sábado, 30 de diciembre de 2017

Mensaje del Papa Francisco para la Jornada Mundial de la Paz = Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz


1. Un deseo de paz

Paz a todas las personas y a todas las naciones de la tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad[1], es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera recordar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz»[2]. Para encontrarlo, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los casos, es largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos de su destino.

Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental.

Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados. El ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria para que los gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu»[3]. Tienen una responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo armónico, para no ser como el constructor necio que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que había comenzado a construir[4].

2. ¿Por qué hay tantos refugiados y migrantes?

Ante el Gran Jubileo por los 2000 años del anuncio de paz de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el número creciente de desplazados entre las consecuencias de «una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas étnicas”»[5], que habían marcado el siglo XX. En el nuevo siglo no se ha producido aún un cambio profundo de sentido: los conflictos armados y otras formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera de las fronteras nacionales.

Pero las personas también migran por otras razones, ante todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la “desesperación” de un futuro imposible de construir»[6]. Se ponen en camino para reunirse con sus familias, para encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación: quien no puede disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz. Además, como he subrayado en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental»[7].

La mayoría emigra siguiendo un procedimiento regulado, mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías, sobre todo a causa de la desesperación, cuando su patria no les ofrece seguridad y oportunidades, y toda vía legal parece imposible, bloqueada o demasiado lenta.

En muchos países de destino se ha difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de la acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano[8].

Todos los datos de que dispone la comunidad internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz.

3. Una mirada contemplativa

La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir»[9]. Estas palabras nos remiten a la imagen de la nueva Jerusalén. El libro del profeta Isaías (cap. 60) y el Apocalipsis (cap. 21) la describen como una ciudad con las puertas siempre abiertas, para dejar entrar a personas de todas las naciones, que la admiran y la colman de riquezas. La paz es el gobernante que la guía y la justicia el principio que rige la convivencia entre todos dentro de ella.

Necesitamos ver también la ciudad donde vivimos con esta mirada contemplativa, «esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas [promoviendo] la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia»[10]; en otras palabras, realizando la promesa de la paz.

Observando a los migrantes y a los refugiados, esta mirada sabe descubrir que no llegan con las manos vacías: traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen. Esta mirada sabe también descubrir la creatividad, la tenacidad y el espíritu de sacrificio de incontables personas, familias y comunidades que, en todos los rincones del mundo, abren sus puertas y sus corazones a los migrantes y refugiados, incluso cuando los recursos no son abundantes.

Por último, esta mirada contemplativa sabe guiar el discernimiento de los responsables del bien público, con el fin de impulsar las políticas de acogida al máximo de lo que «permita el verdadero bien de su comunidad»[11], es decir, teniendo en cuenta las exigencias de todos los miembros de la única familia humana y del bien de cada uno de ellos.

Quienes se dejan guiar por esta mirada serán capaces de reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y de favorecer su crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras ciudades, a menudo divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con la presencia de migrantes y refugiados.

4. Cuatro piedras angulares para la acción

Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar[12].
«Acoger» recuerda la exigencia de ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los derechos humanos fundamentales. 

La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles»[13].

«Proteger» nos recuerda el deber de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las 
mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la 
viuda»[14].

«Promover» tiene que ver con apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto»[15].

Por último, «integrar» significa trabajar para que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como escribe san Pablo: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios»[16].

5. Una propuesta para dos Pactos internacionales

Deseo de todo corazón que este espíritu anime el proceso que, durante todo el año 2018, llevará a la definición y aprobación por parte de las Naciones Unidas de dos pactos mundiales: uno, para una migración segura, ordenada y regulada, y otro, sobre refugiados. En cuanto acuerdos adoptados a nivel mundial, estos pactos constituirán un marco de referencia para desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas. Por esta razón, es importante que estén inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, con el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización de la indiferencia.

El diálogo y la coordinación constituyen, en efecto, una necesidad y un deber específicos de la comunidad internacional. Más allá de las fronteras nacionales, es posible que países menos ricos puedan acoger a un mayor número de refugiados, o acogerles mejor, si la cooperación internacional les garantiza la disponibilidad de los fondos necesarios.

La Sección para los Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral sugiere 20 puntos de acción[17] como pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en las políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades cristianas. Estas y otras aportaciones pretenden manifestar el interés de la Iglesia católica al proceso que llevará a la adopción de los pactos mundiales de las Naciones Unidas. Este interés confirma una solicitud pastoral más general, que nace con la Iglesia y continúa hasta nuestros días a través de sus múltiples actividades.

6. Por nuestra casa común

Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”»[18]. A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.

Entre ellos, hay que mencionar a santa Francisca Javier Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo celebramos este año 2017. Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales celebran su memoria. Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida al servicio de los migrantes, convirtiéndose más tarde en su patrona celeste, nos enseña cómo debemos acoger, proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y hermanas. Que por su intercesión, el Señor nos conceda a todos experimentar que los «frutos de justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la paz»[19].

Vaticano, 13 de noviembre de 2017.
Memoria de Santa Francisca Javier Cabrini, Patrona de los migrantes.
Francisco

Nazareth, un lugar para aprender la sabiduría de la vida sencilla...

Palabras del Papa Pablo VI, en su visita a  Nazaret el 5 de enero de 1964


Nazaret es la escuela donde empieza a entenderse la vida de Jesús, es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio.

Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios entre los hombres. Aquí se aprende incluso, quizá e una manera casi insensible, a imitar esta vida.

Aquí se nos revela el método que nos hará descubrir quién es Cristo. Aquí comprendemos la importancia que tiene el ambiente que rodeó su vida durante su estancia entre nosotros, y lo necesario que es el conocimiento de los lugares, los tiempos, las costumbres, el lenguaje, las prácticas religiosas, en una palabra, de todo aquello de que Jesús se sirvió para revelarse al mundo. Aquí todo habla, todo tiene un sentido.

Aquí, en esta escuela, comprendemos la necesidad de la disciplina espiritual si queremos seguir las enseñanzas del Evangelio y ser discípulos de Cristo.

¡Cómo quisiéramos ser otra vez niños y volver a esta humilde pero sublime escuela de Nazaret! ¡Cómo quisiéramos volver a empezar, junto a María, nuestra iniciación a la verdadera ciencia de la vida y a la más alta sabiduría de la verdad divina!

Pero estamos aquí como peregrinos y debemos renunciar al deseo de continuar en esta casa el estudio, nunca terminado, del conocimiento del Evangelio. Mas no partiremos de aquí sin recoger rápida, casi furtivamente, algunas enseñanzas de la lección de Nazaret.

En Nazareth aprendemos...

La primera lección es el silencio. 

Cómo desearíamos que se renovara y fortaleciera en nosotros el amor al silencio, este admirable e indispensable hábito del espíritu, tan necesario para nosotros, que estamos aturdidos por tanto ruido, tanto tumulto, tantas voces de nuestra ruidosa y en extremo agitada vida moderna. Silencio de Nazaret, enséñanos el recogimiento y la interioridad, enséñanos a estar siempre dispuestos a escuchar las buenas inspiraciones y la doctrina de los verdaderos maestros. Enséñanos la necesidad y el valor de una conveniente formación, del estudio, de la meditación, de una vida interior intensa, de la oración personal que sólo Dios ve.

La segunda lección es la vida de familia: 

Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable, lo dulce e irreemplazable que es su pedagogía y lo fundamental e incomparable que es su función en el plano social.

La tercera lección es la del trabajo. 

Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente; restablecer la conciencia de su dignidad, de manera que fuera a todos patente; recordar aquí, bajo este techo, que el trabajo no puede ser un fin en sí mismo, y que su dignidad y la libertad para ejercerlo no provienen tan sólo de sus motivos económicos, sino también de aquellos otros valores que lo encauzan hacia un fin más noble.

Queremos finalmente saludar desde aquí a todos los trabajadores del mundo y señalarles al gran modelo, al hermano divino, al defensor de todas sus causas justas, es decir: a Cristo, nuestro Señor...

sábado, 16 de diciembre de 2017

Adviento... tiempo de salir para dejarse encontrar

Escrito por Carmen Barba Pérez

Sabemos que la palabra «Adviento» significa literalmente «advenimiento», «venida», «llegada». Son cuatro semanas en las que Dios (el que viene, el que tiene la iniciativa) y nosotros (los que le esperamos) somos los protagonistas. Es decir, son cuatro semanas de “movimiento” porque se va a producir un “encuentro” que va a trastocar nuestra vida.

Dios viene, se hace presente… nosotros esperamos su venida, nos preparamos para ella. Pero nuestra espera no puede ser pasiva.

En realidad, si lo pensamos despacio ¿podemos hablar de la venida del Señor? ¿No es verdad que Dios está ya siempre presente en nosotros, puesto que si existimos es gracias a su presencia en lo más profundo de nuestro ser? ¿No afirmamos con san Pablo que «en él vivimos, nos movemos y existimos» (Hch 17,28)

Y si esto es así (que lo es) entonces, ¿tiene sentido hablar de que Dios sale a nuestro encuentro, de que Él viene? ¿acaso se ha ido?

Si Él ya ha venido, si ya está con nosotros, entonces ¿a quién esperamos?

Responder a esta pregunta es importante en nuestro camino creyente, porque en el fondo cuestiona cómo vivimos la Navidad: ¿es un recuerdo de algo que se produjo de forma puntual en Belén hace más de 2000 años, o es una realidad que sigue aconteciendo de un modo nuevo y distinto en este 2017 para ti…, para mí…, para todos…?

Afirmamos que Dios viene, que sale a nuestro encuentro. Todos tenemos experiencia de que, cuando nos abrimos con un corazón creyente a lo que nos rodea, somos capaces de percibir la constante venida de Dios que se hace presente y activo en la creación, en la historia, en la sociedad y en la vida de las personas.

Siempre y en todo lugar podemos escuchar los pasos de nuestro Dios. Él viene y está presente en la luz y en las tinieblas, en el gozo y en el dolor, en el trabajo y en el descanso… En cada instante (como dice el profeta) se rasga el cielo y desciende el salvador( Is 45, 7).

Él sale a nuestro encuentro de un modo total y permanente. Viene a nuestro mundo, a nuestra historia, a cada uno de nosotros… Se hace presente y presencia.
  • Aprovecha este Adviento para sacudirte la pereza y SALIR hacia Aquel que viene a tu encuentro; 
  • Propicia espacios en los que puedas ESCUCHAR la voz del Espíritu que en tu interior te recuerda quién eres: ¡hijo/a y hermano/a! 
  • Vive en libertad y liberando a otros; ayuda a quienes te rodean a DESPERTAR, a estar atentos y vigilantes para no caer en la rutina de lo ya conocido que se torna desesperanza; 
  • Abre las puertas de tu vida a la HOSPITALIDAD desde la certeza de que es en ese espacio de gozosa justicia en el que Él se te hace presente.
Sé como María a quien se nos propone como icono del Adviento: ella no domesticó, ni dominó, ni se apropió de la Palabra de Dios sino que, por el contrario, la escuchó, la acogió, la hospedó, la gestó y la entregó.

Texto escrito por Carmen Barba Pérez

jueves, 7 de diciembre de 2017

María responde, en medio del no saber: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra”

  Escrito por Miguel Márquez, carmelita descalzo

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…
No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios.
Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús.
El Espíritu Santo vendrá sobre ti… el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios…
Para Dios nada hay imposible…
Aquí está la esclava del Señor; hágase en mi según tu palabra». 

Todo lo de la Madre es para sus hijos. Contemplamos en nuestro interior estas palabras que Ella escuchó y guardó en su corazón: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo…». 

«La Palabra de Dios irrumpe con fuerza en la tierra de María, para regarla con su gracia y revestirla de posibilidades: El Ángel del Señor le dice: “Alégrate; no temas; para Dios nada hay imposible”.

Esa voz de Dios fecunda nuestra angustia, nuestros miedos, nuestros anhelos y nuestras oscuridades. 

Frente a la angustia, la Voz del Señor dice: Alégrate.
Frente a los miedos de la vida: Estoy contigo, no temas.
Frente a los anhelos y sueños: Para Dios nada hay imposible. 

Y, sin pedir una luz que adelante los acontecimientos, sin pedir claridad, confiando en Aquel que se fio de ella y de su pequeñez, María responde, en medio del no saber: “Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra”» (Miguel Márquez, carmelita descalzo). 

María, que mi vida sea casa abierta para el Señor, música alegre y gratuita para los demás, transparencia donde los demás descubran a Dios.

sábado, 2 de diciembre de 2017

ADVIENTO: al Viento de la Vida que llega...


Escrito de las Carmelitas Descalzas Asociación Luján- Argentina-

ADVIENTO: al viento de la vida que llega. Invitación a no despreciar nada de lo que ha sucedido en nuestra vida y de lo que somos. Invitación a hacer las paces con nuestro pasado, en el que encontramos insatisfacciones, decepciones, pecados... Reconocerlos, acogerlos para devolvérselos a Él. El nido de la vida que se va a depositar en tus manos lo has de construir con todos los materiales de tu historia. No un lamento estéril, una culpabilidad asfixiante... Igual que el aire se lleva las hojas secas en este tiempo, el Espíritu viene para liberarte de tu apego a lo viejo, a lo ya caduco. Deja que Él sople sobre tu tristeza y se abrirá camino una paz muy sencilla, hecha de sorpresa y acogida de lo simple y sin brillo, lo inaparente, de lo que sucede más allá de tus cálculos.

Recupera en ti la CONFIANZA, por la que le dejas a Dios la imaginación de lo que está por delante, para vivir intensamente lo que ahora se te regala.

La esperanza es un don que germina en el corazón de los que no viven a la defensiva, sino que aceptan la vida, la acogen. Quienes no juegan a conquistar, a vencer, a ganar, a subir... quienes no descansan en sus estrategias, sino que, en su debilidad, reconocen el suelo para esperar un mañana nuevo; porque Dios llega, como llegó siempre y llegará por caminos insospechados.

La esperanza nace para los cristianos desde abajo, como un germen muy pequeño, que cabe en el corazón de cualquiera, nadie está excluido. 

La esperanza no nace aparatosamente, con prepotencia deslumbrante, con estruendo y trompetas. 

La esperanza nacerá en nuestra tierra, como nació en MARÍA. En este tiempo somos como ella, tierra que espera, tierra de Dios, entrañas para Él.

Adviento: Sí, amigos... tiempo para creer en los milagros, los que de verdad importan, los signos humildes de una vida nueva, de una alegría muy simple. A condición de algo nada fácil: descalzarnos, desnudarnos de lo aprendido, de lo previsible... 

Tiempo para hacer silencio, buscar espacios y lugares en los que atreverte a estar a solas con Él, sin miedo... dejarle que te mire. 

Tiempo para escuchar tu verdad, sin fingir, sin esconderte; al descubierto, ‘al aire de su amor por ti’, ¿por qué no creer, en lugar de desconfiar? ¿Qué tienes que perder? 

Él llega siempre por caminos nuevos al corazón de los sencillos, de los niños... ¡Feliz espera!

sábado, 18 de noviembre de 2017

1ra Jornada Mundial de los Pobres = El Pobre es Cristo...

Escrito por Diego Fares sj

El Pobre es Cristo
Para preparar el corazón a la I Jornada Mundial de los pobres, nada mejor que escuchar 
de uno de los grandes santos de nuestro tiempo, el jesuita chileno San Alberto Hurtado , esa frase que en sus labios suena tan verdadera como interpelante: “El pobre es Cristo”. 

Hurtado precisaba bien el evangelio y lo bajaba a la realidad de la calle: “El pobre cartonero, el lustrabotas... La mujercita con tuberculosis, la que tiene piojos, es Cristo. El borracho... ¡no nos escandalicemos, es Cristo! ¡Insultarlo! ¡Burlarse de él! Despreciarlo, ¡es despreciar a Cristo! ¡¡Lo que hiciereis al menor, a mí me lo hacéis!! Esta es la razón del nombre “Hogar de Cristo” .

  Al final de su vida expresaba su último anhelo: “Al partir, volviendo a mi Padre Dios, me permito confiarles un último anhelo: el que se trabaje por crear un clima de verdadero amor y respeto al pobre, porque el pobre es Cristo. "Lo que hiciereis al más pequeñito, a mí me lo hacéis" (Mt 25,40). El Hogar de Cristo, fiel a su ideal de buscar a los más pobres y abandonados para llenarlos de amor fraterno, ha continuado con sus Hospederías de hombres y mujeres, para que aquellos que no tienen dónde acudir, encuentren una mano amiga que los reciba”.

Núcleo del cristianismo

Sin saber que su vida terminaría pronto, Hurtado quería escribir algo acerca de lo que él llamaba “el sentido del pobre”. Se lo confió a su amigo Arturo Gaete: 
“Si oye algo de mi salud, sepa que estoy mejor después de un mes de reposo en el puerto [de Valparaíso]. Espero escribir este verano (¿o comenzar?) algo sobre el sentido del pobre. Yo creo que allí está el núcleo del cristianismo y cada día hay más resistencia e incomprensión a todo lo que dice pobreza. ¿Conoce algo bueno sobre esto?”

El proyecto quedó trunco como tal, pero podemos encontrar lo que significa “El sentido del pobre” para Hurtado en toda su obra y su vida. 

El sentido del pobre tiene que ver con lo concreto de la encarnación 

“Ser cocinero, fogonero, no es menos noble que ser escritor, poeta o abogado. ¿De dónde viene la excelencia de estas profesiones intelectuales? Del falso concepto platónico, pagano, de la mayor importancia de lo abstracto sobre lo concreto. Pero ese concepto lo echó por tierra la Encarnación, que es un hecho bien concreto, y da origen a una vida de hechos con las más humildes realidades”.

El sentido del pobre es algo en lo que todos debemos ser educados

“Esta educación del respeto debe irse adquiriendo desde la primera infancia: respeto de los hermanos entre sí, respeto con los sirvientes, respeto a los pobres, los mendigos y hasta a los borrachos”.

Hurtado describe este sentido del pobre como: "sentir sus dolores, sus angustias, como propios, no descansando mientras esté en nuestras manos ayudarlos. Desear el contacto con el pobre, sentir dolor de no ver a un pobre que representa para nosotros Cristo". 
Es una frase muy densa. Hay que desmenuzarla. Comenzamos por el final: Desear el contacto con el pobre, sentir dolor de no ver a un pobre que representa para nosotros Cristo. 

La señal de que “veo” a Cristo en una persona pobre sería “el deseo” de estar en contacto. 

Si no siento ese deseo sino el contrario –si me lo quiero sacar de encima o mantenerlo a cierta distancia-, entonces viene la indicación de “sentir dolor de no verlo a Cristo”, caer en la cuenta de que, si lo viera, desearía el contacto. 

Todos tenemos experiencia de haber sentido como gracia, en algún momento de nuestra cercanía con alguna persona pobre, el consuelo de la presencia del Señor. Cuando no lo sentimos, Hurtado con pedagogía divina nos lleva no a lamentarnos diciendo: “vi a Cristo y no lo serví”, sino a decir: “no lo vi”, por eso no sentí deseo de acercarme.  

Patroncitos

Hurtado hablaba de tener una “devoción cariñosa por el pobre”. Hablando a los voluntarios de la Fraternidad traducía esta devoción así: 

«Preocúpense que haya respeto al pobre: sus camas, que no falten cucharas, platos, etc. Trabajen por la dignidad del pobre, es Cristo a quien sirven. Que haya en el Hogar contacto con el pobre, vayan a Chorrillos, busquen al pobre con amor y respeto... Que no se desvirtúe esa llama de caridad del Hogar de Cristo para convertirse en una caridad fría». 

En la fraternidad hacen un “voto de obediencia al pobre”, a quien llaman “patroncitos”. Esto debe llevarnos a reflexionar qué concreto que es lo de que el pobre es Cristo que uno se puede ligar con voto a obedecerlo. No sabría explicarlo en teoría pero doy testimonio de que ví este voto vivido en la práctica. Me impresionó muchísimo en las hospederías en Chile, que visité hace algunos años, ver en los laicos este trato de verdadera obediencia al pobre. 

Recuerdo cómo trataba un guardia a un hombre en total estado de ebriedad al que, junto con otro voluntario, iban conduciendo hacia un lugar especial en la hospedería porque estaba muy alcoholizado y no podía ingresar a las habitaciones. La imagen que me quedó fue que lo llevaban aparte como si fuera el jefe de una empresa que se hubiera emborrachado y los empleados lo llevaran aparte tratando de no avergonzarlo a él y de que otros no se burlaran. Quiero decir que lo llevaban con un respeto que se tiene a un jefe. 

Otra actitud que me llamó la atención fue la paciencia infinita y cariñosa con que un colaborador escuchaba las quejas de un patroncito. Por dar una imagen diría que tenía el respeto de un empleado de telefónica, que no pierde la compostura, junto con el cariño de un hermano mayor que escucha a uno más chiquitito. Quiero decir que se juntaban cosas que normalmente no van juntas. Eran voluntarios comunes y me impresionó que no daban la sensación de estar haciendo algo especial o forzado: el espíritu les nacía espontáneamente. Obedecían al pobre en el mismo gesto de tener que indicarle algo y ponerle límites.

sábado, 11 de noviembre de 2017

Mantener en todo momento nuestras lámparas encendidas será una de las claves para ponernos a tono con el tiempo de Dios...


Fuente de este texto: Centro de Pastoral y Espiritualidad (CEP) -Venezuela- 

Este Domingo, la Liturgia nos invita, a través de la parábola de las diez vírgenes, a estar atentos al tiempo de la vida, al de las personas y al de Dios.

El evangelista Mateo (25,1-13) comienza diciendo que diez jóvenes salieron al encuentro del esposo, pero no todas estaban listas. Cinco de ellas no estaban del todo a punto. En el momento de la llegada del esposo perdieron la oportunidad de entrar a la fiesta, de entrar a la misma vida. Y es que la puerta se cerró. Es decir: no hubo más tiempo.

Pudiéramos conformarnos solamente con reflexionar sobre lo beneficioso de ser previsor y lo problemático de ser descuidado, o peor aún, hacer una valoración moral sobre la petición de las jóvenes que se quedaron sin aceite y la actitud de las que no compartieron el suyo. Pero reduciríamos el Evangelio a simple sentido común o al “deber ser”. La Buena Noticia de Dios es mucho más que prudencia o recta actuación.

La parábola de las jóvenes previsoras y descuidadas es una alerta sobre nuestra capacidad de estar atentos al tiempo de Dios y al tiempo de la vida. Y es que Dios, y también las realidades más hermosas como la amistad, la alegría, la ternura en la familia, etc., tienen su propio tiempo.

En forma sencilla pero directa, este Evangelio nos dice que el tiempo de Dios, así como el tiempo de las cosas más sublimes, no es simplemente como nuestros tiempos o ritmos. Por eso es un tiempo que nos delata, porque pone en evidencia la verdad de nuestra existencia. Hace que queden al descubierto lo que hay realmente en nuestra mente y en nuestro corazón.

Mantener en todo momento nuestras lámparas encendidas será una de las claves para ponernos a tono con el tiempo de Dios. Y para esto necesitamos un olfato fino que sólo se logra mediante el discernimiento y una sensibilidad modulada que solo se alcanza a partir del sentir y gustar internamente. En definitiva, necesitamos que dentro de nosotros mismos haya vida.

Este olfato fino y esta sensibilidad modulada nos colocan en la lógica del tiempo de Dios, que se mueve al ritmo de la novedad, porque Dios no tiene día ni hora. Sólo hay que estar abierto, despierto, atento. Dios no se deja atrapar por nuestros convencionalismos, intereses o caprichos. 

Si quieres participar de la fiesta de Dios, atrévete a entrar en sintonía con Él, entrando en sintonía con los demás y con la creación. Arriésgate a experimentar la novedad que te ofrece Dios cada día. Y sobre todo, mantén encendida la lámpara de tu fe para que captes de verdad el tiempo de la vida y de Dios.

sábado, 4 de noviembre de 2017

CAMBIAR PODER POR SERVICIO


Texto anonimo  (si llegan a conocer al autor, por favor enviarme el nombre en un comentario. Gracias)

Cambiar poder por servicio es renunciar a quedarse todo para sí mismo.                                           
                                             Provoca desprendimiento.

Cambiar poder por servicio hace captar los gozos y las penas de los demás.                                       
                                             Habilita la escucha.

Cambiar poder por servicio coloca en un nivel inferior del que está el otro.                                       
                                             Fortalece la humildad.

Cambiar poder por servicio permite hallar el modo de vivir a gusto.                                   
                                             Consolida la alegría.

Cambiar poder por servicio permite estar atento a todos y en beneficio de todos.                               
                                             Libera el amor.

Cambiar poder por servicio logra evitar todo tipo de dominio.
                                             Construye fraternidad.

Cambiar poder por servicio es dialogar tú a tú, sin reservas, sin miedo.                                         
                                             Crea confianza.

Cambiar poder por servicio engrandece al pequeño, fortalece al débil.                                         
                                             Limpia el pasado y presente.

Cambiar poder por servicio elimina la obsesión de tener, de saber y poder.                                         
                                             Transforma lo humano.

Cambiar poder por servicio da prioridad a la persona y no a la estructura.
                                              Hace cristianos.

Cambiar poder por servicio deja en la intemperie toda seguridad.         
                                             Da libertad.

Cambiar poder por servicio engendra familia, hace comunidad, despliega misión.
                                             Provoca vida.

Cambiar poder por servicio hace creíble nuestra vida y el reino que predicamos.
                                             Siembra Evangelio.


sábado, 28 de octubre de 2017

Amar a Dios y al Prójimo quiere decir pasión por Dios y compasión por la Humanidad...

Fuente de este texto: Centro de Espiritualidad y Pastoral -Venezuela-

Para Jesús, “amar al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y amar a tu prójimo como a ti mismo”, no es una simple Ley nueva, ni una manera especial de sintetizarla. 
Sino el criterio de autenticidad de nuestra fe y de nuestro modo de ser personas.

El amor a Dios y al Prójimo nos pone ante la gran novedad de Jesús. Por un lado nos revela que estos dos mandamientos son la raíz y el fundamento sobre los que puede sostenerse con verdad cualquier Ley. Y por otro, que todo, y en particular la Ley, queda definitivamente abierto a la realidad de Dios y a la realidad del Prójimo. 

En el amor está la fuente de donde mana la vida, la adoración, la alegría, la disponibilidad, la sencillez, la entrega, el servicio, y en especial el cuidado de quienes nos necesitan con más urgencia, los pobres, los enfermos, los tristes, los desvalidos.

El amor es comúnmente afecto, conmoción, empatía y adherencia con todo nuestro ser. Pero se desconocería el verdadero amor si nos quedáramos simplemente en una vivencia emocional que no logra transformar todo nuestro ser, o si este amor no se tradujera en obras concretas de fraternidad y solidaridad, que son el test de la veracidad del amor. 

Amar a Dios y al Prójimo quiere decir pasión por Dios y compasión por la Humanidad. Porque Pasión-Compasión significa alabar la existencia desde su raíz, tomar parte en la vida con gratitud, optar siempre por lo bueno y lo bello, vivir con corazón de carne y no de piedra, rechazar todo lo que niegue y excluya a cualquier persona.

El amor nos pone en situación de libertad frente a las seguridades humanas en las que muchas veces deseamos «instalarnos» y que son en definitiva el único obstáculo al verdadero amor. Para la fe cristiana el único crecimiento significativo de la persona es «la libre disposición de sí misma» para amar más allá de toda compensación o seguridad. 

A la luz de la vida de Jesús, el crecimiento en la fe no sigue una línea de ascenso (hacia arriba), sino descendente (hacia abajo), que es lo propio y distintivo del amor. 

Crecer y madurar es ir hacia abajo, es humildad y sencillez. Quien sabe de amor es capaz de dar o gastar su vida en beneficio de causas nobles y sin esperar contraprestación o recompensa alguna. 

martes, 24 de octubre de 2017

Volviendo despues de un tiempo...


El proximo lunes 30 de octubre, tendre la alegria de acompañar el Mes de EE, junto al P. Angel Rossi, sj; en Alta Gracia.

Seran días para volver a pasar por el corazon esta hermosa experiencia que me fue regalada hace varios años...

Volvere a compartir con ustedes las reflexiones  de ESPIRITUALIDAD COTIDIANA

sábado, 23 de septiembre de 2017

DESLUMBRADOS POR LA GRATUIDAD DE DIOS...

Escrito por Dolores Aleixandre RSCJ

"Imaginemos que los discípulos, después de escuchar la parábola de los jornaleros de la viña y ya a solas con el Maestro, le pidieron que se la explicara. (Mt 20,15).

Aventuremos la respuesta del Maestro: “Imaginen que son del grupo de los contratados por el amo de la viña a última hora, y que han recibido el mismo salario que los que se han pasado el día trabajando. Al día siguiente ¿no llegarían mucho más temprano que los demás, no para acumular méritos, sino por puro agradecimiento, porque la bondad del amo los había atrapado en su espiral de gratuidad?”.

La Palabra trata de empujarnos más allá de los límites que nos hemos impuesto y nos desborda con su novedad. Cuando leemos el Evangelio, lo extraordinario roza nuestra existencia, como un cometa que ilumina con su órbita de luz otro planeta oscuro y lo “razonable” queda desafiado por extrañas propuestas que, como una epifanía, rompen nuestro horizonte estrecho y dejan entrever posibilidades apasionantes e inéditas. Podríamos compararla con el anzuelo que intenta “pescarnos” y sacarnos a respirar otro aire, en un intento de que la anterior atmósfera en que nos movíamos nos resulte ya irrespirable.

Jesús, parecía estar a la vez habitado por una confianza sin límites en la capacidad de reacción del corazón humano y, como si no hubiera perdido la ingenuidad de los niños, se atrevía a plantear modos utópicos de comportamiento. Sus propuestas encierran un poderoso potencial transformador...

Si la Palabra había hecho su trabajo, podemos imaginar que aquellos jornaleros de la viña que sólo trabajaron una hora y recibieron un salario desmesurado, comenzaron a conocer el corazón bueno del Dueño. Damos la palabra a uno de ellos para que nos ayude a familiarizarnos con las insólitas costumbres de Dios que aparecen en las parábolas:

“Déjense sorprender por ese Dios desprovisto de los atributos propios de la divinidad (inmutabilidad, equidistancia, impasibilidad...)

No les extrañe verle como un padre alterado e inquieto, que descuida los asuntos de la casa y siempre está fuera de ella esperando o buscando (Lc 15,11-32).

Mírenle como un rey sin poder ni autoridad, incapaz de convencer a sus invitados, demasiado expuesto a la decepción y al fracaso ante el rechazo de su banquete, asombrosamente contento de sentar a su mesa a la gente de los caminos (Mt 22,2-14; Lc 14,16-24).

Asómbrense al saber que es un inversor temerario y precipitado que corre el riesgo de repartir su hacienda, sus talentos o su administración entre quienes no le ofrecen suficiente garantía de gestionarlos bien (Lc 15,12; Mt 25,14-30;Lc 16,1-8). 

Posiblemente, lo mismo que Jesús con sus discípulos torpes y resistentes a la hora de encajar la novedad de ese Dios, el jornalero que hizo la experiencia de lo que es la gratuidad absoluta necesitará mucho tiempo y mucha paciente insistencia para desalojar las viejas ideas sobre Dios que pueblan nuestro imaginario y conseguir que aceptemos que esté siempre más allá de lo que pensamos sobre Él.

Y si le permitimos continuar con su trabajo, la Palabra que escuchamos a través de él nos revelará quiénes somos nosotros para Dios:

“No pongan sus ojos en sus propios méritos, esfuerzos, al contrario: dejen que Dios los sorprenda con su amor desmedido y los colme de un amor que escapa a sus merecimientos.

Son una tierra sembrada de semillas destinadas a dar fruto. No anden preocupados por la mezcla de cizaña que hay en sus vida, lo que al Padre le importa es todo lo bueno que ha sembrado en sus corazón (Mc. 13,24-30).

Es verdad que son pequeños e insignificantes como un granito de mostaza,pero esa pequeñez esconde una fuerza capaz de transformarse en un gran árbol en el que vengan a posarse los pájaros (Mc 4,30-32) 

Alégrense de poseer talentos y recursos a invertir (Mt 25,14-30); lo propio de ustedes es perderse   (Lc 15,3)..., pero Alguien cree en vuestra capacidad de dejarse encontrar y volver a casa, estar en vela, ser misericordiosos, convertir en amor sus deudas. Y si los desea,persigue, busca y espera tanto, es porque son valiosos a sus ojos”.

Estamos convocados a acoger esos nuevos nombres que nos bautizan con su novedad y a creer que son también los nuestros. El Evangelio nos los sigue entregando, como aquella piedrita blanca del Apocalipsis (2,17) en la que está grabada nuestra verdadera identidad...

  -Les pido disculpas, por agregar un texto más largo, en esta oportunidad...a mi parecer, vale la pena-

sábado, 16 de septiembre de 2017

Sólo el perdón y la reconciliación nos convierten en amigos de la vida, de las personas y de Dios...

Fuente: Centro de Espiritualidad y Pastoral -Venezuela

La Palabra nos coloca ante la piedra de toque de toda fe y de toda humanidad: ser capaces de perdonar, y siempre.

Jesús expone en forma sencilla pero directa, la correlación obligada que existe entre la misericordia que recibe el perdonado y la misericordia que éste practique con quienes son deudores suyos. De tal manera que la misericordia y el perdón se convierten en requisito necesario en la relación con Dios, tal como señala el Padrenuestro: “perdona nuestros pecados así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt, 6,12-14). De ahí que en la fe cristiana no pueda separarse amor y perdón, comunidad y misericordia, amistad y reconciliación.

Nuestro Dios se manifestó y se manifiesta amando, perdonando y reconciliando. Porque Dios solo procede desde el amor. Y cuando no encuentra nada bueno, lo hace todo nuevo, dándose Él mismo por entero, con paciencia, tolerancia y capacidad de espera. En esto consiste el imaginario de “perdonar setenta veces siete” propuesto por Jesús.

El evangelio de Mateo afirma que todo camino de realización, si es bueno, pasa por el perdón. Jesús señala sin rodeos que en todo momento y situación hay que perdonar. La vida y la convivencia solo serán viables si asumimos en serio la misericordia y el perdón como los criterios básicos de nuestro modo de ser y proceder.

El rostro más visible del amor cristiano y de todo tipo de amor verdadero es la misericordia y el perdón. En esto se concreta el Plan de Dios, porque solo así se puede CONVOCAR a los distintos para que formen una sola familia; REUNIR a los opuestos para que multipliquen sus fortalezas y construyan un horizonte común; y FRANQUEAR las barreras del resentimiento, de la intriga, del odio y del desamor, para que cada persona se experimente libre y liberadora, sanada y sanadora. 

Muchas veces es muy fácil pedir se nos perdone y muchas veces no somos capaces de perdonar al otro. Si quieres sanar, aprende a perdonar. Si quieres tu alma limpia, cultiva la misericordia. Sólo el perdón nos pone en situación de armonía interior y en situación de convivencia justa y pacífica. Sólo el perdón y la reconciliación nos convierten en amigos de la vida, de las personas y de Dios.

sábado, 9 de septiembre de 2017

"Has Ganado a tu Hermano..."


Dolores Aleixandre rscj

“Has ganado a tu hermano”: ese parece ser para Jesús el objetivo de cualquier comportamiento vincular de un cristiano. No se trata de dominar, ni de convencer, ni de reprochar, ni de arrancar la petición de perdón por parte del otro, sino de recuperar la relación original entre dos seres humanos según el suelo de Dios que es la de fraternidad. 

Podemos mirar si la dinámica de nuestras relaciones va en esa dirección de ganar hermanos. El que sigue a Jesús y abraza ese modo de vida que él ha querido implantar en el mundo que llamamos "Reino", tiene que saber que su modo de vida va a estar siempre referido a otros, en contacto con ellos, aprendiendo incesantemente a comportarse como un hermano, un compañero o un amigo. 

Vivir así tiene precios: el perdón, el interés sincero por el otro, la oración en común. En el Reino no tiene sitio el egoísmo de los individualistas".

sábado, 26 de agosto de 2017

¿Quién es Jesús para Vos...?

Escrito por Clemente Sobrado 

Jesús pregunta primero sobre lo que la “gente piensa y dice”. Y la verdad es que la gente no tiene ni idea de lo que realmente es Jesús. Saben que no es como los demás. Pero no saben quién es.
Sin embargo, a Jesús le interesa más el saber ¿qué piensan ellos?

¿No sabía Jesús de sobra lo que pensaba la gente y lo que pensaban los suyos? Sin duda alguna.
Pero sucede que, a veces, ciertas preguntas, como que nos desinstalan y remueven los propios cimientos. Porque, además, lo curioso del relato es que él mismo que pregunta y está preguntando sobre sí mismo.

La pregunta, además era fundamental. Porque la verdadera fe no es cuestión de un examen de religión ni siquiera un examen de teología. La verdadera fe se conoce de la actitud que tenemos frente a El y de lo que él significa para nosotros.
Podemos llamarnos creyentes, y andarnos por las ramas. Y puede sucedernos como con el colesterol, eso que llaman la muerte secreta, que nos va matando sin enterarnos.
Algo parecido puede sucedernos con la fe...

Creer que creemos, pero no sabemos en qué ni en quién.
Creer que creemos, pero no saber responder de nuestra fe.
Una fe que es más una doctrina que una vivencia.
Una fe que es más un conocer de segunda mano que una experiencia personal.

La pregunta “¿y ustedes quién dicen que soy?” Implica todo un cuestionamiento a nuestra fe:
¿Qué idea tenemos de El?
Y más que nada: ¿Qué significa El en nuestras vidas?
¿Qué pensamos de El? Sí. Pero ¿qué vivimos de Él?
¿Qué decimos de El? Sí. Pero ¿qué lugar ocupa en nuestras vidas?

¿Quién es Jesús para nosotros hoy?
¿Alguien que nos impacta y sacude las fibras de nuestro corazón y de nuestro ser?
¿Alguien que apasiona nuestra mente y nuestro corazón?
¿Alguien que compromete no sólo nuestra moral, nuestra ética, sino todo nuestro ser?
¿Alguien que da sentido y dirección a nuestras vidas?
¿Alguien capaz de sacarnos de nuestros egoísmos y comprometernos con los demás?

¿Quién es Jesús para nosotros hoy?
Cada uno tendrá su propia respuesta.
Nuestra fe dependerá de la respuesta que cada uno dé a la pregunta
¿Quién dicen ustedes que soy Yo?
¿Qué significo realmente yo en vuestras vidas?
Porque nuestra fe es en “un Viviente” y es una “fe viva y para la vida”.

Señor: hay preguntas molestas. Y no porque no sepamos las respuestas,
sino porque las respuestas nos comprometen.
Sabemos que existes: pero no nos preguntamos ¿qué eres para nosotros?
Decimos que estás a nuestro lado vives en la Iglesia:
pero no nos preguntamos ¿qué significas para nosotros?
Sabemos que tú eres la base de nuestra fe, pero nosotros seguimos jugando con nuestras pequeñas ideas.
Sabemos que allí donde tú entras todo está llamado a cambiar.
Que como Pedro podamos confesar: “Tú eres el Mesías, el hijo de Dios vivo”.
Pero luego preguntarnos ¿dónde vives y dónde te haces vida?

sábado, 12 de agosto de 2017

Pequeña Tempestad Amiga...

Escrito por Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-
"Se levantó entonces una fuerte tempestad
y las olas se abalanzaban sobre la barca,
de suerte que la barca estaba ya a punto de hundirse”
-Mc 4, 35-40-

Quizás nos quede grande la aventura que aquellos hombres vivieron en medio de un mar embravecido, cuando pasaban a la otra orilla con Jesús. Pero sí podemos reconocer en ella los nubarrones de nuestros días grises, las tormentas de nuestras autodecepciones, culpabilidades y egoísmos; de todo lo que en nosotros bloquea el paso de la vida y su dinamismo de fraternidad y de futuro. Reconocer el miedo que nos ronda tantas veces, soportarlo, aprender que podemos aguantar, en medio de la borrasca, porque nos sostiene la fuerza de una Presencia que nos acompaña y cuida, aunque creemos dormida.

Un joven que estaba en la cárcel me dijo comentando este pasaje: “es una broma que Jesús nos gasta para conocer nuestra fe”. Pienso en las tempestades tan terribles de personas que sufren como él, y agradezco su abrazo de humor y el testimonio de tanta gente que ha permanecido más allá de toda desesperanza, y que nos descubre que , pase lo que pase en nuestras vidas, él no dejará nunca que nos perdamos.

Siento unas ganas enormes de agradecer las pequeñas tempestades de mi vida, aquellas que me enseñan a poner nombre a mis inseguridades y a mis temores, y que esconden la llamada a vivir más dilatada y mansamente, “¿Por qué estás con tanto miedo?”.

Te doy gracias, pequeña tempestad amiga, porque conduces nuestra mirada mar adentro y nos enseñas a reconocerlo, poco a poco, como Señor de nuestra tormenta y de nuestra calma, como Señor de nuestra claridad y de nuestra desarmonía; como único Señor de toda nuestra vida.

sábado, 5 de agosto de 2017

La Transfiguracion es una Mirada de fe sobre el Misterio de Jesús y del Evangelio...


La Transfiguración no debe entenderse como un simple cambio exterior… es una mirada de fe sobre el misterio de Jesús y del Evangelio.

El relato evangélico de la Transfiguración sólo nos entregará su secreto si renunciamos a saber lo que aquel día ocurrió realmente y cómo se desarrollaron los hechos… porque en realidad constituye una misma cosa con el anuncio del Reino; de hecho, es ese mismo anuncio, que de pronto se ilumina en su realidad más profunda a partir de lo que Jesús vive en su más estricta intimidad, en su relación con el Padre.

El Reino viene, se ha acercado; pero no se manifiesta externamente de forma llamativa, no tiene nada de espectacular ni de sensacional.
Está escondido, no en el misterio del más allá, sino aquí mismo. Oculto bajo el velo de lo cotidiano, se inserta en el desarrollo de la vida diaria como la levadura en la masa.

Está presente en el centro mismo del mundo familiar de cada cual: el de las actividades de cada día, el de las penas y las alegrías de todos. A los fariseos que le preguntan por la venida del Reino y por los signos que permitirán reconocerlo, Jesús les responde: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "'Veanlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre ustedes» (Lc 17,20-21).

Pero, aunque esté escondido en un presente absolutamente cotidiano y familiar, el Reino no es en modo alguno una realidad cotidiana y familiar. Es una cercanía enteramente nueva de Dios al mundo, una presencia maravillosa, inesperada, insuperable; una revelación de ternura que lo transfigura todo, de forma que quien la acoge puede decir con toda verdad: «¡Qué bueno es estar aquí...!» Con su venida, la existencia más ordinaria queda transfigurada en todas sus relaciones, penetrada y transportada por el aliento de misericordia y ternura que viene del Padre, a través de esa relación singular y única, toda intimidad, que Jesús mantiene con el Padre. Nada ha cambiado exteriormente. Sin embargo, todo se vive de manera diferente: a la luz del Hijo amado. De este modo, el anuncio del Evangelio es todo él transfiguración.

Pero todavía hay que dar un paso más para acceder plenamente al sentido de la Transfiguración tal como nos la presentan los evangelios. Ese poder transfigurado!' del Reino actúa con su mayor fuerza precisamente allí donde
está más escondido: en la experiencia del sufrimiento, de la humillación y de la muerte; en el corazón mismo del fracaso y el abandono…Nos encontramos en el corazón mismo del misterio. 

Mediante su sufrimiento y su muerte, Jesús establecerá el Reino, no en un lejano país de ensueño, sino en el centro mismo de la condición humana más dura, más desfigurada, más inhumana.

Llevará el hoy del Reino a todos los excluidos, proscritos y abandonados, a todos los crucificados. Y su presencia junto a ellos atestiguará que Dios les ha alcanzado en su propio abismo y que el Reino de la luz ha llegado hasta ellos.

sábado, 29 de julio de 2017

Las Tres Parábolas para la Búsqueda de la Plenitud...

Fuente: Centro de Espiritualidad y Pastoral -Venezuela-

Las tres parábolas proponen indicadores para esta búsqueda hacia la plenitud. La parábola que trata del tesoro escondido presenta la novedad de Dios como la fuerza que atrae hacia la ruta de la plenitud. La parábola sobre la perla fina resalta la agudeza del que sabe distinguir lo que tiene verdadero valor de lo que no lo tiene tanto. Y la parábola de la pesca destaca la habilidad de cribar para escoger y quedarse con lo mejor.

El evangelista Mateo (13,44-52), está refiriéndose a un aspecto muy central de la vida como lo es el discernimiento. Porque el discernimiento requiere agudeza en la búsqueda, capacidad de escoger y la audacia de decidirse...

En este Evangelio sorprende la función que desempeña la alegría, al presentarla como el motor que impulsa todo camino, emprendimiento o proyecto personal y común que trascienda la mezquindad y el beneficio egoísta. Y es que la verdadera alegría es termómetro y norte de la vida auténtica.

Esta alegría hace que los tesoros escondidos, las perlas finas y los mejores frutos de la pesca, salgan a la luz y empiecen a iluminar nuevos caminos para uno mismo y para los demás. La alegría nos da el valor y la audacia para cribar todas las cosas, quedándonos con lo que más nos pone ante la vida y ante Dios.

Jesús nos dirá que el Reino de Dios es como tesoro siempre oculto, perla entre perlas. Es tan bueno y tan sencillo a la vez, que está mezclado entre otras tantas cosas buenas. Nuestro Dios es tan atractivo, inesperado y sorprendente, que quien lo encuentra, se siente tocado en lo más profundo de su ser. Ya nada puede ser como antes. 

Nada hay en la vida personal y social que no deba ser discernido y cribado. Y cuánto más si se trata de la convivencia social, las ideologías y las mismas creencias que modulan o moldean criterios, posturas y determinaciones. La persona o el grupo humano que discierne de verdad, será siempre el mismo, pero jamás será lo mismo.

sábado, 22 de julio de 2017

Mas allá de esa Cizaña que se mezcla con el Trigo, hay una Vida Creciendo en Nosotros...

Escrito por Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-

"Las primeras comunidades cristianas necesitan entender la parábola de la cizaña en el campo. Jesús les había contado la historia de un sembrador generoso que sin tener en cuenta la calidad del terreno echaba su semilla con esplendidez y confiaba en que en alguna tierra daría su fruto. Era la semilla la que hacía buena a la tierra pero junto a ella eran sembradas a la vez otras semillas dañinas…

Así pasa también en las tierras del corazón, encontramos trigo y cizaña y por más que queramos arrancar esta última sabemos que tenemos que contar con ella hasta el final. Más adentro de nuestros terrenos pedregosos, y de esa cizaña que se mezcla con el trigo, hay una vida creciendo en nosotros. Una vida que tiene su propio ritmo, sus modos y que alcanza fecundidades que no podemos ni imaginar: los comienzos son mínimos y los finales inesperados. 

Jesús nos invita a escuchar algo que es difícil para nuestros oídos: que la justicia se abrirá camino, aún en las situaciones que creemos más perdidas, y que no se trata de arrancar la cizaña en nosotros y en los demás sino de abrazarla, de cubrirla con un amor tan gratuito que la deje desarmada de su aguijón. No hay buenos ni malos en esta historia aunque así lo parezca, hay seres humanos con su fragilidad y sus posibilidades invitados a cuidar su trigo y el de otros y a no desesperar; a dejar que sea el Sembrador el que al final nos revele el otro lado de aquello que aún no alcanzamos a comprender".

sábado, 15 de julio de 2017

Una parábola que nos habla hoy a cada uno de nosotros...

Texto del Papa Francisco

El Evangelio de este domingo (Mt 13,1-23) nos muestra a Jesús que predica a orillas de lago de Galilea, y como mucha gente lo rodea, Él sube en una barca, se aleja un poco de la orilla y predica desde ahí. Cuando habla al pueblo, Jesús utiliza muchas parábolas: un lenguaje comprensible a todos, con imágenes tomadas de la naturaleza y de situaciones de la vida diaria.

Lo primero que narra es una introducción a todas las parábolas: es aquella del sembrador, que a manos llenas arroja las semillas sobre todo tipo de terreno. Y el verdadero protagonista de esta parábola es la semilla, que produce más o menos frutos según el terreno sobre el cual ha caído. 

Los primeros tres terrenos son improductivos: a lo largo del camino las aves se comen la semilla; sobre el terreno pedregoso los brotes se secan rápidamente porque no tiene raíces; en medio a las zarzas la semilla viene sofocada por las espinas. El cuarto tipo de terreno es el terreno bueno, y solamente ahí la semilla germina y da fruto.

Esta parábola habla hoy a cada uno de nosotros, como hablaba a los oyentes de Jesús dos mil años atrás. Nos recuerda que nosotros somos el terreno donde el Señor echa incansablemente la semilla de su Palabra y de su Amor. 

¿Con qué disposición la acogemos? 

Y podemos preguntarnos: 

¿Cómo esta nuestro corazón? 
¿A qué terreno se parece: a un camino, a un pedregal, a unas zarzas? 

Depende de nosotros convertirnos en terreno bueno sin espinas ni piedras, pero formado y cultivado con cuidado, para que pueda dar buenos frutos para nosotros y para nuestros hermanos.

Y nos hará bien no olvidarnos que también nosotros somos sembradores, Dios siembra semillas buenas, y también aquí podemos preguntarnos: 

¿qué tipo de semilla salen de nuestro corazón y de nuestra boca? 

Nuestras palabras pueden hacer tanto bien, así como tanto mal, pueden sanar y pueden herir, pueden animar y pueden deprimir, recuerden: aquello que cuenta nos es los que entra, sino lo que sale de la boca y del corazón. 

La Virgen nos enseñe con su ejemplo a cuidar y hacerla fecunda en nosotros y en los demás.