La Hna Marta Irigoy, misionera diocesana, nos acerca algunos elementos para
seguir profundizando en las contemplaciones y el papel de la imaginación que
San Ignacio nos propone en estos días de Ejercicios.
En primer
lugar es primordial a la hora de armar la escena imaginarnos que cada uno de
nosotros es un personaje más que interviene en la escena evangélica. Imaginarme
como si presente me hallase, dice San Ignacio. Esto hay que hacerlo en cada una
de las contemplaciones, mirar y mirarme como si estuviera ahí mismo, siempre
formando parte de la historia evangélica. Contemplar desde adentro, sumergiéndome
en el misterio. No significa mirar como espectador, sino, estar ahí, hablar con
los personajes, mirar lo que miran, sentir lo que sienten.
De este modo,
en cada ejercicio que hacemos se actualiza el misterio de Cristo y cada uno de
nosotros puede recibir el sentido nuevo que tiene cada lectura de la Escritura.
Es un abrir el corazón para poder ponerlo en práctica, es estar abierto a
obedecer con fe y es escuchar el mensaje que Dios tiene parta mí. Aquel que
hace los ejercicios y contempla la vida del Señor, ve y oye en la contemplación
del evangelio, como si el acontecimiento que contempla tuviera que ver con él
directa y personalmente. No es una oración en el aire sino que es algo que
tiene que ver con mi vida cotidiana, con mi vida personal, con la vida de mi
familia, de la iglesia, con la vida de nuestro pueblo, de nuestro país y del
mundo.
A veces se nos
puede presentar la dificultad de pensar que todos los misterios de la vida de
Cristo son acontecimientos del pasado, sin ninguna relación con mi vida
presente. La contemplación nos actualiza el misterio, en la situación concreta
de cada uno. Ésto se da en la medida que se da el encuentro entre Dios y el
ejercitante que comienza su contemplación bajo la mirada amorosa del Padre. El
encuentro con Dios en la oración nos permite alcanzar la gracia que pedimos en
estos días, “un crecido conocimiento de Cristo para que más le ame y le siga”.
Decíamos en
estos días que este conocimiento interno del Señor, no es un conocimiento
intelectual, sino un acontecimiento amoroso. Como dice el texto de San Juan:
“Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí, como el Padre me conoce a
mí y yo conozco al Padre”. El término “conocimiento interno” en la Biblia, nos
habla de la experiencia personal con el Señor.
Por eso,
seguimos la misma metodología cada día: preparar la oración, considerar cómo el
Señor me mira, hacer la oración preparatoria diciendo “Señor, que todo este
rato que voy a estar en oración con Vos, todo mi ser esté atento a tu voz, a tu
cariño, a tu amor”, pedir conocimiento interno del Señor para que más lo ame y
le siga, y después ponerme en la escena como si yo estuviera ahí, junto con el
Señor, junto con los discípulos, junto con la gente en medio del pueblo de su
tiempo.
El Bautismo de
Jesús (P. Ángel Rossi)
Ayer hemos
rezado en torno a las dos banderas con la que Ignacio nos pone de frente a la
gracia del discernimiento, que tiene por finalidad poder distinguir lo que es
de Dios y lo que no es de Dios en mi propio corazón, y desde ahí poder elegir.
Decimos siempre que la finalidad de los ejercicios espirituales de San Ignacio
es “buscar y hallar la voluntad de Dios para poder seguirla”. Siempre los
ejercicios son de elección, no siempre de elección de vida, pero siempre
implica tomar decisiones: elijo dar un paso, elijo cambiar una actitud, una
opción en mi vida que puede ser una opción en cosas pequeñas o grandes.
Para buscar y
hallar la voluntad, como decíamos en estos días, no hay que buscar cosas raras
sino seguirle el paso al Señor, contemplarlo. Y para ello, nada mejor que
meternos en las escenas del evangelio como si presente me hallase y dejar que
el relato vuelva sobre mi vida. En ese momento, cuando hago reflectir la
escena, y me pregunto qué significa en mi vida, la escena me interpela, me
consuela, me da fuerza, me da la clave de aquello que siento o me hace sentir
el Señor por dónde me quiere llevar.
San Ignacio
nos propone hoy el Bautismo del Señor que es el comienzo de la vida pública de
Jesús. En Mateo 3,13 dice:
“Jesús fue
desde Galilea hasta el Jordán y se presentó a Juan para ser Bautizado por él,
Juan se resistía diciéndole, soy yo el que tiene necesidad de ser bautizado por
ti y eres Tú el que viene a mi encuentro. Pero Jesús le respondió: Ahora déjame
hacer esto porque conviene que así cumplamos todo lo que es justo. Y Juan se lo
permitió, apenas fue bautizado, Jesús salió del agua, en ese momento se le
abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y
dirigirse hacia Él. Y se oyó una voz del cielo que decía, “Éste es mi hijo muy
querido en quien tengo puesta toda mi predilección”.
Momento de
despedida
Cuando Ignacio
presenta el Bautismo en el Libro de los Ejercicios, en el número 273, quizás
respondiendo a una tradición, nos pone frente a “Cristo que después de haberse
despedido de su bendita Madre, vino desde Nazaret al río Jordán donde estaba
San Juan Bautista”. San Ignacio coloca la escena en el contexto de quien deja
la vida oculta,un Jesús que rondaría los 30 años, deja la casa y se despide de
los suyos.
Este éxodo de
Jesús supone una despedida, no solo ésta, su vida va a estar signada por
despedidas continuas y muchas veces han implicado romper con vínculos afectivos
como puede ser la despedida de su casa. Es un momento duro para Jesús y para
sus padres. María unida en el dolor de su hijo, es la comunión pascual sabiendo
que Él va a cumplir la voluntad del Padre.
Podemos
imaginar este camino: son unos tres días de camino en donde su Padre lo guía
desde la casa de la Virgen hasta el río Jordán. Imaginemos todo lo que pasaría
por el corazón de Jesús, entrar en sus sentimientos, posiblemente nostalgia o
incertidumbre por lo que hay por delante, por otro lado las ganas hondas de
hacer la voluntad del Padre. Es un camino que Jesús ha recorrido muchas veces,
porque por ese camino acudían a las fiestas anuales del templo, y sabemos que
por lo menos desde los doce años Jesús hacía aquel camino. Ahí podemos ir rumiando esta despedida de su mamá para poder cumplir la voluntad de Dios.
En nuestras
vidas también hay decisiones, hay pasos que hemos dado, a veces pasos lindos
donde hemos querido, hemos creído, o a veces hemos deseado hacer la voluntad de
Dios y que implica muchas veces despojos. Es el caso cuando un matrimonio
decide casarse, el joven se va contento con la novia, contento porque se casa
pero también hay un desgarro, hay algo que se deja atrás. También aparece
cuando se decide entrar al seminario o al noviciado, o en los momentos fuertes
de la vida… el que decide ir a buscar trabajo en un lugar lejano o quiere irse
de misionero. Son muchas las experiencias donde nos despedimos, dejamos atrás
gente que queremos, que no implica que los dejemos de querer… así también es la
la experiencia de Jesús.
Cada uno
podría aquí reflectir para sacar provecho, como dice Ignacio, y volver sobre la
propia experiencia y rumiar mis despedidas y momentos de decisiones.
Se anonadó a
sí mismo
Por otro lado
es interesante el estilo con el que Jesús comienza su vida pública. Inaugura su
vida pública desde la humildad. Llega al Jordán y hace cola como uno más, y la
gente ni se daría cuenta quien era. Por otro lado, inaugura su misión pública
pasando por pecador, que es un gesto que va a tener Jesús para unirse a su
gente, un gesto de reconciliación, un gesto de purificación que ciertamente
Jesús no necesitaba. El Señor, como dice San Pablo, se hace pecado por mí.
Objetivamente Jesús no tiene pecado, pero comparte de tal manera el pecado que
hace el camino de los pecadores y hace esta cola de purificación que
ciertamente no necesitaba. Este gesto indica el abajamiento, el misterio de
este Señor que se abaja y que se une a nosotros de este modo tan misterioso.
La petición
que Ignacio pone en esta meditación será aquí demandar “conocimiento interno
del Señor”. También le podemos agregar “conocimiento interno del Señor que por
mí deja su familia y su pueblo y se bautiza con los pecadores para que yo más lo
ame y le siga”.
La escena
honda del bautismo, es una especie de segunda epifanía, donde el Padre se
manifiesta, y Jesús aparece como el hijo de Dios: “Éste es mi hijo muy amado en
quien tengo puesta mi predilección”. El Bautismo del Señor es como una segunda
manifestación de aquel niño encarnado en nuestra historia, de aquella palabra
acampada en nuestros mutismos. Han pasado treinta años de escondimiento,
desapercibido en Nazaret como uno de tantos. Con el Bautismo de Jesús concluye
esa fase del Señor en la que se asemejó completamente a nosotros. Jesús no es
un enviado de Dios que acorrala, un mensajero que se ensaña con los indignos,
sino alguien que viene a restablecer el latir de los corazones acabados y para
ello se pondrá en el último de la fila como uno de tantos, fingiendo
amorosamente una necesidad que no tenía, abrazando extremadamente un pecado que
no le pertenecía… era el abrazo a una humanidad concreta, buscadora de una
felicidad que no conseguía encontrar, la humanidad frágil y pecadora por la que
Él vino, a la que amó hasta el extremo por lo que da su propia vida.
A mí me gusta
imaginar cuando Juan el Bautista, quizás después de bautizar a alguna persona,
levantando la vista lo reconoce en la hilera de la gente. ¿Que habrá pasado por
el corazón de Juan? sabemos por el evangelio que se resiste a bautizarlo. “Yo
no te bautizo” le habrá dicho, y Jesús le habrá respondido “Juan, vos ahora
quizás no entiendas lo que estás haciendo, pero es necesario que me bautices”.
Y dice el texto que Juan lo aceptó, quizás sin entender, ante la insistencia
del amigo, de aquel de quien él era el precursor. Me gusta imaginar este cruce
de mirada entre Juan y Jesús… gesto de fidelidad y de todo el cariño de quien
tenía que allanar los caminos para su manifestación.
Era un
escenario doliente esta cola de gente que va a bautizarse, de tantos dramas…
junto a algunas lágrimas bañadas de arrepentimiento y de deseo de perdón, allí
estaba el Señor, el justo, el Santo, Dios mismo que se manifestaba en Él. Así,
sin concesiones, un Jesús que nació en Belén y vivió humildemente en Nazaret
quiere ahora seguir su itinerario y su misión, desde la única razón de toda su
existencia que es hacer la voluntad de Dios, no lo que le apetece, no lo que le
dictan las conveniencias políticas, sino lo que quiere Dios, lo que el Padre ha
diseñado como designio de amor y de salvación.
Pedimos que
nuestra postura también sea vivir desde OTRO, realizando el diseño del designio
de ese Otro, del Padre Dios, para que como Jesús también seamos hijos amados y
predilectos, para que el Espíritu se pose en nosotros.
Mi hijo muy
querido
Jesús adulto,
después del bautismo, comenzará a recorrer los caminos, a anunciar el
evangelio, a curar, a consolar y después irá camino a Jerusalén para nuestra
salvación. Antes de comenzar su misión pública, es ungido desde lo alto por el
Padre, “Tú eres mi hijo amado”. Es un reconocimiento desde arriba que necesita.
Cuando estamos frente a nuestra misión, lo que nos da fuerza, no es tanto la
preparación, el estudio, sino el Señor que nos sostiene, sabernos amados.
Ocurre lo mismo desde lo humano, el sabernos amados nos sostiene y nos da
fuerza para la misión.
Dice Gonzalez
Valle:
“Tú eres mi
hijo amado”, estas son las palabras que más me gusta escuchar de tus labios
Señor. “Tú eres mi hijo”, hace falta fe para pronunciarla ante mi propia
miseria y ante una turba escéptica, pero yo sé que son verdad, y son la raíz de
mi vida y la esencia de mi ser. Te llamo “Padre” todos los días y te llamo
“Padre” porque Tú me has llamado hijo. Ese es el secreto más entrañable de mi
vida, mi alegría más íntima y mi derecho más firme a ser feliz. La iniciativa
de tu amor, el milagro de la creación, la intimidad de la familia, el cariñoso
acento con que te oigo decir esas palabras a un tiempo sagrada y delicada… “Tú
eres mi Hijo”, quiero sentirme hijo tuyo hoy, quiero caer en la cuenta de que
me estás dando vida en cada instante, de que comienzo a vivir de nuevo cada vez
que vuelvo a pensar en Tí, y en ese momento Tú vuelves a ser mi Padre”
Tenemos
derecho a dejarnos decir cada uno personalmente “Tú eres mi hijo muy amado”. Lo
que dice de Jesús también lo dice a cada uno de nosotros. Uno podría decirle
“no, mirá, se te fue la mano, exageraste, te voy a defraudar, pensalo bien
antes de decírmelo”. Sin embargo Dios no se arrepiente, no se echa atrás,
volverá mil veces a pesar de nuestras agachadas, de nuestras quedaditas al
costado del camino, de nuestros desvíos o las veces que no lo hemos escuchado.
Él nos seguirá diciendo, “vos sos mi hijo muy amado, en vos tengo puesta mi
complacencia”. Y si uno lo escuchara no sólo con el oído sino con el corazón,
seguramente nos daría mucha más fuerza para ser fieles a nuestra propia misión.
También podemos detenernos acá y orar con estas palabras el ejercicio del
bautismo.
El propio
bautismo
Por otro lado
estamos contemplando el Bautismo y seguramente casi todos los que estamos
haciendo estos ejercicios somos bautizados. Nos hace bien volver al propio
bautismo. En el bautismo de Jesús, se manifiesta Jesús y entonces el desafío es
que nuestro bautismo necesita ser manifestado, o sea es un don que ha de
convertirse en compromiso, en responsabilidad. El bautismo nos da una
pertenencia que se expresa en una praxis. Es urgente que nosotros que estamos
anotados posiblemente en un libro grande de la parroquia, que ese nombre salga
al descubierto.
Es tiempo de
hacernos cargo, de honrar los compromisos que los otros han tomado por nosotros
el día del bautismo. Allí ese día, nuestros papás y padrinos reafirmaron la fe,
renunciaron al demonio, ese día tomaron la velita, estuvieron dispuestos a
cuidar la fe del ahijado. Estos gestos que hicieron ellos por nosotros en algún
momento de la vida hay que hacerse cargo, tiene que manifestarse este bautismo
a lo largo de la vida. En el caso de Jesús fue en un mismo tiempo, el mismo día
del bautismo se manifestó Jesús, nosotros lo hacemos en una especie de segundo
tiempo. Aquel bautismo de niño tendría que manifestarse en nuestros gestos. La
prueba de que somos bautizados no debería ser un certificado del párroco, sino
nuestro modo de ser y de actuar.
Ojalá que esta
gracia que hemos pedido al comienzo sea un modo de ser y de actuar no
excesivamente diferente del de Cristo que cada vez se vaya pareciendo un
poquito más al modo de mirar, de perdonar, de querer, de cuidar al prójimo como
lo hacía Jesús.
Un poeta
uruguayo, le dedica a la pila de su bautismo una poesía de diez páginas, que
puede parecernos mucho. A la pila bautismal la llamaba “madre nuestra y madre
mía”, como diciendo “aquí nací”. En esa pila de bautismo nacía a la fe.
Sería lindo
que además de renovar espiritualmente rezando con esta contemplación tan honda
, recordar nuestro bautismo, cuándo fue, quiénes eran nuestros padrinos, el
cura que nos bautizó. Nos puede hacer bien si aquel lugar no está tan lejos,
hacer una peregrinación al lugar donde fuimos bautizados, quedarnos un ratito
en silencio frente a la pila bautismal y, como dice San Ignacio, con la vista
imaginativa, imaginar mi bautismo y poder preguntarnos: ¿qué fue de aquel
bautismo?, ¿qué es hoy en mi corazón aquel gesto de hace veinte, treinta, u
ochenta años?, ¿qué es hoy en mi vida, aquella manifestación, aquel día en
donde Dios a través de este gesto sacramental me dijo “vos sos mi hijo muy
amado”?, ¿qué ha quedado en mi corazón en todo este tiempo?. Podría ser también
un modo lindo de rezar en torno a esta escena del evangelio, pero como dice San
Ignacio hay que reflectir, tiene que volver sobre mí para sacar provecho.
Que el Señor
nos conceda esta gracia linda, renovemos la fuerza del Espíritu de esta gracia
hermosa del bautismo.
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