Fuente: Centro de Espiritualidad y Pastoral -Venezuela-
Las tres parábolas proponen indicadores para esta búsqueda hacia la plenitud. La parábola que trata del tesoro escondido presenta la novedad de Dios como la fuerza que atrae hacia la ruta de la plenitud. La parábola sobre la perla fina resalta la agudeza del que sabe distinguir lo que tiene verdadero valor de lo que no lo tiene tanto. Y la parábola de la pesca destaca la habilidad de cribar para escoger y quedarse con lo mejor.
El evangelista Mateo (13,44-52), está refiriéndose a un aspecto muy central de la vida como lo es el discernimiento. Porque el discernimiento requiere agudeza en la búsqueda, capacidad de escoger y la audacia de decidirse...
En este Evangelio sorprende la función que desempeña la alegría, al presentarla como el motor que impulsa todo camino, emprendimiento o proyecto personal y común que trascienda la mezquindad y el beneficio egoísta. Y es que la verdadera alegría es termómetro y norte de la vida auténtica.
Esta alegría hace que los tesoros escondidos, las perlas finas y los mejores frutos de la pesca, salgan a la luz y empiecen a iluminar nuevos caminos para uno mismo y para los demás. La alegría nos da el valor y la audacia para cribar todas las cosas, quedándonos con lo que más nos pone ante la vida y ante Dios.
Jesús nos dirá que el Reino de Dios es como tesoro siempre oculto, perla entre perlas. Es tan bueno y tan sencillo a la vez, que está mezclado entre otras tantas cosas buenas. Nuestro Dios es tan atractivo, inesperado y sorprendente, que quien lo encuentra, se siente tocado en lo más profundo de su ser. Ya nada puede ser como antes.
Nada hay en la vida personal y social que no deba ser discernido y cribado. Y cuánto más si se trata de la convivencia social, las ideologías y las mismas creencias que modulan o moldean criterios, posturas y determinaciones. La persona o el grupo humano que discierne de verdad, será siempre el mismo, pero jamás será lo mismo.
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