viernes, 3 de julio de 2015

CREER EN EL OTRO: CREER EN DIOS...


Fuente: CEP -Centro de Espiritualidad y Pastoral, Venezuela-

La Liturgia nos invita a que nos atrevamos a creer, confiar y apostar en el otro, como el modo más eficaz de sustentar nuestra experiencia de fe.

El evangelio (Mc. 6,1-6) presenta a Jesús un desconcertado entre los pobladores de Nazaret, entre los suyos. Y no puede ser de otro modo, porque del lado de los nuestros, de la propia familia, de los amigos, de los compañeros de trabajo y de la misma Iglesia, es donde más se pone a prueba nuestra credibilidad. 

A los de Nazaret les faltó perspectiva para reconocer a Jesús, para descubrir que alguien tan cotidiano, tan simple, y tan sencillo pudiera tener sabiduría y poder de hacer milagros. No hay cosa más terrible y contrapuesta a la fe que mirar al mundo, a las personas y a Dios con los lentes de las propias fijaciones y de los propios razonamientos. Por eso Jesús se sintió tan extrañado en medio de unas personas donde reinaba la desconfianza.

Las preguntas que los vecinos de Jesús le hicieron con asombro y con cierta suspicacia, siguen latentes entre nosotros. Porque preguntar por el origen de la sabiduría de la gente o por el origen de algún don que posean, y cuánto más si se trata de gente sencilla o que no encaja en nuestros esquemas, no es otra cosa que la manifestación sutil de la soberbia. 

Ese tipo de soberbia que se oculta bajo múltiples formas de actuación, no es más que engreimiento solapado, o como lo denominó Karl Rahner: concupiscencia del espíritu. Es decir, aquella finura del orgullo que se esconde bajo sutilezas que ofuscan el alma, impiden la visión y hacen perder toda perspectiva.

Nuestra fe solamente será fe, en la medida que se afiance en la relación con un Dios que se revela tanto en nuestra vida como en la de los demás. Un Dios tan cotidiano que sólo puede verse y comprenderse cuando nos dejamos interrogar y asombrar por las maravillas que Él realiza en todos, ya sean grandes o pequeños, amigos o enemigos. 

Lo que vivió Jesús en Nazaret se repite a diario, tal como lo expresa el dicho: “nadie es profeta en su tierra”. Y pareciera cierto, sin embargo, no podemos conformarnos con eso. El mismo evangelista nos dice que Jesús, al menos, pudo hacer alguna curación sencilla. Algo, y quizás mucho, podremos también hacer nosotros entre los que nos conocen y con quienes compartimos la vida más de cerca.
Aunque Jesús no pudo provocar la fe en aquella gente tan acostumbrada a su modo de ver la vida, las personas y el mundo, al menos pudo encender la chispa de la salud, lo cual podrá en otro momento más propicio convertirse en un gran fuego. Y esto es también una parte de la buena noticia que nos ofrece este evangelio para que no desistamos en nuestro afán de que el evangelio toque a quienes forman parte de nuestro entorno: a los que son de los nuestros.

Que toda casa, trabajo, reunión o comunidad, se convierta en lugar de confianza, de apuesta fraterna, de amistad fecunda, como signo que evidencia la fe que nos sostiene y nos lanza.

1 comentario:

  1. ¡¡¡¡Hermosas palabras muy claras para el entendimiento de todos!!!!

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