sábado, 16 de marzo de 2024

¡QUEREMOS VER A JESÚS!

Escrito por Florentino Ulibarri


Hoy me adhiero, Señor, 

al grupo de los que quieren verte

-saludarte, presentarse, escucharte, hablarte...-.


Como a aquellos griegos gentiles, 

pero curiosos e inquietos,

que acudieron a Felipe para conocerte,

también a mí me has tocado y despertado

abriéndome el horizonte

con tu presencia, mirada y mensaje.


Pero, ¿quién me acercará hasta ti?

¿Quién me llevará a tu presencia?

¿Quién me ayudará a superar las murallas

-culturales, religiosas, personales-

que nos separan y me retienen?


¿Quién será el anfitrión de nuestro encuentro?

¿Quién se hará cargo de este deseo

que surge de lo más hondo de mi ser

y me acompaña noche y día

desde la primera vez?


¿Quién será el anfitrión de nuestro encuentro?


Entre tus discípulos y apóstoles

siempre hubo, y seguro que las hay hoy,

personas cercanas y humildes,

con los pies en la tierra, en el "humus",

y los ojos fijos en ti;

hermanos atentos y sin ambiciones;

pastores que huelen a lo que deben oler;

pobres despojados hasta de su ser;

creyentes que se siembran sin temor a desaparecer;

hombres y mujeres que gozan al estar junto a ti...


¡Ojalá tenga la suerte

de toparme con ellos hoy,

aquí, en casa, o en los caminos,

o en las plazas, o en las fiestas, o en el templo...

o en cualquier lugar,

sea espacio sagrado o profano;

...o en el reverso de la historia

tan olvidado y arrinconado,

pero que tanto te preocupa a ti

y a todos los que siguen tus huellas!


¡Que llegue esa hora

para estar en tu compañía, Jesús!

"Queremos ver a Jesús”


Texto completo de las palabras del Papa Francisco  antes de rezar el Ángelus -2015-

En este Quinto domingo de Cuaresma, el evangelista Juan nos llama la atención con un particular curioso: algunos “griegos”, judíos, llegados a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, se dirigen al apóstol Felipe, y le dicen: “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21). En la ciudad santa, donde Jesús fue por última vez, hay mucha gente. Están los pequeños y los sencillos, que han acogido festivamente al profeta de Nazaret reconociendo en Él al Enviado del Señor. Están los sumos sacerdotes y los líderes del pueblo, que lo quieren eliminar porque lo consideran herético y peligroso. También hay personas, como esos “griegos”, que están curiosos de verlo y de saber más acerca de su persona y de las obras que Él ha realizado, la última de las cuales – la resurrección de Lázaro – ha causado mucha sensación.

“Queremos ver a Jesús”: estas palabras, al igual que muchas otras en los Evangelios, van más allá del episodio particular y expresan algo universal; revelan un deseo que atraviesa épocas y culturas, un deseo presente en los corazones de muchas personas que han oído hablar de Cristo, pero no lo han encontrado aún. “Yo deseo ver a Jesús”, así siente el corazón de esta gente.

Respondiendo indirectamente, en modo profético, a aquel pedido de poderlo ver, Jesús pronuncia una profecía que revela su identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: “Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado”. (Jn 12,23). ¡Es la hora de la Cruz! Es la hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios. Cristo declara que será “levantado en alto sobre la tierra” (v. 32), una expresión con doble significado: “levantado” porque crucificado, y “levantado” porque exaltado por el Padre en la Resurrección, para atraer a todos a sí mismo y reconciliar a los hombres con Dios y entre sí. La hora de la Cruz, la más oscura de la historia, es también la fuente de salvación para todos los que creen en Él.

Continuando en la profecía sobre su Pascua ya inminente, Jesús usa una imagen sencilla y sugestiva, aquella del "grano de trigo" que caído en la tierra, muere para dar fruto (cfr. v. 24). En esta imagen encontramos otro aspecto de la Cruz de Cristo: el de la fecundidad. La cruz di Cristo es fecunda. La muerte de Jesús, de hecho, es una fuente inagotable de vida nueva, porque lleva en sí la fuerza regeneradora del amor de Dios. Inmersos en este amor por el Bautismo, los cristianos pueden convertirse en "granos de trigo" y dar mucho fruto, si al igual que Jesús, "pierden propia la vida" por amor a Dios y a los hermanos (cfr. v. 25).

Por esta razón, a aquellos que aún hoy "quieren ver a Jesús", a los que están en la búsqueda del rostro de Dios; a quien ha recibido una catequesis cuando era pequeño y luego no la ha profundizado más y quizás ha perdido la fe; a tantos que aún no han encontrado a Jesús personalmente... a todas estas personas podemos ofrecerles tres cosas: el Evangelio; el Crucifijo y el testimonio de nuestra fe, pobre pero sincera. El Evangelio: ahí podemos encontrar a Jesús, escucharlo, conocerlo. El Crucifijo: signo del amor de Jesús que se entregó por nosotros. Y luego, una fe que se traduce en gestos simples de caridad fraterna. Pero principalmente en la coherencia de vida: entre lo que decimos y lo que vivimos, coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones. Evangelio, Crucifijo y testimonio. 

Que la Virgen nos ayude a dar estas tres cosas.

martes, 12 de marzo de 2024

Mes de San Jose : “3 claves para vivir la Cuaresma inspirados en San José”


Fuente: Hermanas Pobres Bonaerenses de San Jose

Comenzando el Mes de San José, les compartimos estas “claves” para vivir la Cuaresma de la mano de este Santo tan querido…

Tiempo para el SILENCIO y la REFLEXION: Es un momento propicio para alejarse del ruido y escuchar la voz del Padre en lo profundo del corazón.

Dedícale tiempo diario a la oración y la meditación de la Palabra, buscando la acción de la Providencia en tu vida…

Tiempo OBEDIENCIA y HUMILDAD: San José fue un hombre obediente a la voluntad de Dios, incluso cuando no entendía completamente su plan.

En Cuaresma haz memoria de las veces que, aceptando los planes de Dios en tu vida, fuiste creciendo en libertad…

Tiempo de SERVICIO y CARIDAD: San José fue un ejemplo de servicio desinteresado y caridad hacia los demás.

Aprovecha este tiempo para servir con pequeños gestos a los mas necesitados de tu comunidad, dedicando tiempo y recursos a ayudar a los mas vulnerables que Dios pone en tu camino…

sábado, 9 de marzo de 2024

Dios nos está Revelando su «Amor Loco» por la Humanidad...


Escrito por José Antonio Pagola

El evangelista Juan nos habla de un extraño encuentro de Jesús con un importante fariseo, llamado Nicodemo. Según el relato, es Nicodemo quien toma la iniciativa y va a donde Jesús «de noche». Intuye que Jesús es «un hombre venido de Dios», pero se mueve entre tinieblas. Jesús lo irá conduciendo hacia la luz.

Nicodemo representa en el relato a todo aquel que busca sinceramente encontrarse con Jesús. Por eso, en cierto momento, Nicodemo desaparece de escena y Jesús prosigue su discurso para terminar con una invitación general a no vivir en tinieblas, sino a buscar la luz.

Según Jesús, la luz que lo puede iluminar todo está en el Crucificado. La afirmación es atrevida: «Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna». ¿Podemos ver y sentir el amor de Dios en ese hombre torturado en la cruz?

Acostumbrados desde niños a ver la cruz por todas partes, no hemos aprendido a mirar el rostro del Crucificado con fe y con amor. Nuestra mirada distraída no es capaz de descubrir en ese rostro la luz que podría iluminar nuestra vida en los momentos más duros y difíciles. Sin embargo, Jesús nos está mandando desde la cruz señales de vida y de amor.

En esos brazos extendidos, que no pueden ya abrazar a los niños, y en esas manos clavadas, que no pueden acariciar a los leprosos ni bendecir a los enfermos, está Dios con sus brazos abiertos para acoger, abrazar y sostener nuestras pobres vidas, rotas por tantos sufrimientos.

Desde ese rostro apagado por la muerte, desde esos ojos que ya no pueden mirar con ternura a pecadores y prostitutas, desde esa boca que no puede gritar su indignación por las víctimas de tantos abusos e injusticias, Dios nos está revelando su «amor loco» por la humanidad.

«Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él». Podemos acoger a ese Dios y lo podemos rechazar. Nadie nos fuerza. Somos nosotros los que hemos de decidir. Pero «la Luz ya ha venido al mundo». ¿Por qué tantas veces rechazamos la luz que nos viene del Crucificado?

Él podría poner luz en la vida más desgraciada y fracasada, pero «el que obra mal... no se acerca a la luz para no verse acusado por sus obras». Cuando vivimos de manera poco digna, evitamos la luz, porque nos sentimos mal ante Dios. No queremos mirar al Crucificado. Por el contrario, «el que realiza la verdad se acerca a la luz». No huye a la oscuridad. No tiene nada que ocultar. Busca con su mirada al Crucificado. Él lo hace vivir en la luz.

sábado, 2 de marzo de 2024

Los Diez Mandamientos son una Aventura del Crecimiento Humano

Escrito por la hermana Joan Chittister . OSB, -de su Libro: Los diez Mandamientos-

La hermana Joan, se pregunta y se responde ante la novedad que hoy tienen los Diez Mandamientos:

“¿Qué son los Diez Mandamientos y que significan para nosotros ahora, en un mundo en el que judíos, cristianos y musulmanes afirman, todos ellos, aceptar a Moisés y las Tablas del Sinaí como fundamento de su ley, por mas leyes distintas que queramos añadirles?

Si somos verdaderamente personas –cultural, política y socialmente- imbuidas de los Diez Mandamientos y pretendemos preservarlos como fundamento de nuestra civilización, ¿Qué significa eso para nosotros aquí y ahora? ¿Son acaso los principios vitales que dichos mandamientos nos proporcionan un verdadero impulso vivo para nosotros o meras reliquias de épocas pasadas que se han convertido en una especie de fetiche cultural, en algo que nos  distingue quizá del mundo religioso circundante, pero que apenas tiene incidencia alguna en nuestra vida personal o pública?

¿Hay en ellos algo por lo que merezca la pena interesarse o son, quizá, meros productos de un mundo pasado?, ¿son en verdad un criterio válido para nuestra vida?; ¿Qué medida dan de nosotros y a quien le importa? 

Estas leyes, que encarnaban para ellos los deseos de Dios, hicieron de ellos una sociedad única por su adhesión, no a las leyes de Moisés –sometidas a cambio por cualquier gobernante posterior-, sino a la ley de Dios. Esas leyes no emanaban del capricho humano; eran irrevocables e inmodificables y debían estas escritas en la mente y en el corazón de la comunidad hebrea por los siglos de los siglos.

El otorgamiento de los Diez Mandamientos puede verse al instante como algo único. Estas leyes, destinadas a ser principios morales por los que vivir, mas que prescripciones minuciosamente definidas que hubiera que seguir, tenían la finalidad inequívoca de configurar un modo de vivir, un estilo de vida, una actitud mental, un espíritu de comunidad humana, un pueblo.

La cuestión es que los Diez Mandamientos son leyes del corazón, no del Estado; son leyes que pretenden llevar a la plenitud de la vida, no simplemente a una vida bien ordenada.                                                       
Aristóteles insiste en que la vida perfecta es aquella en la que contemplamos las cosas mejores y mas valiosas, las cosas de mayor merito. La vida perfecta –dice Aristóteles- nos compromete a dedicarnos a aquello sobre lo que merece la pena pensar. Los Diez Mandamientos nos dicen sobre que merece la pena pensar en la vida.                                        

Se trata de las cosas que son mas importantes que la mecánica transitoria del día a día; se trata de las cosas que perduran, que se convierten en el sustrato espiritual en que reposa nuestra vida, las cosas que acaban formando el camino que conduce a plenitud desde la pequeñez de los mayores empeños humanos.             

Se trata, no tanto de nuevas leyes, cuando de una nueva visión de lo que significa ser una comunidad humana, un pueblo de Dios. A Moisés –dice la Escritura- se le ordena posponer la promulgación de la ley hasta que el pueblo judío haya llegado finalmente a la Tierra Prometida, hasta que esté listo, al fin, para instalarse y comenzar un modo de vida completamente nuevo.

Puede que lo mas significativo de todo sea que las Tablas del Sinaí son denominadas “mandamientos” una sola vez en toda la Escritura, los Diez Mandamientos son mencionados como el Decálogo: las “diez palabras”. Es el Decálogo –esas diez palabras- lo que a lo largo de los años se desarrollo en diez ideas o conceptos o ideales o propuestas que hicieron de las doce tribus de Israel un tipo distinto de “pueblo”.   

Son palabras acerca de la alabanza,  la responsabilidad humana, la justicia,  la creación, el valor de la vida, la naturaleza de las relaciones, la honradez, la veracidad, el deseo y la sencillez de vida.                                                                                                                               
Escritas en segunda persona del singular del futuro, las “palabras” están destinadas a ser todo un nuevo modo de enfocar la vida para todos nosotros. Esta vez se nos ha dicho, no lo que el rey espera, sino lo que espera Dios, y cada uno de nosotros es responsable de adecuar a ello su propia vida.            
Los  Diez Mandamientos son, pues, una aventura del crecimiento humano. No somos tanto condenados cuanto trasformados por ellos.  

sábado, 24 de febrero de 2024

Transfigurar la Ascesis Cuaresmal, en un Camino Sinodal...

Palabras del Papa Francisco en el 2 º Domingo de Cuaresma 2023

Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas concuerdan al relatar el episodio de la Transfiguración de Jesús. En este acontecimiento vemos la respuesta que el Señor dio a sus discípulos cuando estos manifestaron incomprensión hacia Él. De hecho, poco tiempo antes se había producido un auténtico enfrentamiento entre el Maestro y Simón Pedro, quien, tras profesar su fe en Jesús como el Cristo, el Hijo de Dios, rechazó su anuncio de la pasión y de la cruz. Jesús lo reprendió enérgicamente: «¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres» (Mt 16,23). Y «seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte elevado» (Mt 17,1).

El evangelio de la Transfiguración se proclama cada año en el segundo domingo de Cuaresma. En efecto, en este tiempo litúrgico el Señor nos toma consigo y nos lleva a un lugar apartado. Aun cuando nuestros compromisos diarios nos obliguen a permanecer allí donde nos encontramos habitualmente, viviendo una cotidianidad a menudo repetitiva y a veces aburrida, en Cuaresma se nos invita a “subir a un monte elevado” junto con Jesús, para vivir con el Pueblo santo de Dios una experiencia particular de ascesis...

La ascesis cuaresmal es un compromiso, animado siempre por la gracia, para superar nuestras faltas de fe y nuestras resistencias a seguir a Jesús en el camino de la cruz. Era precisamente lo que necesitaban Pedro y los demás discípulos. Para profundizar nuestro conocimiento del Maestro, para comprender y acoger plenamente el misterio de la salvación divina, realizada en el don total de sí por amor, debemos dejarnos conducir por Él a un lugar desierto y elevado, distanciándonos de las mediocridades y de las vanidades. Es necesario ponerse en camino, un camino cuesta arriba, que requiere esfuerzo, sacrificio y concentración, como una excursión por la montaña. Estos requisitos también son importantes para el camino sinodal que, como Iglesia, nos hemos comprometido a realizar. Nos hará bien reflexionar sobre esta relación que existe entre la ascesis cuaresmal y la experiencia sinodal.

En el “retiro” en el monte Tabor, Jesús llevó consigo a tres discípulos, elegidos para ser testigos de un acontecimiento único. Quiso que esa experiencia de gracia no fuera solitaria, sino compartida, como lo es, al fin y al cabo, toda nuestra vida de fe. A Jesús hemos de seguirlo juntos. Y juntos, como Iglesia peregrina en el tiempo, vivimos el año litúrgico y, en él, la Cuaresma, caminando con los que el Señor ha puesto a nuestro lado como compañeros de viaje. Junto al  ascenso de Jesús y sus discípulos al monte Tabor, podemos afirmar que nuestro camino cuaresmal es “sinodal”, porque lo hacemos juntos por la misma senda, discípulos del único Maestro. Sabemos, de hecho, que Él mismo es el Camino y, por eso, tanto en el itinerario litúrgico como en el del Sínodo, la Iglesia no hace sino entrar cada vez más plena y profundamente en el misterio de Cristo Salvador.

Y llegamos al momento culminante. Dice el Evangelio que Jesús «se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y sus vestiduras se volvieron blancas como la luz» (Mt 17,2). Aquí está la “cumbre”, la meta del camino. Al final de la subida, mientras estaban en lo alto del monte con Jesús, a los tres discípulos se les concedió la gracia de verle en su gloria, resplandeciente de luz sobrenatural. Una luz que no procedía del exterior, sino que se irradiaba de Él mismo. La belleza divina de esta visión fue incomparablemente mayor que cualquier esfuerzo que los discípulos hubieran podido hacer para subir al Tabor. Como en cualquier excursión exigente de montaña, a medida que se asciende es necesario mantener la mirada fija en el sendero; pero el maravilloso panorama que se revela al final, sorprende y hace que valga la pena. También el proceso sinodal parece a menudo un camino arduo, lo que a veces nos puede desalentar. Pero lo que nos espera al final es sin duda algo maravilloso y sorprendente, que nos ayudará a comprender mejor la voluntad de Dios y nuestra misión al servicio de su Reino.


sábado, 17 de febrero de 2024

El Desierto, es un Tiempo y Lugar cargado de presencias...


FUENTE: CEP -Centro de Espiritualidad y Pastoral-

La liturgia nos propone para este 1er domingo, un relato muy breve pero a la vez muy lleno de símbolos en torno a dos experiencias: desierto y conversión.

El desierto que nos presenta el evangelista, es tiempo y lugar de contrastes. En el desierto vive Jesús cuarenta días y vive rodeado de animales salvajes. Es tentado por satanás y los ángeles le sirven. Así el desierto, aunque es un tiempo y lugar de apartamiento, no está vacío, está cargado de presencias.

La conversión también es tiempo y lugar de contrastes. Se nos anuncia que se ha cerrado ya un ciclo: “el tiempo se ha cumplido”, y a la vez nos anuncian que estamos en el tiempo del Evangelio. Y así, la conversión implica la salida del tiempo caduco, el actual, para transitar uno nuevo, el de la llegada del Reino.

Pero en medio de la experiencia de desierto y conversión, aparece el Espíritu que impulsa, y la situación de Juan Bautista que provoca coraje. Marcos nos dice que Jesús va al desierto bajo el impulso del Espíritu Santo, y que movido por el arresto del Bautista, va a Galilea para anunciar la conversión. Jesús ni se resiste al Espíritu, ni se paraliza ante la dificultad o el reto. 

El Evangelio de este domingo nos está invitando a vivir el desierto y la conversión. Propone que dejemos guiarnos por el Espíritu Santo al desierto de Dios, que nos demos un tiempo para que podamos encontrarnos cara a cara y sin miedo, con todo lo que llevamos dentro de nosotros mismos. Y nos propone, como a Jesús, que estemos atentos a lo que va pasando a nuestro alrededor, para que las realidades de hoy provoquen el coraje de responder a los retos que nos presenten el Espíritu y el Mundo.

Desierto y conversión son presentados por Marcos como dos aspectos inseparables de un mismo camino. Una ruta que se transita con la luz del Evangelio. Todo desierto bien vivido ha de llevar a la conversión. Puede que nos resistamos a vivir el desierto que nos ofrece Dios por estar afianzados en nuestros apegos, en nuestras comodidades, en nuestras cerrazones. Y puede que con ello estemos rechazando la gracia de la conversión, y la salvación.

Que nos atrevamos a salir de nosotros mismos y nos expongamos a la energía del Espíritu de Dios para que nos coloque en la vida, libres, convertidos, solidarios, misericordiosos, alegres y esperanzados en la venida del Reino.


ORACIÓN de CUARESMA:

Ayúdame a hacer silencio,

Señor, quiero escuchar tu voz.

Toma mi mano, guíame al desierto,

que nos encontremos a solas, Tú y yo.

Necesito contemplar tu rostro,

me hace falta la calidez de tu voz,

caminar juntos... callar para que hables Tú.


Me pongo en tus manos, quiero revisar mi vida,

descubrir en qué tengo que cambiar,

afianzar lo que anda bien,

sorprenderme con lo nuevo que me pides.


Me tienta creer que te escucho,

cuando escucho mi voz.

¡Enséñame a discernir!

Dame luz para distinguir tu rostro.

Llévame al desierto

Señor, despójame de lo que me ata,

sacude mis certezas y pon a prueba mi amor

Para empezar de nuevo, humilde, sencillo,

con fuerza y Espíritu para vivir fiel a Ti.

         P. Javier Leoz