sábado, 3 de noviembre de 2012

El Credo del Amor



«Escucha, Israel: El Señor, Nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria»                       -Deuteronomio 6,4-6-

Escrito por el P. Eduardo Casas


Aquí queda testimoniado en el libro llamado del Deuteronomio, donde Dios le otorga el Mandato principal que constituirá la memoria, el “memorial” del Pueblo de Dios: «Escucha, Israel: El Señor, Nuestro Dios, es solamente Uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas. Las palabras que hoy te digo quedarán en tu memoria» (Dt 6,4-6).

Para que la quebradiza memoria de Israel no se olvide de este amor primero y de la elección gratuita de Dios es que el Señor le otorga un “Mandato”. El cual no es un recuerdo, nostalgia de tiempos pasados que fueron mejores, sino una viva presencia del amor: Para que siempre recuerde que fue amado. No se olvide que fue elegido.


No es un Mandato de imposición sino una invitación a la gratuidad y a la libertad, como la de Dios, una interpelación al amor. Este Mandato será su “Credo”. Tendrá que recitar diaria y piadosamente como un «Memorial»

El amor se vuelve así «Memorial» del corazón. El amor se hace Alianza: Juramento, compromiso, pacto, acuerdo. La primera profesión de fe es la confesión del amor recibido y el recuerdo del amor que hay que dar en devolución. Cuando Israel recitaba este Mandato, resucitaba la memoria de su amor. El amor nacía como respuesta de su atenta escucha: «Escucha, Israel». Su vocación era escuchar al amor ya que escuchar es la forma más profunda de recibir y, por lo mismo, es la primera manera de amar.

Amar a Dios «con todo el corazón» es orientarse a Él con las potencialidades más ricas de la personalidad, desde lo más íntimo y propio de nosotros mismos. Esto no es un amor «espiri­­tualiza­do». Al contrario, es intensamente humano, sensible y apasionado, operante y comprometido, expresivo y gestual: Un verdadero amor de «corazón, el que toca todas las fibras y las estremece casi hasta el dolor o las conmueve en el crepitar del gozo.

Amar a Dios «con todas las fuerzas» es sacar lo más pleno de nosotros mismos, lo mejor de nuestras capacidades y convertirlas en riquezas, potenciando todos los talentos. Un amor así plenifica y satisface, moviliza y despierta todo lo que está dormido y apocado; despabila y sacude todo cuanto esté paralizado.

Sólo un amor «fuerte» es capaz de hacer explotar en nosotros, aquello que -de otra manera- no nos animaríamos a sacar, a mostrar y a dejar crecer. Estas «fuerzas» coinciden con lo más pujante del hombre, con la cristalización más acabada de las mejores energías humanas, por eso en algunas traducciones de la Biblia prefieren la acepción amar «con todo el espíritu» o «con toda la mente» (Mt 22,37) ya que el verdadero poder, la más genuina fuerza humana, se encuentra en el espíritu.

Por lo tanto, amar a Dios «con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas»
  • Es amarlo con la riqueza de toda nuestra personalidad (lo que la Biblia llama, «corazón»: El hombre desde su interior).
  • Es amarlo con la plenitud de la vida en sus variadas expresiones humanas y afectivas (lo que la Biblia llama «alma, el hombre viviente)...
  • Es amarlo con el despliegue de todas nuestras potencias (lo que la Biblia llama «fuerzas», el hombre desde el cúmulo de sus riquezas como persona).
También es para nosotros lo que Dios le recuerda a su Pueblo, su «Memorial»: «Escucha, Israel». Cada uno de nosotros tiene que recitar esta Palabra con su propio nombre. Es necesario escuchar al Amor. Hacer una sosegada escucha, una reposada atención. Hay que escuchar la voz que tiene el amor para nosotros y entrar en Alianza. Descubrir a este Dios que camina en nuestra historia y se encuentra en cada atajo del sendero, escondido en cada rincón, asechando nuestro corazón. Tenemos que volver a nuestras raíces, poner los oídos y el corazón para que el Dios de la Alianza nos hable y nos recuerde su «Memorial», desde la gratuidad de quien te « amó primero» (1 Jn 4,19)

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