(Te invito, a hacer este Ejercicio de Oración, quizás pueda ser una oportunidad para hacerlo durante toda la semana)
Escrito por Piet van Breemen SJ
En la compleja
parábola del sembrador, Jesús usa para la Palabra de Dios la imagen siguiente:
“La semilla es la
palabra de Dios” (Lc 8,11). La esencia de la semilla es dar fruto. De manera
análoga, la palabra de Dios, por su misma naturaleza, está destinada a producir
fruto. La cantidad de fruto que produce depende básicamente, como explica
Jesús, de nuestra apertura para asimilar la palabra. Una reflexión sobre nuestra
vida a la luz de esta enseñanza, si la asimilamos y saboreamos con calma, puede
ayudamos a reconciliar muchas facetas de nuestra vida. Detengámonos a
reflexionar sobre el significado personal que cada semilla tiene.
Busco un lugar
tranquilo y me sitúo en una postura reverente y relajada. Siento cómo estoy presente.
Escucho con atención los diversos sonidos y los dejo estar. Después de haber
observado el lugar y haberme habituado a él, cierro los ojos o los fijo con
suavidad en un punto inmóvil. Percibo los olores; están bien. Siento mi cuerpo:
mis ropas, el suelo, la silla o el reclinatorio o el banquito de oración;
dirijo la atención a mi respiración. Lo acepto todo con paz. Ahora estoy
realmente “aquí” y unificado.
Después elevo mi
mente hacia Dios, saboreando la certeza de que el Todopoderoso me mira con amor
y alegría. Es bueno estar en la clemente y atenta presencia del Santo. Me dejo
amar por Dios, a quien debo todo mi ser. El Altísimo me sostiene con mano
poderosa. Aunque sea incomprensible, creer que Dios me ama mucho más de lo que
yo me amo a mí mismo es tranquilizador.
Le expreso mi
profundo respeto y le muestro mi gratitud.
Pido la gracia
especial que estoy buscando en esta meditación; por ejemplo: que mi vida pueda dar
fruto al ciento por uno, y un fruto que sea duradero; o que pueda permanecer en
el amor de Dios y vivir unido al Santo; o que sea capaz de aceptarme a mí mismo
y mi propia historia vital y, al hacerlo, pueda sentirme reconciliado y en paz;
o cualquier otra petición que mi corazón me sugiera.
Ahora me imagino
a mí mismo en medio de la multitud escuchando a Jesús que está predicando en una
barca a poca distancia de la orilla. El sol brilla; el viento mueve mis
cabellos; la luz es resplandeciente. La gente escucha, pendiente de sus
palabras. Igual que ellos, yo también estoy fascinado por Jesús. Después de
terminar su parábola, Jesús desembarca y se acerca a todos sus oyentes para dar
a cada uno unas cuantas semillas. Cuando llega ante mí, me mira fijamente con
todo su amor,
irradiando una gran confianza en mí. Extiendo mi mano, como hago cuando recibo
la Comunión, y él deposita en la palma cinco granos de semilla. Ahora siento
una intensa necesidad de estar a solas conmigo mismo; por tanto, me aparto de
la multitud y me voy a un lugar tranquilo.
El recuerdo de su mirada sigue
llenando de asombro mi corazón. El modo en que me miró fue único.
Saboreo el calor
y la profundidad, la fuerza y la bondad que percibí con tanta intensidad, y les
dejo que impregnen todo mi ser.
Después de un
rato, tomo una semilla y la arrojo al camino. Inmediatamente, un pájaro viene volando
y se la lleva. ¡Perdida! Percibo mis sentimientos. Me pregunto qué es lo que le
ha sido arrebatado a mi vida antes de que tuviera la oportunidad de echar
raíces.
- ¿De qué ha carecido siempre mi vida?
- ¿De qué me he visto privado desde el mismo comienzo?
- ¿Qué oportunidades no he tenido?
- ¿Cómo me afecta todo esto?
- ¿Cómo lo afronto?
Cuando me siento
satisfecho, tomo otra semilla. Esta vez la arrojo en terreno rocoso, donde la tierra
es estéril. Veo con cuánta rapidez brota; sin embargo, cuando el sol calienta,
mi semilla pronto se marchita y muere. Escucho de nuevo mis sentimientos.
Reflexiono sobre lo que se ha marchitado demasiado pronto en mi vida.
- ¿Qué resultó ser sólo superficial, sin suficiente raíz? Quizás algo que al principio parecía muy prometedor y que, sin embargo, nunca se transformó en nada que valiera la pena...
- ¿Cómo reacciono ahora ante estas cosas?
- ¿Cómo he vivido estos desengaños?
Cuando ya me
siento complacido, tomo un tercer grano y lo arrojo entre los cardos. Miro cómo
brota mi semilla... y cómo las malas hierbas crecen más deprisa, la privan de
luz y de aire y acaban sofocándola.
- ¿Cómo me siento cuando veo que esto sucede?
- ¿Qué es lo que nunca logró llegar a madurar en mi vida, porque se fue ahogando con “las preocupaciones, la riqueza y los placeres de la vida” (Lc 8,14)?
- ¿Qué es lo que nunca alcanzó las expectativas previstas?
- ¿Qué aspecto tienen en mi vida esos cardos que ahogan?
- ¿Cómo les hago frente?
Cuando llega el
momento, arrojo el cuarto grano en tierra fértil. Miro cómo crece alto y fuerte
y da abundante fruto. ¿Qué sentimientos experimento? Miro todo lo que ha ido
bien en mi vida y ha sido verdaderamente fecundo. Una vez más, me tomo tiempo
para saborearlo todo. No quiero perderme nada. Doy gracias a Dios “que hace
crecer” (1 Co 3,7) y reconozco con alegría que él es el origen de todo bien.
Todavía me queda
un grano. Lo percibo; lo froto suavemente con los dedos; siento su precariedad. Me
maravillo ante su capacidad de producir un fruto tan asombroso. Esta última
semilla lleva en si misma el futuro; representa el tiempo de mi vida que aún no
ha llegado. No conozco ni cuánto ni cómo será. Reflexiono sobre lo que haré, en
lo que de mí dependa, con este ignoto resto de mi vida. De mis experiencias con
las cuatro semillas anteriores he sacado unas lecciones muy valiosas; por eso,
ahora soy precavido en mis reflexiones y no quiero apresurarme. Una vez que he
logrado ver con suficiente claridad, consulto de nuevo con Jesús. Le ofrezco mi
determinación y le pido su bendición. Y entonces, bajo la mirada de Jesús,
arrojo mi última semilla...
-Les pido disculpas, por publicar esta vez un texto tan largo, pero creo que vale la pena-
Gracias !!!! extremadamente útil y bello
ResponderEliminarGracias Marta !para mi también vale la pena.
ResponderEliminarHermosa meditación Gracias . Dios te Bendice .
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