Ella es la protagonista de esta fiesta pero, una vez más, deja todo el espacio a Jesús. María acoge las voces de los pastores, hombres y mujeres trabajadores, pobres, que tienen algo que transmitirle de parte de Otro y abraza la realidad con un corazón silenciado que se va volviendo cada vez más receptivo y permeable a los modos de Dios. La alegría de los pastores, su alabanza, se une a la que ella está viviendo. Celebrar la maternidad de María es sumergirnos también nosotros en esa corriente de bendición y de dicha, de gratitud ante la vida que se nos regala a través de lo frágil y vulnerable del mundo, en esos lugares de abajo donde Dios nos muestra su favor.
Al estrenar este año pongamos nuestras vidas bajo el nombre de Jesús y confiemos al amparo de María, mujer pacificada, tantas situaciones que claman por la paz. Entreguémosle a ella el tiempo nuevo que se nos ofrece, pasemos lentamente por el corazón lo que vemos y oímos, y pidamos la gracia de descubrir en nuestro caminar cotidiano las incipientes señales del Dios de los pequeños y sencillos.
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