Escrito por Patricia Hevia -RSCJ-
Encontramos en la escena a una mujer enferma, la suegra de Simón Pedro… Postrada, con fiebre, sin palabra propia, sin movimiento… Son otros los que interceden por ella y los que hablan por ella a Jesús Y con ella Jesús va a hacer lo que hará con otras mujeres a lo largo del Evangelio: acercarse, agarrarle de la mano y levantarla.
Con la
vida transformada, esta mujer se pone a servir… pero no pensemos en un servicio
puntual o doméstico. El verbo que utiliza Marcos expresa un cambio profundo de
vida, una transformación: el servicio como modo de vivir. En presencia de Jesús
ella pasa de la postración a entregar la propia vida.
Quizá, a
veces tenemos la sensación de vivir en un mundo “postrado”. Señales de muerte
son evidentes por doquier. También en nosotros hay espacios postrados, sin vida
propia, que necesitan de la cercanía y de la caricia del Señor, para que
integrados, toda nuestra vida, puesta en pie, con la palabra propia que el
Señor nos regala, se transforme en diakonía como expresión total de nuestro ser
y nuestro hacer.
El
Evangelio nos muestra también el horizonte: enfermos y endemoniados, hombres y
mujeres postrados, que han perdido la palabra o se la han arrebatado. Nuestro
corazón, sabedor de la herida, nos hace hombres y mujeres de compasión, capaces
de prolongar los gestos de Jesús.
También
el Evangelio nos habla hoy de la fuente de la que mana todo ese amor y toda esa
energía: el Encuentro con Dios, cara a cara, con la vida expuesta y ofrecida.
Del Encuentro brotan los encuentros, y del silencio los gestos compasivos y
curativos.
¡Vayamos a la Fuente del Amor primero! ¡Vayamos a dejar que el Amor nos ponga en pie para servir! ¡Vayamos a tomar las manos de postrados y abatidos! Para eso hemos salido, para eso hemos recibido la vida.
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