Escrito por Eduardo Casas
Cuando uno es niño, la madre es la primera escuela de todo. Tenemos que aprenderlo todo, empezando por las cosas más cotidianas y domésticas, aprender a partir de las necesidades más elementales que nos sostienen en la existencia. Con la mamá aprendemos a dormir, a comer, a jugar, a bañarnos, a sonreír, a llorar, a hablar, a pedir...
La madre se convierte en la primera y más importante escuela. La escuela de todas las otras escuelas que tendremos después en la vida. Ella es la escuela de la vida: la primera y la última.
Hay que pasar por muchos años de aulas, libros, exámenes, profesores y títulos para volver a recordar algunas simples enseñanzas de nuestra madre. Actitudes, valores, silencios y testimonios de aquella sabiduría que ninguna graduación logra conseguir.
La imagen de la madre y el niño es también como el horizonte de nuestra relación con Dios. Jesús nos dijo que hay que ser como niños y agradeció a Dios porque reveló sus secretos sólo a los pequeños. Toda madre nos enseña que -con Dios- siempre somos infantes, niños que necesitamos aprenderlo y re-aprenderlo todo. La madre es la primera escuela de la vida y la primera escuela de la fe.
¡La infancia pasa tan rápido!; ¡Nos cuesta tanto en la vida volver a encontrar el secreto de paraíso perdido de la niñez!; ¡Si aprendiéramos que sólo tenemos este presente escurridizo!; ¡Si nos diéramos cuenta que la vida es sólo un breve amanecer entre una noche que ya termina y un día que aún no ha despertado!; ¡Si lo supiéramos, disfrutaríamos más, seríamos más buenos y bendeciríamos todo cuanto nos ha sido dado! Si nos diéramos cuenta que -para los afectos verdaderos- la vida es sólo este segundo fugaz. No esperemos que nos gane el tiempo y la nostalgia. A veces cuando queremos hacerlo, ya se hizo tarde.
Las madres son -por naturaleza- mujeres llenas de fortaleza y valentía. Cada madre que sufre se asocia a la Madre universal: María, silenciosa y dolorida al pie de la Cruz conoció los agudos dolores de parto del alma, las "contracciones" del corazón.
No dejes que el afecto se haga ausencia. Cuando la compañía de la madre ya no es física, comienza el ritual de otra presencia, no menos continua, ni menos intensa. El diálogo se retoma como si nunca se hubiera cortado. Nuestros pedidos de ayuda y protección se hacen más insistentes. Los amores del cielo siempre nos recorren y nos acompañan. Nunca nos dejan. Vigilan nuestros sueños.
La muerte es una excusa para hacernos más íntimos y cercanos. No nos separa sino que nos une más. No nos distancia sino que nos aproxima. No es el sueño sino el despertar. No es "irse" sino un permanente "estar". Sólo hay que esperar y nuevamente se dará la fiesta del re-encuentro, el beso esperado y el abrazo anhelado.
....gracias por compartir este homenaje tan sentido y tan profundo
ResponderEliminarGracias por estas palabras sentidas y profundas
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