sábado, 28 de julio de 2012

Tus "pocos" son mucho...


Al comparar los distintos textos de los Evangelios, se descubre que en el Evangelio de Juan aparece “el niño” como el portador de los pancitos y los pescados, mientras en los Evangelios sinópticos –Mateo, Marcos y Lucas- los que poseían los pancitos y los peces eran los discípulos…

La imagen del niño, en el Ev de Juan, puede abrirnos a este Misterio tan propio del Evangelio: lo poco y lo pequeño, del que hablan los sinópticos:

“Llegó una viuda de condición humilde y colocó dos pequeñas monedas de cobre. Entones él llamó a sus discípulos y les dijo: «Les aseguro que esta pobre viuda ha puesto más que cualquiera de los otros, porque todos han dado de lo que les sobraba, pero ella, de su indigencia, dio todo lo que poseía, todo lo que tenía para vivir” -Mc.12, 42-44-

“Les dijo esta otra parábola: «El Reino de los Cielos se parece a un poco de levadura que una mujer mezcla con gran cantidad de harina, hasta que fermenta toda la masa». -Mt.13, 33
-

Y desde acá, entendemos que el Señor no parte de nuestras carencias sino de Su plenitud”. Y es importante darnos cuenta, que el desafío es tener un cambio de mirada ante lo poco y lo pequeño. El Evangelio, nos enseña que la mirada hay que enfocarla:

    *Abajo, para “descubrir al niño, portador de los pancitos y los peces” …
    * Arriba, como hace Jesús: “que levanta los ojos al cielo y bendice…” 

 Así en el medio de esas dos miradas acontece el milagro de que lo poco sea mucho…

Por lo tanto, el discernimiento estará en no mirarme a mi y mis carencias, -ya que seguro me entrara la inseguridad- , sino mirar al Señor y su Plenitud, que traerá esa paz que da el saber que “el Padre sabe lo que sus hijos necesitan”… 

Otro detalle que puede ayudar es tener en cuenta que detrás de ese niño, habría una mamá y un papá que cargaron su “morralito” para el camino y ante la necesidad común confiaron en el Señor, dándole todo lo que tenían para vivir –ese día- y este gesto de generosidad fermentó como hace “un poco levadura en toda la masa”, haciendo que cada uno pusiera “su poco” para el bien de todos…
 
Puedo preguntarme:

* ¿Donde pongo mi mirada?
* ¿En las carencias que tengo?
* ¿En la Plenitud del Señor, que toma, bendice, y multiplica “mis pocos”?

sábado, 21 de julio de 2012

Cansancios habitados y deshabitados...

Escrito por la hermana Mariola López Villanueva -RSCJ-
La vida, toda vida, tiene su dosis de cansancio. También Jesús lo experimentó: “Fatigado por la caminata, se sentó junto al pozo” (Jn 4, 6). Necesitamos expresar y compartir con otros esos momentos de fatiga por los avatares del camino.

¿Qué vemos si miramos nuestros cansancios? Los especialistas afinarían mucho más, pero de la observación cotidiana creo que podemos nombrar y reconocernos en varios tipos de cansancio:

El de aquel que se cansa por andar codiciando más de lo que ya tiene o puede; son las fatigas de la avidez...

El que se agota porque no apoya su vida en el lugar ni el momento en el que está (vertiéndose sobre lo que “no es”) y vive inquieto y desajustado...

El que se fatiga porque trabaja únicamente para sí mismo, viviendo autoreferencialmente a su exclusivo horizonte vital...

Y el cansancio que da el sobrellevar los afanes, y los rostros lastimados, de cada día. A este último lo llamaremos un cansancio habitado, frente al cansancio deshabitado de lo tres primeros.

¿De qué estaba habitado el cansancio de Jesús? Cuenta el Evangelio de Marcos que los que iban y venían eran muchos y no les quedaba tiempo ni para comer. Por eso cuando iban a ir a un lugar aparte a descansar un rato tuvieron que volverse y dejar que otros multiplicaran sus escasos panes (Mc 6, 31). Es un cansancio transido de rostros, que tiene que ver con la vida que se gasta y se pone a rendir para otros: “al atardecer le llevaron todos los enfermos y endemoniados” (Mc 1, 32).

¿De qué están hechos nuestros cansancios? Creo que a nosotros nos desgasta el activismo y nos cansa no tener algo que de verdad nos enamore realmente el corazón. La apatía, o el andar trajinados con el propio ego. Nos fatigamos al reincidir en los puntos flacos de nuestras relaciones; nos produce agotamiento tener que cargar con los desgastes psicológicos propios y ajenos; y no nos dejan descansar los ruidos que nos acechan por todos lados. Cada uno puede añadir los motivos de su desgaste. Nos hace bien reconocerlos y nombrarlos y, vueltos hacia el Evangelio, poder llegar a mirarlos amablemente porque se presentan ante nosotros, no como lugares donde quedarnos retenidos y pesarosos, sino como momentos oportunos para poder acceder a una dimensión más honda de la realidad.

Es una noticia muy buena escuchar que nuestros agobios y nuestros cansancios pueden convertirse en el trampolín que nos lanza hacia una Presencia mayor. Si es un cansancio que nos encorva sobre nosotros mismos, ensimismándonos, se volverá deshabitado; si nos lleva a volvernos hacia otro Rostro, hacia otros rostros, entonces podremos encontrar respiro y cobijo allí. Cansados y plenificados, a la vez.

viernes, 20 de julio de 2012

En el día del Amigo...

Escrito por Eduardo Casas

Te invito que evoques a aquellos que con su afecto entretejieron las fibras de tu alma.
Que recuerdes a todos los que están y a los que se han ido, aunque siempre permanecen:

Los amigos del tiempo y los de la eternidad.
Los que te hablan de Dios y los que te hablan a tu corazón.
Los que tienen tiempo y les sobra vida.
Los que han transitado tus caminos y te han acompañado, desde cerca o desde lejos. Los que te dejan ser vos mismo y no te cambian.

Supliquemos por los que han llorado con tus lágrimas y las han hecho su mar.
Por los que han reído con tu risa y la han hecho su música y su canción.
Por los que han tejido las fibras de su alma con tus venas y tu sangre.
Por los que se han tatuado el corazón con tu nombre.
Por los que te bendicen siempre.
Por los que nunca te olvidan.

Por todos aquellos que sentido tu dolor y lo han acariciado en silencio.
Por aquellos que esperan regalarte siempre el sol que los alumbra.
Por los que nunca te dejan, a pesar de vos mismo.
Por los que curan tus heridas con miradas que alivian.
Por los que toman un rato tu carga y te hacen descansar.
Por los que te llevan en su interior cuando se acurrucan en Dios, pronunciando tu nombre.
Por los que sostienen con las fuerzas invisibles de las cadenas del espíritu 
que no se quiebran, ni se herrumbran, ni se rompen.
Por todos los que han hecho tu vida parte de sus vidas.
Por los que te abrazan con las alas del alma.

Por todos, 
todos los que te aman 
y te hacen comprender así un poco más cómo es el amor con que te ama Dios.

Eduardo Casas

viernes, 13 de julio de 2012

Ir como compañeros y compañeras...



Publicado por  Equipo CEP-Venezuela 

Jesús envió a los apóstoles de dos en dos, como compañeros, como amigos. El envío cristiano no es cosa de individuos, sino de compañía fraterna, de compañía grata, de búsquedas compartidas.

El mandato del Señor de no llevar nada para el camino habla de una libertad que permite apoyarse en Dios. No llevar nada es ir uno mismo. A quien le apasione la misión, el apostolado, el servicio, o esté movido a hacer el bien, no le faltará nada. No le faltará pan, ni mochila, ni dinero, le basta ir él mismo fiado de la Palabra audaz y confiada del Señor. Lo demás ya aparecerá en el camino. Cuenta con el Espíritu de Dios y eso basta.

El enviado no va como funcionario ni como experto de oficio. El enviado va a la gente, entra en su casa, en su hogar, que es donde realmente puede dar y recibir buena nueva. Por eso no va de prisa, sabe gastar tiempo con las personas, es paciente. Cuánto bien hace saber esperar al tiempo de Dios, porque su tiempo es oportuno, perfecto. Así pues, cuando entremos a la casa de alguna persona, es decir, a su vida, que nada entorpezca la espera atenta del tiempo de Dios.

Los Discípulos se dejaron guiar por la fuerza de la Palabra y predicaron vida nueva, expulsaron demonios y ungieron enfermos devolviéndoles la salud. Eso mismo toca a los discípulos de hoy, porque hay mucha reconciliación que construir, muchos desencuentros que sanar a fuerza de Buena Nueva. Hay muchos males y dolencias que ungir y curar con nuestras manos cálidas, con nuestra palabra medicinal y con nuestra presencia amiga.

viernes, 6 de julio de 2012

Profetas de lo cotidiano...


Jesús ante la incredulidad de sus “paisanos de Nazareth”, se llama a sí mismo “Profeta”, cuando les dijo: «Un profeta es despreciado solamente en su pueblo, en su familia y en su casa».

Pero, ¿cual es este profetismo de Jesús? ¿Qué es un profeta? ¿Qué es la profecía de Jesús? Es ver lo que los otros no ven; es tener ojos nuevos para todo lo que acontece en lo cotidiano y “ver” que es lo que nos está diciendo Dios con todo eso…

¿Porque los paisanos de Nazareth, no creían en Jesús?

Quizás porque su familia no ocupaba un lugar de prestigio en su “sociedad”, su madre era pobre y sencilla, no tenían bienes, ni dinero…

En el Evangelio lo expresan con esta pregunta: ¿No es acaso el hijo del “carpintero”, el hijo de María? –Mc 6,3-. Jesús durante muchos años había trabajado de carpintero, el oficio aprendido de José.

Entonces, ¿Cuál es la profecía de Jesús?... Si tenía tanto poder y sabiduría, ¿Por qué pasó treinta años escondido, trabajando de carpintero?

Porque su opción fue precisamente vivir, compartir y aprender la sabiduría que nos enseña la simple vida de los pobres, y con su trabajo de artesano mostró que en realidad todo es importante a los ojos de Dios…

También en lo cotidiano de nuestras vidas, el Señor se manifiesta en signos tan simples y cotidianos que nos puede costar reconocer que vienen de Él.

Agudicemos la sensibilidad del corazón y reconozcamos las diferentes formas con las que Dios se hace presente en nuestra vida…

Volvamos con Jesús a “nuestro Nazareth”, para aprender a mirar con sus ojos, lo cotidiano, lo ordinario de nuestra vida misma, donde “acontece lo admirable de Dios”…