lunes, 18 de abril de 2016

Tú escuchas mi voz, y yo te conozco...


-Fuente: Rezando voy-

Tú escuchas mi voz, y yo te conozco,
y tú me sigues, y yo te doy la vida eterna.

No morirás para siempre.
Nadie te hará soltarte de mi mano.

Mi Padre me ha encargado de cuidarte,
y su mano es poderosa.

El Padre y yo somos uno.

domingo, 10 de abril de 2016

Para que el Amor se centre más en las Obras que en las Palabras...

Fuente: Centro de Espiritualidad y Pastoral- Venezuela-

Los discípulos, tras la muerte de Jesús, se mantienen juntos, pero Jesús no está con ellos. Han regresado a su antiguo oficio de pescadores. Se han puesto a trabajar en lo de antes, pero no han dado frutos. Y es que para dar frutos no basta estar juntos, ni ser amigos simplemente o empeñarse a la fuerza,sino emprender de nuevo el camino apoyados en la gracia, en la apertura a la novedad y en la alegría que brota de reconocer desaciertos y dejarse enseñar por el camino andado.

Para los discípulos, y para nosotros también, hay un antes y un después de la Pasión del Señor. Viviendo junto a los crucificados del mundo es como podemos testimoniar este antes y después de la Pasión. Si nos dejamos ganar el corazón por el Crucificado-resucitado seríamos, claro está, las mismas personas, pero jamás lo mismo, porque que tendríamos definitivamente grabados en la mente y el corazón los gestos y los modos de proceder del Señor. 

En medio de la experiencia que viven los discípulos aquella noche de pesca en la que se apareceJesús, el evangelista Juan resalta de forma muy sutil pero directa el gran contraste que hay entre laoscuridad y la luz, la noche infructuosa y el amanecer fecundo. Sin Jesús andamos en la oscuridad, sinorientación y caminando a tientas, sin lograr nada y extraviados, mientras que con Jesús andamos en laclaridad, guiados y acompañados por su luz y acertando en el camino.

El Señor es la fuente de la fecundidad de todo lo que hagamos. Él vendrá y se manifestará comoamanecer y como luz en las noches de nuestras vidas. Él hará que nuestros afanes, cansancios y hastanuestras huidas, se conviertan en ocasión de gracia. De múltiples maneras el Señor se aparece en nuestro caminar. Tan sólo habría que estar atentos a la realidad para captarlo y sentirlo, y con toda seguridad, Jesús nos convocará de nuevo, recreando los signos y las señales para que así tengamos vida dentro de nosotros mismos.

La experiencia resucitadora que viven los discípulos junto al lago de Tiberíades los invita a superar la nostalgia de la ausencia del amigo y a salir de sí mismos, para que puedan comprender el verdadero sentido de la Pasión. Las redes repletas de peces, serán la señal de lo espléndido que se muestra Dios, aún en medio de la infecundidad de nuestros esfuerzos.

El Señor resucitado, es el crucificado. Por eso ha preparado nuevamente la mesa de la comida, de la fraternidad y de la confianza, para que ningún discípulo olvide que no se debe a sí mismo, sino a los demás. De ahí que, en medio de esa nueva comida, retome el tema del amor y la entrega: “si me amas,cuida a los demás, atiéndelos, sírvelos, da la vida por ellos”, para que el amor se centre más en las obras que en las palabras

sábado, 2 de abril de 2016

Las Heridas del Resucitado son un “Memorial” de lo que ha sido la Cruz...

Este texto ha sido escrito por el P. Eduardo Casas

El cristianismo se funda en la confesión de Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. El Dios Encarnado constituye el núcleo de nuestra fe. La Encarnación revela a Dios desde “otro lugar”, desde el lugar del ser humano. Por la Encarnación, Dios “se dice” al modo humano.

Sin embargo, no siempre tenemos en cuenta la condición humana de nuestro Dios. Subyace a menudo la idea de un Dios no “tan humano”. La Biblia únicamente pone una sola distinción entre el Dios Encarnado y nosotros: Igual en todo, “menos en el pecado” (Hb 4,15). A diferencia del pecado, nuestro Dios humano fue “uno de tantos y se hizo como un hombre cualquiera” (Flp 2,7). La humanidad asumida se vuelve para Dios experiencia de lo divino. Nuestra humanidad es para el mismo Dios Encarnado ocasión de revelar su condición divina desde otro “lugar”, mostrando una “traducción” humana de su misterio. Nuestra humanidad forma parte del misterio que Dios manifiesta de sí mismo.

Es un Dios en “situación humana”, vulnerablemente humano. Vive, crece, pasa por todos los límites de la existencia y necesidades humanas, pasiones y emociones, afectos y vínculos, el amor y la soledad, el sufrimiento y la tentación, la agonía y la muerte, para luego retornar a la vida, en un estado glorioso en el cual, sin embargo, conserva -para siempre- las “marcas” adquiridas en el tránsito de su vida mortal.

Un Dios herido, no sólo en su existencia terrena y en la Cruz sino, incluso -después de la muerte- seguirá mostrando las cicatrices de sus heridas una vez Resucitado, como sucede en la escena en la cual invita al Apóstol Tomás a palpar sus estigmas cerrados (Cf. Jn 20, 24-28) que permanecen, perdurando como marcas cicatrizadas y gloriosas.

Las heridas de Jesús -que van desde la Cruz a la Resurrección hasta llegar a la Gloria- unen, como en un “puente”, la única carne del Dios hecho hombre. Todo su camino se dibuja en los bordes de las heridas, en los ribetes de sus cicatrices. Ellas son una “garantía” y un “sello”. Las heridas cicatrizadas del Resucitado son el “reverso” de las heridas abiertas del Crucificado. Las “heridas mortales” se vuelven“heridas vitales”; las “heridas de muerte” se convierten y se revierten en “heridas de gracia”, “heridas nuevas”, “heridas de vida”.

Las “heridas” del Resucitado son “heridas gloriosas”. Sin embargo, no dejan de  recordar, como sello en la carne, las cicatrices de la Cruz. El Resucitado tiene heridas cicatrizadas y curadas. Son un testimonio y  un “memorial” de lo que ha sido la Cruz. La Resurrección no se olvida de la Cruz: La Gloria asume la Cruz.

Aquél que padeció es el mismo que resucitó y que está en los cielos. Sus heridas lo atestiguan y  confirman. Perduran intactas, abren “accesos” a la revelación del amor más pleno. No son “huecos” mudos, solitarios y vacíos sino lesiones que “hablan”. En ellas queda un camino abierto, un “punto de partida” para la entrada al interior del mismo Dios, a su cuerpo y a su alma, a su  corazón. Por ellas se abre un nuevo acceso, se convierten en “llave” y en “puerta” (Cf. Jn 10,9) para ingresar y mirar hacia la “otra orilla”, contemplando  la interioridad de Dios,  el abismo infinito de su vida.

Algunas preguntas que pueden ayudar... 

  • ¿Qué tienen para decirte las heridas de Dios?
  • ¿Qué significa para tu vida y tu fe un Dios vulnerable?
  • ¿Qué tienen que ver tus heridas con las de Dios?
  • ¿Qué tienen que ver las heridas de Dios con tus propias heridas?