domingo, 28 de mayo de 2017

La Fiesta de la Ascensión de Jesús, es una Invitcion es Entrar en un Nuevo modo de Relacionarnos con Él...

Escrito por el Padre Eduardo Mangiarotti

La fiesta de la Ascensión nos invita a pensar en partidas y llegadas, ausencias y presencias, cercanías y distancias, lo viejo que se va y lo nuevo que llega... del mismo modo que un atardecer se esconde la promesa de un nuevo día.

"Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo."

Con la fiesta de la Ascensión nos acercamos a la plenitud del tiempo de Pascua. Jesús se va pero se queda, y todo en las lecturas nos invita a meditar sobre las distancias y las ausencias en nuestra relación con Jesús.

La ausencia física de Jesús es más que una simple pérdida para los discípulos: es entrar en un nuevo modo de relacionarse con él. Más profundo, más maduro y auténtico. No es muy distinto a lo que ocurre en la vida de un niño: al principio necesita el contacto permanente con la madre. Pero a medida que crece, si la relación es sana, va desarrollando una mayor autonomía y libertad. Esto no quiere decir que el amor se pierda; por el contrario, ese amor se vuelve una parte de la personalidad del niño y le permite crecer hasta el día en que ella o él hacen su propio camino y construye su propia familia. El amor de la madre se ha vuelto un pilar de la personalidad del niño.

Algo similar ocurre ahora con los discípulos: el amor entre Jesús y ellos entra en una nueva profundidad. Es real, de todos modos, que hay un cambio, y no menor. Los discípulos tienen que "dejar subir al cielo" a Jesús, dejar que el modo de antes de estar con él se abra paso a algo nuevo. Es la prueba de la madurez que nos suelen pedir los cambios en la vida. Podemos elegir aferrarnos con saña a lo viejo o dejarlo ir para recibir eso nuevo que Dios nos está preparando. El misterio de la Ascensión nos recuerda que no podemos quedarnos "mirando al cielo", como dicen los hombres de blanco a los apóstoles en la primera lectura. Estamos invitados a esperar lo nuevo, a sostener la tensión entre la pérdida de lo viejo y aquello que está por venir.

No cabe duda de que esto no es fácil. Implica aceptar que estamos en medio de una transición, y ellas siempre son tiempos de vulnerabilidad. Pero por eso mismo nos abren a pedir, a dejarnos ayudar, a estar más atentos y alertas. En ese sentido, lo mejor que podemos hacer es comenzar a invocar al Espíritu Santo, que va a descender sobre toda la Iglesia en la fiesta de Pentecostés.

El Espíritu es siempre el que trae la novedad, el que nos hace gustar el Reino, el que hace despuntar esas chispas de Cielo que se nos revelan en los encuentros verdaderos, en los gestos de amor y compromiso, el que transforma y renueva todas las cosas. Es quien hace que podamos conocer verdaderamente a Jesús y nos lleva a crecer en la madurez propia de un creyente adulto. Es lo que Pablo pide para los Efesios: _"Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente."_

No es fácil dejar ir al cielo; no lo es soportar la tensión de lo nuevo que no termina de llegar. Pero en este tiempo de Ascensión, se esconde por eso mismo la posibilidad de recibir un regalo con las manos abiertas. La novedad del Espíritu, del Reino, de un mundo nuevo que Jesús encarna y nos invita a compartir con los demás al "hacerlos discípulos".

sábado, 20 de mayo de 2017

La Efusión de la Alegría Pascual desborda el Mundo de Alegría...














Escrito por las Monjas  Trinitrias del Monasterio de Suesa 

Las lecturas de este Sexto domingo de Pascua nos pasean por nuestro interior a modo de guías turísticas para despertarnos a lo esencial, que, como decía El Principito, es invisible a los ojos. Nos llevan hacia lo que habita dentro, nuestros amores, lo que escuchamos, lo que vemos y conocemos y, muy importante, nuestros descubrimientos. Esas experiencias que anclan la existencia en Dios.

Felipe en Samaría es capaz de alegrar a toda la ciudad hablando de Jesús, de Cristo. Contando que vive y que su presencia es sanadora, liberadora, permite volar al viento del Espíritu. Durante toda la Pascua afirmamos en la Eucaristía que la efusión del gozo Pascual desborda el mundo de alegría.

Así que la primera parada en nuestra ruta turística interior, es la calle de la alegría. Aquella que descubrimos cuando Dios se hizo presente en nuestra vida, o nos dimos cuenta de que siempre había estado ahí, acompañándonos con su mirada enamorada. ¿Cómo andamos de alegría? Atención, cuidado con desviarse por la calle de la amargura porque se nos avinagra la sonrisa.

Si pasamos a la segunda lectura, nos encontramos con una carta de Pedro. Nos anima a ser valientes y explicar abiertamente a quien nos lo pregunte, sin pudor, qué es lo que llena nuestra vida de esperanza, de confianza, de serenidad. Nos invita a hablar de Dios a quien nos quiera escuchar… pero nos pide que lo hagamos con delicadeza y respeto. Nada de caer en la tentación de imponer nuestra experiencia a otras personas, o despreciarlas y sentirnos por encima.

Nuestra guía interior después de mostrarnos la calle de la alegría nos para frente a la fuente de la esperanza… Agua fresca y gratuita, para todas las personas que se quieran acercar. Y digo que nos para porque es precisamente lo que se necesita, parar. Parar para comprender y contemplar cuál es nuestra verdadera fuente, qué aguas bebemos que a veces nos arrugan la mirada y nos decoloran la sonrisa.

Para escuchar las palabras de Jesús la Iglesia durante la Pascua nos acerca al Evangelio de Juan, que para algunas personas es belleza y poesía y para otras es más bien enigmático y filosófico. Este domingo, igual es porque escribimos desde una monasterio trinitario, lo que más resuena en el corazón es la presencia de las Tres Divinas Personas a lo largo del texto. Y, como no puede ser de otra manera, para hablar de Dios Trinidad habla de amar, del amor que damos, del que recibimos, del Amor. Y lo hace como simulando una danza de entrega y acogida.

                                               “el Espíritu mora en ustedes”… 
                           “Yo estoy en mi Padre, ustedes en Mí, y Yo en ustedes”… 
                     “quien me ama, será amado por mi Padre, y Yo también lo amaré”

Si leemos el texto con serenidad nos está invitando a participar en la danza del Amor, con Jesús, con Abba, con el Espíritu Santo. Así que, para nuestras sorpresa, esta ruta por nuestro interior no nos lleva a una clase teórica de dogmática cristiana sino a un taller de danza. La torpeza no es una excusa, porque el taller está preparado para quien se decida a dejar a un lado el pequeño mundo de los razonamientos y dejarse llevar por el ritmo trinitario del Amor. El Amor que habita en ti. Tan solo escucha, y que el latir del corazón se acompase con el latir de Dios. ¡A danzar!

Oración.

Tus palabras refrescan nuestra alma,
todo se hace posible,
envueltos y a la vez habitados por Ti,
nos hacemos música para Ti.

Fuente: www.monjasdesuesa.org