sábado, 11 de noviembre de 2017

Mantener en todo momento nuestras lámparas encendidas será una de las claves para ponernos a tono con el tiempo de Dios...


Fuente de este texto: Centro de Pastoral y Espiritualidad (CEP) -Venezuela- 

Este Domingo, la Liturgia nos invita, a través de la parábola de las diez vírgenes, a estar atentos al tiempo de la vida, al de las personas y al de Dios.

El evangelista Mateo (25,1-13) comienza diciendo que diez jóvenes salieron al encuentro del esposo, pero no todas estaban listas. Cinco de ellas no estaban del todo a punto. En el momento de la llegada del esposo perdieron la oportunidad de entrar a la fiesta, de entrar a la misma vida. Y es que la puerta se cerró. Es decir: no hubo más tiempo.

Pudiéramos conformarnos solamente con reflexionar sobre lo beneficioso de ser previsor y lo problemático de ser descuidado, o peor aún, hacer una valoración moral sobre la petición de las jóvenes que se quedaron sin aceite y la actitud de las que no compartieron el suyo. Pero reduciríamos el Evangelio a simple sentido común o al “deber ser”. La Buena Noticia de Dios es mucho más que prudencia o recta actuación.

La parábola de las jóvenes previsoras y descuidadas es una alerta sobre nuestra capacidad de estar atentos al tiempo de Dios y al tiempo de la vida. Y es que Dios, y también las realidades más hermosas como la amistad, la alegría, la ternura en la familia, etc., tienen su propio tiempo.

En forma sencilla pero directa, este Evangelio nos dice que el tiempo de Dios, así como el tiempo de las cosas más sublimes, no es simplemente como nuestros tiempos o ritmos. Por eso es un tiempo que nos delata, porque pone en evidencia la verdad de nuestra existencia. Hace que queden al descubierto lo que hay realmente en nuestra mente y en nuestro corazón.

Mantener en todo momento nuestras lámparas encendidas será una de las claves para ponernos a tono con el tiempo de Dios. Y para esto necesitamos un olfato fino que sólo se logra mediante el discernimiento y una sensibilidad modulada que solo se alcanza a partir del sentir y gustar internamente. En definitiva, necesitamos que dentro de nosotros mismos haya vida.

Este olfato fino y esta sensibilidad modulada nos colocan en la lógica del tiempo de Dios, que se mueve al ritmo de la novedad, porque Dios no tiene día ni hora. Sólo hay que estar abierto, despierto, atento. Dios no se deja atrapar por nuestros convencionalismos, intereses o caprichos. 

Si quieres participar de la fiesta de Dios, atrévete a entrar en sintonía con Él, entrando en sintonía con los demás y con la creación. Arriésgate a experimentar la novedad que te ofrece Dios cada día. Y sobre todo, mantén encendida la lámpara de tu fe para que captes de verdad el tiempo de la vida y de Dios.

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