miércoles, 31 de julio de 2013

Para comenzar a rumiar las palabras de Francisco en Río de Janeiro...

Para descargar todos las palabras del Papa Francisco en Rio de Janeiro, hacer clik en el siguiente enlace: http://www.aciprensa.com/ebooks/FranciscoenBrasil.pdf

«Amigos en el Señor»


Escrito por Josep Rambla, sj.

Ignacio fue gran amigo de muchas personas y ayudó a crear amigos y poner medios para el crecimiento de la amistad.

Ciertamente, sobre la amistad no nos dejó ningún tipo de tratado (cosa que no
era muy de su estilo) ni iniciación metódica y práctica al estilo de sus Ejercicios Espirituales, pero el modo cómo él captó amigos y cómo cultivó y promovió la amistad nos permite desvelar en Ignacio un estilo personal de amistad, y una manera de promoverla y de desarrollarla que nos legitima a llamarla “arte de la amistad”. 

Sin grandes elaboraciones antropológicas o psicológicas formales, ajenas al modo ser del santo, pero con una notable percepción profunda y práctica de la naturaleza del corazón y de la sensibilidad humana, Ignacio, aunque no nos ofrece una obra teórica de gran calado, sí que, con su vida y su manera de proceder, nos inicia en el camino de una sólida amistad.

Con todo, poco a poco, Ignacio es el núcleo de una verdadera amistad, porque
aglutina verdaderos amigos en un sentido pleno, humano y espiritual. Éste es el significado de la amistad «espiritual» o «en el Señor», una amistad con hondas raíces en el corazón y con una irradiación a todas las zonas de la vida personal.

Es decir, una amistad plena. En efecto, nadie duda de las hondas raíces de fe que tiene la amistad de Ignacio y de sus compañeros.

La amistad vivida por Ignacio y sus amigos coincide, entonces, con la clásica definición de la amistad de Cicerón: «Un acuerdo en todas las cosas divinas y humanas, acompañado de benevolencia y afecto». «Mis amigos en el Señor» decía Ignacio y, por los indicios que nos permiten descubrir estos amigos, la experiencia de amistad en el Señor es una síntesis vital, en la que la fe purifica y ahonda lo humano y la dimensión humana es floración de la calidad de la fe cristiana, que tiene al hombre Jesús, Cristo, como centro. Y, dentro del grupo, Ignacio es el inspirador y guía de esta amistad tan plena.

martes, 30 de julio de 2013

Francisco regresa a casa

Escrito por Jesús Garmilla.-Fuente http://www.vidareligiosa.es-

Terminó la JMJ del 2013. ¿O comienza hoy? Francisco volvió a coger su bolso de mano. El de siempre,guardó su maquinilla de afeitar, su libro, pañuelos limpios… ¡lo que todos llevamos cuando vamos de viaje! Ya está en casa. No en el apartamento habitual de Buenos Aires, sino en “su nueva casa” de Santa Marta. En el corazón del Vaticano. Un poco “enjaulado” para “un sacerdote callejero”. Regresa contento, bañado de multitudes de todos los pelajes: desde jóvenes de más de un centenar de países, hasta jefes de Estado un tanto sorprendidos por la “revolución” del Evangelio de que habló Francisco (Evo Morales… quizás Cristina Fernández y alguno más). Vuelve con olor a pobres, o a miseria, a favela, a presos y drogadictos. Llega como iba: con olor a gente. Como Pedro, Pablo, Santiago, Juan… Con la mochila recargada de esperanzas. Porque quien reparte  esperanza apuntala la suya: sólo “Cristo es nuestra esperanza”.

Dicen que de regreso a casa, en el avión, no escatimó respuestas a las preguntas, siempre atrevidas y “mediáticas” de los profesionales de la información. Los contenidos de las respuestas son graves, densos, hasta un tanto “históricos”. Y el modo, la forma de encarar los interrogantes, es sencillo: simplemente “natural” (como nos gusta a todos). Especialmente cuando le pidieron una palabra esclarecedora sobre el famoso IOR: “No sé qué pasará al final, hay distintas opiniones…” ¡El papa no sabe cómo terminará el tema. Y lo dice! ¡Simplemente genial… palabras inéditas: ¡un papa que, -¡al fin!- “no lo sabe todo, no tiene respuesta para todo”… y va y lo dice… sin más. Otros temas “los tiene más claros”, y lo dice, sin ambages, sin miedo, sin temor a disgustar a unos u otros según la “sensibilidad eclesial” que tengan. Transparencia, sinceridad, sencillez, cercanía… antes de aterrizar en Roma.

¿Cómo encontrará su nueva casa? ¿Habrán hecho sus deberes las comisiones que dejó nombradas? ¿Estará más enrarecido el ambiente, o se habrá hecho un poco de claridad? ¿Habrá mucho invierno en los pasillos y estancias vaticanos o irá tomando fuerza la “incipiente primavera”  que abrió Bergoglio cien días atrás?

Pero, sin ánimo de intimismos, subjetivismos o llamadas a un espiritualismo que nos enajene de las grandes y pendientes reformas eclesiales, ¿qué tal nos fue -a quienes no estuvimos en Copacabana- nuestra personal JMJ? ¿Estuvimos en la playa interiorizando palabras y gestos del papa sorprendente? ¿Recorrimos con él nuestras favelas más cercanas? ¿A cuántos ancianos y ancianas bendijimos, acompañamos, abrazamos, consolamos? ¿A cuántos niños enfermos nos acercamos y acariciamos? ¿Cuántos prisioneros visitamos, cuánto rezamos en nuestra JMJ interior?

“No tengo oro ni plata… lo que tengo les doy”… fueron sus primeras palabras. ¿Qué “tenemos” nosotros todavía? ¿Se nos quedó nuestro tesoro en vasijas de barro en alguna esquina de nuestra biografía? De verdad, -repito- sín ánimo de moralinas facilonas… si no hemos reproducido espiritualmente la JMJ en nuestro corazón, quizás la JMJ de Francisco se quede en un “tiempo de gracia” que sólo sirva -a la larga- para glosar la “historia de un papa llamado Francisco” que se fue de viaje, en 2013, a sus amadas periferias existenciales en el cono sur. Y sería una pena.

domingo, 28 de julio de 2013

Envío a los Jóvenes: "Vayan, sin Miedo, para Servir"...


Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, Queridos jóvenes:

«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Con estas palabras, Jesús se dirige a cada uno de ustedes diciendo: «Qué bonito ha sido participar en la Jornada Mundial de la Juventud, vivir la fe junto a jóvenes venidos de los cuatro ángulos de la tierra, pero ahora tú debes ir y transmitir esta experiencia a los demás».

Jesús te llama a ser discípulo en misión. A la luz de la palabra de Dios que hemos escuchado, ¿qué nos dice hoy el Señor? Tres palabras: Vayan, sin miedo, para servir.

1. Vayan. En estos días aquí en Río, han podido experimentar la belleza de encontrar a Jesús y de encontrarlo juntos, han sentido la alegría de la fe. Pero la experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. Sería como quitarle el oxígeno a una llama que arde.

La fe es una llama que se hace más viva cuanto más se comparte, se transmite, para que todos conozcan, amen y profesen a Jesucristo, que es el Señor de la vida y de la historia (cf. Rm 10,9).

Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo, sino: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti; es un mandato que no nace de la voluntad de dominio o de poder, sino de la fuerza del amor, del hecho que Jesús ha venido antes a nosotros y nos ha dado, no algo de sí, sino todo él, ha dado su vida para salvarnos y mostrarnos el amor y la misericordia de Dios.

Jesús no nos trata como a esclavos, sino como a hombres libres, amigos, hermanos; y no sólo nos envía, sino que nos acompaña, está siempre a nuestro lado en esta misión de amor.

¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente.

El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor.

En particular, quisiera que este mandato de Cristo: «Vayan», resonara en ustedes jóvenes de la Iglesia en América Latina, comprometidos en la misión continental promovida por los obispos. Brasil, América Latina, el mundo tiene necesidad de Cristo.

San Pablo dice: «¡Ay de mí si no anuncio el evangelio!» (1 Co 9,16). Este continente ha recibido el anuncio del evangelio, que ha marcado su camino y ha dado mucho fruto. Ahora este anuncio se os ha confiado también a ustedes, para que resuene con renovada fuerza.

La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza. Un gran apóstol de Brasil, el beato José de Anchieta, se marchó a misionar cuando tenía sólo diecinueve años. ¿Saben cuál es el mejor medio para evangelizar a los jóvenes? Otro joven. Éste es el camino que hay que recorrer.

2. Sin miedo. Puede que alguno piense: «No tengo ninguna preparación especial, ¿cómo puedo ir y anunciar el evangelio?». Querido amigo, tu miedo no se diferencia mucho del de Jeremías, un joven como ustedes, cuando fue llamado por Dios para ser profeta.

Recién hemos escuchado sus palabras: «¡Ay, Señor, Dios mío! Mira que no sé hablar, que sólo soy un niño». También Dios dice a ustedes lo que dijo a Jeremías: «No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jr 1,6.. Él está con nosotros.

«No tengan miedo». Cuando vamos a anunciar a Cristo, es él mismo el que va por delante y nos guía. Al enviar a sus discípulos en misión, ha prometido: «Yo estoy con ustedes todos los días» (Mt 28,20). Y esto es verdad también para nosotros. Jesús no nos deja solos, nunca les deja solos. Les acompaña siempre.

Además Jesús no ha dicho: «Ve», sino «Vayan»: somos enviados juntos. Queridos jóvenes, sientan la compañía de toda la Iglesia, y también la comunión de los santos, en esta misión. Cuando juntos hacemos frente a los desafíos, entonces somos fuertes, descubrimos recursos que pensábamos que no teníamos. Jesús no ha llamado a los apóstoles a vivir aislados, los ha llamado a formar un grupo, una comunidad.

Quisiera dirigirme también a ustedes, queridos sacerdotes que concelebran conmigo en esta eucaristía: han venido para acompañar a sus jóvenes, y es bonito compartir esta experiencia de fe. Pero es una etapa en el camino. Sigan acompañándolos con generosidad y alegría, ayúdenlos a comprometerse activamente en la Iglesia; que nunca se sientan solos.

3. La última palabra: para servir. Al comienzo del salmo que hemos proclamado están estas palabras: «Canten al Señor un cántico nuevo» (95,1).

¿Cuál es este cántico nuevo? No son palabras, no es una melodía, sino que es el canto de su vida, es dejar que nuestra vida se identifique con la de Jesús, es tener sus sentimientos, sus pensamientos, sus acciones. Y la vida de Jesús es una vida para los demás. Es una vida de servicio.

San Pablo, en la lectura que hemos escuchado hace poco, decía: «Me he hecho esclavo de todos para ganar a los más posibles» (1 Co 9,19). Para anunciar a Jesús, Pablo se ha hecho «esclavo de todos».

Evangelizar es dar testimonio en primera persona del amor de Dios, es superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar los pies de nuestros hermanos como hizo Jesús.

Vayan, sin miedo, para servir. Siguiendo estas tres palabras experimentarán que quien evangeliza es evangelizado, quien transmite la alegría de la fe, recibe alegría. Queridos jóvenes, cuando vuelvan a sus casas, no tengan miedo de ser generosos con Cristo, de dar testimonio del evangelio.

En la primera lectura, cuando Dios envía al profeta Jeremías, le da el poder para «arrancar y arrasar, para destruir y demoler, para reedificar y plantar» (Jr 1,10). También es así para ustedes. Llevar el evangelio es llevar la fuerza de Dios para arrancar y arrasar el mal y la violencia; para destruir y demoler las barreras del egoísmo, la intolerancia y el odio; para edificar un mundo nuevo. Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes.

El Papa cuenta con ustedes. Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, les acompañe siempre con su ternura: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Amén.

sábado, 27 de julio de 2013

Palabras del Papa Francisco a los Jóvenes en la Jornada...

Queridos jóvenes:

Buscando para los que estáis presentes aquí hoy, me viene a la mente la historia de san Francisco de Asís. Ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: reparar su casa. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil y reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo.

También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. Queridos jóvenes: el Señor los necesita. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. Queridos jóvenes: el Señor hoy los ama. No al monton, a vos, a vos, a vos, a cada uno, escuchen en el corazón qué les dice. Pienso que podemos aprender algo de lo que pasó en estos días: cómo tuvimos que cancelar por el mal tiempo la realización de esta vigilia en el Campus fidei en Guaratiba. ¿No estarías, Señor, queriendo decirnos que el verdadero campo de la fe, el verdadero campus fidei no es un lugar geográfico sino que somos nosotros? Sí, es verdad, cada uno de nosotros, cada uno de ustedes -yo, todos-, y ser discipulos misioneros significa saber que somos el campo de la fe de Dios. Por eso, por eso, a partir de la imagen del campo de la fe pensé en tres imágenes, tres, que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera imagen, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra de construcción.

1. El campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt 13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Hoy -todos los días, pero hoy de manera especial- Jesús nos dice que cuando aceptamos la palabra de Dios, entonces somos el campo de la fe. Por favor, dejen que Cristo y su Palabra entren en su vida, dejen entrar la simiente de la Palabra de Dios, dejen que germine, dejen que crezca. ¡Dios hace todo pero ustedes déjenle hacer, dejen que Él trabaje en ese crecimiento!

Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. Creo que con honestidad podemos hacernos la pregunta: ¿Qué clase de terreno somos? ¿Qué clase de terreno queremos ser? Quizás a veces somos como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en la vida, porque nos dejamos atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos. Yo les pregunto, pero no contesten ahora, cada uno conteste en su corazón: ¿Yo soy un joven, una joven, atontado? ¿O somos como el terreno pedregoso? ¿Acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes y, ante las dificultades, no tenemos el valor de ir a contracorriente? Cada uno contestamos en nuestro corazón: ¿Tengo valor o soy cobarde? ¿O somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf. Mt 13,18-22)?. ¿Tengo en mi corazón la costumbre de jugar a dos juntas y quedar bien con Dios y quedar bien con el diablo? ¿Querés recibir la semilla de Jesús y a la vez regar las espinas y los yuyos que nacen en mi corazón? Cada uno en silencio se contesta. Hoy, sin embargo, yo estoy seguro de que la simiente puede caer en buena tierra. Escuchamos estos testimonios, cómo la simiente cayó en buena tierra. "No, padre, yo no soy buena tierra, yo soy una calamidad, estoy lleno de tierra, de espinas, de lodo,...". Pero haced un pedacito, haced un cachito de buena tierra y dejad que caiga allí. Y vas a ver cómo germina. Yo sé que ustedes quieren ser buena tierra, cristianos en serio, no cristianos a medio tiempo, no cristianos «almidonados», con la nariz así que parecen cristianos y en el fondo no hacen nada, no cristianos de fachada, esos cristianos que son pura facha, sino cristianos auténticos, serios. Sé que ustedes no quieren vivir en la ilusión de una libertad chirle que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido. ¿Es así o me equivoco? ¿Es así? Bueno, si es así, hagan una cosa, todos en silencio: miremos el corazón y cada uno dígale a Jesús que quiere recibir la semilla, dígale a Jesús: "Mira Jesús, las piedras que hay, mira las espinas, mira los yuyos, pero mirad este cachito de tierra que te ofrezco para que entre la semilla". Dejamos un momento de silencio para dejar entrar la semilla de Jesús. Acuérdense de este momento, cada uno sabe el nombre de la semilla que ofrece. Dejenla crecer y Dios la va a cuidar.

2. El campo, además de ser lugar de siembra, es lugar de entrenamiento. Jesús nos pide que le sigamos toda la vida, nos pide que seamos sus discípulos, que «juguemos en su equipo». A la mayoría de ustedes les gusta el deporte. Aquí, en Brasil, como en otros países, el fútbol es pasión nacional. ¿Sí o no? Pues bien, ¿qué hace un jugador cuando se le llama para formar parte de un equipo? Tiene que entrenarse y entrenarse mucho. Así es nuestra vida de discípulos del Señor. San Pablo escribiendo a los cristianos nos dice: «Los atletas se privan de todo, y lo hacen para obtener una corona que se marchita; nosotros, en cambio, por una corona incorruptible» (1 Co 9,25). ¡Jesús nos ofrece algo más grande que la Copa del Mundo! ¡Algo más grande que la Copa del Mundo! Jesús nos ofrece la posibilidad de una vida fecunda, de una vida feliz, y también un futuro con Él que no tendrá fin, allá en la vida eterna. Es lo que nos ofrece Jesús. Pero nos pide que paguemos la entrada y la entrada es que nos entrenemos para «estar en forma», para afrontar sin miedo todas las situaciones de la vida, dando testimonio de nuestra fe. A través del diálogo con él: la oración. "Padre, ahora nos va a hacer rezar a todos, no?" Les pregunto, pero contestan en su corazón, no en voz alta: ¿Yo rezo? Cada uno se contesta. ¿Yo hablo con Jesús? ¿O le tengo miedo al silencio? ¿Dejo que el Espíritu Santo hable en mi corazón? ¿Yo le pregunto a Jesús: qué queréis que haga? ¿Qué queréis de mi vida? Esto es entrenarse. Pregúntenle a Jesús, hablen con Jesús. Y si cometen un error en la vida, si se pegan un resbalón, si hacen algo que está mal, ... no tengan miedo. Díganle: Jesús, ¿qué tengo que hacer ahora. Pero siempre hablen con Jesús, en las buenas y en las malas. Cuando hacen una cosa buena y cuando hacen una cosas mala. No le tengan miedo. Y en eso se van entrenando en el diálogo con Jesús, en este discipulado. Y también a través de los sacramentos, a través del amor fraterno, del saber escuchar, comprender, perdonar, acoger, ayudar a los otros, a todos, sin excluir y sin marginar. Estos son los entrenamientos pra seguir a Jesús: la oración, los sacramentos y la ayuda, el servicio a los demás. ¿Los repetimos todos? Oración, sacramentos y ayuda a los demás.

3. El campo como obra de construcción. Acá estamos viendo cómo se ha construido esto aquí. Empezaron a mover los chicos y las chicas y construyeron una iglesia. Cuando nuestro corazón es una tierra buena que recibe la Palabra de Dios, cuando «se suda la camiseta», tratando de vivir como cristianos, experimentamos algo grande: nunca estamos solos, formamos parte de una familia de hermanos que recorren el mismo camino: somos parte de la Iglesia; estos muchachos, estas chicas, no estaban solos, en conjunto hicieron un camino y construyeron la iglesia, en conjunto hicieron lo de san Francisco: construir, reparar la Iglesia. Te pregunto ¿Quieres construir la Iglesia? (contestan los jóvenes: ¡síii!) ¿Se animan? (¡Síii!) ¿Y mañana se van a olvidar de este sí que dijeron¿ (¡noo!). Así me gusta. Somos parte de la Iglesia. Más aun: nos convertimos en constructores de la Iglesia, protagonistas de la historia. Chicos, por favor: No se metan en la cola de la historia, sean protagonistas, pateen hacia delante, construyan un mundo mejor    juéguenla delante siempre. Los jóvenes en la calle quieren ser los protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas.

San Pedro nos dice que somos piedras vivas que forman una casa espiritual (cf. 1 P 2,5). Y mirando este palco, vemos que tiene la forma de una iglesia construida con piedras vivas. En la Iglesia de Jesús, las piedras vivas somos nosotros, y Jesús nos pide que edifiquemos su Iglesia; cada uno de nosotros es una piedra viva, es un pedacito de la construcción y cada pedacito vivo tiene que cuidar la unidad y la seguridad de la iglesia y no construir una pequeña capilla donde sólo cabe un grupito de personas Jesús nos pide que su Iglesia sea tan grande, que pueda alojar a toda la humanidad, que sea la casa de todos. Jesús me dice a mí, a vos, a cada uno: «Vayan, hagan discípulos a todas las naciones». Y esta tarde, respondámosle: Sí, también yo quiero ser una piedra viva; juntos queremos construir la Iglesia de Jesús. Digamos juntos: Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo. ¿Se animan a repetirlo? Quiero ir y ser constructor de la Iglesia de Cristo.

Tu corazón, corazón joven, quiere construir un mundo mejor. Sigo las noticias del mundo y veo que tantos jóvenes en muchas partes del mundo han salido por las calles para expresar el deseo de una civilización más justa. los jóvenes en la calle. Son jóvenes que quieren ser protagonistas del cambio. Por favor, no dejen que otros sean los protagonistas del cambio. Ustedes son el futuro. Por ustedes entra el futuro en el mundo. A ustedes les pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la apatía, y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean constructores de futuro, que se metan en el trabajo por un mundo mejor. Queridos jóvenes, por favor: no balconeen la vida, métanse en ella. Jesús no se quedó en el balcón, se metió. No balconeen la vida, métanse en ella como hizo Jesús. Sin embargo, queda una pregunta: ¿Por dónde empezamos? ¿A quién le pedimos que empiece esto? ¿Por dónde empezamos? Una vez le pidieron a la Madre Teresa qué era lo que debía cambiar en la Iglesia. ¿Por dónde hay que empezar? "¡Por vos y por mí!", contestó ella. Tenía garra esta mujer. Sabía por dónde había que empezar. Yo también le robo hoy la palabra a la Madre Teresa. ¿Empezamos? Por vos y por mí. Cada uno en silencio, otra vez, pregúntese: Si tengo que empezar por mí, ¿por dónde empiezo? Cada uno abra su corazón para que Jesús le diga por dónde empiece.

Queridos amigos, no se olviden: ustedes son el campo de la fe. Ustedes son los atletas de Cristo. Ustedes son los constructores de una Iglesia más hermosa y de un mundo mejor. Levantemos nuestros ojos hacia la Virgen. Ella nos ayuda a seguir a Jesús, nos da ejemplo con su «sí» a Dios: «Aquí está la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho» (Lc 1,38). Se lo digamos también nosotros a Dios, juntos con María: Hágase en mí según tu palabra. Que así sea.

Volver al Padrenuestro...

Por Dolores Aleixandre -RSCJ-

Al Padrenuestro hay que volver. Por aquello de las  sutilezas del lenguaje, decir esto no es exactamente lo mismo que  decir: "hay que volver al Padrenuestro" porque un imperativo  categórico no puede alcanzar a eso del volver, que es una de las  "experiencias fundantes" de nuestro ser creyente. 
Lo que quiere expresar es que, normalmente, y salvo esas  excepciones de trayectoria en flecha, propia de niños angélicos y  jóvenes purísimos, que también los hay, la vivencia más común de  ese pueblo de a pie que somos los demás es la de hacer camino  con los vaivenes de un carromato desvencijado. Y la de necesitar  volver al hogar del que nos habíamos alejado para sentirnos, otra  vez, dentro de ese hueco acogedor del Padre que nos estaba  esperando y hundirnos en él como en un útero que nos recrea y  nos hace nacer de nuevo. 

Al que sabe de eso, también la oración se le convierte en un "cántico nuevo", porque ahora brota del corazón de alguien a quien "se le ha perdonado mucho" (Lc 7,47). 

La historia de muchos de nosotros está marcada por las huellas  de habernos marchado a tierras lejanas y haber dejado atrás el  Padrenuestro. Nos hemos gastado la herencia en "hacernos un  nombre" (cf. Gen 11,4) para llevarlo entre las manos como la estatuilla de oro de un "Oscar"; pero, a la larga, resulta incómodo  llevar siempre las manos ocupadas en protegerlo y, además, con el  paso del tiempo, se ha oxidado y todos se han dado cuenta de que era de pura hojalata. Hemos traficado y batallado por nuestra  propia perfección o por afirmarnos a fuerza de saber, poder o tener, y al final, ese pequeño reino se nos ha quedado tan estrecho y oscuro como un patio de vecindad. Hemos probado a qué sabe el pan que se busca con ansiedad o que se retiene con avidez, y el  estómago se nos ha quedado vacío. Hemos hecho sesiones de dinámica de grupo y nos sabemos de memoria toda la teoría de las relaciones humanas, pero seguimos fallando en eso de dejar a los otros abierto el futuro, en ese antiguo gesto de perdonar. Hemos caído en casi todas las tentaciones, porque no nos pareció necesario aceptar humildemente que solos no éramos capaces de  vencerlas. 

Hemos probado a repetir mantras, a poner la mente en alfa, a sentarnos, con indecibles penurias, en la postura de loto... Pero tenemos que reconocer que aún no hemos aprendido a orar. 

Y ese momento puede ser precisamente aquél en que la gracia  nos dé alcance porque nos sentimos empujados de nuevo hacia el  Padrenuestro.
Volvemos con los pies llenos de polvo y de cicatrices, con las  manos y la mochila vacías y el corazón mucho más silencioso. 

Las palabras del Padrenuestro siguen ahí para nosotros, esperándonos como los muros familiares de la casa paterna o el río de nuestra infancia. 

Podemos volver a pedir a Jesús desde lo hondo de nuestra pobreza: "Enséñanos a orar...". Y él volverá a respondernos, como si fuera la primera vez: "Cuando oren, digan: Padre nuestro...".

Alguien nos pondrá entonces un vestido de fiesta, un anillo y  unas sandalias nuevas. Y entraremos en casa para comenzar el  banquete...

viernes, 26 de julio de 2013

"Vía Crucis"

 Queridísimos jóvenes

Hemos venido hoy aquí para acompañar a Jesús a lo largo de su camino de dolor y de amor, el camino de la Cruz, que es uno de los momentos fuertes de la Jornada Mundial de la Juventud.

Al concluir el Año Santo de la Redención, el beato Juan Pablo II quiso confiarles a ustedes, jóvenes, la Cruz diciéndoles: “Llévenla por el mundo como signo del amor de Jesús a la humanidad, y anuncien a todos que sólo en Cristo muerto y resucitado hay salvación y redención” (Palabras al entregar la cruz del Año Santo a los jóvenes, 22 de abril de 1984: Insegnamenti VII,1 (1984), 1105).

Desde entonces, la Cruz ha recorrido todos los continentes y ha atravesado los más variados mundos de la existencia humana, quedando como impregnada de las situaciones vitales de tantos jóvenes que la han visto y la han llevado.

Nadie puede tocar la Cruz de Jesús sin dejar en ella algo de sí mismo y sin llevar consigo algo de la cruz de Jesús a la propia vida.

Esta tarde, acompañando al Señor, me gustaría que resonasen en sus corazones tres preguntas: ¿Qué han dejado ustedes en la Cruz, queridos jóvenes de Brasil, en estos dos años en los que ha recorrido su inmenso país? Y ¿qué ha dejado la Cruz en cada uno de ustedes? Y, finalmente, ¿qué nos enseña para nuestra vida esta Cruz? 

1. Una antigua tradición de la Iglesia de Roma cuenta que el apóstol Pedro, saliendo de la ciudad para huir de la persecución de Nerón, vio que Jesús caminaba en dirección contraria y enseguida le preguntó: “Señor, ¿adónde vas?”. La respuesta de Jesús fue: “Voy a Roma para ser crucificado de nuevo”.

En aquel momento, Pedro comprendió que tenía que seguir al Señor con valentía, hasta el final, pero entendió sobre todo que nunca estaba solo en el camino; con él estaba siempre aquel Jesús que lo había amado hasta morir en la Cruz.

Miren, Jesús con su Cruz recorre nuestras calles para cargar con nuestros miedos, nuestros problemas, nuestros sufrimientos, también los más profundos.

Con la Cruz, Jesús se une al silencio de las víctimas de la violencia, que no pueden ya gritar, sobre todo los inocentes y los indefensos; con ella, Jesús se une a las familias que se encuentran en dificultad, que lloran la trágica pérdida de sus hijos, como en el caso de los 242 jóvenes víctimas en el incendio de la ciudad de Santa María en el incendio de este año recemos por ellos.

O que sufren al verlos víctimas de paraísos artificiales como la droga; con ella, Jesús se une a todas las personas que sufren hambre en un mundo que cada día tira toneladas de alimentos; con ella, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en ella, Jesús se une a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y la corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio.

En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).

2. Y así podemos responder a la segunda pregunta: ¿Qué ha dejado la Cruz en los que la han visto, en los que la han tocado? ¿Qué deja en cada uno de nosotros? Deja un bien que nadie más nos puede dar: la certeza del amor indefectible de Dios por nosotros. Un amor tan grande que entra en nuestro pecado y lo perdona, entra en nuestro sufrimiento y nos da fuerza para sobrellevarlo, entra también en la muerte para vencerla y salvarnos.

En la Cruz de Cristo está todo el amor de Dios, su inmensa misericordia. Y es un amor del que podemos fiarnos, en el que podemos creer.

Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos totalmente en Él (cf. Lumen fidei, 16). porque Él nunca defrauda a nadie.

Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser instrumento de odio, de derrota, de muerte, en un signo de amor, de victoria y de vida.

El primer nombre de Brasil fue precisamente “Terra de Santa Cruz”. La Cruz de Cristo fue plantada no sólo en la playa hace más de cinco siglos, sino también en la historia, en el corazón y en la vida del pueblo brasileño, y en muchos otros. A Cristo que sufre lo sentimos cercano, uno de nosotros que comparte nuestro camino hasta el final. No hay en nuestra vida cruz, pequeña o grande, que el Señor no comparta con nosotros.

3. Pero la Cruz nos invita también a dejarnos contagiar por este amor, nos enseña así a mirar siempre al otro con misericordia y amor, sobre todo a quien sufre, a quien tiene necesidad de ayuda, a quien espera una palabra, un gesto, y a salir de nosotros mismos para ir a su encuentro y tenderles la mano.

Muchos rostros han acompañado a Jesús en su camino al Calvario: Pilato, el Cireneo, María, las mujeres… También nosotros podemos ser para los demás como Pilato, que no tiene la valentía de ir contracorriente para salvar la vida de Jesús y se lava las manos. 

Queridos amigos, la Cruz de Cristo nos enseña a ser como el Cireneo, que ayuda a Jesús a llevar aquel madero pesado, como María y las otras mujeres, que no tienen miedo de acompañar a Jesús hasta el final, con amor, con ternura. Y tú, ¿como quién eres? ¿Como Pilato, como el Cireneo, como María?Jesús te está mirando ahora y te dice ¿Me quieres ayudar a llevar la cruz?.

Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor. Que así sea.

Para ver el video hacer clik:  http://www.youtube.com/watch?v=hvTFJlWZh6w


Angelus

Queridos hermanos y amigos

Doy gracias a la Divina Providencia por haber guiado mis pasos hasta aquí, a la ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro. Agradezco de corazón a Mons. Orani y también a ustedes la cálida acogida, con la que manifiestan su afecto al Sucesor de Pedro. 

Me gustaría que mi paso por esta ciudad de Río renovase en todos el amor a Cristo y a la Iglesia, la alegría de estar unidos a Él y de pertenecer a la Iglesia, y el compromiso de vivir y dar testimonio de la fe.

Una bellísima expresión popular de la fe es la oración del Angelus [en Brasil, la Hora de María]. Es una oración sencilla que se reza en tres momentos señalados de la jornada, que marcan el ritmo de nuestras actividades cotidianas: por la mañana, a mediodía y al atardecer.

Pero es una oración importante; invito a todos a recitarla con el Avemaría. Nos recuerda un acontecimiento luminoso que ha transformado la historia: la Encarnación, el Hijo de Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret.

Hoy la Iglesia celebra a los padres de la Virgen María, los abuelos de Jesús: los santos Joaquín y Ana. En su casa vino al mundo María, trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en su casa creció acompañada por su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su voluntad.

Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros.

¡Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe! Refiriéndome al ambiente familiar quisiera subrayar una cosa: hoy, en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra, tanto en Brasil como en otros países, la fiesta de los abuelos. 

Qué importantes son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. El Documento conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: “Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos.

Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida” (n. 447). Esta relación, este diálogo entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que preservar y alimentar. En estas Jornadas de la Juventud, los jóvenes quieren saludar a los abuelos. Los aludan con todo cariño y les agradecen el testimonio de sabiduría que nos ofrecen continuamente.

Y ahora, en esta Plaza, en sus calles adyacentes, en las casas que viven con nosotros este momento de oración, sintámonos como una gran familia y dirijámonos a María para que proteja a nuestras familias, las haga hogares de fe y de amor, en los que se sienta la presencia de su Hijo Jesús.

jueves, 25 de julio de 2013

Discurso de Francisco en la Fiesta de Acogida

 Queridos jóvenes:

"Qué bien se está aquí", exclamó Pedro, después de haber visto al Señor Jesús transfigurado, revestido de gloria. ¿Podríamos repetir también nosotros esas palabras? Pienso que sí, porque para todos nosotros, hoy, es bueno estar aquí reunidos en torno a Jesús. Él es quien nos acoge y se hace presente en medio de nosotros, aquí en Río. Pero en el Evangelio también hemos escuchado las palabras del Padre: "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle" (Lc 9,35). Por tanto, si por una parte es Jesús el que nos acoge; por otra, también nosotros hemos de acogerlo, ponernos a la escucha de su palabra, porque precisamente acogiendo a Jesucristo, Palabra encarnada, es como el Espíritu nos transforma, ilumina el camino del futuro, y hace crecer en nosotros las alas de la esperanza para caminar con alegría (cf. Carta enc. Lumen fidei, 7).

Pero, ¿qué podemos hacer? "Poné fe". La cruz de la Jornada Mundial de la Juventud ha gritado estas palabras a lo largo de su peregrinación por Brasil. ¿Qué significa "Pon fe"? Cuando se prepara un buen plato y ves que falta la sal, "pones" sal; si falta el aceite, "pones" aceite… "Poner", es decir, añadir, echar. Lo mismo pasa en nuestra vida, queridos jóvenes: si queremos que tenga realmente sentido y sea plena, como ustedes desean y merecen, les digo a cada uno y a cada una de ustedes: "pon fe" y tu vida tendrá un sabor nuevo, tendrá una brújula que te indicará la dirección; "pon esperanza" y cada día de tu vida estará iluminado y tu horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; "pon amor" y tu existencia será como una casa construida sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos amigos que caminan contigo. ¡Pon fe, pon esperanza, pon amor!

Pero, ¿quién puede darnos esto? En el Evangelio hemos escuchado la respuesta:  Cristo. "Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle". Jesús es quien nos trae a Dios y nos lleva a Dios, con él toda nuestra vida se transforma, se renueva y nosotros podemos ver la realidad con ojos nuevos, desde el punto de vista de Jesús, con sus mismos ojos (cf. Carta enc. Lumen fidei, 18). Por eso hoy les digo con fuerza: "Pon a Cristo" en tu vida y encontrarás un amigo del que fiarte siempre; "pon a Cristo" y verás crecer las alas de la esperanza para recorrer con alegría el camino del futuro; "pon a Cristo" y tu vida estará llena de su amor, será una vida fecunda.

Hoy me gustaría que todos nos preguntásemos sinceramente: ¿en quién ponemos nuestra fe? ¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Tenemos la tentación de ponernos en el centro, de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o que es el tener, el dinero, el poder lo que da la felicidad. Pero no es así. El tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la ilusión de ser felices, pero, al final, nos dominan y nos llevan a querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos. ¡"Poné a Cristo" en tu vida, poné tu confianza en él y no quedarás defraudado! Miren, queridos amigos, la fe lleva a cabo en nuestra vida una revolución que podríamos llamar copernicana, porque nos quita del centro y pone en él a Dios; la fe nos inunda de su amor que nos da seguridad, fuerza, esperanza. Aparentemente no cambia nada, pero, en lo más profundo de nosotros mismos, todo cambia. En nuestro corazón habita la paz, la dulzura, la ternura, el entusiasmo, la serenidad y la alegría, que son frutos del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22) y nuestra existencia se transforma, nuestro modo de pensar y de obrar se renueva, se convierte en el modo de pensar y de obrar de Jesús, de Dios. En el Año de la Fe, esta Jornada Mundial de la Juventud es precisamente un don que se nos da para acercarnos todavía más al Señor, para ser sus discípulos y sus misioneros, para dejar que él renueve nuestra vida.

Querido joven, querida joven: "Poné a Cristo" en tu vida. En estos días, Él te espera en su Palabra; escúchalo con atención y su presencia enardecerá tu corazón. "Poné a Cristo": Él te acoge en el Sacramento del perdón, para curar, con su misericordia, las heridas del pecado. No tengas miedo de pedir perdón. Él no se cansa nunca de perdonarnos, como un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! "Poné a Cristo": Él te espera en el encuentro con su Carne en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio de amor, y en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje de la caridad, de la bondad, del servicio. También tú, querido joven, querida joven, puedes ser un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo nuestro.

"Qué bien se está aquí", poniendo a Cristo, la fe, la esperanza, el amor que él nos da, en nuestra vida. Queridos amigos, en esta celebración hemos acogido la imagen de Nuestra Señora de Aparecida. Con María, queremos ser discípulos y misioneros. Como ella, queremos decir "sí" a Dios. Pidamos a su Corazón de Madre que interceda por nosotros, para que nuestros corazones estén dispuestos a amar a Jesús y a hacerlo amar. ¡Él nos espera y cuenta con nosotros! 

Amén

En el Día de los Abuelos!!

LOS ABUELOS NO SÓLO CUIDAN; SON EL TRONCO DE LA FAMILIA EXTENDIDA, APORTAN ALGO QUE LOS PADRES NO SIEMPRE VISLUMBRAN: PERTENENCIA E IDENTIDAD.

 Enrique Orschanski (Médico)

En los últimos 50 años, nuestro estilo de vida familiar cambió drásticamente como consecuencia de un nuevo sistema de producción. La inclusión de la mujer en el circuito laboral llevó a que ambos padres se ausenten del hogar por largos períodos creando como consecuencia el llamado “síndrome de la casa vacía”.

El nuevo paradigma implicó que muchos niños quedaran a cargo de personas ajenas al hogar o en instituciones. Esta tercerización de la crianza se extendió y naturalizó en muchos hogares.

Algunos afortunados todavía pueden contar con sus abuelos para cubrir muchas tareas: la protección, los traslados, la alimentación, el descanso y hasta las consultas médicas. Estos privilegiados chicos tienen padres de padres, y lo celebran eligiendo todos los apelativos posibles: abu, abuela/o nona/o bobe, zeide, tata, yaya/o opi, oma, baba, abue, lala, babi, o por su nombre, cuando la coquetería lo exige.

Los abuelos no sólo cuidan, son el tronco de la familia extendida, la que aporta algo que los padres no siempre vislumbran: pertenencia e identidad, factores indispensables en los nuevos brotes.

La mayoría de los abuelos siente adoración por sus nietos. Es fácil ver que las fotos de los hijos van siendo reemplazadas por las de estos. Con esta señal, los padres descubren dos verdades: que no están solos en la tarea, y que han entrado en su madurez.

El abuelazgo constituye una forma contundente de comprender el paso del tiempo, de aceptar la edad y la esperable vejez. Lejos de apenarse, sienten al mismo tiempo otra certeza que supera a las anteriores: los nietos significan que es posible la inmortalidad.

Porque al ampliar la familia, ellos prolongan los rasgos, los gestos: extienden la vida. La batalla contra la finitud no está perdida, se ilusionan.

Los abuelos miran diferente. Como suelen no ver bien, usan los ojos para otras cosas. Para opinar, por ejemplo. O para recordar.
Como siempre están pensando en algo, se les humedece la mirada; a veces tienen miedo de no poder decir todo lo que quieren decir...

La mayoría tienen las manos suaves y las mueven con cuidado. Aprendieron que un abrazo enseña más que toda una biblioteca.
Los abuelos tienen el tiempo que se les perdió a los padres; de alguna manera pudieron recuperarlo. Leen libros sin apuro o cuentan historias de cuando ellos eran chicos. Con cada palabra, las raíces se hacen más profundas; la identidad, más probable.

Los abuelos construyen infancias, en silencio y cada día. Son incomparables cómplices de secretos. Malcrían profesionalmente porque no tienen que dar cuenta a nadie de sus actos. Consideran, con autoridad, que la memoria es la capacidad de olvidar algunas cosas. Por eso no recuerdan que las mismas gracias de sus nietos las hicieron sus hijos. Pero entonces, no las veían, de tan preocupados que estaban por educarlos.

Algunos todavía saben jugar a cosas que no se enchufan. Son personas expertas en disolver angustias cuando, por una discusión de los padres, el niño siente que el mundo se derrumba. La comida que ellos sirven es la más rica; incluso la comprada. Los abuelos huelen siempre a abuelo. No es por el perfume que usan, ellos son así. ¿O no recordamos su aroma para siempre?

Los chicos que tienen abuelos están mucho más cerca de la felicidad. Los que los tienen lejos, deberían procurarse uno (siempre hay buena gente disponible).

Finalmente, y para que sepan los descreídos... los abuelos nunca mueren, sólo se hacen invisibles.

Discurso del Papa Francisco en la Favela de Varginha

Queridos hermanos y hermanas:

 Es bello estar aquí con ustedes. Ya desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir «buenos días», pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho», hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos... Pero Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede llamar a todas las puertas. Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra Comunidad, que hoy representa a todos los barrios de Brasil. ¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría! Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta. Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida. Agradezco a Mons. Orani Tempesta y a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras.  

1. Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre  vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón. Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda.   Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano.   
Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella. Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.  

 2. También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia. Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.   

3. Quisiera decir una última cosa. Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo.   La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10). Hoy digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento. Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición.

miércoles, 24 de julio de 2013

Homilía de Francisco en Aparecida

Queridos hermanos y hermanas 

¡Qué alegría venir a la casa de la Madre de todo brasileño, el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida! Al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma fui a la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, con el fin de encomendar a la Virgen mi ministerio como Sucesor de Pedro. Hoy he querido venir aquí para pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano. 
Quisiera ante todo decirles una cosa. En este santuario, donde hace seis años se celebró la V Conferencia General del Episcopado de América Latina y el Caribe, ha ocurrido algo muy hermoso, que he podido constatar personalmente: ver cómo los obispos –que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la misión– se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella Conferencia ha sido un gran momento de Iglesia. 

Y, en efecto, puede decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María. La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María. 

Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María –que amó a Jesús y lo educó– para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría. 

1. MANTENER LA ESPERANZA:La Segunda Lectura de la Misa presenta una escena dramática: una mujer –figura de María y de la Iglesia– es perseguida por un dragón –el diablo– que quiere devorar a su hijo. Pero la escena no es de muerte sino de vida, porque Dios interviene y pone a salvo al niño (cf. Ap12,13a-16.15-16a). Cuántas dificultades hay en la vida de cada uno, en nuestra gente, nuestras comunidades. Pero, por más grandes que parezcan, Dios nunca deja que nos hundamos. 

Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en la evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza. 

Cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros. Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas. 

Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo. Casi los podemos leer en este santuario, que es parte de la memoria de Brasil: espiritualidad, generosidad, solidaridad, perseverancia, fraternidad, alegría; son valores que encuentran sus raíces más profundas en la fe cristiana. 

2. DEJARSE SORPRENDER POR DIOS: Quien es hombre, mujer de esperanza –la gran esperanza que nos da la fe– sabe que Dios actúa y nos sorprende también en medio de las dificultades. Y la historia de este santuario es un ejemplo: tres pescadores, tras una jornada baldía, sin lograr pesca en las aguas del Río Parnaíba, encuentran algo inesperado: una imagen de Nuestra Señora de la Concepción. ¿Quién podría haber imaginado que el lugar de una pesca infructuosa se convertiría en el lugar donde todos los brasileños pueden sentirse hijos de la misma Madre? 

Dios nunca deja de sorprender, como con el vino nuevo del Evangelio que acabamos de escuchar. Dios guarda lo mejor para nosotros. Pero pide que nos dejemos sorprender por su amor, que acojamos sus sorpresas. Confiemos en Dios. Alejados de él, el vino de la alegría, el vino de la esperanza, se agota. Si nos acercamos a él, si permanecemos con él, lo que parece agua fría, lo que es dificultad, lo que es pecado, se transforma en vino nuevo de amistad con él. 

3. VIVIR CON ALEGRÍA: Queridos amigos, si caminamos en la esperanza, dejándonos sorprender por el vino nuevo que nos ofrece Jesús, ya hay alegría en nuestro corazón y no podemos dejar de ser testigos de esta alegría. El cristiano es alegre, nunca triste. Dios nos acompaña. Tenemos una Madre que intercede siempre por la vida de sus hijos, por nosotros, como la reina Esther en la Primera Lectura (cf. Est 5,3). 

Jesús nos ha mostrado que el rostro de Dios es el de un Padre que nos ama. El pecado y la muerte han sido vencidos. El cristiano no puede ser pesimista. No tiene el aspecto de quien parece estar de luto perpetuo. Si estamos verdaderamente enamorados de Cristo y sentimos cuánto nos ama, nuestro corazón se «inflamará» de tanta alegría que contagiará a cuantos viven a nuestro alrededor. Como decía Benedicto XVI: «El discípulo sabe que sin Cristo no hay luz, no hay esperanza, no hay amor, no hay futuro» (Discurso Inaugural de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Aparecida, 13 de mayo 2007). 

Queridos amigos, hemos venido a llamar a la puerta de la casa de María. Ella nos ha abierto, nos ha hecho entrar y nos muestra a su Hijo. Ahora ella nos pide: «Hagan todo lo que él les diga» (Jn 2,5). Sí, Madre nuestra, nos comprometemos a hacer lo que Jesús nos diga. Y lo haremos con esperanza, confiados en las sorpresas de Dios y llenos de alegría. Que así sea.

martes, 23 de julio de 2013

Discurso del Papa Francisco en Rio de Janeiro

  • "Necesitamos santos sin velo, sin sotana. 
  • Necesitamos santos de jeans y zapatillas. 
  • Necesitamos santos que vayan al cine, escuchen música y paseen con sus amigos. 
  • Necesitamos santos que coloquen a Dios en primer lugar y que sobresalgan en la Universidad. 
  • Necesitamos santos que busquen tiempo cada día para rezar y que sepan enamorar en la pureza y castidad, o que consagren su castidad. 
  • Necesitamos santos modernos, santos del siglo XXI con una espiritualidad insertada en nuestro tiempo. 
  • Necesitamos santos comprometidos con los pobres y los necesarios cambios sociales. 
  • Necesitamos santos que vivan en el mundo, se santifiquen en el mundo y que no tengan miedo de vivir en el mundo. 
  • Necesitamos santos que tomen Coca Cola y coman hot-dogs, que sean internautas, que escuchen iPod. 
  • Necesitamos santos que amen la Eucaristía y no tengan vergüenza de tomar una cerveza o comer pizza el fin de semana con los amigos. 
  • Necesitamos santos a los que les guste el cine, el teatro, la música, la danza, el deporte. 
  • Necesitamos santos sociables, abiertos, normales, amigos, alegres, compañeros. 
  • Necesitamos santos que estén en el mundo y que sepan saborear las cosas puras y buenas del mundo, pero sin ser mundanos.

sábado, 20 de julio de 2013

...No es Nada Fácil Cultivar una Amistad...

Escrito por José Luis Martín Descalzo

"Una verdadera amistad o nace cada día, o se mustia; o se mima como una planta, o se reduce a un tapasoledades. Y no es nada fácil cultivar una amistad. Yo recordaría los, al menos, seis pilares sobre los que se apoya cuando es auténtica:

En primer lugar, el respeto a lo que el amigo es y como el amigo es. Una pareja en la que la libertad del otro no es respetada, en la que uno de los dos se hace dueño de la voluntad del otro, es un ejercicio de vampirismo, no una amistad.

En segundo lugar, la franqueza, que está a media distancia entre la simple confianza y el absurdo descaro. Jesús decía a sus discípulos que ellos eran sus amigos porque les había contado todo cuanto sabía de su Padre. Porque amistad es confidencia; más que simple sinceridad, es intimidad compartida.

Y amistad es generosidad, que no tiene nada que ver con la «compra» del amigo a base de regalos, sino con el don de compartir con naturalidad lo que se es y lo que se tiene. En el regalo artificial hay siempre algunas gotas de hipocresía, de compraventa de favores. El regalo del amigo verdadero es aquel que apenas se nota y tras el que el otro no se siente obligado a pagar con un nuevo regalo. En la amistad, más que en parte alguna, la mano izquierda no debe saber lo que hace la derecha.

La amistad es también aceptación de fallos. Los amigos del tipo «perro-gato» que se pasan la vida discutiendo por cualquier cosa a todas horas, tal vez sean buenos camaradas, pero difícilmente serán auténticos amigos. Y peor es el amigo «tutelador», el que a todas horas sermonea al otro, el que se exhibe constantemente como el ejemplo a imitar, formas todas estas patológicas de la auténtica amistad.

La quinta columna de la amistad es la imaginación frente a uno de sus mayores peligros: el aburrimiento. Toda verdadera amistad es fecunda en ideas, en saber adelantarse a los gustos del amigo, en saber equilibrar el silencio con la conversación, en descubrir cuándo se consuela con la palabra y cuándo con la simple compañía.

Y la sexta podría ser la apertura. Una amistad no es algo cerrado entre dos, sino algo abierto a la camaradería, al grupo, porque la amistad no es una forma de «noviazgo» disfrazado.

Seis columnas que se resumen, al final, en una sola: la amistad es lo contrario del egoísmo. No se asume porque me enriquezca, sino porque dos quieren enriquecerse mutuamente en la medida en que cada uno trata de enriquecer al otro. 

Es, ya lo hemos dicho, una forma de amor. Una de las más altas.


domingo, 14 de julio de 2013

"Recibir esa Presencia Mayor que la Habita"

Escrito por Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-

"La invitación es a entrar en mi propia casa, a recibir a esa Presencia mayor que la habita, que viene a ordenarla y a ensancharla. Acogerme tal y como me encuentro, no como creo que debería encontrarme, sino con todo lo que traigo. Acogerme en mi casa a mí misma, para poder recibir a otros. Conocerla, respetarla, disponerla... para poder ofrecer ese lugar de intimidad y profundidad que hay en mí.

Leer:   «Yendo de camino, Jesús entró en un aldea, y una mujer llamada Marta lo recibió en su casa» -Lc 10,38-42-

– Reconocer que muchas veces ando corriendo alrededor de la casa y no me tomo tiempo para entrar en ese lugar secreto desde el que soy yo misma/o, donde están las fuentes de mi vida. Bajar hoy a ese lugar.

Escuchar cómo Jesús me dice: «Baja, porque hoy quiero alojarme en tu casa»  

«Una persona sin casa es una persona dispersa y perdida. Cada casa tiene el espíritu y el alma de quien la ha habitado. La casa rezuma lo que en ella se ha vivido: alegrías, dolores, despedidas, encuentros... La casa que somos la hace el que allí habita: Dios. Nuestro silencio es apertura al ser divino que está en nuestra casa. En una casa todo se comparte: las horas de dicha y las tristezas, todo se celebra en la casa, ese amor que se hace presente en esas situaciones tan diversas de nuestra existencia. Entrar en la casa es regresar al corazón de mi vida. En ese lugar donde encuentro sostén y reposo. Descansamos al entrar en el corazón... Aún no hemos puesto las manos en todos los lugares de nuestra casa, poner las manos es poner el amor».(J.F. MORATIEL)

Adéntrate en el interior de tu casa a través de la respiración, con las llaves de la soledad y del silencio.

Reconociéndola

¿Cómo está mi casa en este momento de mi vida? ¿Cuáles son sus cimientos?         ¿Sobre qué se apoya?
¿Guardo cuartos cerrados en ella que me cuesta abrir, en los que  apenas puedo       entrar?
¿En qué habitaciones, en qué lugares de la casa estoy la mayor parte del tiempo?

Habitándola:
Miro a Marta y me pregunto:  En lo que vivo, en lo que hago ¿me gasto compulsivamente o  me voy viviendo  centrada/o, presente en dónde estoy?
¿Qué me dispersa y agitada, viviendo fuera de mi centro?
¿Qué necesito para salir del circulo de las comparaciones, de la queja, del
   juicio rápido, de los ruidos?
¿Me doy alimento y descanso a nivel  corporal y espiritual para no caer en el activismo?

¿Qué nombres quiere poner el Señor a mi casa?

¿Lugar de descanso, de encuentros, casa de paz, casa de memoria buena, casa para aprender a envejecer, casa para iniciar otros viajes o iniciar otros caminos...? 

¿Qué nombre le da él a esta etapa de mi vida?

Acaba agradeciendo que es el mismo Señor el que construye nuestra casa, conoce sus planos y habita silenciosamente en ella.

«La luz de mi casa viene de dentro...
El orden viene siempre de dentro...
Toda la naturaleza se abre desde dentro...»