Las lecturas de hoy parecen pretender que se despierte en nosotros el deseo de autenticidad para atrevernos a ser lo que somos, a reconocerlo, a aceptar nuestra humilde condición y, desde esa verdad que es la nuestra, entrar en relación con Dios.
Es entonces cuando quedamos justificadas porque hemos adoptado la única postura justa y solo sobre la solidez de esa tierra podemos asentar nuestros pies.
Pero si pretendemos escapar de ahí y queremos apoyarnos en lo que llamamos méritos o poderes del yo, el suelo se tambalea bajo nuestros pies y la comunicación con el Dios que ama la verdad en lo íntimo del ser, queda frustrada.
En la oración emerge nuestra imagen de Dios:
- ¿Será alguien que necesita de nuestras cualidades para querernos?
- ¿Se parecerá a un contable que apunta nuestros méritos?
También aparece la imagen que tenemos de nosotros mismos: el erguirse del fariseo sobre sus pretendidas cualidades y virtudes, su manera de situarse como por derecho propio en el ámbito de lo sacro, contrasta con la postura humilde del publicano que se queda fuera y se inclina con reverencia ante su Dios.
Los dos personajes conviven en nuestro interior: la elección nos corresponde a cada uno de nosotros.
Y también el repetir una y otra vez: Ten compasión de mí, Señor, que soy un pecador…
Dolores Aleixandre rscj
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