miércoles, 29 de julio de 2015

En el Día de Santa Marta, te invito a Orar con Marta de Betania

Escrito por Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-

La invitación es a entrar en mi propia casa, a recibir a esa Presencia mayor que la habita, que viene a ordenarla y a ensancharla. Acogerme tal y como me encuentro, no como creo que debería encontrarme, sino con todo lo que traigo. Acogerme en mi casa a mí misma, para poder recibir a otros. Conocerla, respetarla, disponerla... para poder ofrecer ese lugar de intimidad y profundidad que hay en mí. 

LeemosLc 10, 38-42: «Yendo de camino Jesús entró en un aldea y una mujer llamada  Marta lo recibió en su casa». 

Reconocer que muchas veces ando corriendo alrededor de la casa  y no  me tomo tiempo para entrar en ese lugar secreto desde el que soy yo misma, donde están las fuentes de mi vida. Bajar hoy a ese lugar.

Escucha: cómo Jesús me dice “Baja, porque hoy quiero alojarme en tu casa” (Lc 19,6).

«Una persona sin casa es una persona dispersa y perdida. Cada casa tiene el espíritu y el alma de quien la ha habitado. La casa rezuma lo que en ella se ha vivido: alegrías, dolores, despedidas, encuentros... La casa que somos la hace el que allí habita: Dios. Nuestro silencio es apertura al ser divino que está en nuestra casa. En una casa todo se comparte: las horas de dicha y las tristezas, todo se celebra en la casa, ese amor que se hace presente en esas situaciones tan diversas de nuestra existencia. Entrar en la casa es regresar al corazón de mi vida. En ese lugar donde encuentro sostén y reposo. Descansamos al entrar en el corazón…Aún no hemos puesto las manos en todos los lugares de nuestra casa, poner las manos es poner el amor» (J.F. Moratiel).

Adéntrate en el  interior de tu casa a través de la respiración, con las llaves de la soledad y del silencio.

Reconociéndola:
- ¿Cómo está mi casa en este momento de mi vida? ¿Cuáles son sus  cimientos? ¿Sobre qué se apoya?
- ¿Guardo cuartos cerrados en ella  que me cuesta abrir, en los que apenas puedo entrar? 
-¿En qué habitaciones, en qué lugares de la casa estoy la mayor parte del tiempo?

Habitándola:
-Miro a Marta y me pregunto: En lo que vivo, en lo que hago ¿me gasto compulsivamente o me voy viviendo centrada/o, presente en donde estoy? ¿Qué me tiene dispersa y agitada, viviendo fuera de mi centro?
- ¿Qué  necesito  para salir, de la rueda de las comparaciones, de la queja, del juicio rápido, de los ruidos?
-¿Cómo me doy alimento y descanso a nivel  psicológico, corporal y espiritual para no caer en el activismo?

¿Qué nombres quiere poner el Señor a mi casa?
-¿Lugar de descanso, de encuentros, casa de paz, casa de memoria buena, casa para aprender a envejecer, casa para iniciar otros viajes o iniciar otros caminos...? 
¿Qué nombre le da él a esta etapa de mi vida?

Para saborear e interiorizar:
«Si el Señor no construye la casa, en vano se afanan los constructores» (Sal 127, 1).

«Dios da a los desvalidos el cobijo de una casa» (Salmo 68,7).

«Yo soy el Señor, tu Dios, el que te ha sacado del país de Egipto de la casa de la servidumbre... a la casa de la libertad» (Dt 5, 6).

«Por la abundancia de tu amor entro yo en tu casa» (Salmo 5).

«Mi casa está en ruinas pero Tú, Señor,  vives en ella» (T. Merton).

«En la oración descubrimos una y otra vez que el amor que estamos buscando ya nos ha sido dado, y que podemos tener experiencia de él. La oración es entrar en comunión con el que modeló nuestro ser en el vientre de nuestra madre con amor, sólo con amor. Allí, en el primer amor, está nuestro verdadero yo; un yo no hecho de los rechazos y de las aceptaciones de aquellos con quienes vivimos, sino sólidamente enraizado en aquel que nos llamó a la existencia. Fuimos creados en la casa de Dios. Somos llamados a regresar a esa casa. La oración es el acto de regreso» (H. Nouwen).

sábado, 25 de julio de 2015

Personas que Comparten lo Gratuito que nace de la Gratuidad...

Escrito  por Miguel Tombilla - Revista Vida Religiosa-

En el Evangelio de hoy vemos la escena de la multiplicación de los panes y los peces en Juan. 

Solemos tener mezclados los relatos de los distintos evangelistas en nuestra cabeza, por eso se nos suelen pasar de largo algunos detalles preciosos. 

El primero es que Jesús al levantar la vista y ver a la multitud lo primero que se le pasa por la cabeza es en darles de comer. No se le ocurre hablarles del Reino sino darles de comer, aunque quizás sea decir lo mismo con gestos o con palabras. Jesús es el Maestro, pero también el Profeta que sabe que las acciones son de Dios. Que Dios regala el maná a los suyos, el pan que nos enseñó a pedir en el Padrenuestro, el pan de cada día, sin acumular. 

Por eso Felipe hace un cálculo rápido de cuánto costaría dar de comer a la multitud y le sale una cifra desorbitante: Doscientos denarios. Mientras que Andrés encuentra a un muchacho con una cantidad ridícula para tanta gente: cinco panes y dos peces. Y aquí comienza el signo imagen del Reino y anticipación de Eucaristía. 

Por ese muchacho que da lo que tiene, de sobra para él y para los suyos, se produce la multiplicación generosa. 

Jesús pone en relación a las personas y pasan de ser una multitud de desconocidos a un grupo de personas que comparten lo gratuito que nace de la gratuidad. 

Y la exageración llega a su culmen cuando se ponen a recoger después de haber comido, para que nada se desperdicie: doce canastas “con los pedazos de los cinco panes de cebada”. El evangelista ve lógico la identificación de las sobras, la superabundancia, con los panes de aquel muchacho desconocido. Y así se cierra el círculo del Reino. No son necesarios los denarios (no podéis sevir a Dios y al dinero) cuando un muchacho da lo que tiene y Jesús pone en relación, en banquete, a unos desconocidos, a una masa informe, de la que nace la fiesta que es banquete de Reino. 

Y al final Jesús se escapa él solo a la montaña porque sabe que lo quieren hacer rey y él no es de ese tipo de reyes. Lo suyo es un Reino de un muchacho que deja lo que tiene para hacer la multiplicación del setenta veces siete de pan que también es perdón que hace comunidad sentada en la hierba. Comunidad de abundancia desmedida gracias a ese muchacho del que no sabemos su nombre. 

sábado, 18 de julio de 2015

La Invitación de Jesús a Descansar un Poco...


Escrito por Patxi ÁLVAREZ DE LOS MOZOS, SJ

El descanso cristiano, como las demás dimensiones de nuestra vida, encuentra su ubicación adecuada desde nuestra condición de hijas e hijos de este Dios y seguidores de Jesús. Hay quien entiende que el descanso es el momento de hacer lo que nos viene en gana. Para los cristianos es más bien la ocasión de dar su auténtico relieve a lo que somos nosotros, a lo que son los demás y a lo que es la primacía de Dios. Por tanto, tiempo para ser.

El séptimo día es el tiempo en el que Dios deja a las cosas que sean, como diferentes de Él, autónomas y consistentes, y disfruta con ellas.

Es también tiempo para el desarrollo de los seres humanos, para construir fraternidad, familia, hogar. Así lo entendieron los judíos, quienes probablemente hayan sido capaces de mantener su identidad como pueblo durante tantos siglos de diáspora y persecución gracias a su meticuloso respeto del sábado. Y es también tiempo sagrado, tiempo privilegiado para dirigir nuestra mirada hacia Dios, para comprender desde él el sentido de las cosas.

Tal vez sean éstos, pues, los tres ejes que estructuran el sentido último del descanso:

– Tiempo para dejar a las cosas que sean y gozar con ellas, para permitir también que lo humano nuestro se desvele y resplandezca. Un espacio para cultivar activamente la pasividad.

– Tiempo para los demás, para disfrutar de las relaciones humanas, para celebrar y acrecentar la unión fraterna, para saborear alegrías y tristezas ajenas.

– Tiempo para Dios, para asomarnos al misterio que late en lo profundo de la vida y rendirnos ante él, para descalzarnos ante lo sagrado y contemplar.

Las jornadas de Jesús  parecen especialmente agotadoras: le presentan muchos enfermos para que los toque y los cure, son muchas las personas que acuden para escucharlo, lo reclaman de todas partes, se le resisten los espíritus inmundos... No cabe duda de que al finalizar el día Jesús debía de estar rendido. Sabía por experiencia de cansancios y agobios, pero del mismo modo sabía hacerse huecos para reparar las fuerzas, para volver a contactar con el sentido de su vida y su misión, para ser él mismo. 

Es la lucidez que proporciona una mirada profunda, reparada en una paz buscada. Para Jesús, el descanso, entre otras cosas, es un momento de restauración y rehabilitación personal que le permite zambullirse de nuevo en lo cotidiano con mayor energía. Tal vez por ello nunca pierde el norte, siempre está preparado, listo, dispuesto a dar lo mejor de sí y a responder en la dirección adecuada.

Creo que en nuestro tiempo, por el contrario, ansiamos evadirnos de la realidad. Tenemos una necesidad compulsiva de huir de lo cotidiano. Sentimos que la vida concreta, con sus límites y sus demandas, nos constriñe y hastía, y buscamos otros espacios de realización.

Tal vez la contemplación del modo de descansar de Jesús nos ayude a orientar adecuadamente el nuestro:

– Puede ser, efectivamente, un tiempo para reparar nuestras fuerzas, para reposar y recuperar nuestro ritmo vital. Dormir, pasear, leer plácidamente, escuchar, dejar a las cosas que sean, practicar una saludable pasividad. Tal vez para ello necesitemos aprender a perder el tiempo en actividades no productivas, pero sobre las que se apoya toda biografía que valga la pena construir.

– Puede ser también un tiempo para contactar con nuestro propio cuerpo, para dejar que nos hable de sus tensiones, de sus miedos, de sus heridas y sufrimientos, de sus alegrías, de su armonía o de su ruptura interna... Cuidarlo como calladamente nos sugiere. Probablemente para ello necesitemos paciencia y silencio. Descansar así ¿no será, hasta cierto, punto un arte?

– Por último, como Jesús haría al final del día, el descanso es un momento privilegiado para dejar posar los acontecimientos, para repasar rostros, encuentros, decisiones, actitudes... una ocasión para el agradecimiento de lo vivido, para la reconciliación con lo no deseado, pero que forma parte inseparable de mí; para recordar –volver a pasar por el corazón– lo vivido. Podemos recuperar la armonía y alcanzar una mayor profundidad en nuestra vida, una mayor sabiduría; pero para ello deberemos hacer como María, que «conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón».

Y, frente a ello, la necesidad de conversión, de volver el rostro hacia Dios:

– Dedicándole tiempo, espacio, lugar en mi existencia para estar gratuitamente con Él, para disfrutar de su presencia en mi vida, para respirarlo y gozarlo. El descanso puede favorecer de modo especial el cultivo de la mirada profunda sobre la vida, que nos permite descubrir en ella sus aspectos esenciales, tantas veces ocultos, el tinte de amor que cobra la realidad cuando nos asomamos a ella en sintonía con lo divino.

– Descanso para celebrar con pasión lo sagrado de nuestra existencia: la amistad, la entrega y el sacrificio, los recuerdos alegres o tristes del pasado, los encuentros, el misterio de la vida, al que nos acercamos desde los símbolos que convocamos en nuestras fiestas.

– Tiempo para contemplar la naturaleza, para dejarse deslumbrar por su desmesura, por su armonía y su suavidad, para permitir que su sabiduría y sus milagros nos invadan, para penetrar en el misterio de amor que encierra. Eso puede ser un bálsamo en medio de nuestras urbanizaciones, tantas veces hedonistas, aislantes, autosuficientes, contaminadas e inaccesibles.

De este modo, el descanso también puede constituir un tiempo privilegiado para tratar con el Señor, para alegrarnos con su presencia, para hacerle hueco en una vida que muchas veces tiene demasiadas ocupaciones y a la que le falta reposo y quietud para gozar del sentido de las cosas y los acontecimientos.

sábado, 11 de julio de 2015

Un Regalo inesperado...


Les comparto las palabras del P. Diego Fares -sj-, que habló sobre el regalo de la "Cruz Comunista" al Papa Francisco.

"Hay dos poemas que iluminan el corazón del que inspiró esa cruz “escandalosa” que Evo le regaló al Papa. Son del jesuita Luis Espinal, asesinado en Bolivia en el 80.  El había hecho el boceto de ese Cristo sobre una hoz y un martillo y era expresión de un deseo de dialogar con todos los que defendían a los más pobres.

Más allá de las ideas políticas de cada uno, hace bien saber que los que ordenaron su muerte, el dictador Meza Tejada y su ministro Arce Gómez, no solo defendían ideas políticas sino que tenían vínculos con el narcotráfico. Arce Gómez está todavía preso en Bolivia, y Meza Tejada fue juzgado y condenado por violación de los derechos humanos en 1993.

Quién fue Espinal puede verse por cómo dio la vida.

También se puede entrever algo de su corazón por sus filmes a favor de los humildes (era director de cine) y por poemas como estos… (Pero esto es solo para los que eligen juzgar por sí mismos acerca de la calidad de las personas y no por lo que le dicen aquellos medios que viralizan sin investigar ni un poco la imagen de una “cruz comunista”).

Señor Jesucristo,
nos da miedo gastar la vida.
Pero la vida Tú nos la has dado para gastarla; 
no se la puede economizar en estéril egoísmo.
Gastar la vida es trabajar por los demás, aunque no paguen,
hacer un favor al que no va a devolverlo; 
gastar la vida es lanzarse aun al fracaso, 
si hace falta, sin falsas prudencias;
es quemar las naves en bien del prójimo. (...)

Gastar la vida
no se hace con gestos ampulosos,
y falsa teatralidad.
La vida se da sencillamente,
sin publicidad, como el agua de la vertiente, 
como la madre da el pecho a su wawa, 
como el sudor humilde del sembrador. (...)
……………..
El futuro es un enigma,
nuestro camino se interna en la niebla;
pero queremos seguir dándonos,
porque Tú estás esperando
Con nuestros cuerpos aún en la brecha, y con el alma rota,
te gritamos un primer "hurra",
hasta que se desencadene la eternidad.

Tu dolor ya pasó;
tus enemigos han fracasado antes de nacer. 
Tú eres el Rey de la sonrisa definitiva. (...)

Marchamos detrás de Ti,
por una calzada de eternidad. Tú estás con nosotros
y eres nuestra inmortalidad.
Señor triunfador de los siglos,
quita todo rictus de tristeza
de nuestros rostros.

No estamos embarcados en un azar; 
la ultima palabra ya es tuya.
Más allá́ del crujir de nuestros huesos,
ya ha empezado el "Aleluya" eterno. 
Que las mil gargantas de nuestras heridas se sumen ya a tu salmodia triunfal.

Diego Fares sj

viernes, 3 de julio de 2015

CREER EN EL OTRO: CREER EN DIOS...


Fuente: CEP -Centro de Espiritualidad y Pastoral, Venezuela-

La Liturgia nos invita a que nos atrevamos a creer, confiar y apostar en el otro, como el modo más eficaz de sustentar nuestra experiencia de fe.

El evangelio (Mc. 6,1-6) presenta a Jesús un desconcertado entre los pobladores de Nazaret, entre los suyos. Y no puede ser de otro modo, porque del lado de los nuestros, de la propia familia, de los amigos, de los compañeros de trabajo y de la misma Iglesia, es donde más se pone a prueba nuestra credibilidad. 

A los de Nazaret les faltó perspectiva para reconocer a Jesús, para descubrir que alguien tan cotidiano, tan simple, y tan sencillo pudiera tener sabiduría y poder de hacer milagros. No hay cosa más terrible y contrapuesta a la fe que mirar al mundo, a las personas y a Dios con los lentes de las propias fijaciones y de los propios razonamientos. Por eso Jesús se sintió tan extrañado en medio de unas personas donde reinaba la desconfianza.

Las preguntas que los vecinos de Jesús le hicieron con asombro y con cierta suspicacia, siguen latentes entre nosotros. Porque preguntar por el origen de la sabiduría de la gente o por el origen de algún don que posean, y cuánto más si se trata de gente sencilla o que no encaja en nuestros esquemas, no es otra cosa que la manifestación sutil de la soberbia. 

Ese tipo de soberbia que se oculta bajo múltiples formas de actuación, no es más que engreimiento solapado, o como lo denominó Karl Rahner: concupiscencia del espíritu. Es decir, aquella finura del orgullo que se esconde bajo sutilezas que ofuscan el alma, impiden la visión y hacen perder toda perspectiva.

Nuestra fe solamente será fe, en la medida que se afiance en la relación con un Dios que se revela tanto en nuestra vida como en la de los demás. Un Dios tan cotidiano que sólo puede verse y comprenderse cuando nos dejamos interrogar y asombrar por las maravillas que Él realiza en todos, ya sean grandes o pequeños, amigos o enemigos. 

Lo que vivió Jesús en Nazaret se repite a diario, tal como lo expresa el dicho: “nadie es profeta en su tierra”. Y pareciera cierto, sin embargo, no podemos conformarnos con eso. El mismo evangelista nos dice que Jesús, al menos, pudo hacer alguna curación sencilla. Algo, y quizás mucho, podremos también hacer nosotros entre los que nos conocen y con quienes compartimos la vida más de cerca.
Aunque Jesús no pudo provocar la fe en aquella gente tan acostumbrada a su modo de ver la vida, las personas y el mundo, al menos pudo encender la chispa de la salud, lo cual podrá en otro momento más propicio convertirse en un gran fuego. Y esto es también una parte de la buena noticia que nos ofrece este evangelio para que no desistamos en nuestro afán de que el evangelio toque a quienes forman parte de nuestro entorno: a los que son de los nuestros.

Que toda casa, trabajo, reunión o comunidad, se convierta en lugar de confianza, de apuesta fraterna, de amistad fecunda, como signo que evidencia la fe que nos sostiene y nos lanza.