sábado, 28 de marzo de 2020

“La voz del Amor grita ¡Sal fuera!”

Autora de este texto: Hermana Alejandra 

La Voz de Amor te grita ¡Sal fuera!

Donde la Voz de Amor atraviesa los lazos de la muerte, ¿quién hay que haya de desesperar…?
¡LÁZARO, SAL FUERA!

Tu grito, Señor, atraviesa los siglos de la historia teñidos en sangre y dolor…
¿Qué muerte tan muerte no ha sido desalojada de su potestad por la Voz delAmor que impregna de Vida cualquier sepulcro?

¡LÁZARO, SAL FUERA!

Sal fuera de la tristeza, porque Soy tu alegría.
Sal fuera de la congoja, porque Soy tu consuelo.
Sal fuera de la duda, porque Soy tu verdad.
Sal fuera de la desesperanza, porque Soy tu certeza.
Sal fuera de las tinieblas, porque te inundo de luz.
Sal fuera de tus rencores, porque en mi perdón te hago nuevo.
Sal fuera de las sombras del odio, y escucha mi Voz de Amor que hace estallar el egoísmo.

Sal fuera porque te hablo, y mi Voz la has de escuchar desde dentro hacia fuera, desde el centro inerte en el que me he metido para buscarte.
Sal fuera. Mi Voz se ha metido en el germen de tu abandono. Sal fuera de él, porque te hago morada de comunión y paz.

La Voz de Amor no puede quedar encerrada en un sepulcro, ni en el de Lázaro, ni en el del mismo Jesús…

El sepulcro está vacío, porque la Voz de Amor es más fuerte que la muerte. Es centella de fuego, llamarada divina que desata los sudarios de cualquier dolor y los incendia del Fuego Vivo del Amor…

A vos, con tu nombre, como te llames…. ¡SAL FUERA! La Voz de Amor te espera…

Texto completo de las Palabras del PapaFrancisco en la Bendición Urbi et Orbi


«Al atardecer» (Mc 4,35). Así comienza el Evangelio que hemos escuchado. Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas.

Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. Nos dimos cuenta de que estábamos en la misma barca, todos frágiles y desorientados; pero, al mismo tiempo, importantes y necesarios, todos llamados a remar juntos, todos necesitados de confortarnos mutuamente.

En esta barca, estamos todos. Como esos discípulos, que hablan con una única voz y con angustia dicen: “perecemos” (cf. v. 38), también nosotros descubrimos que no podemos seguir cada uno por nuestra cuenta, sino solo juntos. Es fácil identificarnos con esta historia, lo difícil es entender la actitud de Jesús.

Mientras los discípulos, lógicamente, estaban alarmados y desesperados, Él permanecía en popa, en la parte de la barca que primero se hunde. Y, ¿qué hace? A pesar del ajetreo y el bullicio, dormía tranquilo, confiado en el Padre —es la única vez en el Evangelio que Jesús aparece durmiendo—.

Después de que lo despertaran y que calmara el viento y las aguas, se dirigió a los discípulos con un tono de reproche: «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?» (v. 40). Tratemos de entenderlo. ¿En qué consiste la falta de fe de los discípulos que se contrapone a la confianza de Jesús? Ellos no habían dejado de creer en Él; de hecho, lo invocaron. Pero veamos cómo lo invocan: «Maestro, ¿no te importa que perezcamos?» (v. 38).

No te importa: pensaron que Jesús se desinteresaba de ellos, que no les prestaba atención. Entre nosotros, en nuestras familias, lo que más duele es cuando escuchamos decir: “¿Es que no te importo?”. Es una frase que lastima y desata tormentas en el corazón. También habrá sacudido a Jesús, porque a Él le importamos más que a nadie. De hecho, una vez invocado, salva a sus discípulos desconfiados.

La tempestad desenmascara nuestra vulnerabilidad y deja al descubierto esas falsas y superfluas seguridades con las que habíamos construido nuestras agendas, nuestros proyectos, rutinas y prioridades. Nos muestra cómo habíamos dejado dormido y abandonado lo que alimenta, sostiene y da fuerza a nuestra vida y a nuestra comunidad.

La tempestad pone al descubierto todos los intentos de encajonar y olvidar lo que nutrió el alma de nuestros pueblos; todas esas tentativas de anestesiar con aparentes rutinas “salvadoras”, incapaces de apelar a nuestras raíces y evocar la memoria de nuestros ancianos, privándonos así de la inmunidad necesaria para hacerle frente a la adversidad.

Con la tempestad, se cayó el maquillaje de esos estereotipos con los que disfrazábamos nuestros egos siempre pretenciosos de querer aparentar; y dejó al descubierto, una vez más, esa (bendita) pertenencia común de la que no podemos ni queremos evadirnos; esa pertenencia de hermanos.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, esta tarde tu Palabra nos interpela y se dirige a todos. En nuestro mundo, que Tú amas más que nosotros, hemos avanzado rápidamente, sintiéndonos fuertes y capaces de todo. Codiciosos de ganancias, nos hemos dejado absorber por lo material y trastornar por la prisa.

No nos hemos detenido ante tus llamadas, no nos hemos despertado ante guerras e injusticias del mundo, no hemos escuchado el grito de los pobres y de nuestro planeta gravemente enfermo. Hemos continuado imperturbables, pensando en mantenernos siempre sanos en un mundo enfermo.

Ahora, mientras estamos en mares agitados, te suplicamos: “Despierta, Señor”. «¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti. En esta Cuaresma resuena tu llamada urgente: “Convertíos”, «volved a mí de todo corazón» (Jl 2,12).

Nos llamas a tomar este tiempo de prueba como un momento de elección. No es el momento de tu juicio, sino de nuestro juicio: el tiempo para elegir entre lo que cuenta verdaderamente y lo que pasa, para separar lo que es necesario de lo que no lo es. Es el tiempo de restablecer el rumbo de la vida hacia ti, Señor, y hacia los demás.

Y podemos mirar a tantos compañeros de viaje que son ejemplares, pues, ante el miedo, han reaccionado dando la propia vida. Es la fuerza operante del Espíritu derramada y plasmada en valientes y generosas entregas. Es la vida del Espíritu capaz de rescatar, valorar y mostrar cómo nuestras vidas están tejidas y sostenidas por personas comunes —corrientemente olvidadas— que no aparecen en portadas de diarios y de revistas, ni en las grandes pasarelas del último show pero, sin lugar a dudas, están escribiendo hoy los acontecimientos decisivos de nuestra historia: médicos, enfermeros y enfermeras, encargados de reponer los productos en los supermercados, limpiadoras, cuidadoras, transportistas, fuerzas de seguridad, voluntarios, sacerdotes, religiosas y tantos pero tantos otros que comprendieron que nadie se salva solo.

Frente al sufrimiento, donde se mide el verdadero desarrollo de nuestros pueblos, descubrimos y experimentamos la oración sacerdotal de Jesús: «Que todos sean uno» (Jn 17,21). Cuánta gente cada día demuestra paciencia e infunde esperanza, cuidándose de no sembrar pánico sino corresponsabilidad. Cuántos padres, madres, abuelos y abuelas, docentes muestran a nuestros niños, con gestos pequeños y cotidianos, cómo enfrentar y transitar una crisis readaptando rutinas, levantando miradas e impulsando la oración. Cuántas personas rezan, ofrecen e interceden por el bien de todos. La oración y el servicio silencioso son nuestras armas vencedoras.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». El comienzo de la fe es saber que necesitamos la salvación. No somos autosuficientes; solos nos hundimos. Necesitamos al Señor como los antiguos marineros las estrellas. Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza.

Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere. El Señor nos interpela y, en medio de nuestra tormenta, nos invita a despertar y a activar esa solidaridad y esperanza capaz de dar solidez, contención y sentido a estas horas donde todo parece naufragar.

El Señor se despierta para despertar y avivar nuestra fe pascual. Tenemos un ancla: en su Cruz hemos sido salvados. Tenemos un timón: en su Cruz hemos sido rescatados. Tenemos una esperanza: en su Cruz hemos sido sanados y abrazados para que nadie ni nada nos separe de su amor redentor. En medio del aislamiento donde estamos sufriendo la falta de los afectos y de los encuentros, experimentando la carencia de tantas cosas, escuchemos una vez más el anuncio que nos salva: ha resucitado y vive a nuestro lado.

El Señor nos interpela desde su Cruz a reencontrar la vida que nos espera, a mirar a aquellos que nos reclaman, a potenciar, reconocer e incentivar la gracia que nos habita. No apaguemos la llama humeante (cf. Is 42,3), que nunca enferma, y dejemos que reavive la esperanza.

Abrazar su Cruz es animarse a abrazar todas las contrariedades del tiempo presente, abandonando por un instante nuestro afán de omnipotencia y posesión para darle espacio a la creatividad que sólo el Espíritu es capaz de suscitar. Es animarse a motivar espacios donde todos puedan sentirse convocados y permitir nuevas formas de hospitalidad, de fraternidad y de solidaridad.

En su Cruz hemos sido salvados para hospedar la esperanza y dejar que sea ella quien fortalezca y sostenga todas las medidas y caminos posibles que nos ayuden a cuidarnos y a cuidar. Abrazar al Señor para abrazar la esperanza. Esta es la fuerza de la fe, que libera del miedo y da esperanza.

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Queridos hermanos y hermanas: Desde este lugar, que narra la fe pétrea de Pedro, esta tarde me gustaría confiarlos a todos al Señor, a través de la intercesión de la Virgen, salud de su pueblo, estrella del mar tempestuoso. Desde esta columnata que abraza a Roma y al mundo, descienda sobre vosotros, como un abrazo consolador, la bendición de Dios.

Señor, bendice al mundo, da salud a los cuerpos y consuela los corazones. Nos pides que no sintamos temor. Pero nuestra fe es débil Señor y tenemos miedo. Mas tú, Señor, no nos abandones a merced de la tormenta. Repites de nuevo: «No tengáis miedo» (Mt 28,5). Y nosotros, junto con Pedro, “descargamos en ti todo nuestro agobio, porque sabemos que Tú nos cuidas” (cf. 1 P 5,7).

miércoles, 25 de marzo de 2020

«Aplausos»



Escrito por Dolores Aleixandre


Los “confinados forzosos” en que nos hemos convertido de la noche a la mañana, estamos respondiendo de manera entusiasta   a la propuesta de asomarnos cada tarde  a las ventanas para aplaudir a los que trabajan en la sanidad pública. 

En medio de tanta calamidad, redescubrir el aplauso como forma de reconocimiento y gratitud no es chica cosa. Siempre me ha llamado la  atención cuánto se aplaude en la Biblia (aplauden hasta los árboles en  Is 55,12 y los ríos en el salmo 98, 8) y qué abundancia exagerada hay en ella  de verbos como exaltar, ensalzar, alabar, confesar, pregonar, engrandecer, elogiar, glorificar, alegrarse,  regocijarse, estar  jubiloso, exultar, gozarse alegremente, cantar, tocar,  gritar de gozo, vitorear, aclamar, pulsar las cuerdas de un instrumento, batir palmas.

Un detalle curioso: la exhortación a alabar  (halll) aparece 29  veces en los Salmos mientras que servir, solamente  dos. En este tiempo en que echamos de menos trabajar y hacer cosas útiles, podemos entrenarnos en el aprendizaje de aplaudir.

jueves, 19 de marzo de 2020

San José = en su Alma se Percibe una gran Ternura...


Papa Francisco,de la Misa de inauguración del servicio de obispo de Roma, 19 de Marzo de 2013.


“No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura. Y aquí añado entonces una ulterior anotación: el preocuparse, el custodiar, requiere bondad, pide ser vivido con ternura. En los Evangelios, san José aparece como un hombre fuerte y valiente, trabajador, pero en su alma se percibe una gran ternura, que no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor. No debemos tener miedo de la bondad, de la ternura!”

miércoles, 26 de febrero de 2020

Miércoles de Cenizas = Un Gesto que Invita a una Verdadera Fiesta Interior...

Escrito por Dolores Aleixandre -RSCJ-

El gesto que inaugura la Cuaresma nos invita a hacer cenizas nuestro viejo corazón en pecado, y a dejar que el fuego calcine en nosotros y en la humanidad entera, toda violencia, toda represión, toda prepotencia, todo miedo.

Comenzamos con una celebración en la que la Iglesia nos convoca a dejar que el Espíritu renueve nuestros corazones para que, del polvo de nuestras cenizas, puedan brotar la vida y la fiesta.

La Cuaresma es un tiempo de gracia, una invitación del Dios que quiere encontrarnos de una manera nueva y llevarnos más lejos en el camino que lleva a la Vida. En apariencia, ese camino parece conducir a la muerte: una cruz se perfila en el horizonte, y quizá nos asalta el deseo de darnos la vuelta. Pero el que se decide a avanzar confiadamente cuesta arriba,  hará la experiencia de que esa subida dura e incierta, desemboca en una vida más auténtica, y comienza a entender las palabras de Jesús: “El que pierda la vida por mí, la ganará”

El ayuno al que nos convoca la cuaresma es verdadero cuando nos despojamos de tanto equipaje inútil, cuando tomamos contacto con nuestra pobreza radical, cuando nos convertimos en constructores de reconciliación y de libertad, cuando compartimos sin calcular con aquellos que viven despojados de lo necesario. Ese es el ayuno que Dios quiere y el que nos prepara para que, al fin, El encuentre un sitio en el fondo de nosotros mismos.

Y es entonces cuando nos damos cuenta de que la verdadera fiesta es interior y que es el Espíritu el que la suscita en nuestros corazones, si estamos dispuestos a acogerla. Pero para ello necesitamos pararnos, encontrar tiempos y espacios de interiorización en medio de nuestro ajetreo, para que se despierte en nosotros el deseo de encontrarnos con Jesús.
-----------

Para ayudar a este ENCUENTRO con JESÚS, a partir del PRÓXIMO lunes 23 de Febrero, serán publicados en ESPIRITUALIDAD COTIDIANA, los Ejercicios Espirituales que junto al Padre Ángel Rossi ,sj, estaremos acompañando por RADIO MARÍA - Argentina-, para que puedan descubrir de un modo nuevo el inmenso Amor de Dios por cada uno...
                                                                                                            
Marta Irigoy -misionera diocesana-

sábado, 22 de febrero de 2020

Cuando Jesús promulga su Nueva Ley de amor otorga un criterio positivo de relación con los demás...

Texto de P. Eduardo Casas

   La caridad y la amistad son dos amores con una misma raíz. La caridad tiene como posibilidad la amistad y la amistad verdadera no puede vivir sin la caridad.

    La caridad no sólo es el amor fraterno que está destinado a abrazar a los hombres como prójimos, hermanos o amigos sino -también al igual que Jesús- a los que no nos aman o a los que no amamos. 

    El Evangelio guarda -para estos casos- un nuevo amor, asombroso para la capacidad humana pero, sin embargo, propuesto explícitamente por Jesús, no sólo con su palabra sino también con su ejemplo: El amor a los enemigos. 

    Esto es una originalidad del Evangelio, ya que en el Antiguo Testamento, tal amor no existe. Al contrario, proclamaba el “ojo por ojo y el diente por diente”, la famosa “ley del talión”: Lo que hacés es lo que merecés. 

    Así como la caridad tiene su cumbre en la amistad; de manera semejante, posee otra «cumbre», en el extremo opuesto: El amor a los enemigos (Cf. Mt 5, 38-48; Lc 6,27-35).

    Para vivir en plenitud el amor, tampoco es necesaria una relación de amor con todas las personas. Todos estamos circunscritos a una red de relaciones determinadas. Las personas que no amamos no entran necesariamente en la categoría de «enemigos» sino tendríamos tantos enemigos como personas con las cuales no nos relacionamos. Estas personas son simplemente personas que no conocemos o con las cuales no hemos tenido relación. 

    Para la enemistad, en cambio, es necesario haber tenido relación. Ninguna enemistad nace de la gratuidad. Esta es la primera gran diferencia con la amistad, la cual nace de la gratuidad o, al menos, en la medida en que va creciendo, tiende a ser -cada vez- una relación más gratuita. 

    La enemistad no surge de la gratuidad, ya que ésta sólo se reserva para el amor. Detrás de cada enemistad, siempre hay una historia de sufrimiento, frustración, desencuentros, incomunicación, rupturas y heridas. La enemistad no brota de la gratuidad sino necesariamente de la historia vivida. No surge del don sino de la frustración.

    Cualquier sentimiento negativo que albergue en nuestro corazón es una raíz amarga y venenosa que, en primer lugar, resiente y contamina el interior de quien la tiene. El fruto primero del “no-amor” es la muerte lenta de la vida del corazón que lo acoge. Antes de hacerle mal al otro, en primer lugar, todas las variadas formas del “no-amor” hacen mal.

Jesús proclama en el Evangelio: ...«Ustedes han oído que se dijo: Amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pero yo les digo: Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores»... (Mt 5,43). Es clara la modificación que Jesús hace de la antigua “ley del talión”: ...«Ustedes han oído que se dijo: Ojo por ojo y diente por diente. Pero yo les digo que no se resistan a quien les hace mal»... (5,38). Esta “ley del talión” (Cf. Ex 21,24; Dt 19,21), que aplicaba literalmente un castigo igual al daño causado, ha sido cambiada por Jesús. 

    El Mandamiento de amarse unos a otros tiene -su reverso- en la prescripción de amar a los enemigos. También el enemigo es un “prójimo”. Ya el Antiguo Testamento sostenía «amar al prójimo como a sí mismo».

    Cuando Jesús promulga su Nueva Ley de amor otorga un criterio positivo de relación con los demás: «Todo cuanto deseen que los demás hagan por ustedes, háganlo por ellos» (7,12). Esta prescripción se encontraba de manera negativa y prohibitiva en el Antiguo Testamento: «No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan» (Tb 4,15).   ¡Si al menos no hiciéramos a otros lo que no deseamos para nosotros,  nuestras relaciones cambiarían positivamente!

Algunas preguntas que pueden ayudarnos para acercarnos a esta Palabra:
  •  ¿Estarías dispuesto a hacer primero lo que esperas que los otros han por vos?
  •  ¿Qué es lo que hoy esperás?
  • ¿Qué te gustaría recibir?
  • ¿Podés hacerlo primero vos por otro?
  • ¿Te animás a hacerlo todos los días un poco?

domingo, 16 de febrero de 2020

Los Mandamientos son Leyes del Corazón...

Escrito por la hermana Joan Chittister . OSB, -de su Libro: Los diez Mandamientos-

La hermana Joan, se pregunta y se responde ante la novedad que hoy tienen los Diez Mandamientos:

¿Qué son los Diez Mandamientos y que significan para nosotros ahora, en un mundo en el que judíos, cristianos y musulmanes afirman, todos ellos, aceptar a Moisés y las Tablas del Sinaí como fundamento de su ley, por mas leyes distintas que queramos añadirles?

Si somos verdaderamente personas –cultural, política y socialmente- imbuidas de los Diez Mandamientos y pretendemos preservarlos como fundamento de nuestra civilización, ¿Qué significa eso para nosotros aquí y ahora? ¿Son acaso los principios vitales que dichos mandamientos nos proporcionan un verdadero impulso vivo para nosotros o meras reliquias de épocas pasadas que se han convertido en una especie de fetiche cultural, en algo que nos  distingue quizá del mundo religioso circundante, pero que apenas tiene incidencia alguna en nuestra vida personal o pública?

¿Hay en ellos algo por lo que merezca la pena interesarse o son, quizá, meros productos de un mundo pasado?, ¿son en verdad un criterio válido para nuestra vida?; ¿Qué medida dan de nosotros y a quien le importa? 

Estas leyes, que encarnaban para ellos los deseos de Dios, hicieron de ellos una sociedad única por su adhesión, no a las leyes de Moisés –sometidas a cambio por cualquier gobernante posterior-, sino a la ley de Dios. Esas leyes no emanaban del capricho humano; eran irrevocables e inmodificables y debían estas escritas en la mente y en el corazón de la comunidad hebrea por los siglos de los siglos.

El otorgamiento de los Diez Mandamientos puede verse al instante como algo único. Estas leyes, destinadas a ser principios morales por los que vivir, mas que prescripciones minuciosamente definidas que hubiera que seguir, tenían la finalidad inequívoca de configurar un modo de vivir, un estilo de vida, una actitud mental, un espíritu de comunidad humana, un pueblo.

La cuestión es que los Diez Mandamientos son leyes del corazón, no del Estado; son leyes que pretenden llevar a la plenitud de la vida, no simplemente a una vida bien ordenada.                                                       
Aristóteles insiste en que la vida perfecta es aquella en la que contemplamos las cosas mejores y mas valiosas, las cosas de mayor merito. La vida perfecta –dice Aristóteles- nos compromete a dedicarnos a aquello sobre lo que merece la pena pensar. Los Diez Mandamientos nos dicen sobre que merece la pena pensar en la vida.                                        

Se trata de las cosas que son mas importantes que la mecánica transitoria del día a día; se trata de las cosas que perduran, que se convierten en el sustrato espiritual en que reposa nuestra vida, las cosas que acaban formando el camino que conduce a plenitud desde la pequeñez de los mayores empeños humanos.             

Se trata, no tanto de nuevas leyes, cuando de una nueva visión de lo que significa ser una comunidad humana, un pueblo de Dios. A Moisés –dice la Escritura- se le ordena posponer la promulgación de la ley hasta que el pueblo judío haya llegado finalmente a la Tierra Prometida, hasta que esté listo, al fin, para instalarse y comenzar un modo de vida completamente nuevo.

Puede que lo mas significativo de todo sea que las Tablas del Sinaí son denominadas “mandamientos” una sola vez en toda la Escritura, los Diez Mandamientos son mencionados como el Decálogo: las “diez palabras”. Es el Decálogo –esas diez palabras- lo que a lo largo de los años se desarrollo en diez ideas o conceptos o ideales o propuestas que hicieron de las doce tribus de Israel un tipo distinto de “pueblo”.         Son palabras acerca de la alabanza,  la responsabilidad humana, la justicia,  la creación, el valor de la vida, la naturaleza de las relaciones, la honradez, la veracidad, el deseo y la sencillez de vida.                                                                                                                               
Escritas en segunda persona del singular del futuro, las “palabras” están destinadas a ser todo un nuevo modo de enfocar la vida para todos nosotros. Esta vez se nos ha dicho, no lo que el rey espera, sino lo que espera Dios, y cada uno de nosotros es responsable de adecuar a ello su propia vida.            
Los  Diez Mandamientos son, pues, una aventura del crecimiento humano. No somos tanto condenados cuanto trasformados por ellos.       

sábado, 8 de febrero de 2020

QUIERO SER LUZ , QUIERO SER SAL...

 Escrito por Hermann Rodríguez Osorio, S.J.

El sabor y el saber se convierten en compañeras fundamentales en el camino de la vida, porque vivir es ante todo encontrarle a la vida sentido (luz) y gusto (sal). 

Es decir, hay que aprender a vivir con saber y con sabor. Si logramos encontrarle a nuestra vida sentido pero no encontramos gusto, viviremos densamente, pero tristes. Si vivimos con gusto, pero sin encontrarle un sentido profundo, viviremos divertidos pero vacíos. 

Vivir con saber es vivir con sentido, saber por qué se vive. Vivir con sabor es vivir con gusto, encontrar cómo hay que vivir...

Para ahondar y pedir el Don de ser "sal y luz",  con toda nuestra vida, les comparto está hermosa canción de Salomé Arricibita:

Hacer click en el siguiente enlace: https://www.youtube.com/watch?v=n_m5U2to6Vk

Quiero aprender a ser luz
quiero aprender a ser sal
que mi presencia callada
ilumine colores y afine sabores
de vida y de paz

Luz para iluminar caminos
sal para despertar sentidos
luz y sal, sal y luz
luz para ver con claridad
sal para saber y saborear

Somos del mundo luz y sal.

sábado, 1 de febrero de 2020

Fiesta de la Presentación del Señor :"Transformar la Vida en Bendición..."

La autora de este texto es hna Dolores Aleixandre -RSCJ-

"El Señor visita su templo: se acerca con la debilidad de un niño, no para juzgar a los que no cumplen la ley, sino para someterse él mismo a ella. La ofrenda que pagan por él se ofrece a Aquel que, en su Hijo, lo ha entregado todo. Los dos ancianos que vivían, como el verdadero Israel, vigilantes y a la espera, se dan cuenta ahora de que ha sido Dios quien los ha precedido y por eso Simeón exclama: 
«¡Mis ojos han visto la salvación que has preparado!» (Lc 2, 30). 

Ana deja atrás como caducos el culto y los ayunos porque ahora se le ha aproximado Aquel a quien servía y esperaba. La obediencia creyente les ha dado una percepción penetrante para descifrar las nuevas señales que ofrece Dios, ocultas en lo más común y ordinario, en la normalidad de la vida cotidiana. Y, a pesar de la humildad de sus manifestaciones, escuchan una llamada a la conversión que les «atraviesa el corazón». Ya no hay ángeles en esta escena: la difusión de la buena noticia ha pasado a actores humanos y estos se convierten en gente capaz de bendecir a Dios y «bien decir» de la vida. Y su mensaje nos anuncia que es la mirada atenta a la realidad, junto con la escucha silenciosa de la Palabra pronunciada sobre ella, lo que puede transformar la vida en bendición".

sábado, 25 de enero de 2020

Jesús, en la Normalidad de la Vida Invita al Seguimiento...


Escrito por Miguel Tombilla

En Neftalí y Zabulón, junto al lago, es dónde Jesús está a gusto, dónde llama a los suyos, dónde comienza a anunciar el Reino. Y Él es la luz en medio de esas tinieblas, de la oscuridad de una sociedad descreída y para muchos condenada. Profecía cumplida después de los siglos y Palabra de salvación realizada.

En el lago de los trabajos cotidianos llama a los discípulos y en la normalidad de la vida los invita al seguimiento. Y ellos perciben la luz en medio de las tinieblas, en esa Galilea de los gentiles, y su vida cambia. Y ya no pueden seguir haciendo lo que antes hacían...
Ya no pueden seguir viviendo como antes vivían...
porque ya conocen la diferencia entre lo antiguo y lo nuevo.

Galilea de los gentiles también hoy:
Tiempo de salir de nuestros Jerusalenes fríos y decadentes,
Tiempo de salir de un Dios encerrado y manipulador. 
Tiempo de encontrarnos en el lago con la brisa que renueva y hace revivir. 
Tiempo de hacer de lo cotidiano el lugar de la manifestación del Señor que nos sigue llamando por nuestro nombre. 

Galilea de los gentiles, de redes, luces, tinieblas, llamadas y esperanzas.
En Neftalí y Zabulón, camino del mar.

sábado, 18 de enero de 2020

El Espíritu tan Sólo Quiere Nuestro Bien, tan sólo Quiere que Tengamos Vida y Vida en Abundancia

Domingo segundo del tiempo ordinario
Escrito por Toni Catalá SJ


Juan Bautista bautizaba con agua para purificar y preparar al pueblo para el juicio inminente. Jesús nos bautiza con Espíritu Santo, nos sumerge en “la fuente de mayor consuelo” (Secuencia de Pentecostés [SP]), para liberarnos de todo mal y llevarnos a la Fuente de la Vida. El nuevo bautismo es arraigar la vida en la libertad de hijas y de hijos del Dios Vivo. No hemos recibido un espíritu de temor, nos dirá San Pablo, los temores constriñen y paralizan la vida, sino un espíritu que siempre viene en auxilio de nuestra debilidad, espíritu que es “gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos” [SP] espíritu que nos abre a la vida.

Este segundo domingo del tiempo ordinario el evangelio que proclamamos es otra vez una vuelta sobre todo lo que aconteció en el Bautismo y en la relación de Jesús con Juan Bautista, pero desde la perspectiva y experiencia de la comunidad del apóstol Juan. Decíamos el domingo pasado que para esta comunidad ya han pasado muchos años de vivencia eclesial y comunitaria. Ahora caen en la cuenta de que ese Jesús, que fue bautizado con agua por el bautista, es ahora él quien nos bautiza, nos entrega, nos sumerge, en el ámbito del Compasivo, de la Trinidad Santa, del Implicado en nuestra historia de alegrías y duelos. Ese ámbito en el Santo Espíritu es ese “no se qué que queda balbuciendo” (Juan de la Cruz) cuando nos sentimos queridos en la raíz de nuestro ser criaturas agraciadas.

Ya no nos sumergimos en aguas purificadoras sino es ahora el Santo Espíritu el que se sumerge en nosotros “para llenar nuestro vacío, para sanar nuestros corazones enfermos, para dar calor de vida en el hielo de nuestros corazones y de nuestro mundo tantas veces frio e inhóspito” [SP]. Este espíritu es el don en el que nos movemos, existimos y somos, que podemos percibir y que podemos y debemos dejarnos conducir por él.

El don del Espíritu del Señor Jesús es nuestras vidas siempre es un profundo sentimiento de paz, alegría y consuelo hondo. Este  Espíritu tan sólo quiere nuestro bien, tan sólo quiere que tengamos vida y vida en abundanciaLa turbación, la falta de tranquilidad interior, el miedo, la pusilanimidad, la fijación obsesiva y “neurótica” a las normas, olvidando que estas siempre son la expresión de valores que son los que tenemos que vivir con libertad, no son del Santo Espíritu, sino como diría San Ignacio del mal espíritu, del espíritu de mentira y autoengaño. 

Vivir como “bautizados con Espíritu Santo” supone adiestrarnos en el “discernimiento de espíritus”, adiestrarnos en percibir en que es lo de Jesús y que es lo del “mundo” y la mejor manera de hacerlo en este momento litúrgico del tiempo ordinario es estar atentos a cómo se sitúa Jesús por los caminos de Galilea: qué dice, qué hace, sin darlo por sabido, estando a la escucha, acompañándolo, contemplando, deseando que nos contagie sus sentimientos, no metiendo el yo por en medio sino dejando que él entré en nosotros. Esto no es asunto de voluntarismos sino de sencillez de corazón para dejarnos invadir por su Santo Espíritu.


sábado, 11 de enero de 2020

Bautismo de Jesús: sumergirnos en la Ternura del Padre

Escrito por Eloi Leclerc

"Lo que experimenta Jesús, en su Bautismo, es una cercanía de Dios maravillosa y verdaderamente inaudita.
Se ve sumido en el misterio de Dios: un misterio de relaciones, en cuyo interior es saludado y reconocido como un «tú» en la atmósfera de un «nosotros». En la intimidad y en la unidad de un «nosotros». «Tú eres mi Hijo amado...»: estas palabras, que proporcionan a Jesús la revelación plena y completa de su ser profundo, hacen que tome plena conciencia, si es que aún era necesario, de su relación única con Dios.

Pero al mismo tiempo, Jesús percibe claramente su misión. Se ve escogido por Dios para comunicar a los hombres esa revelación única que él acaba de recibir y que les concierne también a ellos. Porque, aun cuando la Palabra que ha escuchado le designa personalmente a él como «el Hijo amado», va más allá de él. Dicha Palabra no penetra en él como un secreto que tenga que guardar celosamente para sí, sino más bien como un alegre mensaje que, a través de él, se dirige a todos los seres humanos. En esta proximidad única e insuperable de Dios que él experimenta, está implícita la revelación del amor de Dios a los hombres y la nueva cercanía de Dios a su pueblo.

En ese instante se le manifiesta todo el designio divino. En Jesús, Dios se ha acercado al hombre de una manera inaudita; se ha unido a la humanidad como nunca lo había hecho: radicalmente. Y por eso, en adelante ya nada podrá separarla del amor del Padre. En el momento en que Jesús experimenta en plenitud su filiación divina, se abre a la pasión amorosa de Dios por el hombre y hace suyo el movimiento de Dios hacia el hombre, su ternura, su «humanidad». Y su misión consistirá en revelar a los hombres la ternura  de Dios…

domingo, 5 de enero de 2020

Han sentido la Necesidad de “Buscar”...

Escrito por Clemente Sobrado


No siempre un mismo camino es el de ida y de regreso. Puede que cuando crees haber llegado al final de tu camino, a Dios se le ocurra que regreses por otro nuevo. Es que en la vida hay muchos caminos.
Los tuyos y los de Dios.

Los de búsqueda y los de regreso luego del encuentro. Este fue el camino de estos Tres Magos venidos de no sabemos dónde...

Sabemos qué buscaban, pero no sabemos su punto de partida. Porque la búsqueda puede partir de cualquier lugar. ¿Eran del Oriente? Yo prefiero decir: “eran del mundo”.

Es que en la vida hay muchos caminos. Los tuyos y los de Dios. Los de búsqueda y los de regreso luego del encuentro. Este fue el camino de estos Tres magos venidos de no sabemos dónde de conservar caminos.

Estos tres magos han sentido la necesidad de “buscar”. Buscar al que otros también esperaban, pero que se olvidaron de buscar. Era la búsqueda del corazón. Y era la búsqueda a través de los signos. Todo parece que fue muy fácil, sólo cuando ya estaban a punto de llegar, el camino se pierde porque se pierde la señal.

Es que las crisis de la fe pueden darse en cualquier momento y en cualquier recodo del camino. Y a veces son crisis al comienzo del camino. Otras, al final, cuando uno ya está como para tocarlo con la mano. Como en todo camino, hay momentos de alegría y felicidad. Y hay momentos de duda, de tristeza, de angustia. Y no es que uno no quiera creer. Sencillamente son situaciones en que las señales que marcan la dirección se pierden. Se oscurecen.

“Tarde o temprano llegará un ángel y tu jornada habrá llegado a su término”. En su oscuridad no se arredran, ni vuelve sobre sus huellas.

Es el momento de las preguntas.
Es el momento en el que, incluso quien se niega a buscar, puede convertirse en señal que vuelve a señalar la ruta.
Porque hasta los malos pueden luz.
Porque hasta los que viven desinteresados pueden ser faros de orientación.
Eso fue lo que hicieron los Magos.
Entrar en Jerusalén.
Y preguntar a quién menos interés tenía por el nuevo rey de los judíos, a Herodes.

Y de nuevo aparece la estrella. De nuevo se ilumina el camino. Y de nuevo siguen alegres, peregrinos de Dios, hasta que llegan a la cuna del Niño. Los caminos de búsqueda de Dios pueden tener paisajes maravillosos. Pueden estar llenos de flores en los campos. Y pueden ser escarpados. Con un cielo que se oscurece. Con un Dios que pareciera se ha escondido. La fe tiene momentos de luminosidad, y momentos de oscuridad. Y a Dios también se le encuentra en la oscuridad de la noche.

Cuando ya habían aprendido el camino, ahora Dios los manda regresar por otro nuevo y desconocido.
El camino de la búsqueda ya no sirve para el regreso.
Ya no es el camino que va al encuentro.
Es el camino de haber encontrado.

Nadie que haya conocido a Dios, puede seguir por el mismo camino de antes.
Nadie que se haya encontrado realmente con Dios puede andar los mismos caminos del pasado. Porque ahora es el mismo Dios quien se hace tu camino.
Un camino que ya no depende de una estrella, de una señal.
Es el camino de quien ha llegado y ha dejado que Dios se haga luz en su corazón.
Es el camino no del que busca, sino el camino que se convierte en vida, en una nueva visión, en una nueva realidad vital.

No se puede encontrar a Dios y seguir igual.
Cuando uno se ha contagiado de Dios, la vida ya no es la misma.
Cuando uno ha visto a Dios, aunque sea en la pobreza de un pesebre, los ojos ya no ven lo mismo.
Cuando uno ha escuchado a Dios, la vida tiene otra música.
Cuando uno ha sentido a Dios en su corazón, la vida se llena de caminos y todos son caminos de Dios.

Algunas preguntas que pueden ayudar para un momento de oración:
  • ¿Estás en el camino de ida o de regreso?
  • ¿Estás en el camino de búsqueda o del encuentro?
  • ¿Estás en tus viejos caminos o andas ya por los nuevos caminos donde Dios mismo se hace tu camino?
  • ¿Tratas de andar los caminos por donde andan todos, o andas por ese nuevo camino donde escuchas la voz de Dios en tu alma?

sábado, 4 de enero de 2020

Nuestro Dios es un Dios que está enamorado de nuestra pequeñez...

Y la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros,
 y hemos contemplado su gloria: 
gloria propia del Hijo único del Padre, 
lleno de gracia y de verdad.
Escrito por el P. Diego Fares -sj-

Para contemplar con el Prologo de Juan, una metáfora, un poco de neurociencia y un poema...

A algunos, Navidad, les parece un sueño de niños. Y es verdad. Eso sí, los sueños de niño son los más verdaderos de la vida, los que intuyen lo esencial.

Está el que soñó ser santo, la que soñó ser maestra y el que soñó ser bombero…

Los sueños que soñamos de niño nos llevan de la mano en la vida, nos indican misteriosamente a qué debemos ser fieles y a qué no y cuando somos fieles a lo que soñamos ser de niños la alegría se enciende en nuestro interior.

Estas imágenes de los sueños de niño surgen de la contemplación del evangelio de hoy, que nos viene a decir que creemos en “un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez”. Esta frase la venimos saboreando desde hace tiempo. Fue en el Adviento del 2004. Me gustó cuando la leí en una reflexión navideña de la Hna. Marta y la pusimos en la tarjeta de Navidad de ese año en el Hogar. Salió también en la contemplación del primer domingo de Adviento de aquel año:

“Dejar allí, en mi corazón pesebre, un lugarcito para sentir que Él se sentirá a gusto, que le gustará estar de nuevo en mi casa, en mi corazón, porque El no le hace asco a mi ser poca cosa, todo lo contrario, se siente bien conmigo y con nosotros.
Porque Él es un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez …
Esta es una hermosa imagen de la Eucaristía.
Un Dios que se hace pan, un Dios que se queda escondido en un sagrario, un Dios así pequeñito no puede ser sino un Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez”.

Y al Cardenal Bergoglio le gustó la frase de la tarjeta que le mandamos y usó la imagen en su prédica de aquella Nochebuena:

En el relato del nacimiento de Jesús, que acabamos de escuchar, cuando los ángeles les anuncian a los pastores que ha nacido el Redentor les dicen: “...y esto les servirá de señal encontrarán a un niño recién nacido envuelto en pañales y acostado en un pesebre...” Esta es la señal: el abajamiento total de Dios. La señal es que, esta noche, Dios se enamoró de nuestra pequeñez y se hizo ternura; ternura para toda fragilidad, para todo sufrimiento, para toda angustia, para toda búsqueda, para todo límite; la señal es la ternura de Dios y el mensaje que buscaban todos aquellos que le pedían señales a Jesús, el mensaje que buscaban todos aquellos desorientados, aquéllos que incluso eran enemigos a Jesús y lo buscaban desde el fondo del alma era éste: buscaban la ternura de Dios, Dios hecho ternura, Dios acariciando nuestra miseria, Dios enamorado de nuestra pequeñez” (Desgrabación de la homilía del 24 de diciembre de 2004).

Estanislao Bachrach, en su Bestseller “AgilMente”, dice que las metáforas descansan el cerebro: “El cerebro no sabe leer: ve pequeñas imágenes y las reconoce y dice “esto es una A, esto es una R”. El cerebro lo que conoce son imágenes, y éstas consumen mucho menos energía que las palabras. Las metáforas o historias son formas habladas o contadas de poner imágenes: contar un proyecto con una historia o una metáfora lo resume muy bien y es muy eficiente para ahorrar energía (…) Cuando se estudia a los ejecutivos más eficientes, se puede ver que tienen la capacidad natural o aprendida de simplificar las cosas complejas: un proyecto de 200 conceptos y variables, resumirlo en 6 palabras. Un ejemplo de lo que sería simplificar: cuando los escritores de la película ALIEN, fueron a buscar dinero a Hollywood, entraron al estudio y dijeron: ‘La película Tiburón, pero en el espacio’.”

Bueno, esto para usar el lenguaje de la Neurociencia (que descubre la pólvora que ya había descubierto Aristóteles con eso de que “pensamos resolviendo los conceptos en imágenes” y que “crear metáforas es signo de la mayor inteligencia”).

La imagen de un “Dios que se ha enamorado de nuestra pequeñez” le permite al Niño descansar en nuestra mente como en su pesebrito y nos simplifica el trabajo de leer el prólogo de Juan, que no deja de ser fatigoso en conceptos si no sabemos leerlo contemplativamente, mirando las imágenes que utiliza. Conceptualmente, Juan nos viene a decir que Jesús es Dios, es la Palabra que está escondida en el origen de toda la creación y de toda creatura, y ese origen todopoderoso, capaz de crear el universo entero no tiene problemas en hacerse carne y habitar entre nosotros. No solo no le queda chica la creación sino que se siente cómodo creciendo en el vientre purísimo de María, siendo recostado en un pesebrito, viviendo en Nazareth y hasta en la incomodidad cruenta de la Cruz: nada de lo creado hace mella en su grandeza.

La metáfora del Dios enamorado de nuestra pequeñez contiene muchas imágenes que descansan y hacen bien porque nos liberan de otras imágenes que, con sus contradicciones, nos inquietan y atormentan. La imagen de la pequeñez de Dios expulsa con su lucecita las tinieblas de sentirnos habitando un planeta microscópico perdido en la oscuridad del espacio en vertiginosa y muda expansión hacia la nada. Nuestra mente, en vez de dispersarse hacia el vacío se concentra en la vida que late en el interior del universo, vida que resume toda la historia del cosmos y la sintetiza en la fragilidad de la carne humana. No buscamos a Dios en el vacío del cielo sino en los ojos de un niño que nos sonríe, en cuyas pupilas se abre la puerta para que “El que está encima de los cielos” irrumpa en nuestra historia.

La pequeñez no se ve avasallada por la grandeza sino que, por el contrario, la contiene. Lo verdaderamente grande es lo cualitativo, lo que unifica y simplifica grandezas espaciales y las vuelve vida, al no dejar que se dispersen.

La imagen de un Dios enamorado de nuestra pequeñez espanta esas imágenes de dioses todopoderosos, castigadores, obsesionados por imponer su autoridad y controlar a los humanos. Estas imágenes se pegaron a lo largo de la historia al cristianismo pero siguen chocando contra la roca de las tres imágenes centrales del evangelio de Jesús: la del niño en el Pesebre, la de Jesús crucificado y la del Señor resucitado saliendo al encuentro de nuestra cotidianeidad.

Ahora bien, la clave de la metáfora no está en la pequeñez en sí misma sino en la palabra “enamorado” con su aporte de dulzuras, de sueños y ternuras.

Estar enamorado son dos palabras pequeñitas que contienen un universo de imágenes y nos abren la puerta para que entre el mismo Dios. No hay como releer a Francisco Luis Bernárdez para descubrir en esta metáfora la fuente de agua viva de todas las metáforas. Puede ayudarnos contemplar al Niño y sentir y gustar lo que vale esta metáfora “estar enamorado” para que se nos revelen los sentimientos de Dios para con nuestra pequeñez:
  • Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo a la vida.
  • Es dar al fin con las palabras que para hacer frente a la muerte se precisa.
  • Es recobrar la llave oculta que abre la cárcel en que el alma está cautiva.
  • Es levantarse de la tierra con una fuerza que reclama desde arriba.
  • Es respirar el ancho viento que por encima de la carne respira.
  • Es contemplar, desde la cumbre de la persona, la razón de las heridas.
  • Es advertir en unos ojos una mirada verdadera que nos mira.
  • Es escuchar en una boca la propia voz profundamente repetida.
  • Es sorprender en unas manos ese calor de la perfecta compañía.
  • Es sospechar que, para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.
-------------------------------------
  • Estar enamorado, amigos, es padecer espacio y tiempo con dulzura.
  • Es despertarse una mañana con el secreto de las flores y las frutas.
  • Es libertarse de sí mismo y estar unido con las otras criaturas.
  • Es no saber si son ajenas o son propias las lejanas amarguras.
  • Es remontar hasta la fuente las aguas turbias del torrente de la angustia.
  • Es compartir la luz del mundo y al mismo tiempo compartir su noche obscura.
  • Es asombrarse y alegrarse de que la luna todavía sea luna.
  • Es comprobar en cuerpo y alma que la tarea de ser hombre es menos dura.
  • Es empezar a decir siempre, y en adelante no volver a decir nunca.
  • Y es, además, amigos míos, estar seguro de tener las manos puras.
Me quedo hoy con la imagen de “Es encontrar el nombre justo a la vida”. Nombrar a Dios con el Nombre santo de “Enamorado de nuestra pequeñez” nos permite descansar en la imagen primordial del Niño recostado en el Pesebre, arropado por María, protegido por José… 

Esa imagen de creaturas amadas y cuidadas es la más real de nuestra vida. Eso somos, así nacimos, gracias a esos cuidados amorosos crecimos y siempre estamos necesitados de ellos. Somos pequeños y deseamos ser “amados en nuestra pequeñez”. Enamorada es aquella persona a la que le encanta conocer y compartir los detalles más insignificantes de nuestra vida. 

Que Jesús sienta ese amor por nosotros nos revitaliza y nos llena de alegría el corazón...

miércoles, 1 de enero de 2020

MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ



MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
JORNADA MUNDIAL DE LA PAZ  
-1 DE ENERO DE 2020 –

LA PAZ COMO CAMINO DE ESPERANZA: DIÁLOGO, RECONCILIACIÓN Y CONVERSIÓN ECOLÓGICA

 1. La paz, camino de esperanza ante los obstáculos y las pruebas La paz, como objeto de nuestra esperanza, es un bien precioso, al que aspira toda la humanidad. Esperar en la paz es una actitud humana que contiene una tensión existencial, y de este modo cualquier situación difícil «se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino»[1].  En este sentido, la esperanza es la virtud que nos pone en camino, nos da alas para avanzar, incluso cuando los obstáculos parecen insuperables.

 Nuestra comunidad humana lleva, en la memoria y en la carne, los signos de las guerras y de los conflictos que se han producido, con una capacidad destructiva creciente, y que no dejan de afectar especialmente a los más pobres y a los más débiles. Naciones enteras se afanan también por liberarse de las cadenas de la explotación y de la corrupción, que alimentan el odio y la violencia. Todavía hoy, a tantos hombres y mujeres, niños y ancianos se les niega la dignidad, la integridad física, la libertad, incluida la libertad religiosa, la solidaridad comunitaria, la esperanza en el futuro. Muchas víctimas inocentes cargan sobre sí el tormento de la humillación y la exclusión, del duelo y la injusticia, por no decir los traumas resultantes del ensañamiento sistemático contra su pueblo y sus seres queridos.

Las terribles pruebas de los conflictos civiles e internacionales, a menudo agravados por la violencia sin piedad, marcan durante mucho tiempo el cuerpo y el alma de la humanidad. En realidad, toda guerra se revela como un fratricidio que destruye el mismo proyecto de fraternidad, inscrito en la vocación de la familia humana.

Sabemos que la guerra a menudo comienza por la intolerancia a la diversidad del otro, lo que fomenta el deseo de posesión y la voluntad de dominio. Nace en el corazón del hombre por el egoísmo y la soberbia, por el odio que instiga a destruir, a encerrar al otro en una imagen negativa, a excluirlo y eliminarlo. La guerra se nutre de la perversión de las relaciones, de las ambiciones hegemónicas, de los abusos de poder, del miedo al otro y la diferencia vista como un obstáculo; y al mismo tiempo alimenta todo esto.

Es paradójico, como señalé durante el reciente viaje a Japón, que «nuestro mundo vive la perversa dicotomía de querer defender y garantizar la estabilidad y la paz en base a una falsa seguridad sustentada por una mentalidad de miedo y desconfianza, que termina por envenenar las relaciones entre pueblos e impedir todo posible diálogo. La paz y la estabilidad internacional son incompatibles con todo intento de fundarse sobre el miedo a la mutua destrucción o sobre una amenaza de aniquilación total; sólo es posible desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana de hoy y de mañana»[2].

 Cualquier situación de amenaza alimenta la desconfianza y el repliegue en la propia condición. La desconfianza y el miedo aumentan la fragilidad de las relaciones y el riesgo de violencia, en un círculo vicioso que nunca puede conducir a una relación de paz. En este sentido, incluso la disuasión nuclear no puede crear más que una seguridad ilusoria.

Por lo tanto, no podemos pretender que se mantenga la estabilidad en el mundo a través del miedo a la aniquilación, en un equilibrio altamente inestable, suspendido al borde del abismo nuclear y encerrado dentro de los muros de la indiferencia, en el que se toman decisiones socioeconómicas, que abren el camino a los dramas del descarte del hombre y de la creación, en lugar de protegerse los unos a los otros[3]. Entonces, ¿cómo construir un camino de paz y reconocimiento mutuo? ¿Cómo romper la lógica morbosa de la amenaza y el miedo? ¿Cómo acabar con la dinámica de desconfianza que prevalece actualmente?

Debemos buscar una verdadera fraternidad, que esté basada sobre nuestro origen común en Dios y ejercida en el diálogo y la confianza recíproca. El deseo de paz está profundamente inscrito en el corazón del hombre y no debemos resignarnos a nada menos que esto.

2. La paz, camino de escucha basado en la memoria, en la solidaridad y en la fraternidad Los Hibakusha, los sobrevivientes de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki, se 2 encuentran entre quienes mantienen hoy viva la llama de la conciencia colectiva, testificando a las generaciones venideras el horror de lo que sucedió en agosto de 1945 y el sufrimiento indescriptible que continúa hasta nuestros días. Su testimonio despierta y preserva de esta manera el recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción: «No podemos permitir que las actuales y nuevas generaciones pierdan la memoria de lo acontecido, esa memoria que es garante y estímulo para construir un futuro más justo y más fraterno»[4].

Como ellos, muchos ofrecen en todo el mundo a las generaciones futuras el servicio esencial de la memoria, que debe mantenerse no sólo para evitar cometer nuevamente los mismos errores o para que no se vuelvan a proponer los esquemas ilusorios del pasado, sino también para que esta, fruto de la experiencia, constituya la raíz y sugiera el camino para las decisiones de paz presentes y futuras.

La memoria es, aún más, el horizonte de la esperanza: muchas veces, en la oscuridad de guerras y conflictos, el recuerdo de un pequeño gesto de solidaridad recibido puede inspirar también opciones valientes e incluso heroicas, puede poner en marcha nuevas energías y reavivar una nueva esperanza tanto en los individuos como en las comunidades.

Abrir y trazar un camino de paz es un desafío muy complejo, en cuanto los intereses que están en juego en las relaciones entre personas, comunidades y naciones son múltiples y contradictorios. En primer lugar, es necesario apelar a la conciencia moral y a la voluntad personal y política. La paz, en efecto, brota de las profundidades del corazón humano y la voluntad política siempre necesita revitalización, para abrir nuevos procesos que reconcilien y unan a las personas y las comunidades.

El mundo no necesita palabras vacías, sino testigos convencidos, artesanos de la paz abiertos al diálogo sin exclusión ni manipulación. De hecho, no se puede realmente alcanzar la paz a menos que haya un diálogo convencido de hombres y mujeres que busquen la verdad más allá de las ideologías y de las opiniones diferentes. La paz «debe edificarse continuamente»[5], un camino que hacemos juntos buscando siempre el bien común y comprometiéndonos a cumplir nuestra palabra y respetar las leyes. El conocimiento y la estima por los demás también pueden crecer en la escucha mutua, hasta el punto de reconocer en el enemigo el rostro de un hermano.

Por tanto, el proceso de paz es un compromiso constante en el tiempo. Es un trabajo paciente que busca la verdad y la justicia, que honra la memoria de las víctimas y que se abre, paso a paso, a una esperanza común, más fuerte que la venganza. En un Estado de derecho, la democracia puede ser un paradigma significativo de este proceso, si se basa en la justicia y en el compromiso de salvaguardar los derechos de cada uno, especialmente si es débil o marginado, en la búsqueda continua de la verdad [6]. Es una construcción social y una tarea en progreso, en la que cada uno contribuye responsablemente a todos los niveles de la comunidad local, nacional 3 y mundial.

Como resaltaba san Pablo VI: «La doble aspiración hacia la igualdad y la participación trata de promover un tipo de sociedad democrática. […] Esto indica la importancia de la educación para la vida en sociedad, donde, además de la información sobre los derechos de cada uno, sea recordado su necesario correlativo: el reconocimiento de los deberes de cada uno de cara a los demás; el sentido y la práctica del deber están mutuamente condicionados por el dominio de sí, la aceptación de las responsabilidades y de los límites puestos al ejercicio de la libertad de la persona individual o del grupo»[7].

Por el contrario, la brecha entre los miembros de una sociedad, el aumento de las desigualdades sociales y la negativa a utilizar las herramientas para el desarrollo humano integral ponen en peligro la búsqueda del bien común. En cambio, el trabajo paciente basado en el poder de la palabra y la verdad puede despertar en las personas la capacidad de compasión y solidaridad creativa. En nuestra experiencia cristiana, recordamos constantemente a Cristo, quien dio su vida por nuestra reconciliación (cf. Rm 5,6-11). La Iglesia participa plenamente en la búsqueda de un orden justo, y continúa sirviendo al bien común y alimentando la esperanza de paz a través de la transmisión de los valores cristianos, la enseñanza moral y las obras sociales y educativas.

3. La paz, camino de reconciliación en la comunión fraterna

La Biblia, de una manera particular a través de la palabra de los profetas, llama a las conciencias y a los pueblos a la alianza de Dios con la humanidad. Se trata de abandonar el deseo de dominar a los demás y aprender a verse como personas, como hijos de Dios, como hermanos. Nunca se debe encasillar al otro por lo que pudo decir o hacer, sino que debe ser considerado por la promesa que lleva dentro de él. Sólo eligiendo el camino del respeto será posible romper la espiral de venganza y emprender el camino de la esperanza.

Nos guía el pasaje del Evangelio que muestra el siguiente diálogo entre Pedro y Jesús: «“Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?”. Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”» (Mt 18,21-22). Este camino de reconciliación nos llama a encontrar en lo más profundo de nuestros corazones la fuerza del perdón y la capacidad de reconocernos como hermanos y hermanas. Aprender a vivir en el perdón aumenta nuestra capacidad de convertirnos en mujeres y hombres de paz.

Lo que afirmamos de la paz en el ámbito social vale también en lo político y económico, puesto que la cuestión de la paz impregna todas las dimensiones de la vida comunitaria: nunca habrá una paz verdadera a menos que seamos capaces de construir un sistema económico más justo. Como escribió hace diez años Benedicto XVI en la Carta encíclica Caritas in veritate: «La victoria sobre el subdesarrollo requiere actuar no sólo en la mejora de las transacciones basadas en la compraventa, o en las transferencias de las estructuras asistenciales de carácter público, sino sobre todo en la apertura progresiva en el contexto mundial a formas de actividad económica caracterizada por ciertos márgenes de gratuidad y comunión» (n. 39).

4. La paz, camino de conversión ecológica

«Si una mala comprensión de nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar»[8].

Ante las consecuencias de nuestra hostilidad hacia los demás, la falta de respeto por la casa común y la explotación abusiva de los recursos naturales —vistos como herramientas útiles únicamente para el beneficio inmediato, sin respeto por las comunidades locales, por el bien común y por la naturaleza—, necesitamos una conversión ecológica.

El reciente Sínodo sobre la Amazonia nos lleva a renovar la llamada a una relación pacífica entre las comunidades y la tierra, entre el presente y la memoria, entre las experiencias y las esperanzas. Este camino de reconciliación es también escucha y contemplación del mundo que Dios nos dio para convertirlo en nuestra casa común. De hecho, los recursos naturales, las numerosas formas de vida y la tierra misma se nos confían para ser “cultivadas y preservadas” (cf. Gn 2,15) también para las generaciones futuras, con la participación responsable y activa de cada uno. Además, necesitamos un cambio en las convicciones y en la mirada, que nos abra más al encuentro con el otro y a la acogida del don de la creación, que refleja la belleza y la sabiduría de su Hacedor.

De aquí surgen, en particular, motivaciones profundas y una nueva forma de vivir en la casa común, de encontrarse unos con otros desde la propia diversidad, de celebrar y respetar la vida recibida y compartida, de preocuparse por las condiciones y modelos de sociedad que favorecen el florecimiento y la permanencia de la vida en el futuro, de incrementar el bien común de toda la familia humana.

Por lo tanto, la conversión ecológica a la que apelamos nos lleva a tener una nueva mirada sobre la vida, considerando la generosidad del Creador que nos dio la tierra y que nos recuerda la alegre sobriedad de compartir. Esta conversión debe entenderse de manera integral, como una transformación de las relaciones que tenemos con nuestros hermanos y hermanas, con los otros seres vivos, con la creación en su variedad tan rica, con el Creador que es el origen de toda vida. Para el cristiano, esta pide «dejar brotar todas las consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que los rodea»[9].

5. Se alcanza tanto cuanto se espera[10]

El camino de la reconciliación requiere paciencia y confianza. La paz no se logra si no se la espera.

En primer lugar, se trata de creer en la posibilidad de la paz, de creer que el otro tiene nuestra misma necesidad de paz. En esto, podemos inspirarnos en el amor de Dios por cada uno de nosotros, un amor liberador, ilimitado, gratuito e incansable.

El miedo es a menudo una fuente de conflicto. Por lo tanto, es importante ir más allá de nuestros temores humanos, reconociéndonos hijos necesitados, ante Aquel que nos ama y nos espera, como el Padre del hijo pródigo (cf. Lc 15,11-24). La cultura del encuentro entre hermanos y hermanas rompe con la cultura de la amenaza. Hace que cada encuentro sea una posibilidad y un don del generoso amor de Dios. Nos guía a ir más allá de los límites de nuestros estrechos horizontes, a aspirar siempre a vivir la fraternidad universal, como hijos del único Padre celestial.

Para los discípulos de Cristo, este camino está sostenido también por el sacramento de la Reconciliación, que el Señor nos dejó para la remisión de los pecados de los bautizados. Este sacramento de la Iglesia, que renueva a las personas y a las comunidades, nos llama a mantener la mirada en Jesús, que ha reconciliado «todas las cosas, las del cielo y las de la tierra, haciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,20); y nos pide que depongamos cualquier violencia en nuestros pensamientos, palabras y acciones, tanto hacia nuestro prójimo como hacia la creación.

La gracia de Dios Padre se da como amor sin condiciones. Habiendo recibido su perdón, en Cristo, podemos ponernos en camino para ofrecerlo a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Día tras día, el Espíritu Santo nos sugiere actitudes y palabras para que nos convirtamos en artesanos de la justicia y la paz-

Que el Dios de la paz nos bendiga y venga en nuestra ayuda.

Que María, Madre del Príncipe de la paz y Madre de todos los pueblos de la tierra, nos acompañe y nos sostenga en el camino de la reconciliación, paso a paso.

 Y que cada persona que venga a este mundo pueda conocer una existencia de paz y desarrollar plenamente la promesa de amor y vida que lleva consigo.

Vaticano, 8 de diciembre de 2019

Francisco

 [1] Benedicto XVI, Carta enc. Spe salvi (30 noviembre 2007),
 [2] Discurso sobre las armas nucleares, Nagasaki, Parque del epicentro de la bomba atómica, 24 noviembre 2019.
[3] Cf. Homilía en Lampedusa, 8 julio 2013.
[4] Encuentro por la paz, Hiroshima, Memorial de la Paz, 24 noviembre 2019.
[5] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 78.
 [6] Cf. Benedicto XVI, Discurso a los dirigentes de las asociaciones cristianas de trabajadores italianos, 27 enero 2006.
[7] Carta. ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 24.
[8] Carta enc. Laudato si’ (24 mayo 2015), 200.
 [9] Ibíd., 217. [10] Cf. S. Juan de la Cruz, Noche Oscura, II, 21, 8.