HOMILÍA DEL EMMO. CARD. GIOVANNI BATTISTA RE, DECANO DEL COLEGIO CARDENALICIO
En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no conocerá el ocaso.
En nombre del
Colegio de Cardenales agradezco cordialmente a todos por su presencia. Con gran
intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo
agradecimiento a los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones
oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima
hacia el Papa que nos ha dejado.
La masiva
manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después
de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y
corazones el intenso pontificado del Papa Francisco.
Su última
imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado
domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los
graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la
Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil
descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.
Con nuestra
oración queremos ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para que le
conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso
amor.
Nos ilumina y
guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de Cristo que
interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Y la
respuesta de Pedro fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que
te quiero”. Y Jesús le confió la gran misión: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21,16-17).
Será esta la tarea constante de Pedro y de sus sucesores, un servicio de amor a
imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no vino para ser servido, sino para
servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc10,45).
A pesar de su
fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino
de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su
Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida.
Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la Iglesia de Dios,
recordando la frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La felicidad está
más en dar que en recibir» (Hch 20,35)
Cuando el
Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para
suceder al Papa Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa
en la Compañía de Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de
21 años de ministerio pastoral en la Arquidiócesis de Buenos Aires, primero
como Auxiliar, luego como Coadjutor y después, especialmente, como Arzobispo.
La decisión de
tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de
estilo con la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse en el
espíritu de san Francisco de Asís.
Conservó su
temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su
fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto
directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos,
con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin
medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un Papa
en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa
atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo
suscitaba en la Iglesia.
Con el
vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y
metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas
de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a
vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio,
que él solía calificar como “cambio de época”.
Tenía gran
espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las
personas alejadas de la Iglesia.
Lleno de
calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa
Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las
esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con
un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e
inmediata.
Su carisma de
acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy,
tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales.
El primado de
la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una clara
impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera
Exhortación apostólica Evangelii
gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el corazón de
todos los que se confían a Dios.
El hilo
conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una casa
para todos; una casa de puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a la
imagen de la Iglesia como “hospital de campaña” después de una batalla con
muchos heridos; una Iglesia determinada y deseosa de hacerse cargo de los
problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo
contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de
todo credo o condición, sanando sus heridas.
Innumerables
son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También
fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres.
Es
significativo que el
primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama
de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea
fue también el
viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de Atenas,
así como la celebración
de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos, con ocasión
de su viaje
a México.
De sus 47
agotadores Viajes Apostólicos quedará especialmente en la historia el de Irak
en 2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa difícil Visita Apostólica
fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto
había sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue también un viaje importante
para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral.
Con la Visita
Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la
periferia más periférica del mundo”.
El Papa
Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando
constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre,
cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen camino.
Quiso el Jubileo Extraordinario de la
Misericordia, destacando que la misericordia es “es el corazón del
Evangelio”.
Misericordia y
alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco.
En contraste
con lo que definió como “la cultura del descarte”, habló de la cultura del
encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su
Pontificado con tonos vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli
tutti quiso hacer renacer una aspiración mundial a la fraternidad,
porque todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza
recordó a menudo que todos pertenecemos a la misma familia humana.
En 2019,
durante su viaje
a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un documento
sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”,
recordando la común paternidad de Dios.
Dirigiéndose a
los hombres y mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato
si’ llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad
respecto a la casa común. “Nadie se salva solo”.
Frente al
estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e
innumerables muertos y destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su
voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para
encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de
personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja
al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y
trágica.
“Construir
puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a
la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre
en todas sus dimensiones.
En unión
espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el
Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.
El Papa
Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de
rezar por mí”.
Querido Papa
Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo
bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste
el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo
el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad
con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza.