sábado, 18 de agosto de 2012

Alimentarnos de Jesús...

 
Escrito por  José Antonio Pagola

-Jn 6, 51-58-
 Según Jesús, los discípulos no solo han de creer en É, sino que han de alimentarse y nutrir su vida de su misma persona. La Eucaristía es una experiencia central en los seguidores de Jesús.
Las palabras que siguen no hacen sino destacar su carácter fundamental e indispensable: "Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida". Si los discípulos no se alimentan de Él, podrán hacer y decir muchas cosas, pero no han de olvidar sus palabras: "No tendrás vida en ustedes".

Para tener vida dentro de nosotros necesitamos alimentarnos de Jesús, nutrirnos de su aliento vital, interiorizar sus actitudes y sus criterios de vida. Este es el secreto y la fuerza de la Eucaristía. Solo lo conocen aquellos que comulgan con Él y se alimentan de su pasión por el Padre y de su amor a sus hijos.

El lenguaje de Jesús es de gran fuerza expresiva. A quien sabe alimentarse de Él, le hace esta promesa: "Ese habita en Mí y Yo en él". Quien se nutre de la Eucaristía experimenta que su relación con Jesús no es algo externo. Jesús no es un modelo de vida que imitamos desde fuera. Alimenta nuestra vida desde dentro.
Esta experiencia de "habitar" en Jesús y dejar que Jesús "habite" en nosotros puede transformar de raíz nuestra fe. Ese intercambio mutuo, esta comunión estrecha, difícil de expresar con palabras, constituye la verdadera relación del discípulo con Jesús. Esto es seguirle sostenidos por su fuerza vital.

La vida que Jesús transmite a sus discípulos en la Eucaristía es la que él mismo recibe del Padre que es Fuente inagotable de vida plena. 

Por eso se atreve Jesús a hacer esta promesa a los suyos: "El que come este pan vivirá para siempre".



sábado, 11 de agosto de 2012

Ser Gente Pan...


Escrito por Diego Fares -sj-

"Los judíos murmuraban de Jesús, porque había dicho:
‘Yo soy el pan que ha bajado del cielo’.
Jesús tomó la palabra y les dijo:
‘No murmuren entre ustedes.
Nadie puede venir a mí
a no ser que mi Padre que me envió lo atraiga a mí;

Yo soy el pan vivo que descendió del cielo.
El que coma de este pan vivirá eternamente" (Jn 6, 41-51). 

Comulgar o murmurar, esa es la opción ante la que nos pone Jesús cuando se presenta como Pan de Vida. El invitaba a “comer de su Pan para tener vida eterna” y los judíos murmuraban contra él por que había dicho ‘Yo soy el Pan que ha bajado del cielo’.

Bajamos estas palabras del evangelio, rápidamente, a la vida cotidiana.

Comulgar o murmurar es la opción frente a todas aquellas personas concretas que nos rodean en la vida de la Iglesia y que son “personas-pan”.

Personas que, porque comulgan con Jesús y se alimentan de su Palabra y de su Vida, son pan para los demás. Personas que hacen el bien, que inspiran a otros a hacerlo y los juntan y los alientan y trabajan con ellos en esta misión universal de la compasión y de la promoción de toda vida a la que nos llama Jesús.

Existen personas-pan. No se trata de algo rebuscado o difícil de encontrar. No digo personas-caviar o personas-champagne. Hay personas “pan y vino”.; sin condimentos ni hazañas espectaculares. Cientos de millones de personas pan que trabajan y dan vida a los demás.

Si uno lo piensa así, es algo que puede verse a simple vista. O por lo positivo de la comunión que favorecen o por el fenómeno de la murmuración que provocan, –cada uno tiene ejemplos cercanos en su familia y en su trabajo, en los que alguien hace algo bien y divide las aguas entre los que se alegran y comulgan y los que toman distancia y murmuran.

La comunión, se deja sentir de cerca y de lejos. No ciega.
Entre los que comulgan en el trabajo de hacer el bien, hay conciencia lúcida de los defectos tanto propios como ajenos, pero la pasión por la tarea encomendada es mayor y no da lugar a la murmuración.

Los murmuradores siempre muestran la hilacha. Son huidizos, se les escapan muecas, ponen caras, se mueren por juntarse entre ellos… a murmurar.

Suelen tener razón en muchas cosas que notan y que dicen a escondidas.

Son los profetas del fracaso y la desgracia y como en este mundo la cizaña del pecado abunda, a grosso modo y a la corta aciertan muchas veces y tienen más prensa que los que comulgan con el bien silenciosamente.

Lo triste es cuando se alegran de algún fracaso. Aquí la murmuración se sale de madre y muestra que es hija de la envidia. Y ya sabemos que “por la envidia entró el demonio en el mundo”.

Alegrarse de que fracase el bien es pecado contra el Espíritu Santo y no hay misericordia que alcance, porque la envidia es a la comunidad como el Sida al cuerpo.

El Síndrome de InmunoDeficiencia Adquirida “te mata el sistema que te protege de otras enfermedades en tu cuerpo”; la envidia, al hacerte denigrar el bien y murmurar contra él (por tentación de rechazo a la persona que lo hace) mata el sistema que da vida a la comunidad. Murmurar es una forma de no amar el bien, de no comulgar. En vez de comer el bien se lo regurgita y se convierte, en la punta filosa de las lenguas, en palabras que tienen sabor adictivo pero que no alimentan. Murmurar es la anti-comunión. Se le dan vuelta a las cosas con la lengua pero no se las traga. Y por el prurito farisaico de no tragarse ningún mosquito uno se pierde la comunión con las personas y con el trigo del campito, que los murmuradores arrancan sin piedad junto con la cizaña que dicen combatir…

Que el Señor nos haga amar el bien y comulgar con él, decidida y alegremente, haciendo contra a esta sociedad desencantada y murmuradora que se pierde lo más lindo de la vida: al Pan de Vida y a la gente-pan.