domingo, 28 de abril de 2024

Permanecer en Jesús y Ser su Amigos...


-Escrito por un autor desconocido-

El fruto es la vida que debemos derramar sobre los otros. Pero no somos nosotros quienes damos vida, no es tampoco sólo Jesús, somos nosotros y Jesús, Jesús en nosotros y nosotros en Jesús. No podemos distinguir lo que es de Dios y lo que es nuestro. Es la vida del Espíritu fluyendo a través de cada uno de nosotros, enriquecida por los propios dones, por quienes somos –nuestra identidad- y por nuestra misión particular. La magnificencia de Dios es dar vida en y a través de nosotros. Dios no quiere actuar Él solo directamente en los corazones: Dios nos necesita como mediadores e instrumentos de su gracia. De esta manera, participamos en la creatividad de Dios dando vida. 

Permanecer en Jesús y ser su amigo

¿Qué significa permanecer en Jesús? Aquí tenemos una palabra clave “permanecer” o “morar”. Los primeros dos discípulos le preguntaron a Jesús: ¿Dónde vives? Y fueron se quedaron con Él. Jesús había dicho a los discípulos que si comían su cuerpo y bebían su sangre, habrían de morar en Él y Él en ellos. En este texto de Juan nos revela: 

“Yo los he amado a ustedes como el Padre me ama a mí: Permanezcan en mi amor. Si guardan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como Yo permanezco en el amor de mi Padre, guardando sus mandatos” (Jn 15,9-10). 

Permanecer o morar en Jesús es hacer nuestro hogar en Él y dejar que Jesús haga su hogar en nosotros. Nos sentimos en casa con Él y en Él. Es un lugar de descanso y de presencia recíproco, en un lugar de vida y creatividad. Permaneciendo en Él, damos fruto y damos vida a los demás. Vivimos en una mutua morada. Esta morada es amistad. 

La fuente de nuestra amistad con Jesús es la unidad entre Él y el Padre. Así como el Padre ama a Jesús y se entrega al Hijo, Jesús nos ama y se nos entrega…

sábado, 27 de abril de 2024

Hermosa Imagen del “Permanecer” como Comunión Profunda en el Vínculo del Amor, donde, Dios Padre es el que Realiza el Arte de la “Poda”...


Escrito por P. Eduardo Casas.

En el Evangelio de Juan, Jesús utiliza una imagen para referirse a la relación de amor recíproco entre Él y nosotros. Habla de la vid, la planta de la uva y de sus ramas llamadas sarmientos o pámpanos de donde brotan las hojas, las flores y los racimos. ​ El tronco de la planta se llama cepa y es de allí de donde salen precisamente las ramas o los sarmientos.

Jesús usa la imagen de una planta que, en su tronco, sus ramas y sus frutos, tienen una íntima conexión vital para subsistir. Además, en esa imagen que alude al vinculo, hay una referencia simbólica a cada uno de los protagonistas: “Yo soy la verdadera vid”, “el Padre es el viñador” y los discípulos, los de ayer y los de hoy, somos las ramas, los sarmientos.

Jesús, con cada uno de los creyentes, está íntimamente unido, en una comunión de vida, que se manifiesta en los frutos, imagen simbólica de las buenas obras que el creyente realiza.

En dicho vínculo, el texto pone -en boca de Jesús- un verbo que define tal relación: “permanecer”. Este verbo está repetido, en este fragmento, cuatro veces. Lo cual remarca su insistencia e importancia: “el que permanece en mí, y yo en él, da mucho fruto…. el que no permanece en mí, es como el sarmiento que se tira y se seca. Si permanecen en mí y mis palabras permanecen en ustedes, pidan lo que quieran y lo obtendrán” (1 Jn 15,5-7).

Este “permanecer” no consiste en un quedarse quieto e inmóvil, sino que es una comunión dinámica y viva, una unión con el Señor posibilitada por su gracia, comunicándonos su vida. Es, por eso, que afirma taxativamente: “separados de mí, no pueden hacer nada” (15,5). Quizás alguno pueda decir “yo hice muchas cosas en mi vida sin Jesús”. El Señor no habla de lo que podemos hacer en la dimensión material o psicológica de nuestra existencia, sino que se refiere a la dependencia absoluta que tenemos de Él en el plano espiritual y sobrenatural. Espiritualmente nada podemos hacer, con verdadero fruto, si no lo realizamos con la gracia del Señor y por ella. Si no tenemos comunión con Él, no hay vida interior, ni sostenimiento en la gracia. El sarmiento no tiene vida propia y, por tanto, no puede dar fruto por sí; necesita de la savia que lo nutra y lo mantenga.

Este “permanecer” es fundamental porque, a menudo, tenemos con Jesús una relación algo inestable. Hay tiempos intensos y hay otros de indiferencia. A veces nos sentimos cerca; otras veces, nos sentimos lejos del Señor. Sostenemos nuestro vínculo con Jesús de acuerdo a nuestras prioridades, necesidades o deseos. No siempre Él es nuestra primera opción preferencial.

Vivimos nuestro vinculo con el Señor como si fuera otro de los muchos lazos humanos que tenemos. No caemos en la cuenta que el vinculo con Jesús es distinto, prioritario y esencial. Nos dejamos influenciar por una cultura que vive las relaciones humanas lábil, frágilmente y fugazmente.

Armamos y desarmamos relaciones como si fueran piezas de un rompecabezas y no nos damos cuenta que nos afectan profundamente, no sólo emocionalmente, sino también en nuestra propia identidad, la cual se nutre -en su consolidación- por las relaciones estables con la familia, con los amigos, con la comunidad y, fundamentalmente, con Dios.

En la actualidad, hay muchas personas rotas, fragmentadas y heridas por el “armado” y el “desarmado” en el ensamble de relaciones, las cuales no sólo la afectan a ella, sino también a las personas más próximas. Todo queda influenciado por nuestros vínculos. Ellos entretejen nuestra identidad y nuestra biografía.

No nos deja indiferentes lo que construimos, deconstruimos, reconstruimos o destruimos en cuanto a nuestras relaciones. Somos seres fundamentalmente vinculares y sociales. Incluso cuando estamos solos, siempre estamos en comunión con otros. Podemos ser más o menos solitarios; aunque nunca solos.[14]

Por su parte, en esta hermosa imagen del “permanecer” como comunión profunda en el vínculo del amor, el texto evangélico dice que Dios Padre es el que realiza el arte de la “poda” (15,2). Por lo tanto, la limpieza profunda de ese vínculo que tenemos con su Hijo, la realiza el Padre. No sólo purifica nuestro vínculo con Jesús, sino también nuestro propio corazón. Esa “limpieza”, esa “poda” es sanación y curación personal y vincular.

La poda es una imagen muy sugerente, ya que consiste en una tala cuidadosa, delicada y selectiva de algunas partes de una planta, tales como las raíces, las ramas, las hojas, las flores y los frutos. Todo puede ser podado para mejorar la calidad e incrementar el rendimiento y la producción de la planta.

La poda es un proceso de recorte a las partes vivas de la planta. Es, por eso, que no debe hacerse como una mutilación; de lo contrario, la planta moriría, sino que debe realizarse sabiendo cuáles son las partes que hay que intervenir. Tampoco dicha operación se puede hacer de cualquier manera y en cualquier momento del año, ya que peligra la subsistencia de la planta. Se necesita conocimiento, tiempo, dedicación y amor para podar plantas adecuadamente, eliminando la vegetación sobrante, quitando las ramas dañadas, cortando el gajo enfermo o mal situado, dando una forma decorativa al follaje, facilitando así el crecimiento y aumentando la producción de frutos.

No cualquiera puede podar con éxito una planta. Es una acción delicada que debe hacerse en la estación adecuada. Lo más conveniente es realizarla cuando la planta entre en su estación de receso vegetativo y su sabia esté concretada en la raíz. Generalmente debe realizarse hacia finales de invierno, cuando haya pasado el peligro de las grandes heladas y la proximidad de la primavera, renueve la recirculación de la savia y el dinamismo vital de la planta se active para reverdecer, florecer y fructificar.

La poda, aunque dolorosa para la planta, es necesaria para que mejore y puedan obtenerse sus mejores frutos. Hay heridas que, aunque duelan, ayudan a que seamos mejores. Esa es la sabia disposición de la naturaleza.

La comparación con la poda, para hablar de la purificación en el proceso de la fe, es también muy sugerente. Dios tiene un tiempo para nuestra “poda” personal: pruebas, sufrimientos, entregas y sacrificios. Él mismo, con sus manos, llega hasta lo más profundo de nuestras raíces y con su gracia, su “savia” de vida divina, nos ayuda a que mejoremos la calidad de nuestros frutos, las obras que nacen de nuestra unión con Jesús. La gracia que es la vida de comunión con Dios es la verdadera “savia” que nos recorre por dentro, alimentándonos y sosteniéndonos.

También el Señor, en este Evangelio, explicita una ley espiritual: “el Padre corta todos mis sarmientos que no dan fruto; al que da fruto, lo poda para que dé más todavía” (15,2). Jesús reconoce que hay creyentes suyos que no dan fruto; que no están en gracia, que no permanecen unidos a Él.

sábado, 20 de abril de 2024

Nuestro Bello Pastor Pone en Juego la Vida...

Jn 10, 11-18
Escrito por la hna. Mariola López Villanueva - Rscj-

“El buen pastor da la vida por las ovejas”

Es bueno sentir que el Señor nos conoce, más adentro de lo que  podemos hacerlo nosotros, que el amor que nos tiene es lo único que puede desvelarnos la vida. Y descubrir, a su luz, que somos como todos, una mujer, un hombre cualquiera, nada distintos de aquellos con los que nos cruzamos cada día. Que tenemos en común los mismos miedos, la misma necesidad de reconocimiento y afecto, la misma sed de reconciliación. Que nos hermana la fragilidad y, a la vez, una capacidad inmensa de alegría.

Jesús dice que  nos conoce y conoce al Padre, y que sabe que el Padre lo ama. Y es por este amor recibido por el que él puede exponer su vida a favor nuestro. El verbo que utiliza Juan no significa sólo dar la vida sino que tiene que ver con arriesgarla  en una situación de peligro que amenaza a otro. Es lo que hace Jesús  para aproximarnos a él,  la pone en juego, la ofrece, la deja, se desprende de ella, no la retiene.

No sabemos dónde nos conducirá el trabajo que Dios va haciendo pacientemente en nosotros, lo que sí sabemos es que no podremos dar un día de golpe nuestra vida si no la hemos gastado antes cada día con la gente, si no salimos de la comodidad y del interés propio, si no ofrecemos con anchura nuestro tiempo y nuestra solicitud; si  no escuchamos cada vez la voz del único Pastor que es Bueno.
-------------
Para terminar con un momento contemplativo, comparto este hermoso video con una canción de Salome Arricibita:


sábado, 13 de abril de 2024

Nuestra Vida no se Pierde en el Vacío de la Nada, Somos Seres para la Plenitud...



Fuente:  www.diocesispalencia.org

Seguimos caminando en este tiempo de Pascua. 

El mensaje de los textos bíblicos nos sigue motivando para vivir en alza, con la moral levantada, con el ánimo crecido. Es el tono pascual, consecuente con la experiencia de la Resurrección... porque pascua, en realidad es cada instante de nuestra vida, no podemos dejarnos amedrentar por las circunstancias pasajeras, por duras y dramáticas que sean; nuestro talante de resucitados tiene que contagiar entusiasmo en las adversidades. Hacer crecer la vida, cuidándola.

Por eso nos ha de resultar lógico y adecuado el consejo de Juan: “Hijos les escribo para que no pequen”... porque, uno de los grandes pecados de un creyente es la tristeza que produce: abatimiento, falta de esperanza y de entusiasmo; una persona que ha resucitado con Cristo no pude vivir en la niebla del pesimismo. Además, desde la tristeza es muy difícil la paz y la comprensión de las escrituras. Sólo la alegría que produce la apertura a Jesús resucitado nos abre el entendimiento para comprender el Evangelio con la cabeza y el corazón. Y cuando un creyente está así de capacitado, es capaz de mucho.

El pasaje evangélico de hoy es otra catequesis sobre la resurrección, la gran experiencia que puso en movimiento a los primeros cristianos, para anunciar, como testigos, la calidad humana y redentora de Jesús. La resurrección de Jesús es el acontecimiento espiritual que más ha impactado y conmovido. Sabemos, sin embargo, que, tanto entonces como ahora, algunos dudan, otros se resisten a creer y otros confunden a Jesús resucitado con un fantasma del pasado o del “presente”.

Los que tenemos la suerte de creer podemos asegurar que la fe confirma lo que intuye la sensibilidad: nuestra vida no se pierde en el vacío de la nada, somos seres para la plenitud. Nos dice Jesús: “¿Por qué se inquietan? ¿Por qué surgen dudas en su interior? Miren, soy yo”.

Sabemos que no necesitamos de los sentidos para captar y entender la resurrección, que la fe no se basa en la seguridad de los sentidos, sino en la experiencia espiritual y religiosa. La famosa frase de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende” podría explicar algo de lo que es la fe. Es el corazón el que siente a Dios, no la razón...

En efecto, el significado de la resurrección se percibe por la línea de la espiritualidad y de la fe. Y el gran mensaje que brota de la resurrección es: ¡Ánimo vecinas y vecinos, que tenemos futuro, que la vida y la bondad están por encima de todos los miedos y sufrimientos que nos puedan acontecer en el cotidiano VIVIR!

Lo único que pude oscurecer, con su niebla, la luz de la resurrección en nuestro corazón es la desesperanza, el temor de no encontrar el camino de vuelta a casa. La casa del Padre donde se hace fiesta grande por cada uno de sus hijos.

lunes, 8 de abril de 2024

Fiesta de la Anunciación: MARÍA de Nazaret, nos Invita a Darle un Sí a Nuestra Vida...

Escrito por Mariola Lopez -RSCJ-
Lucas 1,26-38

Necesitamos aprender a descalzarnos ante la tierra de nuestra vida, que es sagrada, porque en ella habita una Presencia mayor. Situarnos con reverencia ante la vida significa reconocer a un Creador, un Señor,  un Dueño. No nos damos la vida a nosotras mismas, la recibimos de Otro. Reconocer que todo es don y que lo que realmente importa en la vida solo podemos esperarlo y acogerlo.

Recuperar el sentido de ser criatura, la humilde aceptación de nuestra creaturidad al mismo tiempo frágil y llena de posibilidades porque nos abre al Origen de la Vida, al Dios creador, amigo de la vida (Sab 11,26), que llevamos en el interior y que sigue apostando por la nuestra.

María de Nazaret, está en casa cuando se deja sorprender, cuando va a recibir una mirada nueva y un sentido nuevo de lo que su vida había sido, y deja que Dios la recree entera, la bendiga hasta el fondo.

Criatura amada, capaz de amar

Nuestra verdad fundamental no es solo nuestra condición de criaturas, sino que esa criatura es infinitamente amada. Pensamos que necesitamos ser buenas para que Dios y los otros nos quieran, y nos cuesta aceptar que Dios no nos ama porque seamos buenas/buenos, sino que nos ama por el hecho de habernos regalado la existencia. Su amor precede mi vida y mis pasos, está al principio, en medio y al final del camino: esta fue la experiencia de María. Vamos a abrirnos a cómo lo hizo Dios en ella. Contemplar esto es fuente de enorme esperanza, porque fue en proceso, poco a poco, viniendo. Hubo un tiempo, un espacio y un modo de preparar su venida que muestran a Dios dispuesto a regalarse y a sorprendernos…

Sabemos que Dios necesitó el permiso de María para hacerse concreto en Jesús. Desde entonces toda mujer es buena. Toda mujer es potencialmente engendradora del amor de Dios en la tierra.

El «hágase» de María recoge el «hágase» de Dios en la creación. Con su Si, algo empezó a germinar en sus entrañas.

El «hágase» de María es generativo de procesos de vida. ¿Podría dar yo un «sí» a mi vida en este momento?; ¿podría pronunciar un «hágase» a la vida tal y como es?

Dicen que necesitamos tres síes más uno para crecer, para ser lo que somos: dos los recibimos, y los otros dos los damos.

 El primero que recibimos, y a veces el último que descubrimos, es el sí primero de Dios a nuestra vida con todo, la afirmación honda que nos tiene en la existencia. En este sí de puro amor respiramos y somos.

El segundo es el de aquellos que nos tomaron en brazos al nacer, nuestros primeros cuidadores: nos alimentaron, nos protegieron, nos acompañaron con lo mejor de ellos y también con sus heridas. Su sí nos ha permitido crecer y ocupar nuestro lugar único en el mundo.

El tercer sí lo damos. Este a veces nos cuesta más. Es el sí que nos ofrecemos a nosotros mismos, la asunción de la propia vida en su espesor, en su ambigüedad, con los avatares de su historia, y también con toda su belleza y sus posibilidades aún por estrenar.

El cuarto sí es el que nos hace más parecidas a Dios. Es el sí que entregamos a los otros para afirmar sus vidas también con todo, sin dejar nada fuera, una afirmación que sana y que potencia. Es el sí que Isabel dio a María cuando esta fue a visitarla. Está hecho de reconocimiento, de respeto y de alegría por el trabajo secreto de Dios en cada uno: «Dichosa tú, dichoso tú».

sábado, 6 de abril de 2024

Tocar las Heridas del Maestro permite Conectar con las propias...

Fuente: Religiosas del Sagrado Corazón de Jesús - España-

Aunque de este pasaje se han escrito muchos comentarios sobre la importancia de creer sin ver, de la fe que no necesita pruebas, etc. Me quiero fijar hoy en otros aspectos, que quizás podrían complementar la mirada:  

Tomás parece que necesita procesar lo que ha pasado, comprender para acoger y no solo apoyarse en la fe del grupo. Él es capaz de expresar sus dudas y de planteárselas a Jesús.  

Y Jesús no le rechaza, sino que le invita a tocar sus llagas, como si comprendiera que, tras la decepción ante su muerte, necesita rehacerse, superar la crisis, vivenciar personalmente la experiencia de la resurrección, personalizar su fe…  

El tocar las heridas del Maestro probablemente le permita conectar con las suyas y tomar conciencia de su propia vulnerabilidad, de la fragilidad de su confianza, de la necesidad de fiarse de verdad… Y recibe el regalo de que Jesús acoge su duda, su desconcierto y su incertidumbre. Y no lo hace a través del reproche, sino de la oportunidad de ser escuchado en su situación.  

Me encanta contemplar a Jesús, que se nos acerca a cada uno personalmente, tal como estemos y atiende nuestras necesidades, para reconfortar nuestra fe en el momento en que nos encontremos -sea cual sea-. ¡Qué buena noticia! 

TOMAS, Es Incredulidad lo que tú Tienes por Sentido Profundo...



Escrito por Hans Urs von Balthasar, de su Libro: "Corazón del mundo"

Acércate, Tomás, levántate de la caverna de tus dolores, pon tu dedo aquí y mira mi mano; extiende tu mano y ponla en mi costado: y no imagines que tu ciego dolor es más penetrante que mi Gracia. No te fortifiques en el castillo de tus sufrimientos. Naturalmente crees que tu vista es más aguda que la de los demás, tú tienes pruebas en la mano, no quieres que nadie te dé gato por liebre, y todo en él grita: ¡Imposible! Tú ves el abismo, puedes medirlo con el metro, el margen que hay entre la mala acción y la expiación, entre tú y yo. ¿Quién va a querer luchar contra semejante evidencia? Tú te retiras a tu luto, por lo menos éste es tuyo; con la experiencia de tu sufrimiento sientes que vives. Y si alguien pusiera su mano sobre ese sufrimiento, y tratara de arrancar sus raíces, arrancaría a la vez todo tu corazón del pecho - tanto te has identificado con tu dolor. 

Sin embargo, yo he resucitado. Y tú prudente y viejo dolor, en el que te sumerges, en el que imaginas mostrarme tu fidelidad, en el que crees estar junto a mí, es muy anacrónico. 

Pues hoy me siento joven y feliz. Y lo que tú llamas tu duelo no es más que obstinación. ¿Tienes una medida en tu mano? ¿Es tu alma el criterio de lo que es posible para Dios? ¿Es tu corazón lleno de vacilaciones el reloj en el que puedes leer el designio de Dios sobre ti? 

Es incredulidad lo que tú tienes por sentido profundo. Pero ya que estás tan lastimado y el patente tormento de tu corazón se ha abierto hasta el abismo de tu propio ser, dame tu mano y siente con ella el latido de otro corazón: en esta nueva experiencia tu alma se entregará y la sombría amargura autoalimentada se quebrará. Tengo que vencerte. No puedo menos de exigirte lo más querido que tienes, tu melancolía. Sácala de ti, aun cuando te cueste el alma y parezca que vayas a morir. Expulsa de ti ese ídolo, ese cascote frío de tu pecho, y en su lugar pondré en ti un corazón de carne, que latirá de acuerdo con mi propio latido. Saca de ti ese yo, que vive por no poder vivir, que está enfermo porque no puede morir: deja que perezca, así por fin podrás empezar a vivir. 

Estás enamorado del triste enigma de tu incomprensibilidad, pero a ti se te ve y se te comprende, pues mira: si tu corazón te acusa, piensa que soy mayor que tu corazón y lo sé todo. Anímate a saltar a la luz, no pienses que el mundo es más profundo que Dios, no pienses que no sabré arreglármelas con él. Tu ciudad está cercada, tus provisiones están agotadas: tienes que rendirte. ¿Qué es más sencillo y más dulce que abrir las puertas al amor? ¿Qué es más fácil que caer de rodillas y decir: Señor mío y Dios mío?