sábado, 27 de abril de 2019

Una Fe más Honda que las Dudas...


Escrito por Martín Descalzo -de su Libro: Vida y Misterio de Jesús de Nazaret"


"Dice en Evangelio de San Juan, que Tomás estaba ausente. Y en el va a representarse la resistencia a la luz.  Todos los apóstoles se habían mostrado reticentes. Tomas ira mucho mas allá, hasta la cerrazón. No le ha convencido la tumba vacía  no le han impresionado las meditaciones sobre las Escrituras que le han narrado los dos de Emaus, no se rinde ante el testimonio concorde de todos sus hermanos El quiere ver. Se encierra en su incredulidad Y cuando todos le aseguran que ellos han visto, quiere ir mas allá no solo tocar, sino sondear la identidad del crucificado metiendo sus dedos, sus manos en las mismas llagas.

Jesús va a prestarse, con admirable condescendencia, a todas las absurdas exigencias del discípulo Pero dejara pasar ocho días como para dar un plazo a esa incredulidad.

¿Es que Tomas no amaba a su Maestro? Si, evidentemente. Pero era testarudo, positivista, obstinado. No solo quería pruebas, sino que las exigía a la medida de su capricho.

Jesús se somete a ellas con una mezcla de ironía y realismo. Esta vez los apóstoles se han reunido para rezar en común. Tomas se siente incomodo en medio de la fe de todos, pero el paso de los días parece haber robustecido su incredulidad. Mas no por ello piensa en separarse de sus hermanos. Hay una fe, mas honda que sus dudas, que sigue uniéndole a ellos. Esta fue su salvación: seguir con los suyos a pesar de la oscuridad Como comenta Evely:

"Tomas es un autentico hombre moderno, un existencialista que no cree mas que en lo que toca, un hombre que vive sin ilusiones, un pesimista audaz que quiere enfrentarse con el mal, pero que no se atreve a creer en el bien. Para el lo peor es siempre lo mas seguro..."

Y Jesús ahora se aparece solo para él. Están todos, pero el Maestro se dirige directamente a Tomas. Ven, Tomas, trae tu dedo y mételo en las llagas de mis manos, trae tu mano y métela en mi costado. (Jn 19, 27) Ahora queda completamente desconcertado. En realidad nunca había podido imaginarse que su deseo pudiera ser escuchado. Su desafío no había sido mas que un pedir imposibles, un modo de encerrarse en su duda.

Eso creía el, al menos. Porque cuando vio a Jesús, cuando oyó su voz dulce, tierna, Tomas se dio cuenta de que, allá en el fondo, siempre había creído en la resurrección, que la deseaba con todo corazón, que si se negaba a ella, era por miedo a ser engañado en algo que deseaba tanto, que se había estado muriendo de deseo y de miedo de creer al mismo tiempo.

Los dos de Emaús creían que creían. Tomas creía que no creía. Jesús les trajo a los tres a la sencillez alegre de creer sin sueños y sin miedos. En el fondo Tomas se dio cuenta de que si se negaba a creer era por la rabia de no haber estado allí cuando Jesús vino ¿Los demás iban a verle y el tendría que creer solo por la palabra de los otros. Con su negativa estaba provocando a Jesús a aparecerse de nuevo También el necesitaba mimos, cariño, ternura. No era, en el fondo otra cosa, que un niño enrabietado.

Por eso temblaba cuando Jesús le mando tocar. No queía hacerlo. Sentía ahora una infinita vergüenza de sus palabras de ocho días antes. Si tocó, no lo hizo ya por necesidad de pruebas, sino como una penitencia por su cerrazón. Deslumbrado y aplastado, cayo de rodillas y dijo:¡ Señor mío y Dios mío!

Asi la humillación le llevaba a una de las mas bellas oraciones de todo el evangelio. Ahora iba en su fe hasta donde nunca había llegado ningún apóstol nadie le había dicho antes a Jesús Dios mío. Tiene razón Evely al subrayar:

"De aquel pobre Tomas Jesús ha sacado el acto de fe mas hermoso que conocemos. Jesús lo ha amado tanto, lo ha curado con tanto esmero, que de esta falta, de esta amargura, de esta humillación ha hecho un recuerdo maravilloso. Dios sabe perdonar asi los pecados. Dios es el único que sabe hacer de nuestras faltas, unas faltas benditas, unas faltas que no nos recordaran mas que la maravillosa ternura que se ha revelado con ocasión de las mismas..."

sábado, 20 de abril de 2019

La Resurrección...sólo Entrega su Secreto al Revelar el de la Cruz...

Escrito por  Eloi Leclerk -de su Libro: El Reino Escondido-

“Secreta resurrección”: me gusta esta alianza de palabras que encontré en Pascal.  La Resurrección de Jesús es secreta, porque se realiza sin testigos, durante la noche; secreta como los grandes comienzos, como los manantiales, como la misma acción creadora.  No es el fulgor del mediodía, sino el despuntar de la aurora, la luz virginal del alba.

La Resurrección es secreta, además, porque no se impone desde fuera, como un acontecimiento que todo el mundo puede ver y constatar.  Es un chorro de vida que fluye por dentro...

“Secreta Resurrección”, porque es un misterio religioso que sólo entrega su secreto al revelar el de la cruz. La Resurrección de Jesús no es un simple retomo a la vida, como pudo serlo la de Lázaro.  El Señor no vuelve a la vida anterior a su pasión, como si no hubiera sucedido nada, como si no hubiera muerto.  El Resucitado no se deja encuadrar en el marco ya conocido del pasado.

La Resurrección no es la negación de la cruz ni una revancha de ésta, sino que, por el contrario, proclama a gritos que Dios estaba con el Crucificado incluso en su abandono; que la cruz, lejos de ser un fracaso, es el triunfo de un Amor más fuerte que la muerte.  Por eso el Resucitado no tiene otra cosa que mostrar que sus llagas.  Y las muestra como la manifestación de la gloria de Dios. Sin la cruz, sin las llagas, podríamos hablar de la gloria de Dios, pero no sabríamos lo que significa esta palabra. Porque la gloria de Dios es el esplendor de su “Agape”, y la resurrección de Jesús es la manifestación de esa gloria, pues nos hace ver en el Crucificado la gran teofanía de la historia, la altura y la profundidad del Amor divino.
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Les dejo esta canción de Salome Arricibita, para terminar con un momento de oración:
Para escuchar hacer clik: 


viernes, 19 de abril de 2019

Ese grito sin respuesta le hizo ser verdaderamente uno de nosotros...


Escrito por Eloi Leclerc - de su Libro: El Reino Escondido-

El grito de abandono es de una profundidad tan insondable que jamás dejará de interpelarnos, y su sentido estará siempre por descubrir. Por eso, después de todas las explicaciones que puedan darse en el plano exegético y teológico, al final lo que conviene es callar y dejar que resuene en el silencio interior el gran interrogante que cae de la cruz con todo su peso de oscuridad y misterio: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» Hay que dejar que resuene ese grito, ese «¿por qué?», en su noche humana, en su silencio. 

Y sentirlo únicamente como un enorme desgarro. Sólo entonces podremos entrever la profundidad con que el Hijo del hombre ha asumido la condición humana: llegando hasta el fondo de la noche de nuestras dudas y nuestras preguntas,  hasta el fondo del silencio de Dios. Ese grito sin respuesta le hizo ser verdaderamente uno de nosotros. En ese instante, también él vivió la relación con Dios como una especie de ausencia, y puede afirmarse que entonces se puso por entero de nuestro lado, se unió definitivamente a todos cuantos se debaten en las tinieblas y descendió a nuestros infiernos. A partir de entonces, ya no es posible decir que no llegó lo bastante abajo como para encontrarse con nosotros, porque no hay humillación, sufrimiento ni abandono que él no haya conocido y del que no haya hecho, con su presencia, lugar privilegiado de la cercanía de Dios. Evidentemente, era necesario que el Hijo amado muriera en la noche del más profundo abandono para que su resurrección fuera realmente la resurrección de todos. Jamás estuvo tan cerca del hombre, ni estuvo tampoco nunca más cerca de Dios. Jamás se acerco Dios al hombre...

Ya todo se ha consumado. Después del «gran grito», el silencio volvió a reinar sobre el Gólgota. Pero «ese silencio al que Dios se retiró» se convirtió en el lenguaje de lo inaudito.

Más tarde llegó José de Arimatea con el sudario, bajó el cuerpo de la cruz, con la ayuda de Juan, y lo depositó no lejos de allí, en un sepulcro excavado en la roca, mientras caía la tarde y empezaban a encenderse por toda la ciudad las primeras luces del sábado.

sábado, 13 de abril de 2019

Domingo de Ramos:El más el Humilde Cortejo de la Paz...

Escrito por  Éloi Leclerc -de su Libro: El Reino Escondido-

Jesús pide que le traigan un asno para montarlo...
Los discípulos no lo entendieron entonces; sólo más tarde recordarán lo que había anunciado el profeta Zacarías: «¡Exulta sin mesura, hija de Sión; lanza gritos de gozo, hija de Jerusalen! He aquí que viene a ti tu rey: justo él y victorioso, humilde y montado en un asno...» (Zac 9,9).

 A las puertas de la ciudad reina una gran animación. La inminente fiesta de la Pascua ha atraído a mucha gente a Jerusalen. Entre esa multitud, hay simpatizantes e incluso adeptos de Jesús; hay también hombres y mujeres que simplemente han oído hablar de él y de sus milagros y que desean verle, como esos griegos de los que habla el Evangelio de Juan. Por eso, cuando se difunde la noticia de su llegada, son muchos los que salen espontáneamente a su encuentro en un ambiente de fiesta. Cortan palmas y ramos de olivo y los agitan, a la vez que lanzan gritos de gozo.

Quieren acoger al joven profeta en medio de la alegría popular. Y en el momento en que aparece Jesús montado sobre el asno y escoltado por sus discípulos, la multitud de simpatizantes se pone a gritar: «¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!...» (Mt 21,9). «¡Bendito el reino que viene de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Me 11,10).

En medio de estas aclamaciones mesiánicas, el improvisado cortejo entra en la ciudad. No es una marcha triunfal ni una exhibición de fuerza, sino más bien el humilde cortejo de la paz y de las Bienaventuranzas, que avanza en medio de un clima de fiesta pascual. Para Jesús, esta entrada resume todo su mensaje: ¿no es él aquel por quien viene el Reino y que hace realidad la cercanía de Dios en medio de su pueblo? ¿No es él quien trae al mundo la revelación de la ternura del Padre? A medida que avanza el cortejo, la ciudad se sobresalta a su paso se pregunta: «¿Quién es?»
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Al comenzar esta Semana Santa, podes decir: ¿Quién es Jesús, para vos?...

sábado, 6 de abril de 2019

Cuaresma... inclinarse y perdonar...


Escrito por Diego Javier Fares-sj-

Lo que nos narra Juan en este pasaje de la pecadora es cómo logró Jesús atajar y dar vuelta la feroz e incontenible dinámica de un ajusticiamiento: inclinándose.
Ya venían con las piedras en las manos. La mujer se daba por muerta. El impulso con el que le tiran, en medio de su enseñanza en el Templo, a la pecadora, para apedrearla ante sus ojos, parece imposible de contener. La han sorprendido “en el acto mismo de adulterio” y la ley es clara: “a esta clase de mujeres hay que apedrearlas”. Ya tienen cada uno su piedra en la mano y la insistencia para que Jesús se defina es sólo un trámite: la van a apedrear de todas maneras. Jesús no podrá zafar. Será cómplice del ajusticiamiento legal o encubridor.

Acusar, sentenciar, apedrear… Esa es la dinámica. En griego son fuertes las palabras “kategorein” (acusar públicamente, en el ágora o plaza, definiendo bien el crimen), “katekrinein” (juzgar y dar sentencia de muerte de manera inapelable).
Los que traen el caso incontestable para “tener de qué acusar a Jesús” son ese tipo de gente que se alimenta de acusar a los demás, gente para quien el enemigo es la única realidad, porque les permite justificar su poder.

Sean lo que sean como personas la dinámica que siguen es la del diablo, el “Acusador de nuestros hermanos” (Apocalipsis 12, 10: el “Kategor”). La misma palabra que señala una dinámica –la del acusar- tiene un sujeto –el Acusador- que es el que la mantiene activa.

Notemos cómo el pasaje de la adúltera hace oler la misma furia que se desataría después contra el Señor en el juicio y en la Pasión: “lo acusaban con gran vehemencia” dice Lucas (23, 10); lo “acusaban mucho”, dice Marcos (15, 3 y 4) tanto que Pilato asombrado le dice al Señor “No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan”.

Y las piedras que dejaron caer disimuladamente en aquel momento son las mismas que poco después agarraron para apedrear a Jesús que les dice “Uds. son hijos del Diablo. Mienten como su padre, el Mentiroso” (Jn 8, 44…).

Pero pongamos los ojos en Jesús. El Señor está sentado, enseñando en el Templo. Ha pasado la noche en el monte de los Olivos y al amanecer se presenta en la Casa de su Padre, Casa de Oración y se sienta a enseñar a la gente.
Estamos en el marco de la Fiesta de las Carpas y Jesús que había subido a Jerusalén de incógnito, habla públicamente y divide las opiniones. Muchos creen en él, otros siembran dudas (Jn 7). En este contexto es que le presentan el caso de la mujer adúltera. Y el Señor se revela como Maestro misericordioso que se inclina ante las personas y no yergue como juez implacable de los demás.

La imagen es conmovedora: el Señor “inclinándose hacia el suelo, escribía con el dedo en la tierra”. Dos veces cumple la misma acción y en medio de ambos gestos dice su palabra: “el que de ustedes esté sin pecado que le arroje la primera piedra”. El hecho de escribir (“kategrafein”) en la tierra suena a algo así como “preparar los argumentos de la defensa”. Ellos “dicen su acusación” (kategorein) y Él “escribe… (la defensa)” (kategrafein).

El Señor detiene el impulso del apedreamiento en su misma fuente: hace que cada uno examine su corazón, no sus razones. Que cada uno juzgue si puede ser el primero en llevar a cabo lo que dice la ley. La dinámica de la acusación es del demonio porque con muchas razones, algunas incluso justas, nos lleva a la violencia y a la venganza. Esto es lo que el Señor ataja y contiene. Luego se dirige a la mujer y con mucho respeto y delicadeza la pone de pie, no la condena y le dice que “en adelante no peque más”. No le dice “tus pecados están perdonados”. Quizás eso sea tema para un futuro encuentro. Aquí sólo se trata de frenar la violencia de una acusación pública que termina no probando la inocencia de la pecadora ni entrando en su intimidad, sino anulando la causa por falta de quién lleve a cabo la ejecución que ordena la ley. El Señor establece así una especie de subversión de valores y queda en el aire una pregunta: si nadie puede ejecutar la ley ya que nadie está sin pecado cómo se mantendrá el orden. Jesús propondrá otro orden, el que nace de la dinámica del perdón. Y para establecerlo, él mismo cargará con la pena por el pecado y pagará todas nuestras deudas. Eso es lo que hace el Señor en la Cruz: posibilita que nos podamos perdonar.

Contra la dinámica de la acusación que gira en torno a los apedreamientos está la dinámica del anuncio que siempre comienza con gestos de inclinarse para servir y para ayudar al otro a ponerse de pie. Una y otra vez...