domingo, 25 de febrero de 2018

Un Encuentro en la Montaña...


Texto escrito por Dolores Aleixandre -RSCJ-

Después de leer el evangelio de la Transfiguración, disponete a acompañar a Jesús que sube al monte para orar.

Emprende tú la subida junto a Él, cargando con la mochila de tus propios desencantos, decepciones y escepticismos:  “no se puede hacer nada”, “son inútiles los esfuerzos por cambiar la realidad”..., “lo mejor es no complicarse la vida...”   Siente cómo todo eso ensombrece tu vida y empaña tu alegría.

Contempla luego a Jesús, envuelto en la claridad de la cercanía y de la palabra de su Padre: “Este es mi Hijo querido en quien me complazco.” 

Siente que esas palabras te están dirigidas también a ti, que son pronunciadas también sobre cada hombre o mujer de nuestro mundo. Acoge la alegría de pertenecer a una humanidad envuelta en la ternura incondicional de Dios y deja que esa noticia disipe tus oscuridades, temores y pesimismos.

Habla con Jesús de tu necesidad de momentos de luz para tener los ojos y los oídos abiertos para reconocer su presencia y para escuchar la voz que dice  “estos son mis hijos” sobre aquellos que viven envueltos en las sombras de mil formas de muerte. 

Baja del monte con él y reemprende el camino, transfigurado tú también por la certeza de que Jesús es el Vencedor de la muerte y de que la vida humana, aún en “fase precaria”, se manifestará cuando el Resucitado enjugue todas las lágrimas..-Texto escrito por Dolores Aleixandre -RSCJ-
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Para terminar este momento contemplativo, te invito a ver este video con una canción de Salome Arricibita: https://www.youtube.com/watch?v=txRNzN3JGVM


sábado, 17 de febrero de 2018

‘Detente, Mira y Vuelve”... Homilía del Papa Francisco para el Miércoles de Ceniza...


El tiempo de Cuaresma es tiempo propicio para afinar los acordes disonantes de nuestra vida cristiana y recibir la siempre nueva, alegre y esperanzadora noticia de la Pascua del Señor. La Iglesia en su maternal sabiduría nos propone prestarle especial atención a todo aquello que pueda enfriar y oxidar nuestro corazón creyente.

Las tentaciones a las que estamos expuestos son múltiples. Cada uno de nosotros conoce las dificultades que tiene que enfrentar. Y es triste constatar cómo, frente a las vicisitudes cotidianas, se alzan voces que, aprovechándose del dolor y la incertidumbre, lo único que saben es sembrar desconfianza. Y si el fruto de la fe es la caridad —como le gustaba repetir a la Madre Teresa de Calcuta—, el fruto de la desconfianza es la apatía y la resignación. Desconfianza, apatía y resignación: esos demonios que cauterizan y paralizan el alma del pueblo creyente.

La Cuaresma es tiempo rico para desenmascarar éstas y otras tentaciones y dejar que nuestro corazón vuelva a latir al palpitar del Corazón de Jesús. Toda esta liturgia está impregnada con ese sentir y podríamos decir que se hace eco en tres palabras que se nos ofrecen para volver a «recalentar el corazón creyente»: Detente, mira y vuelve.

DETENTE
  • Detente un poco de esa agitación, y de correr sin sentido, que llena el alma con la amargura de sentir que nunca se llega a ningún lado. Detente de ese mandamiento de vivir acelerado que dispersa, divide y termina destruyendo el tiempo de la familia, el tiempo de la amistad, el tiempo de los hijos, el tiempo de los abuelos, el tiempo de la gratuidad… el tiempo de Dios.
  • Detente un poco delante de la necesidad de aparecer y ser visto por todos, de estar continuamente en «cartelera», que hace olvidar el valor de la intimidad y el recogimiento.
  • Detente un poco ante la mirada altanera, el comentario fugaz y despreciante que nace del olvido de la ternura, de la piedad y la reverencia para encontrar a los otros, especialmente a quienes son vulnerables, heridos e incluso inmersos en el pecado y el error.
  • Detente un poco ante la compulsión de querer controlar todo, saberlo todo, devastar todo; que nace del olvido de la gratitud frente al don de la vida y a tanto bien recibido.
  • Detente un poco ante el ruido ensordecedor que atrofia y aturde nuestros oídos y nos hace olvidar del poder fecundo y creador del silencio.
  • Detente un poco ante la actitud de fomentar sentimientos estériles, infecundos, que brotan del encierro y la auto-compasión y llevan al olvido de ir al encuentro de los otros para compartir las cargas y sufrimientos.
  • Detente ante la vacuidad de lo instantáneo, momentáneo y fugaz que nos priva de las raíces, de los lazos, del valor de los procesos y de sabernos siempre en camino.

           ¡Detente para mirar y contemplar!

MIRA
  • Mira los signos que impiden apagar la caridad, que mantienen viva la llama de la fe y la esperanza. Rostros vivos de la ternura y la bondad operante de Dios en medio nuestro.
  • Mira el rostro de nuestras familias que siguen apostando día a día, con mucho esfuerzo para sacar la vida adelante y, entre tantas premuras y penurias, no dejan todos los intentos de hacer de sus hogares una escuela de amor.
  • Mira el rostro interpelante de nuestros niños y jóvenes cargados de futuro y esperanza, cargados de mañana y posibilidad, que exigen dedicación y protección. Brotes vivientes del amor y de la vida que siempre se abren paso en medio de nuestros cálculos mezquinos y egoístas.
  • Mira el rostro surcado por el paso del tiempo de nuestros ancianos; rostros portadores de la memoria viva de nuestros pueblos. Rostros de la sabiduría operante de Dios.
  • Mira el rostro de nuestros enfermos y de tantos que se hacen cargo de ellos; rostros que en su vulnerabilidad y en el servicio nos recuerdan que el valor de cada persona no puede ser jamás reducido a una cuestión de cálculo o de utilidad.
  • Mira el rostro arrepentido de tantos que intentan revertir sus errores y equivocaciones y, desde sus miserias y dolores, luchan por transformar las situaciones y salir adelante.
  • Mira y contempla el rostro del Amor crucificado, que hoy desde la cruz sigue siendo portador de esperanza; mano tendida para aquellos que se sienten crucificados, que experimentan en su vida el peso de sus fracasos, desengaños y desilusión.
  • Mira y contempla el rostro concreto de Cristo crucificado por amor a todos y sin exclusión.
  • ¿A todos? Sí, a todos. Mirar su rostro es la invitación esperanzadora de este tiempo de Cuaresma para vencer los demonios de la desconfianza, la apatía y la resignación. Rostro que nos invita a exclamar: ¡El Reino de Dios es posible!

          Detente, mira y vuelve. Vuelve a la casa de tu Padre.

VUELVE
  • ¡Vuelve!, sin miedo, a los brazos anhelantes y expectantes de tu Padre rico en misericordia (cf. Ef 2,4) que te espera.
  • ¡Vuelve!, sin miedo, este es el tiempo oportuno para volver a casa; a la casa del Padre mío y Padre vuestro (cf. Jn 20,17). Este es el tiempo para dejarse tocar el corazón… Permanecer en el camino del mal es sólo fuente de ilusión y de tristeza. La verdadera vida es algo bien distinto y nuestro corazón bien lo sabe. Dios no se cansa ni se cansará de tender la mano (cf. Bula Misericordiae vultus, 19).
  • ¡Vuelve!, sin miedo, a participar de la fiesta de los perdonados.
  • ¡Vuelve!, sin miedo, a experimentar la ternura sanadora y reconciliadora de Dios. Deja que el Señor sane las heridas del pecado y cumpla la profecía hecha a nuestros padres: «Les daré un corazón nuevo y pondré en ustedes un espíritu nuevo: les arrancaré de su cuerpo el corazón de piedra y les daré un corazón de carne» (Ez 36,26).

         ¡Detente, mira y vuelve!

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 Homilía del Papa Francisco, en el Miércoles de Ceniza, para dar inicio al tiempo de cuaresma.

martes, 13 de febrero de 2018

Mensaje del papa Francisco para la Cuaresma 2018 : «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24,12)


Queridos hermanos y hermanas: 

Una vez más nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de nuestra conversión»,(1) que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida. 

Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (24,12). 

Esta frase se encuentra en el discurso que habla del fin de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor. Jesús, respondiendo a una pregunta de sus discípulos, anuncia una gran tribulación y describe la situación en la que podría encontrarse la comunidad de los fieles: frente a acontecimientos dolorosos, algunos falsos profetas engañarán a mucha gente hasta amenazar con apagar la caridad en los corazones, que es el centro de todo el Evangelio. 

Los falsos profetas 
Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas? 

Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren. Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se le confunde con la felicidad. Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de intereses mezquinos. Cuántos viven pensando que se bastan a sí mismos y caen presa de la soledad. 

Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que sin embargo resultan ser completamente inútiles: cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles pero deshonestas. Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas pero que después resultan dramáticamente sin sentido. Estos estafadores no sólo ofrecen cosas sin valor sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos… haciéndonos caer en el ridículo; y el ridículo no tiene vuelta atrás. No es una sorpresa: desde siempre el demonio, que es «mentiroso y padre de la mentira» (Jn 8,44), presenta el mal como bien y lo falso como verdadero, para confundir el corazón del hombre. Cada uno de nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de estos falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien. 

Un corazón frío 
Dante Alighieri, en su descripción del infierno, se imagina al diablo sentado en un trono de hielo;(2) su morada es el hielo del amor extinguido. Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros? 

Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tm 6,10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por tanto, el no querer buscar consuelo en él, prefiriendo quedarnos con nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su Palabra y sus Sacramentos.(3) Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas. 

También la creación es un testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causa de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tienen que recubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzadas; los cielos —que en el designio de Dios cantan su gloria— se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.

El amor se enfría también en nuestras comunidades: en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium traté de describir las señales más evidentes de esta falta de amor. estas son: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana que induce a ocuparse sólo de lo aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.(4) 

¿Qué podemos hacer? 
Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno. 

El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismos,(5) para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida. 

El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano: nunca lo que tengo es sólo mío. Cuánto desearía que la limosna se convirtiera para todos en un auténtico estilo de vida. Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los Apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia. A este propósito hago mía la exhortación de san Pablo, cuando invitaba a los corintios a participar en la colecta para la comunidad de Jerusalén: «Os conviene» (2 Co 8,10). Esto vale especialmente en Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades. Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina Providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos; y si él hoy se sirve de mí para ayudar a un hermano, ¿no va a proveer también mañana a mis necesidades, él, que no se deja ganar por nadie en generosidad?(6) 

El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer. Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; por otra, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios. El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo, inflama nuestra voluntad de obedecer a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre. 

Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia Católica, para que llegara a todos ustedes, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios. Si se sienten afligidos como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad, si les preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras, si ven que se debilita el sentido de una misma humanidad, únanse a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos. 

El fuego de la Pascua 
Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración. Si en muchos corazones a veces da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo. 

Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el Sacramento de la Reconciliación en un contexto de adoración eucarística. En el 2018 tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándose en las palabras del Salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas, para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental. 

En la noche de Pascua reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica. «Que la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu»,(7) para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la Palabra del Señor y de alimentarnos con el Pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad. 

Los bendigo de todo corazón y rezo por ustedes. No se olviden de rezar por mí. 

Vaticano, 1 de noviembre de 2017 
Solemnidad de Todos los Santos 

Francisco
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Notas
(1) Misal Romano, I Dom. de Cuaresma, Oración Colecta.
(2) «Salía el soberano del reino del dolor fuera de la helada superficie, desde la mitad del pecho» (InfiernoXXXIV, 28-29).
(3) «Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la consolación, de ser consolados. Es más, nos sentimos más seguros en la tristeza y en la desolación. ¿Sabéis por qué? Porque en la tristeza nos sentimos casi protagonistas. En cambio en la consolación es el Espíritu Santo el protagonista» (Ángelus, 7 diciembre 2014).
(4) Núms. 76-109.
(5) Cf. Benedicto XVI, Enc. Spe salvi, 33.
(6) Cf. Pío XII, Enc. Fidei donum, III.
(7) Misal Romano, Vigilia Pascual, Lucernario.

sábado, 10 de febrero de 2018

Gestos y palabras que revelan el fondo humano y divino de Jesús ...

Fuente de este texto: - Venezuela-

En tiempos de Jesús, padecer la lepra era una situación muy seria.  La ley prohibía lohumano y lo divino. El leproso tenía prohibido acercarse a la gente (familia, amigos, etc.) asícomo entrar en el templo. Era una auténtica exclusión tanto de la tierra como del cielo. Loúnico de lo que no estaba excluido el leproso era de su identidad de impuro. Su carta deciudadanía era su grito distintivo: “soy impuro”. A este leproso de ayer como a tanta gente dehoy se le ha hecho vivir como a un indeseado.

Pero Jesús, ni se resigna ni evade la situación del leproso, tampoco huye de la miseriahumana de hoy. Al contrario, Jesús se muestra y actúa diligentemente para transformartoda miseria y toda exclusión. La actuación del Señor es permanente curación y sanación,realizadas a través de palabras y de gestos. 

A este hombre enfermo y excluido lo cura Jesúscon la palabra y con el gesto. Lo cura con su querer salvador.La autenticidad de nuestra fe se mide en gran parte por la manifestación del “querer”. 

El leproso apeló al querer de Jesús. Este hombre descubrió que Jesús quiere decididamente la sanación, la vida, y la salvación de todos. El querer de Jesús no es caprichoso, exclusivo, selectivo, arrogante, mezquino, ni obsesivo. Su querer está muy atento a la realidad. Por esoes capaz, no sólo de ver la problemática, sino de transformarla.No podemos perder de vista la fuerza, la vitalidad y la calidez de las palabras y de losgestos de Jesús. Ahí está lo decisivo de los que se propongan ser seguidores suyos. 

De gestos y palabras se componen mayoritariamente el diálogo y la convivencia humana. Gestos y palabras   revelan   que   el   fondo   humano   y   divino   de   Jesús   está   conformado   de bondad, misericordia, valoración de todo lo humano y de energía transformadora. Esto es lo que hace realmente creíble a Jesús. Y es lo que hará creíble también a toda persona.Para el hombre y mujer que desean ser buenos, y cuánto más para quien tiene fe, no puede existir ley o normativa capaz de impedir un querer auténtico, que sana, que restituye la dignidad de la persona y que transforma toda muerte en vida. 

Practicar el modo de querer de Jesús nos habilita para responder certeramente a los retos que nos presenta el mundo de hoy...