sábado, 24 de enero de 2015

CONVERSIÓN es Sentir la Necesidad de Plantearnos Por Qué vivimos, para Quién vivimos...


Les comparto es hermoso testimonio -de conversión?- del músico Narciso Yepes que en una entrevista, dejo entrever algo muy hondo en su experiencia de Dios.

Ya que dejarnos llamar en el tiempo oportuno -el Kairos-, es el momento en donde la vida vuelve a encender en nosotros la alegría y el gusto por vivir...

Acá va el testimonio de Narciso Yepes:

Narciso: “... El instante más emotivo y más feliz para mí es ese momento de silencio que se produce antes de empezar a tocar. Entonces sé que el público y yo vamos a compartir una música, con todas sus emociones estéticas. Pero yo no sólo no busco el aplauso, sino que cuando me lo dan, siempre me sorprende... se me olvida que, al final del concierto, viene la ovación! Y le confesaré algo más, casi siempre, para quien realmente toco es para Dios... He dicho “casi siempre” porque hay veces en que, por mi culpa, en pleno concierto puedo distraerme. El público no lo advierte. Pero Dios y yo sí.

Periodista: Y... ¿a Dios le gusta su música?

Narciso: ¡Le encanta! Más que mi música, lo que le gusta es que yo le dedique mi atención, mi sensibilidad, mi esfuerzo, mi arte... mi trabajo. Y, además, ciertamente, tocar un instrumento lo mejor que uno sabe, y consciente de la presencia de Dios, es una forma maravillosa de rezar, de orar. Lo tengo bien experimentado.

Periodista: ¿Siempre ha tenido usted esa fe religiosa que ahora tiene?

Narciso: No. Mi vida de cristiano tuvo un largo paréntesis de vacío, que duró un cuarto de siglo. Me bautizaron al nacer, y ya no recibí ni una sola noción que ilustrase y alimentase mi fe... Con decirle que comulgué por primera vez a los 25 años! Desde 1927 hasta 1951, yo no practicaba, ni creía, ni me preocupaba lo más mínimo que hubiera o no una vida espiritual y una trascendencia y un más allá. Dios no contaba en mi existencia. Pero... luego pude saber que yo siempre había “contado” para él. Fue una conversión súbita, repentina, inesperada... y muy sencilla. Yo estaba en París, acodado en un puente del Sena, viendo fluir el agua. Era por la mañana. Exactamente, el 14 de mayo. De pronto, le escuché dentro de mí... Quizás me había llamado ya en otras ocasiones, pero yo no le había oído. Aquel día yo tenía “la puerta abierta”... Y Dios pudo entrar. No sólo se hizo oír, sino que entró de lleno y para siempre en mi vida.

Periodista: ¿Una conversión a lo San Pablo?

Narciso: Ah... yo supongo que Dios no se repite! Cada hombre es un proyecto divino, distinto y único; y para cada hombre Dios tiene un camino propio, unos momentos y unos puntos de encuentro, unas gracias y unas exigencias. Y toda llamada es única en la historia...

Periodista: Dice usted que “le escuchó”, que “se hizo oír”..., ¿he de entender, Narciso, que usted, allí junto al Sena “oyó” palabras?

Narciso: Sí, claro. Fue una pregunta, en apariencia, muy simple, “¿qué estás haciendo?”. En ese instante, todo cambió para mí. Sentí la necesidad de plantearme por qué vivía, para quién vivía... Mi respuesta fue inmediata. Entré en la iglesia más próxima, Saint Julian le Pauvre. Y hablé con un sacerdote durante tres horas... Es curioso, porque mi desconocimiento era tal que ni me di cuenta de que era una iglesia ortodoxa. A partir de ese día busqué instrucción religiosa, católica. No olvide que yo estaba bautizado. Tenía la fe dormida y... revivió. Y ya desde aquel momento nunca he dejado de saber que soy criatura de Dios, hijo de Dios...
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Cuando Dios “acontece” en la vida de alguien, descubrimos lo que significan también estas palabras de Pablo: “Ya no vivo yo, es Cristo que vive en mí” (Gal. 2, 20)

martes, 13 de enero de 2015

Jesús Sabe que ha Venido para Encontrar a los Hombres, pero También para Ser Encontrado por Ellos...

Escrito por José Luis Martín Descalzo, en su Libro: Vida y Misterio de Jesús de Nazareth

Eran, pues, buscadores, aventureros, gente con el alma abierta y hambrienta. Más tarde Jesús diría: No me elegieron ustedes, yo los elegí (Jn 15, 16). Pero es dudoso que Cristo les hubiera elegido de no haber estado ellos tan preparados a esa elección.
Por eso, porque tenían tanta necesidad de una aventura que llenase sus vidas, se levantaron en cuanto el Bautista les señaló este nuevo camino. 
Decididos y tímidos al mismo tiempo, se pusieron a seguir a Jesús, sin atreverse a abordarle, sin osar llegar hasta su altura. Veían su largo pelo y su ancha espalda, admiraban la seguridad de su andar. Por un momento les pareció que retrasaba su paso, tal vez para dejarse alcanzar, pero también ellos se detuvieron. ¿Se habría dado cuenta de que le seguían? ¿Lo sabía y afectaba indiferencia para aumentar su curiosidad o para probar si realmente estaban dispuestos a seguirle o si era, por el contrario, un capricho momentáneo? No lo sabemos, pero el caminar silencioso debió de durar bastante trecho.
Tal vez fue en un recodo donde él se volvió. ¿Qué buscan? (Jn 1,33) preguntó. Y se les quedó mirando con ojos enigmáticos que eran, a la vez, acogida y prueba

Jesús se define a sí mismo en esa pregunta y en el modo de hacerla. No comienza con saludos, ni habla del tiempo como quien trata de entrar en conversación con un desconocido. Va directo al fondo del asunto: ¿Qué buscan? Es pregunta que, en diversos tonos y formas, repetirá muchas veces a lo largo de sus años de actividad pública. Volverá a planteársela a los soldados que en el huerto van a prenderle. Y después de su resurrección serán las primeras que diga como resucitado.
Y es que sabe que él ha venido para encontrar a los hombres, pero también para ser encontrado por ellos. Busca a todos, pero antes que nadie a los buscadores. Habla para todos, pero sabe que sólo será oído por quienes tienen oídos para oír.

Andrés y Juan, ante pregunta tan directa, ven aumentar su desconcierto y contestan con otra pregunta que aún es menos lógica que la de Jesús: Maestro ¿dónde vives? Por un lado, empiezan por llamar «maestro» a alguien que, según todas las apariencias, es un trabajador como ellos. Por otro, no responden a lo que se les ha preguntado y, en cambio, se meten indiscretamente en la intimidad del desconocido…

Pero Jesús sabe que la respuesta de los dos asustados es mucho más honda de lo que parece. El les ha preguntado «qué» buscan y ellos responden «a quién» buscan. No buscan una cosa, ni siquiera una idea o una verdad. Buscan a una persona, o porque, humildemente, saben que lo que necesitan es un líder a quien seguir, o porque, confusamente, intuyen que ha pasado el tiempo de las ideas abstractas y ha llegado la hora en que la única verdad es una persona, porque la palabra se ha hecho carne. Quizá fue Juan quien dio esa respuesta que, en cierto modo, resume el futuro prólogo de su evangelio y su mensaje de que «el Verbo se hizo carne».

Y no buscan una persona a quien conocer, buscan a alguien con quien vivir, alguien cuya vida y tarea puedan compartir. Por éso no temen ser incorrectos y se atreven a preguntar por su casa. Ahora la sonrisa de Jesús pierde lo que tenía de enigmática y acentúa cuanto en ella había de afectuosa. Vengan  y lo verán. Le han pedido su amistad y él la abre de par en par.

Y fueron y vieron donde moraba y se quedaron con él aquel día, comenta el evangelista. Que añade: Era alrededor de la hora décima (Jn 1,40). La descripción es asombrosa, si tenemos en cuenta que quien narra es uno de los personajes de la escena. Nada se dice de lo que en la entrevista hablaron. Se precisa en cambio con gran exactitud la hora y la duración de la conversación.

Pero es esa parquedad y ese extraño detallismo lo que da verosimilitud y emoción a la página evangélica. Cuando escribía esta página, ya de viejo, con mano temblona —señala con profundidad Cabodevilla— el evangelista se debió de conmover igual que cuando uno recuerda un primer amor, el principio de un amor único.

Exactamente: por eso se mezclan el pudor y la precisión. Nada se cuenta de la íntima conversación, sólo se dice que fue íntima y larga. Y se precisa con exactitud la hora que el evangelista no olvidaría jamás, como no olvida el enamorado la esquina y la hora en que conoció a su verdadero amor. 

Podemos imaginar que Jesús les invitó a comer algo con él y que a ellos les sorprendió el extraño modo en que partía el pan, podemos pensar que comentó ante ellos las profecías que anunciaban un liberador de las almas y los hombres. Y estamos seguros de que experimentaron —como más tarde lo experimentarían los de Emaús— que, según él iba hablando, sus corazones se iban calentando y que se sentían maravillosamente confortados y serenos. Vieron que sus palabras daban, a la vez, vértigo y reposo, que eran, al mismo tiempo, aterradoras y pacificantes. Entendieron por qué Juan le había llamado «cordero», porque era manso como un  ternero y se encaminaba hacia una tarea que sólo podía conducir al matadero. Y supieron que habían encontrado todo lo que buscaban. Sus corazones inquietos se sentían como llegados a casa. Ahora sabían que sus vidas no se perderían en vano, puesto que habían encontrado alguien a quien seguir y algo por lo que luchar. Abandonaron sus casas y sus redes para escuchar a un profeta que mantuviera su esperanza, y, ahora, conocían a alguien que era más que esperanza, puesto que era ya la realidad. Hablaron, pues, desde las cuatro de la tarde hasta bien entrada la noche. Y, probablemente, no pudieron dormir de tanto gozo.

miércoles, 7 de enero de 2015

Las palabras Tú eres mi Amado Revelan la Verdad más Íntima de Todo Ser Humano...

Escrito por Henry Newman, citado por Dolores Aleixandre -RSCJ- de su libro "Las Puertas de la Tarde"

"La primera vez que comprendí el significado de la expresión ser cristiano  fue leyendo el pasaje evangélico sobre el bautismo de Jesús: 

"En cuanto Jesús salió del agua, los cielos se abrieron, y el Espíritu en forma de paloma descendió sobre él. Y se oyó una voz del cielo: Tú eres mi hijo amado, en el que he puesto todas mis complacencias".

He leído estas palabras durante años, las he comentado... y he llegado a la convicción interior de que las palabras Tú eres mi amado revelan la verdad más íntima de todo ser humano. 

La voz que desde arriba y en nuestro interior nos dice: Tú eres mi amado no es fácil escucharla en un mundo lleno de voces que gritan: Tú no vales para nada, no eres atractivo. Eres un ser despreciable. No eres nadie mientras no seas capaz de demostrar lo contrario. Esas voces negativas son tan fuertes y constantes que es fácil darles crédito. Es la trampa de la desvalorización. Al cabo de muchos años he podido constatar que la trampa más peligrosa de nuestra vida no es el éxito, la popularidad o el poder, sino el autodesprecio...

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Te invito a hacer oración contemplando este vídeo de Salome Arricibita y Teresa Nécega y dejarte amar...

Hacer clik en el siguiente enlace, para ver el video:

sábado, 3 de enero de 2015

Un Dios-Palabra de Ternura y de Perdón...

Escrito por Miguel Tombilla

El prólogo de Juan es de las páginas más hermosas que nos fueron regaladas. Tan hermosa que a veces la ignoramos porque no la podemos soportar sin las defensas de la oscuridad. Y eso fue lo que le pasó a la Palabra: vino a su casa y los suyos no la recibieron.

Demasiada luz, demasiada belleza, demasiada verdad para la oscuridad de barro y de disfraces.
Demasiado Dios para unos hombres que se creen ellos mismos origen y fin de lo creado, que se creen creadores y redentores.

Y la Palabra vino al mundo que ella misma había hecho cuando estaba junto a Dios, al comienzo del silencio de agua. Y el amor lo inundó todo y la luz fue dando vida a los sueños y un pesebre se abrió con toda su ternura de fragilidad y se hizo cuna y madre y ángel y pastor y regalo…

Y la Palabra, luz y verdad, llenó con su belleza a los seres humanos y estos, algunos, la recibieron con el regalo de volver a nacer, en otro pesebre de abrazo y de gracia. Estos nacen de otra carne, de la carne de un Dios-Palabra de ternura y de perdón. De la carne de un pesebre que es luz y verdad y belleza…
Escrito por Miguel Tombilla


jueves, 1 de enero de 2015

Colocar Nuestros Pies En El Camino De La Paz...

Escrito por P. Eduardo Gowland, o.c.s.o.

Según el profeta Zacarías, Colocar nuestros pies en el camino de la paz (Lc 1,79), es acoger a Cristo como Salvador y dejarse conducir por él a la Paz de Dios.

Para esto tenemos que tener en cuenta que la paz, antes que un don de Dios al mundo, es una realidad en Él. La paz es el modo propio de estar Dios consigo mismo. Dios es paz. Él nos regala su paz; una paz que sólo Él nos la puede dar. Por eso Jesús diferencia su paz, de la paz que el mundo puede llegar a dar (Jn 14, 27), y hace de ella el gran don de su pascua: “La paz con ustedes”, es su saludo de resucitado (Jn 20, 19. 21. 26.).

Les  ofrezco el camino de la Paz,  en tres perspectivas: 

   Hacer la paz en el propio corazón.
   Buscar la paz en la comunidad.
   Irradiar la paz al mundo.

1. Hacer la paz en el propio corazón

Lo primero que uno puede constatar es que la paz es el anhelo profundo del corazón. Y lo es por un doble motivo: porque hacia ella tendemos desde las raíces mismas del ser; y porque hacia ella corremos al percibir que la paz sintetiza y engloba lo que intuimos como nuestra felicidad. 
El ser pide, desde lo profundo, existir en la paz. Es su modo propio de ser y existir en la verdad y en el amor. Su fundamento está en el ser de Dios, quien existe y es, en la Paz. 
Mientras existimos, ella se levanta como promesa en el horizonte de nuestra conciencia y nos atrae como el bien más preciado. No descansamos hasta alcanzarla. Pero aunque real una vez alcanzada, ella nos es frágil y precaria en esta vida, sólo Dios nos la puede dar y mantener, porque Él mismo es la Paz (Ef 2,14; 1 Tes 5, 23).

2. Buscar la paz en la comunidad

Si ahora nos fijamos en la comunidad, en el contexto humano más inmediato en que vivimos, vemos que la paz sigue siendo fruto del Espíritu Santo, es decir, gracia y colaboración humana. Es verdad que las estructuras humanas y comunitarias ayudan a que la paz se dé y son muy importantes, pero ellas no producen la paz: la paz sigue siendo en la comunidad un fenómeno de gracia y del empeño de los hombres o mujeres que la componen. Ella es fruto de la unión de nuestras personas singulares, con todas sus notas de individualidad, en la comunión que constituye a la comunidad. Es el milagro de la unión de los corazones individuales en la unidad de la comunión. En otras palabras, la ¨con-cordia¨.
Para alcanzarla, debemos siempre hacer un cierto esfuerzo de salir del ámbito más o menos estrecho de nosotros mismos para encontrar y comulgar con los demás. Este movimiento de por sí suele ser costoso y muchas veces el concordar con los demás implica renunciar, posponer, resignar propios deseos e ideas. Es el aspecto pascual de buscar la paz en la comunidad, que Dios bendice y el Espíritu Santo hace florecer en el corazón del que se empeña en amar al prójimo y a Dios en su expresión comunitaria. De aquí la importancia de la presencia de los ¨pacíficos¨ y las ¨pacíficas¨ en la comunidad; a su modo ellas y ellos engendran paz, a partir de la paz que viven y llevan en su corazón. Ejercen verdaderamente un ¨ministerio¨ entre nosotros.

3. Irradiar la paz al mundo

Estamos llamados a ser luz y sal del Evangelio (Mt 5, 14-18), pero también pacificadores, es decir, hombres y mujeres que alcanzados por Dios se empeñan en ser hijos e hijas de Dios en medio de sus hermanos, abriendo caminos de entendimiento y comunión. A ellos Jesús los llamó Bienaventurados (Mt 5, 9), porque pareciéndose a él (Ef 2,13), se parecen a su Padre, el Dios de la Paz (2 Ts 3,6). 

Coloquemos – entonces, todos juntos - nuestros pies por el camino de la paz, aceptando el don y su desafío.
Escrito por P. Eduardo Gowland, o.c.s.o.
Ntra. Sra. de los Ángeles
Azul – Argentina