La Transfiguración no debe entenderse como un simple cambio exterior… es una mirada de fe sobre el misterio de Jesús y del Evangelio.
El relato evangélico de la Transfiguración sólo nos entregará su secreto si renunciamos a saber lo que aquel día ocurrió realmente y cómo se desarrollaron los hechos… porque en realidad constituye una misma cosa con el anuncio del Reino; de hecho, es ese mismo anuncio, que de pronto se ilumina en su realidad más profunda a partir de lo que Jesús vive en su más estricta intimidad, en su relación con el Padre.
El Reino viene, se ha acercado; pero no se manifiesta externamente de forma llamativa, no tiene nada de espectacular ni de sensacional.
Está escondido, no en el misterio del más allá, sino aquí mismo. Oculto bajo el velo de lo cotidiano, se inserta en el desarrollo de la vida diaria como la levadura en la masa.
Está presente en el centro mismo del mundo familiar de cada cual: el de las actividades de cada día, el de las penas y las alegrías de todos. A los fariseos que le preguntan por la venida del Reino y por los signos que permitirán reconocerlo, Jesús les responde: «El Reino de Dios viene sin dejarse sentir. Y no dirán: "'Veanlo aquí o allá", porque el Reino de Dios ya está entre ustedes» (Lc 17,20-21).
Pero, aunque esté escondido en un presente absolutamente cotidiano y familiar, el Reino no es en modo alguno una realidad cotidiana y familiar. Es una cercanía enteramente nueva de Dios al mundo, una presencia maravillosa, inesperada, insuperable; una revelación de ternura que lo transfigura todo, de forma que quien la acoge puede decir con toda verdad: «¡Qué bueno es estar aquí...!» Con su venida, la existencia más ordinaria queda transfigurada en todas sus relaciones, penetrada y transportada por el aliento de misericordia y ternura que viene del Padre, a través de esa relación singular y única, toda intimidad, que Jesús mantiene con el Padre. Nada ha cambiado exteriormente. Sin embargo, todo se vive de manera diferente: a la luz del Hijo amado. De este modo, el anuncio del Evangelio es todo él transfiguración.
Pero todavía hay que dar un paso más para acceder plenamente al sentido de la Transfiguración tal como nos la presentan los evangelios. Ese poder transfigurado!' del Reino actúa con su mayor fuerza precisamente allí donde
está más escondido: en la experiencia del sufrimiento, de la humillación y de la muerte; en el corazón mismo del fracaso y el abandono…Nos encontramos en el corazón mismo del misterio.
Mediante su sufrimiento y su muerte, Jesús establecerá el Reino, no en un lejano país de ensueño, sino en el centro mismo de la condición humana más dura, más desfigurada, más inhumana.
Llevará el hoy del Reino a todos los excluidos, proscritos y abandonados, a todos los crucificados. Y su presencia junto a ellos atestiguará que Dios les ha alcanzado en su propio abismo y que el Reino de la luz ha llegado hasta ellos.
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