Escrito por Miguel Tombilla - Revista Vida Religiosa-
En el Evangelio de hoy vemos la escena de la multiplicación de los panes y los peces en Juan.
Solemos tener mezclados los relatos de los distintos evangelistas en nuestra cabeza, por eso se nos suelen pasar de largo algunos detalles preciosos.
El primero es que Jesús al levantar la vista y ver a la multitud lo primero que se le pasa por la cabeza es en darles de comer. No se le ocurre hablarles del Reino sino darles de comer, aunque quizás sea decir lo mismo con gestos o con palabras. Jesús es el Maestro, pero también el Profeta que sabe que las acciones son de Dios. Que Dios regala el maná a los suyos, el pan que nos enseñó a pedir en el Padrenuestro, el pan de cada día, sin acumular.
Por eso Felipe hace un cálculo rápido de cuánto costaría dar de comer a la multitud y le sale una cifra desorbitante: Doscientos denarios. Mientras que Andrés encuentra a un muchacho con una cantidad ridícula para tanta gente: cinco panes y dos peces. Y aquí comienza el signo imagen del Reino y anticipación de Eucaristía.
Por ese muchacho que da lo que tiene, de sobra para él y para los suyos, se produce la multiplicación generosa.
Jesús pone en relación a las personas y pasan de ser una multitud de desconocidos a un grupo de personas que comparten lo gratuito que nace de la gratuidad.
Y la exageración llega a su culmen cuando se ponen a recoger después de haber comido, para que nada se desperdicie: doce canastas “con los pedazos de los cinco panes de cebada”. El evangelista ve lógico la identificación de las sobras, la superabundancia, con los panes de aquel muchacho desconocido. Y así se cierra el círculo del Reino. No son necesarios los denarios (no podéis sevir a Dios y al dinero) cuando un muchacho da lo que tiene y Jesús pone en relación, en banquete, a unos desconocidos, a una masa informe, de la que nace la fiesta que es banquete de Reino.
Y al final Jesús se escapa él solo a la montaña porque sabe que lo quieren hacer rey y él no es de ese tipo de reyes. Lo suyo es un Reino de un muchacho que deja lo que tiene para hacer la multiplicación del setenta veces siete de pan que también es perdón que hace comunidad sentada en la hierba. Comunidad de abundancia desmedida gracias a ese muchacho del que no sabemos su nombre.
Hermosa porción del Evangelio esta...
ResponderEliminarMe gusta pensar que el joven que comparte lo poco que tiene, como digno discípulo de Jesús, ablanda el corazón endurecido de los miembros de su comunidad y, cada uno aporta (también) lo que guarda en su bolsa... algún pescado obtenido en ese bello mar de Galilea... y el pan que llevaba para pasar la jornada de trabajo, o de búsqueda de sustento, o de camino entre pueblo y pueblo...
Cuando nos juntamos en comunidad, alrededor de una mesa, y cada uno aporta algo para compartir, la mesa suele desbordar de buena comida... y ¡¡¡siempre sobra!!!
Una exégesis judía sobre el cruce del Mar Rojo (o de los Juncos) dice que "las aguas se abrieron cuando una persona del Pueblo de Dios se arrojó al mar" y Moisés, con la fuerza que Dios le entregó, sostuvo la situación... Es comentario, pero muy lindo para tener en cuenta.
Dios opera maravillas pero el ser humano tiene que hacer lo suyo...
Por eso, me gusta pensar que el muchacho que convidó lo que tenía, despertó corazones dormidos para que contemplaran la maravilla que tenían enfrente: el Hijo de Dios...
Bendiciones. Adriana R. Guevara