Escrito por el P. Diego Fares -sj-
En general, cuando decimos rey, nos vienen imágenes de coronas, de bodas reales, de bastones de mando y de majestad política… Pero también uno usa expresiones como “reina la paz”, en la casa, cuando todos duermen o, luego de una tragedia: “reinaba un silencio profundo”.
La expresión que utiliza el buen ladrón “cuando estés en tu reino” él la refería al futuro, pero de alguna manera intuyó, al retar a su compañero de cruz que se burlaba, que Jesús ya estaba en su reino.
Jesús reina sobre los que están en la cruz.
Jesús reina sobre los que llevan la cruz, sobre los que la cargan y lo siguen.
Jesús reina sobre los que le piden alivio a su cruz y sobre los que cargan las cruces de los demás. Es el rey de los que abrazan la cruz y no la sueltan. Y también reina sobre los cirineos que son obligados a llevarla y sobre los que son clavados allí contra su voluntad…
Reina Jesús “atrayendo”.
Reina saliendo a buscar su propia cruz y cargando con ella.
Reina padeciendo en su cruz compadeciendo a todos.
Reina perdonando incluso a los que lo crucifican.
Reina creando en torno a sí ese ámbito de respeto del que hablaba en el que cada uno es remitido a sí mismo, confrontado consigo mismo frente al otro, que con nobleza sufre lo suyo e interpela a hacer otro tanto.
Ignacio nos hace preguntarnos, ante el Señor puesto en Cruz: “que he hecho yo por Cristo, que hago, que debo hacer por Él”.
Dejarlo reinar, en eso consiste nuestro “hacer”.
Creer en él, confiar: esa es la obra de la fe.
Adorar al Padre cuando estoy ante el Señor puesto en Cruz: eso puedo “hacer”.
Adorar al Padre cada vez que estoy en presencia del sufrimiento de mis hermanos y siento ese respeto junto con un no saber qué hacer.
Adorar al Padre. Esa es la respuesta “negativamente vivida” por todos a través de tanto sentir que nada de lo que uno haga sirve ni es adecuado frente al dolor, especialmente cuando viene montado sobre la injusticia y afecta a los inocentes.
El que nada haya servido es una invitación callada y persistente a probar refiriendo lo que sucede al Padre en vez de pensar qué puedo hacer yo. Eso es adorar. Decirle “me pongo en tus manos” en esta situación en la que no sé qué hacer. Dejar que se ensanche el silencio y el respeto, eso es adorar. Inclinar la cabeza, no expresarme, no preguntar ni controlar: ser creatura, eso es adorar.
Dejar de referirme a mí mismo y referirme a Él, eso es ad-orar.
Allí Jesús reina, en este espacio “está en su reino”. Y el Padre nos abraza como al hijo pródigo que regresa.
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