Escrito por Dolores Aleixandre rscj
Me acerco a la escena de la curación del ciego Bartimeo. Me identifico con su mendicidad y su ceguera, me siento, lo mismo que él, postrado al borde del camino, marginado del fluir de la verdadera Vida.
Pongo nombre a los “mantos” con los que me protejo, a las defensas en las que me instalo, a las ataduras que me impiden seguir a Jesús, a las tinieblas que me atrapan.
Me pongo a gritar como él, una y otra vez: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”, decidió a que nada ni nadie sofoque mi grito.
Escucho las palabras que me dicen de su parte: “¡Animo, levántate, te llama!” Los dos imperativos gravitan sobre un indicativo glorioso: “¡te llama!”.
Me abro a la fuerza imparable que fluye de esa llamada que llega hasta mí y que es capaz de enderezarme y hacerme salir del costado del camino...
Lo mismo que el ciego, doy un salto, me quito el manto que me envuelve y me pongo, ponte, tal como soy, tal como estoy, delante de Jesús que me pregunta:
--“¿Qué quieres que te haga?”
--“Maestro, ¡haz que vea!”...
Siento sus manos sobre mis ojos y escucho sus palabras: “Ve, tu fe te ha salvado”.
Y decido seguirle por su camino, aunque sea subiendo a Jerusalén.
..no veo la hora de ver!
ResponderEliminarGracias
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