquella capacidad que le llevaba a amar lo no amable, a incluir a los que eran dejados fuera, a pacificar…, a reconocer las huellas de Dios en lo humano.

Nunca se atribuye a sí mismo ese poder sanador y generador de vida; lo recibe de Otro y va a ser al final cuando lo dé a conocer:"Pediré al Padre que les envíe otro Paráclito que esté con ustedes siempre" (Juan 14, 16). 

Como nuestro Maestro Interior que nos enseñará a dejarnos conducir hacia la bondad, hacia la reconciliación, hacia la donación y la alegría. 

Es el Espíritu el que nos lleva a recordar, a volver a pasar por el corazón las palabras y los modos de Jesús, a dejar que el dinamismo de su amor vaya configurando nuestras vidas. 

Dice Simone Weil: "No es por la forma en que una persona habla de Dios, sino por la forma en que habla de las cosas terrenas, como se puede discernir mejor si su alma ha permanecido en el fuego del amor de Dios. Ahí no es posible ningún engaño. Hay falsas imitaciones del amor de Dios, pero no de la transformación que él realiza en el alma".

SOLO TÚ, JESÚS (Pedro Arrupe, SJ)

Solo Tú, Jesús. Jesús, mi Dios, mi redentor, mi amigo, mi íntimo amigo, mi corazón, mi cariño: aquí vengo, para decirte desde lo más profundo de mi corazón y con la mayor sinceridad y afecto de que soy capaz que no hay nada en el mundo que me atraiga, sino Tú solo, Jesús mío. 
No quiero las cosas del mundo. No quiero consolarme con las criaturas. Solo quiero vaciarme de todo y de mí mismo, para amarte solo a Ti. 
Para Ti, Señor, todo mi corazón, todos sus afectos, todos sus cariños, todas sus delicadezas.

¡Oh Señor!, no me canso de repetirte: nada quiero sino tu amor y tu confianza. 
Te prometo, te juro, Señor, escuchar siempre tus inspiraciones, vivir tu misma vida. 
Háblame muy frecuentemente en el fondo del alma y exígeme mucho, que te juro por tu Corazón hacer siempre lo que tú deseas, por mínimo o costoso que sea. 
¿Cómo voy a poder negarte algo si el único consuelo de mi corazón es esperar que caiga una palabra de tus labios, para satisfacer tus gustos?


sábado, 18 de mayo de 2019

La Autentica Estatura Humana es la Practica del Amor y del Servicio...


Fuente: CEP -Centro de Espiritualidad y Pastoral. Venezuela-


Jesús comienza diciendo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en Él”. Jesús, antes de su pasión, da un vuelco total a la muerte: Aquí y en esta historia, una vida vivida como lo ha hecho Jesús, traspasa ya las barreras de la muerte.
Seguidamente Jesús da un nuevo mandamiento: “ámense los unos a los otros como Yo los he amado”. Se trata de la medida, el tamaño y la hondura del amor y del servicio. El distintivo de los amigos y amigas en el Señor no será otro que el amor al estilo de Jesús.
Este mandamiento de Jesús no deja de sorprendernos, porque estamos tan acostumbrados a amar y servir según nuestra medida, que llegamos al extremo de justificar nuestros pequeños y endebles gestos de servicio y generosidad. Pero para el cristiano, incluso para todo hombre y mujer, la medida del amor no está en sí mismo. Sería mezquino reducir el amor y la misericordia al tamaño de nuestro corazón y al tamaño de nuestros efímeros gestos de entrega y donación.
Amar como nos ama el Señor es pasión por las personas y por la vida. De ahí que quien aprende a amar y a tratar como lo hace Jesús, construye amistad y solidaridad superando cualquier obstáculo, porque ha descubierto que ha sido y sigue siendo amado. Para dar todo el sentido y hondura que tiene este mandato fundamental de Jesús, podríamos sintetizarlo en esta afirmación: “la auténtica estatura humana de todo hombre y de toda mujer es la estatura de su amor y su servicio”.
Los cristianos y todo el que se sienta realmente humano, ama a partir de un “amor mayor” en el que se ha descubierto profundamente amado, perdonado y sanado. Sabe que no le toca a él poner las condiciones o límites del amor. Sabe muy bien que el amor auténtico es un don y una gracia. Por eso, si quiere autenticidad ha de amar sin esperar nada a cambio, sin contraprestaciones.
Con frecuencia nos preguntamos por la poca vida que hay en nuestra familia, trabajo, comunidades y hasta en la sociedad, sin acertar con las causas reales. Y no debería ser tan difícil. Bastaría que asumiéramos con todo el riesgo que supone, el mandamiento nuevo del Señor, de amarnos como Él nos ama. Sólo así tendríamos el gozo de experimentar que todo empezaría a ser diferente. Todo comenzaría a ser nuevo.
El amor con el que Jesús nos ama lo aprendió de su Padre, y el Padre ama creando y recreando todo. Jesús recibió del Padre una manera fecunda de relacionarse que da consistencia a las personas porque las sirve, las acompaña, las cuida, les exige desde la realidad propia de cada cual y hasta da la vida por ellas. Su modo de amar es personal y personalizador. Si nos atrevemos a amar como Él nos ama, podremos comunicar vida y esperanza en cualquier lugar y circunstancia en la que nos encontremos.

domingo, 5 de mayo de 2019

Reconocer al Señor Resucitado en la normalidad con la que se acerca a nuestras vidas...


Escrito por Mariola López Villanueva RSCJ
Evangelio: San Juan 21, 1-19

Creo que en lo que más nos cuesta reconocer al Señor Resucitado es en la normalidad con la que se acerca a nuestras vidas. Este pasaje nos remite a nuestro lugar de trabajo, con rostros más cercanos.

Cómo se vive lo cotidiano cuando creemos al Señor ausente – es de noche y no hemos pescado nada- y cómo se transfigura la escena cuando se pone cálidamente en el centro con "las brasas y las llamas encendidas". 

Sus modos son humildes y discretos: pregunta, pide, invita. Nos anima a volver a intentarlo cuando hemos fracasado, a echar de nuevo las redes por el lado de un amor que no se cansa. 

Emociona la sencillez de sus gestos: preparar un almuerzo con cariño. Es en nuestra pobreza y fragilidad donde el Señor nos regala su amor y nos confía lo que más quiere. 

El mayor don del Resucitado es que nos hace capaces de cuidar de las vidas más frágiles, su amor nos capacita para recuperar ese cuidado esencial que hay en nosotros. 

No tengamos miedo de extender nuestras manos para que él nos lleve. Reconciliados con nuestra indigencia, no le demos poder a nada que venga a robarnos su alegría del corazón. 

sábado, 27 de abril de 2019

Una Fe más Honda que las Dudas...


Escrito por Martín Descalzo -de su Libro: Vida y Misterio de Jesús de Nazaret"


"Dice en Evangelio de San Juan, que Tomás estaba ausente. Y en el va a representarse la resistencia a la luz.  Todos los apóstoles se habían mostrado reticentes. Tomas ira mucho mas allá, hasta la cerrazón. No le ha convencido la tumba vacía  no le han impresionado las meditaciones sobre las Escrituras que le han narrado los dos de Emaus, no se rinde ante el testimonio concorde de todos sus hermanos El quiere ver. Se encierra en su incredulidad Y cuando todos le aseguran que ellos han visto, quiere ir mas allá no solo tocar, sino sondear la identidad del crucificado metiendo sus dedos, sus manos en las mismas llagas.

Jesús va a prestarse, con admirable condescendencia, a todas las absurdas exigencias del discípulo Pero dejara pasar ocho días como para dar un plazo a esa incredulidad.

¿Es que Tomas no amaba a su Maestro? Si, evidentemente. Pero era testarudo, positivista, obstinado. No solo quería pruebas, sino que las exigía a la medida de su capricho.

Jesús se somete a ellas con una mezcla de ironía y realismo. Esta vez los apóstoles se han reunido para rezar en común. Tomas se siente incomodo en medio de la fe de todos, pero el paso de los días parece haber robustecido su incredulidad. Mas no por ello piensa en separarse de sus hermanos. Hay una fe, mas honda que sus dudas, que sigue uniéndole a ellos. Esta fue su salvación: seguir con los suyos a pesar de la oscuridad Como comenta Evely:

"Tomas es un autentico hombre moderno, un existencialista que no cree mas que en lo que toca, un hombre que vive sin ilusiones, un pesimista audaz que quiere enfrentarse con el mal, pero que no se atreve a creer en el bien. Para el lo peor es siempre lo mas seguro..."

Y Jesús ahora se aparece solo para él. Están todos, pero el Maestro se dirige directamente a Tomas. Ven, Tomas, trae tu dedo y mételo en las llagas de mis manos, trae tu mano y métela en mi costado. (Jn 19, 27) Ahora queda completamente desconcertado. En realidad nunca había podido imaginarse que su deseo pudiera ser escuchado. Su desafío no había sido mas que un pedir imposibles, un modo de encerrarse en su duda.

Eso creía el, al menos. Porque cuando vio a Jesús, cuando oyó su voz dulce, tierna, Tomas se dio cuenta de que, allá en el fondo, siempre había creído en la resurrección, que la deseaba con todo corazón, que si se negaba a ella, era por miedo a ser engañado en algo que deseaba tanto, que se había estado muriendo de deseo y de miedo de creer al mismo tiempo.

Los dos de Emaús creían que creían. Tomas creía que no creía. Jesús les trajo a los tres a la sencillez alegre de creer sin sueños y sin miedos. En el fondo Tomas se dio cuenta de que si se negaba a creer era por la rabia de no haber estado allí cuando Jesús vino ¿Los demás iban a verle y el tendría que creer solo por la palabra de los otros. Con su negativa estaba provocando a Jesús a aparecerse de nuevo También el necesitaba mimos, cariño, ternura. No era, en el fondo otra cosa, que un niño enrabietado.

Por eso temblaba cuando Jesús le mando tocar. No queía hacerlo. Sentía ahora una infinita vergüenza de sus palabras de ocho días antes. Si tocó, no lo hizo ya por necesidad de pruebas, sino como una penitencia por su cerrazón. Deslumbrado y aplastado, cayo de rodillas y dijo:¡ Señor mío y Dios mío!

Asi la humillación le llevaba a una de las mas bellas oraciones de todo el evangelio. Ahora iba en su fe hasta donde nunca había llegado ningún apóstol nadie le había dicho antes a Jesús Dios mío. Tiene razón Evely al subrayar:

"De aquel pobre Tomas Jesús ha sacado el acto de fe mas hermoso que conocemos. Jesús lo ha amado tanto, lo ha curado con tanto esmero, que de esta falta, de esta amargura, de esta humillación ha hecho un recuerdo maravilloso. Dios sabe perdonar asi los pecados. Dios es el único que sabe hacer de nuestras faltas, unas faltas benditas, unas faltas que no nos recordaran mas que la maravillosa ternura que se ha revelado con ocasión de las mismas..."