sábado, 29 de junio de 2013

"Jesús te Seguiré y las Respuestas de Jesús..."

Del Padre Angel Rossi -sj-

El “Jesús te seguiré” también tiene sus condiciones, y de hecho en la Palabra Jesús le va a decir a figuras anónimas, que no son los discípulos: “Sepan que el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza”. Otro le pide permiso para ir a despedirse de los suyos y Jesús les va a decir que ya no hay tiempo, “dejen que los muertos entierren a los muertos”, está hablando de una urgencia evangélica.

Uno puede tomar este “Jesús te seguiré” (Lc 9, 57-62) que en el fondo es lo que uno debería poder llegar a decir desde lo hondo del corazón al Señor. Y sería interesante que uno se deje responder por el Señor. ¿Qué me diría el Señor? Uno puede imaginar, tomando los textos evangélicos, qué me podría decir hoy el Señor. Les propongo tres posibles respuestas.

 1) “Tienes que nacer de nuevo”

Es la respuesta a Nicodemo, que podríamos adaptarla a la ocasión “Si querés seguirme tenés que nacer de nuevo” (Jn 3, 1-ss). Es una invitación a la conversión. No se lo puede seguir al Señor si no hay al menos el intento de conversión. El Señor llama a pecadores pero implica en nosotros un camino de purificación del corazón, la conversión, que no es un cambio de modales, es un cambio en el modo de vivir, en el modo de ser... no es cuidar la vidriera, es desmantelar la trastienda, es ir de a poquito desmantelando las zonas de noche disimuladas que tenemos en el corazón. La conversión no es mejorar un poquito, es reorientar la vida, este es el desafío.

“Jesús te seguiré” y Jesús nos diría como a Nicodemo: “Tenés que nacer de nuevo”. A este hombre judío, inteligente, culto, le decía una especie de: “Nicodemo, no me estudies, seguime; no me conozcas fríamente, conoceme internamente; no me adules, rezame, pedime con corazón de hijo”, este es el desafío. En el fondo Jesús le está diciendo a Nicodemo y nos dice a nosotros, que la condición para poder seguirlo es enamorarse. Nadie sigue a quién no ama, nadie ama a quién no conoce. Enamorarse es este conocimiento interno del Señor que es lo que me seduce para poder seguirlo.

Nos decía el P. Arrupe: “Nada puede importar más que encontrar a Dios, es decir, enamorarse de él de una manera definitiva y absoluta. Aquello de lo que te enamoras atrapa tu imaginación y acaba por ir dejando su huella en todo. Será lo que decida qué es lo que te saca de la cama en la mañana, qué haces con tus atardeceres, en qué empleas tus fines de semana, lo que lees, lo que conoces, lo que rompe tu corazón, lo que te sobrecoge de alegría y gratitud, enamórate y luego permanece en el amor, verás que todo será de otra manera”.

Por lo tanto, quizás, frente a este “Jesús te seguiré” quizás uno podría dejarse decir: Si querés seguirme tendrás que nacer de nuevo.

2) Levantate del borde del camino

“Jesús te seguiré”, quizás el Señor me diría: “Si querés seguirme tenés que levantarte del borde del camino” (Marcos 10, 46 – ss) aquello que le dice al ciego. Éste hombre que cuando pasa Jesús le grita, los discípulos lo intentan callar, Jesús se da cuenta de aquel grito que tiene una hondura muy especial, lo manda a llamar y los discípulos le dicen aquello tan lindo que ojala nos lo podamos decir nosotros: “Levántate, porque Él te llama”. Y aquel hombre pegó el salto, soltó la túnica. Para un hombre que es ciego y pordiosero la túnica lo es todo, es la seguridad y le permite pasar la noche sin morirse en los lugares que hace frío. El ciego se pone frente al Señor y entonces el Señor le pregunta: “Qué quieres que haga por ti” y él le contesta “Señor, que vea”, y el Señor le dice: “Ve, tu fe te ha salvado”, y concluye el texto diciendo: “Y después lo siguió por el camino”.

El Señor lo cura pero por sobretodo lo levanta del borde del camino. Nadie puede ir detrás del Señor, nadie lo puede acompañar al Señor arrastrándose, es necesario seguirlo de pié. Dios no nos quiere tirados, nos quiere de pie, Dios no nos quiere reptando, nos quiere caminando junto a Él. Quizás la condición para seguirlo al Señor sea esta de levantarnos del borde del camino, y uno podría ponerle nombre a ese borde del camino, es como si el Señor nos dijera: levántate de tu pereza, levántate de tu tristeza, levántate de tu pecado que te tiene hundido, levántate de tus proyectos rastreros.

Juan Pablo II en una de las primeras meditaciones de pascua, tomando el texto de Jesús que la hace poner de pie a la hija de Jairo en el evangelio, decía aquello tan lindo en la Plaza San Pedro:

Levántate tú que estás desilusionado, levántate tú que ya no tienes esperanza, levántate tú que te has acostumbrado a una vida gris y a los dones de Dios, levántate tú que has perdido la confianza de llamar a Dios papá, levántate tú que sufres, levántate cuando te sientas excluido, abandonado, o marginado.

“Jesús te seguiré”, quizás el Señor podría decirnos “si quieres seguirme levántate, te quiero de pie, levántate del borde del camino”.

3) Rompé el frasco

Y finalmente el Señor podría decirme: “Si quieres seguirme tienes que romper el frasco” Está en Juan 12 en donde aquella mujer unge al Señor con un perfume de nardo carísimo. Los textos paralelos dicen que la mujer rompe el frasco y lo perfuma. El perfume es símbolo de lo más caro, y lo más caro nuestro es el amor... La mujer rompe el frasco, no es que se le cayó y se le rompió, ella lo rompió y al romperlo Judas se escandaliza pensando en cuánto podría valer. Están simbolizadas dos actitudes, romper el frasco como símbolo del derroche, la medida del evangelio es el derroche. Jesús lo enseñó en la multiplicación de los panes, en la pesca milagrosa, en las bodas de Caná, cuando Jesús ama, cuando Jesús nos da, cuando Jesús hace sus milagros, siempre es en clave de derroche. Es un gesto hermoso de esta mujer, rompe el frasco, y es lindo, porque sin darse cuenta es un gesto profético. Por un lado porque Dios Padre ha hecho lo mismo con nosotros, porque Jesucristo es el mejor perfume del Padre, y para ungirnos a nosotros, para redimirnos, rompe el frasco, nos entrega a su hijo a la cruz y después a la resurrección para salvación nuestra. Y esta mujer no solo lo contempla a Jesús sino que lo contempla en la acción, se juega en un gesto, rompe el frasco en un ambiente que además le es hostil, porque entra en un grupo de hombres que la habrán visto como diciendo “si Jesús supiera quién es esta mujer”.

Está bueno preguntarnos: ¿cuál es mi frasco de perfume que todavía no termino de romper? ¿Qué es eso que me todavía me reservo?. Siempre hay algo reservado, algo que no termino de entregarle al Señor, a veces uno dice que algo se reserva para una mejor ocasión pero ¿cuál es la ocasión? No existe la ocasión. Se dice que el amor siempre reconoce la ocasión, y si no la reconoce, el amor es creativo, crea la ocasión para entregar. Seguirlo al Señor es terminar de romper ese frasquito que está ahí metido en el corazón nuestro y que no terminamos de romper para ungir al Señor…

Entonces cada uno, dejando que esta pregunta cale hondo en el corazón y podamos preguntarnos:¿y nosotros? Lo mejor de mi amor tiene que ser para ungir a lo derrotado de Cristo entre nosotros: los solitarios de mi familia, o de mi mundo en donde nos toque vivir, los pobres, los enfermos, los que no encuentran sentido a la vida, los presos... cada uno sabrá cuáles son los derrotados, los Cristos derrotados que tenemos en torno a nosotros. Ungimos a todos, pero el mejor de nuestros perfumes es para ellos.

Exigencias para seguir a Jesús

En estas tres posibles respuestas de Jesús ante el “Jesús te seguiré” nuestro, siempre algo se sacrifica. Nicodemo, sacrifica su estatus social porque seguirlo a Jesús suponía el rechazo de los de su ámbito: desaparece de la escena y recién aparece después en la Pasión. En el caso del ciego tiene que soltar la túnica. Y la mujer tiene que romper el frasco. Siempre en el seguimiento del Señor tiene que haber esta disponibilidad de entrega, esta disponibilidad de soltar aquello que quizás nos está impidiendo seguirlo al Señor, nos está impidiendo pegar el salto como el ciego o nos está impidiendo romper el frasco.

 Es bueno que nos animemos a sentir muy hondo este seguimiento que para nosotros a veces son decisiones grandes de vida pero que también es un seguimiento en lo cotidiano. El modo cotidiano de seguirlo al Señor es el trabajo de cada día, es asumir la ley desde nuestro pueblo de nuestra gente... éste es nuestro modo de seguimiento además de los modos concretos que el Señor pueda pedirnos a lo largo de nuestra vida a cada uno en particular.

Para terminar compartimos aquella oración del misionero que tiene el hermano Fermín Gainza en donde imagina el llamado del Señor a sembrar y entonces qué respuesta le doy a su llamado a sembrar como signo del evangelizar:

“Señor, cuando nos mandas a sembrar rebozan nuestras manos de riqueza,
 tu Palabra nos llena de alegría cuando la echamos en la tierra abierta. 
Señor, cuando nos mandas a sembrar sentimos en el alma la pobreza,
 lanzamos la semilla que nos diste y esperamos inciertos la cosecha. 
Y nos parece que es perder el tiempo este sembrar en insegura espera. 
Y nos parece que es muy poco el grano para la inmensidad de nuestras tierras. 
Y nos aplasta la desproporción de tu mandato frente a nuestras fuerzas.
Pero la fe nos hace comprender que estás a nuestro lado en la tarea.
Y avanzamos sembrando por la noche y por la niebla matinal.
Profetas pobres pero confiados que tú nos usas como humildes herramientas.
Gloria a ti Padre bueno que nos diste a tu Verbo, semilla verdadera.
Y por la gracia de tu Santo Espíritu la siembras con nosotros en la Iglesia.
 Amén.

viernes, 28 de junio de 2013

En la Fiesta de San Pedro y San Pablo


Escrito por Clemente Sobrado 

Dos hombres diferentes.
Dos llamadas diferentes.
A Pedro, Jesús le llama mientras recoge las redes.
A Pablo, Jesús le llama mientras va persiguiendo a los cristianos.
Dos momentos bien diferentes y dos actitudes distintas.
Pedro, el hombre del Lago sin mayores prejuicios.
Pablo, el hombre que lleva el corazón de resentimientos contra todo lo que suene a Jesús.
Ninguno de los dos fue llamado en el Templo.
Ninguno de los dos estaba rezando y leyendo la Palabra.

Para Dios no hay espacios especiales.
Incluso, a Dios no lo importan los momentos.
Ni siquiera las actitudes o disposiciones del corazón.
La gracia de Dios llama cuando menos lo esperamos.
La gracia de Dios llama, incluso cuando le estamos rechazando.
La gracia de Dios cuando toca el corazón hace que dejemos barcas y redes.
La gracia de Dios cuando toca el corazón hace que todos los resentimientos den paso al grito de “¿Quién eres, Señor?”
El poder de la gracia es más que todos los problemas y dificultades.
La gracia de Dios es capaz de actuar en los sencillos.
La gracia de Dios es capaz de actuar también en los rebeldes y resentidos.

Pedro se encuentra con el Jesús que comienza su predicación.
Pedro sigue a Jesús por los caminos polvorientos.
Pedro tiene que pasar por los momentos difíciles de la Pasión.
Pablo se encuentra con el Jesús resucitado.
Pablo se encuentra con el Jesús que sigue vivo en la Iglesia.

Pedro será la piedra firme sobre la que Jesús edificará su Iglesia.
Pablo será el misionero que abre la Iglesia a la gentilidad.
Pedro será el que da unidad a la Iglesia.
Pablo será el que funda las pequeñas iglesias entre los gentiles.
Pedro será el pastor del rebaño.
Pablo será el que hace misionera a la Iglesia.
Pablo será el misionero peregrino capaz de enfrentarse con los suyos y con los gentiles y que no temerá pasar por infinidad de dificultades y sufrimientos.

Es que cuando:
Se ha descubierto la verdad de Jesús, ningún obstáculo es capaz de detenernos.
Se ha aceptado la verdad de Jesús y del Evangelio, no hay camino que nos impida llevar la verdad.
Se ha descubierto y a aceptado a Jesús, las vidas se ponen a su servicio.

Hombres distintos.
Con llamadas distintas.
Con caminos distintos.
Pero unidos en el mismo ideal de Jesús y del Evangelio.
Pero unidos en que los dos son capaces de entregar sus vidas por el Evangelio.
Caminos diferentes que terminan en un solo camino, el del martirio.

Dos milagros de la gracia.
Dos milagros de la gracia que nos hablan de las posibilidades de Dios en nosotros.
Dos milagros de la gracia que nos hablan de que para Dios nada haya imposible.
Dos milagros de la gracia que nos hablan de lo que cada uno podemos ser.
Dos milagros de la gracia que nos hablan de que cada uno tenemos nuestro camino.
Dos milagros de la gracia que nos hablan de que siendo diferentes:
Hay un Jesús que nos une y entusiasma.
“No quiero saber otra cosa que a Jesús, y este crucificado”.
Hay un Evangelio que nos une y nos abre a la esperanza.
Hay una Iglesia que nos une y nos compromete en su acción misionera.

¿Alguien puede decir que él no sirve?
¿Alguien puede decir que él no puede?
“Todo lo puedo en aquel que me conforta”.


viernes, 21 de junio de 2013

"Entrar en la Órbita de la Intimidad Total del Amigo"

Escrito por Xavier Quinzá Lleo - de su Libro:Pasión v radicalidad-

"La llamada del Señor al seguimiento tiene un carácter totalmente personal e irrepetible: vamos comprobando que las opciones que concebimos van acoplándose interiormente con las vivencias que suscita la relación personal con el Señor y así consideramos la vida como una progresiva adhesión a Cristo.

Este modo de actuar, mediante la referencia a la palabra y vida del Señor, personalmente interiorizadas, será en adelante un medio habitual para discernir sin cesar las opciones que comporta la vida de entrega en medio del mundo.

Este adentrarnos en la vivencia honda de la existencia con Jesús nos va conduciendo progresivamente a una adhesión total a Él, con un gran deseo de amar y abrazar con todas las fuerzas posibles cuanto Él amó y abrazó, hasta que nuestros deseos se dejen entrenar por El. Y así se va produciendo progresivamente una gran apertura a la acción transformadora del amor, que nos va haciendo entrar en la órbita de la intimidad total del Amigo. 

Sólo cuando nos adherimos a su persona y a su causa comprendemos el sentido de este «amor apasionado» que nos lleva a asumir su estilo y a abrazamos definitivamente a su cruz. 

Esta inserción en el Misterio Pascual pone una palabra de verdad definitiva
en nuestra entrega cotidiana y la sitúa a la luz del misterio redentor de Cristo en Dios".

martes, 18 de junio de 2013

Los Gestos del Mucho Amor...

La Mujer del Perfume
Escrito por Dolores Aleixandre -de "Dichosos Vosotros"-

La narración de la mujer perdonada que ungió a Jesús en casa de Simón el fariseo -Lc 7,36-50- nos hace ver cómo la misericordia recibida desencadena un movimiento imparable de generosidad y agradecimiento.

Tiempo para contemplar

Mira la escena como si estuvieras en ella. Contempla la sala del banquete, y a los tres personajes centrales: 
  • el fariseo, 
  • Jesús 
  • la mujer
Fíjate en sus acciones: es la mujer quien aparece como el sujeto de mayor parte de ellas.

Escucha las palabras que Jesús dirige al fariseo y las que dirige a la mujer; también las palabras no pronunciadas: los juicios del fariseo, los gestos silenciosos pero expresivos de la mujer.

Huele el aroma del perfume inundando la casa, siente a que saben estas palabras:
  • "Se le ha perdonado mucho"
  • "Muestra mucho amor"
  • "Tu fe te ha salvado"
  • "Vete en paz"
Esta mujer irrumpe en el banquete sin ser invitada; sus gestos resultan inadecuados y ambiguos ya que según la costumbre de aquella cultura, el solo contacto envilece a quien ella toca...

Jesús interpreta las cosas de otra manera y des-vela lo que esconden las apariencias:

Al fariseo la Ley le ha secado el corazón, se engaña en sus juicios y está incapacitado para la hospitalidad; se creía por encima del perdón y su ausencia de amor se convierte en el peor pecado. Debe mirar a la mujer y aprender de sus aptitudes de relación, es ella quien puede iniciarle en la verdadera hospitalidad. Aquella a quien miraba por encima, es ahora su modelo y su maestra: y en comparación con ella que está bajo el signo del más y del mucho, todo lo  de él es poco y menos.

La  mujer posee el secreto de la circularidad del amor: ha recibido el de Jesús y lo vuelve sobre Él, es quien sabe acoger y agradecer y conoce lo que hace heredar la vida eterna: "Amarás al Señor con todo tu corazón..." -Lc 10,27-. Posee la verdadera sabiduría porque a través de Jesús ha conocido el corazón misericordioso de Dios. Su don expresado en lágrimas, besos y caricias y perfume son su respuesta al per-don recibido. Una excluida que al principio estaba fuera, detrás y abajo, está para Jesús arriba y se convierte en punto de referencia y en modelo de fe; ha arrebatado al que se creía intachable el puesto de anfitrión. Cuando se marcha, lo hace perdonada, salvada y escoltada por la paz.

Haz memoria del perdón que has recibido y alégrate de estar en deuda con el Señor y por lo tanto en disposición de amar mucho. La misericordia recibida puede hacer de ti alguien de quien Jesús diga: "Dichosos los misericordiosos..."
Siente tu existencia como un frasco lleno de perfume: tus cualidades y dones, tu tiempo y recursos... Está en tu mano retenerlo y escatimarlo o  entregarlo y derramarlo. Y hoy es en los otros donde puedes realizar gestos de ternura, acogida y derroche.

Imagina  que Jesús te llama por tu nombre: ".......Tengo algo que decirte". Lo que pone ante ti es la posibilidad de vivir una vida regida por la "lógica de la ley y el cálculo" (el plano de la medida, la severidad, lo razonable...), o por la lógica del don y la gratuidad" (es decir el agradecimiento, el amor creativo, la esplendidez...).

Pídele a Él, el "Señor de la desmesura", que te ponga "del lado de la mujer" que es también el suyo, que cure "lo que tienes de  fariseo en tu corazón", que te enseñe a mirar a las personas como él, que te inspire los gestos del agradecimiento, de la misericordia y del "mucho amor"


sábado, 8 de junio de 2013

"Saber decir "Adiós" a lo que se va y "Hola" a lo que Llega..."

La Viuda de Naim -Lc 7,11-17-
Escrito por Dolores Aleixandre

Dice el Cardenal Daneels que en cada momento de nuestra existencia decimos "adiós" a alguna persona o a alguna cosa, nos vemos enfrentados a la necesidad de despedirnos y de "hacer duelo": envejecemos, vemos apagarse nuestra energía; sufrimos al perder un ser querido: un hijo, el compañero o compañera de nuestra vida, un hermano o una hermana, un amigo, una buena vecina; sufrimos por un trabajo perdido o al que nos vemos obligados a renunciar; sufrimos por tantas heridas y tensiones, por el deterioro de nuestra imagen, por tantas oportunidades fallidas, por la perspectiva de nuestra propia muerte que se acerca inexorablemente... Y dicen los psicólogos que necesitamos aprender a procesar el duelo, saber decir "adiós" a lo que se va y "hola" a lo que llega.

Vivimos en una cultura en que, por una parte, la muerte está omnipresente y, por otra, se la aleja en un intento de ignorarla, evacuarla y expulsarla de nuestra conciencia. Nadie se muere porque es ley de nuestra condición mortal, se muere por accidente, o por un error médico, o víctima de una enfermedad para la que aún no se ha encontrado remedio pero que será vencida en el futuro.

El paso del tiempo se vive como desvalimiento, inseguridad y perplejidad; es una agresión, y se trata a toda costa de borrar sus huellas, como si fuera algo vergonzoso que hay que ocultar por educación y elemental buen gusto.

Nos aferramos a todo lo que poseemos: dinero, fuerzas, trabajos, juventud, saberes, fama, imagen... la pérdida de cualquiera de esos "bienes" nos desconcierta, nos produce rebeldía y fácilmente nos hace caer en el abatimiento. Seguimos anclados en la nostalgia del pasado, incapacitados para mirar lo que nos está trayendo el presente, llorando por haber perdido el sol e impidiéndonos así, por culpa de las lágrimas, llegar a ver las estrellas, como decía R. Tagore.

¿Qué sabiduría encontramos en el Evangelio para vivir de una manera contracultural las pérdidas y el paso del tiempo? Aquella mujer viuda de Naim, que había perdido su hijo único, nos representa a todos nosotros encajando a duras penas todos los adioses que la vida nos va imponiendo y el evangelio nos la presenta recibiendo de manos de Jesús al hijo perdido, ahora como un don y no como una posesión que se retiene avidamente. Posiblemente su relación con aquel hijo recobrado adquirió desde entonces otra dimensión preciosa: la del don gratuitamente recibido que no se puede agarrar como propiedad absoluta sino que se tiene entre las manos con agradecimiento y libertad.

De aquella mujer aprendemos a saber relativizar, no perdiendo el interés por las cosas y las personas, sino dándoles su justa medida, la medida del amor, de la vinculación y el compromiso. Y a saber, como el árbol a quien le podan las ramas, que es el precio para poder seguir creciendo y dando fruto.

viernes, 7 de junio de 2013

Corazón de Jesús, déjame fundirme en ti...


Escrito por P. Javier Albisu, S.J.

Déjame fundir mi historia en tu Corazón
con toda su carga de debilidad,
y entregar a tu misericordia lo que tu amor dejó atrás.

Déjame fundir mis ojos en tu Corazón
hasta mirar reconciliado mi propia realidad.

Déjame fundir mis oídos en tu Corazón
hasta escuchar lo que jamás imaginaron
que podías y querías pronunciar:
“Yo te perdono; quédate en paz”.

Déjame fundir mi boca en tu Corazón
hasta aprender en el silencio a decir: “abbá”.

Déjame fundir mi rostro en tu Corazón,
hasta encontrar hecho niño el asombro,
con que un día me acercaba hasta tu altar.

Y si ves que a las puertas de fundirme,
mi miedo me detiene y te dice: “¡Basta ya!”,
que tu mano en mi cabeza, me responda:
“Tan sólo, déjate amar”.

domingo, 2 de junio de 2013

Un Dios que se deja tomar entre las manos


Escrito por Angel Rossi -sj-

Después del lavatorio de los pies, en el texto paralelo, aparece el momento de la institución del sacerdocio y de la eucaristía. Pero sería lindo también al contemplar esta escena, rumiar este misterio inmenso de la Eucaristía. Esta presencia del Señor en la eucaristía que es un misterio grande, inmenso, en términos de San Ignacio “un misterio de profundo y total abajamiento”. El inmenso y bellísimo misterio de un Dios que ha querido encarnarse, que como decía Martín Descalzo “se dio cuenta de que sólo se ama aquello que se puede abrazar”. Y un Dios que hasta tal punto se hace a nosotros que asume nuestra carne y nuestra fragilidad, que llega a esta locura de la eucaristía, el omnipotente, el innombrable, el infinito, el inalcanzable, el que era motivo de temor para el antiguo testamento ante el cuál había que taparse el rostro para no caer muerto al verlo cara a cara, el admirable para los filósofos, este Dios inmenso, comete “la amorosa imprudencia” de quedarse entre nosotros y para nosotros bajo la forma de pan y de vino.


Algo tan sencillo, tan a la mano, tan cotidiano, tan vulgar... ¿No habría sido mejor que lo haga bajo la forma de algún alimento más difícil de conseguir, o más caro, o más escondido, para que sólo accedan a Él quienes lo busquen arduamente y no tengamos que vivir dudando de los méritos de muchos que llegan a Él con la misma facilidad que nosotros? Haciéndose tan a la mano ¿no se auto desvaloriza? Así pensamos nosotros, pero Dios no piensa así.

La Eucaristía es misterio de descalabro, de celebración gozosa para los pequeños y de escándalo para los fariseos que si por ellos fuera pedirían certificado de conducta intachable del alma en la fila de la comunión. Un Dios que se deja tomar entre las manos, que se deja pasar de mano en mano con el riesgo de que no siempre ellas estén lo suficientemente limpias como algo tan sagrado merecería... y Él lo sabe e insiste en quedarse, y no se arrepiente ni quiere volver para atrás y ser sólo un motivo de reverente y fría admiración, cuidadoso de no rozarse son nuestras miserias para no ensuciarse. Podemos decir: “Señor no te entendemos pero te agradecemos, nos cuesta entender este abajamiento, este no tenerle miedo a las heridas del corazón que muchas veces supuran más que las heridas del cuerpo”.

Muchas veces hemos confundido la preparación del alma para la eucaristía y en vez de sacar a luz nuestras heridas, las maquillamos, en vez de acercamos a comulgar en debilidad, lo hacemos enarbolando los títulos de buenos cristianos, en vez de buscarlo sedientos, lo hacemos saciados y empachados de méritos. O al contrario viéndonos a veces tan poca cosa, tan indignos, no nos acercamos como si la encarnación y la Eucaristía dependieran de nuestra carpeta de méritos. Nos olvidamos de que son dos presencias totalmente gratuitas, motivadas por nuestra fragilidad y no como recompensa a nuestros buenos comportamientos.

Es cierto que no podemos acercarnos de cualquier modo a la Eucaristía y que hay que ser muy delicado, pero no esperemos tener pureza de ángeles para recibirlo, de lo contrario, como dice el poeta, “nos moriremos de sed al lado de la fuente”. A veces nos dice la gente: “Yo no voy a misa porque los que van a misa después durante la semana son iguales a nosotros o peores” y yo les respondo que somos iguales, y por eso vamos a misa, porque somos igualmente pecadores. Es cierto que nuestro testimonio será cristiano en la medida que nuestros gestos sean cada vez más coherentes con nuestra fe y es cierto que normalmente escandalizamos y alejamos a la gente cuando advierten en nosotros ese quiebre entre lo que pensamos y proclamamos y lo que en realidad vivimos. Justamente porque queremos que esa grieta entre mi querer y mi obrar, entre lo que en el templo deseamos y lo que afuera hacemos desaparezca o disminuya, vamos a rezar, a escuchar la Palabra y a fortalecernos con la Eucaristía.

Ir a misa no es garantía de santidad, al contrario, es garantía de debilidad. El que entra a misa con perseverancia y sinceridad, al traspasar la puerta de la Iglesia hace un acto de humildad, se reconoce y se declara públicamente débil, porque si no lo fuéramos no necesitaríamos venir a alimentarnos, nos quedaríamos en casa regodeándonos satisfechos de ser fuertes. La misa es esto, reunión de débiles que necesitan ser fortalecidos con la Palabra y la Eucaristía; reunión de heridos que necesitan ser curados, o aliviados, de hijos pequeños que necesitan sentir la paternidad de Dios, de ciegos que necesitan luz, de hombres y mujeres que por esa vuelta de la vida hemos perdido el camino y entonces venimos al que es el Camino, para que nos saque con la delicadeza con que solo Él sabe hacerlo de los acantilados donde fuimos a parar. O si vamos bien, podamos perseverar y no tentarnos de dejar el sendero estrecho para indagar recodos o atajos falsos, o cansarnos y quedarnos al costado del camino.

En definitiva la misa no es para los que se creen buenos sino para los que estamos convencidos de que necesitamos mucha ayuda de Dios y de nuestros hermanos, por eso celebramos la misa en comunidad, para seguir deseando ser buenos. Y esto lo hacemos en ámbito de fiesta, de celebración, porque con San Pablo, “nos gloriamos en nuestra debilidad, porque cuando estoy débil, entonces soy fuerte porque en mí debilidad se muestra su fuerza” ( 2Corintios 12, 9-10).

La propuesta es admirarnos de este Señor que ha querido no escaparse de nosotros a pesar de nuestras traiciones sino que ha querido quedarse allí como alimento, como fuerza... ha querido quedarse entre nuestras manos y en nuestro corazón.



sábado, 1 de junio de 2013

"El Misterio del pan Dios y el vino Dios..."

Escrito por Diego Fares -sj-

“Jesús partió los panes y los fue entregando a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Y todos comieron hasta saciarse…”.
Como dice Bernárdez:
Al empezar a comer 
notan que el pan del Señor 
les calma el hambre de pan, 
pero no el hambre de amor. 

Partir el pan se toma como signo de la muerte del Señor, de su entrega total, pero la acción de partir el pan tiene como fin repartirlo, para que sacie y alimente a toda la gente. En ese sentido es signo del Espíritu que multiplica íntegro el don, que se parte sin reducirse, que se da entero en cada fragmento.

Por eso el pan, siendo lo más material, es lo más espiritual. En su sencillez, es alimento noble, que se puede compartir. El pan se parte en dos mitades y también en cien miguitas. El pan no ensucia las manos ni el mantel y acompaña todas las comidas. Se puede poner al horno si se endureció y se ablanda o se hace tostadas… y hasta se puede rayar.

Y lo que hay que ver es que esta múltiple capacidad de alimentar proviene de su hechura a partir de la harina molida. Es la molienda de los granos de trigo la que luego permite aprovecharlo en todas sus partes.

Esto es a lo que quería llegar, a la esencia del pan, a lo que lo convierte en alimento puro y nos hace sentirlo compañero.
Para poder compartirse hay que poder partirse pero no a los tirones, no quedando crucificado y dividido. Hay que poder partirse estando entero en cada acción, en cada tarea.

Y esto conlleva un trabajo de molienda que se hace rezando. Tengo que haberme molido primero en la oración hasta llegar a lo único que hay en mí que es “partible” y compartible, que puedo dar sin perderlo ni dispersarme: el Amor que el Espíritu Santo ha derramado en nuestros corazones. Lo que no es amor se puede partir y compartir hasta cierto punto. No podemos estar con todos a la vez ni hacer más de algunas cosas al mismo tiempo.

El pan es espiritual. Es la mejor imagen del Espíritu, creo yo. Mejor que el agua, que el fuego y que el aire por sí solos, porque con un poquito de levadura los conjuga a todos y los hace ser alimento y compañía.

La Eucaristía dominical o diaria es invitación del Señor a comulgar con él, que es Pan de vida. Y comulgar con él no es para nada “comida de tontos”, sino que pan con Pan van bien porque, como dice el poeta, en la Eucaristía no es “ni el pan pan, ni el vino vino”  sino que el misterio es: “el pan Dios y el vino Dios”.

El Señor ya quiere darse 
del todo por nuestro amor; 
y se parte y se reparte, 
pero no en llanto y sudor, 
sino en un pan y en un vino 
que ni pan ni vino son.
Ni el pan pan ni el vino vino: 
el pan Dios y el vino Dios.