El Evangelio de este quinto domingo de Cuaresma narra la resurrección de Lázaro.
Es la culminación de los "signos" prodigiosos hecha por Jesús: un gesto demasiado grande, demasiado divino para ser tolerado por los sumos sacerdotes, que conocieron el hecho y tomaron la decisión de matar a Jesús. Lázaro estaba muerto durante tres días: Cuando Jesús llegó, a sus hermanas Marta y María les dijo palabras que fueron grabadas para siempre en la memoria de la comunidad cristiana: "Yo soy la resurrección y la vida; Quien cree en mí, aunque muera, vivirá; El que vive y cree en mí no morirá eternamente».
En la palabra del Señor, creemos que las vidas de aquellos que creen en Jesús y siguen sus mandamientos, después de la muerte se transformarán en una nueva vida, plena e inmortal. Como Jesús ha resucitado con su cuerpo, pero no ha regresado a una vida terrenal, así nosotros nos levantaremos nuevamente con nuestros cuerpos para ser transfigurados en cuerpos gloriosos. Él nos está esperando con el Padre, y el poder del Espíritu Santo.
Ante la tumba sellada, Jesús clamó a gran voz, "¡Lázaro, ven!". El hombre muerto salió, sus manos y pies atados con vendas y el rostro envuelto en un sudario. Este grito es imperativo para todos los hombres, porque todos estamos marcados por la muerte; es la voz de lo que es el señor de la vida y quiere tenerlo todo abundantemente". Cristo no revisa las tumbas que construimos con nuestras elecciones del mal y la muerte. Él nos invita, casi, una especie de salir fuera de la tumba donde nuestros pecados nos hemos derrumbado. Nos pide con insistencia que salgamos de la oscuridad de la cárcel donde estábamos encerrados, no contentarnos con una vida falsa, egoísta, mediocre "¡ Sal!". Nos interpelan estas palabras que Jesús repite hoy a cada uno de nosotros. Seamos libres de orgullos y de "vendas". Nuestra resurrección empieza desde aquí: cuando nos decidimos a obedecer la orden de Jesús salir a la luz, a la vida; Cuando nuestras máscaras caen tenemos el coraje de nuestro rostro original, creado a imagen y semejanza de Dios.
El gesto de levantar a Lázaro de Jesús demuestra cuánto será la fuerza de la gracia de Dios, y por lo tanto, hasta dónde puede llegar nuestra conversión, nuestro cambio: no hay límite a la misericordia de Dios ofrecida a todos! El señor está siempre dispuesto a levantar la lápida de nuestros pecados, que nos separa de él, la luz de los vivos.
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