La fe, en cuanto don de Dios, manifiesta el poder de Dios que lleva al hombre más allá de sus límites y le hará audaz para soñar nuevas metas, para ser entusiasta en la acción y resistente en las dificultades. Y porque es don no se trata de tamaño, ni de algo que se posea como una propiedad y dé seguridad y poder; de hecho
basta con una fe tan minúscula como un grano de mostaza.
¡Siempre la semilla como imagen! La fe no es fuerza y poder para hacer milagros portentosos, sino semilla insignificante que se va desarrollando lentamente y de la que surgirán grandes frutos de bondad, de misericordia, de esperanza.
La fe es confianza en las propias posibilidades derivada de la confianza en Dios. Cuando se cree en la utopía del Reino de Dios no hay obstáculo insalvable. Jesús les asegura y nos asegura que con la fuerza de la palabra se puede hacer posible lo que parece imposible; y que cuando hayan hecho esto no se crean que son más que nadie ni con más derechos que los demás. “Digan: somos unos pobres siervos; hemos hecho lo que debíamos hacer”.
El siervo pobre no busca la seguridad que otorga la propiedad ni puede esgrimir derechos para reclamar premios de nadie y menos de Dios. La fe que se necesita es un don gratuito de Dios que, desde la perspectiva del hombre, sólo exige apertura y acogida. Es un modo de vida, no un conjunto de verdades. Eso llevará al apóstol a “trabajar como si todo dependiera de nosotros y confiar como si todo dependiese de Dios”.
¿En quién y en qué pones tu confianza?...
¿En quién y en qué pones tu confianza?...
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