Un espacio para descubrir la presencia de Dios en el desierto de la vida cotidiana...
martes, 17 de junio de 2025
domingo, 15 de junio de 2025
Fiesta de la Trinidad... Invitados, a ese Círculo de Amor Gratuito...
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Les comparto también este texto escrito por Miguel Tombilla
Lo que celebramos en la Trinidad no es solo un misterio, algo que no se puede comprender por la sola razón. Sino que celebramos el gran amor de un Dios que se hace fecundo porque ama sin medida. Fecundidad amorosa que engendra al Hijo y que por el Espíritu sigue actuando en la historia.

Creación abierta que también espera planificación, que está anhelando también la vida en plenitud.
Dios fecundo en si mismo y de cara a los demás. Hacia dentro y hacia fuera. En un fuera que ya es dentro y viceversa. Todo amor, entregado, extendido, compartido.
Trinidad de amor, de creación, de historia, de esperanza de un presente que ya es futuro y pasado que ya es salvación.
domingo, 8 de junio de 2025
Pentecostés, nos Incendia para Sentir el Mundo como lo Sentía Jesús...
PARA UN MOMENTO CONTEMPLATIVO
Puedes rezar con esta poesía, quedándote sintiendo y gustando aquella imagen que sientas como invitación del Espíritu Santo para tu vida, en este Nuevo Pentecostes...
domingo, 18 de mayo de 2025
Homilia del Papa Leon XIV en la Misa de Inicio de su Ministerio Papal
hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
distinguidas autoridades y miembros del Cuerpo diplomático,
¡Saludos a los peregrinos que han venido al Jubileo de las Cofradías!
hermanos y hermanas:
Los saludo a todos con el corazón lleno de gratitud, al inicio del ministerio que me ha sido confiado. Escribía san Agustín: «Nos has hecho para ti, [Señor,] y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones, 1,1.1).
En estos últimos días, hemos vivido un tiempo particularmente intenso. La muerte del Papa Francisco ha llenado de tristeza nuestros corazones y, en esas horas difíciles, nos hemos sentido como esas multitudes que el Evangelio describe «como ovejas que no tienen pastor» (Mt 9,36). Precisamente en el día de Pascua recibimos su última bendición y, a la luz de la resurrección, afrontamos ese momento con la certeza de que el Señor nunca abandona a su pueblo, lo reúne cuando está disperso y lo cuida «como un pastor a su rebaño» (Jr 31,10).
Con este espíritu de fe, el Colegio de los cardenales se reunió para el cónclave; llegando con historias personales y caminos diferentes, hemos puesto en las manos de Dios el deseo de elegir al nuevo sucesor de Pedro, el Obispo de Roma, un pastor capaz de custodiar el rico patrimonio de la fe cristiana y, al mismo tiempo, de mirar más allá, para saber afrontar los interrogantes, las inquietudes y los desafíos de hoy. Acompañados por sus oraciones, hemos experimentado la obra del Espíritu Santo, que ha sabido armonizar los distintos instrumentos musicales, haciendo vibrar las cuerdas de nuestro corazón en una única melodía.
Fui elegido sin tener ningún mérito y, con temor y trepidación, vengo a ustedes como un hermano que quiere hacerse siervo de su fe y de su alegría, caminando con ustedes por el camino del amor de Dios, que nos quiere a todos unidos en una única familia.
Amor y unidad: estas son las dos dimensiones de la misión que Jesús confió a Pedro.
Nos lo narra ese pasaje del Evangelio que nos conduce al lago de Tiberíades, el mismo donde Jesús había comenzado la misión recibida del Padre: “pescar” a la humanidad para salvarla de las aguas del mal y de la muerte. Pasando por la orilla de ese lago, había llamado a Pedro y a los primeros discípulos a ser como Él “pescadores de hombres”; y ahora, después de la resurrección, les corresponde precisamente a ellos llevar adelante esta misión: no dejar de lanzar la red para sumergir la esperanza del Evangelio en las aguas del mundo; navegar en el mar de la vida para que todos puedan reunirse en el abrazo de Dios.
¿Cómo puede Pedro llevar a cabo esta tarea? El Evangelio nos dice que es posible sólo porque ha experimentado en su propia vida el amor infinito e incondicional de Dios, incluso en la hora del fracaso y la negación. Por eso, cuando es Jesús quien se dirige a Pedro, el Evangelio usa el verbo griego agapao —que se refiere al amor que Dios tiene por nosotros, a su entrega sin reservas ni cálculos—, diferente al verbo usado para la respuesta de Pedro, que en cambio describe el amor de amistad, que intercambiamos entre nosotros.
Cuando Jesús le pregunta a Pedro: «Simón, hijo de Juan, ¿me amas?» (Jn 21,16), indica pues el amor del Padre. Es como si Jesús le dijera: sólo si has conocido y experimentado el amor de Dios, que nunca falla, podrás apacentar a mis corderos; sólo en el amor de Dios Padre podrás amar a tus hermanos “aún más”, es decir, hasta ofrecer la vida por ellos.
A Pedro, pues, se le confía la tarea de “amar aún más” y de dar su vida por el rebaño. El ministerio de Pedro está marcado precisamente por este amor oblativo, porque la Iglesia de Roma preside en la caridad y su verdadera autoridad es la caridad de Cristo. No se trata nunca de atrapar a los demás con el sometimiento, con la propaganda religiosa o con los medios del poder, sino que se trata siempre y solamente de amar como lo hizo Jesús.
Él —afirma el mismo apóstol Pedro— «es la piedra que ustedes, los constructores, han rechazado, y ha llegado a ser la piedra angular» (Hch 4,11). Y si la piedra es Cristo, Pedro debe apacentar el rebaño sin ceder nunca a la tentación de ser un líder solitario o un jefe que está por encima de los demás, haciéndose dueño de las personas que le han sido confiadas (cf. 1 P 5,3); por el contrario, a él se le pide servir a la fe de sus hermanos, caminando junto con ellos. Todos, en efecto, hemos sido constituidos «piedras vivas» (1 P 2,5), llamados con nuestro Bautismo a construir el edificio de Dios en la comunión fraterna, en la armonía del Espíritu, en la convivencia de las diferencias. Como afirma san Agustín: «Todos los que viven en concordia con los hermanos y aman a sus prójimos son los que componen la Iglesia» (Sermón 359,9).
Hermanos y hermanas, quisiera que este fuera nuestro primer gran deseo: una Iglesia unida, signo de unidad y comunión, que se convierta en fermento para un mundo reconciliado.
En nuestro tiempo, vemos aún demasiada discordia, demasiadas heridas causadas por el odio, la violencia, los prejuicios, el miedo a lo diferente, por un paradigma económico que explota los recursos de la tierra y margina a los más pobres. Y nosotros queremos ser, dentro de esta masa, una pequeña levadura de unidad, de comunión y de fraternidad. Nosotros queremos decirle al mundo, con humildad y alegría: ¡miren a Cristo! ¡Acérquense a Él! ¡Acojan su Palabra que ilumina y consuela! Escuchen su propuesta de amor para formar su única familia: en el único Cristo somos uno. Y esta es la vía que hemos de recorrer juntos, unidos entre nosotros, pero también con las Iglesias cristianas hermanas, con quienes transitan otros caminos religiosos, con aquellos que cultivan la inquietud de la búsqueda de Dios, con todas las mujeres y los hombres de buena voluntad, para construir un mundo nuevo donde reine la paz.
Este es el espíritu misionero que debe animarnos, sin encerrarnos en nuestro pequeño grupo ni sentirnos superiores al mundo; estamos llamados a ofrecer el amor de Dios a todos, para que se realice esa unidad que no anula las diferencias, sino que valora la historia personal de cada uno y la cultura social y religiosa de cada pueblo.
Hermanos, hermanas, ¡esta es la hora del amor! La caridad de Dios, que nos hace hermanos entre nosotros, es el corazón del Evangelio. Con mi predecesor León XIII, hoy podemos preguntarnos: si esta caridad prevaleciera en el mundo, «¿no parece que acabaría por extinguirse bien pronto toda lucha allí donde ella entrara en vigor en la sociedad civil?» (Carta enc. Rerum novarum, 20)
Con la luz y la fuerza del Espíritu Santo, construyamos una Iglesia fundada en el amor de Dios y signo de unidad, una Iglesia misionera, que abre los brazos al mundo, que anuncia la Palabra, que se deja cuestionar por la historia, y que se convierte en fermento de concordia para la humanidad.
Juntos, como un solo pueblo, todos como hermanos, caminemos hacia Dios y amémonos los unos a los otros.
domingo, 11 de mayo de 2025
Domingo del Buen Pastor = ¡La Voz de Jesús es Única!
jueves, 1 de mayo de 2025
Bienaventuranzas para el DÍA del TRABAJADOR
y la manipulación de las personas.
lunes, 28 de abril de 2025
HOMILIA de la MISA EXEQUIAL del PAPA FRANCISCO
HOMILÍA DEL EMMO. CARD. GIOVANNI BATTISTA RE, DECANO DEL COLEGIO CARDENALICIO
En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no conocerá el ocaso.
En nombre del
Colegio de Cardenales agradezco cordialmente a todos por su presencia. Con gran
intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo
agradecimiento a los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones
oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima
hacia el Papa que nos ha dejado.
La masiva
manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después
de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y
corazones el intenso pontificado del Papa Francisco.
Su última
imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado
domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los
graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la
Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil
descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.
Con nuestra
oración queremos ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para que le
conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso
amor.
Nos ilumina y
guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de Cristo que
interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Y la
respuesta de Pedro fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que
te quiero”. Y Jesús le confió la gran misión: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21,16-17).
Será esta la tarea constante de Pedro y de sus sucesores, un servicio de amor a
imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no vino para ser servido, sino para
servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc10,45).
A pesar de su
fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino
de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su
Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida.
Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la Iglesia de Dios,
recordando la frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La felicidad está
más en dar que en recibir» (Hch 20,35)
Cuando el
Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para
suceder al Papa Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa
en la Compañía de Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de
21 años de ministerio pastoral en la Arquidiócesis de Buenos Aires, primero
como Auxiliar, luego como Coadjutor y después, especialmente, como Arzobispo.
La decisión de
tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de
estilo con la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse en el
espíritu de san Francisco de Asís.
Conservó su
temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su
fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto
directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos,
con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin
medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un Papa
en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa
atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo
suscitaba en la Iglesia.
Con el
vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y
metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas
de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a
vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio,
que él solía calificar como “cambio de época”.
Tenía gran
espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las
personas alejadas de la Iglesia.
Lleno de
calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa
Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las
esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con
un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e
inmediata.
Su carisma de
acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy,
tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales.
El primado de
la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una clara
impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera
Exhortación apostólica Evangelii
gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el corazón de
todos los que se confían a Dios.
El hilo
conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una casa
para todos; una casa de puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a la
imagen de la Iglesia como “hospital de campaña” después de una batalla con
muchos heridos; una Iglesia determinada y deseosa de hacerse cargo de los
problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo
contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de
todo credo o condición, sanando sus heridas.
Innumerables
son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También
fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres.
Es
significativo que el
primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama
de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea
fue también el
viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de Atenas,
así como la celebración
de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos, con ocasión
de su viaje
a México.
De sus 47
agotadores Viajes Apostólicos quedará especialmente en la historia el de Irak
en 2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa difícil Visita Apostólica
fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto
había sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue también un viaje importante
para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral.
Con la Visita
Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la
periferia más periférica del mundo”.
El Papa
Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando
constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre,
cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen camino.
Quiso el Jubileo Extraordinario de la
Misericordia, destacando que la misericordia es “es el corazón del
Evangelio”.
Misericordia y
alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco.
En contraste
con lo que definió como “la cultura del descarte”, habló de la cultura del
encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su
Pontificado con tonos vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli
tutti quiso hacer renacer una aspiración mundial a la fraternidad,
porque todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza
recordó a menudo que todos pertenecemos a la misma familia humana.
En 2019,
durante su viaje
a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un documento
sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”,
recordando la común paternidad de Dios.
Dirigiéndose a
los hombres y mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato
si’ llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad
respecto a la casa común. “Nadie se salva solo”.
Frente al
estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e
innumerables muertos y destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su
voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para
encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de
personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja
al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y
trágica.
“Construir
puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a
la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre
en todas sus dimensiones.
En unión
espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el
Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.
El Papa
Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de
rezar por mí”.
Querido Papa
Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo
bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste
el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo
el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad
con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza.
domingo, 20 de abril de 2025
Homilia de Domingo de Pascua , Papa Francisco 202
Este es el anuncio de la Pascua: hay que buscarlo en otra parte. ¡Cristo ha resucitado, está vivo! La muerte no lo ha podido retener, ya no está envuelto en el sudario, y por tanto no se le puede encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo. Al contrario, hay que buscarlo, y por eso no podemos quedarnos inmóviles. Debemos ponernos en movimiento, salir a buscarlo: buscarlo en la vida, buscarlo en el rostro de los hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes menos en aquel sepulcro.
Buscarlo siempre. Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros.
Por eso la fe pascual, que nos abre al encuentro con el Señor Resucitado y nos dispone a acogerlo en nuestra vida, está lejos de ser una solución estática o un instalarse tranquilamente en alguna seguridad religiosa. Por el contrario, la Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a correr como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos capaces de “ver más allá”, para descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios que se revela y que también hoy se hace presente, nos habla, nos precede y nos sorprende. Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos perdido al Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad que Él se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección.
Hermanos y hermanas, esta es la esperanza más grande de nuestra vida: podemos vivir esta existencia pobre, frágil y herida, aferrados a Cristo, porque Él ha vencido a la muerte, vence nuestras oscuridades y vencerá las tinieblas del mundo, para hacernos vivir con Él en la alegría, para siempre. Hacia esa meta, como dice el apóstol Pablo, también nosotros corremos, olvidando lo que se queda a nuestras espaldas y proyectándonos hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,12-14). Apresurémonos, pues, a salir al encuentro de Cristo, con el paso ágil de la Magdalena, de Pedro y de Juan.
El Jubileo nos llama a renovar en nosotros el don de esta esperanza, a sumergir en ella nuestros sufrimientos e inquietudes, a contagiar con ella a quienes encontramos en el camino, a confiarle a esta esperanza el futuro de nuestra vida y el destino de la humanidad. Y por eso no podemos aparcar el corazón en las ilusiones de este mundo ni encerrarlo en la tristeza; debemos correr, llenos de alegría. Corramos al encuentro de Jesús, redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino. Como dijo el gran teólogo Henri de Lubac, «debe bastarnos con comprender esto: el cristianismo es Cristo. No es, en verdad, otra cosa. En Jesucristo lo tenemos todo» (Las responsabilidades doctrinales de los católicos en el mundo de hoy, Madrid 2022, 254).
Y este “todo”, que es Cristo resucitado, abre nuestra vida a la esperanza. Él está vivo, Él quiere renovar también hoy nuestra vida. A Él, vencedor del pecado y de la muerte, le queremos decir:
“Señor, en la fiesta que hoy celebramos te pedimos este don: que también nosotros seamos nuevos para vivir esta perenne novedad. Límpianos, oh Dios, del polvo triste de la costumbre, del cansancio y del desencanto; danos la alegría de despertarnos, cada mañana, con ojos asombrados al ver los colores inéditos de ese amanecer, único y distinto a todos los demás. […] Todo es nuevo, Señor, y nada se repite, nada es viejo.” (cf. A. Zarri, Quasi una preghiera).
Hermanas, hermanos, en el asombro de la fe pascual, llevando en el corazón toda esperanza de paz y de liberación, podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo...
sábado, 19 de abril de 2025
Vigilia Pascual 2025, Homilia del Papa Francisco
De este modo, la Vigilia pascual nos recuerda que la luz de la Resurrección ilumina el camino paso a paso, irrumpe en las tinieblas de la historia sin estrépito, resplandece en nuestro corazón de manera discreta. Y a esta luz corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo. La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores. Al contrario, la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad.
Este “estilo” de Dios nos libera de una religiosidad abstracta, ilusa al pensar que la resurrección del Señor lo resuelve todo mágicamente. Todo lo contrario: no podemos celebrar la Pascua sin seguir enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de muerte que con frecuencia se ciernen sobre el mundo. Cristo ha vencido el pecado y ha destruido la muerte, pero en nuestra historia terrena, la potencia de su Resurrección aún se está realizando. Y esa realización, como un pequeño brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y la hagamos crecer.
Hermanos y hermanas, esta es la llamada que, sobre todo en el año jubilar, debemos sentir con fuerza dentro de nosotros: ¡hagamos germinar la esperanza de la Pascua en nuestra vida y en el mundo!
Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón, cuando vemos las sombras del mal seguir su ruidosa marcha sobre el mundo, cuando sentimos arder en nuestra carne y en nuestra sociedad las heridas del egoísmo o de la violencia, no nos desanimemos, volvamos al anuncio de esta noche: la luz resplandece lentamente incluso si nos encontramos en tinieblas; la esperanza de una vida nueva y de un mundo finalmente liberado nos aguarda; un nuevo comienzo puede sorprendernos aunque a veces nos parezca imposible, porque Cristo ha vencido a la muerte.
Este anuncio, que ensancha el corazón, nos llena de esperanza. En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra. Al mismo tiempo, esta esperanza, ya cumplida en Cristo, para nosotros sigue siendo también una meta que alcanzar; se nos ha confiado para que nos convirtamos en testigos creíbles de ella y para que el Reino de Dios se abra paso en el corazón de las mujeres y los hombres de hoy.
Como nos recuerda san Agustín, «la resurrección de nuestro Señor Jesucristo es nueva vida para los que creen en Jesús. Y éste es el misterio de su pasión y resurrección, que ustedes deben conocer bien y vivirlo» (Sermón 231, 2). Reproducir la Pascua en nuestra vida y convertirnos en mensajeros de esperanza, constructores de esperanza mientras tantos vientos de muerte aún soplan sobre nosotros.
Podemos hacerlo con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio. Toda nuestra vida puede ser presencia de esperanza. Queremos serlo para quienes carecen de fe en el Señor, para quienes se han extraviado, para los que se han rendido o caminan encorvados por el peso de la vida; para quienes están solos o encerrados en su propio dolor; para todos los pobres y oprimidos de la tierra; para las mujeres humilladas y asesinadas; para los niños que nunca nacieron y para aquellos que son maltratados; para las víctimas de la guerra. ¡Llevemos, a todos y a cada uno, la esperanza de la Pascua!
Me gusta recordar a una mística del siglo XIII, Hadewijch de Amberes, que, inspirándose en el Cantar de los Cantares y describiendo el sufrimiento por la ausencia del amado, invoca el retorno del amor porque —dice — «volveré a ver […] clarear mi oscuridad» (Hadewijch, El lenguaje del deseo, Madrid 1999, 87).
El Cristo resucitado es el giro definitivo de la historia humana. Él es la esperanza que no declina. Él es el amor que nos acompaña y nos sostiene. Él es el futuro de la historia, el destino final hacia el que caminamos, para ser acogidos en esa vida nueva en la que el mismo Señor enjugará todas nuestras lágrimas «y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor» (Ap 21,4). Y esta esperanza de la Pascua, este “clarear en la oscuridad”, debemos anunciarlo a todos.
Hermanas, hermanos, el tiempo de Pascua es un tiempo de esperanza. «Todavía hay temor, todavía hay una dolorosa conciencia de pecado, pero hay también una luz que se abre paso. […] La Pascua trae la buena noticia de que, aunque las cosas parezcan ir mal en el mundo, el Maligno ha sido ya vencido. La Pascua nos permite afirmar que, aunque Dios parezca muy distante y sigamos estando preocupados por muchos pequeños detalles, nuestro Señor recorre el camino con nosotros […] hay muchos destellos de esperanza que vierten su luz en nuestro caminar en la vida» (H. Nouwen, Meditaciones diarias para la vida espiritual, Madrid 2019, 4 de abril).
¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo.
jueves, 17 de abril de 2025
TRIDUO PASCUAL
Material elaborado por Dolores Aleixandre , con ayuda de Fernando Rivas
JUEVES SANTO
Y SE PUSO A LAVARLES LOS PIES
Subir a “la habitación de arriba” y mirar a Jesús levantándose de la mesa, cambiando el lugar donde se sientan los señores por aquel en que se mueven los que sirven, situándose en ese otro ángulo de mirada. Desde esa otra perspectiva se ven de cerca el barro, el polvo, el mal olor, la suciedad..., todo eso que los sentados a la mesa ignoran o piensan que no les concierne. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su corporalidad.
Jesús se había quitado el manto y, con él, toda pretensión
de poder o dominio. Con la toalla ceñida y de rodillas, como el último de
todos, iba lavando los pies de sus discípulos. Era esa su manera de disponerse a
recibir “el Nombre sobre todo nombre” (Fil 2,9).
GETSEMANÍ
En la escena del huerto vemos a Jesús experimentando una fuerte resistencia a morir, luchando, suplicando y sudando sangre. Desde entonces él va delante de quienes estén dispuestos a entrar en su mismo proceso: ese que nos va haciendo semejantes al Hijo y que puede durar toda una vida.
“El espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil”
(Mt 26,41): esa fue la lección más difícil que el Hijo del hombre tuvo que
incorporar a su aprendizaje de pertenencia a la condición humana. “Aunque era
Hijo, padeciendo, aprendió a obedecer” afirma el autor de la carta a los
Hebreos (Hb 5,8).
Y CANTÓ EL GALLO
El canto del gallo “despierta” a Pedro, le hace volver de su
desvarío, le “convierte”. Se había situado “de espaldas” a Jesús, eligiendo su
propia seguridad, aferrándose a “salvar su vida” y a protegerla ante cualquier amenaza.
Tomo conciencia de qué “cantos de gallo” han tenido poder
para despertarme en algunas situaciones de mi vida. Me reconozco formando parte
de una humanidad tentada de vivir ensimismada y “de espaldas” a los inmensos
desafíos que nos toca afrontar (las desigualdades, la destrucción de la
naturaleza, los autoritarismos, las migraciones forzosas...).
Dejo que resuenen en mi conciencia a las voces que promueven unas metas diferentes: acoger al extraño, cuidar lo frágil, hacer las paces con la naturaleza, optar por la solidaridad, los derechos, la inclusión y la participación. Las acojo como “el canto del gallo” que hoy nos despierta.
VIERNES SANTO
En la Pasión Jesús es “El Descartado. El término evoca un
largo proceso de conspiraciones, tramas, maniobras, traiciones y pactos entre
sus enemigos. En torno a Jesús se fue tejiendo una red siniestra, hábilmente
justificada con argumentos y razones políticas: “Conviene que muera un solo
hombre por el pueblo”, había sentenciado Caifás. Hay que descalificarlo hasta
convertirle en sospechoso, en encausado y presunto imputado; no sabrá
defenderse de las calumnias y será fácil demostrar su culpabilidad, conseguir
sentencia firme y un linchamiento popular hasta quitárnoslo de en medio. “¿No
oyes de cuantas cosas te acusan? – le dijo Pilato- .
Pero él permanecía en silencio” (Mt 27,14). Estaba envuelto
en el silencio como en un manto real, ese manto en el que siguen envueltos hoy
los descartados de nuestro mundo.
“Todo está acabado” (Jn 19,30)
Jesús, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn
19,30). El gesto evoca su actitud de consentimiento absoluto al Padre, el final
coherente de su apuesta arriesgada de confiar por encima de todo. El que había
hecho de su vida entera una donación, entrega ahora su última espiración con el
abandono del niño que se duerme en brazos de su madre.
DESCENDIMIENTO
SÁBADO SANTO
En una homilía oriental José de Arimatea se atreve a pedir
su cadáver al gobernador: “Entrégame, gobernador, para que pueda sepultarlo, el
cuerpo de Jesús el Nazareno, el pobre, que vivía a cielo abierto, el huésped
desconocido venido de otra tierra.
Entrégame a este peregrino voluntario, que no tenía donde
reclinar la cabeza y que, al no tener casa propia, recibió albergue y fue colocado
en un pesebre y soportó la vida peregrina. Entrégame al despreciado, vencido y
colgado ¿qué utilidad tendrá para ti el cuerpo de este peregrino...? Vino de
una región muy lejana, para seguir siendo peregrino, bajó al lugar de las tinieblas.
Es por este muerto por quien te suplico: se encuentra
colgado del madero porque no tiene casa. Nadie intercede por él, como haría un
padre de esta tierra, un amigo, un discípulo, un pariente, un sepulturero.
Verdaderamente solo él es el unigénito del único Dios. Es el
Dios que ha venido a este mundo y no hay otro”.
DOMINGO de PASCUA
Junto a la tumba vacía
Aprendemos que hay dolores que son de parto y que el grano
de trigo cuando cae en tierra y muere, da mucho fruto. – ‘Sois más que esas
heridas que os habitan - escuchamos ahí-. El sufrimiento y la muerte no tienen
la última palabra sobre vosotros’.
Si guardamos esas palabras en la memoria del corazón,
podemos transitar la noche con la confianza de quien espera la llegada del
Compasivo, del que enjugará las lágrimas de todos los rostros.
“Al anochecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo”,
había dicho un salmista (Sal 30, 6). Y un sufí: “Viendo las huellas dejadas por
la brisa mido lo que será el Huracán de la alegría”.
domingo, 13 de abril de 2025
Jesús entra en Jerusalén
domingo, 6 de abril de 2025
Cuaresma... inclinarse y perdonar...
Estamos en el marco de la Fiesta de las Carpas y Jesús que había subido a Jerusalén de incógnito, habla públicamente y divide las opiniones. Muchos creen en él, otros siembran dudas (Jn 7). En este contexto es que le presentan el caso de la mujer adúltera. Y el Señor se revela como Maestro misericordioso que se inclina ante las personas y no yergue como juez implacable de los demás.
La imagen es conmovedora: el Señor “inclinándose hacia el suelo, escribía con el dedo en la tierra”. Dos veces cumple la misma acción y en medio de ambos gestos dice su palabra: “el que de ustedes esté sin pecado que le arroje la primera piedra”. El hecho de escribir (“kategrafein”) en la tierra suena a algo así como “preparar los argumentos de la defensa”. Ellos “dicen su acusación” (kategorein) y Él “escribe… (la defensa)” (kategrafein).
El Señor detiene el impulso del apedreamiento en su misma fuente: hace que cada uno examine su corazón, no sus razones. Que cada uno juzgue si puede ser el primero en llevar a cabo lo que dice la ley. La dinámica de la acusación es del demonio porque con muchas razones, algunas incluso justas, nos lleva a la violencia y a la venganza.
Contra la dinámica de la acusación que gira en torno a los apedreamientos está la dinámica del anuncio que siempre comienza con gestos de inclinarse para servir y para ayudar al otro a ponerse de pie. Una y otra vez...