lunes, 28 de abril de 2025

HOMILIA de la MISA EXEQUIAL del PAPA FRANCISCO


HOMILÍA DEL EMMO. CARD. GIOVANNI BATTISTA RE, DECANO DEL COLEGIO CARDENALICIO

En esta majestuosa plaza de San Pedro, en la que el Papa Francisco ha celebrado tantas veces la Eucaristía y presidido grandes encuentros a lo largo de estos 12 años, estamos reunidos en oración en torno a sus restos mortales con el corazón triste, pero sostenidos por las certezas de la fe, que nos asegura que la existencia humana no termina en la tumba, sino en la casa del Padre, en una vida de felicidad que no conocerá el ocaso.

En nombre del Colegio de Cardenales agradezco cordialmente a todos por su presencia. Con gran intensidad de sentimiento dirijo un respetuoso saludo y un profundo agradecimiento a los Jefes de Estado, Jefes de Gobierno y Delegaciones oficiales venidas de numerosos países para expresar afecto, veneración y estima hacia el Papa que nos ha dejado.

La masiva manifestación de afecto y participación que hemos visto en estos días, después de su paso de esta tierra a la eternidad, nos muestra cuánto ha tocado mentes y corazones el intenso pontificado del Papa Francisco.

Su última imagen, que permanecerá en nuestros ojos y en nuestro corazón, es la del pasado domingo, solemnidad de Pascua, cuando el Papa Francisco, a pesar de los graves problemas de salud, quiso impartirnos la bendición desde el balcón de la Basílica de San Pedro y luego bajó a esta plaza para saludar desde el papamóvil descubierto a toda la gran multitud reunida para la Misa de Pascua.

Con nuestra oración queremos ahora confiar el alma del amado Pontífice a Dios, para que le conceda la felicidad eterna en el horizonte luminoso y glorioso de su inmenso amor.

Nos ilumina y guía la página del Evangelio, en la cual resonó la misma voz de Cristo que interpelaba al primero de los Apóstoles: “Pedro, ¿me amas más que estos?”. Y la respuesta de Pedro fue inmediata y sincera: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero”. Y Jesús le confió la gran misión: “Apacienta mis ovejas” (cf. Jn 21,16-17). Será esta la tarea constante de Pedro y de sus sucesores, un servicio de amor a imagen de Cristo, Señor y Maestro, que «no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud» (Mc10,45).

A pesar de su fragilidad y sufrimiento final, el Papa Francisco eligió recorrer este camino de entrega hasta el último día de su vida terrenal. Siguió las huellas de su Señor, el buen Pastor, que amó a sus ovejas hasta dar por ellas su propia vida. Y lo hizo con fuerza y serenidad, cercano a su rebaño, la Iglesia de Dios, recordando la frase de Jesús citada por el Apóstol Pablo: «La felicidad está más en dar que en recibir» (Hch 20,35)

Cuando el Cardenal Bergoglio, el 13 de marzo de 2013, fue elegido por el Cónclave para suceder al Papa Benedicto XVI, llevaba sobre sus hombros años de vida religiosa en la Compañía de Jesús y, sobre todo, estaba enriquecido por la experiencia de 21 años de ministerio pastoral en la Arquidiócesis de Buenos Aires, primero como Auxiliar, luego como Coadjutor y después, especialmente, como Arzobispo.

La decisión de tomar por nombre Francisco pareció de inmediato una elección programática y de estilo con la que quiso proyectar su Pontificado, buscando inspirarse en el espíritu de san Francisco de Asís.

Conservó su temperamento y su forma de guía pastoral, y dio de inmediato la impronta de su fuerte personalidad en el gobierno de la Iglesia, estableciendo un contacto directo con las personas y con los pueblos, deseoso de estar cerca de todos, con especial atención hacia las personas en dificultad, entregándose sin medida, en particular por los últimos de la tierra, los marginados. Fue un Papa en medio de la gente con el corazón abierto hacia todos. Además, fue un Papa atento a lo nuevo que surgía en la sociedad y a lo que el Espíritu Santo suscitaba en la Iglesia.

Con el vocabulario que le era característico y su lenguaje rico en imágenes y metáforas, siempre buscó iluminar con la sabiduría del Evangelio los problemas de nuestro tiempo, ofreciendo una respuesta a la luz de la fe y animando a vivir como cristianos los desafíos y contradicciones de estos años de cambio, que él solía calificar como “cambio de época”.

Tenía gran espontaneidad y una manera informal de dirigirse a todos, incluso a las personas alejadas de la Iglesia.

Lleno de calidez humana y profundamente sensible a los dramas actuales, el Papa Francisco realmente compartió las preocupaciones, los sufrimientos y las esperanzas de nuestro tiempo de globalización, buscando consolar y alentar con un mensaje capaz de llegar al corazón de las personas de forma directa e inmediata.

Su carisma de acogida y escucha, unido a un modo de actuar propio de la sensibilidad de hoy, tocó los corazones, tratando de despertar las fuerzas morales y espirituales.

El primado de la evangelización fue la guía de su Pontificado, difundiendo con una clara impronta misionera la alegría del Evangelio, que fue el título de su primera Exhortación apostólica Evangelii gaudium. Una alegría que llena de confianza y esperanza el corazón de todos los que se confían a Dios.

El hilo conductor de su misión fue también la convicción de que la Iglesia es una casa para todos; una casa de puertas siempre abiertas. Recurrió varias veces a la imagen de la Iglesia como “hospital de campaña” después de una batalla con muchos heridos; una Iglesia determinada y deseosa de hacerse cargo de los problemas de las personas y los grandes males que desgarran el mundo contemporáneo; una Iglesia capaz de inclinarse ante cada persona, más allá de todo credo o condición, sanando sus heridas.

Innumerables son sus gestos y exhortaciones a favor de los refugiados y desplazados. También fue constante su insistencia en actuar a favor de los pobres.

Es significativo que el primer viaje del Papa Francisco fuera a Lampedusa, isla símbolo del drama de la emigración con miles de personas ahogadas en el mar. En la misma línea fue también el viaje a Lesbos, junto con el Patriarca Ecuménico y el Arzobispo de Atenas, así como la celebración de una Misa en la frontera entre México y Estados Unidos, con ocasión de su viaje a México.

De sus 47 agotadores Viajes Apostólicos quedará especialmente en la historia el de Irak en 2021, realizado desafiando todo riesgo. Esa difícil Visita Apostólica fue un bálsamo sobre las heridas abiertas de la población iraquí, que tanto había sufrido por la obra inhumana del ISIS. Fue también un viaje importante para el diálogo interreligioso, otra dimensión relevante de su labor pastoral. Con la Visita Apostólica de 2024 a cuatro países de Asia-Oceanía, el Papa alcanzó “la periferia más periférica del mundo”.

El Papa Francisco siempre puso en el centro el Evangelio de la misericordia, resaltando constantemente que Dios no se cansa de perdonarnos: Él perdona siempre, cualquiera sea la situación de quien pide perdón y vuelve al buen camino.

Quiso el Jubileo Extraordinario de la Misericordia, destacando que la misericordia es “es el corazón del Evangelio”.

Misericordia y alegría del Evangelio son dos conceptos clave del Papa Francisco.

En contraste con lo que definió como “la cultura del descarte”, habló de la cultura del encuentro y de la solidaridad. El tema de la fraternidad atravesó todo su Pontificado con tonos vibrantes. En la Carta encíclica Fratelli tutti quiso hacer renacer una aspiración mundial a la fraternidad, porque todos somos hijos del mismo Padre que está en los cielos. Con fuerza recordó a menudo que todos pertenecemos a la misma familia humana.

En 2019, durante su viaje a los Emiratos Árabes Unidos, el Papa Francisco firmó un documento sobre la “Fraternidad Humana por la Paz Mundial y la Convivencia Común”, recordando la común paternidad de Dios.

Dirigiéndose a los hombres y mujeres de todo el mundo, con la Carta encíclica Laudato si’  llamó la atención sobre los deberes y la corresponsabilidad respecto a la casa común. “Nadie se salva solo”.

Frente al estallido de tantas guerras en estos años, con horrores inhumanos e innumerables muertos y destrucciones, el Papa Francisco elevó incesantemente su voz implorando la paz e invitando a la sensatez, a la negociación honesta para encontrar soluciones posibles, porque la guerra —decía— no es más que muerte de personas, destrucción de casas, hospitales y escuelas. La guerra siempre deja al mundo peor de como era en precedencia: es para todos una derrota dolorosa y trágica.

“Construir puentes y no muros” es una exhortación que repitió muchas veces y su servicio a la fe como sucesor del Apóstol Pedro estuvo siempre unido al servicio al hombre en todas sus dimensiones.

En unión espiritual con toda la cristiandad, estamos aquí numerosos para rezar por el Papa Francisco, para que Dios lo acoja en la inmensidad de su amor.

El Papa Francisco solía concluir sus discursos y encuentros diciendo: “No se olviden de rezar por mí”.

Querido Papa Francisco, ahora te pedimos a ti que reces por nosotros y que desde el cielo bendigas a la Iglesia, bendigas a Roma, bendigas al mundo entero, como hiciste el pasado domingo desde el balcón de esta Basílica en un último abrazo con todo el Pueblo de Dios, pero idealmente también con la humanidad que busca la verdad con corazón sincero y mantiene en alto la antorcha de la esperanza.

 


domingo, 20 de abril de 2025

Homilia de Domingo de Pascua , Papa Francisco 202

 



María Magdalena, al ver que la piedra del sepulcro había sido retirada, salió corriendo para avisárselo a Pedro y a Juan. También los dos discípulos, al recibir la desconcertante noticia, salieron y —dice el Evangelio— «corrían los dos juntos» (Jn 20,4). ¡Todos los protagonistas de los relatos pascuales corren! Y este “correr” expresa, por un lado, la preocupación de que se hubieran llevado el cuerpo del Señor; pero, por otro lado, la carrera de la Magdalena, de Pedro y de Juan manifiesta el deseo, el impulso del corazón, la actitud interior de quien se pone en búsqueda de Jesús. Él, de hecho, ha resucitado de entre los muertos y, por eso, ya no está en el sepulcro. Hay que buscarlo en otra parte.

Este es el anuncio de la Pascua: hay que buscarlo en otra parte. ¡Cristo ha resucitado, está vivo! La muerte no lo ha podido retener, ya no está envuelto en el sudario, y por tanto no se le puede encerrar en una bonita historia que contar, no se le puede reducir a un héroe del pasado ni pensar en Él como una estatua colocada en la sala de un museo. Al contrario, hay que buscarlo, y por eso no podemos quedarnos inmóviles. Debemos ponernos en movimiento, salir a buscarlo: buscarlo en la vida, buscarlo en el rostro de los hermanos, buscarlo en lo cotidiano, buscarlo en todas partes menos en aquel sepulcro.

Buscarlo siempre. Porque si ha resucitado de entre los muertos, entonces Él está presente en todas partes, habita entre nosotros, se esconde y se revela también hoy en las hermanas y los hermanos que encontramos en el camino, en las situaciones más anónimas e imprevisibles de nuestra vida. Él está vivo y permanece siempre con nosotros, llorando las lágrimas de quien sufre y multiplicando la belleza de la vida en los pequeños gestos de amor de cada uno de nosotros.

Por eso la fe pascual, que nos abre al encuentro con el Señor Resucitado y nos dispone a acogerlo en nuestra vida, está lejos de ser una solución estática o un instalarse tranquilamente en alguna seguridad religiosa. Por el contrario, la Pascua nos impulsa al movimiento, nos empuja a correr como María Magdalena y como los discípulos; nos invita a tener ojos capaces de “ver más allá”, para descubrir a Jesús, el Viviente, como el Dios que se revela y que también hoy se hace presente, nos habla, nos precede y nos sorprende. Como María Magdalena, cada día podemos sentir que hemos perdido al Señor, pero cada día podemos correr a buscarlo de nuevo, sabiendo con seguridad que Él se deja encontrar y nos ilumina con la luz de su resurrección.

Hermanos y hermanas, esta es la esperanza más grande de nuestra vida: podemos vivir esta existencia pobre, frágil y herida, aferrados a Cristo, porque Él ha vencido a la muerte, vence nuestras oscuridades y vencerá las tinieblas del mundo, para hacernos vivir con Él en la alegría, para siempre. Hacia esa meta, como dice el apóstol Pablo, también nosotros corremos, olvidando lo que se queda a nuestras espaldas y proyectándonos hacia lo que está por delante (cf. Flp 3,12-14). Apresurémonos, pues, a salir al encuentro de Cristo, con el paso ágil de la Magdalena, de Pedro y de Juan.

El Jubileo nos llama a renovar en nosotros el don de esta esperanza, a sumergir en ella nuestros sufrimientos e inquietudes, a contagiar con ella a quienes encontramos en el camino, a confiarle a esta esperanza el futuro de nuestra vida y el destino de la humanidad. Y por eso no podemos aparcar el corazón en las ilusiones de este mundo ni encerrarlo en la tristeza; debemos correr, llenos de alegría. Corramos al encuentro de Jesús, redescubramos la gracia inestimable de ser sus amigos. Dejemos que su Palabra de vida y de verdad ilumine nuestro camino. Como dijo el gran teólogo Henri de Lubac, «debe bastarnos con comprender esto: el cristianismo es Cristo. No es, en verdad, otra cosa. En Jesucristo lo tenemos todo» (Las responsabilidades doctrinales de los católicos en el mundo de hoy, Madrid 2022, 254).

Y este “todo”, que es Cristo resucitado, abre nuestra vida a la esperanza. Él está vivo, Él quiere renovar también hoy nuestra vida. A Él, vencedor del pecado y de la muerte, le queremos decir:

“Señor, en la fiesta que hoy celebramos te pedimos este don: que también nosotros seamos nuevos para vivir esta perenne novedad. Límpianos, oh Dios, del polvo triste de la costumbre, del cansancio y del desencanto; danos la alegría de despertarnos, cada mañana, con ojos asombrados al ver los colores inéditos de ese amanecer, único y distinto a todos los demás. […] Todo es nuevo, Señor, y nada se repite, nada es viejo.” (cf. A. Zarri, Quasi una preghiera).

Hermanas, hermanos, en el asombro de la fe pascual, llevando en el corazón toda esperanza de paz y de liberación, podemos decir: contigo, Señor, todo es nuevo. Contigo, todo comienza de nuevo...


sábado, 19 de abril de 2025

Vigilia Pascual 2025, Homilia del Papa Francisco



Es de noche cuando el Cirio Pascual avanza lentamente hasta el altar. Es de noche cuando el canto del himno dispone nuestros corazones al gozo, pues la tierra brilla “inundada de tanta claridad, el fulgor del Rey eterno venció la tiniebla que cubría el orbe entero” (cf. Pregón pascual). Al terminar la noche, suceden los hechos narrados en el Evangelio que acabamos de proclamar (cf. Lc 24,1-12); la luz divina de la Resurrección se enciende y la Pascua del Señor ocurre cuando el sol aún está por salir. Con los primeros destellos del alba, se ve que la gran piedra que cubría el sepulcro de Jesús ha sido retirada y que algunas mujeres llegan a ese lugar llevando el velo del luto. La oscuridad envuelve la confusión y el temor de los discípulos. Todo sucede en la noche.


De este modo, la Vigilia pascual nos recuerda que la luz de la Resurrección ilumina el camino paso a paso, irrumpe en las tinieblas de la historia sin estrépito, resplandece en nuestro corazón de manera discreta. Y a esta luz corresponde una fe humilde, desprovista de todo triunfalismo. La Pascua del Señor no es un evento espectacular con el que Dios se impone y obliga a creer en Él; no es una meta que Jesús alcanza por un camino fácil, esquivando el Calvario; y tampoco nosotros podemos vivirla de manera despreocupada y sin dudas interiores. Al contrario, la Resurrección es como pequeños brotes de luz que se abren paso poco a poco, sin hacer ruido, a veces todavía amenazados por la noche y la incredulidad.


Este “estilo” de Dios nos libera de una religiosidad abstracta, ilusa al pensar que la resurrección del Señor lo resuelve todo mágicamente. Todo lo contrario: no podemos celebrar la Pascua sin seguir enfrentándonos a las noches que llevamos en el corazón y a las sombras de muerte que con frecuencia se ciernen sobre el mundo. Cristo ha vencido el pecado y ha destruido la muerte, pero en nuestra historia terrena, la potencia de su Resurrección aún se está realizando. Y esa realización, como un pequeño brote de luz, nos ha sido confiada a nosotros, para que la cuidemos y la hagamos crecer.


Hermanos y hermanas, esta es la llamada que, sobre todo en el año jubilar, debemos sentir con fuerza dentro de nosotros: ¡hagamos germinar la esperanza de la Pascua en nuestra vida y en el mundo!


Cuando sentimos aún el peso de la muerte en nuestro corazón, cuando vemos las sombras del mal seguir su ruidosa marcha sobre el mundo, cuando sentimos arder en nuestra carne y en nuestra sociedad las heridas del egoísmo o de la violencia, no nos desanimemos, volvamos al anuncio de esta noche: la luz resplandece lentamente incluso si nos encontramos en tinieblas; la esperanza de una vida nueva y de un mundo finalmente liberado nos aguarda; un nuevo comienzo puede sorprendernos aunque a veces nos parezca imposible, porque Cristo ha vencido a la muerte.


Este anuncio, que ensancha el corazón, nos llena de esperanza. En Jesús Resucitado tenemos, en efecto, la certeza de que nuestra historia personal y el camino de la humanidad, aunque todavía inmersos en una noche donde las luces parecen débiles, están en las manos de Dios; y Él, en su gran amor, no nos dejará tambalear ni permitirá que el mal tenga la última palabra. Al mismo tiempo, esta esperanza, ya cumplida en Cristo, para nosotros sigue siendo también una meta que alcanzar; se nos ha confiado para que nos convirtamos en testigos creíbles de ella y para que el Reino de Dios se abra paso en el corazón de las mujeres y los hombres de hoy.


Como nos recuerda san Agustín, «la resurrección de nuestro Señor Jesucristo es nueva vida para los que creen en Jesús. Y éste es el misterio de su pasión y resurrección, que ustedes deben conocer bien y vivirlo» (Sermón 231, 2). Reproducir la Pascua en nuestra vida y convertirnos en mensajeros de esperanza, constructores de esperanza mientras tantos vientos de muerte aún soplan sobre nosotros.


Podemos hacerlo con nuestras palabras, con nuestros pequeños gestos cotidianos, con nuestras decisiones inspiradas en el Evangelio. Toda nuestra vida puede ser presencia de esperanza. Queremos serlo para quienes carecen de fe en el Señor, para quienes se han extraviado, para los que se han rendido o caminan encorvados por el peso de la vida; para quienes están solos o encerrados en su propio dolor; para todos los pobres y oprimidos de la tierra; para las mujeres humilladas y asesinadas; para los niños que nunca nacieron y para aquellos que son maltratados; para las víctimas de la guerra. ¡Llevemos, a todos y a cada uno, la esperanza de la Pascua!


Me gusta recordar a una mística del siglo XIII, Hadewijch de Amberes, que, inspirándose en el Cantar de los Cantares y describiendo el sufrimiento por la ausencia del amado, invoca el retorno del amor porque —dice — «volveré a ver […] clarear mi oscuridad» (Hadewijch, El lenguaje del deseo, Madrid 1999, 87).


El Cristo resucitado es el giro definitivo de la historia humana. Él es la esperanza que no declina. Él es el amor que nos acompaña y nos sostiene. Él es el futuro de la historia, el destino final hacia el que caminamos, para ser acogidos en esa vida nueva en la que el mismo Señor enjugará todas nuestras lágrimas «y no habrá más muerte, ni pena, ni queja, ni dolor» (Ap 21,4). Y esta esperanza de la Pascua, este “clarear en la oscuridad”, debemos anunciarlo a todos.


Hermanas, hermanos, el tiempo de Pascua es un tiempo de esperanza. «Todavía hay temor, todavía hay una dolorosa conciencia de pecado, pero hay también una luz que se abre paso. […] La Pascua trae la buena noticia de que, aunque las cosas parezcan ir mal en el mundo, el Maligno ha sido ya vencido. La Pascua nos permite afirmar que, aunque Dios parezca muy distante y sigamos estando preocupados por muchos pequeños detalles, nuestro Señor recorre el camino con nosotros […] hay muchos destellos de esperanza que vierten su luz en nuestro caminar en la vida» (H. Nouwen, Meditaciones diarias para la vida espiritual, Madrid 2019, 4 de abril).


¡Hagámosle espacio a la luz del Resucitado! Y nos convertiremos en constructores de esperanza para el mundo.

jueves, 17 de abril de 2025

TRIDUO PASCUAL

 Material elaborado por Dolores Aleixandre , con ayuda de Fernando Rivas

JUEVES SANTO


Y SE PUSO A LAVARLES LOS PIES


Subir a “la habitación de arriba” y mirar a Jesús levantándose de la mesa, cambiando el lugar donde se sientan los señores por aquel en que se mueven los que sirven, situándose en ese otro ángulo de mirada. Desde esa otra perspectiva se ven de cerca el barro, el polvo, el mal olor, la suciedad..., todo eso que los sentados a la mesa ignoran o piensan que no les concierne. A ras del suelo y en contacto con los pies de los demás, se produce un cambio de plano que revela lo elemental de cada persona, su desnudez, las limitaciones de su corporalidad.

Jesús se había quitado el manto y, con él, toda pretensión de poder o dominio. Con la toalla ceñida y de rodillas, como el último de todos, iba lavando los pies de sus discípulos. Era esa su manera de disponerse a recibir “el Nombre sobre todo nombre” (Fil 2,9).

GETSEMANÍ


En la escena del huerto vemos a Jesús experimentando una fuerte resistencia a morir, luchando, suplicando y sudando sangre. Desde entonces él va delante de quienes estén dispuestos a entrar en su mismo proceso: ese que nos va haciendo semejantes al Hijo y que puede durar toda una vida.

“El espíritu está bien dispuesto, pero la carne es débil” (Mt 26,41): esa fue la lección más difícil que el Hijo del hombre tuvo que incorporar a su aprendizaje de pertenencia a la condición humana. “Aunque era Hijo, padeciendo, aprendió a obedecer” afirma el autor de la carta a los Hebreos (Hb 5,8).


Y CANTÓ EL GALLO

El canto del gallo “despierta” a Pedro, le hace volver de su desvarío, le “convierte”. Se había situado “de espaldas” a Jesús, eligiendo su propia seguridad, aferrándose a “salvar su vida” y a protegerla ante cualquier amenaza.

Tomo conciencia de qué “cantos de gallo” han tenido poder para despertarme en algunas situaciones de mi vida. Me reconozco formando parte de una humanidad tentada de vivir ensimismada y “de espaldas” a los inmensos desafíos que nos toca afrontar (las desigualdades, la destrucción de la naturaleza, los autoritarismos, las migraciones forzosas...).

Dejo que resuenen en mi conciencia a las voces que promueven unas metas diferentes: acoger al extraño, cuidar lo frágil, hacer las paces con la naturaleza, optar por la solidaridad, los derechos, la inclusión y la participación. Las acojo como “el canto del gallo” que hoy nos despierta.


VIERNES SANTO

En la Pasión Jesús es “El Descartado. El término evoca un largo proceso de conspiraciones, tramas, maniobras, traiciones y pactos entre sus enemigos. En torno a Jesús se fue tejiendo una red siniestra, hábilmente justificada con argumentos y razones políticas: “Conviene que muera un solo hombre por el pueblo”, había sentenciado Caifás. Hay que descalificarlo hasta convertirle en sospechoso, en encausado y presunto imputado; no sabrá defenderse de las calumnias y será fácil demostrar su culpabilidad, conseguir sentencia firme y un linchamiento popular hasta quitárnoslo de en medio. “¿No oyes de cuantas cosas te acusan? – le dijo Pilato- .

Pero él permanecía en silencio” (Mt 27,14). Estaba envuelto en el silencio como en un manto real, ese manto en el que siguen envueltos hoy los descartados de nuestro mundo.

“Todo está acabado” (Jn 19,30)

 Dejo que resuene en mí esa palabra de Jesús antes de morir, con todo lo que hay en ella de acabamiento de obra, de término de carrera, de meta alcanzada y recorrido final. De él dijeron que había amado hasta el fin (Jn 13,1) y yo expongo ante él mi propio camino de búsquedas, trabajos, fracasos y logros. Le pido coincidir con él en esa trayectoria vital de amar, que es lo único importante.

Jesús, inclinando la cabeza, entregó el espíritu” (Jn 19,30). El gesto evoca su actitud de consentimiento absoluto al Padre, el final coherente de su apuesta arriesgada de confiar por encima de todo. El que había hecho de su vida entera una donación, entrega ahora su última espiración con el abandono del niño que se duerme en brazos de su madre.


DESCENDIMIENTO

 


SÁBADO SANTO

 


En una homilía oriental José de Arimatea se atreve a pedir su cadáver al gobernador: “Entrégame, gobernador, para que pueda sepultarlo, el cuerpo de Jesús el Nazareno, el pobre, que vivía a cielo abierto, el huésped desconocido venido de otra tierra.

Entrégame a este peregrino voluntario, que no tenía donde reclinar la cabeza y que, al no tener casa propia, recibió albergue y fue colocado en un pesebre y soportó la vida peregrina. Entrégame al despreciado, vencido y colgado ¿qué utilidad tendrá para ti el cuerpo de este peregrino...? Vino de una región muy lejana, para seguir siendo peregrino, bajó al lugar de las tinieblas.

Es por este muerto por quien te suplico: se encuentra colgado del madero porque no tiene casa. Nadie intercede por él, como haría un padre de esta tierra, un amigo, un discípulo, un pariente, un sepulturero.

Verdaderamente solo él es el unigénito del único Dios. Es el Dios que ha venido a este mundo y no hay otro”.

DOMINGO de PASCUA

 


Junto a la tumba vacía

Aprendemos que hay dolores que son de parto y que el grano de trigo cuando cae en tierra y muere, da mucho fruto. – ‘Sois más que esas heridas que os habitan - escuchamos ahí-. El sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra sobre vosotros’.

Si guardamos esas palabras en la memoria del corazón, podemos transitar la noche con la confianza de quien espera la llegada del Compasivo, del que enjugará las lágrimas de todos los rostros.

“Al anochecer nos visita el llanto, por la mañana el júbilo”, había dicho un salmista (Sal 30, 6). Y un sufí: “Viendo las huellas dejadas por la brisa mido lo que será el Huracán de la alegría”.

 


domingo, 13 de abril de 2025

Jesús entra en Jerusalén

P. Ángel Rossi

En este día de Ramos se nos presenta el Señor como el rey humilde, alabado sólo por los sencillos, los pobres, los que no cuentan en sociedad y a la vez, perseguido a muerte por los poderosos de la sociedad, los sabios, todos aquellos que no están dispuestos a cambiar de vida... en definitiva todos aquellos que no reconocen en Jesús al que viene en nombre del Señor. Esta escena es una fiesta agridulce, incluso para el mismo Señor. Los sentimientos de Jesús seguramente eran encontrados; por un lado la manifestación gozosa del pueblo y el reconocimiento que Jesús acepta y seguramente lo goza. No es una entrada de un poderoso, que en su época eran los militares que volvían gloriosos después de la guerra en un carro de asalto, ingresando en calidad prácticamente de Dios. En contraste la entrada del Señor que es Dios, pero entra humilde en una burrita, signo de humildad y pequeñez. Es un rey distinto “mi reino no es de este mundo”.

El Señor sabía que le había llegado la hora más difícil, donde la redención iba a tomar la forma humanamente más dolorosa. Los sentimientos de Jesús eran encontrados entre el gozo y las lágrimas, entre la gloria y la angustia, entre la amistad y la traición, entre la paz y la guerra, entre la confianza y la perturbación. Ha llegado la hora, Padre líbrame de esta hora, pero si he llegado para ésto, glorifica tu Nombre (Jn 12, 23). El día de Ramos es triunfo del Señor pero con presentimientos amargos, día en que el Señor es glorificado pero con un contrapunto de amenaza de muerte, procesión con Ramos de paz pero que serán rechazadas.

Va a Jerusalén por mí

Nosotros dejemos a Jesús que se goce en este día, lo saludemos como los demás, pero el desafío es que también vayamos con Él. La composición de lugar será en esta escena con la vista imaginativa, como dice Ignacio, ver a Jesús entrando en Jerusalén montado en un asna, aclamado por la gente sencilla cantando “Hosana al hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor, hosana”. En la petición vamos a pedir: Conocimiento interno del Señor que por mí se revela como Rey humilde y sencillo para que más le ame y le sirva. El Señor va a Jerusalén por mí...

Estamos en el umbral de la Pasión y la tradición iconográfica muestra al burro que el Señor pide que busquen, como un detalle cargada de sencillez y humanidad, contrapuesto a la cabalgadura de los poderosos. Son las necesidades de un Dios que elige siempre lo débil y lo que no cuenta para confundir a los prepotentes. Así se lo va a reconocer en la imagen del siervo tomando la condición de esclavo sin hacer alarde de su categoría de Dios para poder dar una palabra de aliento a cualquiera que sufra abatimiento. Es el estremecedor relato de lo que ha costado nuestra redención, en ese drama está la respuesta de amor extremo de parte de Dios. Nuestra felicidad, el acceso a la gracia ha tenido un precio: Él ha pagado por mí. Nos situamos en ese escenario, Dios en su hijo nos obtendrá la condición de hijos ante Él y de hermanos entre nosotros.

La franciscana Angela de Forino al contemplar la pasión decía “Tú no me has amado en broma”. O el realismo de San Pablo “Me amó y se entregó por mí” (Gl 2, 20). San Ignacio también toma este “por mí”. Sin este realismo que personaliza, este “por mí”, estaríamos como espectadores ausentes que a lo sumo siguen el desarrollo del proceso de Dios desde la butaca de la lástima o la indiferencia. Por eso nosotros podemos decir que todo lo que sucedió en aquellos días fue “por mí”, nosotros estábamos allí. Sólo quien reconoce ese “por mí” va a poder adorar al Señor con un corazón agradecido.

Volviendo al burrito, es lindo volver a escuchar las palabras del evangelio en donde Jesús dice “si alguien les pregunta algo cuando desaten la burra díganle que el Señor lo necesita”. Ojala podamos sentir que el Señor “nos necesita”, y que podamos responder cuando el Señor nos llama. Él nos necesita, nosotros también somos humildes portadores de quien viene como rey en nombre de Dios como aquel burrito.

¿Venís conmigo?

Por otro lado Jesús entra en Jerusalén. Al comenzar esta semana nos puede ayudar ubicarnos con la vista imaginativa nosotros a la puerta de Jerusalén, allí como los discípulos y la multitud, en la entrada del Señor a la ciudad para ir a la cruz y dejarnos preguntar por el Señor: ¿Venís conmigo? ¿entrás conmigo en la Pasión?. Jesús entra en la fase más radical de su misión, su muerte y su resurrección, y como hombre no puede no sentir la resistencia a este camino doloroso, de hecho lo dice el evangelista “Cuando llegó el tiempo de su partida de este mundo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén” (Lc 9, 51-52). Es interesante porque en la versión griega para decir que “tomó la decisión” dice que Jesús endureció el rostro y se encaminó. Hay decisiones y pasos en la vida de todo hombre, y también de Cristo, que hay que darlos así, endureciendo el rostro, apretando las mandíbulas y “encarando”.

Hasta ahora los discípulos venían siguiendo a un hombre fascinante, un hombre capaz de pronunciar palabras encantadoras de bondad, de misericordia,de humildad, de sanación... Ahora el seguimiento, si se mantienen en la decisión de hacerlo, va a tomar la forma del despojo. No es nada atrayente seguir a un despojado porque por un lado un despojado no tiene nada para ofrecer, y por otro es imposible hacerlo sin el paso por el propio despojo. A ésto se refería Jesús cuando les prevenía y nos prevenía que no es el discípulo más que su maestro, que quien lo siga no tendrá muchas veces guarida o nido para el cobijo, tendrá que desprenderse de muchas ataduras, y tomando el arado no volver la vista atrás (Lc 9, 57-61).

En ese camino que va desde la puerta de la ciudad (Domingo de ramos) hasta el Gólgota (el viernes santo) y el sepulcro abierto (domingo de Resurrección) hay un lugar que el Señor se reserva para mí, hay un momento dentro de la pasión que es para mí y el desafío, si decido entrar con todo el corazón a la pasión, es encontrarlo. Será por las calles de Jerusalén, sentado en la mesa de la eucaristía y el lavatorio de los pies, será sentado junto a Él en el patio en soledad, o en el Via Crucis junto a la cruz... No lo sabemos, pero Él sí lo sabe y eso basta. Él sabe conforme a lo que estemos viviendo, dónde necesitamos encontrarlo en este tiempo de los ejercicios. Así como en el Apocalípsis dice “ Si me abres cenaremos juntos” podemos dejarnos decir por el Señor “Si entrás, si me seguís en este momento en esta entrada a Jerusalén, te mostraré ese sitio donde te espero... donde quiero perdonarte, donde quiero consolarte, donde tengo que reprocharte cariñosamente algunas cosas, donde voy a suavizar tus heridas, donde voy a dar razón y sentido a tus luchas...

Los Santos Padres y poetas han llamado a Cristo que va a la pasión, “El Libro” ese “libro abierto sujeto con clavos hincado profundamente” donde en este tiempo tenemos que ir a leer las palabras que se reservan para nosotros. Van Dermer en su diario “Nostalgia de Dios”, hablando de su conversión que fue un viernes santo frente a la cruz en Notredame dice: “El viernes santo, entre las doce del mediodía y las tres de la tarde encontré las respuestas a todas las grandes preguntas de mi vida”.

Entrar de corazón a la Pasión, en esta entrada a Jerusalén, es ponerse así frente al Señor despojados, sin condiciones, sin protocolos ni maquillajes para encontrarnos ahí donde nos espera, para escuchar la palabra que tiene para cada uno de nosotros. Sabiendo que el Señor nos defrauda, que no se deja ganar en generosidad... quien lo busca encuentra, a quien golpee la puerta se le abrirá. No perdamos esta ocasión tan linda, esta cita de amor no transferible ni postergable que en este momento de los ejercicios y de la Semana Santa nos dejemos decir “El Señor está allí y te llama”. Y lo busquemos, para que buscándolo nos encontremos a nosotros mismos.

En esta entrada de Jesús a Jerusalén dejar que el Señor me pregunte hondamente: ¿Venís conmigo? ¿entrás conmigo a la pasión, para después disfrutar conmigo de la resurrección?.

Ni siquiera los discípulos se animaron a entrar, de hecho cada uno se escapó por su lado... uno puede decirse ¿quién soy yo entonces para acompañarlo? Y ahí animarnos a decirle al Señor “ A pesar de mi fragilidad... A pesar de que aquellos hombres que te amaban, te conocían, te seguían, que compartieron tantas cosas con vos, de que ellos se escaparon, dame la gracia de ir con vos, no porque yo sea más fuerte, pero vos dame tu gracia”.



Volvamos la mirada a este Señor que pasa en su burrito y nos mira a los ojos con una infinita paz, humildad, modestia, con un gran recogimiento y cariño personal con cada uno de nosotros.

domingo, 6 de abril de 2025

Cuaresma... inclinarse y perdonar...


Escrito por Diego Javier Fares-sj-

Lo que nos narra Juan en este pasaje de la pecadora es cómo logró Jesús atajar y dar vuelta la feroz e incontenible dinámica de un ajusticiamiento: inclinándose.
Ya venían con las piedras en las manos. La mujer se daba por muerta. El impulso con el que le tiran, en medio de su enseñanza en el Templo, a la pecadora, para apedrearla ante sus ojos, parece imposible de contener. La han sorprendido “en el acto mismo de adulterio” y la ley es clara: “a esta clase de mujeres hay que apedrearlas”. Ya tienen cada uno su piedra en la mano y la insistencia para que Jesús se defina es sólo un trámite: la van a apedrear de todas maneras. Jesús no podrá zafar. Será cómplice del ajusticiamiento legal o encubridor.

Acusar, sentenciar, apedrear… Esa es la dinámica. En griego son fuertes las palabras “kategorein” (acusar públicamente, en el ágora o plaza, definiendo bien el crimen), “katekrinein” (juzgar y dar sentencia de muerte de manera inapelable).
Los que traen el caso incontestable para “tener de qué acusar a Jesús” son ese tipo de gente que se alimenta de acusar a los demás, gente para quien el enemigo es la única realidad, porque les permite justificar su poder.

Sean lo que sean como personas la dinámica que siguen es la del diablo, el “Acusador de nuestros hermanos” (Apocalipsis 12, 10: el “Kategor”). La misma palabra que señala una dinámica –la del acusar- tiene un sujeto –el Acusador- que es el que la mantiene activa.

Notemos cómo el pasaje de la adúltera hace oler la misma furia que se desataría después contra el Señor en el juicio y en la Pasión: “lo acusaban con gran vehemencia” dice Lucas (23, 10); lo “acusaban mucho”, dice Marcos (15, 3 y 4) tanto que Pilato asombrado le dice al Señor “No respondes nada? Mira de cuántas cosas te acusan”.

Y las piedras que dejaron caer disimuladamente en aquel momento son las mismas que poco después agarraron para apedrear a Jesús que les dice “Uds. son hijos del Diablo. Mienten como su padre, el Mentiroso” (Jn 8, 44…).

Pero pongamos los ojos en Jesús. El Señor está sentado, enseñando en el Templo. Ha pasado la noche en el monte de los Olivos y al amanecer se presenta en la Casa de su Padre, Casa de Oración y se sienta a enseñar a la gente.

Estamos en el marco de la Fiesta de las Carpas y Jesús que había subido a Jerusalén de incógnito, habla públicamente y divide las opiniones. Muchos creen en él, otros siembran dudas (Jn 7). En este contexto es que le presentan el caso de la mujer adúltera. Y el Señor se revela como Maestro misericordioso que se inclina ante las personas y no yergue como juez implacable de los demás.

La imagen es conmovedora: el Señor “inclinándose hacia el suelo, escribía con el dedo en la tierra”. Dos veces cumple la misma acción y en medio de ambos gestos dice su palabra: “el que de ustedes esté sin pecado que le arroje la primera piedra”. El hecho de escribir (“kategrafein”) en la tierra suena a algo así como “preparar los argumentos de la defensa”. Ellos “dicen su acusación” (kategorein) y Él “escribe… (la defensa)” (kategrafein).

El Señor detiene el impulso del apedreamiento en su misma fuente: hace que cada uno examine su corazón, no sus razones. Que cada uno juzgue si puede ser el primero en llevar a cabo lo que dice la ley. La dinámica de la acusación es del demonio porque con muchas razones, algunas incluso justas, nos lleva a la violencia y a la venganza. 

Esto es lo que el Señor ataja y contiene. Luego se dirige a la mujer y con mucho respeto y delicadeza la pone de pie, no la condena y le dice que “en adelante no peque más”. No le dice “tus pecados están perdonados”. Quizás eso sea tema para un futuro encuentro. Aquí sólo se trata de frenar la violencia de una acusación pública que termina no probando la inocencia de la pecadora ni entrando en su intimidad, sino anulando la causa por falta de quién lleve a cabo la ejecución que ordena la ley. El Señor establece así una especie de subversión de valores y queda en el aire una pregunta: si nadie puede ejecutar la ley ya que nadie está sin pecado cómo se mantendrá el orden. 

Jesús propondrá otro orden, el que nace de la dinámica del perdón. Y para establecerlo, él mismo cargará con la pena por el pecado y pagará todas nuestras deudas. Eso es lo que hace el Señor en la Cruz: posibilita que nos podamos perdonar.

Contra la dinámica de la acusación que gira en torno a los apedreamientos está la dinámica del anuncio que siempre comienza con gestos de inclinarse para servir y para ayudar al otro a ponerse de pie. Una y otra vez...


domingo, 30 de marzo de 2025

Cuaresma... Caminar hacia el Abrazo del Padre...

Escrito por Dolores Aleixandre

"Conocemos la parábola del “hijo pródigo” por la etapa oscura del hijo menor, pero olvidamos que este personaje pasa en la narración por un proceso que desemboca en el momento final en que su padre corre a su encuentro y lo cubre de besos. El verbo griego que usa Lucas (katafilesen) indica efusión, ternura y contacto físico y eso nos permite hablar del “hijo cubierto de besos”.

El itinerario es largo y está colmado de incidencias que recorre antes de fundirse en un abrazo con su padre...

En el principio era el vacío:
Un vacío provocado por la ausencia de alimento y experimentado como hambre (v.16), se convierte en el punto de partida de su deseo de retornar a casa...
A partir de ese momento, toda carencia simbolizada por el hambre, la sed, la fragilidad, la pobreza o la esterilidad, se convierten paradójicamente en ocasión de que Dios vuelque en ese vacío toda su misericordia.

Entrando en sí… (v.18).
Podríamos decir que el hijo menor “entró en su qereb”, un término hebreo que evoca el centro de un ser vivo, lo que hay dentro de él: vísceras, entrañas, interioridad e intimidad. Y a la vez podríamos considerar este indicio como la versión lucana de la recomendación de Mateo sobre la oración: Tú, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, cerrando la puerta, ora a tu Padre que está en lo escondido. Y tu Padre que mira en lo escondido, te recompensará (Mt 6,5-6). En ese espacio íntimo y secreto  donde tomamos las opciones más decisivas, no estamos ya más que bajo la mirada del Padre. Para acceder a él, hay que realizar un desplazamiento de lo exterior a lo interior (entra en ti mismo, entra en tu aposento), y tomar después una decisión de ruptura y separación (cierra la puerta). 

A partir de ahí, se inaugura un nuevo modo de relación con el propio yo: el personaje anterior se ha quedado fuera y el sujeto que está “en lo escondido” ya no está bajo la mirada de otros, sino solamente ante la de ese Padre que es también Madre.

La decisión:
Me pondré en camino hacia la casa de mi padre (v.18) El viaje a la propia interioridad y la transformación que tiene lugar ahí, se verifican en la conversión, en la vuelta a la casa paterna...

El abrazo del Padre: 
Cuando aún estaba lejos, su padre lo vio, y, profundamente conmovido, salió corriendo a su encuentro, lo abrazó y lo cubrió de besos. (v.18).

Y mientras que el hijo camina, el padre corre... El abrazo y los besos del padre hicieron innecesario cualquier discurso para su hijo. Estaba naciendo de nuevo, quizá por eso Rembrandt pinta su cabeza hundida en el seno de su padre, como hundiéndose de nuevo para renacer en el útero materno. La declaración del padre sobre lo que ha ocurrido con su hijo, es inequívoca: “Este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida” (v. 24). Estaba aconteciendo aquello que Nicodemo había escuchado de labios de Jesús: “No te extrañe que te diga: tienes que nacer de nuevo” (Jn 3,7). La 1ª Carta de Pedro recoge así esta experiencia: “Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia, a través de la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado para una esperanza viva…”(1Pe 1,8)