sábado, 24 de noviembre de 2012

La Verdad es el Amor del Padre...



"Para esto he nacido y he venido al mundo: 
para testimoniar la verdad. 
El que es de la verdad escucha mi voz (Jn 18, 33-37).

Escrito por Diego Fares ,sj

El poder real lo tiene Jesús, que  convierte la circunstancia de la Cruz en redención de la humanidad.
¿Dónde reside, pues, el poder verdadero del Señor?
Reside en el testimonio que da de la verdad.

¿Y qué es la verdad?

Esta pregunta que formuló Pilato en medio de la situación en la que se encontraba, yendo y viniendo, y que no quiso escuchar, es la pregunta clave de la vida. Pilato no escuchó la respuesta de Jesús porque en su mundo político la única verdad es el negocio. No escuchó porque estaba negociando y para poder escuchar tendría que haber estado amando.
Si hubiera escuchado a Jesús en vez de irse, si hubiera escuchado la voz del Rey que musitaba algo perceptible sólo para los que son de la verdad, hubiera escuchado esta respuesta: la verdad es el amor de mi Padre por el mundo. Y Yo doy testimonio de la verdad de ese amor misericordioso, infinitamente tierno y compasivo, dando mi vida por todos.

La verdad del amor del Padre.
Esa es la verdad que reina en el corazón de Jesús
y que va a dejar sembrada en los corazones de los que lo aman.

¿Qué quiere decir Jesús con que “la verdad es el amor del Padre”.
Quiere decir que el amor del Padre es la clave para entender todo y para hacer todo.
Y el amor tiene sus condiciones y sus exigencias, que brotan de su mismo ser.

La primera condición del amor del Padre es la gratuidad. Como es gratuito, puro don libremente donado, hay que recibirlo y darlo también gratuitamente. Como dice el Cantar: “Si uno quisiera comprar el amor solo se ganaría el desprecio”.

El amor del Padre brota de su Libertad inefable. El Padre nos creó y nos ama porque quiere. Jesús da testimonio de esta Realeza y verdadero poder que se muestra en no condicionado por nada. Y el Padre pone todo el poder en manos de Jesús que también se muestra libre de amar hasta el extremo, todo lo que desea, sin que nada ni nadie le ponga límites a su amor. En esto consiste su realeza. Esta característica del amor del Padre y de Jesús, la libertad y gratuidad, contiene una exigencia: que le respondamos también líbremente, no por obligación sino por gusto y libre decisión.

Ya estamos con esto en la segunda condición del amor del Padre: su infinitud, su incondicionalidad…El Padre nos ama cuanto quiere y nadie puede ponerle límites a su amor. De eso vino a dar testimonio Jesús con su vida y con su muerte. Por eso no habrá excusa para el que se haya dejado amar poco y perdonar poco. Podremos pedir perdón por no habernos dejado amar más, pero no podremos decir que nadie nos dijo que teníamos un Padre que nos ama incondicionalmente. La vida entera de Jesús es un testimonio patente de algo así como un Amor infinito e incondicional. No otra cosa grita el silencio de Jesús crucificado, abandonado en las manos del Padre. Esta característica del amor del Padre contiene una exigencia: la de no ponerle límites a su amor. Esto implica dejar que el Padre que es más grande que nuestra conciencia nos perdone siempre y que como él perdona a todos también nosotros perdonemos a los demás.

Con esto estamos en la otra condición del amor del Padre que es la omni-inclusividad, el que no se pierda ninguno de sus pequeñitos. Jesús vino a dar testimonio de que el amor del Padre, gratuito e incondicional, es para todos. Dios no excluye ni discrimina. Y el que es de la verdad, el que no está negociando sino que está abierto al amor, sabe que tiene lugar en la fiesta del Padre. Esta característica del amor del Padre y de Jesús Rey contiene una exigencia: la de trabajar por incluir a todos. Y esto implica creatividad, paciencia y humildad para perdonar y comenzar de nuevo cada día.

Nos quedamos con la imagen de Jesús atado a quien Pilato acaba de dejar solo un momento y dejamos que nos mire a los ojos y nos diga que la verdad es el Amor de nuestro Padre. Jesús es Rey de esta verdad. Está dispuesto a reinar crucificado si nosotros no nos abrimos a este amor y permitimos que lo crucifiquen. Pero le agrada más reinar glorioso si escuchamos sus palabras y lo recibimos líbremente  como Rey en nuestro corazón.  



viernes, 16 de noviembre de 2012

Re-conocer otro Nombre del Agradecimiento...

A pocos días de comenzar el Adviento, en muy bueno, empezar un tiempo de interioridad para descubrir la presencia de Dios, que ha caminado con nosotros en cada momento y circunstancia de este año...

Por eso, comparto este texto de la Hna. Dolores Aleixandre, -de su Libro: Las Puertas de la Tarde-, para que nos ayude a agradecer tanto bien recibido de Dios...

Re-conocer otro nombre para el agradecimiento

Re-conocer: volver a conocer de una manera nueva. Tener detrás mucha historia de años vividos es una ocasión para darnos cuenta de que todo en nuestra historia ha sido don y gracia, como también lo han sido las energías que nos han hecho trabajar y esforzarnos y conseguir metas pequeñas o grandes. Tiempo de revelación, como la que tuvo Jacob: Dios estaba aquí, y yo no lo sabía!. Estaba ahí: en el aire que respirábamos, en las personas que nos han querido, en las energías que nos han hecho trabajar y crecer, en las pruebas, noches oscuras y túneles que hemos atravesado, en su fidelidad que nos ha sostenido... Releer así nuestra vida se inserta en la línea trazada por los creyentes bíblicos, para quienes la memoria juega un papel central en su encuentro con el Dios vivo. Su primer acto religioso consiste en escribir su historia y retomarla incesantemente para mantener leíble de generación en generación la experiencia de alianza. Desde un pasado que tienen delante de sus ojos -y que el israelita visualiza delante de sí porque ya lo conoce- y en el que han experimentado la presencia amorosa de su Dios, confían en que en el futuro, que tienen detrás y aún no conocen, Dios se comportará con la misma fidelidad y misericordia.

En el episodio de Betel, al despertar de su sueño, Jacob realiza un tránsito de la ignorancia al reconocimiento: Al despertar, dijo Jacob: "Realmente, el Señor estaba en este lugar, y yo no lo sabía...(Gn 28, 16). 

Y al final de su vida confesará: El Señor me ha guiado desde mi nacimiento hasta hoy....(Gn 48, 15)

También lo hará José al narrar ante sus hermanos su pasado común, no como una serie inconexa de acontecimientos regidos por el azar, sino como una historia conducida y guiada por Dios:

"Yo soy José, vuestro hermano, el que vendieron a los egipcios. Pero ahora no se preocupen ni les pese el haberme vendido aquí; para bien de ustedes me envió Dios delante, para que puedan sobrevivir en este país, salvando sus vidas de modo admirable. No fueron ustedes quienes me enviaron acá, sino Dios; me hizo ministro del Faraón, señor de su casa y gobernador de todo Egipto. Aunque ustedes pensaron hacerme daño, Dios lo pensó para bien, para hacer sobrevivir, como hoy ocurre, a un pueblo numeroso. Así que no teman; yo los mantendré a ustedes y a sus pequeñitos".

Re-conocer es identificar a Aquel que está en el origen de esos dones: Es el Señor, dijo Juan al ver la red llena de peces después de una noche de trabajo estéril: la abundancia y la esplendidez se habían convertido en signo del desconocido que les aguardaba en la orilla y que no podía ser más que Jesús.

Y cuando creamos que hemos terminado de reconocer y agradecer, el autor del Eclesiástico nos recomienda:

"Los que ensalzan al Señor, levanten la voz, esfuércense cuanto puedan, que aún queda más; los que alaban al Señor, redoblen las fuerzas, y no se cansen, porque no acabarán, quedan cosas más grandes escondidas, sólo un poco hemos visto de sus obras".

Moisés subió al encuentro de Dios, y el Señor lo llamó desde el monte y le dijo: Así hablarás a la estirpe de Jacob; así dirás a los hijos de Israel: Ya han visto lo que he hecho con los egipcios y cómo a ustedes los he llevado sobre alas de águila y los he traído a mí.

A la luz de este texto podemos releer nuestra vida, repasar los acontecimientos de este año y poner palabras a lo vivido, también a las propias heridas: situaciones conflictivas no resueltas, rencores mantenidos, dificultades para perdonar, amarguras...: todo lo que pudo estancar nuestras energías y endurecer nuestro corazón. Al recordar cada uno de esos momentos de alegría, de dolor, de oscuridad, de plenitud o de aparente falta de sentido, detenernos un momento para repetir como un estribillo: Tú me llevabas sobre tus alas.... Y emplear el tiempo que necesitemos hasta que situaciones del pasado que nos producen rebeldía lleguen a transfigurarse con esta nueva luz.

Podemos contemplar nuestra vida como atraída hacia Dios, más allá de nuestras resistencias. Con cuerdas humanas los atraía, con lazos de amor.... La atracción es algo muy distinto de la imposición, y quien sabe ejercerla logra lo que los imperativos no consiguen.

Lo sabía Jesús cuando decía: Nadie puede acudir a mí si el Padre que me envió no lo atrae....
A la hora de recordar nuestro pasado podemos recorrerlo como una historia sucesiva de atracción y tirones por parte de Dios y de consentimientos o resistencias por parte nuestra. Abrirnos a la posibilidad de que nuestra vida llegue a transparentar el don recibido y, al agradecerlo, permitir al Donante seguir dando aún. Y hacer nuestro este poema de A. Núñez, SJ:
Cuando te encuentre,
nunca podré cubrir con mi agradecimiento
el vasto abismo
que llenaste con tu misericordia.

Podemos mirar los acontecimientos de nuestra vida como modelados por las manos de un alfarero que modela su arcilla y que sólo nos pide que nos abandonemos a Él con una confiada obediencia. Podemos contemplar la propia historia, no como una ciega e impersonal secuencia de acontecimientos sobre los que no tenemos control, sino como una mano que nos guía hacia un encuentro personal en el que todas nuestras esperanzas se verán realizadas.

Esa mirada nos permite pasar de la sensación de sentirnos aprisionados dentro de una serie de acontecimientos anónimos para escuchar nuestra propia historia narrada por Dios mismo en el secreto de nuestro corazón.


                                                               

sábado, 10 de noviembre de 2012

Escuela de Ofrendas...


"Puso todo lo que tenía para vivir"
Escrito por P. Javier Albisu -sj-. De su libro: "Cuando Jesús entra en casa"

     A partir del ejemplo de una pobre viuda, Jesús convierte la casa de oración en escuela de ofrendas. La oración, cuando es autentica, en una verdadera escuela de ofrendas. Si queremos aprender a entregarnos, tenemos que aprender a orar. Al orar, ponemos en las manos de Dios nuestra vida hecha ofrenda. La manos de Dios son como las arcas del templo donde dejamos nuestro capital, nuestra vida. "Donde está tu tesoro, allí estará tu corazón" -Lc 12,34-. Allí está nuestro tesoro; y se acrecienta en la medida que le depositamos nuestra vida.
     Hay quien no deposita su vida en las Manos de Dios y posterga hacerlo hasta la hora de la muerte; hay quien le da a Dios las sobras, y así mientras "cumple" con Él, al mismo tiempo retiene lo suyo, y hay quien lo deja todo en manos de Dios para, en adelante, llevar en ellas lo que mejor sea. Quién no deposita lo suyo en Dios se queda sin fondos en su cuenta, sin fondos en su entrega. Saber que hemos puesto la vida en Aquel que nos la dio nos da un fondo de libertad muy grande. "El que quiera guardar su vida la perderá pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Qué puede dar a cambio de su vida? -Mt 16, 25-26-. Es Jesús el que nos da el tesoro, ya que "no hay nada de lo que tenemos que no lo hayamos recibido", y así también nos recomienda un lugar seguro donde ponerlo: "No guarden sus tesoros en esta tierra, donde la polilla y la herrumbre echan a perder las cosas, y donde los ladrones perforan muros y roban. Guarden mejor sus tesoros en el cielo" -Mt. 6, 19-20-.
    La oración es el lugar donde podemos evaluar cuánto aprendimos de entrega, de ofrenda. Si lo que dejamos en la oración son sobras, es señal de que el lugar de los depósitos es otro. Es señal de que mi tesoro está en otro lugar, y así también mi corazón. Pregúntate por lo que te tiene preocupado y por lo que a Dios le preocupa. Si en la oración descubres que no es lo mismo, es que le estás dando tus sobras. Más que hablar con Él (y aún de lo que te preocupa), estás hablando solo, sin tenerlo en cuenta. Deja lo que te tiene preocupado en las manos de Dios y verás cómo se acrecienta tu deposito. La viuda puso "todo lo que tenía para vivir". ¿Hay mayor preocupación que esa? Ella pobre y por lo mismo, sabía de la importancia de tener un depósito. Nosotros, en cambio, estamos acostumbrados a apuestas simultaneas... ¿Tenemos "nuestras fichas" puestas en dos lados "por las dudas"? ¿En quien ponemos la confianza? Nos cuesta ponernos en manos de Dios porque sabemos que terminaremos en las manos de los demás. "Así le sucede al que atesora para sí, en lugar de hacerse rico a los ojos de Dios". -Lc 12, 21-.                                 
     Si la oración no nos hace quedar en las manos de los demás, hemos atesorado para nosotros. El que atesora para sí, no comparte. Entiende su riqueza como acumulación. El que es rico a los ojos de Dios se sabe tal por lo que deposito en sus manos y en las de los demás. El rico para sí, busca que lo vean. El que no, prefiere ser visto por el Dios que ve en lo secreto.

Invitación para un momento contemplativo
  • Pedile a Jesús que te ayude a aprender el despojamiento libre y confiado de tus dos moneditas.
  • Ve a la casa de oración en compañía de la viuda pobre.
  • Mira con que cariño trae las dos moneditas y con cuanto cuidado las deposita.
  • Mientras vas de camino con ella, preguntale si sabe a donde va y a qué.
  • ¿Qué te responde? ¿Cómo te explica lo que esta ofrenda significa  para ella?
  • Deja que ella ponga sus dos moneditas y luego, ve a hacer tu ofrenda. ¿Cuánto traías para poner?
  • De  las tres moneditas que llevas (pasado, presente y futuro), ¿cuántas pones? ¿Cuáles? ¿Por qué?
  • Imagínate a Jesús mirándote admirado por la confianza que depositas en Él...



sábado, 3 de noviembre de 2012

El Credo del Amor



«Escucha, Israel: El Señor, Nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria»                       -Deuteronomio 6,4-6-

Escrito por el P. Eduardo Casas


Aquí queda testimoniado en el libro llamado del Deuteronomio, donde Dios le otorga el Mandato principal que constituirá la memoria, el “memorial” del Pueblo de Dios: «Escucha, Israel: El Señor, Nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria» (Dt 6,4-6).

Para que la quebradiza memoria de Israel no se olvide de este amor primero y de la elección gratuita de Dios es que el Señor le otorga un “Mandato”. El cual no es un recuerdo, nostalgia de tiempos pasados que fueron mejores, sino una viva presencia del amor: Para que siempre recuerde que fue amado. No se olvide que fue elegido.


No es un Mandato de imposición sino una invitación a la gratuidad y a la libertad, como la de Dios, una interpelación al amor. Este Mandato será su “Credo”. Tendrá que recitar diaria y piadosamente como un «Memorial»

El amor se vuelve así «Memorial» del corazón. El amor se hace Alianza: Juramento, compromiso, pacto, acuerdo. La primera profesión de fe es la confesión del amor recibido y el recuerdo del amor que hay que dar en devolución. Cuando Israel recitaba este Mandato, resucitaba la memoria de su amor. El amor nacía como respuesta de su atenta escucha: «Escucha, Israel». Su vocación era escuchar al amor ya que escuchar es la forma más profunda de recibir y, por lo mismo, es la primera manera de amar.

Amar a Dios «con todo el corazón» es orientarse a Él con las potencialidades más ricas de la personalidad, desde lo más íntimo y propio de nosotros mismos. Esto no es un amor «espiri­­tualiza­do». Al contrario, es intensamente humano, sensible y apasionado, operante y comprometido, expresivo y gestual: Un verdadero amor de «corazón, el que toca todas las fibras y las estremece casi hasta el dolor o las conmueve en el crepitar del gozo.

Amar a Dios «con todas las fuerzas» es sacar lo más pleno de nosotros mismos, lo mejor de nuestras capacidades y convertirlas en riquezas, potenciando todos los talentos. Un amor así plenifica y satisface, moviliza y despierta todo lo que está dormido y apocado; despabila y sacude todo cuanto esté paralizado.

Sólo un amor «fuerte» es capaz de hacer explotar en nosotros, aquello que -de otra manera- no nos animaríamos a sacar, a mostrar y a dejar crecer. Estas «fuerzas» coinciden con lo más pujante del hombre, con la cristalización más acabada de las mejores energías humanas, por eso en algunas traducciones de la Biblia prefieren la acepción amar «con todo el espíritu» o «con toda la mente» (Mt 22,37) ya que el verdadero poder, la más genuina fuerza humana, se encuentra en el espíritu.

Por lo tanto, amar a Dios «con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas»
  • Es amarlo con la riqueza de toda nuestra personalidad (lo que la Biblia llama, «corazón»: El hombre desde su interior).
  • Es amarlo con la plenitud de la vida en sus variadas expresiones humanas y afectivas (lo que la Biblia llama «alma, el hombre viviente)...
  • Es amarlo con el despliegue de todas nuestras potencias (lo que la Biblia llama «fuerzas», el hombre desde el cúmulo de sus riquezas como persona).
También es para nosotros lo que Dios le recuerda a su Pueblo, su «Memorial»: «Escucha, Israel». Cada uno de nosotros tiene que recitar esta Palabra con su propio nombre. Es necesario escuchar al Amor. Hacer una sosegada escucha, una reposada atención. Hay que escuchar la voz que tiene el amor para nosotros y entrar en Alianza. Descubrir a este Dios que camina en nuestra historia y se encuentra en cada atajo del sendero, escondido en cada rincón, asechando nuestro corazón. Tenemos que volver a nuestras raíces, poner los oídos y el corazón para que el Dios de la Alianza nos hable y nos recuerde su «Memorial», desde la gratuidad de quien te « amó primero» (1 Jn 4,19)