sábado, 30 de diciembre de 2017

Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz = Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz


1. Un deseo de paz

Paz a todas las personas y a todas las naciones de la tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad[1], es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera recordar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz»[2]. Para encontrarlo, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los casos, es largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos de su destino.

Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental.

Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados. El ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria para que los gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu»[3]. Tienen una responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo armónico, para no ser como el constructor necio que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que había comenzado a construir[4].

2. ¿Por qué hay tantos refugiados y migrantes?

Ante el Gran Jubileo por los 2000 años del anuncio de paz de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el número creciente de desplazados entre las consecuencias de «una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas étnicas”»[5], que habían marcado el siglo XX. En el nuevo siglo no se ha producido aún un cambio profundo de sentido: los conflictos armados y otras formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera de las fronteras nacionales.

Pero las personas también migran por otras razones, ante todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la “desesperación” de un futuro imposible de construir»[6]. Se ponen en camino para reunirse con sus familias, para encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación: quien no puede disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz. Además, como he subrayado en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental»[7].

La mayoría emigra siguiendo un procedimiento regulado, mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías, sobre todo a causa de la desesperación, cuando su patria no les ofrece seguridad y oportunidades, y toda vía legal parece imposible, bloqueada o demasiado lenta.

En muchos países de destino se ha difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de la acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano[8].

Todos los datos de que dispone la comunidad internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz.

3. Una mirada contemplativa

La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir»[9]. Estas palabras nos remiten a la imagen de la nueva Jerusalén. El libro del profeta Isaías (cap. 60) y el Apocalipsis (cap. 21) la describen como una ciudad con las puertas siempre abiertas, para dejar entrar a personas de todas las naciones, que la admiran y la colman de riquezas. La paz es el gobernante que la guía y la justicia el principio que rige la convivencia entre todos dentro de ella.

Necesitamos ver también la ciudad donde vivimos con esta mirada contemplativa, «esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas [promoviendo] la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia»[10]; en otras palabras, realizando la promesa de la paz.

Observando a los migrantes y a los refugiados, esta mirada sabe descubrir que no llegan con las manos vacías: traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen. Esta mirada sabe también descubrir la creatividad, la tenacidad y el espíritu de sacrificio de incontables personas, familias y comunidades que, en todos los rincones del mundo, abren sus puertas y sus corazones a los migrantes y refugiados, incluso cuando los recursos no son abundantes.

Por último, esta mirada contemplativa sabe guiar el discernimiento de los responsables del bien público, con el fin de impulsar las políticas de acogida al máximo de lo que «permita el verdadero bien de su comunidad»[11], es decir, teniendo en cuenta las exigencias de todos los miembros de la única familia humana y del bien de cada uno de ellos.

Quienes se dejan guiar por esta mirada serán capaces de reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y de favorecer su crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras ciudades, a menudo divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con la presencia de migrantes y refugiados.

4. Cuatro piedras angulares para la acción

Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar[12].
«Acoger» recuerda la exigencia de ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los derechos humanos fundamentales. 

La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles»[13].

«Proteger» nos recuerda el deber de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las 
mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la 
viuda»[14].

«Promover» tiene que ver con apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto»[15].

Por último, «integrar» significa trabajar para que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como escribe san Pablo: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios»[16].

5. Una propuesta para dos Pactos internacionales

Deseo de todo corazón que este espíritu anime el proceso que, durante todo el año 2018, llevará a la definición y aprobación por parte de las Naciones Unidas de dos pactos mundiales: uno, para una migración segura, ordenada y regulada, y otro, sobre refugiados. En cuanto acuerdos adoptados a nivel mundial, estos pactos constituirán un marco de referencia para desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas. Por esta razón, es importante que estén inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, con el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización de la indiferencia.

El diálogo y la coordinación constituyen, en efecto, una necesidad y un deber específicos de la comunidad internacional. Más allá de las fronteras nacionales, es posible que países menos ricos puedan acoger a un mayor número de refugiados, o acogerles mejor, si la cooperación internacional les garantiza la disponibilidad de los fondos necesarios.

La Sección para los Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral sugiere 20 puntos de acción[17] como pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en las políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades cristianas. Estas y otras aportaciones pretenden manifestar el interés de la Iglesia católica al proceso que llevará a la adopción de los pactos mundiales de las Naciones Unidas. Este interés confirma una solicitud pastoral más general, que nace con la Iglesia y continúa hasta nuestros días a través de sus múltiples actividades.

6. Por nuestra casa común

Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”»[18]. A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.

Entre ellos, hay que mencionar a santa Francisca Javier Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo celebramos este año 2017. Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales celebran su memoria. Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida al servicio de los migrantes, convirtiéndose más tarde en su patrona celeste, nos enseña cómo debemos acoger, proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y hermanas. Que por su intercesión, el Señor nos conceda a todos experimentar que los «frutos de justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la paz»[19].

Vaticano, 13 de noviembre de 2017.
Memoria de Santa Francisca Javier Cabrini, Patrona de los migrantes.
Francisco

Nazareth, un lugar para aprender la sabiduría de la vida sencilla...

Palabras del Papa Pablo VI, en su visita a  Nazaret el 5 de enero de 1964


Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá e una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de la disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

En Nazareth aprendemos...

La primera lección es el silencio. 

Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

La segunda lección es la vida de familia: 

Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

La tercera lección es la del trabajo. 

Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor...

sábado, 16 de diciembre de 2017

Adviento... tiempo de salir para dejarse encontrar

Escrito por Carmen Barba Pérez

Sabemos que la palabra «Adviento» significa literalmente «advenimiento», «venida», «llegada». Son cuatro semanas en las que Dios (el que viene, el que tiene la iniciativa) y nosotros (los que le esperamos) somos los protagonistas. Es decir, son cuatro semanas de “movimiento” porque se va a producir un “encuentro” que va a trastocar nuestra vida.

Dios viene, se hace presente… nosotros esperamos su venida, nos preparamos para ella. Pero nuestra espera no puede ser pasiva.

En realidad, si lo pensamos despacio ¿podemos hablar de la venida del Señor? ¿No es verdad que Dios está ya siempre presente en nosotros, puesto que si existimos es gracias a su presencia en lo más profundo de nuestro ser? ¿No afirmamos con san Pablo que «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28)

Y si esto es así (que lo es) entonces, ¿tiene sentido hablar de que Dios sale a nuestro encuentro, de que Él viene? ¿acaso se ha ido?

Si Él ya ha venido, si ya está con nosotros, entonces ¿a quién esperamos?

Responder a esta pregunta es importante en nuestro camino creyente, porque en el fondo cuestiona cómo vivimos la Navidad: ¿es un recuerdo de algo que se produjo de forma puntual en Belén hace más de 2000 años, o es una realidad que sigue aconteciendo de un modo nuevo y distinto en este 2017 para ti…, para mí…, para todos…?

Afirmamos que Dios viene, que sale a nuestro encuentro. Todos tenemos experiencia de que, cuando nos abrimos con un corazón creyente a lo que nos rodea, somos capaces de percibir la constante venida de Dios que se hace presente y activo en la creación, en la historia, en la sociedad y en la vida de las personas.

Siempre y en todo lugar podemos escuchar los pasos de nuestro Dios. Él viene y está presente en la luz y en las tinieblas, en el gozo y en el dolor, en el trabajo y en el descanso… En cada instante (como dice el profeta) se rasga el cielo y desciende el salvador( Is 45, 7).

Él sale a nuestro encuentro de un modo total y permanente. Viene a nuestro mundo, a nuestra historia, a cada uno de nosotros… Se hace presente y presencia.
  • Aprovecha este Adviento para sacudirte la pereza y SALIR hacia Aquel que viene a tu encuentro; 
  • Propicia espacios en los que puedas ESCUCHAR la voz del Espíritu que en tu interior te recuerda quién eres: ¡hijo/a y hermano/a! 
  • Vive en libertad y liberando a otros; ayuda a quienes te rodean a DESPERTAR, a estar atentos y vigilantes para no caer en la rutina de lo ya conocido que se torna desesperanza; 
  • Abre las puertas de tu vida a la HOSPITALIDAD desde la certeza de que es en ese espacio de gozosa justicia en el que Él se te hace presente.
Sé como María a quien se nos propone como icono del Adviento: ella no domesticó, ni dominó, ni se apropió de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la escuchó, la acogió, la hospedó, la gestó y la entregó.

Texto escrito por Carmen Barba Pérez

jueves, 7 de diciembre de 2017

María responde, en medio del no saber: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”

  Escrito por Miguel Márquez, carmelita descalzo

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…
No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
El Espíritu Santo vendrá sobre ti… el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios…
Para Dios nada hay imposible…
Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra». 

Todo lo de la Madre es para sus hijos. Contemplamos en nuestro interior estas palabras que Ella escuchó y guardó en su corazón: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…». 

«La Palabra de Dios irrumpe con fuerza en la tierra de María, para regarla con su gracia y revestirla de posibilidades: El Ángel del Señor le dice: “Alégrate; no temas; para Dios nada hay imposible”.

Esa voz de Dios fecunda nuestra angustia, nuestros miedos, nuestros anhelos y nuestras oscuridades. 

Frente a la angustia, la Voz del Señor dice: Alégrate.
Frente a los miedos de la vida: Estoy contigo, no temas.
Frente a los anhelos y sueños: Para Dios nada hay imposible. 

Y, sin pedir una luz que adelante los acontecimientos, sin pedir claridad, confiando en Aquel que se fio de ella y de su pequeñez, María responde, en medio del no saber: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”» (Miguel Márquez, carmelita descalzo). 

María, que mi vida sea casa abierta para el Señor, música alegre y gratuita para los demás, transparencia donde los demás descubran a Dios.

sábado, 2 de diciembre de 2017

ADVIENTO: al Viento de la Vida que llega...


Escrito de las Carmelitas Descalzas Asociación Luján- Argentina-

ADVIENTO: al viento de la vida que llega. Invitación a no despreciar nada de lo que ha sucedido en nuestra vida y de lo que somos. Invitación a hacer las paces con nuestro pasado, en el que encontramos insatisfacciones, decepciones, pecados... Reconocerlos, acogerlos para devolvérselos a Él. El nido de la vida que se va a depositar en tus manos lo has de construir con todos los materiales de tu historia. No un lamento estéril, una culpabilidad asfixiante... Igual que el aire se lleva las hojas secas en este tiempo, el Espíritu viene para liberarte de tu apego a lo viejo, a lo ya caduco. Deja que Él sople sobre tu tristeza y se abrirá camino una paz muy sencilla, hecha de sorpresa y acogida de lo simple y sin brillo, lo inaparente, de lo que sucede más allá de tus cálculos.

Recupera en ti la CONFIANZA, por la que le dejas a Dios la imaginación de lo que está por delante, para vivir intensamente lo que ahora se te regala.

La esperanza es un don que germina en el corazón de los que no viven a la defensiva, sino que aceptan la vida, la acogen. Quienes no juegan a conquistar, a vencer, a ganar, a subir... quienes no descansan en sus estrategias, sino que, en su debilidad, reconocen el suelo para esperar un mañana nuevo; porque Dios llega, como llegó siempre y llegará por caminos insospechados.

La esperanza nace para los cristianos desde abajo, como un germen muy pequeño, que cabe en el corazón de cualquiera, nadie está excluido. 

La esperanza no nace aparatosamente, con prepotencia deslumbrante, con estruendo y trompetas. 

La esperanza nacerá en nuestra tierra, como nació en MARÍA. En este tiempo somos como ella, tierra que espera, tierra de Dios, entrañas para Él.

Adviento: Sí, amigos... tiempo para creer en los milagros, los que de verdad importan, los signos humildes de una vida nueva, de una alegría muy simple. A condición de algo nada fácil: descalzarnos, desnudarnos de lo aprendido, de lo previsible... 

Tiempo para hacer silencio, buscar espacios y lugares en los que atreverte a estar a solas con Él, sin miedo... dejarle que te mire. 

Tiempo para escuchar tu verdad, sin fingir, sin esconderte; al descubierto, ‘al aire de su amor por ti’, ¿por qué no creer, en lugar de desconfiar? ¿Qué tienes que perder? 

Él llega siempre por caminos nuevos al corazón de los sencillos, de los niños... ¡Feliz espera!