martes, 31 de diciembre de 2019

Año nuevo...vida nueva...

Para preparar el próximo año desde el corazón... 



MAMERTO MENAPACE monje benedictino y escritor 

Mi percepción a medida que envejezco es que no hay años malos. Hay años de fuertes aprendizajes y otros que son como un recreo, pero malos no son. Creo firmemente que la forma en que se debería evaluar un año tendría más que ver con cuánto fuimos capaces de amar, de perdonar, de reír, de aprender cosas nuevas, de haber desafiado nuestros egos y nuestros apegos. Por eso, no debiéramos tenerle miedo al sufrimiento ni al tan temido fracaso, porque ambos son sólo instancias de aprendizaje.

Nos cuesta mucho entender que la vida y el cómo vivirla depende de nosotros, el cómo enganchamos con las cosas que no queremos, depende sólo del cultivo de la voluntad. Si no me gusta la vida que tengo, deberé desarrollar las estrategias para cambiarla, pero está en mi voluntad el poder hacerlo. “Ser feliz es una decisión”, no nos olvidemos de eso.

Entonces, con estos criterios me preguntaba qué tenía que hacer yo para poder construir un buen año porque todos estamos en el camino de aprender todos los días a ser mejores y de entender que a esta vida vinimos a tres cosas:


-a aprender a amar
-a dejar huella
-a ser felices

En esas tres cosas debiéramos trabajar todos los días, el tema es cómo y creo que hay tres factores que ayudan en estos puntos:

-Aprender a amar la responsabilidad como una instancia de crecimiento. El trabajo sea remunerado o no, dignifica el alma y el espíritu y nos hace bien en nuestra salud mental. Ahora el significado del cansancio es visto como algo negativo de lo cual debemos deshacernos y no cómo el privilegio de estar cansados porque eso significa que estamos entregando lo mejor de nosotros. A esta tierra vinimos a cansarnos,....... para dormir tenemos siglos después.

-Valorar la libertad como una forma de vencerme a mi mismo y entender que ser libre no es hacer lo que yo quiero. Quizás deberíamos ejercer nuestra libertad haciendo lo que debemos con placer y decir que estamos felizmente agotados y así poder amar más y mejor.

-El tercer y último punto a cultivar es el desarrollo de la fuerza de voluntad, ese maravilloso talento de poder esperar, de postergar gratificaciones inmediatas en pos de cosas mejores. Hacernos cariño y tratarnos bien como país y como familia, saludarnos en los ascensores, saludar a los guardias, a los choferes de las micros, sonreír por lo menos una o varias veces al día. Querernos.

Crear calidez dentro de nuestras casas, hogares, y para eso tiene que haber olor a comida, cojines aplastados y hasta manchados, cierto desorden que acuse que ahí hay vida. Nuestras casas independientes de los recursos se están volviendo demasiado perfectas que parece que nadie puede vivir adentro. Tratemos de crecer en lo espiritual, cualquiera sea la visión de ello. La trascendencia y el darle sentido a lo que hacemos tiene que ver con la inteligencia espiritual.

Tratemos de dosificar la tecnología y demos paso a la conversación, a los juegos “antiguos”, a los encuentros familiares, a los encuentros con amigos, dentro de casa. Valoremos la intimidad, el calor y el amor dentro de nuestras familias.

Si logramos trabajar en estos puntos y yo me comprometo a intentarlo habremos decretado ser felices, lo cual no nos exime de los problemas, pero nos hace entender que la única diferencia entre alguien feliz o no, no tiene que ver con los problemas que tengamos sino que con la ACTITUD con la cual enfrentemos lo que nos toca.

Dicen que las alegrías, cuando se comparten, se agrandan.
Y que en cambio, con las penas pasa al revés. Se achican.
Tal vez lo que sucede, es que al compartir, lo que se dilata es el corazón.
Y un corazón dilatado esta mejor capacitado para gozar de las alegrías
y mejor defendido para que las penas no nos lastimen por dentro. 
 

domingo, 29 de diciembre de 2019

Volver a Nazaret a aprender la belleza de la sencillez


Fuente: Familia Espiritual Carlos de Foucauld 

Hablar de Nazaret es hablar de sencillez, de la grandeza de lo pequeño, de lo pobre y de lo humilde. Pues ,para ser sencillo hay que tener alma de pobre como María: "Porque ha mirado con bondad la pequeñez de su servidora me llamarán bienaventurada". También Jesús llamó felices a los que tienen alma de pobre.

Según esto no es posible Nazaret, ni podemos hablar de la sencillez sin tener alma de pobre, ni decir que la pobreza del alma es 'consecuencia de la sencillez o raíz del abandono, pero si casi decir que la sencillez como la pobreza, es el primer fruto del abandono en las Manos del Padre, actitud esencial en el camino de búsqueda de la Voluntad de Dios.

Jesús en el Sermón del Monte, síntesis y programa de su Buena Noticia, encabeza sus palabras con un elogio de la sencillez, fruto de cuanto ha vivido y experimentado en su exilio silencioso de Nazaret. El llama "Dichosos, felices, bienaventurados... a los que . tienen alma de pobre, a los sencillos...". María tuvo alma de pobre esclava, el Señor miró su sencillez, su pequeñez y fue escogida para realizar en ella y por medio de ella cosas grandes. Hace falta mucha fe para creer y vivir esto. Por eso muchos creyentes desmienten con sus obras lo que pregonan sus labios. De aquí la necesidad urgente de volver a Nazaret para empapamos de su espíritu e impregnar a la Iglesia con el aire nuevo del Espíritu, precisamente ahora que tanto se habla de nueva evangelización y que muchos entienden por "hacer más cosas", olvidando que la sencillez, como la pobreza, no es cuestión de cosas, de tener más o menos, sino de actitudes interiores, consecuencia del abandono en las manos del Padre. "Y volvió con ellos a Nazaret, y siguió siendo obediente con ellos" . (Lc. 2,51). Esto es muy importante, porque puedo no tener nada y no ser pobre, ni sencillo, porque no acabo de aceptar la ausencia del tener, ni el riesgo que conlleva la fidelidad a lo pequeño, y en definitiva, no terminar de abandonarme en las manos del Padre.

Pero aún hemos de seguir profundizando en este misterio de Nazaret si queremos vivir el momento presente como un regalo de Dios, con confianza y con paz del alma, convencidos de que el futuro es cuestión de confianza, porque está en las manos de Dios. Esto fue lo que hizo exclamar a María: "Hágase en mi según tu Palabra". 

Según esto, mirando a Jesús:

Nazaret es una vida normal de trabajo, encarnada, sencilla que significa aceptación de la realidad humana de su pueblo y su completa adaptación a la misma.

Es una vida con José y María: Vida familiar y comunitaria. Vida de amor compartida con ellos y con los demás. Comunidad de amor.

Vida de oración. como todos los habitantes de aquella pequeña aldea, y algo más, porque Él es el Hijo de Dios, aunque sólo ellos lo saben. Allí vive Jesús "su vida escondida en Dios".

Una vida redentora. Cuando va a Jerusalén dice: "He venido a hacer la voluntad de mi Padre". Aquí se condensa lo que pudiéramos llamar el misterio de Nazaret, tan poco conocido.- .

Y es que después de mas de dos mil años, todavía seguimos desconfiando y siguen pesando en nuestra conciencia las palabras del Evangelio: ¿De Nazaret puede salir algo bueno?. 

¡Qué miopía la nuestra y que dureza, para comprender que la persona sencilla es generosa al dar y al recibir! la paz de la pobreza de alma, la de un corazón simple y sencillo como el de un niño... un corazón grande y generoso corno el de una madre... un corazón fuerte y bondadoso corno el de un padre que todo lo acoge y lo afronta con fortaleza.

La consecuencia espiritual para todo aquel que vive en búsqueda de Dios, es que poco a poco de más valor a las cosas pequeñas, a los pequeños gestos... a todo lo que en realidad constituye la trama oculta de la vida y que tiene sabor a Evangelio: una sonrisa, una mirada amable, una palabra sincera y oportuna... Esta sensibilidad nos lleva a descubrir y reconocer con gratitud todos los gestos de generosidad de Dios y de los hermanos. La persona sencilla no olvida fácilmente el bien que recibe. De aquí la búsqueda de abnegación en el seguimiento de Cristo. "El que quiera venir en pos de mis, que se niegue a sí mismo..." Es el camino de la humildad, de la sencillez, de la Cruz y de la fe en la Eucaristía para hacer el camino junto a Jesús.

  • Nazaret es un camino que se descubre bajando. "Bajó con ellos y vino a Nazaret".(Lc.2,51). Toda la vida de Jesús fue sólo bajar. Bajar encarnándose, bajar haciéndose niñito, bajar haciéndose obediente, bajar haciéndose pobre, abandonado, desterrado, perseguido, ajusticiado, poniéndose siempre en el último lugar".
  • Nazaret es para Jesús el arraigamiento en una forma de vida, en una manera de pensar distinta de lo que se estilaba. (Mc.6,1 ss). Es conocido con sus antepasados, sus contactos hogareños.
  • Nazaret es el Misterio de la Encarnación. Jesús se ha anonadado tornando la forma de siervo. Se humilló haciéndose obediente hasta la muerte (Flp 2,7-8). Encarnación en su pueblo, en una historia que los evangelios evocan en unas genealogías: Mt.,1-17 y Lc.6,23-38. Encarnación en un pueblo.
  • Nazaret es la vida sencilla de cada día, el trabajo, las relaciones de la gente. Es compartir la vida, los gozos, las penas... y así ser evangelio. Buena Noticia vivida e irradiada. 'Esta sencillez de vida no sabe de perjuicio, ni de respetos humanos, porque enraizada en la pobreza no tiene nada que perder. Los que optan por esta vida sencilla no tienen más riqueza que Cristo, convencidos de que nadie podrá arrebatarles su amor. De aquí nace la necesidad ineludible de orar, de suplicar a Dios, porque en Él está toda la razón de su actuar, convencido de que la eficacia de todo lo que hace no viene de sus méritos sino de la bondad de Dios. 
  • Nazaret es un misterio de crecimiento. Crecer es aceptar cambiar, vivir rupturas. Nada es definitivo. Jesús en el templo: Lc. 2,40-52. Crecer es aceptar morir a sí mismo, a su propia vida. Lanzarse hacia el porvenir. Siempre se renace del agua y del Espíritu. Crecer es también aceptar la reciprocidad: recibir y dar, aprender y enseñar, hablar y escuchar. Hacerse experto en humanidad al contacto con los otros. Es aprender la lenta germinación de las semillas, y de este modo, la paciencia de Dios. Aprender los gozos de la cosecha, aprender a empezar siempre de nuevo.

miércoles, 25 de diciembre de 2019

Homilía del Papa Francisco en Noche Buena

Compartimos la Homilía del Papa Francisco proclamada en la Santa Misa de la noche sobre la solemnidad de la Navidad del Señor:

«El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1). Esta profecía de la primera lectura se realizó en el Evangelio. De hecho, mientras los pastores velaban de noche en sus campos, «la gloria del Señor los envolvió de claridad» (Lc 2,9). En la noche de la tierra apareció una luz del cielo. ¿Qué significa esta luz surgida en la oscuridad? Nos lo sugiere el apóstol Pablo, que nos dijo: «Se ha manifestado la gracia de Dios». La gracia de Dios, «que trae la salvación para todos los hombres» (Tt 2,11), ha envuelto al mundo esta noche.

Pero, ¿qué es esta gracia? Es el amor divino, el amor que transforma la vida, renueva la historia, libera del mal, infunde paz y alegría. En esta noche, el amor de Dios se ha mostrado a nosotros: es Jesús. En Jesús, el Altísimo se hizo pequeño para ser amado por nosotros. En Jesús, Dios se hizo Niño, para dejarse abrazar por nosotros. Pero, podemos todavía preguntarnos, ¿por qué san Pablo llama “gracia” a la venida de Dios al mundo? Para decirnos que es completamente gratuita. Mientras que aquí en la tierra todo parece responder a la lógica de dar para tener, Dios llega gratis. Su amor no es negociable: no hemos hecho nada para merecerlo y nunca podremos recompensarlo.

Se ha manifestado la gracia de Dios. En esta noche nos damos cuenta de que, aunque no estábamos a la altura, Él se hizo pequeñez para nosotros; mientras andábamos ocupados en nuestros asuntos, Él vino entre nosotros. La Navidad nos recuerda que Dios sigue amando a cada hombre, incluso al peor. A mí, a ti, a cada uno de nosotros, Él nos dice hoy: “Te amo y siempre te amaré, eres precioso a mis ojos”. Dios no te ama porque piensas correctamente y te comportas bien; Él te ama y basta. Su amor es incondicional, no depende de ti. Puede que tengas ideas equivocadas, que hayas hecho de las tuyas; sin embargo, el Señor no deja de amarte. ¿Cuántas veces pensamos que Dios es bueno si nosotros somos buenos, y que nos castiga si somos malos? Pero no es así. Aun en nuestros pecados continúa amándonos. Su amor no cambia, no es quisquilloso; es fiel, es paciente. Este es el regalo que encontramos en Navidad: descubrimos con asombro que el Señor es toda la gratuidad posible, toda la ternura posible. Su gloria no nos deslumbra, su presencia no nos asusta. Nació pobre de todo, para conquistarnos con la riqueza de su amor.

Se ha manifestado la gracia de Dios. Gracia es sinónimo de belleza. En esta noche, redescubrimos en la belleza del amor de Dios, también nuestra belleza, porque somos los amados de Dios. En el bien y en el mal, en la salud y en la enfermedad, felices o tristes, a sus ojos nos vemos hermosos: no por lo que hacemos sino por lo que somos. Hay en nosotros una belleza indeleble, intangible; una belleza irreprimible que es el núcleo de nuestro ser. Dios nos lo recuerda hoy, tomando con amor nuestra humanidad y haciéndola suya, “desposándose con ella” para siempre.

De hecho, la «gran alegría» anunciada a los pastores esta noche es «para todo el pueblo». En aquellos pastores, que ciertamente no eran santos, también estamos nosotros, con nuestras flaquezas y debilidades. Así como los llamó a ellos, Dios también nos llama a nosotros, porque nos ama. Y, en las noches de la vida, a nosotros como a ellos nos dice: «No temáis» (Lc 2,10). ¡Ánimo, no hay que perder la confianza, no hay que perder la esperanza, no hay que pensar que amar es tiempo perdido! En esta noche, el amor venció al miedo, apareció una nueva esperanza, la luz amable de Dios venció la oscuridad de la arrogancia humana. ¡Humanidad, Dios te ama, se hizo hombre por ti, ya no estás sola!

Queridos hermanos y hermanas: ¿Qué hacer ante esta gracia? Una sola cosa: acoger el don. Antes de ir en busca de Dios, dejémonos buscar por Él, porque Él nos busca primero. No partamos de nuestras capacidades, sino de su gracia, porque Él es Jesús, el Salvador. Pongamos nuestra mirada en el Niño y dejémonos envolver por su ternura. Ya no tendremos más excusas para no dejarnos amar por Él: Lo que sale mal en la vida, lo que no funciona en la Iglesia, lo que no va bien en el mundo ya no será una justificación. Pasará a un segundo plano, porque frente al amor excesivo de Jesús, que es todo mansedumbre y cercanía, no hay excusas. La pregunta que surge en Navidad es: “¿Me dejo amar por Dios? ¿Me abandono a su amor que viene a salvarme?”.

Un regalo así, tan grande, merece mucha gratitud. Acoger la gracia es saber agradecer. Pero nuestras vidas a menudo transcurren lejos de la gratitud. Hoy es el día adecuado para acercarse al sagrario, al belén, al pesebre, para agradecer. Acojamos el don que es Jesús, para luego transformarnos en don como Jesús. Convertirse en don es dar sentido a la vida y es la mejor manera de cambiar el mundo: cambiamos nosotros, cambia la Iglesia, cambia la historia cuando comenzamos a no querer cambiar a los otros, sino a nosotros mismos, haciendo de nuestra vida un don.

Jesús nos lo manifiesta esta noche. No cambió la historia constriñendo a alguien o a fuerza de palabras, sino con el don de su vida. No esperó a que fuéramos buenos para amarnos, sino que se dio a nosotros gratuitamente. Tampoco nosotros podemos esperar que el prójimo cambie para hacerle el bien, que la Iglesia sea perfecta para amarla, que los demás nos tengan consideración para servirlos. Empecemos nosotros. Así es como se acoge el don de la gracia. Y la santidad no es sino custodiar esta gratuidad.

Una hermosa leyenda cuenta que, cuando Jesús nació, los pastores corrían hacia la gruta llevando muchos regalos. Cada uno llevaba lo que tenía: unos, el fruto de su trabajo, otros, algo de valor. Pero mientras todos los pastores se esforzaban, con generosidad, en llevar lo mejor, había uno que no tenía nada. Era muy pobre, no tenía nada que ofrecer. Y mientras los demás competían en presentar sus regalos, él se mantenía apartado, con vergüenza. En un determinado momento, san José y la Virgen se vieron en dificultad para recibir todos los regalos, muchos, sobre todo María, que debía tener en brazos al Niño. Entonces, viendo a aquel pastor con las manos vacías, le pidió que se acercara. Y le puso a Jesús en sus manos. El pastor, tomándolo, se dio cuenta de que había recibido lo que no se merecía, que tenía entre sus brazos el regalo más grande de la historia. Se miró las manos, y esas manos que le parecían siempre vacías se habían convertido en la cuna de Dios. Se sintió amado y, superando la vergüenza, comenzó a mostrar a Jesús a los otros, porque no podía sólo quedarse para él el regalo de los regalos.

Querido hermano, querida hermana: Si tus manos te parecen vacías, si ves tu corazón pobre en amor, esta noche es para ti. Se ha manifestado la gracia de Dios para resplandecer en tu vida. Acógela y brillará en ti la luz de la Navidad.

Francisco


lunes, 23 de diciembre de 2019

Triduo, Preparando el Corazón para esta Navidad...

TERCER DÍA: En el Pesebre

“…le llegó a María el tiempo del parto, 
y dio a luz a su hijo primogénito,
lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre…”
 (Lc.2, 6-7)

Habitar en el pesebre es habitar el lugar de la dureza y la ternura. Dureza de una realidad que se acepta, se sufre y se padece, a la que sólo la fuerza del amor podrá transformar tiernamente.

Habitar el pesebre es habitar la delicadeza de unas manos que son capaces de disponer lo necesario para hacer que nazca en una situación inhumana, la dignidad de toda vida, y así poder celebrar la liturgia del amor de Dios, cargada de gestos de humanidad. 

El pesebre es el lugar de la pobreza vivida verdaderamente. No de quien juega a ser pobre, sino de quien lo es y lo agradece.

El pesebre es el lugar donde todas las miradas están vueltas hacia el niño, hacia aquél que en su fragilidad está necesitado del cuidado de todos.

Habitar en el pesebre es habitar en la pequeñez del niño que nos permite entrar en el Reino; que nos hace entrar en las entrañas maternales de Dios; que nos hace entrar en el seno mismo de su amor Trinitario.

Habitar el pesebre, es habitar el sitio donde el corazón se arrodilla y adora, en la carne del Dios hecho hombre, el lugar para siempre de encuentro con su gracia y amor; y en el beso sacramental dado al niño, gusta en sus labios sabor de Eternidad y Salvación. -de Javier Albisu-

(Pido la gracia que necesito)

AL PEQUEÑO JESÚS

Déjame ser quien te cuide ahora
porque siempre serás quien cuide de mí.
Déjame ser quien te mire ahora
porque nunca dejarás de mirarme a mí.

Déjame ser quien te arrulle ahora
porque siempre cantarás por alegrarme.
Déjame ser quien te hable ahora
porque mi corazón intentará siempre escucharte.

DÉJAME SER QUIEN VELE TUS SUEÑOS                    
MUCHOS DE ELLOS SERÁN PARA QUIENES AMO.
DÉJAME SER QUIEN TE SOSTENGA AHORA
MUCHAS VECES MÁS ME SOSTENDRÁS A MÍ.

Déjame ser quien te alimente ahora
srá tu cuerpo quien alimente mi alma.
Déjame ser tus ojos ahora
toda mi vida rezaré por tu mirada.

Déjame ser quien te bese ahora
siempre serás quien bese mi debilidad.
Déjame ser quien te enseñe a amar ahora
serás vos quien me ame hasta la vida dar.

DÉJAME SER QUIEN SEQUE TUS LÁGRIMAS
PORQUE TODA MI VIDA LO HARÁS POR MÍ.
DÉJAME DAR LA VIDA POR VOS AHORA.
PORQUE UN DÍA SE BIEN
QUE LO HARÁS POR MÍ.
PORQUE UN DÍA SE BIEN
QUE LO HARÁS POR MÍ.
Y SIEMPRE ME SERÁ DIFÍCIL COMPRENDER.
-Mauro Tesuri-


-Rezar un Padre Nuestro.

domingo, 22 de diciembre de 2019

Triduo, Preparando el Corazón para esta Navidad...

SEGUNDO DÍA: En el sueño de San José

“Cuando José se despertó del sueño,
 hizo lo que el ángel del Señor le había mandado:
 recibió a su esposa.”(Mt. 1,24)

El sueño de San José es el sueño de un corazón que quiere ser fiel. Es el sueño de quien quiere creer contra toda evidencia. El sueño de quien quiere seguir dejando a Dios, la posibilidad de soñar, ya que su sueño, cargado como está de un amor que no se detiene, llega mucho más allá de lo que el hombre se atreve a soñar.

Habitar el sueño de San José, es habitar el lugar donde el corazón renuncia a todas sus defensas, a toda resistencia.

Es saber hacer a un lado toda inquietud, mientras se descansa en los brazos de un Dios que sigue sosteniendo la vida, así como hace crecer la semilla ya sea que el sembrador duerma o se levante.

Habitar el sueño de San José, es habitar el sueño de quien al despertar está dispuesto a realizar aquello que Dios le hizo soñar, porque él, que es fiel a su sueño, no dejará que se vea frustrado.

Es descubrir que Dios, habla aún en el silencio de la noche más oscura.

Es descubrir que la fecundidad que él da, se alcanza poniéndose detrás de sus proyectos, detrás de su amor, a su sombra, a la sombra de su Paternidad.

Y descubrir que para esto, es preciso tomar a María, por Madre de este sueño y pedirle que con su beso nos haga entrar sin miedos a soñarlo. -de Javier Albisu-

(Pido la gracia que necesito)

Enséñanos, José,
cómo se es "no protagonista",
cómo se avanza sin pisotear,
cómo se colabora sin imponerse,
cómo se ama sin reclamar.
cómo se obedece sin rechistar
cómo ser eslabón entre el presente y el futuro
cómo luchar frente a tanta desesperanza
cómo sentirse eternamente joven
  
Dinos, José,
cómo se vive siendo "número dos",
cómo se hacen cosas fenomenales
desde un segundo puesto.
Cómo se sirve sin mirar a quién
cómo se sueña sin más tarde dudar
cómo morir a nosotros mismos
cómo cerrar los ojos, al igual que tú,
en los brazos de la buena Madre.

Explícanos
cómo se es grande sin exhibirse,
cómo se lucha sin aplauso,
cómo se avanza sin publicidad,
cómo se persevera y se muere uno
sin esperanza de un póstumo homenaje
cómo se alcanza la gloria desde el silencio
cómo se es fiel sin enfadarse con el cielo.
Dínoslo, en este tu día, buen padre José.
  
-Rezar un Padre Nuestro.

sábado, 21 de diciembre de 2019

Triduo, Preparando el Corazón para esta Navidad...


PRIMER DÍA: En el seno de la Virgen María

“…su madre María estaba prometida a José y, 
antes de vivir juntos,
resultó que esperaba un hijo
 por la acción del Espíritu Santo.” (Mt. 1,18)

Habitar el seno de la Virgen, es habitar el lugar de las entrañas maternales, en las que Dios engendra a sus hijos. El seno de María es el lugar que Dios se preparó, libre de todo pecado, y por tanto amorosamente obediente, para que el Hijo cumpliera su misión en nuestra carne.

Habitar su seno es estarme en el lugar que Dios prepara para que su Proyecto de amor, pueda cumplirse; para que pueda decirle que sí, a su Voluntad amorosa.

El seno de la Virgen es el lugar del Sí. Del sí del abandono en las manos de un Dios que es Padre. Del sí de la confianza, de que lo que parece oscuro es sombra de un Dios altísimo, que desciende para estarse conmigo, aunque oculta su presencia. Del sí de la humildad de quien se deja mirar por Dios en la propia pequeñez. Del sí de la disponibilidad que le permite obrar y le reconoce su especialidad en cuestiones imposibles.

Habitar el seno de la Virgen, es habitar la tierra buena, fecunda y fértil, cargada de esperanza, que se abre atenta a la escucha de la Palabra y acepta, como el grano de trigo, pasar una experiencia de muerte, para así convertirse en miga del Pan Bendito; tierno Pan de Amor, que Dios Padre reparte en la mesa de los hijos. - de Javier Albisu-

(Pedir la Gracia que necesito)

MARÍA DE LA ESPERANZA
PREPARANOS PARA RECIBIR A DIOS,
QUE TUS DOS MANITOS BUENAS
RECUESTEN AL NIÑO EN NUESTRO CORAZÓN.

Madre de la aurora, tráenos al Señor,
que nuestra pobreza haga de horizonte,
donde salga el sol.
Madre peregrina, Virgencita de Belén
tráenos la Buena Nueva,
Virgen misionera, haznos renacer.

Alegría de los pobres, madrecita del amor.
Amor hecho niño que une en su carne
al hombre con Dios.
Ilumina nuestra espera, que se haga claridad.
Ven a transformar la noche,
nuestra noche oscura en Noche Buena.

-Rezar un Ave María

miércoles, 18 de diciembre de 2019

El camino de San José es el camino del Silencio.

Escrito por Javier Albisu

En él, el silencio se vuelve obediencia; porque la obediencia exige, ante todo, escucha, y San José, hace silencio para poder escuchar el querer de Dios.
Pero, como muchas veces es un querer que no se entiende, también en silencio, cuida de ser fiel; pues, principio es de sabiduría, que de lo que no se entiende, mejor es callar.

Es allí, en su silenciosa fidelidad, como San José se sabe en las manos de Dios y cuidado por ellas. De ahí, que su fidelidad, tome esta forma del cuidar de todo lo que, como él, está puesto en esas manos.

De este modo, San José se convierte en el fiel custodio a quien se le confía la misión de cuidar de Jesús, que como ningún otro estará puesto en las manos del Padre.

El camino de San José, es pues, otro modo de caminar el Adviento. De caminarlo desde el silencio. Desde un silencio obediente a lo que en el propio corazón se escucha.

Desde un silencio cuidado, que se cuida y se busca con el deseo de aprender lo que la Palabra enseña en su camino. Pues cuando la Palabra con mayúscula se hace carne, la carne debe aprender a hacer un Silencio con mayúscula.

El camino de San José es el camino de un silencio que gustando su fidelidad, busca recrearla, oxigenarla, y hacerla nueva.

Es el camino de un silencio que respeta. Que no se apresura a llenarse de juicios y pensamientos en los que el misterio del otro es un dato ya conocido.

Es el camino de un silencio que no es mutismo; que no se niega a la palabra, sino tan sólo se abstiene de ella, a fin de hacerla más fecunda todavía.

Quien viva así su Adviento, verá que hacer silencio, es ceder la palabra a Aquél que viene y se hace “Palabra de Dios entre nosotros”.

sábado, 14 de diciembre de 2019

Escondido en los pequeños es Dios mismo quien nos trae Alegría y Salvación.


Escrito por Hna Mariola Lopez Villanueva -RSCJ-

"Juan está desconcertado porque las cosas no salen como él las esperaba.

Qué bien podemos reconocernos en esas expectativas que no se cumplen, proyectos que después de mucho empeño se frustran, realidades que imaginábamos y que no llegan del modo en que habíamos previsto.

Y, tentados por el desánimo, nos preguntamos si tenemos que seguir esperando otros tiempos en que las circunstancias sean más favorables.

El Señor nos saca de estas situaciones abriendo nuestros ojos a la realidad: hay tantos lugares donde despunta callada la Buena Noticia, tanta sanación por alumbrar, tanta bendición anónima que recibir a través de los sencillos…

Jesús ensalza la vida de Juan y la agradece, porque a su manera – sin comprender del todo hasta dónde llegaría la incondicionalidad de su amor- preparó con sus palabras y sus gestos la eclosión del reino desde los frágiles y pequeños de la tierra.

Y Nosotros??

¿Vamos recogiendo y cosechando estas señales?
¿Ponemos en nuestra vida cotidiana los ojos y los oídos en la dirección de los rostros más vulnerables del tiempo que nos toca vivir?

Escondido en ellos, es Dios mismo quien nos trae alegría y salvación" 

domingo, 1 de diciembre de 2019

CARTA APOSTÓLICA Admirabile signum DEL SANTO PADRE FRANCISCO SOBRE EL SIGNIFICADO Y EL VALOR DEL PESEBRE




1. El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración. La representación del acontecimiento del nacimiento de Jesús equivale a anunciar el misterio de la encarnación del Hijo de Dios con sencillez y alegría. El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que Él nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a Él. 

Con esta Carta quisiera alentar la hermosa tradición de nuestras familias que en los días previos a la Navidad preparan el belén, como también la costumbre de ponerlo en los lugares de trabajo, en las escuelas, en los hospitales, en las cárceles, en las plazas... Es realmente un ejercicio de fantasía creativa, que utiliza los materiales más dispares para crear pequeñas obras maestras llenas de belleza. 

Se aprende desde niños: cuando papá y mamá, junto a los abuelos, transmiten esta alegre tradición, que contiene en sí una rica espiritualidad popular. Espero que esta práctica nunca se debilite; es más, confío en que, allí donde hubiera caído en desuso, sea descubierta de nuevo y revitalizada. 

2. El origen del pesebre encuentra confirmación ante todo en algunos detalles evangélicos del nacimiento de Jesús en Belén. El evangelista Lucas dice sencillamente que María «dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada» (2,7). Jesús fue colocado en un pesebre; palabra que procede del latín: praesepium

El Hijo de Dios, viniendo a este mundo, encuentra sitio donde los animales van a comer. El heno se convierte en el primer lecho para Aquel que se revelará como «el pan bajado del cielo» (Jn 6,41). Un simbolismo que ya san Agustín, junto con otros Padres, había captado cuando escribía: «Puesto en el pesebre, se convirtió en alimento para nosotros» (Serm. 189,4). En realidad, el belén contiene diversos misterios de la vida de Jesús y nos los hace sentir cercanos a nuestra vida cotidiana. 

Pero volvamos de nuevo al origen del belén tal como nosotros lo entendemos. Nos trasladamos con la mente a Greccio, en el valle Reatino; allí san Francisco se detuvo viniendo probablemente de Roma, donde el 29 de noviembre de 1223 había recibido del Papa Honorio III la confirmación de su Regla. 

Después de su viaje a Tierra Santa, aquellas grutas le recordaban de manera especial el paisaje de Belén. Y es posible que el Poverello quedase impresionado en Roma, por los mosaicos de la Basílica de Santa María la Mayor que representan el nacimiento de Jesús, justo al lado del lugar donde se conservaban, según una antigua tradición, las tablas del pesebre. 

Las Fuentes Franciscanas narran en detalle lo que sucedió en Greccio. Quince días antes de la Navidad, Francisco llamó a un hombre del lugar, de nombre Juan, y le pidió que lo ayudara a cumplir un deseo: «Deseo celebrar la memoria del Niño que nació en Belén y quiero contemplar de alguna manera con mis ojos lo que sufrió en su invalidez de niño, cómo fue reclinado en el pesebre y cómo fue colocado sobre heno entre el buey y el asno»[1]. Tan pronto como lo escuchó, ese hombre bueno y fiel fue rápidamente y preparó en el lugar señalado lo que el santo le había indicado. El 25 de diciembre, llegaron a Greccio muchos frailes de distintos lugares, como también hombres y mujeres de las granjas de la comarca, trayendo flores y antorchas para iluminar aquella noche santa. Cuando llegó Francisco, encontró el pesebre con el heno, el buey y el asno. Las personas que llegaron mostraron frente a la escena de la Navidad una alegría indescriptible, como nunca antes habían experimentado. Después el sacerdote, ante el Nacimiento, celebró solemnemente la Eucaristía, mostrando el vínculo entre la encarnación del Hijo de Dios y la Eucaristía. En aquella ocasión, en Greccio, no había figuras: el belén fue realizado y vivido por todos los presentes[2]. 

Así nace nuestra tradición: todos alrededor de la gruta y llenos de alegría, sin distancia alguna entre el acontecimiento que se cumple y cuantos participan en el misterio. 

El primer biógrafo de san Francisco, Tomás de Celano, recuerda que esa noche, se añadió a la escena simple y conmovedora el don de una visión maravillosa: uno de los presentes vio acostado en el pesebre al mismo Niño Jesús. De aquel belén de la Navidad de 1223, «todos regresaron a sus casas colmados de alegría»[3]. 

3. San Francisco realizó una gran obra de evangelización con la simplicidad de aquel signo. Su enseñanza ha penetrado en los corazones de los cristianos y permanece hasta nuestros días como un modo genuino de representar con sencillez la belleza de nuestra fe. Por otro lado, el mismo lugar donde se realizó el primer belén expresa y evoca estos sentimientos. Greccio se ha convertido en un refugio para el alma que se esconde en la roca para dejarse envolver en el silencio. 

¿Por qué el belén suscita tanto asombro y nos conmueve? En primer lugar, porque manifiesta la ternura de Dios. Él, el Creador del universo, se abaja a nuestra pequeñez. El don de la vida, siempre misterioso para nosotros, nos cautiva aún más viendo que Aquel que nació de María es la fuente y protección de cada vida. En Jesús, el Padre nos ha dado un hermano que viene a buscarnos cuando estamos desorientados y perdemos el rumbo; un amigo fiel que siempre está cerca de nosotros; nos ha dado a su Hijo que nos perdona y nos levanta del pecado. 

La preparación del pesebre en nuestras casas nos ayuda a revivir la historia que ocurrió en Belén. Naturalmente, los evangelios son siempre la fuente que permite conocer y meditar aquel acontecimiento; sin embargo, su representación en el belén nos ayuda a imaginar las escenas, estimula los afectos, invita a sentirnos implicados en la historia de la salvación, contemporáneos del acontecimiento que se hace vivo y actual en los más diversos contextos históricos y culturales. 

De modo particular, el pesebre es desde su origen franciscano una invitación a “sentir”, a “tocar” la pobreza que el Hijo de Dios eligió para sí mismo en su encarnación. Y así, es implícitamente una llamada a seguirlo en el camino de la humildad, de la pobreza, del despojo, que desde la gruta de Belén conduce hasta la Cruz. Es una llamada a encontrarlo y servirlo con misericordia en los hermanos y hermanas más necesitados (cf. Mt 25,31-46). 

4. Me gustaría ahora repasar los diversos signos del belén para comprender el significado que llevan consigo. En primer lugar, representamos el contexto del cielo estrellado en la oscuridad y el silencio de la noche. Lo hacemos así, no sólo por fidelidad a los relatos evangélicos, sino también por el significado que tiene. Pensemos en cuántas veces la noche envuelve nuestras vidas. Pues bien, incluso en esos instantes, Dios no nos deja solos, sino que se hace presente para responder a las preguntas decisivas sobre el sentido de nuestra existencia: ¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿Por qué nací en este momento? ¿Por qué amo? ¿Por qué sufro? ¿Por qué moriré? Para responder a estas preguntas, Dios se hizo hombre. Su cercanía trae luz donde hay oscuridad e ilumina a cuantos atraviesan las tinieblas del sufrimiento (cf. Lc 1,79). 

Merecen también alguna mención los paisajes que forman parte del belén y que a menudo representan las ruinas de casas y palacios antiguos, que en algunos casos sustituyen a la gruta de Belén y se convierten en la estancia de la Sagrada Familia. Estas ruinas parecen estar inspiradas en la Leyenda Áurea del dominico Jacopo da Varazze (siglo XIII), donde se narra una creencia pagana según la cual el templo de la Paz en Roma se derrumbaría cuando una Virgen diera a luz. Esas ruinas son sobre todo el signo visible de la humanidad caída, de todo lo que está en ruinas, que está corrompido y deprimido. Este escenario dice que Jesús es la novedad en medio de un mundo viejo, y que ha venido a sanar y reconstruir, a devolverle a nuestra vida y al mundo su esplendor original. 

5. ¡Cuánta emoción debería acompañarnos mientras colocamos en el belén las montañas, los riachuelos, las ovejas y los pastores! De esta manera recordamos, como lo habían anunciado los profetas, que toda la creación participa en la fiesta de la venida del Mesías. Los ángeles y la estrella son la señal de que también nosotros estamos llamados a ponernos en camino para llegar a la gruta y adorar al Señor. 

«Vayamos, pues, a Belén, y veamos lo que ha sucedido y que el Señor nos ha comunicado» (Lc 2,15), así dicen los pastores después del anuncio hecho por los ángeles. Es una enseñanza muy hermosa que se muestra en la sencillez de la descripción. A diferencia de tanta gente que pretende hacer otras mil cosas, los pastores se convierten en los primeros testigos de lo esencial, es decir, de la salvación que se les ofrece. Son los más humildes y los más pobres quienes saben acoger el acontecimiento de la encarnación. A Dios que viene a nuestro encuentro en el Niño Jesús, los pastores responden poniéndose en camino hacia Él, para un encuentro de amor y de agradable asombro. Este encuentro entre Dios y sus hijos, gracias a Jesús, es el que da vida precisamente a nuestra religión y constituye su singular belleza, y resplandece de una manera particular en el pesebre. 

6. Tenemos la costumbre de poner en nuestros belenes muchas figuras simbólicas, sobre todo, las de mendigos y de gente que no conocen otra abundancia que la del corazón. Ellos también están cerca del Niño Jesús por derecho propio, sin que nadie pueda echarlos o alejarlos de una cuna tan improvisada que los pobres a su alrededor no desentonan en absoluto. De hecho, los pobres son los privilegiados de este misterio y, a menudo, aquellos que son más capaces de reconocer la presencia de Dios en medio de nosotros. 

Los pobres y los sencillos en el Nacimiento recuerdan que Dios se hace hombre para aquellos que más sienten la necesidad de su amor y piden su cercanía. Jesús, «manso y humilde de corazón» (Mt 11,29), nació pobre, llevó una vida sencilla para enseñarnos a comprender lo esencial y a vivir de ello. Desde el belén emerge claramente el mensaje de que no podemos dejarnos engañar por la riqueza y por tantas propuestas efímeras de felicidad. El palacio de Herodes está al fondo, cerrado, sordo al anuncio de alegría. Al nacer en el pesebre, Dios mismo inicia la única revolución verdadera que da esperanza y dignidad a los desheredados, a los marginados: la revolución del amor, la revolución de la ternura. Desde el belén, Jesús proclama, con manso poder, la llamada a compartir con los últimos el camino hacia un mundo más humano y fraterno, donde nadie sea excluido ni marginado. 

Con frecuencia a los niños —¡pero también a los adultos!— les encanta añadir otras figuras al belén que parecen no tener relación alguna con los relatos evangélicos. Y, sin embargo, esta imaginación pretende expresar que en este nuevo mundo inaugurado por Jesús hay espacio para todo lo que es humano y para toda criatura. Del pastor al herrero, del panadero a los músicos, de las mujeres que llevan jarras de agua a los niños que juegan..., todo esto representa la santidad cotidiana, la alegría de hacer de manera extraordinaria las cosas de todos los días, cuando Jesús comparte con nosotros su vida divina. 

7. Poco a poco, el belén nos lleva a la gruta, donde encontramos las figuras de María y de José. María es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5). 

Junto a María, en una actitud de protección del Niño y de su madre, está san José. Por lo general, se representa con el bastón en la mano y, a veces, también sosteniendo una lámpara. San José juega un papel muy importante en la vida de Jesús y de María. Él es el custodio que nunca se cansa de proteger a su familia. Cuando Dios le advirtió de la amenaza de Herodes, no dudó en ponerse en camino y emigrar a Egipto (cf. Mt 2,13-15). Y una vez pasado el peligro, trajo a la familia de vuelta a Nazaret, donde fue el primer educador de Jesús niño y adolescente. José llevaba en su corazón el gran misterio que envolvía a Jesús y a María su esposa, y como hombre justo confió siempre en la voluntad de Dios y la puso en práctica. 

8. El corazón del pesebre comienza a palpitar cuando, en Navidad, colocamos la imagen del Niño Jesús. Dios se presenta así, en un niño, para ser recibido en nuestros brazos. En la debilidad y en la fragilidad esconde su poder que todo lo crea y transforma. Parece imposible, pero es así: en Jesús, Dios ha sido un niño y en esta condición ha querido revelar la grandeza de su amor, que se manifiesta en la sonrisa y en el tender sus manos hacia todos. 

El nacimiento de un niño suscita alegría y asombro, porque nos pone ante el gran misterio de la vida. Viendo brillar los ojos de los jóvenes esposos ante su hijo recién nacido, entendemos los sentimientos de María y José que, mirando al niño Jesús, percibían la presencia de Dios en sus vidas. «La Vida se hizo visible» (1Jn 1,2); así el apóstol Juan resume el misterio de la encarnación. El belén nos hace ver, nos hace tocar este acontecimiento único y extraordinario que ha cambiado el curso de la historia, y a partir del cual también se ordena la numeración de los años, antes y después del nacimiento de Cristo. 

El modo de actuar de Dios casi aturde, porque parece imposible que Él renuncie a su gloria para hacerse hombre como nosotros. Qué sorpresa ver a Dios que asume nuestros propios comportamientos: duerme, toma la leche de su madre, llora y juega como todos los niños. Como siempre, Dios desconcierta, es impredecible, continuamente va más allá de nuestros esquemas. Así, pues, el pesebre, mientras nos muestra a Dios tal y como ha venido al mundo, nos invita a pensar en nuestra vida injertada en la de Dios; nos invita a ser discípulos suyos si queremos alcanzar el sentido último de la vida. 

9. Cuando se acerca la fiesta de la Epifanía, se colocan en el Nacimiento las tres figuras de los Reyes Magos. Observando la estrella, aquellos sabios y ricos señores de Oriente se habían puesto en camino hacia Belén para conocer a Jesús y ofrecerle dones: oro, incienso y mirra. También estos regalos tienen un significado alegórico: el oro honra la realeza de Jesús; el incienso su divinidad; la mirra su santa humanidad que conocerá la muerte y la sepultura. 

Contemplando esta escena en el belén, estamos llamados a reflexionar sobre la responsabilidad que cada cristiano tiene de ser evangelizador. Cada uno de nosotros se hace portador de la Buena Noticia con los que encuentra, testimoniando con acciones concretas de misericordia la alegría de haber encontrado a Jesús y su amor. 

Los Magos enseñan que se puede comenzar desde muy lejos para llegar a Cristo. Son hombres ricos, sabios extranjeros, sedientos de lo infinito, que parten para un largo y peligroso viaje que los lleva hasta Belén (cf. Mt 2,1-12). Una gran alegría los invade ante el Niño Rey. No se dejan escandalizar por la pobreza del ambiente; no dudan en ponerse de rodillas y adorarlo. Ante Él comprenden que Dios, igual que regula con soberana sabiduría el curso de las estrellas, guía el curso de la historia, abajando a los poderosos y exaltando a los humildes. Y ciertamente, llegados a su país, habrán contado este encuentro sorprendente con el Mesías, inaugurando el viaje del Evangelio entre las gentes. 
10. Ante el belén, la mente va espontáneamente a cuando uno era niño y se esperaba con impaciencia el tiempo para empezar a construirlo. Estos recuerdos nos llevan a tomar nuevamente conciencia del gran don que se nos ha dado al transmitirnos la fe; y al mismo tiempo nos hacen sentir el deber y la alegría de transmitir a los hijos y a los nietos la misma experiencia. No es importante cómo se prepara el pesebre, puede ser siempre igual o modificarse cada año; lo que cuenta es que este hable a nuestra vida. En cualquier lugar y de cualquier manera, el belén habla del amor de Dios, el Dios que se ha hecho niño para decirnos lo cerca que está de todo ser humano, cualquiera que sea su condición. 

Queridos hermanos y hermanas: El belén forma parte del dulce y exigente proceso de transmisión de la fe. Comenzando desde la infancia y luego en cada etapa de la vida, nos educa a contemplar a Jesús, a sentir el amor de Dios por nosotros, a sentir y creer que Dios está con nosotros y que nosotros estamos con Él, todos hijos y hermanos gracias a aquel Niño Hijo de Dios y de la Virgen María. Y a sentir que en esto está la felicidad. Que en la escuela de san Francisco abramos el corazón a esta gracia sencilla, dejemos que del asombro nazca una oración humilde: nuestro “gracias” a Dios, que ha querido compartir todo con nosotros para no dejarnos nunca solos.

Dado en Greccio, en el Santuario del Pesebre, 1 de diciembre de 2019. 

FRANCISCO 

[1] Tomás de Celano, Vida Primera, 84: Fuentes franciscanas (FF), n. 468. 
[2] Cf. ibíd., 85: FF, n. 469.
[3] Ibíd., 86: FF, n. 470.