viernes, 31 de enero de 2014

¿Quieres ser Feliz? Se Agradecido...

Palabras del Hermano David Steindl Rast:

"Un mundo agradecido es un mundo de gente alegre. Gente agradecida es gente alegre, y la gente alegre, cuanta más y más gente haya, más tendremos un mundo alegre. Tenemos una red de vidas agradecidas, y se ha multiplicado. No entendemos por qué ha proliferado.Tenemos una oportunidad para la gente de prender una vela cuando se sienten agradecidos por algo. Las personas están tomando conciencia de que un mundo agradecido es un mundo feliz, y todos tenemos la oportunidad solo con el simple hecho de parar, mirar, ir, para transformar el mundo, para hacerlo un lugar feliz. Y eso es lo que espero para nosotros, y si esto ha contribuido un poco a hacer que deseen hacer lo mismo, paren, miren, vayan..."

Para ver un  video del Hermano David Steindl Rast, sobre este tema, hacer clik en el siguiente enlace:

sábado, 25 de enero de 2014

No es lo Mismo haber Conocido a Jesús que no Conocerlo...

De la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA EVANGELII GAUDIUM del Papa FRANCISCO -N° 264-266-

264. La primera motivación para evangelizar es el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que nos mueve a amarlo siempre más. Pero ¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial. Puestos ante Él con el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo: «Cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¡Qué dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y simplemente ser ante sus ojos! ¡Cuánto bien nos hace dejar que Él vuelva a tocar nuestra existencia y nos lance a comunicar su vida nueva! Entonces, lo que ocurre es que, en definitiva, «lo que hemos visto y oído es lo que anunciamos» (1 Jn 1,3). La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón. Si lo abordamos de esa manera, su belleza nos asombra, vuelve a cautivarnos una y otra vez. Para eso urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás.

265. Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan: «Lo que vosotros adoráis sin conocer es lo que os vengo a anunciar» (Hch 17,23). A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones: «El misionero está convencido de que existe ya en las personas y en los pueblos, por la acción del Espíritu, una espera, aunque sea inconsciente, por conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la liberación del pecado y de la muerte. El entusiasmo por anunciar a Cristo deriva de la convicción de responder a esta esperanza».[208]
El entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción. Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita sólo se cura con un infinito amor.

266. Pero esa convicción se sostiene con la propia experiencia, constantemente renovada, de gustar su amistad y su mensaje. No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que:
  • no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, 
  • no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, 
  • no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, 
  • no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. 
  • No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. 

Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie.

sábado, 18 de enero de 2014

Creer a los que ven

                           
Escrito por Clemente Sobrado

El Evangelio de este fin de semana, bien pudiera llevar como título “creer a los que ven primero”. Siempre hay alguien que llega antes o que ve antes que los demás. Esta es la realidad Juan el Bautista. Jesús aparece en el desierto. Pero sólo Juan es capaz de reconocerle. No lo había visto nunca. “Yo no lo conocía... He contemplado al Espíritu que bajaba del cielo como paloma y se posaba sobre él. Yo no lo conocía, pero el que me mando a bautizar con agua me dijo: “Aquel sobre quien veas bajar el Espíritu y posarse sobre él, ese es el que ha de bautizar con Espíritu Santo”. 
Y ahora está ahí. Ese es “El Cordero de Dios”. Juan ve lo que los demás no ven.
Los demás ven a uno más caminando por el desierto.
Juan ve al Cordero de Dios.
Ve a Jesús el Salvador. No sabemos qué caso le hicieron a Juan los demás. Siempre tiene que haber alguien que ve antes que el resto para señalarlo. Pero no siempre los demás aceptan lo que ellos no han visto

Cuando uno habla de la fe, son muchos los que terminan sonriendo.
“Este ha perdido el juicio”. Porque hoy ya no se usan esas cosas.
Muchos que ven pero no ven.
Miran pero no ven. Pero tampoco quieren creer lo que realmente otros ven. Se puede ir a la Iglesia y no ver nada.
Se puede leer la Palabra de Dios y no enterarse de nada.
Se puede rezar y no hablar con nadie.
Jesús lo dirá más tarde: “Tienen ojos y no ven”. “Tienen oídos y no oyen”.

Es que hay cosas que sólo la fe es capaz de ver. Por más que la razón no las entienda y quiera negarlas precisamente porque ella no las ve.
Ha valores que sólo la fe puede descubrir. Por más que la razón se niegue a aceptarlos.
La fe es capaz de hacernos ver el misterio. La razón se empeña en comprender sólo lo que tiene lógica. ¡Y en la vida hay tantas cosas que carecen de lógica!

Hay cosas que sólo la esperanza es capaz de esperar.
Hay futuros que no se pueden ver hoy. Pero hay futuros que la esperanza sí logra adivinar.
Hay cambios que creemos nunca se darán. Pero hay cambios en los que la esperanza sigue creyendo.
Hay mañanas que el presente nos impide ver. Pero hay mañanas que la esperanza ya está gozando.

Hay cosas que la tristeza nos impide ver.
Hay cosas que la tristeza niega. Pero hay cosas que la alegría las tiene ya en sus manos.
Hay cosas que la tristeza ve imposibles. Pero hay cosas que la alegría ya está disfrutando.
Hay cosas que la tristeza oscurece. Pero hay cosas que la alegría las ilumina.

Es preciso:
Que la razón pregunte a la fe, en vez de decir que la fe ha perdido el juicio.
Que la realidad pregunte a la esperanza, y no diga que la esperanza ha perdido el juicio.
Que la tristeza pregunte a la alegría, y no diga que la ha perdido el juicio.

Es preciso:
Que cuando no veamos nada, preguntemos a los que ven.
Cuando estemos cansados, preguntemos a los que están descansados.
Cuando estemos caídos, preguntemos a los que aún están en pie.
Cuando estemos enfermos, preguntemos a los que están sanos.
Que cuando todo lo veamos negro, preguntemos a los que lo ven blanco.
Que cuando estemos desilusionados, preguntemos a los que viven el gozo de la esperanza.
Que cuando estemos tristes, preguntemos a los que están alegres.
Que cuando sintamos que nada tiene sentido, preguntemos a quienes aún tienen razones para vivir.
Que cuando sintamos que Dios no existe, preguntemos a los que lo han visto.
Que cuando sintamos que la Iglesia tiene mucho de pecado, preguntemos a quienes todavía son capaces de ver la santidad que hay en ella.
Como dice el Papa Francisco: “Hay mucha basura, pero también abunda la santidad”.

sábado, 11 de enero de 2014

Dejarnos bautizar con Jesús...y aceptar el nombre nuevo...

Escrito por Dolores Aleixandre, RSCJ -de su libro: Contar a Jesús-

"En el Bautismo Jesús toma conciencia de su identidad, se le revela -por decirlo en lenguaje moderno- su “código genético”: es alguien bendecido, agraciado e incondicionalmente querido. A partir de ese momento, su relación con Dios estará hecha de deslumbramiento, asombro, pura receptividad y dependencia filial.
  • Tomar esta Palabra, como Palabra para nuestro mi HOY...
Dejarnos bautizar con Jesús supone aceptar el nombre nuevo que Dios ha soñado para nosotros desde toda la eternidad. Estamos llamados a acoger con asombro agradecido que nos diga: Tú eres mi hijo/hija, te he llamado por tu nombre, tu eres mío/mía. Eres alguien bendecido, eres mi hijo amado, tu nombre está tatuado en la palma de mis manos,  eres único y el Pastor te reconoce por tu nombre.
  • Para entrar en la oración con Jesús...
Acércate a Jesús en un rato de oración, desciende con él al Jordán, siéntete dentro de la escena, “pégate a él” y escucha como pronunciadas también sobre ti las palabras del Padre: Tú eres mi hijo querido, mi predilecto.. Deja que la seguridad de ser así amado  y elegido te llegue más hondo que cualquier sentimiento de culpabilidad, desconfianza o recelo. Y a partir de tu condición de hijo amado, siéntete abrigado y a salvo, envuelto en la protección cálida de un amor que te acoge y te posibilita la existencia y el crecimiento.
  • Puedes hacer  tuyas las palabras del Salmo 103:
"Como un padre siente ternura por sus hijos, 
así el Señor siente ternura por sus fieles
porque él conoce de qué estamos hechos, 
se acuerda de que somos de barro...”

Para terminar, quédate saboreando...

ERES MI HIJO/A AMADO/A

Tú eres mi hija/o, a quien sostengo; mi elegida/o, a quien prefiero. 
Sobre ti pongo mi Espíritu. 
Yo, el Señor, te he llamado, te he tomado de la mano,
 para que abras los ojos de los ciegos y liberes a los cautivos, 
para que saques gente de las tinieblas, 
sanes a los heridos, consueles a los tristes y acompañes al afligido.

Yo, el Señor, te he formado y te he cuidado, para que celebres alegrías aun en medio del desierto, para que a ninguno niegues tu mano, 
para que seas palabra certera en todo des-acierto. 

Que representes cielos abiertos. Te brindes noble, sincera/o, limpia/o de todo. 
Borres tristezas y los efectos que deja el odio. 
Para que ames la vida y la construyas con tu trabajo:
y para que a lo cotidiano lo vuelvas sagrado.


miércoles, 1 de enero de 2014

Homilía del Papa Francisco en el Primer día del Año 2014, Solemnidad de Santa María Madre de Dios.

"La primera lectura que hemos escuchado nos propone una vez más las antiguas palabras de bendición que Dios sugirió a Moisés para que las enseñara a Aarón y a sus hijos: «Que el Señor te bendiga y te proteja. Que el Señor haga brillar su rostro sobre ti y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro y te conceda la paz» (Nm 6,24-26). 

Es muy significativo escuchar de nuevo esta bendición precisamente al comienzo del nuevo año: ella acompañará nuestro camino durante el tiempo que ahora nos espera.

Son palabras de fuerza, de valor, de esperanza. No de una esperanza ilusoria, basada en frágiles promesas humanas; ni tampoco una esperanza ingenua, que imagina un futuro mejor sólo porque es futuro. 

Esta esperanza tiene su razón de ser precisamente en la bendición de Dios, una bendición que contiene el mejor de los deseos, el deseo de la Iglesia para todos nosotros, impregnado de la protección amorosa del Señor, de su ayuda providente.

El deseo contenido en esta bendición se ha realizado plenamente en una mujer, María, por haber sido destinada a ser la Madre de Dios, y se ha cumplido en ella antes que en ninguna otra criatura.

Madre de Dios. Este es el título principal y esencial de la Virgen María. Es una cualidad, un papel, que la fe del pueblo cristiano siempre ha experimentado, en su tierna y genuina devoción por nuestra madre celestial.

Recordemos aquel gran momento de la historia de la Iglesia antigua, el Concilio de Éfeso, en el que fue definida con autoridad la divina maternidad de la Virgen. La verdad sobre la divina maternidad de María encontró eco en Roma, donde poco después se construyó la Basílica de Santa María «la Mayor», primer santuario mariano de Roma y de todo occidente, y en el cual se venera la imagen de la Madre de Dios —la Theotokos— con el título de 'Salus populi romani'. 

Se dice que, durante el Concilio, los habitantes de Éfeso se congregaban a ambos lados de la puerta de la basílica donde se reunían los Obispos, gritando: «¡Madre de Dios!». Los fieles, al pedir que se definiera oficialmente este título mariano, demostraban reconocer ya la divina maternidad. Es la actitud espontánea y sincera de los hijos, que conocen bien a su madre, porque la aman con inmensa ternura.
Pero es más, es el 'sensus fidei' del santo pueblo de Dios que jamás, en su unidad, jamás se equivoca, el santo Pueblo de Dios.

María está desde siempre presente en el corazón, en la devoción y, sobre todo, en el camino de fe del pueblo cristiano. «La Iglesia… camina en el tiempo… Pero en este camino - deseo destacarlo - procede recorriendo de nuevo el itinerario realizado por la Virgen María» (Juan Pablo II, Enc. Redentoris Mater, 2), y por eso la sentimos particularmente cercana a nosotros. 

Por lo que respecta a la fe, que es el quicio de la vida cristiana, la Madre de Dios ha compartido nuestra condición, ha debido caminar por los mismos caminos que recorremos nosotros, a veces difíciles y oscuros, ha debido avanzar en «la peregrinación de la fe» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. Lumen gentium, 58).

Nuestro camino de fe está unido de manera indisoluble a María desde el momento en que Jesús, muriendo en la cruz, nos la ha dado como Madre diciendo: «He ahí a tu madre» (Jn 19,27). Estas palabras tienen un valor de testamento y dan al mundo una Madre. Desde ese momento, la Madre de Dios se ha convertido también en nuestra Madre. 

En aquella hora en la que la fe de los discípulos se agrietaba por tantas dificultades e incertidumbres, Jesús les confió a aquella que fue la primera en creer, y cuya fe no decaería jamás. Y la «mujer» se convierte en nuestra Madre en el momento en el que pierde al Hijo divino. Y su corazón herido se ensancha para acoger a todos los hombres, buenos y malos, todos, y los ama como los ama Jesús. 

La mujer que en las bodas de Caná de Galilea había cooperado con su fe a la manifestación de las maravillas de Dios en el mundo, en el Calvario mantiene encendida la llama de la fe en la resurrección de su Hijo, y la comunica con afecto materno a los demás. María se convierte así en fuente de esperanza y de verdadera alegría.

La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. De este modo nuestra misión será fecunda, porque está modelada sobre la maternidad de María.

A ella confiamos nuestro itinerario de fe, los deseos de nuestro corazón, nuestras necesidades, las del mundo entero, especialmente el hambre y la sed de justicia, de paz y de Dios; y la invocamos todos juntos, imitando a nuestros hermanos de Éfeso. Digamos juntos por tres veces: ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! ¡Santa Madre de Dios! Amén".

BENDICIÓN AL INICIO DEL AÑO...

Escrito por  Rogelio Cárdenas

En la presencia cariñosa de Dios Trinidad,
me uno a todas las personas que hoy bendicen,
y en comunión con ellas proclamo:

Que cada momento de este nuevo año sea bendición.
Que reine la bendición de Cristo en todo el planeta,
nuestra hermana madre Tierra, que nos ofrece hogar.

Bendita sea toda la Creación;
benditos todos los seres,
bendito cada sol, cada luna, cada gota y cada rincón.

Benditos los rostros que amamos y habitan siempre en el corazón;
bendecidas sean este año las personas que nos encontraremos
y nos necesiten más.

Bendiciones para quienes anhelan el Reino de Dios,
que cada día del año crezcan la pasión por la vida y la creatividad.

Benditos sean quienes trabajan en favor de la justicia y la paz;
que desde el inicio del año sientan el impulso de la gratitud y la gratuidad.

Bendito sea el sudor de quien se esfuerza honestamente,
Bendita sea toda mesa compartida y todo pan repartido.
Benditas las personas que no tienen miedo de perder un poco,
quienes no temen tener menos, para que haya más equidad.

Benditas las miradas que sonríen
y las sonrisas que infunden esperanza.
Bendito sea cada abrazo, bendita cada lágrima enjugada,
y cada gesto solidario en la Tierra.

Bendiciones para quienes lloran y para quienes ríen,
para quienes caminan sin prisa
y para quienes se expresan sin violencia.

Bendiciones para quienes celebran que la vida es regalo y fiesta.
Que toda la gente que esté sufriendo reciba esta bendición
y sienta el cariño y el consuelo de Dios

Bendita sea toda la gente que hace el bien,
sea cual sea su motivación.
Bendición para quienes no ceden a la avaricia y la violencia

Benditas las personas que este año ofrecerán ternura y amistad,
sabiduría, consuelo y alegría.

Bendita la gente que este año buscará ser mejor versión de sí,
para salir al encuentro de la fraternidad.

Que la fiesta con que hoy iniciamos el año, se prolongue cada día
Que florezca el buen humor y haya frutos de misericordia, en toda la creación.