martes, 18 de octubre de 2016

En la oración emerge nuestra imagen de Dios...

Escrito por Dolores Aleixandre rscj

Las lecturas de hoy parecen pretender que se despierte en nosotros el deseo de autenticidad para atrevernos a ser lo que somos, a reconocerlo, a aceptar nuestra humilde condición y, desde esa verdad que es la nuestra, entrar en relación con Dios. 

Es entonces cuando quedamos justificadas porque hemos adoptado la única postura justa y solo sobre la solidez de esa tierra podemos asentar nuestros pies. 

Pero si pretendemos escapar de ahí y queremos apoyarnos en lo que llamamos méritos o poderes del yo, el suelo se tambalea bajo nuestros pies y la comunicación con el Dios que ama la verdad en lo íntimo del ser, queda frustrada. 

En la oración emerge nuestra imagen de Dios
  • ¿Será alguien que necesita de nuestras cualidades para querernos? 
  • ¿Se parecerá a un contable que apunta nuestros méritos? 

También aparece la imagen que tenemos de nosotros mismos: el erguirse del fariseo sobre sus pretendidas cualidades y virtudes, su manera de situarse como por derecho propio en el ámbito de lo sacro, contrasta con la postura humilde del publicano que se queda fuera y se inclina con reverencia ante su Dios.

Los dos personajes conviven en nuestro interior: la elección nos corresponde a cada uno de nosotros. 

Y también el repetir una y otra vez: Ten compasión de mí, Señor, que soy un pecador…

Dolores Aleixandre rscj

domingo, 16 de octubre de 2016

Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos...

A continuación el texto completo de su homilía del Papa Francisco:

Al inicio de la celebración eucarística de hoy hemos dirigido al Señor esta oración: «Crea en nosotros un corazón generoso y fiel, para que te sirvamos siempre con fidelidad y pureza de espíritu» (Oración Colecta).

Nosotros solos no somos capaces de alcanzar un corazón así, sólo Dios puede hacerlo, y por eso lo pedimos en la oración, lo imploramos a él como don, como «creación» suya. De este modo, hemos sido introducidos en el tema de la oración, que está en el centro de las Lecturas bíblicas de este domingo y que nos interpela también a nosotros, reunidos aquí para la canonización de algunos nuevos Santos y Santas. Ellos han alcanzado la meta, han adquirido un corazón generoso y fiel, gracias a la oración: han orado con todas las fuerzas, han luchado y han vencido.

Orar, por tanto, como Moisés, que fue sobre todo hombre de Dios, hombre de oración. Lo contemplamos hoy en el episodio de la batalla contra Amalec, de pie en la cima del monte con los brazos levantados; pero, en ocasiones, dejaba caer los brazos por el peso, y en esos momentos al pueblo le iba mal; entonces Aarón y Jur hicieron sentar a Moisés en una piedra y mantenían sus brazos levantados, hasta la victoria final.Este es el estilo de vida espiritual que nos pide la Iglesia: no para vencer la guerra, sino para vencer la paz. En el episodio de Moisés hay un mensaje importante: el compromiso de la oración necesita del apoyo de otro. El cansancio es inevitable, y en ocasiones ya no podemos más, pero con la ayuda de los hermanos nuestra oración puede continuar, hasta que el Señor concluya su obra.

San Pablo, escribiendo a su discípulo y colaborador Timoteo le recomienda que permanezca firme en lo que ha aprendido y creído con convicción (cf. 2 Tm 3,14). Pero tampoco Timoteo no podía hacerlo solo: no se vence la «batalla» de la perseverancia sin la oración. Pero no una oración esporádica e inestable, sino hecha como Jesús enseña en el Evangelio de hoy: «Orar siempre sin desanimarse» (Lc 18,1). Este es el modo del obrar cristiano: estar firmes en la oración para permanecer firmes en la fe y en el testimonio. Y de nuevo surge una voz dentro de nosotros: «Pero Señor, ¿cómo es posible no cansarse? Somos seres humanos, incluso Moisés se cansó». Es cierto, cada uno de nosotros se cansa. Pero no estamos solos, hacemos parte de un Cuerpo. Somos miembros del Cuerpo de Cristo, la Iglesia, cuyos brazos se levantan al cielo día y noche gracias a la presencia de Cristo resucitado y de su Espíritu Santo. Y sólo en la Iglesia y gracias a la oración de la Iglesia podemos permanecer firmes en la fe y en el testimonio.

Hemos escuchado la promesa de Jesús en el Evangelio: Dios hará justicia a sus elegidos que le gritan día y noche (cf. Lc 18,7). Este es el misterio de la oración: gritar, no cansarse y, si te cansas, pide ayuda para mantener las manos levantadas. Esta es la oración que Jesús nos ha revelado y nos ha dado a través del Espíritu Santo. Orar no es refugiarse en un mundo ideal, no es evadir a una falsa quietud. Por el contrario, orar y luchar, y dejar que también el Espíritu Santo ore en nosotros. Es el Espíritu Santo quien nos enseña a rezar, quien nos guía en la oración y nos hace orar como hijos.

Los santos son hombres y mujeres que entran hasta el fondo del misterio de la oración. Hombres y mujeres que luchan con la oración, dejando al Espíritu Santo orar y luchar en ellos; luchan hasta el extremo, con todas sus fuerzas, y vencen, pero no solos: el Señor vence a través de ellos y con ellos. También estos siete testigos que hoy han sido canonizados, han combatido con la oración la buena batalla de la fe y del amor. Por ello han permanecido firmes en la fe con el corazón generoso y fiel. Que, con su ejemplo y su intercesión, Dios nos conceda también a nosotros ser hombres y mujeres de oración; gritar día y noche a Dios, sin cansarnos; dejar que el Espíritu Santo ore en nosotros, y orar sosteniéndose unos a otros para permanecer con los brazos levantados, hasta que triunfe la Misericordia Divina.

lunes, 3 de octubre de 2016

Fiesta de San Francisco de Asís

Del Libro: Sabiduría de un pobre” de Eloi Leclerc

En la última escena nos dice:

“La cosa más urgente - dijo Francisco - es desear tener el Espíritu del Señor. Él solo puede hacernos buenos, profundamente buenos, con una bondad que es una sola cosa con nuestro ser más profundo. Se calló un instante y después volvió a decir: - El Señor nos ha enviado a evangelizar a las personas. Mira, evangelizar a una persona es decirle: “Tú también eres amado de Dios en el Señor Jesús.” 

Y no sólo decírselo, sino pensarlo realmente. 

Y no sólo pensarlo, sino portarse con esa persona de tal manera que sienta y descubra que hay en ella algo de salvado, algo más grande y más noble de lo que ella pensaba, y que se despierte así a una nueva conciencia de sí. 

Eso es anunciarle la Buena Nueva y eso no podemos hacerlo más que ofreciéndole nuestra amistad; una amistad real, desinteresada, sin condescendencia, hecha de confianza y de estimas profundas. 

Es preciso ir hacia las personas. La tarea es delicada. El mundo es un inmenso campo de lucha por la riqueza y el poder, y demasiados sufrimientos y atrocidades ocultan el rostro de Dios. 

Es preciso, sobre todo, que al ir hacia las personas no les aparezcamos como una nueva especie de competidores. Debemos ser testigos pacíficos de Dios, personas sin avaricias y sin desprecios, capaces de hacerse realmente amigos. 

Es nuestra amistad lo que esperan, una amistad que les haga sentir que son personas amadas de Dios y salvadas en Jesucristo.” 

domingo, 2 de octubre de 2016

BASTA QUE TENGAS UN POCO DE FE

Fuente: Centro de Espiritualidad y Pastoral : CEP -Venezuela-

La Palabra nos invita a reflexionar sobre el don de la fe, que es la fuerza vital que nos sostiene y nos lanza a mover cielos y tierra para que esta vida sea vivida con amor y con pasión.

En el Evangelio [Lc. 17, 5-10], los discípulos han pedido a Jesús que les «aumente la fe»  y, a partir de esta petición, el Señor les plantea cuatro aspectos que están muy unidos a la fe:

Sólo basta un poco de fe para transformar el mundo. La fe, aunque sea poca, rehace todo desde dentro, porque ablanda la dureza de corazón, limpia el alma, disipa las tinieblas de la mente, purifica nuestros razonamientos estériles y arranca de nuestras entrañas la maldad, hace transparente nuestra vida. Con tan sólo un poco de fe muchas cosas comenzarán de nuevo.

La fe dispone para servir en toda circunstancia. La fe es el don que abre al encuentro con los demás, nos capacita para planos mayores de entrega, de donación y de riesgos. La fe fija nuestra mirada más allá de la apariencia, permite al corazón descubrir las sutilezas de la ternura y hace que la razón capte la pureza de las cosas y de las personas. Con tan sólo un poco de fe aumentará nuestra alegría.

Quien tiene fe, sirve o ama sin esperar nada a cambio. La fe es la fuerza que libera la generosidad, liberando nuestra mente y corazón de la nostalgia que nos petrifica en el pasado, de la avidez que nos paraliza en el presente y de la ansiedad que nos descentra en el futuro. Con tan sólo un poco de fe encontramos paz.

El que actúa con fe no es soberbio sino que reconoce que ha hecho lo que debía y nada más. La fe es la energía que mueve aquella humildad que permite adentrarnos en los secretos del mundo y desentrañar los misterios de la vida, sin adueñarnos de nada, sin instalarnos en nada, sin dejarnos atrapar por nada. Con tan sólo un poco de fe alcanzamos más libertad, tendremos vida de verdad.

La fe es la sal de la vida, anticipa confianzas y certezas que mueven nuestra existencia. Por ello, la fe es la actitud básica, práctica o existencial a partir de la propia visión religiosa y ética de la visa. Esta fe será el termómetro de la calidad de la relación con nosotros mismos, con los demás, con el mundo y con Dios.

Si tenemos fe, se dará una liberación progresiva de todos nuestros miedos. Esta confianza nos hará caer, no en el vacío, sino en la vida, porque, “de noche, cuando la sombra de todo el mundo se junta, de noche, cuando el camino huele a romero y a juncia, de noche iremos, de noche, sin luna iremos, sin luna, que para encontrar la fuente sólo la fe nos alumbra”...

Terminar este momento, rezando con el siguiente texto de Luis Rosales:

DE NOCHE IREMOS, DE NOCHE

De noche, cuando la sombra de todo el mundo se junta, de noche, cuando el camino huele a romero y a juncia. De noche iremos, de noche, sin luna iremos, sin luna, que para encontrar la fuente sólo la sed nos alumbra.

De noche, cuando la paz se aguarda entre la nostalgia, de noche, cuando el dolor no logra encontrar la calma, de noche iremos. De noche, sin luna iremos, sin luna, que para encontrar la fuente sólo el deseo nos alumbra.

De noche, cuando los miedos hacen más denso el silencio, de noche, cuando el temor alarga inmisericorde el tiempo. De noche iremos, de noche, sin luna iremos, sin luna, que para encontrar la fuente sólo el amor nos alumbra.

De noche, cuando la pena no logra encontrar la calma, de noche, cuando la duda en nuestro corazón se arraiga. De noche iremos, de noche, sin luna iremos, sin luna, que para encontrar la fuente sólo la fe nos alumbra.