Escrito por Mariola López Villanueva RSCJ
Las historias en que el Señor se
muestra exigente me llevan a presentir la hondura de su amor. Como cuando
espoleamos a una persona a quien queremos mucho al sentir que está desperdiciando
su vida; la sacudimos para que reaccione y despierte.
Así me parece que hace Jesús cuando
nos dice “no sé quiénes son”. ¡Pero si nos lleva tatuados en la palma de su
mano, si somos preciosos a sus ojos!
Precisamente por eso, nos quiere
despertar, para que no nos alejemos de la puerta que nos abre. Esa puerta
estrecha a cruzar es una vida compasiva en el día a día, una manera de estar en
ella que vela por los más pequeños, un modo de vivir que no solo invoca a Dios,
sino que hace de la existencia una prolongación de su amor al mundo. No solo el
celebrar (comer y beber) y el decir (enseñar), sino una praxis compasiva, una
manera muy humana de acercarnos a los otros.
¡Hay tanta gente, que sin nombrar a
Dios, ni siquiera saber que lo conoce, pasa haciendo el bien y sanando! Para
Jesús no cuenta la apariencia sino lo que se juega en el fondo del corazón;
sobre todo, cómo nos situamos ante los que consideramos últimos.
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